ANECDOTARIO (III)

El célebre gramático francés Vaugelas (1585-1650) tenía muchas deudas y poco antes de morir, después de disponer todos sus bienes en favor de sus acreedores, hizo la siguiente manda en su testamento:

«Como el producto de la venta de cuanto poseo quizá no alcance a pagar lo que debo, es mi voluntad que, si ello fuere así, mi cuerpo sea vendido al mayor precio posible a los cirujanos y que se aplique su producto al pago de lo que debo, a fin de ser algo útil en muerte, ya que no lo ha podido ser en vida».

Su deseo no se cumplió, pues sus amigos pagaron las deudas pendientes y su cuerpo fue enterrado dignamente a cargo de la Academia Francesa, a la que pertenecía.

Dos famosos pelotaris vascos de comienzos de este siglo, Beorlegui y Thantho fueron contratados por un empresario de Pamplona para jugar unos partidos en la capital navarra. Llegados a ella fueron a pasear y al pasar junto a la catedral Thantho preguntó a Beorlegui:

—Oye: ¿qué es eso?

—Pues la catedral.

—Claro, ¡hombre!, no me acordaba. ¿No es la catedral de Burgos?

El ministro francés Lefevre quería organizar una lotería internacional con premios millonarios, pero tropezó con la oposición de Inglaterra, representada por su ministro del Exterior Lloyd George, quien adujo argumentos bíblicos contra el proyecto. Lefevre solía comentar el hecho haciendo al mismo tiempo una reflexión sobre la hipocresía británica.

—Al enterarse del proyecto, los ingleses consultaron la Biblia y encontraron unos versículos que condenaban la lotería y los pastores y obispos estuvieron de acuerdo en que no podía permitirse. Claro es que si el proyecto hubiera beneficiado a Inglaterra, los mismos políticos, los mismos pastores y los mismos obispos hubieran encontrado versículos y capítulos enteros a favor de la lotería.

La felicidad consiste en creer en ella.

El barón Bifield solicitó que le nombrasen académico de número en la Academia de Ciencias de Berlín, fundándose en que había descubierto un cometa que al cabo de poco tiempo chocaría contra la tierra, destrozándola y haciéndola añicos. El presidente de la Academia le felicitó por su descubrimiento y le comunicó que ello era razón para no nombrarle académico, porque si su descubrimiento era falso no tendría nunca razón para la distinción solicitada, y si era exacto la Academia desaparecería y no valía la pena ser académico.

En unas elecciones a diputados a Cortes el gran escritor José Echegaray fue derrotado en Oviedo y Murcia. Cristino Martos tuvo un gran disgusto por ello y fue a visitar personalmente a Echegaray, solicitándole que se volviese a presentar por otros distritos. Echegaray miró la lista de vacantes y le dijo:

—Me presentaré por Quintanar de la Orden.

—¿Por qué?

—Porque allí me conocen. Hace dos años que me patearon una obra y los actores debieron salir protegidos por la Guardia Civil. Estoy seguro que me recuerdan.

En efecto, José Echegaray fue elegido diputado por Quintanar de la Orden.

Hay gente predestinada a no ser desgraciada, por ello no llegarán nunca a ser felices.

Cuando De Harley fue nombrado primer presidente del Parlamento de Francia, el cuerpo de procuradores fue a pedirle su protección y él les dijo:

—Lo que es mi protección nunca la tendrán los delincuentes y las personas honradas no la necesitan para nada.

Durante una de las guerras carlistas, el pretendiente don Carlos viajaba por tierras de Navarra. En una hostería pidió para comer un par de huevos fritos. Al terminar pidió la cuenta.

—Veinte reales —dijo el posadero.

Don Carlos pagó el duro y dijo:

—Aquí parece que van escasas las gallinas.

—No señor —respondió el ventero—; aquí lo que escasean son los reyes.

El célebre navegante francés Bougainville tenía un loro que le acompañaba en todos sus viajes. Un mal día el bajel que mandaba Bougainville tuvo que sostener una gran batalla contra una escuadra enemiga. Terminada la contienda, se buscó en todas partes el loro sin encontrarlo, hasta al cabo de unas horas escondido entre un rollo de cables.

—¡Bum, bum! —repetía el loro.

Y por más que hicieron los marineros y el propio Bougainville no consiguieron que dijera otras palabras.

En toda su vida no dijo más que «¡Bum, bum!» y murió agitando las alas y gritando:

—¡Bum, bum!

Hay una edad en que las mujeres se vuelven rubias.

El poeta francés Daurat se casó muy viejo con una muchacha muy joven. El rey Carlos IX le dijo:

—Tu casamiento es un disparate. Está fuera de las reglas…

—Señor, ha sido una licencia poética —replicó Daurat.

Una mujer muy hermosa preguntó a Voltaire si creía en el misterio de la Trinidad, y el poeta salió del paso enviándole unos versos que, traducidos por Roberto Robert, dicen:

Siempre en mí, rara beldad,

tuvo la fe poco imperio:

jamás creí en el misterio

de la Santa Trinidad;

Mas hoy, con mejor fortuna,

que en vos se fundieron veo

todas tres gracias en una,

y el misterio adoro y creo.

Dijo un día Sófocles que tres versos suyos le habían costado tres días de trabajo.

—¡Tres días! —exclamó un mal poeta—. ¡En tres días yo hubiera hecho ciento!

—Sí, pero no durarían más que tres días.

Cuando Carlos I se retiró al monasterio de Yuste tomó muy en serio la rigidez de la vida conventual. Una mañana le tocó despertar a los religiosos y sacudió rudamente a un lego que tenía el sueño más pesado que los demás, quien le dijo de mal humor:

—¡Ea, no os bastaba haber sacudido tanto tiempo a los que andaban por el mundo que aún venís a molestar a los que nos hemos retirado de él!

En 1753 el abate Voisenon hizo representar en el Teatro de los Italianos de París una pieza en un acto tan pesada que el público la recibió con silbidos. Le preguntó un amigo cómo se había atrevido a presentar al público parisiense una obra tan plúmbea.

—Mira, amigo —le replicó el autor—, hace tiempo que todos mis amigos y cada uno por su parte me dan la lata sin parar y he querido vengarme fastidiándoles a todos en una noche.