7
La sorprendió la mesa solo con dos lugares.
—Carol, ¿y el señor Lenoir? —preguntó a una de las empleadas de la casa. La chica no debería pasar los veinte años y trabajaba durante el día dos veces a la semana.
—Avisó temprano que no cenaría.
—¿Estamos hablando de tu guardaespaldas? —preguntó Jules apareciendo impecablemente vestido, como siempre.
—Sí —le respondió. Y giró para mirar a Carol—. ¿Dónde está?
—No lo sé señora Deanna, Perdita me informó que no estaría y que solo pusiera dos lugares.
—Gracias Carol.
—Se supone que el hombre debe cuidarte —insistió Jules— ¿Te ayudo? —ofreció alejando la silla de la mesa para que Deanna se sentara. No fue la gentileza de su ofrecimiento lo que hizo estremecer a Deanna sino la forma en que su mirada la recorrió de arriba abajo. De pronto sintió la necesidad de revisar si todo estaba en su lugar. Esa era una sensación que siempre se repetía en ella en cuanto Jules llegaba a la casa.
Sin responderle Deanna se acercó y se sentó. Jules completó su acto caballeresco y rodeó la mesa para sentarse justo frente a ella, no sin antes tocar innecesariamente la piel de su brazo.
Instintivamente Deanna llevó su mano hacia el silbato que colgaba de su cuello.
—¿Hasta cuando tienes vacaciones? —le preguntó.
—Es un simple receso de dos semanas.
—Qué extraño que no hayas viajado con Oliver.
—Lo sé. Me pidió que no lo hiciera.
—¿Por qué?
—Ha sufrido al menos cuatro accidentes muy extraños. Supongo que no quiere exponerme.
—¿Accidentes?
—Es largo. Cuéntame de ti. ¿Cómo andan tus cosas?
Suspiró fuerte antes de responder.
—Extrañándote Deanna —hizo un largo silencio y agregó—: Mucho.
El sonido en la puerta como de uñas raspando el cristal llamó la atención de los dos.
—¿Qu-qué es eso? —preguntó Jules levantándose de su silla asustado.
Dereck.
Casi lo dijo en voz alta, estuvo ahí, en la punta de su lengua.
Un enorme lobo negro que casi podía llegar al dintel de la puerta que daba al jardín, parado sobre dos patas arañaba el cristal de la puerta de una sola hoja transparente.
—Un… lobo —susurró.
—¿Pero… qué hace aquí?
Jules seguía de pie.
—Quiere… entrar.
—¿Es tuyo?
—Él… es… —No, no es mío y jamás lo será.
No sabía qué decir. ¿Qué hacía el lobo intentando entrar?
¿Qué hago? ¿Qué digo?
El lobo seguía golpeando los cristales.
—… es de un… alumno, a veces… a veces… lo lleva a la escuela… debe haberme seguido.
Lo había ido diciendo mientras lo miraba. Se puso de pie y se acercó hacia la puerta de vidrio.
—¡¿Qué haces?! —gritó Jules.
—Voy a dejarlo entrar.
—¿Estás loca? —Intentó avanzar pero se detuvo en el mismo instante en que Deanna alcanzaba la puerta.
Deanna la abrió y se quedó parada. El lobo la miró e ingresó parsimoniosamente, como si repitiera algo que hacía siempre. Caminó hasta Jules quién retrocedió asustado. Pasó a su lado y se echó casi junto a la cabecera de la mesa del lado de Deanna.
Deanna y Jules lo miraron sorprendidos.
—Llama a alguien para que lo saque de aquí. Es un animal peligroso.
—No hay nadie. Solo está Maggie, Carol y Perdita.
—Llama al imbécil de Lenoir.
El lobo gruñó mostrando una larga e impresionante hilera de dientes. Jules instintivamente se hizo un paso hacia atrás.
—No va a hacerte daño —dijo Deanna esperando con eso detener a Dereck—. ¡¡No!! —gritó Deanna al ver al lobo levantarse mientras miraba a Jules— ¡No… puede! —dijo en un tono más fuerte de lo esperado. La verdad es que había sentido miedo de que el lobo atacara a Jules.
¿El hombre tendrá control sobre el animal?
El enorme animal avanzó hacia Jules y lo golpeó juguetonamente con su hocico; el cuerpo de Jules trastabilló suavemente más inducido por el miedo que por el toque del animal.
El lobo se acercó y lo olió. Jules levantó sus manos como si se protegiera.
—¡Deanna! —pidió socorro.
Antes que ella pudiera decir algo, el lobo giró tocándolo como si fuera un gato restregándose en sus pantalones. Era tan grande que casi le llegaba al pecho. El animal avanzó y se sentó justo al lado de la silla de Deanna.
—Tran-qui-lí-za-te. No te hará nada.
—¡Ordena que lo saquen!
—Cálmate Jules, yo… lo haría si tuviera a quién pedírselo.
—¿Dónde esté el imbécil ese?
—No… no lo llames así. ¡Ten calma! No va hacerte nada.
Eso espero. Deslizó en sus pensamientos Deanna. Ella miró al gigantesco lobo un largo segundo y tomó una decisión: regresó a su silla y se sentó.
Jules dudó en volver a su lugar. El lobo puso la cabeza entre sus gruesas patas como demostrando fastidio de los gritos a su alrededor.
—¡Hermoso animal! ¡Magnifico espécimen! Me preguntó de quién será.
La entrada de Perdita ingresando con una fuente de comida y avanzando hasta colocarla sobre la mesa distendió la tensión. La mujer pasó a su lado como si nada.
—¿Ya lo has visto? —preguntó sorprendida Deanna.
—Sí señora, ha estado vagabundeando por la casa desde hace días. Buen susto que me dio el cachorro, hasta que comprendí que era inofensivo.
—¿Estás seguro? —Jules se había colocado justo en el umbral de la puerta que iba hacia la cocina— Eso no es un cachorro Perdita.
La empleada rio fuerte.
—Por supuesto que no, pero es evidente que está domesticado.
—Entonces si crees que es tan inofensivo, saca ese maldito perro afuera. ¡Ahora!
Deanna y Perdita se miraron después de la tajante orden de Jules.
El lobo levantó su cabeza y gruñó hacia él, pero permaneció en su lugar sin mostrar sobresalto alguno por el grito.
Jules intentó sonreír.
—Perdón, disculpen. Pero por más domesticado que esté o tan inofensivo que sea... no vamos a comer con ese animal aquí. ¿Verdad?
Deanna le daba la razón, pero qué podía hacer. Ella sabía mejor que nadie quién era el lobo, no podía simplemente sacarlo afuera.
—¿Quiere que lo intente señorita?
—Claro que no Perdita. Ocúpate de tus labores. Es… Inofensivo.
El lobo gruñó para desmentirla.
—Está bien. Déjalo —insistió Jules—, no creo que un animal de este tamaño pueda ser considerado inofensivo.
—Tranquilo Jules. Por favor. Come tranquilo.
—Creo que ya no tengo hambre.
—No seas niño. Es solo…
—Un lobo gigante —acotó Perdita en tono risueño.
—¡Perdita! Ayúdame con esto. ¿Sí?
—Claro que sí mi niña. Lo siento señorito Jules. Mírelo… Ni siquiera se mueve.
Jules miró al perro gigantesco y aceptó.
—Ambas están locas —dijo mientras se sentaba en el lugar dispuesto.
—Bueno, cualquier cosa llamamos al cazador —agregó Perdita.
—¿Al cazador? —preguntó Jules—. ¿De quién hablas?
—Del señor Lenoir.
—El señor fuerte —dijo Jules recordando su apretón de manos— ¿Y dónde está el hombre? Al parecer no tiene mucho aprecio por su trabajo.
—Me dijo que vigilaría la casa. Debe estar en algún lugar.
—Claro que sí Perdita, debe estar durmiendo en algún lugar.
El lobo gruñó de nuevo acallando a Jules. Perdita largó una carcajada. Deanna la miró sorprendida, había conocido a Perdita desde el primer día que llegó a casa de Oliver. Siempre había admirado su valentía y el tremendo pragmatismo con que tomaba la vida: “Lo que tiene que ser será” y “No le pidas peras al olmo” dos viejos refranes siempre estaban en sus labios. Le sorprendía la facilidad con que había aceptado al animal. Si ella supiera quién era… su sonrisa no sería tan fuerte.
—Estuve pensando mi preciosa… —comenzó Jules.
El lobo volvió a gruñir pero más fuerte.
—Creo que al perrito le molestó el “preciosa” —alegó Perdita riendo mientras recogía la fuente vacía y salía del comedor.
Deanna se ahogó con su trago de agua y Jules solo consiguió ponerse más tenso.
—¿Por qué no te vienes conmigo a la Capital? Puedes ver a Oliver y como solo voy a dictar una conferencia y una firma de libros en Macey's me desocuparé tempranísimo y luego podríamos ir de compras juntos. ¿Cuánto hace que no te compras cosas lindas?
—Oliver me pidió que me quedara en casa. Dijo que estaría más protegida.
—Sí, cuando pensó que don señor desaparecido estaría cuidándote las 24 horas. Pero no está en la casa y nadie lo ha visto desde esta mañana.
Deanna miró al lobo a su lado en el momento en que el animal giraba para mirarla.
—No te preocupes Jules. Estaré mejor acá. ¿A qué hora partes?
—A las cuatro. Ya pedí un taxi.
—Tanto viaje para ver a Oliver y ni siquiera pudiste saludarlo.
—¿Quién dijo que vine a verlo a él?
—¿No... no lo hiciste?
—Claro que no preciosa, te lo dije: vine solo a verte a ti. Siempre lo hago.
La conocida incomodidad la rodeó. Miró por el rabillo de su ojo al lobo que ni siquiera se había movido de su lugar. Extrañamente eso la hizo sentirse más segura.
—¿Hasta cuándo piensas seguir con esta farsa? —preguntó Jules de improviso en un tono muy diferente al que solía usar sorprendiéndola realmente.
—¿Farsa? ¿De qué hablas?
—¿Cuánto hace que te casaste con mi tío? Catorce años ¿no? ¿Y en todo ese tiempo no has tenido ningún hombre de verdad?
—¡Jules! ¿Por qué me hablas de esa forma?
—Es algo que quiero preguntarte desde hace muchos años pero que nunca he podido porque siempre estás rodeada de gente.
—Bueno hasta aquí llegué, guarda “esa pregunta” y todas las demás. No me gusta la forma en que te expresas y me hablas.
—Deanna, preciosa, ¿qué tiene de extraño que te pregunte si has tenido algún amante?
—No creo que sea algo que debas saber, ni que deba responderte.
—Soy un adulto a pesar de lo que Oliver piensa de mí.
—Estoy empezando a darle la razón a Oliver.
—Soy un hombre atractivo, saludable, y estoy muy, muy interesado en enseñarte algunas cositas en una cama.
Deanna se puso de inmediato de pie. Tiró la servilleta que había apretado entre las manos y se encaminó hacia la puerta.
Jules se puso de pie para seguirla pero solo alcanzó a dar dos pasos. El gigantesco lobo se puso delante impidiéndole el paso. Su lomo erizado le daba un aspecto intimidante, gigantesco. Las fauces abiertas, la posición de ataque derritió las piernas de Jules quién aferró los cubiertos como la única protección.
El feroz gruñido hizo girar a Deanna. La escena la aterrorizó, asustada gritó:
—¡Por… por favor…!
El lobo volvió a gruñir haciendo que Jules retrocediera, avanzó hacia él un paso para luego retroceder.
—¡Por favor... no! —se escuchó decir a Deanna.
El morro del lobo comenzó a bajar y Deanna comprendió que Dereck había entendido lo que le pedía. El animal giró y se encaminó hacia Deanna pasando a su lado, rozando con su pelambre la mano de Deanna para salir y esperarla fuera del comedor. Perdita llegó corriendo.
—¡Sentí el ruido! ¿Qué pasa?
—Nada —dijo Deanna. Mirando a Jules—. Sí sabes lo que es correcto Jules, no vuelvas a mi casa si no está Oliver. No. Mejor no vuelvas de ninguna manera.
—Espera, Deanna, espera. Me disculpo. Soy un auténtico patán. Por favor perdona. No se volverá a repetirse. Lo siento.
—No te entiendo Jules. Cuando hablas así… déjalo ahí. Por favor trata de venir solo cuando Oliver esté en casa.
—Lo haré. Lo siento, Deanna.
Deanna movió su cabeza sabiendo que ya antes habían pasado por lo mismo no tan explícito pero siempre terminaban discutiendo por algo. Giró y salió del comedor.
El lobo en la puerta miró a Jules y aulló. Estiró su cuello hacia arriba y aulló, fuerte y claro. Estaba seguro de que Jules temblaba de pies a cabeza. Siguió detrás de la estela de perfume que Deanna dejaba.
—¿Qué pasó? —Perdita miraba a todo el mundo sin entender absolutamente nada.
—¡Maldito animal! Nada que te importe estúpida —respondió Jules, su voz temblaba de la misma manera que sus manos. Tiró los cubiertos sobre la mesa intentando recuperar el control. —Sírveme la comida.
Perdita vio la comida sobre la mesa y sin decir una palabra dio la media vuelta y salió del cuarto.
—¡Maldita sea!
Jules tomó el plato frente a él y lo tiró con todas sus fuerza hasta golpear la puerta por la que habían salido todos.
La maldita perra se había dado por ofendida. Estaba seguro que se debía al imbécil de Lenoir. Había sospechado que esos dos tenían cierto tipo de relación y no se había equivocado. Por eso la maldita lo había rechazado. Tendría que haber avanzado muchos años antes. Habría podido probar a la perra engreída si hubiera tenido la oportunidad.
Doña señorita pureza, qué estupidez.