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Despertó con el sonido del agua y el barco en movimiento. Aún estaba vestido tal como se había tirado sobre el lecho, pensó que demoraría en dormirse y fue tocar la cama y quedarse completamente dormido. Despertó y se sentó. Alguien había entrado y dejado su maleta de viaje. Seguramente Williams. Al parecer había ingresado al cuarto que alquiló hasta la noche pasada y le habían traído sus cosas. Ni siquiera había pensado en ellas esa noche. No solo su ropa sino la carpeta de cuero. Sonrió y se levantó. La abrió y sacó de ella un fajo de bocetos sobre El Amo del Mississippi que había ido haciendo desde que lo vio por primera vez. Mostraban un Amo muy diferente al que se veía. Había pensado en remodelar cada rincón dándole el viejo esplendor que alguna vez tuvo como barco de lujo y había ido reflejando cada cambio en carbonilla. Se tomó el tiempo de mirarlos uno por uno.
Cuando sonó el silbato indicando que se abría la hora de desayunos para quienes se levantaban temprano guardó con cuidado cada boceto y buscó cambiarse. Necesitaba un baño, pero esperaría. Se cambió de ropa y bajó. Tenía mucho que hacer.
El restaurante tenía el mismo aspecto de todos los días. La cocinera y las dos mucamas servían a los mismos clientes con los que había compartido los últimos cinco días. Esta vez lo saludaron muy efusivamente entre medio de felicitaciones por la excelente jugada.
—Eso se llama suerte Colt —afirmó uno de los dos jugadores con los que solía encontrarse todas las mañanas en el desayuno. A Colt le gustaba dibujar a horas muy tempranas y los hombres compartían sus gustos madrugadores.
James saludó amablemente pero no contestó, no creía que en el juego interviniera la suerte. Era matemática pura, más una buena dosis de tozudez y locura. Había ganado, era cierto y muchas veces antes había perdido ante mejores que él. Lo que sí tenía muy en claro es que el juego había sido el medio para convertirse en el dueño de su propia vida y no cometería los mismos errores de Bogart: él no volvería a apostar ni a jugar en lo que le restaba de vida. Anoche se había despedido con ese póquer de color real. Aceptó las felicitaciones, aceptó la charla y el desayuno simple de café con pan. El menú también cambiaría. Tendría que hablar con la cocinera.
Estaba terminando de almorzar y ya estaban atracando en Louisiana. Desde donde estaba empezó a ver como los pasajeros descendían. Tardarían, probablemente, toda la mañana en desalojar el barco. Suficiente tiempo como para tomar decisiones.
El capitán Williams ingresó con unos papeles en la mano, lo saludó con una exagerada inclinación de cabeza. El hombre tendría unos cincuenta o sesenta años, su cabeza se veía completamente blanca. No era común que un negro fuese el capitán y piloto pero hasta ahora el hombre se había comportado muy decente y eficientemente.
—Buenos días señor Colt.—Williams, ¿desayunó?
—No señor, aún no.
—Bien, siéntese.
Hizo una seña a una de las camareras que se acercó rápidamente.
—Traiga el desayuno para el capitán.
La mujer lo miró como si tuviera dos cabezas.
—¿Aquí?
—Sí. Aquí. Tenemos mucho trabajo.
La mujer giró rápidamente casi corriendo y notó que la cocinera y la otra empleada giraban su rostro hacia él.
—¿Pasa algo? —preguntó James a Williams mirándolas.
—Es que jamás se ha permitido a nadie del personal comer en el restaurante señor. Solo están sorprendidas.
El hombre estiró su mano y le entregó los papeles prolijamente ordenados. La letras indicaba poco ejercicio pero era prolija, pequeña y sin errores. Con un rápido vistazo comprendió que ese era el inventario que le había pedido. Solo que era tan completo que incluía hasta la vajilla de la cocina.
—¡Vaya! —dijo mirando por encima lo que estaba escrito. Levantó la cabeza hacia Williams e hizo un gesto de sorpresa, en verdad no esperaba algo tan detallado y bien hecho—. Siéntate Williams, desde ahora desayunarás aquí si lo deseas. Vaya, vaya —susurró sorprendido por la cantidad de información y detalles que veía.
—Debes haberte pasado la noche entera haciendo esto.—Yo no lo hice señor. Fue el chico.
—¿El chico? —preguntó sin quitar la vista de la lista ante sus ojos—. ¿Qué chico?
—Blue.
—¿Qué es esto? —preguntó alarmado.
La cara de “no sé de qué habla”, fue la respuesta que recibió. Le mostró el papel que leía y Williams solo agregó:
—Yo no sé leer señor Colt.
Esta vez la cara de sorpresa fue la de James.
—Entiendo. Dice “Esclavos”.
—Ah, eso. Sí señor, son sus nuevos esclavos.
—¿Mis nuevos esclavos? ¿De qué hablas?
—Todo el personal del Amo fue comprado por el señor Bogart.
—¿Qué?
—Todos los empleados del casino, señor Colt, le pertenecemos.
—Eso es una locura. Yo gané un casino, no uno, dos, tres… ¡¿ocho personas?!
—Sí señor Colt.
—Bogart no dijo ni una maldita cosa sobre ello.
—No señor.
Releyó la amplia lista una y otra vez y al final pidió.
—Llámalos. A todos. Quiero hablar con ellos.
—¿Los esclavos?
—Sí, Williams llama a los esclavos.
Cinco minutos después todos los empleados del Amo estaban alineados frente a él. James pasó la vista por todos. William y la cocinera estaban cerca de la misma edad, las dos empleadas, y los hombres no bajaban de los treinta y un muchacho tan delgado y escuálido que no parecía superar los dieciocho años. Empezó por él.
—¿Cómo te llamas?—Blue, señor, Blue Anglat.
Entendía perfectamente el nombre que le habían puesto. Era un mestizo, piel cobriza ojos azules, pelo crespo rubio. Padre o madre negra, no había duda de ello. Casi un niño. ¿Qué haría ahí además de escribir? No lo había visto antes.
—¿Escribiste el informe?El jovencito se puso rojo. Miró a Williams y este le hizo una seña de asentimiento.
—Es el único que sabe escribir señor Colt —afirmó William.
James dirigió su mirada hacia Blue y éste afirmó con la cabeza.
—Entiendo. Rosie cocina y ustedes, Cora y Ada ayudan y además son las mucamas —afirmó.
Las mujeres asintieron.
—¿Quién es Byron?
—Yo Señor.
—Aquí dice que eres el maquinista.
—Sí señor, desde hace 20 años.
—Entiendo, y dos marineros, Dermont —uno de los hombres levantó su mano— y Phillip —el mencionado también levantó su mano.
—¿Cuánto reciben de paga? —preguntó golpeando un lápiz sobre la mesa.—¿Recibimos señor? —preguntó Williams— Nada.
—¿Nada?
—No señor. Nosotros somos… propiedad del amo Bogart… éramos, sí, éramos.
—¿Trabajan por… cama y comida?
—Sí señor.
—Bien. Así están las cosas desde ahora en adelante. No creo en eso de amos y esclavos. Hubo una guerra y eso se acabó. Ya no hay esclavos solo hombres libres. Y ustedes lo son.
—¿Nos pedirá que nos vayamos? —el tono de la cocinera era de preocupación.—¿Qué se vayan? No. Bueno, si alguien quiere irse puede hacerlo. ¿Alguien quiere irse?
Nadie contestó.
—Entonces se les pagará un sueldo, que no será mucho hasta que sepa cuánto puede ganar El Amo del Mississippi, pero les repito el que quiera quedarse se puede quedar, y el que quiera irse será indemnizado… creo.
—¿Indemnizado? ¿Qué significa eso señor?—Que te pagarán por tu trabajo —adelantó Blue.
—Exacto —agregó James mirando a Blue.
—Señor, perdone… nosotros no tenemos adonde ir —Williams lucía preocupado.
—Este barco entrará a reparaciones y luego se le realizarán algunas modificaciones. Eso significa que no tendrán dónde dormir ni comer durante algunos días, mejor dicho —miró a todos, respiró profundamente y acotó— tendremos que buscar un lugar para hacerlo. Bien nos preocuparemos por eso cuando lleguemos a Orleans. ¿Y eso será cuando Williams?
—Mañana en la mañana señor Colt.—Bien, ahí veremos cómo nos arreglamos. Hice una lista de las cosas que quiero todos los días… —miró a Blue que se había mantenido callado y con la vista baja— Blue —dijo esperando que levantara la cabeza para mirarlo— ten. Serás mi mano derecha hasta que las cosas tomen el ritmo que quiero —y extendió su brazo con un escrito en la mano. El joven lo tomó.
—Retomen sus actividades, Blue les informará más tarde qué quiero. Blue, cuando lo hayas hecho regresa tenemos que hablar.El muchacho solo asintió.
—Gracias señor Colt —dijo Williams que parecía tener la representación de todos.
Colt solo asintió y los empleados salieron del salón. Miró sobre su mesa el inventario que había escrito Blue y lo releyó. La base de su futuro. Con excepción del Amo, nada de interés que pudiera servir para nada, y ¡ocho esclavos! No había pensado que tendría que cuidar de ocho personas. Tal vez su magnífico padre no considerara que era digno de llevar su apellido, pero había aprendido de su abuelo que un Colter siempre se hacía cargo de sus responsabilidades. Y ahora tenía ocho impensadas. Lo que era un problema que no había previsto.
Levantó la vista y vio al muchachito delgado con la vista baja esperando por él. Ni siquiera lo había oído entrar.—Siéntate Blue. ¿Desayunaste?
La pregunta o el pedido debieron sorprenderlo porque por primera vez levantó su mirada y sostuvo la suya. Sus ojos, profundamente azules, destacaban sobre el color de su piel. Un mulato, sin duda. Su cabellera rubia y rizada no muy larga se veía atada en una cola. Hizo una seña a la cocinera y dijo en voz alta.
—Rosie, trae otro desayuno, ¿es que nadie desayuna en este barco?—No señor —le respondió la mujer entregando a Blue una taza de café con un pedazo de pan—, y menos en este salón. Estaba prohibido para los empleados, excepto los que trabajamos aquí.
—Rosie, ¿crees que podrías mejorar el desayuno, con algo de huevos, tocino, y dulce?—¿Ahora?
—Ahora.
—¿Para usted?
—Para todos.
—¿Todos? ¿Cuándo dice todos habla de los empleados?
—Hablo de todos.
—¿Sabe lo que le va a costar? Colt sonrió.
—Sí, lo imagino, seguiré pobre. Rosie, desde anoche no debemos preocuparnos por el dinero ni por lo que gastamos. Podremos darnos el lujo de comer mejor. Así que deja de preocuparte y por favor aliméntanos mejor, ¿sí?
—¡Válgame Diosito, eso sí será algo digno de ver! —la mujer giró e ingresó a su cocina.Miró a Blue. No había tocado su magro desayuno.
—¡Come! Dime Blue, ¿por qué está tan sorprendida?
—No se nos permitía ingresar al comedor, y mucho menos comer lo que se servía a los huéspedes.
—El peor servicio que haya conocido por cierto. ¿Por qué?
—No se permitía… señor.
—Entiendo… esa cosa de… ser propiedad de Bogart… ¿algo así?
—Algo así.
—Tu inventario me ha impresionado. ¿Quién te enseñó a escribir?
Blue se puso rojo.
—Nadie, señor.
—¿Nadie? ¿Aprendiste solo?
Blue cabeceó afirmativamente.
—Eres el único que no tiene un trabajo fijo en el barco. ¿Exactamente qué cosa haces?
—Yo… ayudo… a todos. —¿Cómo?
—Cuando Jonas, el señor Williams, está cansado, soy el piloto; cuando Rosie se enferma, cocino; si hay muchos huéspedes limpio, si hay que cargar… esas cosas.
—Necesito que te ocupes de todas las cosas personales que Bogart dejó, quítalas de mi camarote.—¿Qué quiere que haga con ellas?
—Lo que quieras. Cuando lleguemos a Orleans vamos a ir de compras, necesito que me hagas una lista de todas las cosas que se necesitan comprar desde la cocina, hasta las mesas de juego.
—¿Todas?—Todas… ¿crees que son muchas?
—Sí señor.
—Bueno, lo llamaremos inversión. Ahora quiero ver el barco, y supongo que lo conoces de arriba abajo. Termina tu café y vamos.
2
“No juegues con desconocidos”Las reglas del juego.
El Amo del Mississippi estaba anclado en Boudini’s. La buena noticia: estructuralmente el estado era muy bueno, volver a pintar y cambiar y modernizar sus motores a vapor; la mala: el resto era una desastre. Había que tirar todo, desde los platos hasta las mesas, pero valdría la pena. Lo que más lo había impresionado eran las condiciones de vida de los empleados, dormían en el suelo, sin ningún tipo de comodidad, no se les permitía ni usar el agua para el baño, así que se bañaban en el mismo río o en un balde dentro de su camarote. En cuanto le ordenó a Blue agregar las necesidades para ellos, él muchacho desapareció. Horas después regresó con tres listas: una de necesidades básicas, la de necesidades urgentes y la de necesidades. Esta última incluía colchones, sábanas, cortinas… terminó sonriendo. Lo hizo llamar y esperó leyendo las listas.
—¿Eran necesarias tres listas Blue?—Sí señor.
—Bien, quémalas —le había pasado las dos primeras listas—. Incluiremos a esta en las compras que haremos. ¿Te ocupaste de tener todo listo?
—Sí.—Por favor quieres quitar esa expresión de tu cara. Me asustas. ¿Qué hiciste con las pertenencias de Bogart?
—Las… repartí señor.
—Bien —miró la ropa que el muchacho tenía puesta. Por lo grande que le quedaba seguro habían pertenecido a Bogart. Esa mañana todo el mundo lucía ropas nuevas y a todos les quedaban grandes. Sonrió. Y regresó su mirada a la lista en sus manos. Abrió su carpeta de cuero y sacó un papel con otra lista ordenada—. Agrega también esta lista. Creo que con ella tenemos todo lo que necesitamos.
Blue recibió el papel y le dio una leída. Una lista enorme de papel y pinturas. Alguien se dedicaría al arte. Levantó su cabeza hacia el hombre desconcertado.
—¿Alguna pregunta? Negó con la cabeza.