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“No juegues si no conoces las reglas del juego”Las reglas del juego
Todos los presentes exclamaron al mismo tiempo en que James Colt mostró sus cinco cartas sobre el verde tapete de la mesa de juego. Y supo que acababa de convertirse en el dueño de su propia vida. Después de diez malditos años vagando de mesa en mesa acababa de lograr la única cosa que había deseado desde que supo de El Amo del Mississippi y todo se lo debería a una escalera real de color. Este momento jamás se borraría de su memoria. La mejor jugada posible para el mejor botín del mundo: el barco casino sobre el que estaba.
Alfred Bogart, no podía creer que su póker de 9 hubiera sido vencido. ¿Cuántas veces en una mesa de juego se produce una escalera real de color? Nunca. O casi nunca. Pensó que ganaría, estaba seguro de que lo haría, hacía quince años que manejaba el Amo y se conocía todas las triquiñuelas habidas y por haber del juego y acababa de perder su mejor posesión. El rostro de todos los presentes estaba sobre él.
—Tienes que darme otra oportunidad.—Te lo dije Bogart, te dije que esta era la última.
—Pero no puedes negarme la revancha.
—Acabas de jugar tu revancha. ¿Recuerdas? Esta fue la revancha de la revancha.
Sí, acababa de hacerlo, había sobre la mesa casi un millón de dólares, una suma monstruosa y pensó que sería suya. Sintió que era suya. Era el mejor jugador de póker del país, por eso apostó El Amo del Mississippi. No pasó por su cabeza la posibilidad de perder. El Amo jamás había tenido una mesa con ese volumen de apuestas. Debió pensar que la suerte lo había abandonado. No quería perderlo y apostó el casino. ¡Y acababa de perderlo!
—¡Maldito! Tienes que darme la revancha —gritó levantándose enfurecido.El hombre frente a él ni se inmutó. Solo lo miró.
—Te lo dije Bogart. Te pregunté tres veces si estabas dispuesto a perder el casino. Y dijiste que sí. Mira a tu alrededor, son mis testigos.
Tenía razón, si no acataba sus propias leyes, perdería el casino de la misma manera, porque nadie jugaría en él. Comprendió que estaba solo.
—¿Quién es el capitán? —preguntó James.—Yo señor —se escuchó desde el fondo. La gente se abrió para dejarle paso a un hombre vestido de negro.
—Disponga que el señor Bogart sea llevado a tierra firme.
—Sí señor.
—Bogart, puedes llevarte lo que desees. El capitán… —lo miró a los ojos esperando que se presentara.
—Williams, señor. Jonas Williams.
—El capitán Williams te esperará, y te ayudará con todo lo que quieras llevarte.
—Sí, claro. Señor.
El capitán miró a su ex jefe y esperó que el hombre se pusiera en movimiento.
—¿Qué tal una ronda para festejar mi buena suerte? —ofreció cuando los dos hombres salieron de la elegante pero raída sala.
Los gritos de todos animaron el ambiente.
James Colt simplemente se sentó y miró todo el dinero sobre la mesa. Buscó a un camarero y lo atrajo con una señal de su dedo índice. El hombre de color vestido con un frac negro que había tenido épocas mejores se acercó rápidamente hasta él.
—Trae algo en donde quepa este dinero.—Sí señor.
James soltó el aire que no se había dado cuenta había mantenido contenido desde el instante en el que supo que Bogart no se retiraría solo habiendo perdido su dinero y la única cosa que la quedaba por jugar era el casino. También sabía que no sería tan fácil y sencillo sacar al hombre de su vida. Bogart tenía una mala fama bien ganada. Miró a todos tomando una copa en su nombre. Era un hombre rico. ¿Qué pensaría su respetado padre al saber que la oveja negra de la familia Colter Brigthon se acababa de convertir en el dueño de un casino? Seguramente atusaría su bigote y ni siquiera le dedicaría una palabra. De hecho para su padre había muerto en el mismo instante en que lo encontró follando con el hijo de su socio. Ese día hizo que lo sacaran de la casa con lo que tenía puesto. Acababa de cumplir los 15 años. Ese mismo día aprendió que solo su inteligencia lo salvaría de morir de hambre en las calles de Boston.
Las dos sirenas simultáneas sonaron como si nada hubiera cambiado en el Amo comunicando a todos que por esa noche no habría más juego. Todos protestaron. El día había sido realmente emocionante: la gran jugada, una maratónica sesión de juego de casi 20 horas corridas, con un resultado inesperado: el cambio de dueño. El Amo del Mississippi había pasado hacía tiempo sus mejores épocas. La inercia e ineptitud de su dueño la habían ido arrumbando y la poca ética había ido dejando caer el prestigio que alguna vez supo tener. James miró todo a su alrededor mientras caminaba observando lo que ahora le pertenecía. Palpó el papel que lo acreditaba como dueño y se quedó más tranquilo al constatar su presencia bajo su elegante chaqueta. Era suyo. No había marcha atrás. El Amo del Mississippi, no solo era un casino flotante sino un hotel para aquellos jugadores que creían que el juego les salvaría la vida. Qué ironía que el hombre que estaba guardando en una valija casi un millón de dólares y acababa de ganar un casino en una mesa de póker sentía que el juego era solo un trabajo más, como llevar una hacienda o ser banquero.
—El señor Bogart fue llevado a tierra, señor.—No quedó muy contento ¿no?
—Me temo que no señor.
—¿Qué cosas se llevó?
—Los cuadros, sus joyas, pidió que sacaran las cajas de champagne de la bodega, y todo lo que tenía en su caja fuerte.
—¿Dinero?
—No lo creo señor. Se jugó todo.
James sonrió. Él tampoco lo creía. Habían apostado casi medio millón cada uno. Suponía que había apostado hasta el último centavo que tenía.
—Deberá… cuidarse —agregó el capitán del barco.—No te preocupes. Capitán Williams, quiero que les avise a todos los clientes que se están retirando que a partir de mañana el Amo quedará fuera de servicio por unos cuantos días, que será remodelado y se reinaugurará en el término de un mes. Qué están todos invitados a participar de ese acto en el puerto de New Orleans y gratis. Mañana al mediodía no quiero a nadie en el barco.
—Sí señor.—Y necesito un inventario de las cosas y las personas que trabajan en el barco. Y mañana en cuanto el último cliente se retire se dirija al puerto de Orleans, el astillero Boudine’s se ocupará de lo que quiero hacer.
—¿Lo venderá?—¿Vender? No señor Williams, solo vamos por mejoras y algunas reformas.
—Hace más de diez año que no se hace nada por el Amo.
—Bueno —miró la valija llena de dinero— ahora tenemos con qué hacerlo. ¿Me indica dónde queda mi camarote?
—Claro que sí.
El Amo tenía tres pisos, en el primero se encontraba el casino, con mesas para 500 jugadores. El segundo, los camarotes y el tercero, el restaurante y las dependencias del dueño. Los empleados dormían en el subsuelo.
Cuando ingresó al camarote del dueño, el desorden dentro de la habitación estaba siendo arreglado por dos empleadas. James miró a Williams y le dijo:
—Gracias Williams.—¿Gracias? Yo no… —negó con las manos.
James no lo dejó terminar.
—Dejen eso ahí —pidió a las mujeres— mañana pueden seguir. Necesito dormir.
Las mujeres salieron sin decir una sola palabra. Giró hacia Williams y le dijo.
—Capitán, necesito que mueva el barco. ¿Puede hacerlo?
—Sí señor. ¿Hacia dónde quiere ir?
—Iremos a Nueva Orleans, pero esta noche aléjese de la costa. Por las dudas que Bogart decida que hay otras maneras de recuperar su dinero además de con una baraja.
—Bien señor, no se preocupe. Estaré en movimiento y mañana atracaremos en Orleans.El hombre intentó salir pero se detuvo. James lo miró con atención.
—Bienvenido señor Colt.
—Gracias —respondió.
Cuando Williams cerró la puerta detrás de él miró el cuarto. Desordenado pero limpio. En verdad necesitaba dormir. Hacía más de cuarenta y ocho horas que no dormía y estaba seguro que se acostaría y se despertaría a fin de año. Abrió la ventanilla y dejó que el aire entrara. Estaba acostumbrado a dormir en tugurios desde hacía mucho tiempo. La Guerra Civil había afectado a todos los barcos del Mississippi pero tenía el dinero para recuperar su antigua gloria. En cuanto el barco se reacondicionara buscaría los clientes que el Amo merecía. Cuando despertara recorrería cada palmo de su nueva casa y decidiría lo que faltaba.
Se miró en el espejo y sonrió.—James Colt, lo has logrado.
Le había demandado más de trece años llegar a donde estaba. Y ahí se quedaría.