21

Dereck regresó junto a Deanna. Ella estaba sentada donde la había dejado. Se dejó caer junto a ella recobrando su forma humana ya vestido.

—Ven mi alma, busquemos ayuda.

La izó sin esfuerzo y caminó con ella hacia las casas más cercanas. Jules North la había llevado casi a la periferia de la ciudad. Caminó con ella en brazos. Ninguno de los dos dijo una sola palabra.

Dereck había pasado los más largo minutos de terror de su vida. Supo en el preciso instante en que Deanna se sintió en peligro. Gabriel tenía toda la razón del mundo, el Nehann o lo que fuera, había logrado entre ellos una vinculación que iba más allá de lo sexual. Una vinculación que les permitía no solo sentir lo que el otro sentía, sino escuchar, ver, ser parte como si fuera su cuerpo y no el de Deanna. Pensó que no llegaría a tiempo, y ese pensamiento fue el más terrorífico que hubiera sentido alguna vez. Había sentido la bala rozando su mejilla, identificó su olor, su quemante presencia, un látigo de fuego marcándola. La certeza de que podría haber muerto lo había destrozado y había sentenciado la vida de Jules.

Su rostro se endureció. No habría piedad para él.

Caminó hasta la primera casa que encontró. Una joven mujer levantaba algunos juguetes del jardín. Cuando los vio se irguió y se quedó mirándolos.

—¿Podría ser tan amable de prestarnos un teléfono? Hemos tenido un… accidente.

La mujer reaccionó rápidamente.

—Por supuesto. Venga. ¿Ella está bien?

—Sí. Solo algo asustada.

Dereck dejó a Dee sobre un sofá y tomó el teléfono que la mujer le había acercado. Marcó un número y esperó. Mientras atendían le pidió a la mujer.

—¿Podría darle un vaso con agua?

—¡Por supuesto! Ahora se lo alcanzo.

—Reno, soy Dereck.

—¿Dónde estás? MacMillan acaba de llamarme diciendo que ni tú, ni Deanna ni Jules habían llegado a su despacho. ¿Qué pasa?

—Es largo de contar. Necesito que me envíes un vehículo a… —miró a la mujer y ella reaccionó respondiendo:

—Custer 798 de Manor Land.

—Ya lo escuché. Está en camino. ¿Todo está bien? Deanna…

—Está bien. Algo asustada, pero bien. Reno, Jules está en Washington, necesito que investigues dónde. Estaré en el departamento de Gallia. Llámame ahí.

Dereck cortó la llamada y miró a Deanna tomando agua. Se acercó hasta ella y se acuclilló a su lado buscando su mirada.

—¿Mejor?

—Sí. Dereck… —Deanna bajó el tono de su voz hasta convertirlo en un susurro— Jules fue el autor de todos los atentados, de todos… los que Oliver tuvo en su vida.

—No te preocupes. Ya pagará.

Los ojos de Dee se llenaron de lágrimas.

—Mató a Oliver y a Dominic y casi te…

—Shhh, no pienses en ello.

Dereck se puso de pie, se sentó a su lado y la abrazó. Una vez más la dejó llorar.

Eso se acabaría.

Jules North no volvería a hacer sufrir a su mujer nunca jamás

Dereck cerró suavemente la puerta del dormitorio del departamento que Gallia tenía en la capital del país. Solo lo usaban ocasionalmente por lo que era un departamento puramente funcional. Muebles de gruesa madera, cómodos y prácticos. Deanna se había quedado dormida. Un médico había revisado sus heridas. La bala había más que rozado su mejilla, quedaría allí una cicatriz que le recordaría de por vida lo pasado; su tobillo tenía un fuerte golpe y le habían colocado una apretada venda por precaución. Con algunos días de cuidado quedaría bien.

El sonido del celular en vibración lo empujó a alejarse de la puerta. Se acercó hasta el balcón y salió para atender.

—Reno.

—Encontré algo curioso. Nadine Gordon, es una simple secretaria del departamento de lengua en la universidad donde North es titular, y ha comprado una casa en Roseville. ¿No te parece una extraordinaria coincidencia?

—¿Roseville? Eso está como a unos veinte kilómetros de Washington.

—Dieciocho para ser exactos. Te estoy enviando la ubicación por WhatsApp. ¿Necesitas ayuda?

—No. Yo me haré cargo. Gracias Reno.

—¿Deanna está bien?

—Sí, el doctor le dio un calmante. Está bien, durmiendo.

—Cualquier cosa… ¿me llamas?

—Sí lo necesito, te aviso.

Colgó y guardó el teléfono en su bolsillo.

Sabía cómo se manejaba North. Debía estar sintiéndose seguro, preparando una coartada para desligarse de la denuncia de Deanna. Podría fingir que Deanna estaba inventando lo sucedido como una manera de impugnar su testamento, o mil linduras más. Le constaba que no tenía testigos. Pero no habría denuncia alguna. Nada de eso.

El lobo estaba de cacería.

Sonrió.

El lobo cuando va detrás de una presa se toma su tiempo, espera hasta encontrar la oportunidad que se sienta confiada e indefensa, esperar es parte de la naturaleza de sus weres, esperar tranquilamente hasta asegurarse que solo habrá un único resultado y un ganador: el lobo.

Cerró la puerta del balcón y regresó al dormitorio. Deanna descansaba después del sedante que le dio el médico. Tocó su frente para cerciorarse que su temperatura fuera normal; escuchó los latidos de su corazón, acompasados y firmes, acomodó un largo mechón de cabello hacia atrás y se recostó a su lado. La atrajo hacia sí y él también se entregó al sueño abrazándola.

La inquisidora lengua lo puso duro. Se movió suavemente acomodando mejor su cuerpo para que la dueña de esa lengua pudiese ejercer su magia. No abrió sus ojos, se entregó al placer que recibía con una semi sonrisa en sus labios.

Si ella seguía succionándolo así podría derramarse en su boca y no podía correr ese riesgo, su naturaleza were podría lastimarla, así que estiró sus brazos y la tomó de los suyos para subirla sobre su cuerpo. Ella lo besó en la boca, enredándose en su lengua, jugando escondidas y encontrándose para enlazarse con la misma férrea decisión como su cuerpo se anudaba a ella. Cuando la soltó giró con todo su cuerpo y la puso debajo de su cuerpo. Dereck tomó el mando, bajó su cabeza y se pegó a su pecho con el mismo afán conquistador con que su lengua lo había despertado. Pronto el dulce botón que fue lamido, raspado y mordido se convirtió en un duro bastoncito que latía en eco con los gemidos de su dueña. Dereck dedicó la misma atención a su gemelo hasta dejarlo igual de satisfecho, luego comenzó un lento descenso por su duro abdomen, su suave pelvis, bajando cada vez más hasta encontrar el otro duro botón palpitante de deseo. Primero lamió el profuso mar en que se había convertido Dee, luego lo tomó entre sus dientes; sus colmillos lo rasparon y el grito de su dueña inició el primero de una serie de orgasmos. El grueso dedo índice de Dereck se introdujo en ella y sus gritos comenzaron a levantar las cosas a su lado. Tan enloquecido como Dee, Dereck se movió para penetrarla y esta vez el grito de sentirse apretado en esa mojada vaina provino de él. Y Dereck se impulsó en una danza atávica y ancestral buscando hacer de dos cuerpos y almas una sola. Un nuevo orgasmo la golpeó en el mismo instante que en sintió los afilados dientes del tigre hundirse salvajemente en su hombro. Dee gritó y Dereck se empujó en ella con mayor fuerza. De pronto Dee fue consciente de dónde estaban: en el aire mismo sobre la cama y gritó:

—¡Estamos… levitando!

—Sí, lo… sé.

Fue el último instante de coherencia antes que todo a su lado iniciara una titánica lucha contra la fuerza de gravedad. Las cosas en toda la habitación, incluyéndolos, volaban y se mecían como si estuvieran debajo de alguna fuerza gravitacional.

Cuando ambos cayeron sobre la cama como dos globos desinflados sin gracia ni garbo alguno, aun anudados, comenzaron a reír. El ruido de todo a su alrededor cayendo sordamente agrandó la risa.

—¿Qué fue eso? —preguntó Dee.

—No lo sé… pero fue increíble.

—Tendremos que repetirlo —pidió Dee.

—Deja que recupere mi… aliento —pidió Dereck completamente agotado, mientras aun reía y se preocupaba por acomodar su enorme cuerpo al lado de Dee mientras pasaba su lengua por la marca sobre el hombro que lentamente iba desapareciendo.