18 Jueves, 16 de marzo
El inspector salía del gimnasio sintiéndose
descargado de frustraciones y de todo el estrés acumulado. Desde
que había comenzado con este caso, no había tenido posibilidad de
acudir a sus clases, y necesitaba desquitarse. Aunque había salido
a correr casi todas las mañanas, no era lo mismo. Practicaba
kick boxing, un deporte de combate
japonés que mezcla técnicas de boxeo con algunas artes marciales,
le resultaba liberador, esa mañana, sus contrincantes no habían
salido muy bien parados.
Ya en comisaría, se encontró a Verónica muy
concentrada delante de la pantalla del ordenador, tomando notas de
lo que allí encontraba.
—Buenos días —le saludó. Ella, entonces,
levantó la mirada de la pantalla y le sonrió.
—Buenos días, jefe, creo que tengo lo que
estabas buscando. —Daniel levantó las cejas interrogante, no sabía
a qué podía referirse—. Como supusiste, el accidente de Almudena
del Olmo se produjo en una calle a medio camino entre su casa y el
colegio, parece ser que iba a buscar al chico para huir con
él.
—Me lo temía. —Asintió el inspector—. ¿Algo
más? —La sonrisa de Verónica confirmaba la pregunta.
—He contactado con un amigo de la mujer,
José Luis Rodríguez. Estudiaron juntos en la Universidad. Por lo
visto, unos meses antes de morir, ella lo llamó, quería encontrar
un trabajo. Había sido profesora de Arte en la Universidad, pero al
casarse lo había dejado.
—El perfil del marido apunta a que la obligó
a dejarlo, lo más seguro es que él pensara que tenía que encargarse
de su familia, no podía permitir que una mujer lo ayudara.
—Otra forma de tenerla atada. —Daniel
asintió—. José Luis Rodríguez le encontró un trabajo en el
instituto en el que trabajaba en Toledo. El profesor de Dibujo
Técnico se acababa de jubilar, así que la propuso para que lo
sustituyera ante el profesorado, y todos aceptaron contratarla. Ya
estaba todo dispuesto para su incorporación, el hijo tenía plaza en
el colegio, e incluso les había preparado una vieja casa en un
pueblo cercano, que había pertenecido a su familia, y en la que no
vivía nadie, de forma que se instalaran a su llegada. Según el
señor Rodríguez, esperaba a Almudena del Olmo y a su hijo
—concluyó.
—Iba a abandonar al marido con el crío. —Las
suposiciones del inspector, habían sido confirmadas.
—Exacto.
—Así que tenemos a un asesino que piensa que
fue abandonado por su madre cuando era pequeño, por lo que está
matando a chicas que le recuerdan a ella. Pero la realidad es otra
completamente diferente, nunca fue abandonado. —La ironía del
asunto no le pasaba desapercibida—. ¿Qué crees que haría si se
enterara de la verdad? —Verónica lo miró con interés, no tenía ni
idea qué se le podía haber ocurrido.
—¿En qué estás pensando?
—Estoy pensando en que siempre va un paso
por delante, siempre nos está marcando el camino a seguir, nos está
llevando por donde quiere llevarnos, y ya estoy harto. Esta vez,
vamos a ser nosotros los que tomemos la iniciativa.
—¿Cómo? —Verónica seguía sin entender a su
compañero.
—Esta vez somos nosotros los que tenemos
información que él desconoce y vamos a lanzar un órdago.
Daniel se sentó tras su mesa, buscó un
número en la agenda de su móvil y pulsó el botón de llamada bajo la
atenta mirada de la subinspectora, quien empezaba a captar la idea
que tenía en mente su jefe.
Era la primera vez que él le tomaba la
delantera y lo llamaba, siempre había sido al revés, pero esta vez
lo necesitaba y esperaba que no le fallara.
—¿Montes? Me gustaría hablar contigo.
—Inspector Suárez, menuda sorpresa. —Montes
podría reconocer la voz del inspector en cualquier parte, esa voz
grave de barítono. En alguna ocasión había pensado que había
equivocado su profesión, que se tenía que haber dedicado al doblaje
o a la radio. Si no fuera por lo brillante que era como
investigador, se podría haber ganado la vida utilizando su profunda
voz—. Si me llamas para saber si el asesino se ha vuelto a poner en
contacto conmigo, la respuesta es no, no he vuelto a saber nada de
él.
—No, te llamaba para otra cosa. Quería
proponerte algo. —El periodista estaba intrigado, esa no era la
forma de proceder de Suárez.
—Cuéntame. Soy todo oídos. —Daniel sonrió,
sabía que el periodista no dejaría pasar esa oportunidad.
El inspector Suárez iba de camino al
departamento de informática, esperaba que hubieran podido sacar
algo de la vieja fotografía que les habían entregado el día
anterior.
Se encontró a Cardenete y a Miguel, el
técnico, muy concentrados en su labor con otro compañero, mirando
una pantalla en la que aparecían gran cantidad de resultados,
parecía que estaban afinando el filtro de búsqueda que
utilizaban.
—Buenos días. —La voz del inspector los
sobresaltó.
—Inspector. Como siempre, te estábamos
esperando —le dijo Miguel mientras se dirigía a su mesa, seguido de
Cardenete y de Suárez, dejando al compañero que siguiera con el
trabajo en el que habían estado todos ellos tan absortos unos
segundos antes.
—¿Habéis podido sacar algo de la
imagen?
—Jefe, no te puedes ni imaginar el
software que hay aquí. Nos ha ayudado
mucho. —Cardenete se mostraba excitado, era evidente que habían
conseguido lo que pretendían.
—La verdad es que creo que sí —confirmó
Miguel—. En el departamento informático se compró hace algún
tiempo, una aplicación capaz de mostrar el aspecto de una persona
dentro de veinte o treinta años, únicamente introduciendo una
fotografía y algunos datos personales. Es muy parecida a muchas
otras que existen hoy en día por internet y que muchos usuarios
utilizan por curiosidad, para entretenerse un rato, viendo cómo
serán en el futuro. La diferencia es que nosotros la hemos
mejorado, hemos modificado algunas rutinas de la ya de por sí
innovadora herramienta, de forma que nos resulte útil y eficaz en
los casos policiales. Hemos conseguido que nos genere un resultado
sin apenas rango de error. —Miguel se mostraba muy orgulloso del
trabajo realizado en el departamento, no cabía duda, pero al
inspector esa información no le interesaba—. Hemos tenido que
introducir algunos datos del crío, esperemos no habernos confundido
en nuestras premisas, porque estas son definitivas para la
obtención del resultado final.
—¿Qué tipo de premisas?
—El sexo y edad, por ejemplo, aunque sobre
estos datos no había dudas. Pero otro condicionante de nuestro
aspecto puede ser si la persona en cuestión consume o ha consumido
drogas, ya que estas causan un importante efecto negativo en
nuestro cuerpo con el paso de los años. De todas formas, te hemos
generado varias versiones de la misma persona dependiendo de
algunas de las hipótesis que hemos barajado. Como podrás ver, no
difieren mucho entre ellas. —Daniel asintió, encantado con el
trabajo que habían realizado.
Cuando el técnico le imprimió las
instantáneas, se quedó observando todas ellas, sin reconocer el
rostro que tenía delante. Se le había pasado por la cabeza que al
ver las imágenes reconocería sin lugar a dudas al asesino, pero no
era así, se daba cuenta de que había sido demasiado optimista a ese
respecto. Miguel notó el abatimiento del inspector.
—Ten en cuenta, que si se ha hecho la
cirugía estética o algún tipo de operación en el rostro, no se
parecerá.
—Excepto por la mirada.
—Depende, también existen lentillas,
operaciones...
El inspector miró los ojos del principal
sospechoso en las diferentes impresiones. Esa mirada, que en la
foto de niño se mostraba cálida e inocente, en las que tenía en la
mano resultaba fría e insondable.
—Gracias, Miguel, seguro que nos es muy
útil. —Aunque Suárez no las tenía todas consigo.
—De nada, inspector. Si necesitáis algo más,
ya sabéis dónde estoy.
—Por cierto, del origen de los correos
electrónicos, ¿habéis encontrado algo?
—No, lo siento. Vamos de servidor en
servidor sin aterrizar en ningún sitio. —Cardenete se mantenía en
silencio al lado de su jefe, escuchando todo lo que tenía que decir
el técnico que le había ayudado tanto. Conocía a Miguel desde hacía
tiempo, incluso antes de entrar a trabajar en esta comisaría. Se
habían conocido en la red, ambos se movían por los mismos foros.
Como les decían sus amigos, eran unos frikis de la
informática.
—Gracias de nuevo.
Daniel se dio la vuelta, dejando a Cardenete
y a Miguel que continuaran trabajando en la búsqueda del origen de
los emails.
Quizás, en la actualidad, el rostro del
asesino era ese, aunque no reconociera a ningún sospechoso en él,
se iba diciendo como si se quisiera convencer. Cuando llegó a su
planta, se dirigió a Candelas y a Huertas que se tomaban un café en
la sala de descanso.
—Buenos días, jefe —le dijeron al
unísono.
—Buenos días. Miguel, me ha dado estas
fotografías que muestran cómo se supone que podría ser Felipe
Jiménez en el presente. —Ambos cogieron las imágenes y al mirarlas,
como antes le había sucedido al inspector, no reconocieron a nadie
en ellas—. Comprobad si ha asistido a alguno de los entierros de
las víctimas. Y revisad que no esté fichado o incluido en alguna de
nuestras bases de datos.
Ambos inspectores asintieron y se fueron a
su mesa para comenzar con la tarea asignada, llevándose el café que
todavía no se habían terminado de beber. Todos querían avanzar y
descubrir al asesino antes de que volviera a actuar. Estaban dentro
de una cuenta atrás, la cual finalizaba la noche de ese sábado. No
podían permitirse un nuevo asesinato.
Daniel se sentía satisfecho, se estaban
acercando, aunque no tenía claro cuán cerca estaban. Le tenía
preocupado lo poco que quedaba para el siguiente asesinato.
Se subió a su coche y se dirigió a la
Autónoma. Con la excusa de mostrarle a Cristina las imágenes del
principal sospechoso, pensaba invitarla a comer. Se sentía muy a
gusto con ella, era de las pocas personas que lograban que
desconectase de su trabajo, cosa que no entendía, porque la mayoría
del tiempo era el tema principal de su conversación.
Cuando llegó a la Universidad, el movimiento
de alumnos era caótico, algunos iban corriendo de un lado a otro,
otros estaban reunidos en pequeños grupos donde charlaban
animadamente y echaban unas risas. Todos ellos, cargados con
gruesos libros, mochilas o carpetas repletas de apuntes.
Echó de menos esos tiempos, en los que sus
mayores preocupaciones eran aprobar o no un examen, o tal vez, en
qué hacer el fin de semana. En aquella época, el suspender le había
parecido el fin del mundo, siempre con los agobios habituales de
aquellos que dejan el estudio para última hora, además de los
nervios que iban incrementándose cuando la fecha se acercaba, sin
embargo, ahora se daba cuenta de lo superfluo de aquellos
problemas. En esos momentos, de él dependía encontrar a un asesino
antes de que volviera a matar, evitar la muerte sinsentido de una
joven, eso, desde luego, no era equiparable a aprobar o suspender
un examen. «Qué ingenuos éramos».
Esta vez recorrió más seguro los pasillos de
la Facultad de Psicología, fue capaz de reconocer algunos lugares,
de todas formas, tuvo que preguntar cómo llegar a su destino. El
edificio era un enrevesado de pasillos y escaleras que dificultaban
el poder moverse por el interior como pez en el agua. Gracias a una
guapa alumna, que no paraba de insinuársele, llegó al despacho de
Cristina en un breve lapsus de
tiempo.
—Muchas gracias por acompañarme.
—Para mí ha sido un placer, inspector. —Se
acercó a él provocativamente. Mientras le estrechaba la mano, le
susurró al oído—: Si me vuelve a necesitar, ya sabe cómo contactar
conmigo.
La chica le había puesto en la mano un papel
en el que estaba apuntado su nombre y su número de teléfono. Él no
pudo dejar de observarla mientras desaparecía por el pasillo,
contoneándose. Suspiró, las cosas habían cambiado, y mucho, desde
que empezara a salir con Cruz. Las chicas se habían transformado,
ellas siempre habían decidido y habían marcado el camino, pero
ahora, además le intimidaban con su insolencia y su atrevimiento.
Sonrió por la ironía, intimidar a un inspector de policía tenía
gracia, se dijo.
En cuanto llamó a la puerta del despacho, al
otro lado, se escuchó una voz que le invitaba a pasar. Se relajó al
encontrarla allí, ya que al querer sorprenderla, el gran
sorprendido podía haber resultado él, ella podía haber estado en
cualquier otro sitio.
Cuando accedió al interior de la habitación,
se dio cuenta de que no estaba sola, como empezaba a ser habitual,
estaba acompañada del señor Núñez.
—Daniel, qué sorpresa, no te esperaba.
—Ambos se mostraron demasiado sorprendidos por la presencia del
inspector. Él se preguntó si estaban escondiéndole algo, porque
parecían haber sido pillados in fraganti,
observando la pantalla del ordenador, sentados al otro lado de la
mesa.
—Venía a ver si te apetecía salir a comer.
—Al acercarse, comprobó que ambos estaban comiendo comida china,
había varios recipientes encima de la mesa.
—Estamos comiendo. —Cristina se sintió
abatida, si la hubiera avisado, le hubiera gustado comer con él en
la intimidad de su despacho o en un restaurante algo alejado del
campus.
—Si quieres unirte, hay comida para todos.
—Javi lo dijo con una sonrisa en la boca, parecía encantado de que
hubiera aparecido.
—Por supuesto. —Le pasó unos palillos y un
plato de plástico, y con un gesto le indicó que se sirviera de
cualquiera de los envases de encima de la mesa. Daniel se echó unos
tallarines, y cuando terminó, volvió a centrarse en ellos. No le
había pasado inadvertido que Cristina había movido la pantalla del
ordenador, presumiblemente para que no viera lo que ellos tenían
delante—. Me vais a contar lo que estabais tramando o voy a tener
que dar la vuelta a la mesa para echar un vistazo. —La carcajada
que se le escapó a Javi no fue bien recibida por Cristina, que lo
miró ofendida a la vez que le daba una patada por debajo de la
mesa.
—Te lo cuento, si no te enfadas. —El
inspector levantó las cejas extrañado, no creía que tuviera ningún
derecho sobre ella para enfadarse por lo que estuviera haciendo,
así que se imaginó que estaría con una de sus locuras—. Recuerdas
que ayer me dijiste que tenías dos nombres, Felipe Jiménez y Carlos
Matías. —Daniel escuchaba atento, sospechando a dónde quería
llegar—. Carlos Matías era mi vecino, al que ya sé que interrogaste
ayer, porque esta mañana me lo he encontrado en el descansillo y me
lo ha contado todo. —La cara de ella era un poema al recordar ese
momento, supuso que estar algún tiempo cerca del hombre no le había
resultado nada agradable—. Pero, Felipe Jiménez, no teníamos ni
idea de quién podía ser, ¿verdad? —El inspector asintió—. Pues
busqué en conecta.com, y encontré a varios usuarios con ese nombre.
Filtré por los que viven en Madrid y tienen como afición la
pintura, y encontré a una única persona. Me he puesto en contacto
con él. —Era lo que se temía Daniel.
—¿Y?
—Estamos chateando con él en este preciso
instante —dijo Javi señalando la pantalla.
—¿Puedo? —se lo dijo a Cristina mirándola a
los ojos, ella asintió algo avergonzada.
Daniel dio la vuelta a la mesa y se puso al
lado de ellos a analizar la conversación. Lo primero que le llamó
la atención, fue que Cristina para conocerlo, había utilizado la
misma frase que usó Verónica para conocerla a ella.
—Parece que es una gran frase. —Cristina
supo al momento a qué se estaba refiriendo.
Continuó leyendo la conversación, pero
parecía una charla de lo más natural entre dos extraños. Hablaban
de sus trabajos, los sitios por los que les gustaba salir y poco
más. Ni siquiera habían mencionado el arte.
—¿Le has preguntado por sus padres?
—Cristina lo miró impresionada.
—Tienes razón. —Así que ella continuó la
conversación por esos derroteros. Al otro lado del chat, Felipe
Jiménez le decía que no tenía padres, que habían muerto hacía
muchos años, y le devolvía la pregunta—. ¿Qué opinas?
—Creo que puede dar el perfil. Uno lo
abandona y del otro no quiere saber nada —confirmó Daniel.
—¿Qué le digo? —Daniel pensó en las
víctimas, todas tenían unos padres cerca, a los que querían y con
los que mantenían una buena relación.
—Dile que tus padres viven aquí en Madrid y
que quedas con ellos a menudo. —Ella asintió y comenzó a escribir—.
Alude en algún momento que tuviste un hijo, pero que lo diste en
adopción.
—¿Ya? ¿Sonará realista? Le acabo de
conocer.
—Hay gente que se siente muy cómoda
desahogándose con extraños. De todas formas, interésate un poco más
por él, y poco a poco se lo sueltas —intervino Javi.
Así que Cristina les hizo caso, chateó un
rato más con él, bajo la atenta mirada de los dos hombres, y al
final, comentó que había tenido un bebé que tuvo que entregar.
Después de ese comentario, Felipe Jiménez estuvo un largo rato sin
escribir nada, intervalo que los mantuvo a todos en vilo, esperando
contestación. Cuando, por fin, llegó un mensaje, era para
disculparse porque tenía que seguir trabajando, pero que esa noche,
si a ella le era posible, le gustaría seguir conversando. Todos
respiraron aliviados, no lo habían perdido.
—Bueno, pues ya está —dijo Cristina
ignorando el ordenador y mirando primero a uno y luego al
otro.
—Amplía la fotografía de su perfil. —Ella
hizo lo que Daniel le acababa de pedir, de forma que la imagen
ocupara toda la pantalla. Como le había parecido al inspector
mientras chateaban, la cara del sujeto no se parecía en nada a
ninguna de las que le había dado Miguel. Tanto Javi como Cristina
lo observaban, esperando a que les contara qué estaba comprobando—.
Los técnicos han generado, con un programa informático, el aspecto
de Felipe Jiménez en la actualidad, partiendo de una imagen que
hemos conseguido de cuando tenía unos siete años. —Sacó el móvil y
les enseñó el posible rostro del asesino. Ambos lo miraron con
curiosidad, pero ninguno fue capaz de reconocer esa cara—. Sabes,
que quizás, estés tratando con un asesino. —Daniel volvió a
sentarse frente a ellos. No había olvidado el poco sentido común
que demostraba Cristina, no salía de su asombro, parecía no
importarle lo más mínimo morir, y a él empezaba a importarle esa
cuestión, más de lo que quería admitirse a sí mismo.
—Te lo iba a decir.
—Espero que antes de tu cita.
—Por supuesto.
Javi se sintió algo incómodo por el rumbo
que empezaba a tomar esa conversación, así que se levantó dispuesto
a marcharse.
—¿A dónde vas? —preguntó Cristina
desconcertada al verlo irse tan pronto.
—Creo que es mejor que no me meta en este
tipo de discusiones, y como no quiero violentarte, prefiero
irme.
—¿Violentarme?
—Cristina, sabes que me voy a poner del lado
de Daniel. Estás cometiendo una locura, lo que haces es peligroso.
—Al dirigirse a la puerta, pasó a lado de él y le dedicó un leve
gesto con la cabeza—. Inspector.
—Señor Núñez. —Daniel sonrió por la
situación, se sentía cómodo con él, además de encontrar un aliado
contra la cabezonería de ella.
Cristina se quedó contemplando cómo
desaparecía su amigo, su mirada se mantuvo unos segundos observando
la puerta cerrada, todavía estupefacta por su comportamiento.
Cuando volvió a centrarse en la persona que
tenía delante, se dio cuenta de que Daniel estaba comiendo sin
prestarle ninguna atención, parecía divertirse con lo que ocurría a
su alrededor.
—Estos tallarines están deliciosos.
—Cristina lo miraba con los ojos entrecerrados.
—¿Se puede saber de qué vas? Mi amigo se
acaba de ir por tu culpa. —Daniel levantó la mirada de la comida y
la observó, parecía estar enfadada.
—Cris, Javi no se ha ido por mi culpa. Javi,
como yo, piensa que estás metiéndote en la boca del lobo, quedando
con desconocidos, cuando existe la posibilidad de que uno de ellos
sea un asesino en serie. Creo que simplemente está tan preocupado
por ti, como lo estoy yo. —La sinceridad del inspector dejó a
Cristina sin palabras.
—¿Estás preocupado por mí?
—Como policía, creo que te estás
posicionando como cebo en una situación peligrosa, y me preocupa.
Pero, como amigo, sí, estoy muy preocupado, de hecho, me siento
alarmado porque vayas a hacer alguna locura.
—No pienso hacer ninguna locura. Por ahora,
he sido muy precavida, y no pienso cambiar.
—Me alegra oír eso. —Cristina se levantó de
su silla y se puso frente a él, apoyándose en la mesa.
—Mi idea es quedar con él, como con el
resto, pero espero estar vigilada, como en las otras ocasiones. —Se
acercó al inspector y le dio un suave apretón en el brazo, le había
conmovido su actitud.
Continuaron comiendo, olvidando por un rato
la investigación. Se contaron anécdotas de cuando eran estudiantes,
ya que Daniel le comentó la nostalgia que había sentido de su época
universitaria al entrar en el campus. Hablaron de las asignaturas
que les había costado más aprobar, de las palizas estudiando que se
daban en periodo de exámenes, sobreviviendo a base de cafés y
comida rápida, y de las zonas de marcha que habían frecuentado.
Descubrieron que ambos habían sido habituales de Moncloa y Alonso
Martínez, de hecho, acudían a los mismos garitos en aquellos
tiempos. Llegaron a la conclusión de que lo más seguro es que
hubieran coincidido en alguna ocasión.
Se daban cuenta de que ambos tenían muchas
cosas en común.
Daniel estaba saliendo del campus de
Cantoblanco cuando su teléfono comenzó a sonar, apretó el botón
correspondiente del volante y contestó. Por lo que le anunciaba la
pantalla en el salpicadero, era la llamada que había estado
esperando.
—Inspector Suárez.
—Buenos días, inspector. O he de decir,
buenas tardes.
—Para mí son buenas tardes, acabo de
terminar de comer. Pero parece que usted aún no ha comido.
—Muy perspicaz.
—Dígame que me llama porque ya tiene los
resultados. —El doctor Mena sonreía al otro lado de la línea.
—Vienen en camino, inspector.
—Voy para allá.
—Aquí lo espero.
Daniel pisó con más fuerza el pedal del
acelerador dirigiéndose hacia el Instituto Anatómico Forense.
Estaba convencido de que la relación que unía al asesino y a Felipe
Jiménez era la de padre e hijo, todo concordaba.
Era verdad que el asesino les estaba
llevando al son de su música, quizás quería que le atraparan para
dejar de asesinar, muchos asesinos en serie en el fondo es lo que
buscan, que alguien los detenga porque ellos se ven incapaces de
dejarlo, pero en este caso, no creía que fuera así. Sin embargo,
seguía sin entender por qué los guiaba por este camino, parecía
como si se estuviera presentando, como si se estuviera dando a
conocer.
Habían descubierto que su madre lo había
abandonado, o por lo menos, eso era lo que él creía, y que su padre
era un alcohólico que los maltrató a ambos. En las escenas del
crimen había demostrado una inteligencia por encima de la media,
dejándolas sin ningún rastro ni ninguna prueba con la que poder
encontrarlo, solo lo que él mismo había querido dejar. Esperaba que
la muestra de ADN encontrada en las uñas de la tercera víctima,
Berta Álvarez, no hubiera sido dejada allí adrede, todo apuntaba a
que no había sido así, puesto que había intentado limpiar los
restos de las manos de la víctima. También había mostrado de forma
deliberada que era una persona culta, o por lo menos que entendía
de arte, ya que todos los escenarios del crimen representaban
pinturas conocidas, todas con un significado oculto.
Pero tenía que tener en cuenta que si habían
llegado hasta Felipe Jiménez, había sido por un mensaje de la
tercera víctima a un teléfono prepago. Estaba seguro de que también
contaba con que llegaran a esta evidencia. Le preocupaba que Felipe
Jiménez, en realidad, no tuviera nada que ver con el asesino, que
hubiera sido una pista para confundirles, como si no estuvieran ya
lo suficientemente desorientados. Si esta hipótesis era la
acertada, nada tenía sentido.
Cuando entró en la sala de autopsias, se
encontró que el doctor estaba trabajando en una mesa con un joven
de su equipo, al que ya había visto en otras ocasiones. El joven
estaba manipulando lo que le pareció al inspector un hígado, bajo
la atenta mirada de su mentor.
—Buenas tardes —les saludó Daniel. Ambos
llevaban sus batas blancas manchadas con salpicaduras de diferentes
colores, se imaginó que sería sangre y algún que otro fluido
perteneciente al cuerpo del que se estaban ocupando.
—Buenas tardes, inspector —le saludó el
médico a la par que se quitaba los guantes de látex que llevaba
puestos.
—Buenas tardes —murmuró el técnico, mientras
continuaba concentrado en su labor.
—Ven conmigo. Tengo el informe aquí mismo.
Acaba de traerlo el mensajero.
Se dirigieron al fondo de la sala, donde
encima de una mesa llena de papeles con anotaciones escritas a
lápiz y algunas carpetas, había un sobre del tamaño de un folio que
el doctor cogió para entregárselo. Su interior contenía una hoja
con una tabla formada por varias columnas. En la primera, aparecían
unos valores extraños de letras y números que en el documento
indicaba que se correspondían con valores de Loci. Al lado, otra
columna IP, que Daniel pensó que eran porcentajes, por los valores
que tomaba. A continuación, había dos columnas más, que se referían
al hijo, donde se encontraba el tamaño de los alelos. Y después,
otras dos columnas similares, donde se encontraba la misma
información, pero ahora del presunto padre. El doctor Mena
comprendió que el inspector no sabía interpretar los valores que se
mostraban en el documento, por lo que pasó a explicarle su
significado.
—Las muestras de ADN se utilizan para
localizar regiones determinadas de cromosomas, cada región se
denomina locus, en total son veintiuna regiones. Al estudiar estas
regiones se comprueba que hay diferentes tipos de fragmentos de
varios tamaños, los alelos, asociados a los locus en una gran
población. Cada persona tiene dos copias de un cromosoma, cada una
heredada del padre y de la madre, respectivamente. Luego, lo que
ves ahí son los alelos, uno se ha de corresponder con el heredado
por la madre y otro por el padre. Como puedes cotejar, uno de los
alelos del supuesto padre coincide siempre con uno de los alelos
del hijo.
—Entonces, el asesino es el hijo de Felipe
Jiménez. —El doctor asentía—. ¿Cómo es de fiable la prueba?
—Lee el último párrafo, donde se realiza la
interpretación.
Daniel se fijó en lo que había escrito al
final de la página.
«El presunto padre no es excluido como el
padre biológico del hijo examinado. Basándose en los resultados de
los análisis obtenidos de los loci de ADN listados, la probabilidad
de paternidad es de 99,9999%».
—Parece que ya tienes a tu asesino.
—Eso parece, doctor. Ahora, solo tengo que
encontrarlo. Muchas gracias por la prueba, y por la rapidez.
—No te veo muy contento, Suárez.
—No es eso, es que no entiendo nada.
—¿A qué te refieres? —preguntó el doctor
confuso, él esperaba que esos resultados aclararan muchas cosas, no
la perplejidad que mostraba la cara del inspector.
—Me refiero a que el asesino nos ha
orientado en toda la investigación. Ha sido él el que nos ha
llevado hasta su padre, ¿por qué? ¿acaso quiere que lo cacemos? No
me acaba de convencer, no me cuadra.
—Tal vez os esté desafiando. O simplemente
os esté distrayendo. —Daniel recordó que eso mismo le había dicho
Cristina en su cita, cuando le detalló el perfil del asesino.
—Supongo que se cree muy listo. —Suárez
sonrió para sí, esperaba que su golpe de efecto fuera como una
patada en el estómago—. Como decía, doctor, muchas gracias por el
informe.
—Alguien me debía un favor. Aunque en este
caso todos estamos dispuestos a cooperar. No estamos acostumbrados
a tener un asesino en serie en la ciudad y queremos que deje de
andar por ahí matando a unas pobres chicas. Todos queremos verlo
encerrado.
—¿Me lo puedo llevar? —le dijo al médico
mostrando el documento que tenía en la mano.
—Por supuesto.
Daniel salió de la sala de autopsias con la
confirmación que había ido a buscar. Felipe Jiménez hijo era el
asesino que buscaban. Además, contaban con una fotografía de cómo
podía ser en la actualidad, si no se había hecho algún tipo de
cirugía. El cerco empezaba a estrecharse, pero aun así, no era
suficiente. Les quedaba muy poco tiempo y seguían sin saber cómo
atraparlo.
Nada más salir del edificio, marcó uno de
los números que le aparecían en el listado de las últimas llamadas
realizadas. De inmediato, alguien al otro lado lo cogió.
—Confirmado. —Fue lo único que tuvo que
decir para que Montes supiera que ahora era él el que tenía que
actuar. Asintió y colgó.
Cristina acababa de apagar el portátil,
sabía que lo siguiente era llamar a Daniel, si no quería llevarse
una buena bronca.
—Inspector Suárez. —Ni siquiera había mirado
quién le llamaba a esas horas. Estaba tumbado en el sofá, agotado,
el cansancio empezaba a hacer mella en él. El caso en el que
trabajaba apenas lo dejaba dormir, estaba completamente involucrado
en la investigación, lo que le estaba pasando factura. Todo el
departamento trabajaba a más del cien por cien, pero no se veían
los resultados deseados. Eso mismo era lo que le había dicho el
comisario Reyes antes de irse, y eso que él empezaba a ver avances,
por fin.
—Hola, Daniel, soy Cristina. —Daniel se
relajó al oír su voz.
—Cristina, no esperaba tu llamada.
—Quería hablarte de Felipe Jiménez, el
hombre con el que estaba chateando esta mañana. —El inspector se
sentó para prestarle toda su atención—. Como quedamos, he estado
conversando con él esta noche.
—¿Y? —Cristina estaba nerviosa, no sabía
cómo se iba a tomar lo que le iba a decir a continuación, pero se
lo podía imaginar.
—He quedado con él —hizo una breve pausa—,
el sábado por la noche. —A Daniel casi se le cae el teléfono por la
conmoción. Se daba cuenta de que Cristina era una cabezota, hablar
con ella era lo mismo que hablar con un muro de hormigón. No sabía
si gritarla o matarla, decidió tratarla como si de una niña pequeña
se tratara.
—Aunque sé que lo que te voy a decir a
continuación, ya lo sabes, en este momento me has hecho dudar.
Sabes que el asesino mata a sus víctimas los sábados por la noche,
y sabes que Felipe Jiménez es nuestro primer sospechoso. —Cristina
asentía con la cabeza gacha, aunque él no pudiera verla—. Y aun
así, has quedado con él este sábado. —El tono que estaba utilizando
con ella, le intimidaba más que si la estuviera echando una fuerte
reprimenda.
—Sí, sé todo eso, pero cuento con que tú
estés allí, y si es el asesino, lo detengas. Si lo pillas con las
manos en la masa, tendrás todas las pruebas que necesitas para
meterlo en la cárcel de por vida.
—¿Te estás ofreciendo como cebo? —La
sorpresa del inspector era mayúscula.
—Tú me has dado la idea esta mañana. Pero
confío en que me protegerás. Tú y tu equipo.
—Realmente tienes ganas de atraparlo, ¿no?
—Daniel optó por seguir la máxima «si no puedes con tu enemigo,
únete a él».
—Sabes que sí, mató a mi mejor amiga. Nunca
se lo podré perdonar. —Una única lágrima resbaló por su mejilla, se
la secó con la palma de la mano, y se recompuso, tenía que contarle
otra cosa, y no quería que se le olvidara—. Por cierto, hace un
rato han emitido El silencio de los
corderos —muy apropiado, pensó el inspector—, y me ha dado
unas cuantas ideas. Has visto la película, ¿verdad?
—Y, ¿quién no?
—¿Recuerdas lo que le dice el doctor
Hannibal Lecter a Clarice, cuando están hablando sobre la necesidad
que cubre el asesino cuando mata? —Era una pregunta retórica que no
esperaba contestación—. Él le cuenta que su necesidad es la
codicia, no la ira ni la frustración sexual, dice que empezamos
codiciando lo que vemos cada día. —Daniel se quedó meditando esa
observación—. ¿Quién es la primera víctima?
—Como sabes, encontramos tres mujeres
asesinadas en Cataluña con el mismo modus
operandi, pero no podemos estar seguros de que sean las
primeras.
—Supongo que tienes razón.
—No, pero lo que has dicho tiene sentido.
Podemos intentarlo, podemos suponer que comenzó con ellas, quizás a
la primera, la conociera.
Cristina se sentía contenta de poder ayudar
en la investigación, pensó que si Vicky la viera, se sentiría
orgullosa de ella.