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Dereck lo dejó frente al juez de paz y regresó hacia donde Michael, Reno, Pierre, André y Gabriel estaban cómodamente sentados esperando la ceremonia. Se ubicó al final de todos y esperó. No se preocupó al no poder tener acceso a los novios frente a improvisado altar. Sin embargo la corta ceremonia le pareció eterna. Estaba inquieto, molesto, luchando con cada gramo de su autocontrol para dominar a sus were. El impulso de rugir era fuerte, intenso y desconocido. El aplauso final lo aturdió y sacó del mundo en el que se había adentrado. Desde donde estaba no podía ver nada y lo agradecía porque no estaba seguro del efecto que verla le provocaría. Cuando el juez informó con alegría que ya estaban casados, sin saber por qué su cuerpo were reaccionó con violencia. Sorprendido, se puso de pie y sin que nadie percibiera su alejamiento, los aplausos apagaron el fuerte resoplido que le costó el ingente esfuerzo por dominar sus weres.
Jamás había pasado por algo así. Nunca en sus 39 años de vida, sus weres habían buscado salir sin que el hombre lo pidiera. ¿Por qué?
¿Por qué? Se lo preguntó durante años. Hasta que Wolff Carter le dio la respuesta: el Nehann. El famoso Nehann que hacía casi dos generaciones no se hacía presente en ellos. ¿Por qué tuvo que ser uno de los elegidos? Otra pregunta sin respuesta. Saber su significado implicó años de dar vueltas y vueltas en su cabeza. Deanna Nilsen-North estaba vedada para él. Su compañera era la esposa de uno de sus mejores amigos.
Estaba destinado a vagar en soledad por siempre.
Al principio había reaccionado con furia ante los dichos de Michael. Cada uno es artífice de su propio destino. La naturaleza no impone con quién debes o no aparearte. Tomaría las riendas de su destino. Elegiría a su mujer, de manera consciente racional y lógica. No permitiría que sus instintos lo manejaran.
Los últimos 14 años lo había intentado. Muchas veces. Y ya se había dado por vencido.
Para las mujeres era un hombre atractivo, carismático, rico, educado, poseía un título en leyes y otro en psicología. Se podría decir que era un excelente candidato. Solo que las mujeres lo dejaban frío emocionalmente. No había nada más que placer carnal, y duraba muy poco dejando una resaca por varios días. Lo había tomado con calma, ya llegaría el día. Algún día conocería a alguien que fuera algo más que un intento fastidioso por encontrar “la mujer” que lograra hacerle olvidar una trenza dorada bordada en perlas.
Y aquí estaba subido en un avión dirigiéndose a verla.
¿Cómo reaccionaría al verlo? Después de lo que pasó el día de la boda, se había visto obligado a explicarle a North qué era.
Aún podía recordar con lujo de detalles cómo se sucedieron los hechos después de que el juez los unió.
14 años antes, la boda de Deanna
Después de la bendición del juez de paz, sus weres lo sacaron de ese mundo al que había entrado. Mientras todos se movían hacia la zona donde se serviría un copetín, él se alejó hacia el jardín hasta encontrar una banca. Ahí quedó sentado, hosco, malhumorado, molesto consigo mismo, con el ruido, con la boda, con el pedido de North y hasta con el estúpido musicalizador que ponía la música tan fuerte que estaba haciendo estragos en su fina audición.
Intentando filtrar los sonidos comprendió que alguien acababa de disparar con silenciador. Había usado demasiadas armas como para no reconocer el característico silbido. Se puso de pie y buscó con su mirada a sus amigos. Estaban sentados muy cómodos alrededor de una mesa conversando y bebiendo. ¿Había escuchado bien? ¿O todo era producto de una imaginación molesta sin saber el por qué?
Las sombras ya rodeaban la mansión. El jardín donde se ofrecía un banquete brillaba con potentes luces. Se acercó hasta la fiesta y buscó al dueño de casa y su reciente desposada. No se los veía por ningún lado. Se encaminó hacia Rick Camerón otro senador del estado que estaba sentado al lado de su esposa. El hombre levantó la cabeza al verlo acercarse. Después de saludar a Cameron, le preguntó:
—¿Dónde está North?
—Entró a la casa con Deanna y Dom.
—Gracias —Al no ver nada extraño estuvo tentado de dar la media vuelta y alejarse del ruido pero jamás desoía a su instinto y decidió dirigirse hacia la casa. Le llamó la atención que se hubieran apagado las luces. Eso puso sus sentidos were en completo estado de alerta. Alzó la nariz y dejó que su tigre captara los olores. North… ella… –su verga latió con fuerza al captarla– sangre… sí, sangre, y el olor de al menos cinco hombres. North y su esposa no estaban solos. Avanzó usando su vista de lobo.
Lo primero que vio fue a Dom, caído en el suelo. Se acercó sigilosamente y tocó con la punta de sus dedos su garganta, tenía un pulso fuerte a pesar de que debajo de él había un charco de sangre. El olor del miedo cubrió el de la sangre y se puso rápidamente de pie para seguirlo. Podía sentir el ruido casi imperceptible de la silla de Oliver y junto a él, fuertes pisadas. Lamentó no conocer la disposición de la casa, su lobo olfateó, aferró el denso olor del miedo y lo siguió. El que las luces estuvieran apagadas no significaba nada para un were de sus características. Luego de cruzar la gran sala de estar entró a otro cuarto, los tonos oscuros de la madera y en fuerte olor de libros le indicó que estaba en la biblioteca. Ahí los vio: moviéndose en la oscuridad, silenciosamente, buscando las puertas que daban al jardín del otro extremo de la casa. Dos hombres armados y provistos con gafas de visión nocturna marchaban abriendo camino delante de la silla de North, otro la empujaba y dos más fuertemente armados, uno de cada lado de Deanna. El sonido sorprendió a todos en la sala. La luz de la biblioteca se encendió en ese preciso instante. Todos giraron hacia donde se abría paso la empleada y los hombres dispararon inmediatamente. El seco sonido de los silenciadores impactó directo en la mujer. En la sala, todas las miradas pasaron del cuerpo de la mujer en el piso al suyo, claramente visible. La empleada uniformada ni siquiera pudo darse cuenta de lo estaba pasando. Dereck sí. Reaccionó de inmediato, la mujer iba cayendo y él hacía lo mismo pero en cuatro patas; unos segundos después todos los presentes: los hombres vestidos de negro y enmascarados, North y Deanna, vieron surgir al enorme tigre donde antes había un hombre. La sorpresa los congeló. Ninguno de ellos supo reaccionar. Dereck no esperó ni un segundo. El gigantesco tigre se abalanzó de un salto cayendo sobre uno de los hombres que sostenían a Deanna. Su enorme peso desestabilizó a los tres. Deanna y sus dos captores fueron arrojados hacia la puerta ya abierta de la biblioteca que daba hacia el jardín. El rugido del gato resonó con fuerza. Uno de los hombres que estaba detrás de North alcanzó a disparar a la mancha negra que era el cuerpo del animal, sin suerte alguna porque al mismo momento se movía para tomar un brazo de uno de los hombres caídos con sus fuertes dientes. Dereck pudo sentir la carne crujir y la sangre dispersarse manchando todo a su alrededor. Sin esperar y con el brazo del enmascarado en sus fauces el tigre se abalanzó hacia el único hombre que seguía armado. Una serie de disparos de un arma grande debió dar en la costosa y antigua araña, dejándola caer el piso hecha añicos. El ruido debió escucharse en toda la casa.
North vio al gato dirigirse a sus captores sin poder salir de su asombro; al no poder moverse solo podía percibir los jadeos y los golpes. Más de un cuerpo detrás suyo cayó al suelo y luego una nueva andanada de disparos y el tintineante sonido de vidrios cayendo a su alrededor atronó sus oídos. El tigre veteado golpeó con su cuerpo la silla de North alejándolo de sus captores mientras un potente rugido lastimaba los oídos de Deanna. Al mismo tiempo desde la puerta interna que daba al jardín, ruidos de pasos atrajeron su atención. Pierre, Gabriel, Reno, Michael y André como un solo hombre ingresaron a una velocidad casi imposible y se abalanzaron sobre los hombres que ya estaban intentando ponerse de pie sin lograrlo.
Para North, las cosas a su alrededor parecían moverse en cámara lenta y la vez vertiginosamente. Había quedado reclinado sin caer al suelo ya que su silla con el empujón del animal se había inclinado contra la pared, la ráfaga de balas tan cerca de él lo dejó completamente aturdido. Sin poder moverse solo podía observar espantado un sector de la biblioteca.
El fuerte empujón también había llevado a Deanna al suelo, golpeando su cabeza con fuerza contra la pared, los dedos de acero que la sostenían se abrieron cuando dos hombres se abalanzaron sobre los que la habían tomado y empujado hacia la biblioteca. En ese caos de disparos y gritos miró hacia la puerta doble que se habría al jardín y vio al enorme tigre empujando la silla de Oliver. Algo caliente corrió por su mejilla, levantó su mano y la pasó por ella. Sangre. Intentó moverse pero sus piernas no le respondieron, solo permaneció congelada. Sus brazos se alzaron y apretaron su cuerpo, protegiéndose no sabía de qué. Su mente no podía asimilar qué había pasado en los últimos minutos. Desde el instante en que Oliver le pidió a Dom que lo ingresara porque se sentía cansado y necesitaba hacer una llamada telefónica. Ella los había acompañado hacia la biblioteca. Apenas ingresaron a la sala que antecedía, la luz se apagó; se dio vuelta ya sin ver nada, y de pronto, alguien la tomó con fuerza de los brazos, el dolor la golpeó terriblemente, sintió que la levantaban en el aire sin entender qué pasaba. Todo se desarrolló con tanta rapidez que minutos después mirando la lucha frente a ella, aún se preguntaba si era verdad lo que veía. Su propio grito y los gritos de los invitados la llevaron a tapar sus oídos, en ese momento reaccionó y se movió para ayudar a Oliver. Pero no pudo hacer nada, el peso de la silla y del cuerpo inerte fueron demasiado para ella. Se arrodilló frente a sus ojos.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¿Qué está pasando? —se dejó oír desde la voz robotizada de North.
Deanna levantó la cabeza mirando a su alrededor. Hombres luchando como en las películas de ninjas, y el enorme… tigre zamarreando a un hombre hasta tirarlo al suelo. ¿Qué podía decir? Si ni siquiera ella entendía lo que veía.
Los guardias de la casa se acercaron a ellos, le ayudaron a enderezar la silla de Oliver y los sacaron a empujones hacia el lado opuesto del jardín.
—Todo está controlado, Senador —escuchó decir mientras afuera seguían oyéndose disparos.
—Llévenlos a un lugar seguro — ordenó un hombre, solo recordaba su nombre: Michael Gallahan. Lo había visto una sola vez antes. Una vez más fue llevada casi en andas hacia el ascensor que los dejaría en el primer piso. Ingresaron a los cuartos privados de Oliver y cerraron la puerta. Algunos hombres se quedaron afuera, imaginó que custodiándolos y otros ingresaron con ellos.
—Dom… —susurró recordando su cuerpo caído.
—Está vivo —le informó uno de los guardias armados.
Ella miró a Oliver quien le hizo una señal con sus ojos. Deanna caminó hasta sentarse en un taburete que solía usar cuando conversaba con su reciente esposo. Oliver movió su silenciosa silla de ruedas y se dirigió a su lado. Ella estiró su mano izquierda y apretó con fuerza la mano de Oliver.
Su mente parecía a punto de explotar, ¿acaso a nadie sorprendía la presencia de un tigre dentro de la casa?
—El… tigre —susurró mirando a Oliver. Y no obtuvo respuesta alguna. De pronto hizo silencio, se escuchaban tiros, gritos y el sonido de las sirenas de algún patrullero o muchos. Deanna miró a los hombres que custodiaban el cuarto y repitió casi sin voz— El... tigre… —nadie la miró. Deanna comprendió que no lo había dicho, solo pensado.
Esa noche lograron detener a todo el grupo comando que había intentado secuestrar a Oliver North. Además de la muerte de la empleada y dos de los secuestradores solo hubo que lamentar heridos por parte de los intrusos.
Actualidad
En todos los años pasados, nunca se encontró al responsable. Mercenarios contratados, por un desconocido, con un objetivo también desconocido, presumiblemente intentaban evitar la boda o en su defecto hacerlos desaparecer. Sin pruebas, sin pistas, sin nada que pudiera identificarlos; todas las preguntas quedaron sin respuestas. ¿Por qué entonces, si tenían órdenes de eliminarlos, no lo hicieron apenas los vieron? Los atacantes no dieron respuestas y una década después seguían sin saber quién había pagado, qué querían y por qué. En todos estos años pasados nunca hubo respuestas en el intento de secuestro de Oliver North y su esposa. Y ya casi había pasado al olvido.
Dereck miró el vaso de whisky en su mano y movió el líquido. Después de que todo terminó Oliver North lo hizo citar en su despacho en el Congreso. Sin tapujos le había preguntado qué era. Le dijo todo; todo lo que sabía, que no era mucho. Que era un Weremindful, pero diferente a otros como él, que también existían. North era el único humano que conocía el secreto de los Weremindful.
—¿Tiene esta… condición tuya que ver con tu pedido de que Gabriel me haga un chequeo?
—Sí, mucho. No estamos seguros pero creo que podríamos ayudarte.
—Las cosas suceden por algo. Mi destino ya está escrito. No olvides la promesa que me has hecho.
A partir de esa confesión, North les había pedido ayuda más de una vez para resolver problemas donde sus habilidades hacían la diferencia. Cada vez que el gobierno necesitaba algo especial recibía una llamada de North a la que jamás se negaba, solo que quien se encontraba con él era Gallia: Pierre, André, Reno e incluso Gabriel, habían ido en su nombre. Todas y cada una de esas veces los remordimientos lo habían carcomido, pero de ninguna manera estaba en condiciones de encontrarse con la señora North.
Habían pasado catorce años, la llamada telefónica de Michael fue clara:
—¡Hola Dereck!
—Michael, es bueno oírte hermano. ¿Cómo estás, y tu mujercita?
—Preciosa, como siempre. Me costó encontrarte.
—Acabo de llegar de Corea. ¿Qué sucede?
—North —su solo apellido lo ponía incómodo.
—¿Qué pasa con él?
—Llamó pidiendo ayuda.
—¿Qué sucede?
—Necesita una mano.
—¿Un asunto del gobierno?
—Esta vez no. Me temo que alguien está intentado matarlo.
—¿Matarlo? No he leído nada al respecto.
—Ni lo leerás. Se ha mantenido en secreto. Me pidió que hablara contigo. ¿Gallia podrá ocuparse?
—Sí. Cuenta con ello.
—Dominic considera que es un problema político.
—Está en campaña para prohibir la venta de armas. Eso sí lo sé.
—La Asociación del rifle es muy poderosa.
—También tozuda y ciega. Y analfabeta, ni siquiera leen los estragos que causan las armas.
—Las armas no, los que las compran sin ningún tipo de control. Su lucha política está por demás ríspida. Y la otra opción de los atentados puede que sea más bien… personal.
La palabra política lo hizo moverse inquieto. No era lo mismo solucionar las cosas en el despacho del Congreso, que en su casa.
—¿Personal? —El recuerdo de lo ocurrido en la boda pasó como un ramalazo por su mente—. ¿Otra vez? ¿Qué o quién puede tener algo personal con North?
—Es una buena pregunta.
—¿Podrás con ello?
La deuda moral que sentía con North era demasiado fuerte para decir no.
—No creo, estoy saliendo hacia Johannesburgo.
—¿Quieres… que se lo pida a Reno, o Pierre?
—Yo lo haré.
—Dereck, no soy quién para decirte qué hacer pero Oliver me pidió expresamente que te convenciera de ir a verlo. Se lo debes.
—Lo sé.
—Sí, se lo debes, por eso te he llamado. “Tienes” que hacerte cargo.
Dudó unos segundos, demasiado quizás pero la respuesta llegó:
—Me haré cargo, Michael, no te preocupes.
—Estupendo. Podrás… a pesar de… ¿Deanna?
Solo lo miró y primero cabeceó más para sí mismo que para Michael. Luego respondió:
—Sí.
—Cualquier cosa que necesites, nos llamas —continuó Michael.
—No te preocupes.
Colgó el teléfono dándole una larga mirada. Tendría que haber pasado la misión a Reno o Pierre. Michael, seguía siendo el único que sabía qué significaba para él Deanna North. El hombre le había confiado muchas cosas durante los últimos años, y siempre se había negado a verla. Ya no podía mirar para otro lado, sin importar cómo se sintiera de solo pensar en volverla a ver. Bien… ya lo averiguaría por sí mismo.
Después de catorce años Dereck Lenoir volvería a ver a Deanna Nilsen-North.