20
El teléfono los despertó.
Deanna se desperezó mientras Dereck extendía la mano para tomar el tubo.
—¿Sí? Entiendo. Gracias Nichols.
Dereck dio un salto de la cama mientras le decía.
—¡Levántate perezosa, nos están esperando en el hangar.
—¿Qué? ¿No pusiste el despertador?
—No.
Mientras se levantaba ella también corriendo y se metía al baño.
—¿Y por qué no lo pusiste?
—No me hagas responsable Dee, la que empezó todo fuiste tú.
—¿Yo? ¿Y cómo es posible que acabas de saltar de la cama y ya estás listo? ¡No es justo! Me llevará media hora desenredar mi cabello solamente.
—Prepararé el desayuno mientras te alistas.
—Dereck Lenoir si llego tarde a la ceremonia tendrás problemas —gritó desde el baño mientras Dereck bajaba hacia la cocina.
Margot les había dejado todo listo así que enchufó la cafetera y buscó en la heladera jugo de naranja fresco. Era verdad. Ella había aparecido con esa revista de compras por catálogo de ropa BSDM. Primero —sonrió recordando— le había pedido que le pusiera encima un disfraz de azafata todo ajustado. Las curvas de Dee parecían haberse acentuado con su vinculación. Luego había pedido un corset que solo cubría la parte baja de su torso, dejando sus pechos y su suave coño depilado libres, un látigo de plumitas, y medias de látex negras, lo único que le dejó puesto. Con la libido exacerbada que tenían el juego duró muy poco. Incapaz de manejar a sus weres Dereck hizo lo que siempre hacía: buscó su cama.
Dereck sabía que estaba nerviosa, la entendía; estaba viajando al homenaje que el congreso daría al hombre que fue su esposo, un político ejemplar y un antiguo héroe nacional. Se sentía culpable por estar viva, por gozar de Dereck, por no haber tenido la oportunidad de hablar con Oliver, y por la desatada pasión que ambos sentían y se habían negado durante largos, oscuros y vacíos años. Las cosas no tenían por qué haber terminado así. Después del homenaje, leerían el testamento. Deanna odiaba el solo pensar en tener que hacerse cargo de su herencia pero Dereck se había ofrecido a hacerse cargo de ella. Sería la excusa perfecta para incorporarse a los negocios del grupo.
Dereck se sirvió un café y el vaho perfumado lo llenó. No estaba muy feliz con la idea del viaje. Aún eran un misterio sin resolver los atentados, quizás habían terminado cuando su vida acabó, pero nadie estaba seguro. Desde Gallia, había pedido a Reno una protección especial del FBI para Deanna. En el congreso no habría problemas, los asuntos políticos hacían que quien ingresase pasase por un escáner, era imposible el pensar en que alguien pudiera entrar armado o colocar un explosivo. Luego de la ceremonia, Jules North y él la acompañarían al estudio MacMillan y Asociados donde se leería el testamento y de ahí derecho al aeropuerto para regresar a casa.
Deanna apareció corriendo. Se había vestido de blanco. Una falda de seda fría acampanada a la rodilla, un top de delgados tirantes en él y arriba un abrigo tres cuartos mismo tono y tela. Altos tacones haciendo juego y una pequeña cartera.
Dereck tomó su taza de café y se la ofreció. Ella se dirigió directo hacia él y la tomó dándole un trago. Dereck metió las manos bajo el abrigo y le quitó el sostén. Simplemente lo hizo desaparecer de su cuerpo.
—¡Dereck!
—No quiero que te entregues a la culpa de los “y si…” Te conozco, eso harás en cuanto la atmósfera se ponga tensa. Quiero que cada vez que te muevas pienses en mí y así, lo harás.
—¿Y si hace calor y debo quitarme el abrigo?
—¿En esta época? Termina tu café. Nos están esperando.
—¿Estarás cerca?
—Anudado —dijo en un tono con doble sentido mientras sonreía.
Deanna se puso roja. Anoche podría haberse comportado como una extravagante dominadora pero no había nada de esa mujer en ella, había sido un juego. Divertido, sexy y apasionado. La vida junto a Dereck era eso: diversión, juego, pasión… vida.
La ceremonia tenía mucho público, incluido el presidente de la Nación. El vibrador del teléfono lo obligó a alejarse de Deanna para atenderlo. El identificador señalaba “Reno”.
—¿York?
—Encontramos al vendedor de los temporizadores.
—¿Lo encontraste? ¿Dónde?
—En Washington. Por cierto tendrás que hacerte cargo, estoy en un caso en Seattle.
—Sí, me lo dijo Pierre.
—¿Podrás?
Miró a Deanna sentada escuchando al disertante de turno, luego buscó hasta encontrar la figura de Jacob MacMillan, el viejo abogado a cargo de los asuntos de Oliver North.
—Claro que sí. Te mando en los datos por mensaje privado.
Esperó que llegaran y guardó su teléfono. Volvió a mirar a MacMillan y se dirigió hacia él. Aprovechó los aplausos al disertante de los presentes para decirle.
—Jacob, tengo que hacer algo, ¿podrás llevar a Deanna a tu despacho?
—Por supuesto, ¿Pasa algo?
—Todo está bajo control. Dile que me espere ahí, que yo iré por ella.
—Lo haré.
Dereck salió confiado. MacMillan estaba muy al tanto de los atentados y sabía que la muerte de North y Dominic no había sido un accidente. Él la cuidaría bien. Buscó a Deanna quién se había puesto de pie para recibir la bandera doblada de manos del Presidente, con el fondo de los cañonazos que indicaban la finalización del sepelio Dereck salió en busca de la dirección que Reno le había mandado.
Cuando la gente comenzó a dispersarse, Jules y Deanna recibieron los saludos de muchos de los invitados. Jacob esperó con paciencia. Habían decidido la lectura del testamento ese mismo día, ya que todos los involucrados estarían reunidos y Deanna podría regresar a Texas sin problemas. Cuando el último comenzó a retirarse MacMillan se les acercó y les dijo:
—Deanna, Dereck me pidió que te llevara hasta mi estudio y que él pasaría a buscarte. ¿Por qué no me esperas a la salida?
—¿Pasó algo?
—No sabría decirte.
—Señor MacMillan, porque no lleva usted a su esposa y yo lo sigo con Deanna. Así de paso me va mostrando el camino —propuso Jules.
—¿Te parece bien Deanna?
Los últimos diez minutos de tu vida con Jules, sobrevivirás Dee.
—Por supuesto.
—Nos vemos en el estudio.
—Mi auto está detrás de la curva Deanna. ¿Vamos?
—Sí.
Avanzó junto a él apenas unos metros cuando Jules le dijo:
—Hago una llamada y te alcanzó —dijo señalando hacia uno de los dos autos que se estacionaban en la curva del cementerio—, es el azul.
Mientras lo esperaba lo vio hablar por teléfono enérgicamente. Movió sus hombros debido al cansancio de las dos últimas horas y media y sintió el leve movimiento de sus senos desnudos debajo de su top. Y bajó la cabeza para que nadie notara su sonrisa. Durante ese tiempo escuchando las distintas voces hablando de Oliver no pudo dejar de notar cuán querido era por todos los presentes, querido y respetado. Un buen hombre. Lamentaría por el resto de su vida no haber podido despedirse pero la idea de que era la responsable de su muerte fue disuelta por las argumentaciones de Dereck: los fallidos intentos venían de muchos años antes de que ellos incluso se casaran. La investigación de todos los casos en los que había estado involucrada la vida de Oliver se sucedieron con relativa frecuencia desde hacía 3 décadas. Eso sacaba a Deanna de la ecuación, por eso se sentía más tranquila y aliviada. Pero esperaba que pronto se descubriera quién y por qué había matado a Oliver. Se le debía justicia. A Oliver y a Dominic.
—¿Vamos?
Jules destrabó la alarma y la acompañó abriendo la puerta para ella. Deanna se ubicó y Jules cerró detrás suyo para regresar al asiento del conductor.
Los pensamientos de Deanna se alejaron de Jules, el hombre la incomodaba pero siempre había sido muy atento y cariñoso con Oliver, él también debía estar apenado por su pérdida. Lo había visto muy serio y no había lanzado ninguno de sus comentarios sexista sobre ellos ni habían aludido a su último encuentro. Todo estaba por terminar muy pronto y ya no tendría ningún tipo de contacto con él. Ajustó la chaqueta y sus senos le recordaron a Dereck. Había tenido razón. Miró sin ver por la ventanilla y recordó el juego de la noche pasada. Ser una Dominatrix había sido muy divertido. “¿Alguna vez imaginaste a tu doncella vestida así?” Le había preguntado. El saber que siempre había pensado en ella como una virgen doncella medieval, la había animado a pedirle que le hiciera los trajes. Su cuerpo había cambiado tanto y la vinculación entre ellos había fortalecido en demasía su autoestima. Después de la noche pasada ya no podría pensar en ella como una tímida y reservada doncella y mucho menos medieval.
El auto frenó y Deanna salió de sus pensamientos para observar la entrada a un enorme y altísimo galpón, detrás de ella vio a dos hombres cerrar el portón. Giró para mirar a Jules que le sonrió y le dijo enarcando sus cejas de manera cómica:
—¡Sorpresa!
La sonrisa cambió para dar lugar a una orden tajante.
—¡Baja!
—¿Qué?
La puerta se abrió y dos hombres aparecieron ante ella.
—¡Bájenla!
Ordenó Jules y ambos la tomaron de cada brazo y la sacaron del auto casi sin que se apoyara.
—¿Qué está pasando Jules?
—Pasa mi querida que sufriremos un ataque camino al estudio de MacMillan y tú, oh qué pena, la desconsolada viuda morirá.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—De poner, por fin, las cosas en su lugar.
—¿Quieres matarme?
—Bueno, intenté que fueras más receptiva, pero insististe en hacerte la desdeñosa. Podríamos haber tenido todo.
—¿Haber tenido todo? ¿De qué estás hablando? ¿Del dinero de Oliver? ¿Acaso… tú lo mataste?
—No me quedó otra, por cierto, el maldito tuvo más vidas que un gato.
—¿Qué? ¿Maldito? No hay ni habrá hombre más bueno que Oliver, te amaba y consentía en todo.
—En todo menos en morirse.
—¿Las bom-bas fue-fueron tuyas?
—No eran solo para ti, por cierto.
Si no hubiera estado siendo sostenida por los dos hombres se habría caído al suelo. ¿Habían convivido años con el autor de todos esos atentados? Comido con él, dormido inocentemente a su lado, en su propia casa… el horror se instaló en su corazón. Su cabeza explotó. Instintivamente tocó el silbato entre sus pechos.
Dereck.
—No vas a salirte con la tuya Jules.
—¿Ah no? Bueno, si todo sale como lo he planeado, el pobre Jules estará mucho tiempo en recuperación en el hospital, imagina el único sobreviviente del atentado. ¿Y cuántos llevas? ¿Cinco, seis…?
Rio fuerte como si le hiciera gracia su propio chiste.
—Mi amigo —dijo y palmeó abrazando al hombre que había cerrado el portón— aquí, tiene una seria tarea. Verás él me pegará un tiro justo aquí —se adelantó y señaló pegando su dedo con fuerza en el hombro de Deanna.
Ella intentó retroceder sin lograrlo.
—No podrás Jules, Dereck no te lo va permitir.
—¿El payaso ese? Aún me sigo preguntando cómo pudo salvarse de la bomba del avión. Él jamás lo sabrá. Después de salvarme del atentado, tendré amnesia selectiva —rio más fuerte— ¿no soy un genio?
—Dereck va a encontrarte.
—¿Lo viste a la salida? ¿Quién crees que preparó su partida?
—Nunca sabrá qué pasó.
Si lo que Gabriel llamaba vinculación era cierto, Dereck debería estar llegando. Deanna podía sentir su pulso correr desenfrenado. Su temperatura debió haber bajado unos cuantos grados. Dereck necesitaba tiempo. Llegaría. Cerró los ojos y buscó su rostro en su mente.
—¡Dereck! —susurró.
—Tranquila, tu héroe está en estos momentos del otro lado de la ciudad, ni en helicóptero, si consiguiera uno, podría venir por ti. Me temo que no volverás a verlo.
—Él llegará, Dereck vendrá por mí.
—¿Le tienes mucha fe, no? ¿Qué, pasó algo entre ustedes?
Deanna no le contestó, solo lo miró.
—¿En serio? Y yo que siempre pensé que eras más fría que un pescado, vaya que interesante momento. Lástima que no tenga tiempo de enterarme de las novedades. Mátenla. Ya saben cómo.
Los dos hombres la levantaron en andas y la pusieron delante del portón de ingreso del galpón. Sueltos sus brazos, Dee tomó su colgante y sopló en él. El hombre que cerró el portón caminó hacia el auto, lo puso en marcha y usó el gran espacio del galpón para avanzar y ubicarse después de girar en el fondo dejándolo pegado a la pared.
—¿Por qué vas matarme?
—Vamos Deanna, pensé que eras más inteligente. Tío Oliver se quedó con el dinero de toda la familia North, dinero que me correspondía, lo que haré será poner las cosas en la justa perspectiva. Si tú, su única heredera muere, el único sobreviviente se queda con todo. Alguna vez pensé en compartirlo contigo, pero nunca fuiste muy de mi agrado. Demasiada fría y engreída.
—Dereck te matará.
—Lo dudo tía querida. Verás… ves mi auto, bueno, camino a MacMillan nos detuvieron y nos trajeron a la fuerza, yo intenté defenderte pero lamentablemente fui mal herido y cuando desperté ya estabas muerta. Al parecer te atropellaron al intentar huir, pensando que yo había muerto. Simple y bello.
—¡Dereck va a matarte Jules, va a matarlos si me hacen daño! —les gritó por sobre el sonido de aceleración del automóvil. Jules se hizo hacia atrás y los hombres soltaron a Deanna.
El auto avanzó a toda velocidad sobre ella y Deanna comenzó a correr. Todos se sorprendieron con su velocidad. Ella había corrido alejándose del automóvil.
—¡Mátala! ¡Mátala! —gritó Jules, mientras el conductor retrocedía después de haber llegado hasta el portón de entrada.
Deanna levantó la cabeza. El galpón de hierro metalúrgico, tenía altos espacios abiertos. Jamás podría llegar a ellos, si tan solo tuviera alas, si las tuviera podría. Miró cómo el coche reiniciaba su persecución y esta vez corrió hacia Jules. No intentarían atropellarla si estaba a su lado. Jules adivinó su intención y buscó entre sus ropas y sacó un arma mientras seguía gritando sus hombres que la mataran. Le apuntó y disparó. Deanna sintió la bala pasar rozándola; pudo sentir como algo, inesperadamente quemante, tocaba su mejilla, pasó la mano por ella y no sintió nada. Sin esperar averiguar qué era corrió hacia el otro costado mientras intentaba encontrar un lugar dónde refugiarse. El gigantesco lugar estaba completamente vacío, excepto por una montaña de basura en un rincón. Deanna tuvo la certeza de que el automóvil la alcanzaría y moriría.
Dereck pensó.
Y desde el cielo los fuertes brazos de Dereck la izaron mientras sus alas lo volvían a llevar hacia el mismo lugar por el que había entrado.
Deanna cerró sus ojos aterrorizada y aliviada a la vez. Sintió el golpe en su pierna derecha al pasar ambos por el estrecho lugar.
Dereck la depositó unos metros más allá, apoyándola como la primera vez que la vio en el tronco de un árbol. Tocó su mejilla. Una fina línea de sangre la había marcado, revisó apresuradamente su cuerpo, sus brazos, su troncó, su pierna. Notó el dolor en el tobillo.
—¿Estás bien?
Su voz parecía tan tranquila y controlada que Deanna soltó todo el aire que guardaba dentro de sí. Le sonrió y afirmó con su cabeza.
—Ve por ellos —pidió.
—¿Estarás bien?
Ella volvió a afirmar.
—No te muevas. Ya vuelvo.
El hombre desplegó sus alas y regresó al galpón a unos 200 metros de donde había dejado a Deanna.
Su fina audición le indicó que el automóvil estaba saliendo del galón en un chirriar de frenos.
Se posó en el suelo y lo vio marcharse.