DEL USO DE LOS COCHES

Hace unos años se puso de moda la frase de que los españoles nos habíamos convertido de peatones en seatones. No se puede negar que el Seat, el coche más popular de España, ha cambiado nuestra manera de ser. Hoy la posesión de un coche no significa gran cosa y es un lujo que está dejando de serlo para convertirse en una necesidad. Claro está que Hacienda no lo considera así y continúa gravando este artículo necesario.

En el varias veces citado libro El Trivio y el Cuadrivio de Joaquim Bastus, publicado en 1862, se dice lo siguiente, que copio por su gran curiosidad:

«Desde que el príncipe don Juan de Austria solía ir a visitar a Nuestra Señora de Regla en Andalucía con la duquesa de Medina en una carreta de bueyes; desde que Enrique IV de Francia se excusaba con Sully de no haber podido ir a verle, porque la reina su esposa había tomado el coche, ¿qué de cambios, cuántos adelantos en la útil invención de ser transportados cómoda y prontamente de uno a otro lugar?».

Entramos ahora en el mundo en coche y en coche nos sacan también de él. Se toma un carruaje al llegar, nos apeamos en la estación de la vida, y luego otro carruaje preparado al efecto nos conduce a otra estación…, la de la eternidad.

Significativa alegoría del rápido tránsito de esta vida, hecho con prontitud, con lujo, y si se quiere con comodidad.

El coche es un carro cubierto y adornado, de cuatro ruedas, del que tiran caballos o mulas. Algunos quieren, dice Covarrubias, que se haya dicho coche, quasi carroche, como carroza de carro.

A otros les parece haber tomado el nombre del verbo francés coucher, por ir dentro del coche como echado en su cama. Y también los hay que dicen se deriva de una población de Hungría en la que suponen fueron inventados, o de la voz alemana gutsche, lecho de reposo.

La invención no data más allá del siglo XVI. Antes de esta época, y aun mucho después de ella, las gentes distinguidas viajaban en litera o andas, y por las ciudades en silla de mano o a caballo, por lo común en mulas, particularmente los médicos.

Gonzalo Fernández de Oviedo dice que la princesa Margarita, cuando vino a casar con el príncipe don Juan, trajo el uso de los coches de cuatro ruedas y que, habiéndose vuelto viuda a Flandes, cesaron tales carros y quedaron las literas que antes se usaban.

El primer coche que se vio en la Península fue por los años de 1546, según lo expresa Mendes Silva en su Catálogo real de España.

Sin embargo, Vanderkamen, historiador de don Juan de Austria, supone que el primer coche que anduvo por estos reinos fue el que trajo en 1554 Carlos Pubest, criado del emperador Carlos V.

El día 23 de febrero de 1559 hizo su apoteósica entrada en Barcelona el lugarteniente general don García de Toledo con su esposa doña Victoria Colonna, en un magnífico coche, que las crónicas de aquellos tiempos calificaban de —«carro tot daurat de dins i de fora a la italiana»—, carro o coche enteramente dorado por dentro y por fuera a la italiana. Éste sería sin duda el primer coche que se vio en Barcelona.

En Francia no eran en aquel entonces más abundantes los coches. Enrique IV se excusaba con Sully, como hemos dicho, de no haber podido ir a verle porque su mujer había tomado su coche.

En tiempo de Francisco I no había todavía en París más que tres carrozas o coches: el de la reina, el de Diana de Poitiers, hija natural de Enrique II, y el tercero pertenecía a René o Renato de Laval, que no podía ir a caballo ni andar, por ser tan grueso.

Después de referir el mencionado Vanderkamen que el príncipe don Juan solía ir a visitar a Nuestra Señora de Regla en Andalucía, en una carreta de bueyes, con la duquesa de Medina, añade: «Pero dentro de pocos años (1567) fue necesario prohibir los coches por pragmática. Tan introducido se hallaba ya ese vicio infernal que tanto daño ha causado en Castilla».

Consecuente a esto, sin duda fue que en 1578, accediendo Felipe II a la petición de las Cortes, prohibió tener coches y carrozas sino con cuatro caballos, propios del dueño del carruaje, cuya disposición se amplió en 1593 a los carricoches y carros largos.

Más adelante, en 2 de junio de 1600, Felipe III, teniendo en consideración lo que le expusieron los procuradores de Cortes, permitió traer dos caballos en los coches y carrozas sin embargo lo dispuesto en las leyes «interiores».

El mismo monarca, en 8 de junio de 1619, autorizó para andar en coches de dos mulas a los labradores de veinticinco fanegas de tierra, cuya disposición fue revocada por la pragmática de Felipe IV de 11 de febrero de 1628, y puesta nuevamente en observancia por el mismo rey, atendidas las razones de los procuradores de Cortes en 1632.

Carlos II, por bando de 16 de julio de 1678, prohibió usar mulas y machos en coches, estufas, calesas y demás portes de rúa; luego, Felipe V prohibió, en 1723 y 1729, el uso de seis mulas o caballos en los coches, dentro de la corte, etc., hasta que Carlos III, en 1785, prohibió más de dos mulas o caballos en los coches, berlinas y demás carruajes de rúa.

Felipe II prohibió en 11 de octubre de 1579 las carrozas con seda y guarniciones de oro y plata.

Felipe III, por pragmática dada en San Lorenzo a 2 de enero de 1600, y luego por otras publicadas en Madrid a 3 de enero y 7 de abril de 1611, prohibió los forros, cubiertas y bordados de oro, plata y seda en las sillas de manos, coches y literas.

Felipe V, en 5 de noviembre de 1723, dispuso el adorno que debían tener los coches y sillas de mano, con arreglo a lo mandado en la ley precedente.

Felipe III, por pragmática de 1604, y por otra de 1611, prohibió usar los hombres de sillas de manos.

El mismo monarca, en 3 de enero del referido año de 1611, limitó el uso del coche a determinadas personas, en cuya pragmática se leen las disposiciones siguientes: «Que persona alguna de cualquier estado, calidad y condición, pueda hacer ni mandar hacer coche de nuevo sin licencia del presidente del Consejo.

»Que nadie pueda andar en coche de rúa en ninguna ciudad, villa o lugar de estos reinos, sin licencia de S. M. Pero permitimos —continúa la pragmática— que las mujeres puedan andar en coche, yendo en ellos destapadas y descubiertas, de manera que se puedan ver y conocer; con que los coches con que anduvieran sean propios y de cuatro caballos y no de menos: y permitimos que las dichas mujeres puedan llevar en sus coches a sus maridos, padres, hijos y abuelos, y las mujeres que quisieren, yendo destapadas, y yendo las dueñas del coche con ellas; y entiéndase que en los de sus amas puedan ir las hijas, deudas o criadas de aquella familia, aunque ellas no vayan dentro, y también permitimos que los hombres que tuvieron licencia nuestra para andar en coche puedan llevar en ellos a los que quisieren yendo ellos dentro.

»Otro si mandamos que las personas que tuvieran coche no le puedan prestar, etcétera.

»Que ninguna persona pueda ruar en coche alquilado en la corte —y concluía mandando—: que ninguna mujer que públicamente fuere mala de su cuerpo y ganare por ello, pueda andar en coche, ni en carroza, ni en litera, ni en silla en esta corte, ni en otro algún lugar de estos nuestros reinos, so pena de cuatro años de destierro de ella con las cinco leguas y de cualquier otro lugar y su jurisdicción adonde anduviere en coche, carroza, litera o silla, por la primera vez, y por la segunda vez traída a la vergüenza públicamente y condenada en el dicho destierro».

En la aclaración de esta ley, que se publicó en 4 de abril del mismo año, se estableció, entre otras cosas menos importantes, que la prohibición de ruar en coche se entienda en todas las ciudades, villas y lugares de España; que en cuanto se permite a los hombres que tienen licencia para andar en coche, que puedan llevar en él a los que quisieren llevando hombres, mas siendo mujeres, sea solamente a sus mujeres propias, madres, abuelas, hijas, suegras y nueras; y que los hijos de los que tuvieran licencia para andar en coche, puedan andar en ellos, aunque los padres no vayan dentro, hasta la edad de diez años y no más.

Según nuestras leyes recopiladas, estaba prohibido el uso del coche u otro carruaje en la corte los tres días últimos de la Semana Santa; esto es, durante el jueves, viernes y sábado, bajo una determinada pena, salvo con licencia del alcalde del cuartel dada por escrito, etcétera.

La etimología de carroza se deriva del italiano carroccio, que significa un carro de cuatro ruedas, sobre el cual llevaban antiguamente los italianos sus estandartes al ir a la guerra; al paso que otros se inclinan a creer que viene del latín carruca, nombre de una especie de carro para conducir gente.

El carruaje dicho berlina se llama así porque fue inventado en Berlín, capital de la Prusia. Felipe Chiese, primer arquitecto de Federico Guillermo, elector de Brandeburgo, fue el inventor de ella.

Otros quieren que el honor de su invención se deba a los italianos, y que este nombre se derive de berlina, nombre que ellos dan a una especie de catafalco en que hacen subir a los reos que exponen a la vergüenza pública.

La especie de coches de alquiler llamados fiacres y también simones, tomaron el nombre de la posada Saint-Fiacre, de París, en la calle de Saint Martin, en la cual residía su inventor, llamado Suvage, en tiempo de Luis XIV, y de su primer conductor, que se llamaba Simón.

Los carabás eran una especie de carruajes ómnibus, que principiaron a usarse para ir de París a Versalles y a Saint Germain.

Usáronse también unos coches llamados birrotones, porque sólo tenían dos ruedas, y fueron de los primeros que se generalizaron en Madrid cuando la Invención de los coches.

El nombre de los llamados media fortuna aludía a que eran coches de menos capacidad y tirados por sólo una caballería.

Los volantes se llamaron así por su ligereza y por la rapidez con que marchaban.

Los carruajes conocidos con el nombre de mensajerías, diligencias, etc., fueron establecidos por primera vez en Francia a cuenta de las universidades literarias, para la conducción y transporte de los estudiantes en ellas. Los conductores eran responsables del comportamiento de los escolares durante el viaje.

En 1595 Enrique III de Francia estableció mensajerías reales, concediendo desde entonces a la Universidad de París cierto derecho sobre ellas por vía de indemnización, que cobró hasta el año 1719.

Muy luego el público comenzó a encargarles algunas cartas y la conducción de ciertas mercancías, tomando el mayor desarrollo.

En 1818 se establecieron en Barcelona.

En 1825 se crearon en París, luego en Londres, y sucesivamente en Barcelona, una especie de mensajerías para el transporte de personas y efectos de un cuartel de ciudad a otro, a cuyos carruajes por su gran capacidad se les dio el nombre de ómnibus.

¡Cuánto va de ayer a hoy! Recuerdo las polvorientas carreteras de mi infancia con escasos coches circulando por ellas, de vez en cuando un carro, el polvo se amontonaba en las cunetas, lo que hacía mis delicias cuando lo cogía. Cuando llovía aquel magnífico polvo blanco se convertía en un barro repugnante. Por las carreteras se veían las boñigas de los bueyes que arrastraban carretas, los montones de estiércol de los caballos. Las llantas metálicas de los carros destrozaban el piso y, de vez en cuando, un peón caminero echaba unos pequeños capazos de arena y piedrecitas. Los coches pasaban a 60 u 80 km por hora y nos parecían centellas. Los autobuses traqueteantes y asmáticos llevaban en la baca un banco de madera, allí se apelotonaban, mezclados con los paquetes y bultos, los viajeros que menos pagaban. ¡Cuán lejos está aquello!