3
Los niños corrían de un lado a otro mientras Deanna los miraba con aire ausente. Había hablado por teléfono con Oliver quien le había informado que Dereck Lenoir llegaría durante la tarde. Deanna movió la cabeza negando la evidencia. De solo oír su nombre la misma y extraña sensación la recorría de arriba abajo. Giró su cabeza buscando hasta encontrar al grupo de tres hombres vestidos de negro, que conversaban discretamente en el exterior del aula donde se encontraba. Agentes de seguridad. Una semana antes uno de esos hombres que la acompañaban desde hacía tres meses había fallecido cuando la bomba que habían colocado en su camioneta explotó.
—Dereck Lenoir —se repitió en un susurro apenas audible— el tigre…
Durante todos esos largos años había intentado convencerse a sí misma que lo que vio no existió. Lo había intentado duramente sin conseguirlo. Recordar al extraño y silencioso hombre cambiando en un segundo a un tigre aún ponía un temblor en su cuerpo. Nadie más que ella parecía recordar esa escena. Había intentado hablar con Oliver sobre ello pero él la había mirado de manera tan extraña que esa vez callaron sus dudas y nunca más las volvió a poner en voz alta. Y ahora, después de tantos años volvería a verlo.
El llanto de uno de los niños llamó su atención y acudió en su ayuda. El pequeño lloraba desconsoladamente después de haberse caído de su columpio y lastimarse la mano. Con todos sus compañeros alrededor Deanna le practicó los primeros auxilios.
Todos los niños del patio rodeaban a la mujer rubia. Cuando ingresó a la escuela, los guardaespaldas de Deanna Nilsen-North conversaban animadamente sin prestarle atención. Con sigilosos pasos los cruzó sin ser detectado. Los hombres necesitaban comprender que con esa seguridad Deanna u Oliver no sobrevivirían mucho tiempo. Se ubicó justo detrás de un viejo y frondoso árbol y observó el lugar y las debilidades de seguridad… hasta que la vio y debió recurrir a todo su control para no dejar que sus weres aparecieran. Llevaba el cabello recogido en una larga cola de caballo. Su frente completamente despejada le permitía observar, desde donde estaba, como el sol del verano aún persistía en el tono dorado de su piel. Vestía una camisola y amplios pantalones blanco. Los niños la rodeaban mientras ella hablaba con suavidad al pequeño herido. La imagen fue un verdadero mazazo para Dereck. Catorce años alejándola de su mente, intentando convencerse de que nada lo unía a Deanna North, años de pensar que Wolff, Michael, y todos sus amigos solo exageraban al hablar del Nehann. La certeza de su deseo lo golpeó con tanta fuerza como una bala de cañón. ¡La deseaba! Su parte hombre y su parte were, la deseaban como jamás había deseado a alguien o algo en toda su vida.
Giró dándole la espalda, apretando sus largas uñas, sintiendo el gusto de la sangre. Hombre, águila, lobo y tigre pugnaban por salir, tomar la iniciativa y lanzarse como un animal en celo sobre ella. No recordaba haber sentido su corazón latir de esa manera ensordecedora y rápida. Ella ejercía sobre él un influjo tan fuerte que estaba seguro no podría ni acercársele. ¡Valiente guardaespaldas!
La pelota cayó sobre él sorprendiéndolo. Había estado tan concentrado en sus sentimientos que ni siquiera la había oído venir. ¡Bravo Dereck, sigue haciendo las cosas bien! Se dijo mientras se agachaba a tomarla del suelo. Tres pequeños niños lo miraron sorprendidos de encontrarlo ahí. Le pasó la pelota a uno de ellos mientras sentía detrás de él la pequeña carrera. Supo sin siquiera darse vuelta que eran los de seguridad de North que recién se habían percatado de su presencia.
Deanna vio a los hombres correr en cuanto sintió los gritos.
—¡Niños! —Llamó en un grito. Al levantar su cabeza buscó a sus alumnos para encontrarlos detrás del grueso árbol del que colgaba un columpio. Los pequeños parecían mirar a alguien, cuando notó que los guardias de seguridad se acercaban a ellos y los llamaban pudo ver la alta figura de Dereck Lenoir aparecer a su lado. Supo de inmediato quien era, como si su mente hubiera guardado en su memoria cada célula de ese hombre. No parecía haber cambiado absolutamente nada. Aún reconocía el porte del hombre de esa única vez que lo había visto.
—El tigre —susurró.
Y un temblor recorrió su cuerpo.
De pronto, el aire que la rodeaba se agotó, respiró con fuerza intentando llenar sus pulmones mientras veía a los de seguridad rodear al desconocido. Les llevaba al menos una cabeza a todos. Lo vio hablar con los guardias y luego bajar su cabeza hasta la altura de los niños y pasarles la pelota. Lo notó. Claramente. Y algo hizo clic en su cerebro. Sus rasgos, duros y definidos se veían… diferentes. Ahora, al hablar con los niños, se habían suavizado de una manera increíble.
De pronto el hombre levantó su mirada y la vio. Su rostro cambió ante ella. Y Deanna lo vio. Fue claro y evidente que su rostro había cambiado. Los niños regresaron corriendo a su lado con la pelota en la mano y gritando:
—Dice el Señor que si nos quedamos dentro jugará con nosotros.
—¿Qué? —repitió intentando asimilar lo que había visto y sentido. ¿Qué clase de… persona era? ¿Cómo podía verse tan diferente de un segundo a otro? No solo había un tigre, real o imaginario, ese hombre parecía tener capas como una cebolla.
Los niños todos juntos intentaron explicarle, pero su mente estaba completamente absorta en lo que había visto. ¿Cuántas facetas había en ese hombre? ¿Qué clase de hombre era? Quizás el tigre fue fruto de su confusión, de la tensión vivida, de saber qué sus vidas estaban en riesgo, de los nervios del casamiento, de la oscuridad, quizás nunca hubo un tigre ahí, quizás su imaginación le jugó una broma muy pesada, tan pesada que catorce años después estaba ahí en su mente dando vueltas y más vueltas. ¿Qué había en este hombre que la atraía como mariposa a una candela?
La alta sombra que la cubrió la hizo levantar la cabeza. Deanna sabía que era alta, siempre había sido la más alta de sus compañeras en el internado. Sin embargo tuvo que levantar su cabeza para verlo. El tigre estaba parado a su lado, mirándola con esos intensos ojos verdes rasgados.
Apretó la mano del niño.
—¡Dee! —gritó el niño, tratando de llamar su atención y soltarse.
Lo hizo de inmediato, se sintió enrojecer. Tomó valor y levantó sus ojos a los del hombre.
—Señora North —la saludó. Su tono de voz recorrió su espina. Podía sentir su piel de gallina, no lo había escuchado nunca… su tono era… oscuro, profundo.
Alguien pequeño tironeó los bajos de su pantalón y sacó a Dereck de su abstracción. Nunca la había visto tan cerca, nunca la había podido oler como ahora lo hacía. Sus ojos eran tan azules que parecían negros, sus largas pestañas tenían casi el mismo tono dorado oscuro de su pelo. No llevaba una sola gota de maquillaje, su piel tenía un suave tono dorado, y Dereck podría jurar que era posible contar sus pecas.
—No se llama señora North. Se llama Dee.
—¿Qué? —le preguntó al niño que había llamado su atención, sin saber qué le decía. Contener sus weres y verla y olerla tan cerca lo había alejado de todo en un denodado esfuerzo para controlarse.
—Dee —repitió el niño—, se llama Dee.
Dereck sonrió y levantó su vista hacia ella.
—Entiendo —le respondió al pequeño ya mirándola.
En ese momento sonó el timbre.
—De… debemos… entrar —dijo casi en un tartamudeo y tiró de la mano del pequeño que tenía asido.
Dereck la vio girarse, la cola de su cabello se movió casi llegando a su cintura. Sintió su polla endurecerse.
Ni siquiera asomó la cabeza por la ventana. Se sumergió en sus pensamientos. Sabía que sus pequeños le hablaban y ella les contestaba pero si alguien le preguntara sobre qué no podría decir una sola palabra. El tigre estaba afuera, esperándola quizás. Se lo había dicho a Oliver, le había rogado que no buscara su ayuda, que con los guardias era suficiente, pero había hecho oído sordo. Si esa maldita bomba no hubiera explotado tan cerca, nada de esto estaría pasando.
Ni siquiera se atrevía a hablar con él.
Cuando el timbre que indicaba la finalización de la jornada sonó, sintió sus manos húmedas. Se encontró respirando ruidosamente y rogando:
—Que no esté…
—¿Qué dijiste Dee? —preguntó la auxiliar de la sala.
—¿Qué? Nada, es solo que… el timbre.
Alice rio alegre ante su respuesta.
Los pequeños armaron un gran jaleo recogiendo sus pertenencias mientras ella y Alice les ayudaban a ponerse abrigos, a atar cordones, a cerrar mochilas y meter dentro sus cuadernos de comunicación para el receso de vacaciones.
Después del saludo, los niños fueron corriendo hacia la salida de la escuela. Alice se despidió alegremente y ella fingió quedarse para ordenar cosas. Necesitaba armarse de valor para enfrentarlo. Cuando ya no pudo demorarse más. Respiró con profundidad y se lanzó hacia la puerta con los brazos llenos de cuadernos.
Afuera el silencio reinaba, después de tantos chicos juntos la escuela quedaba en un silencio agradable. Sin embargo ya no lo era tanto, podía sentir el sonido de su corazón bombeando con fuerza.
Al dirigirse a su auto esperó encontrar el automóvil negro que la seguía desde hacía más de dos meses. Pero no fue así. Solo había estacionada una camioneta cuatro por cuatro de color azul metálico… y al hombre apoyado con los brazos cruzados esperándola.
Dereck Lenoir, bien podría pasar por un nativo americano, de hecho su largo pelo partido al medio y recogido en una cola parecía afirmarlo. Era alto e imponente, un físico delgado, duro y sin embargo trabajado. Llevaba vaqueros y botas.
Caminó haciendo ruidos mientras pisaba la grava del sendero. El hombre tenía puestos anteojos oscuros, por lo que no podía verle los ojos. El sol casi en la línea del horizonte le daba directo en el rostro. Ella se había demorado algo más de dos horas dentro de la escuela. Pronto anochecería. Sintió frío y no supo si por el tiempo o por estar más cerca del tigre. Cuando llegó ante él lo vio retirar hacia abajo sus gafas sin quitárselas y pudo notar el color de sus ojos: verdes, intensos, rasgados, ojos de gato. Un tigre.
Él amagó adelantarse.
—¿La ayudo?
Su voz producía un extraño efecto sobre ella. Solo atinó a negar con la cabeza aferrando sus papeles como si quisiera protegerlos o como un escudo defensivo. Y se dispuso a subir. Al asiento de atrás.
Dereck levantó sus cejas y ajustó nuevamente los anteojos que había bajado. Percibió el olor al miedo que desprendía su cuerpo y se sorprendió. ¿Acaso ella le temía? ¿Sería a él o a la situación que la rodeaba? Recordó la cochera de la casa volada en mil pedazos y decidió que era exactamente eso: la situación por la que atravesaba. Rodeó el automóvil y se ubicó en el asiento del conductor.
La miró por el espejo retrovisor, ella llevaba la cabeza inclinada hacia abajo.
De la escuela hasta la casa de Oliver había unos treinta y cinco minutos de viaje, quedaba en las afueras la ciudad.
Dereck podía trabajar sin pensar. Alejar su mente y disociarse de las situaciones para tener una mejor visión. Y sin embargo no podía alejar su mente del olor que la rodeaba, fuerte miedo, impenetrable, un escudo para ocultar sus emociones. Conocía su trabajo y la responsabilidad que conllevaba asumir la seguridad de una persona y el que ella no lo conociera para sentirse cómoda lo molestaba. Buscó intencionalmente concentrarse en la ruta. El auto se deslizaba silenciosamente por el intrincado camino de curvas y contra curvas circundando altas laderas con frondosos bosques de pinos y acacias.
Después de diez minutos de tenso silencio, ni una sola palabra había sido dicha entre ambos. Dee no había levantado la cabeza de sus papeles y Dereck ni siquiera quería mirarla, pero lo hacía. Cuando podía alejaba sus ojos del camino y la observaba por el espejo retrovisor. Cada uno iba sumido en sus pensamientos.
La curva cerrada lo encontró con un desvío y sus sentidos were afloraron instintivamente.
Había hecho el recorrido cinco horas antes y no había ninguna señal de desvío por reparaciones. Bajó la velocidad y sus were captaron varios olores. Hombres, miedo…
De pronto la realidad de un bloqueo sumado a un automóvil que no era a prueba de balas explotó en su cerebro.
—¡Agáchese! —le dijo en un tono imperativo mientras asumía el control del auto girándolo casi sobre su eje. La única manera de escapar de una emboscada era retrocediendo.
Deanna no alcanzó a sostenerse, el golpe la llevó contra la puerta.
—¡Al piso! —gritó de nuevo mirándola con rapidez por el espejo retrovisor.
No terminó su oración y sintió los disparos golpear con fuerza a la camioneta. Pudo sentir la fuerza de los mismos y el sordo ruido del metal siendo abierto.
Deanna solo percibió el fuertísimo chirriar de las ruedas al girar mientras intentaba no caer al piso. El nuevo grito la decidió y simplemente se dejó llevar por la inercia. No sabía qué le dolía más si el brazo que había golpeado contra la puerta o la cadera al deslizarse al piso.
De pronto el auto pareció volar para volver a girar y desbarrancarse por una empinada ladera. El tiempo parecía moverse en cámara lenta, sabía que iba sin control hacia abajo y solo pensó en sostenerse del asiento del acompañante. Enterró la cabeza en el mismo y esperó el golpe que sabía que vendría.
No tengo frenos registró la mente de Dereck mientras intentaba determinar de donde provenían los disparos. Hombres armados y vestidos de negros, salían desde la espesura. Si no los hubiera olido antes se habría detenido para girar ante el cartel de Hombres Trabajando y se hubiera encontrado con que no tenía frenos, golpeando con fuerza la barrera. Estaba casi seguro que ahí habría algo más que madera.
El hecho de actuar de inmediato y girar bruscamente debió sorprenderlos tanto como a él reconocer que no tenía frenos, cuando logró estabilizarlo, no le quedó más remedio que meterse en la espesura del bosque y esperar que la misma naturaleza los parara. Si no chocaba con algún árbol… el auto chirrió cuando sus costados fueron aplastados para pasar entre medio de dos altos y viejos pinos. Siguieron de largo pero los árboles mermaron la velocidad lo suficiente como para guiarse hacia un promontorio. El auto saltó hacia arriba para caer rompiendo su eje. La camioneta siguió su marcha pero ya más frenada, pero dirigiéndose directo a un árbol no muy grande.
—¡Sostente! —gritó y se preparó para el golpe.
El ruido fue tan fuerte como el golpe; el agua del radiador formó una lluvia de gas y agua delante suyo, el humo blanco del motor, apareció como avisando del riesgo que corrían. Intentó sin suerte abrir la puerta del conductor, pero cuando pasó por entre medio de los dos pinos estás se habían ajustado en retorcidos hierros. Giró su cuerpo y pateó con fuerza. Debió usar toda la fuerza de sus were pero logró arrancarla de cuajo. Sin detenerse se asomó hacia atrás. Deanna estaba inconsciente. La furia lo atravesó. Dentro del auto giró su enorme cuerpo en el espacio reducido y arrancó casi de cuajo el asiento delantero y lo empujó hasta que pudo sacarlo por la puerta que había logrado abrir. Se movió con cuidado y la levantó del piso del vehículo para alzarla hacia su cuerpo. Ni siquiera se movió. Las manos de Dereck temblaban mientras la revisaba. Al menos respiraba. No parecía estar herida. Por algunos tortuosos segundos había imaginado su cuerpo atravesado por una bala. La única sangre parecía salir de su cabeza. Un hilo pequeño corría por su frente y tapaba un ojo hasta llegar a su mejilla. Con toda la angustia del mundo acercó su rostro al de ella y percibió su respiración. La herida no se veía demasiado profunda y tenía que salir de ahí. ¡Rápido! Al menos las penumbras del anochecer los ocultarían. Con absoluta premura se alejó del vehículo. Corrió con ella entre los brazos bajo los árboles y la accidentada superficie hasta que encontró la profunda raíz de un árbol ya seco. Se detuvo, la colocó casi doblada y luego rápidamente buscó ramas cortadas para cubrirla. Antes de hacerlo acarició su mejilla. No quería dejarla sola pero no podía hacer otra cosa. Podía sentir su suave respiración. Mientras más rápido se sacara a esos hombres de encima, más pronto podría verla un médico. Cuando vio que ya no se la podía distinguir retrocedió sobre sus pasos.
Un poco más de cien metros después se encontró con un grupo de cinco hombres. Supo que alguien mejor que él podría con ellos. Simplemente buscó su estado alfa. Dos cosas lo sorprendieron. No podía dejar de pensar en Deanna, esperaba que estuviera bien y a salvo y que no despertara asustada. Y por primera vez en mucho tiempo se sentía nervioso, inquieto. No se reconocía en ese hombre. Siempre pensó que era alguien frío y racional no temeroso y preocupado.
No tuvo que esforzarse por encontrar al tigre dentro de él. Con solo pensar en Deanna lo llevó a flor de piel. Como el simple ondeo de la materia el enorme felino veteado se movió hacia los hombres. Jamás te pongas frente a un tigre enfurecido. El olor de la sangre de Deanna estaba impregnado en él y la haría pagar cara.
Los hombres vestidos de negro, con los rostros tapados, tenían órdenes muy claras: eliminar a la mujer, por ello seguían rápidamente el recorrido del vehículo por el derrotero marcado de ramas quebradas. Cuando llegaron al lugar desde donde se había desbarrancado, el guía levantó su mano con la palma abierta y señaló con su dedo índice haciendo un abanico con sus manos. Los hombres comprendieron la orden y se separaron para abarcar más terreno. Camuflándose con la espesa zona verde, sigilosamente avanzaron en su búsqueda.
Si el tigre hubiera podido sonreír lo hubiera hecho. Esperó agazapado por el primero.
El hombre avanzaba con su fusil en mano. Caminaba lentamente intentando no hacer ruido. Ni siquiera pudo comprender qué le pasó: un manotazo del animal, lo calló para siempre.
El tigre saltó con absoluta agilidad alejándose. Su olfato le indicó con perfecta claridad dónde se encontraban los otros, debía apurarse o llegarían a encontrarla.
El hombre percibió el leve sonido. El experimentado mercenario giró enfocando su mira en la sombra oscura que se movió entre las hojas. Tensó su dedo en el gatillo y cuando la espesura se abrió, la sorpresa en su rostro ante el animal frente a él, fue lo último que vio. El animal arrojó todo su peso sobre su cuerpo. Un disparo resonó. El tigre rugió mientras mordía el cuello del hombre que ni siquiera alcanzó a gritar.
El disparo debió advertirles de su presencia.
En Dereck, tigre y hombre se detuvieron. Necesitaba saber dónde estaban y la única manera de lograrlo era elevándose. Del cuerpo del tigre veteado se elevó un águila moviendo a su paso hojas y ramas con su aleteo.
Dereck Lenoir no era como los otros were, en su interior convivían no solo el lobo y un tigre sino un águila. Estos dones lo hacían no solo poderoso sino también muy cuidadoso. Sus instintos nunca se equivocaban.
Desde arriba podía ver la escena debajo. Los tres hombres al sentir evidentemente el disparo, habían girado hacia el lugar de donde provino el sonido. Se posó sobre una fuerte rama y esperó. Al menos los había alejado de ella. Cuando cada uno de ellos se separaron en distintas direcciones se volvió a elevar, su movimiento atrajo la atención del hombre quien miró hacia arriba y vio al águila con sus alas plenamente extendidas dirigirse hacia él, sorprendido se quedó quieto; en tan solo un segundo el ave cayó sobre él con el fuerte cuerpo de un lobo que lo tiró al suelo. Solo alcanzó a levantar sus manos intentando proteger su rostro. Las fauces del lobo acabaron con él. Al soltar el cuerpo extendió los finos oídos del lobo buscando el sonido de los dos restantes.
Ambos hombres vieron el cuerpo sobre la hojarasca del bosque y giraron buscando a los responsables. El lobo se mostró, sobre él se destacaba con claridad el rojo de la sangre. Uno de ellos apuntó y antes de que pudiera disparar, el lobo saltó sobre él, arrojándolo al suelo y rodando con él sobre el mullido follaje del bosque en un abrazo mortal. El otro hombre no pudo apuntar debido a los corcoveantes movimientos del animal y del hombre luchando uno contra el otro; los gruñidos del lobo helaban su sangre. Pudo sentir el ruido del cuello del hombre siendo quebrado
—Maldito —gritó su compañero y reaccionó disparando.
El cuerpo del hombre ya sin vida le sirvió de escudo. Buscó refugio entre los matorrales y desapareció.
Dereck sonrió mentalmente, los que habían herido a Deanna pagaban caro su error; el lobo simplemente rodeó a su cazador pero el tigre lo acabó de convertir en presa.