21 Sábado, 18 de marzo
Sus padres se habían ido a pasar el fin de
semana fuera, llevaban planeando ese viaje desde hacía semanas, y
estaba encantado, tenía la casa para él solo. Nada más levantarse
encendió la televisión y se tiró a la bartola en el sofá, sin
escuchar por una vez a su madre repitiéndole constantemente que
recogiera su cuarto, que lo tenía hecho un desastre. Estuvo un rato
cambiando de canal hasta que se decidió por uno en el que pasaban
una película del Capitán América.
Sintió cómo le sonaban las tripas, así que
se levantó a la cocina y se preparó un sándwich, su madre le había
dejado todo tipo de embutidos para que pasara el fin de semana sin
tener que ir a comprar al supermercado. Volvió al salón y cogió el
móvil decidido a enviar un mensaje a su novia para quedar esa
noche, podrían aprovechar la casa para ellos dos solos. Aun
recordaba una tarde en la que sus padres se habían ido al cine,
casi les pillan en plena faena, cuando regresaron porque habían
olvidado las entradas. En esta ocasión, eso no ocurriría.
Mientras estaba escribiendo el mensaje, sonó
el timbre. El ruido le resultó atronador, la noche anterior se
había quedado hasta tarde tomando copas en un garito del barrio con
sus compañeros de universidad, y ahora, la resaca le pasaba
factura.
Se levantó despacio y de mal humor por haber
sido interrumpido. Al mirar por la mirilla, comprobó que era el
cartero. Su madre solía comprar muy a menudo por internet, así que
se imaginó que sería un pedido para ella, lo que le pareció extraño
es que no le hubiera dicho nada, para estar atento.
—Buenos días, traigo un paquete para Berta
Álvarez, pero no me abre, ¿podría dejarlo aquí? —El chico asintió
de forma automática. Cogió el paquete y firmó con un garabato donde
le indicó—. Gracias.
Cerró la puerta sin prestar más atención al
hombre y se tumbó de nuevo en el sofá, dispuesto a terminar de
escribir el mensaje que había dejado a medias.
De repente, cayó en la cuenta, su vecina
estaba muerta, la habían encontrado hacía unos días, asesinada. De
hecho, por ese motivo sus padres casi no se van de viaje ese fin de
semana, estuvieron a punto de cancelarlo, estaban preocupados,
hasta le había oído mencionar a su madre que deberían mudarse del
edificio.
El dolor de cabeza parecía haberse esfumado
de forma espontánea. Recordó que un inspector le había dado una
tarjeta a su padre, indicándole que si recibían un paquete dirigido
a su vecina, les llamara de inmediato. Miró el paquete que había
dejado un momento antes encima de la mesa, sentía curiosidad y
preocupación al mismo tiempo, se preguntaba qué contendría. Se
levantó, decidido a buscar la tarjeta que el inspector le había
dado a su padre. Había sido muy claro a ese respecto.
La buscó en los sitios que le parecieron más
lógicos para dejar una tarjeta de visita, sabía que si los llamaba
para preguntar por ella, sus padres regresarían a casa sin
pensárselo dos veces, tenía que encontrarla antes de que eso
sucediera. El primer sitio que revisó, fue el mueble de la entrada,
pero allí no estaba, tampoco estaba en la nevera, donde sus padres
solían dejar notas sujetas por los imanes que la adornaban. Pasó de
nuevo al salón y miró encima de los muebles y dentro de los
cajones, pero tampoco estaba. Se le pasó por la cabeza que su padre
la hubiera guardado en la cartera, lo que no era una idea
descabellada, aunque esperaba que no fuera así. Llevaba planeando
esa noche de sexo con su novia desde hacía semanas, tantas como
llevaban sus padres organizando el viaje, incluso habían estado en
un sex-shop comprando algunos artículos
eróticos. El coche empezaba a resultarles demasiado incómodo. A
veces, cuando tenían dinero, se iban a una pensión del centro a
pasar la noche juntos, pero no era lo habitual.
Se le ocurrió que quizás la hubiera dejado
en su dormitorio, y en efecto, allí estaba, encima de una de las
mesillas. Se acercó y leyó el nombre para sí, inspector Daniel
Suárez, marcó el número en su móvil y esperó a que alguien
contestara, lo cual ocurrió al tercer tono.
Cuando los inspectores llamaron a la puerta,
sabían lo que habían ido a buscar. Esperaban recibir el pequeño
marco, con fotografía incorporada, del homicidio de Berta
Álvarez.
—Es macabro —dijo Verónica mientras
esperaban a que alguien les abriera.
Daniel volvió a tocar el timbre, se suponía
que los estaban esperando, no entendía la demora. Finalmente, les
abrió un chaval de veintipocos años que los miraba nervioso.
—Buenos días, somos el inspector Suárez y la
subinspectora de la Vega —se presentó Daniel mientras ambos le
mostraban las placas—. Creo que tienes algo para nosotros.
—Sí, pasen. —El chico se apartó para que
ambos policías entraran y cerró la puerta tras ellos, se dirigió
hacia el salón y ambos lo siguieron. Señaló un paquete situado
encima de la mesa del tamaño de un libro, similar a los enviados
con anterioridad a las otras dos víctimas—. Hace un rato, el
cartero trajo ese paquete para Berta. Recordé que si llegaba algo
para ella, les teníamos que avisar.
Daniel se puso un guante de látex que sacó
del bolsillo de su abrigo, y cogió el paquete para, a continuación,
introducirlo en una bolsa de pruebas. Sabía que el exterior estaría
lleno de huellas, puesto que el paquete habría pasado por muchas
manos hasta llegar allí, pero prefería ser riguroso. También
contaba con que el interior estuviera limpio, pero en el fondo,
tenía esperanzas de que la Científica encontrara algo que les
ayudara en el caso.
—¿Te fijaste en cómo era la persona que
trajo el paquete? —El chico miró intranquilo al inspector por la
pregunta, con la resaca de esa mañana no le había prestado ninguna
atención.
—Era un cartero —se encogió de hombros—. Iba
de azul marino y llevaba un polo amarillo —intentó recordar algo
más, pero no se le ocurrió nada que le pareciera útil.
—¿Alto, bajo? ¿Mujer, hombre? —Daniel
intentó alentarle, esos datos eran detalles que la gente no
puntualizaba por resultar demasiado obvios.
—Hombre. Era más alto que yo, y delgado,
pero no tanto como yo. —Daniel observó que el chico debía de medir
poco más de uno setenta y estaba en los huesos.
—¿Color de piel? —El chaval se quedó
meditando la respuesta unos instantes.
—Era blanco, una de sus manos no llevaba el
guante puesto cuando me indicó que firmara.
—¿Algo más?
—Llevaba el casco de la moto puesto, y una
braga que le tapaba por encima de la nariz.
—¿Y los ojos? ¿Te fijaste en su color,
forma?
—No, lo siento, llevaba gafas de sol, de
esas de aviador. —El chico sonrió porque, después de todo, había
recordado.
—Si te acuerdas de algo más, llámanos, ¿de
acuerdo?
—Claro, inspector.
Salieron de la casa sabiendo que este sería
otro camino sin salida.
Cuando llegaron a la comisaría, se
encontraron que estaban de celebración, todos llevaban unos vasos
de plástico cargados de chocolate, y encima de la mesa de Candelas,
había porras y churros.
—¿Qué pasa aquí? —dijo Suárez a la par que
se servía un chocolate y cogía un churro.
—Candelas, que se nos casa. —Huertas estaba
muy emocionado por la boda de su compañero, un rato antes se lo
había comunicado en privado, pidiéndole que fuera su padrino. A
Candelas se le veía feliz, aunque algo cohibido.
—¡Enhorabuena! —Daniel le estrechó la mano y
Verónica se lanzó a sus brazos, dándole dos sonoros besos en las
mejillas.
—¡Qué calladito te lo tenías! —le dijo la
subinspectora.
Mantuvieron unos minutos de esparcimiento,
olvidándose del caso mientras desayunaban, echando unas risas
gracias a los compañeros casados, que en tono jocoso, le daban los
consejos que creían más oportunos para un feliz matrimonio.
—Acabo de hablar con los de la Científica.
—El inspector levantó la cabeza de los informes que tenía encima de
la mesa, prestando toda su atención a Huertas, que se encontraba de
pie frente a él—. En el maletero del coche han encontrado un abrigo
negro y un gorro de lana también negro. Las únicas fibras que han
descubierto pertenecen a ambas prendas. Tampoco han encontrado
ninguna huella en el interior del 127, y las que hay en el
exterior, creen que la mayoría son de niños, por el tamaño,
presumiblemente de los críos que ayer fueron al zoo y que pasaron
al lado del automóvil aparcado.
—¿Y de la escena del crimen?
—En la escena del crimen han recogido muchas
muestras, demasiadas. El hombre llevaba mucho tiempo sin limpiar la
casa por lo que les va a costar hallar algo. Piensan que quizás
logren localizar alguna fibra que se corresponda al abrigo y al
gorro encontrados.
—No me puedo creer que sea tan cuidadoso.
—Daniel no comprendía cómo era posible que no dejara ningún tipo de
prueba, era imposible, un pelo, una fibra de la ropa, cualquier
ínfimo detalle que a ellos les sirviera.
—Quizás utilice un mono como los que usan
los de la Científica, o algo similar.
—Supongo que no hay otra explicación. Me
pregunto qué pensarán las víctimas al verle entrar en sus casas y
ponerse un mono, imagino que al ir de droga hasta arriba esa será
la menor de sus preocupaciones.
Daniel se daba cuenta de que quedaban unas
pocas horas para que volviera a matar, y seguían sin tener nada,
seguían sin saber dónde buscar. O tal vez sí, quizás fuera ahora
Cristina su única oportunidad, el nuevo cebo. Prefirió no pensar en
cómo había terminado el último, Felipe Jiménez, el padre del
asesino. No quería imaginársela como protagonista de un nuevo
cuadro creado por un psicópata que disfrutaba del arte en toda su
esencia.
Había sido incapaz de hacerle recapacitar
sobre la locura que estaba cometiendo, ella argumentaba que no se
iba a quedar en casa esperando sentada. «Desde luego, tenía
pelotas», pensó el inspector, no muchas personas ponían su vida en
peligro para averiguar lo que le había sucedido a una amiga.
Le había pedido a Verónica que lo acompañara
esa noche. Aun recordaba su cara, alucinada era poco, y lo peor de
todo, es que él no podía explicárselo ni convencerla, estaba en
todo de acuerdo con ella. Dejó a un lado sus divagaciones, porque
quería hacer algo antes de ir al restaurante en el que habían
organizado el encuentro.
—Voy a ver al doctor Mena, ¿te vienes?
—Huertas asintió, tenía tantas ganas de atrapar a ese psicópata
como su jefe.
Ambos salieron de la comisaría con paso
firme, esperando que el forense hubiera conseguido encontrar algo y
les diera buenas noticias.
Cuando llegaron a la sala de autopsias, de
las siete mesas dispuestas, solo había una ocupada, el resto
parecían haber sido recién desinfectadas.
—Inspectores, me imaginaba que se pasarían
por aquí. —No se llevó ninguna sorpresa al comprobar que el
inspector Suárez era una de las personas que atravesaba la sala
dirigiéndose hacia él, lo estaba esperando.
—¿Está solo? —preguntó Daniel algo
sorprendido, ya que lo habitual era que rondaran técnicos por las
instalaciones, ejerciendo diferentes labores, sin contar que
siempre había algún estudiante pululando a su alrededor ávido de
conocimiento.
—Sí, he enviado a todos a casa. Ha sido un
día de locos, hemos realizado quince autopsias —al ver la cara de
circunstancias de los inspectores, lo aclaró—. La media de
autopsias que se practican cada día es de unas ocho, así que los he
enviado a casa para que descansen, los necesito frescos.
—Y por lo que veo la de Felipe Jiménez ha
sido la última —dijo el inspector observando su cuerpo encima de la
mesa con la ya conocida apertura en el torso con forma de Y.
—Inspector, no sea así —le regañó el
doctor—. La autopsia ya ha sido realizada, solo estaba haciendo
algunas comprobaciones de última hora. Aunque los resultados aún no
los he recibido, por lo cual, lo que le diga serán meras
suposiciones.
—Suposiciones fundamentadas en importantes
bases —le dijo Suárez, que conocía al doctor y sabía que sus
suposiciones siempre eran acertadas. El doctor le sonrió por el
cumplido, el inspector no era de los que acostumbraba a adular—.
¿Qué puede decirnos?
—Este hombre no ha sido asesinado como las
chicas. Quería que sufriera.
—¿A qué se refiere?
—Tiene la faringe y el esófago destrozados.
En realidad, todos los conductos gastrointestinales, es decir, los
conductos que van desde la boca hasta el ano. Le debió de
introducir en la bebida un producto abrasivo o una sustancia
corrosiva, quizás algún tipo de ácido, lo que le ha provocado
importantes quemaduras. Sus dolores debieron de ser espantosos
hasta que le sobrevino la muerte. En cuanto reciba los resultados
del laboratorio, sabremos la sustancia utilizada.
—¿La causa de la muerte fueron las
quemaduras?
—No, hay más. También tiene cortes en las
muñecas. El asesino debió de intentar desangrarlo, pero en algún
momento cambió de opinión, puesto que permitió que se creara un
tapón en las heridas con la propia sangre. Creo que la causa real
de la muerte fue asfixia. Le enviaré un informe en cuanto tenga
todos los datos. —«Como Séneca», pensó.
—Gracias. ¿Algo más? —El doctor sabía a lo
que el inspector se refería.
—Lo siento Suárez, pero no, no hemos
encontrado nada que identifique al agresor. Ninguna fibra, ni
rastro de piel bajo las uñas, nada de nada.
—Me lo imaginaba. Gracias por todo.
Los inspectores salieron de allí cabizbajos,
sabiendo que en unas horas, el asesino volvería a actuar.
La Plaza de Toros de Las Ventas está
construida en estilo neomudéjar, de ladrillo visto con una
decoración a base de azulejos cerámicos. Dicen que es el coso que
todo lo da y todo lo quita, cuya gran recompensa es lograr salir
por su Puerta Grande, ya que el público madrileño es conocido por
ser uno de los más exigentes.
Cristina había quedado con su cita, Felipe
Jiménez, en un pequeño restaurante detrás de la plaza. Cuando salió
del metro, se quedó contemplando unos segundos la Monumental,
siempre le había parecido un edificio de gran belleza. Recordaba ir
de pequeña, con su padre, al circo que allí se instalaba todas las
Navidades.
Dejó a su espalda la impresionante estatua
que homenajeaba al Yiyo. Torero que murió con veintiún años, por
una cornada que le atravesó el corazón en la plaza de toros de
Colmenar Viejo.
Continuó hacia unas escaleras situadas en un
lateral, dejando a su izquierda la estatua de Fleming, colocada
allí en agradecimiento por descubrir la penicilina, sustancia que
ha salvado la vida a muchos toreros, evitando que murieran a causa
de las infecciones producidas por las cornadas.
Cinco minutos después, entraba en el
restaurante. Cuando atravesó la puerta, echó un vistazo a su
alrededor, fijándose en las personas que estaban en la barra
tomando algo y charlando con sus acompañantes. Comprobó que ya se
encontraban todos esperándola.
La primera pareja con la que se topó su
mirada fue con Marisol y con Javi. Estaban disfrutando de una caña
y parecían ignorarla por completo, aunque se percató de que Javi la
había visto entrar, cuando le hizo un leve movimiento con la cabeza
que solo ella percibió. Más allá, Daniel y la subinspectora se
encontraban tomando lo que parecían ser unos botellines de agua.
Continuó andando, aparentando que no prestaba atención a las
personas que se encontraban allí apostadas, sintiendo cómo Daniel
la observaba mientras atravesaba el local.
Como muchos otros restaurantes en la zona,
el lugar tenía decoración taurina, con pósteres de diferentes
corridas de toros, fotografías de toreros con el dueño, e incluso
alguna que otra cabeza del animal.
En cuanto le dijo su nombre al camarero,
este la acompañó a una mesa al fondo del salón, donde ya estaba
Felipe Jiménez revisando la carta. La mayoría de las mesas a su
alrededor estaban ocupadas, o por parejas o por grupos de amigos,
parecía ser un restaurante muy popular.
—¿Felipe? —Cristina intentó no mostrar su
nerviosismo, aunque fue consciente de que la voz le delataba.
Al oír su nombre, levantó la cabeza despacio
y sonrió a la mujer que tenía delante, sabía que su sonrisa no
dejaba indiferente al sexo opuesto, y supo que en esa ocasión
tampoco había sido para menos, debido al rubor que apareció en sus
mejillas. Era tan guapa como recordaba, aunque no le había parecido
que tuviera el pelo tan oscuro. Eso, ya no importaba.
Se levantó de forma educada y se acercó a
darle dos besos. Notó cómo ella reaccionaba con el leve contacto,
lo que le hizo mostrar una sonrisa de triunfo que ella no pudo ver.
La ayudó a acomodarse en la silla, tal y como las normas de
galantería marcaban. Les solía gustar ese gesto por muy feministas
que intentaran aparentar ser.
Mientras revisaban la carta para ver qué
pedir, las pocas mesas que quedaban vacías en el restaurante se
comenzaron a llenar de comensales, la mayoría parejas, que como
ellos, venían a degustar una buena cena el sábado por la noche. Se
imaginó que entre tanta gente, ellos pasarían desapercibidos, y si
no era así, con las lentillas de colores que llevaba en ese
momento, la peluca y la perilla postizas, nadie podría reconocerlo,
ni siquiera su madre, se dijo sonriendo ante ese toque de humor
negro.
En cuanto pidieron la bebida y la comida,
comenzaron a mantener la típica conversación entre extraños. Él
estaba cansado de siempre los mismos diálogos, pero era un trámite
por el que había que pasar, de cualquier forma, no le hizo notar a
su acompañante el aburrimiento que sentía, aparentaba interés en
todo lo que decía.
—No suelo quedar utilizando páginas de
contactos, pero mis amigas insisten en que por internet se puede
conocer a gente interesante. —Le sonrió tímidamente. Ella se
mostraba nerviosa, aunque intentaba disimularlo.
«Siempre la misma historia».
—Espero que tus amigas estén en lo cierto.
—Volvió a exhibir la sonrisa que tanto gustaba a las féminas, y
levantó la copa para brindar por ello, ella hizo lo propio.
Parecía otra conquista sencilla.
Cristina comenzaba a sentirse cómoda con su
cita, era un hombre encantador. Se preguntaba si en verdad era un
asesino, por ahora no había nada que le indicara tal cosa. «Yo soy
la psicóloga, tendré que averiguarlo».
—Bonito sitio, ¿vienes mucho por aquí?, he
de reconocerte que me ha costado encontrarlo. —Cristina ya estaba
cansada de la conversación banal que habían mantenido hasta ese
momento, como calentamiento estaba bien, pero tenía que obtener
información, y a ese ritmo lo veía poco probable.
—La verdad es que no, me lo ha recomendado
un amigo.
—Tenía una amiga, Vicky, a la que le gustaba
venir a cenar por esta zona —mintió.
—¿Tenías?
—Murió.
—Oh, cuánto lo siento. —Cristina observaba
su comportamiento, pero no hubo nada que le hiciera pensar que
había conocido a su amiga o a alguien con ese nombre.
—Así es la vida, ¿no? —El camarero apareció
con la botella de vino que habían pedido, sirvió sendas copas
después de que él lo catara y diera su consentimiento.
—Es un buen vino. Espero que te guste. —Ella
dio un sorbo y asintió, aprobando la elección.
—Creo recordar que te gustaba la pintura,
¿verdad?
—Sí, me encanta ir al Prado y perderme entre
sus lienzos. Cuando era pequeño solía llevarme mi madre. Son
momentos que guardo con mucho cariño entre mis recuerdos.
—Te entiendo. Recuerdo cuando mi padre me
llevaba todos los domingos por la mañana a los diferentes museos
que hay en Madrid. Entonces me resultaba muy aburrido, pero ahora
los considero algunos de los mejores momentos de mi niñez. —Suspiró
con nostalgia.
—Entiendo lo que quieres decir. —Cristina
entrecerró los ojos al escuchar sus palabras. La empatía no era una
característica del perfil de un asesino en serie, ¿quizás estaba
actuando?
—¿Y sigues yendo con tu madre al Prado?
—Ella todavía quedaba de vez en cuando con su padre para visitar
juntos alguna nueva exposición.
—No, murió.
—Lo lamento. —Ahora le tocó a ella darle el
pésame.
En ese momento, apareció el camarero con los
platos que habían pedido.
En cuanto el camarero se hubo ido dejando la
comida encima de la mesa, ellos continuaron con su charla. Se
sentía algo incómodo con la conversación, estaba tomando un
derrotero demasiado personal que no le gustaba, parecía que le
estuviera haciendo el tercer grado, pensó que quizás era por
deformación profesional, un hábito debido a su profesión. De todas
formas, daba un poco igual, que hablara o preguntara todo lo que
quisiera, iba a ser la última vez que lo hiciera.
Cristina probó su ensalada y descubrió el
sabor dulce que le daba la mandarina que contenía.
—Está buenísima.
—Me alegro que te guste. —Siempre que
quedaba con mujeres en ese restaurante, solían pedirse lo mismo,
ensalada de mandarinas y tomates cherry con vinagreta de cítricos,
se preguntaba si algún día conocería a alguna que se pidiera un
buen entrecot.
—¿Qué tipo de películas te gustan? —le
preguntó Cristina que tenía la sensación de que la conversación
empezaba a decaer.
—Las de acción, supongo que como a todos los
hombres. Pero he de reconocer que con casi todos los géneros
disfruto, siempre y cuando los actores trabajen bien. ¿Y a
ti?
—Las de suspense. Me encantan las películas
en las que se producen asesinatos, disfruto resolviendo el puzle
que se plantea y encontrando al culpable. —En la mesa de al lado se
escuchó una profunda carcajada. Cristina no miró porque sabía
perfectamente que esa risotada había salido de Daniel, lo que sí
advirtió por el rabillo del ojo, fue la cara divertida de Verónica,
cosa que le sorprendió, no sabía por qué, pero estaba convencida de
que la subinspectora no la soportaba.
—Sí, esas suelen estar también muy
interesantes —lo dijo sin mucho convencimiento, solo por darle la
razón y resultar educado.
Felipe Jiménez no paraba de rellenar la copa
de vino de Cristina, era evidente que su intención era
emborracharla, aunque ella se ocupaba de echar el contenido a una
gran maceta que había a su lado cuando él se despistaba, ante la
divertida mirada de Daniel, que parecía ser el único que se había
percatado de la maniobra. En una ocasión, casi había sido pillada
in fraganti por el camarero, pero supo
disimular a tiempo. Por el contrario, se fijó en que su acompañante
apenas había probado el rico caldo.
—¿No te gusta el vino? —le preguntó,
intentado hacer notar que se había dado cuenta de su táctica,
aunque no obtuvo el resultado que esperaba.
—Oh, claro, está buenísimo. Mira, si ya nos
hemos bebido casi todo —dijo mirando la ya terminada botella.
—Si me disculpas, voy a ir al lavabo.
—Cristina se levantó de la mesa, y él se giró a observarla mientras
caminaba en dirección a los aseos, contemplando su hipnótico
movimiento de caderas al andar. Su cara mostró una sonrisa lasciva
que ella no pudo ver, pero que los comensales de las mesas
colindantes si percibieron. De hecho, Daniel notó cómo le subía un
súbito enrojecimiento por el cuello que manifestaba su repentino
malhumor. Si no hubiera sido una reacción troglodita, le hubiera
encantado poder desahogarse, dándole un fuerte puñetazo en la cara
para borrarle esa sonrisa.
Cuando su acompañante se levantó, observó a
la gente acomodada a su alrededor, todos parecían muy concentrados
en sus parejas y en la conversación que mantenían, nadie le
prestaba atención. Así que, con disimulo, cogió la copa de ella,
que todavía tenía una buena cantidad de vino tinto, y echó la droga
en su interior sin que nadie reparara en ello.
Se encontraba lavándose las manos, cuando
escuchó mucho alboroto en el restaurante, se preguntó que habría
ocurrido, así que salió a paso ligero del aseo. En el salón, Daniel
estaba deteniendo a su acompañante, mientras Verónica guardaba una
muestra del contenido de la copa de vino de Cristina en un tarro de
plástico, similar a los que se utilizaban para los análisis de
orina. Los clientes y camareros contemplaban la escena, atónitos,
entre murmullos, y sin saber, qué estaba ocurriendo.
—¿La lleváis a casa? —Daniel dirigió la
pregunta a Javi y a Marisol.
—Claro, no te preocupes. —En ese momento,
Cristina se unió a ellos, con cara de no comprender lo que había
ocurrido en su corta ausencia.
Daniel se dio la vuelta llevándose al
detenido. Detrás de ellos, la subinspectora aclaraba a las personas
congregadas en el local, que ya se había terminado el
espectáculo.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Cristina
mientras cogía una silla de su mesa, y la colocaba en la de ellos.
Los comensales se habían relajado y de nuevo atendían a sus
compañeros de mesa, olvidando lo que acababa de suceder.
—Le han visto echarte algo en la copa. —Javi
se estaba acomodando de nuevo en su silla, mientras Marisol,
nerviosa, daba un trago a su bebida—. Creo que esta vez has
acertado. —La voz de Javi no sonó orgullosa, sino más bien
preocupada.
—Y como te dije, no me ha pasado nada.
—Aunque podía haberte pasado cualquier cosa.
—Los platos estaban vacíos, ya habían terminado de cenar hacía un
rato—. ¿Nos vamos?
Ambas mujeres asintieron, había sido una
noche cuando menos singular.
Verónica y Daniel observaban a través del
cristal a Felipe Jiménez, se le veía nervioso y preocupado,
comprendía que se había metido en un lío.
—Pensé que tendría más temple —observó
Verónica.
Eso mismo pensaba él. Por lo que había
llegado, hacía rato, a la conclusión de que no era el asesino que
buscaban, no cumplía el perfil. Debía de ser un pringado que solo
conseguía sexo drogando a las chicas, cosa que le convertía en un
violador, no en un asesino.
—Por lo menos, hemos detenido a un cabrón.
—La subinspectora asintió convencida, como él, de que iban a sacar
a esa escoria de la circulación. Aunque todavía tendrían que
asegurarse de que las suposiciones que barajaban eran las
acertadas.
Todavía tenían que comprobar si existía
alguna relación entre el detenido y el fallecido Felipe Jiménez, si
fuera necesario podrían realizar una prueba de ADN, aunque ninguno
creía que tuvieran que llegar tan lejos, lo más seguro es que en el
interrogatorio consiguieran toda esa información, la cual no sería
difícil de corroborar.
El inspector tenía pensado sonsacarle
detalles sobre sus citas anteriores a través de conecta.com. Lo más
probable, es que con alguna de ellas hubiera mantenido relaciones
sexuales gracias a la droga suministrada, pero necesitaba sus
declaraciones para poder meterlo entre rejas. Por ahora, lo único
con lo que contaban era con el intento de drogar a Cristina, ni
siquiera podían acusarlo de intento de violación, puesto que no
había llegado la sangre al río. Y eso sin contar, que aún no había
sido confirmado por el laboratorio, que lo que había echado en el
vaso fuera burundanga. Es decir, no tenían nada. Tenían que jugar
bien sus cartas en el interrogatorio si querían encerrarlo.
Suárez no creía en las casualidades, pero en
este caso, estaba seguro de que no era el hombre que buscaban,
simplemente estaba en el sitio equivocado en el momento más
inoportuno.
Sin embargo, el inspector estaba
contrariado, había detalles que no encajaban. «Es mejor dejarse de
suposiciones hasta no hablar con él», se dijo cansado de darle
vueltas.
Miró el reloj, Huertas y Candelas ya debían
de estar en el Anatómico Forense confirmando el tipo de sustancia
que había echado en la copa. Habían llamado al doctor Mena nada más
salir del restaurante, por lo que los esperaba preparado para
realizar el análisis. Aguardarían a hablar con el detenido, hasta
tener el resultado.
Además, tenían que esperar por su abogado,
quien debía de estar a punto de llegar, puesto que lo había llamado
hacía más de dos horas.
Ambos inspectores salieron de la habitación
contigua a la sala de interrogatorios, para tomarse otro
café.
—¿Has hablado con Cristina? ¿Se encuentra
bien? —Daniel se percató de que la había llamado por su nombre de
pila, era la primera vez, quizás empezaba a caerle bien, se dijo
mirando a su compañera de reojo.
—Sí, la llamé hace un rato. Estaba en casa,
relajada y viendo la televisión. —La subinspectora asintió,
mientras sacaba el vaso de plástico de la máquina, con un líquido
oscuro al que llamaban café. Dio un sorbo y sintió que se le
revolvía el estómago.
—Este café cada vez es peor, o me lo parece
a mí. —Su cara expresaba, sin lugar a dudas, la repulsión que
acababa de sentir hacia la bebida.
—Tienes razón. Vamos al bar a que nos pongan
un buen café. Hoy es sábado y seguro que aún están abiertos.
—Tiraron en el fregadero el contenido de los vasos y salieron de la
comisaría.
Mientras esperaban en la cafetería a que les
prepararan las ansiadas bebidas, el móvil del inspector comenzó a
sonar. Las escasas personas que se encontraban allí tomando algo a
esas horas, se giraron al oír el fuerte sonido de la melodía.
—Inspector Suárez.
—Confirmado, jefe. Es burundanga.
—Gracias, Huertas. —Miró a su compañera
asintiendo. En ese momento, Antonio les estaba sirviendo la comanda
en unos recipientes para llevar, tal y como le habían
solicitado.
—Invito yo, inspectores. —Ellos le sonrieron
agradecidos por el detalle.
El dueño del bar los conocía, solían ir a
menudo. En los últimos días, siempre daban muestras de cansancio,
las ojeras y la cantidad de cafeína que tomaban, los delataba.
Estaba enterado de que eran los encargados del caso del asesino
online, y quería demostrarles su apoyo.
Tenía una hija de la edad de las víctimas, que también quedaba de
forma habitual con chicos que conocía por medio de internet. Estaba
preocupado.
En cuanto regresaron a comisaría, les
informaron que el abogado del señor Jiménez ya había llegado y
habían mantenido una breve reunión privada. Les estaban
esperando.
Antes de comenzar con el interrogatorio, se
dirigieron a la sala aledaña, donde contemplaron a ambos individuos
a través del cristal, mientras se terminaban el café, relajados y
sin prisa. El abogado era el polo opuesto a Felipe Jiménez, al
contrario que el detenido, era un hombre serio que aparentaba
serenidad, demostrando estar acostumbrado a estas lides.
—Lo más seguro es que no sea la primera vez
que tiene que salvarle el culo —le dijo a la subinspectora.
En ese momento, el letrado ponía su mano
sobre el hombro de Jiménez, en un gesto que intentaba
tranquilizarlo, y aunque este asentía, seguía histérico, no podía
mantener las manos quietas, y una de sus piernas temblaba
ostensiblemente.
Tras un intervalo de tiempo que Suárez
consideró suficiente, le dio un suave codazo a su compañera, y con
un leve movimiento de cabeza le indicó que había llegado su turno,
les tocaba entrar.
—Buenas noches. Disculpen el retraso —dijo
el inspector al entrar en la sala. Miró directamente al abogado de
Jiménez quien le mantuvo la mirada, evidenciando que no se sentía
intimidado, ni por ellos, ni por la situación, se mostraba
confiado. Daniel no lo entendía, puesto que tenían pruebas que
demostraban que su cliente había intentado drogar a una mujer. Sus
tripas le decían que tenía que ir con pies de plomo.
—Sabemos que creen que mi cliente es el
asesino en serie que están buscando, ese al que denominan asesino
online. —El inspector levantó las cejas—.
Mi cliente no es la persona a la que buscan, y por ello, queremos
cooperar en todo lo que necesiten, siempre y cuando le dejen en
libertad sin cargos.
—¿Perdón? —El inspector se mostró perplejo
por la arrogancia que acababa de demostrar el abogado—. Su cliente
ha echado una droga, muy utilizada para delitos de agresión sexual,
en la copa de su acompañante.
—Lo sabemos, y mi cliente está arrepentido
por su actuación —Verónica miró a Daniel, no sabía a dónde querían
llegar—, pero cree tener cierta información de utilidad sobre el
asesino que buscan.
—Adelante. —El inspector estaba
intrigado.
—Pero quiero que le ofrezcan libertad sin
cargos.
—Sabe que es imposible obtener un trato a
estas horas de la noche, los juzgados están cerrados. De todas
formas, no podemos ofrecerle inmunidad. Usted sabe tan bien como
yo, que si ha intentado drogar hoy a su acompañante y no lo ha
conseguido, es porque nosotros estábamos allí. Y ninguno de los que
estamos aquí creemos que haya sido la primera vez, ¿verdad? No
podemos dejar libre a un presunto violador. —Al señor Jiménez se le
contrajo la cara al escuchar la imputación.
—Esa acusación es muy grave, teniendo en
cuenta que no tienen pruebas para avalarla. —Daniel sabía que tenía
razón, pero esperaba que no fuera difícil encontrar a mujeres con
las que hubiera quedado en el pasado, y que alguna de ellas
estuviera dispuesta a denunciarlo. De todas formas, no entró al
trapo, irían por orden.
—Pero lo que sí le puedo decir, es que si la
información que nos da su cliente nos es útil en la investigación,
lo tendremos en cuenta. —El abogado asintió, e hizo un pequeño
movimiento de cabeza para que su cliente comenzara a hablar.
—Entiendo la confusión que se ha producido
esta noche, porque creo que el asesino se llama como yo.
—¿Y por qué piensa eso? —El inspector se
daba cuenta de que no era un farol.
—Tendré que empezar por el principio. Hace
unas semanas, me encontré en la web de contactos que suelo
utilizar, conecta.com, un usuario de Madrid con mi mismo nombre,
cosa que me llamó la atención. Aunque, en realidad, no fue su
nombre lo que me intrigó, entiendo que es un nombre muy común, lo
que despertó mi interés fue que en su perfil había una única foto,
y esa fotografía era mía. Es una instantánea que me tomaron en una
salida a montar a caballo, en ella aparezco cabalgando al otro lado
de un cercado. Como comprenderá, eso me preocupó, había oído hablar
de suplantaciones de identidad y las consecuencias que pueden
acarrear, así que empecé a investigarle.
—¿Investigarle? ¿No informó a la policía?
—Negó con la cabeza—. Continúe.
—Como iba diciendo, comencé a rastrearle. Me
introduje en su ordenador. Soy bueno con la informática. Instalé un
software espía en su equipo, de forma que tenía acceso a su cuenta
en conecta.com y a su correo electrónico, entre otras aplicaciones,
pero yo únicamente me centré en estas dos. Estaba intranquilo,
temía que estuviera usurpando mi identidad, pero después de unos
días fisgoneando, me di cuenta de que no era así. Aunque eso no
resolvía mi duda, ¿por qué había utilizado mi retrato?, por este
motivo, no desinstalé el programa. Empecé a prestar atención a sus
conversaciones, sentía curiosidad por el éxito que tenía con las
mujeres, cuando su perfil era poco menos que una copia del mío.
Estuve analizando y estudiando su forma de tratarlas, la forma en
que les hablaba y demás, quería ser como él. Pero entonces...
—¿Entonces qué?
—Entonces, apareció esa noticia en el
periódico. Habían asesinado a dos jóvenes. Sus fotografías me
sonaban de algo, y de repente, las ubiqué, las había visto chatear
con mi doble, por llamarlo de alguna manera. Revisé los chats en su
ordenador, pero toda esa información no estaba. Yo estaba seguro de
que ellas habían hablado con él, así que no quedaba otra opción,
tenía que haber borrado las conversaciones. Revisé mi disco duro,
había guardado algunas como ayuda en las mías, y les puedo asegurar
que funcionaba, las chicas se derriten con su don de palabra y a mí
me empezaba a suceder lo mismo, las chicas querían conocerme.
—Daniel estaba sorprendido por la historia, parecía inverosímil y
supuso que eso mismo era lo que la hacía más creíble—. Como decía,
comprobé las conversaciones guardadas, y allí estaban, tenía
grabadas las que mantuvo con las chicas el mismo día en que fueron
asesinadas.
—¿Y no se le ocurrió ir a la policía?
—preguntó de nuevo Daniel.
—Con qué, ¿diciendo que había pirateado el
equipo de un desconocido?, ¿que pensaba que era el asesino
online?, ¿eso les hubiera parecido
creíble?
—Supongo que tan creíble como lo es ahora,
pero con la diferencia que ahora quiere salvar su culo y resulta
menos verosímil todavía. ¿Tiene esas conversaciones?
—No, las borré. —El inspector levantó las
cejas, empezaba a pensar que le estaba tomando el pelo—. Las borré
porque creí que me había descubierto. Así que desinstalé el
software espía y protegí mi ordenador para que no pudiera
identificarme.
—¿Eso es lo que va a mantener? Que el
asesino le estaba suplantando, que lo investigó y que piensa que le
descubrió. Si hubiera sido así, ¿por qué cree que sigue vivo?
—No sé, inspector. —El hombre tenía miedo y
no lo ocultaba—. Quizás, no sé, quizás quería que yo fuera la
cabeza de turco.
—Quizás es eso, o quizás te lo estás
inventando todo, porque te hemos descubierto con las manos en la
masa, echando burundanga en la bebida de una joven a la que
pensabas matar —el inspector comenzó a tutear al detenido, por
experiencia sabía que eso intimidaba más.
—No, en serio, no iba a matarla. Es verdad
que quería acostarme con ella. Está muy buena —dijo intentando
justificarse.
—Así que la pensabas violar.
—No he dicho eso.
—La drogas para poder acostarte con ella.
Eso es una violación.
—No, no quería decir eso.
—Entonces, qué quería decir, señor Jiménez.
—Dejó de tutearlo, dando un nuevo golpe de efecto, ya lo tenía
donde quería. El hombre dejó caer la cabeza entre las manos, estaba
hundido y a punto de echarse a llorar. Entonces, levantó la mirada,
había recordado algo.
—Ambas le dijeron en diferentes
conversaciones que habían dado en adopción a sus bebés. Me pareció
chocante, tanto la casualidad de que hubieran pasado las dos por
ese trance, como que a él ese tema le interesase tanto.
—¿Qué quiere decir?
—Que parecía intrigarle, les preguntaba cómo
se encontraban, por qué lo habían hecho, y cosas por el estilo,
parecía querer entender su comportamiento. Y ellas se desahogaban
con él —hizo una pausa—. Cristina, la mujer con la que he cenado
hoy, también me contó algo parecido, pensé en no seguir hablando
con ella, me dio mal rollo, pero está tan buena... —lo dijo en un
susurro, dejando inconclusa la frase, empezaba a hilar los
acontecimientos—. Era una trampa, ¿verdad?
—Quiere contarnos algo más, señor Jiménez.
—El hombre negó con la cabeza, derrotado.
—Háblenos de su padre.
—¿Mi padre? —Su cara reflejó el desconcierto
que sentía—. ¿Qué quiere saber de mi padre?
—Empecemos por su nombre y dirección.
—Mi padre se llama Felipe Jiménez, él
insistió en ponerme su nombre. Vive con mi madre en la sierra, en
una casa en Manzanares el Real...
Daniel conocía el lugar, un precioso pueblo
a pie de La Pedriza, en el Parque nacional de la Sierra de
Guadarrama, a menos de una hora de la ciudad. Acostumbraba a hacer
escapadas a la zona cuando empezaba el buen tiempo, como la mayoría
de madrileños, que iban allí a practicar escalada, hacer rutas de
senderismo o a darse unos refrescantes baños en las pozas del río
Manzanares. Aunque en la actualidad, estos baños habían sido
prohibidos por el trato irrespetuoso que se le daba a la naturaleza
por parte de algunos visitantes. Como siempre, pagaban justos por
pecadores, pensó. Sin olvidar, el Castillo de los Mendoza, situado
a la entrada del municipio, una de las fortalezas medievales mejor
conservadas de España. Hacía unos años había ido con Cruz a
visitarlo, allí, unos guías vestidos de época representaron una
obra de teatro, al mismo tiempo que explicaban el contenido
artístico de las estancias. Y para completar el día de turismo,
acabaron deleitándose con la gastronomía en un asador cercano a la
iglesia. Lo recordaba como una de las últimas ocasiones en las que
habían disfrutado de su mutua compañía. Daniel eliminó esos
recuerdos de su cabeza para volver a centrarse en el individuo que
tenía delante.
—Muchas gracias. —Daniel lo interrumpió.
Tendrían que contrastar la información que les acababa de dar, pero
como se imaginaba, no era la persona que buscaban.
Los inspectores se levantaron despacio,
dejando al abogado y a su cliente extrañados, mientras los
observaban abandonar la sala. En cuanto salieron, le dijeron al
policía que estaba apostado junto a la puerta, que se llevara al
detenido al calabozo.
Daniel se encontró con un Cardenete muy
concentrado en la tarea que le habrían asignado o Huertas o
Candelas, aun así, se acercó para pedirle que localizara a las
mujeres con las que Felipe Jiménez, había quedado en los últimos
meses. Empezarían por un periodo cercano, para más tarde ampliar la
búsqueda si lo consideraban necesario. Necesitaban confirmar si
existían o no víctimas de violación. Como se imaginaba, él se
mostró complacido por la labor asignada, quería sentirse
útil.
—¿Crees que será capaz? —El inspector miró
extrañado a Verónica. Sabía que tenía poca experiencia, pero estaba
resultando de gran ayuda en el caso, estaba obteniendo información
relevante en la investigación.
—Claro que sí. Se le da bien indagar. Seguro
que localiza a las chicas. Luego, nos ocuparemos nosotros.
El inspector comprobó la hora en el reloj de
pared, se había hecho tarde, pasaban de las dos de la madrugada,
pero aun así, tal y como le había pedido el comisario, lo llamó
para informarle de las últimas novedades.
—Así que no crees que él sea el asesino.
—Cristina estaba sirviendo un par de copas, mientras Daniel la
contemplaba sentado en el sofá. Había ido a su casa para asegurarse
de que estuviera bien e informarle de lo acontecido en
comisaría.
Justo al entrar en su coche, después de la
conversación con el comisario Reyes, había recibido un mensaje de
ella interesándose por el interrogatorio. Por lo que en vez de
tratarlo por vía telefónica, prefirió acercarse a su piso, así
mataba dos pájaros de un tiro, se había dicho, únicamente para
convencerse a sí mismo de que esa visita tenía todo el sentido del
mundo. De todas formas, cuando ella le abrió la puerta, no mostró
sorpresa, lo estaba esperando.
En ese momento, ella estaba echando con sumo
cuidado la tónica, apoyando el botellín en la parte más baja de la
varilla de la cuchara mezcladora y dejándola caer muy despacio. Él
sabía que lo hacía así para evitar que se perdiera el gas y sobre
todo para que se mezclara bien, de esta forma no hacía falta ni
mezclar ni remover. Se lo había explicado un camarero amigo suyo, y
parecía que ella también conocía el secreto. Después, había echado
una fina piel de naranja, con la que daba por finalizada la
preparación.
—No. Volvemos a la casilla de salida.
—Y lo más probable es que ahora esté
asesinando a otra chica.
—Correcto. —Ambos estaban
desmoralizados.
—Toma. —Cristina le pasó una de las copas de
ginebra con tónica que acababa de elaborar, a la que Daniel dio un
gran sorbo—. Por lo menos, has detenido a un violador.
—No tengo pruebas, solo suposiciones. Aún
tengo que buscar a sus víctimas y no tengo mucho tiempo de
maniobra. Solo le puedo retener unas horas en comisaría. —Se
quedaron callados, concentrados en sus pensamientos—. Y lo peor, es
que creo que tengo el puzle casi completo, las piezas empiezan a
encajar —dijo rompiendo el silencio.
—Ordénalas. —Daniel la miró, tenía razón,
tenía que sentarse y organizar sus ideas.
—Está bien. Empecemos por el principio. El
asesino es el hijo de Felipe Jiménez, tal y como confirma la prueba
de ADN realizada. Se cría en un hogar roto, donde su padre es un
maltratador que se dedica a moler a palos tanto a su madre como a
él. Crece creyendo que su madre lo abandonó a su suerte, dejándole
solo y desprotegido frente a su padre, quien seguramente
incrementara las palizas que le propinaba por el hecho de que su
mujer se largara. Acaba huyendo de su casa y creándose una nueva
vida.
»En cuanto se ha enterado de que vivía en
una mentira, que su madre no lo había abandonado tal y como le
hicieron creer de pequeño, se ha vengado de la persona que implantó
esos pensamientos en su cabeza, su padre. Lo más probable es que se
sienta perdido, sin un objetivo, ya que se ha dado cuenta de que
los asesinatos que ha cometido, todos ellos dirigidos a matar una y
otra vez a su madre por lo que le hizo, no tienen sentido. Así que
ha ido a por su padre y ha acabado con él, intentando que sufriera
tanto como sufrió él. No ha querido darle una muerte rápida e
indolora, como al resto de sus víctimas, con él se ha recreado en
su dolor. Aun así, seguirá matando, como me has comentado en alguna
ocasión, le gusta, le hace sentirse poderoso, como si fuera un
Dios, capaz de decidir sobre una vida.
»Que sepamos ha asesinado a seis jóvenes de
aspecto similar a su propia madre, rubias y con ojos azules. Por lo
menos, cuatro de ellas habían tenido un bebé al que habían dado en
adopción, madres que abandonaron a sus hijos como le sucedió a él.
Tres en Cataluña y tres en Madrid. Entre los asesinatos de Cataluña
transcurrió un año, lo que implica que tuvo que pasar una larga
temporada viviendo en la zona. Desde la última víctima hasta la
primera de Madrid han pasado dos años. Dos años preparándose para
continuar, creándose una nueva identidad, una nueva vida, supongo
que es el tiempo que lleva viviendo en Madrid, inventándose a sí
mismo. Es como un camaleón, solitario y capaz de pasar
desapercibido, o como el ave Fénix, que resurge de sus cenizas. En
cuanto ha vuelto a matar, ha recordado lo que le gustaba, lo que
disfrutaba con ello, y ahora, entre las víctimas deja un corto
espacio de tiempo, solo una semana. Una semana es muy poco para
nosotros, apenas tenemos tiempo para actuar —recapituló.
»Quizás está pensando en abandonar la ciudad
para crearse otra vida. En Cataluña ejecutó a tres víctimas, aquí
lleva otras tres, aparte de su padre. Tal vez ya sea tarde y se
haya marchado. —Daniel esperaba que no fuera así, tenían que
atraparlo, aunque sabía que si seguía en Madrid, esa misma noche
habría una nueva víctima.
»Su modus
operandi: contacta con ellas por internet mediante la web
conecta.com, ahí las halaga, engaña o engatusa, de forma que
sienten la suficiente confianza para contarle su secreto más
íntimo, el abandono de sus bebés. Concierta con ellas una cita, les
echa burundanga en la bebida, de forma que las chicas se sienten
indefensas y su libertad se ve mermada, hacen todo lo que les pide.
Las lleva a sus casas, sin temor a ser pillado in fraganti. Tiene que haber estudiado sus hábitos
para sentirse con tanta seguridad en terreno desconocido. Ya en sus
casas, les inyecta aire en la arteria, lo que les provoca un
infarto. Posteriormente, las convierte en protagonistas de un
cuadro, una obra lasciva, en la que las víctimas aparecen desnudas
y provocadoras, y sin embargo, no las agrede sexualmente. Y no creo
que sea porque es impotente o no se siente atraído por ellas, creo
que lo considera incesto.
»Tiene que ser una persona agradable,
encantadora y con don de gentes para que las víctimas confíen con
tanta facilidad en él, teniendo en cuenta que no lo conocen en
persona y sabiendo que en internet todo el mundo miente. Nadie es
quien dice ser. Es un lugar para dejarse llevar y ser quien se
quiere ser y no quien se es en realidad.
—Bravo, creo que ya no me necesitas.
—Cristina lo miró y se dio cuenta de que, de hecho, nunca la había
necesitado—. De todas formas, hay algo que no me cuadra. Él tiene
que saber que las mujeres con las que contacta han abandonado a sus
bebés, no puede ir una por una a ver si suena la flauta por
casualidad.
—Estoy de acuerdo contigo. O tiene acceso a
ese tipo de información o tiene suficientes conocimientos de
informática como para entrar en bases de datos privadas. —Teniendo
en cuenta lo que le había dicho esa noche su detenido, que había
sido capaz de percatarse de la existencia de software espía en su
equipo y de borrar conversaciones de una web.
»Es inteligente. Conoce la forma de actuar y
de recopilar pruebas de la policía. El escenario del crimen siempre
está limpio, no deja fibras, huellas, nada. Es demasiado
organizado. Sabe de arte, de informática y de anatomía. Seguramente
no trabaje en nada de ello, para que no podamos relacionarle.
»Envía a las víctimas su obra de arte,
aunque estas ya están muertas. Creo que lo hace como un desafío
para la policía, se siente por encima de nosotros, se cree superior
y no cree que seamos capaces de apresarlo. Además, tiene la
arrogancia suficiente para enviar información a la prensa, pienso
que con el mismo objetivo que las fotografías que envía a las
víctimas. Se está riendo de nosotros.
»Como dijiste, la clave ha de estar en la
primera víctima. Ella fue especial, no creó un desnudo obsceno o
erótico como con el resto, su escenario representaba una historia
mitológica, la historia de Danae, de una madre que hizo todo lo
posible por salvar a su hijo Perseo, todo lo contrario a lo que
creía que había hecho su madre por él. Lo que me lleva a pensar que
a ella la conocía, quizás sentía algo especial por ella o quizás se
había portado bien con él.
—Si fuera así, ¿por qué la mató? —preguntó
Cristina con curiosidad, tras el análisis tan detallado del
inspector.
—Porque no podía perdonarle que rechazara a
su hijo como su madre lo rechazó a él.