6 Lunes, 6 de marzo
El inspector Suárez estaba esperando a la
subinspectora. Se encontraba apoyado en el muro de una de las dos
escalinatas de entrada al Instituto Anatómico Forense, comprobando
de vez en cuando el reloj.
Después de dar varias vueltas, no había
encontrado sitio donde aparcar, se daba cuenta de que los
universitarios ya no se movían en transporte público, sino que se
trasladaban en coche desde sus casas al campus. Por este motivo,
había tenido que dejar el suyo en el aparcamiento de la Ciudad
Universitaria, al otro lado de la Facultad de Medicina. Se
imaginaba que Verónica estaría teniendo el mismo problema que él,
esperaba que estuviera buscando un lugar donde estacionar, aunque
por experiencia propia, sabía que ella siempre se retrasaba, era
una persona incapaz de llegar puntual.
Mientras esperaba, leía desde su móvil los
periódicos del día. Revisaba todas las noticias que hacían
referencia al cuerpo de la joven encontrada el día anterior en su
casa. Todos ellos conocían la identidad de la víctima, Amaia Pardo,
también mostraban fotografías en las que aparecía sonriendo,
obtenidas de las redes sociales, hablaban de su vida, y daban
detalles que se podían encontrar en su perfil. Apenas mencionaban
cómo había muerto, aún no tenían información, desconocían cómo se
había encontrado el cuerpo y todavía no habían relacionado este
homicidio con el de Victoria Alonso. Lo cual era de agradecer, ya
que si se conocieran esos datos, podría causar alarma social, o lo
que era peor, la aparición de imitadores. Dos víctimas, chicas
jóvenes, rubias y con ojos azules, lo más probable es que ambas
fueran asesinadas en la madrugada del domingo con el mismo
modus operandi —esto último se lo
confirmaría ahora mismo el doctor Mena—. ¿Cuánto tardarían en
asociar ambos crímenes?, seguramente muy poco, se dijo.
—Perdona por llegar tarde, me ha costado un
huevo aparcar. —Daniel abandonó sus reflexiones al escuchar la voz
de su compañera.
—A veces suenas tan vulgar —le dijo para
pincharla. A ella no le hacían mucha gracia ese tipo de
comentarios, y como esperaba, emitió un bufido a modo de
contestación, mientras comenzaba a bajar los siete escalones que
les separaban de la entrada, ignorándolo.
Al llegar a la sala de autopsias, se
dirigieron al doctor Mena, que en ese momento se encontraba muy
concentrado pesando un hígado y registrando los datos obtenidos. En
cuanto les oyó, dejó lo que estaba haciendo para atenderlos. En la
camilla de aluminio que habían dejado a su derecha, se hallaba el
cuerpo de un hombre tumbado con la caja torácica completamente
abierta y vacía, se podía percibir un olor muy desagradable en el
ambiente. El inspector notó la cara de repulsión de su compañera,
solo fue un instante, ya que enseguida se recompuso. Al forense
tampoco se le había pasado por alto el gesto de la subinspectora, y
por ello, les entregó un botecito de vaselina mentolada, para que
se pusieran debajo de la nariz, y de esta forma, evitaran el olor a
putrefacción que desprendía el cadáver.
—Buenos días —les dijo el médico con
seriedad.
—Doctor Mena, veníamos a por los resultados
de la autopsia de la señorita Pardo.
—Por supuesto, inspector. Síganme. —Ambos
fueron tras él, que se dirigió a una de las neveras individuales,
en donde se conservaba el cuerpo de la víctima—. Como en el
asesinato de la señorita Alonso, hemos encontrado restos de
escopolamina en la orina, y también hemos localizado una pequeña
punción en la axila izquierda —se lo mostró a los inspectores, pero
ambos estaban más atentos a lo que decía que a lo que hacía—, por
donde se le inyectó aire a la arteria subclavia. Como resultado, su
muerte se produjo, de nuevo, por un infarto de miocardio. —Todo eso
no había sido ninguna sorpresa para ellos, era lo que sospechaban.
Mismo modus operandi.
—¿Ha encontrado algo que nos lleve al
asesino? —Por la cara del forense, era evidente que todo estaba
limpio, nada de piel en las uñas que les revelara el ADN, sangre,
pelo, fibras, seguían sin tener nada. Incluso si llegaban a
pillarlo, iba a ser difícil demostrar que era culpable, a no ser
que tuviera algún descuido, lo que implicaba más muertes, o una
confesión.
—No, inspector, no hemos encontrado
nada.
—Ni una huella, aunque solo sea parcial,
cerca del pinzamiento de la axila. —Esta vez fue la subinspectora
la que habló con un deje de esperanza en su voz. Pero el movimiento
de cabeza del médico fue rotundo e inequívoco. No había nada.
—Entiendo que tampoco ha sido agredida
sexualmente —continuó interrogando el inspector Suárez.
—Como en la víctima anterior, no hay
hematomas vaginales, ni presencia de semen, ni de espermicidas.
Pero he encontrado algo que me ha llamado la atención y quizás les
interese. En la primera víctima no me resultó peculiar, pero
encontrándolo en ambos casos, me parece una interesante
coincidencia.
—¿El qué, doctor? —Verónica estaba intrigada
y el hombre se perdía en divagaciones.
—Ambas víctimas dieron a luz en el
pasado.
—¿Perdón? No consta que ninguna tuviera
ningún hijo —apuntó Verónica.
—Por eso me ha llamado especialmente la
atención.
—¿Puede ser más preciso? —le instó
Suárez.
—El útero tiene un volumen muy variable
dependiendo de la edad, es muy poco voluminoso en las niñas hasta
la pubertad, y conserva esas dimensiones en la vejez, momento en el
que se atrofia volviendo al tamaño que tenía en la infancia. Sin
embargo, durante el embarazo, adquiere dimensiones considerables, y
después del parto, jamás vuelve a su volumen primitivo, sino que
siempre permanece algo mayor. —El doctor hizo una pausa—. En ambos
informes ha quedado reflejado este hecho, pero como decía, con el
primer cadáver no le di la mayor importancia.
—Muchas gracias de nuevo, doctor Mena. —El
doctor asintió con la cabeza. A continuación, cerró la nevera y se
dirigió a la mesa a proseguir con la autopsia que estaba llevando a
cabo antes de ser interrumpido.
Los inspectores salieron de la sala,
dispuestos a abandonar el edificio. Ambos iban en silencio,
intentando asimilar la nueva información que les había dado el
médico.
—¿Crees que tiene alguna importancia en el
caso? —preguntó Verónica mientras se dirigían al aparcamiento,
donde también ella se había visto obligada a dejar el coche.
—Pienso como Mena, es una relación entre las
víctimas a tener en cuenta. Dos chicas jóvenes que se han quedado
embarazadas, han dado a luz y no tienen hijos, es mucha
coincidencia. Y algo me dice que no es casualidad.
—¿Crees que dieron a sus hijos en
adopción?
—Es una posibilidad. Habrá que
averiguarlo.
Huertas acababa de colgarle el teléfono a su
mujer, resoplando y con cara de mala leche. Su compañero se había
dado cuenta del fastidio que sentía.
—Se puede saber, ¿qué os pasa ahora?
—Que quiere invitar a más de cien personas a
la comunión de la niña. Ni que fuera una boda, por Dios, si solo es
una comunión. —Aunque a Candelas le hacía gracia la situación, no
lo demostró para no cabrearlo más.
—Pues déjala. Total, a ti te da igual. —En
eso tenía razón.
—Claro que me da igual, pero la niña quiere
solo a sus primos y a un par de amigas, no quiere que vaya tanta
gente. Piensa que así no podrá relajarse y disfrutar, puesto que
tendrá que estar con toda la familia, a la que casi no conoce. Y no
le quito razón, es gente a la que no vemos nunca, pero por una u
otra razón, Marisa piensa que, de repente, son imprescindibles.
—Huertas estaba desesperado, su hija cada día estaba más agobiada
con ese evento, cuando tenía que ser un día para disfrutar y ser el
centro de atención. Aparte, claro, del significado que tenía el
acto, cosa que también era más importante para Marisa, su mujer—.
¿Vais a venir Alberto y tú?
—Conmigo cuenta seguro.
—¿Problemas en el paraíso? —Aunque Candelas,
no llegó a contestar, su gesto lo dijo todo. Estaban en medio de
una crisis, que lo más probable es que les llevara a la ruptura.
Alberto quería formalizar su relación, quería casarse, pero él no
estaba preparado. Por un lado, se dedicaba en cuerpo y alma a su
trabajo, y por otro lado, sabía que a Alberto le costaba aceptar
que fuera inspector de policía. Se pasaba media vida preocupado por
su seguridad, y por supuesto, no tenía ninguna intención de
dejarlo, le encantaba. Pero tampoco quería pasar su vida con otra
persona, lo necesitaba, lo quería.
En ese momento, Suárez y de la Vega entraron
en la sala, por lo que el inspector Huertas dejó a su compañero con
sus pensamientos, y los abordó.
—Jefe, Reyes os está buscando. —Daniel
asintió, ya se imaginaba que el comisario querría saber cómo
llevaban el caso. Dos víctimas del mismo asesino estarían poniendo
nerviosos a los de arriba, lo que implicaba, que la presión
aumentaría exponencialmente hacia los de abajo.
Ambos se dirigieron al despacho. En el
camino, Daniel fue ordenando los hechos y las pruebas con las que
contaban, para que la exposición le resultara clara a su superior.
Cuando entraron, el comisario estaba manteniendo una conversación
por teléfono, pero aun así les hizo un gesto con la mano para que
pasaran. Unos segundos después, ya había colgado.
—Contadme qué habéis encontrado. Los de
arriba empiezan a preocuparse, piensan que tenemos entre manos a un
asesino en serie. —Daniel no supo qué decir a ese respecto, él
mismo no lo descartaba.
—Tenemos dos jóvenes entre 25 y 30 años,
rubias y con ojos azules, asesinadas en el salón de su casa con el
mismo modus operandi. Fueron drogadas con
burundanga y después se les inyectó aire en una arteria por la
axila, lo que les provocó un infarto. Ambas escenas del crimen eran
representaciones de cuadros, de desnudos, algo atrevidos para la
época en la que fueron pintados. El primero, La maja desnuda de Goya, el segundo, La gorda María de Toulouse-Lautrec. Ambas fueron
asesinadas en la madrugada del domingo. Ambas tuvieron sendas citas
el sábado por la noche con alguien que conocieron en una página de
contactos. Estamos rastreando las webs para encontrar la identidad
de los individuos. Y tal y como nos acaba de decir el forense,
ambas estuvieron embarazadas, dieron a luz, pero no consta que
ninguna de ellas tuviera algún hijo.
—Interesante. Muchos puntos en común, no es
habitual encontrar tantas similitudes entre dos asesinatos, aun
siendo perpetrados por el mismo sujeto. ¿Y sobre los
embarazos?
—Pensaba hablar ahora mismo con la amiga de
la primera víctima, para que me confirmara este punto. Estoy
convencido de que si su amiga se quedó embarazada, confió en ella
para contárselo y tal vez para que la apoyara.
—¿Algo más?
—No, por ahora es todo lo que tenemos.
—Suárez sabía que todavía no era mucho.
—De acuerdo, mantenedme informado.
—Por supuesto. —El inspector se dio la
vuelta y la subinspectora lo siguió, tan callada como había estado
en la corta reunión.
Nada más salir del despacho, se dirigieron a
sus puestos. Verónica se ocupó de rellenar la pizarra con las
novedades, mientras Daniel cogía el teléfono para llamar a la
señorita del Saz. Ya estaba a punto de colgar, cuando escuchó una
voz al otro lado del aparato.
—Buenos días, señorita del Saz. Soy el
inspector Suárez.
—Buenos días, ¿hay novedades? —Al oír la voz
del inspector, Cristina había dado un respingo, algo pasaba.
—Todavía seguimos con la investigación, pero
hemos encontrado algo que nos ha llamado la atención, y
agradeceríamos su ayuda.
—Claro, dígame. —Estaba intrigada por lo que
pudieran haber descubierto.
—Hemos averiguado que Victoria Alonso tuvo
un bebé, y nos preguntábamos, si lo había dado en adopción.
—Cristina se quedó en silencio unos segundos, sorprendida, no
entendía qué interés podía tener ese episodio del pasado de su
amiga en la investigación.
—En efecto, así fue, pero no entiendo qué
importancia puede tener para el caso.
—Creemos que pudo ser un posible motivo para
que el asesino la eligiera. —Daniel calló, no podía contar más, si
este detalle salía a la luz, tendrían a la prensa encima. Ella se
volvió a quedar en silencio, asimilando la información que acababa
de recibir y pensando en si contarle lo ocurrido o no. Respiró
hondo, si le resultaba útil para sus pesquisas, ella no iba a ser
la que no cooperara.
—Vicky y yo nos fuimos un año a estudiar a
Barcelona, ella hizo allí el proyecto fin de carrera, y yo estudié
un Máster en Análisis e Investigación Criminal. —Al inspector le
llamó la atención la especialización elegida, pero no dijo nada—.
El caso, es que Vicky comenzó a salir con un compañero de clase,
extranjero, y al poco tiempo se quedó embarazada. El chico la dejó,
no tenía ningún interés en ser padre ni en asumir su
responsabilidad. Se volvió a su país —creo que era noruego, no me
acuerdo—, y ella se vio sola y con un niño, antes de terminar la
carrera. Al principio, pensó en abortar, —recuerdo que casi nos
cogemos un vuelo para irnos a Londres—, pero al final, decidió
tenerlo y darlo en adopción. —Se hizo un silencio—. Por favor, no
se lo diga a Carmen, su madre, ella no sabe nada y creo que es
mejor que siga sin saberlo.
—Haré lo que pueda, pero no sé cuánto tiempo
podremos mantener esta información en secreto, puesto que al final
todo sale a la luz. No me extrañaría que la prensa nos sorprendiera
un día de estos con un artículo en el que revele demasiado.
—Lo entiendo.
—¿Recordaría qué clínica llevó el
trámite?
—No lo recuerdo. De todos modos, puedo ver
si logro encontrarla, quizás buscando por internet... —Esto último,
más que al inspector, se lo había dicho a sí misma.
—Se lo agradecería mucho. Llámeme si
encuentra o recuerda algo. Gracias de nuevo.
—De nada.
Al poco de que Daniel colgara el teléfono,
apareció de nuevo Huertas.
—Jefe, hemos encontrado al tío de internet.
Ese que insultó a la víctima en el chat. —El inspector se alegró al
oírlo, pero reconoció, que con dos víctimas, era menos probable que
él fuera la persona que estaban buscando, a no ser que ambas lo
hubieran rechazado—. Se llama Jaime Pérez, 35 años, trabaja en la
construcción. —Le entregó una pequeña carpeta con los datos que
habían recopilado.
—Perfecto. Tendremos que hablar con el señor
Pérez —dijo, mirando a Verónica que estaba atenta a la
conversación.
—Como sabía que dirías eso, hemos hecho algo
más. —Huertas les sonrió—. Os está esperando en la sala de
interrogatorios.
—¿Cuánto lleva esperando?
—Una media hora, lo trajimos diez minutos
antes de que llegarais. Se está poniendo nervioso. —Ambos
sonrieron, cuanto más nerviosos estaban, más contaban.
—Lo dejaremos ahí un rato más. —Le guiñó un
ojo a Verónica, para, a continuación, centrarse en la carpeta que
le acababa de entregar Huertas.
Cristina aún sostenía el móvil en la mano,
sorprendida por la conversación que acababa de mantener con el
inspector Suárez. Eso reafirmaba su teoría.
Se encontraba sentada en la mesa de su
despacho, había terminado de impartir la última clase del día hacía
menos de una hora, y en un rato empezaban las tutorías con sus
alumnos. Después de los recientes exámenes, y teniendo en cuenta
que esa misma mañana habían publicado las notas, prometían ser unas
tutorías moviditas. Pero para eso aún quedaban quince
minutos.
Volvió a mirar el periódico que tenía encima
de la mesa. Había leído una y otra vez la noticia. Sabía que tenía
relación con el asesinato de Vicky, pero no se mencionaba nada a
ese respecto. Quizás, la prensa no lo había asociado, ni la policía
lo había divulgado.
El artículo mostraba una gran fotografía de
una chica joven, rubia y de ojos azules, muy parecida a su amiga,
si no fuera porque esta chica estaba algo rellenita. Ambas habían
sido encontradas muertas el domingo en su casa, esta, por sus
padres, Vicky, por ella.
Ahora, el inspector la llamaba para
preguntar por el embarazo de su amiga, cosa que no tenía sentido, a
no ser que tuvieran más víctimas, y todas ellas hubieran dado a su
hijo en adopción, ¿sería el caso de la chica sonriente del
periódico?, se preguntó. ¿La autopsia les habría revelado que ambas
habían sido madres?, o tal vez, ¿sus elucubraciones estaban
equivocadas en su totalidad? Al fin y al cabo, ella no tenía mucho
conocimiento sobre investigaciones policiales, lo único que sabía
era lo que veía en la televisión o leía en el periódico, y eso no
era muy de fiar. De lo que sí era capaz, era de obtener un perfil
del asesino, tendría que trabajar en ello, si bien, le sería más
fácil si contara con más información.
Mientras reflexionaba en todo ello, se
percató de que en el ordenador tenía un aviso anunciándole que le
había llegado un nuevo mensaje. Accedió para ver su contenido y
confirmó que al día siguiente tenía una cita para cenar.
El domingo se había dado de alta en un par
de páginas de contactos, su perfil era prácticamente el mismo que
había creado Vicky, exceptuando la fotografía y el nombre de
usuario. Había estado chateando con un par de hombres, con quienes
también lo había hecho su amiga, ignorando a los que no habían
tratado con ella. Pensaba quedar con ellos para ver si era capaz de
descubrir algo, o morir en el intento, le dijo una voz dentro de su
cabeza. La movió en gesto de negación para borrar esa idea tan
negativa, aunque realista. Sería cuidadosa.
Su cita se llamaba Arturo Cifuentes, por lo
que sabía de él era médico en el hospital de La Paz. Se había
mostrado como una persona culta y educada, pero sobre todo, lo que
más le había llamado la atención de él, era que no cometía faltas
de ortografía, y aun siendo un chat, no acortaba las palabras, lo
cual era de agradecer. De hecho, había recibido un mensaje de
alguien, del que no había logrado entender ni una palabra, el
usuario las había reducido tanto, que había sido incapaz de
interpretarlas. Se había sentido mayor por desconocer ese argot, no
estaba familiarizada con los mensajes rápidos, y no los
comprendía.
Antes de salir de la página, decidió cambiar
la imagen que había puesto de perfil. Había estado retocando una de
sus fotos con un programa informático que se había descargado.
Ahora, su melena lucía de un color rubio similar al tono de pelo de
Vicky y unos ojos azules impresionantes, que había sacado de una
modelo de internet. Si una relación entre las víctimas era el
físico, ella también lo tendría en cuenta. Quizás se estaba
perdiendo en divagaciones. De todas formas, de lo que estaba
segura, es que si el asesino había sido la cita de Vicky, este se
había sentido atraído por su físico, en este tipo de webs, era la
carta de presentación.
Alguien llamó a la puerta despertándola de
forma brusca de la labor en la que se encontraba abstraída, los
golpes, le produjeron un fuerte sobresalto. Supuso que quién fuera,
debía de llevar un tiempo insistiendo, y ella, debido a su
concentración, no le había oído.
—Adelante —dijo elevando el tono.
El joven que se asomó en ese preciso
instante, era un estudiante que faltaba de forma habitual a clase,
y cuando se dignaba a aparecer, se pasaba la hora charlando con sus
colegas sin prestar atención a lo que ella explicaba. Al menos,
tenía la consideración de sentarse al fondo, para molestar lo menos
posible con su comportamiento al resto de alumnos, que sí atendían
y estaban interesados en la materia que allí se impartía.
No sabía por qué había asistido a la
tutoría, su nota había sido justa, de hecho, más elevada de lo
razonable. Solo esperaba que en algún momento se pusiera las pilas,
porque su asignatura no la iba a aprobar si seguía como hasta
ahora, y le constaba que era un chico inteligente, aunque bastante
vago.
Después de sacar unos cafés de la máquina,
se dirigieron a la sala de interrogatorios, donde el señor Pérez
les estaba esperando.
—Buenos días. —Dijeron ambos nada más
atravesar la puerta, a la par que se sentaban frente al
hombre.
En la sala hacía frío, lo cual seguramente
le habría incomodado más, así que esperaban que estuviera dispuesto
a contarles todo lo que supiera, si es que sabía algo, pensó
Suárez. Era una sala aséptica, las paredes estaban revestidas de
azulejos grises y el suelo de baldosas oscuras, una sala amplia
para el poco mobiliario existente, formado por una mesa, y tres
sillas alrededor de ella. A la espalda de los inspectores, había un
enorme vidrio de visión unilateral, donde se encontraban emulaba un
espejo, pero en la sala adyacente se convertía en una ventana con
vistas a la sala de interrogatorios. Aunque, en ese momento, nadie
los observaba.
—Ya era hora, ¿saben cuánto tiempo llevo
aquí? Me estarán echando de menos en el trabajo.
—Sentimos el retraso, pero ya sabe, en la
comisaría hay mucho que hacer, y nos acaban de informar que estaba
aquí esperándonos —mintió Suárez, pero esa excusa hizo que el
hombre se relajara, mostrando un gesto de comprensión. Seguro que
estaba echando la culpa a los recortes y demás, se dijo el
inspector. Estaba demostrado que en los interrogatorios daba mejor
resultado, hacer que el individuo se sintiera cómodo con el
interrogador—. Le hemos traído un café, quizás le apetezca.
—Verónica era la que portaba el vaso de plástico, así que lo dejó
en la mesa acercándoselo al hombre—. Por la espera —zanjó
Suárez.
El señor Pérez cogió la bebida y le dio un
sorbo, estaba helado, en esa sala hacía un frío del demonio y
estaba convencido que le sentaría bien, por lo menos, esperaba
entrar en calor. Les sonrió a ambos agradecido.
—Gracias. —El inspector sonrió, parecía que
la cosa pintaba bien. No creía que tuviera mucho que contarles
sobre los homicidios, pero nunca se sabía, después de tantos años
trabajando en la policía, aún había cosas que le sorprendían,
aunque cada vez fueran menos.
—¿Conoce a la señorita Victoria Alonso? —El
interrogado se quedó sorprendido por el nombre, y puso cara de no
saber de quién le estaba hablando.
—No, no me suena. ¿Debería? —Al inspector no
le pasó inadvertida esa pregunta, iba de sobrado.
—Quizás la conozca por Vicky86, su
nick en la red.
—Sigo sin tener ni idea de quién me están
hablando. —El inspector le creía. Lo más probable es que hablara
con tantas mujeres por internet que no era posible que se acordase
de todas ellas. Estaba convencido de que el señor Pérez seguía la
lógica estadística, cuantas más, más posibilidades. Seguramente
lanzara el anzuelo a muchas y muy pocas lo recogieran. Le
sorprendía que alguien como la señorita Alonso hubiera sido una de
ellas. Podía resultar presuntuoso, pero sabía que la gente de
dinero prestaba atención a la diferencia de clases, como había
visto tantas veces a lo largo de su vida laboral, y la víctima y
este cantamañanas, no tenían nada en común.
—Se lo vamos a poner más fácil. El jueves 23
de febrero estuvo chateando con ella, y cuando se negó a quedar con
usted la insultó repetidamente. ¿Se acuerda ahora?
—¿Qué pasa, la zorrita me ha
denunciado?
—Quiere contestar a la pregunta.
—Pues la verdad es que creo que ya sé de
quién me habla, pero he de reconocer que pongo a parir a esas
putitas muy a menudo. Te ponen la miel en la boca para luego darte
largas, son unas calientapollas.
—¿Reconoce esta conversación? —El inspector
le puso la transcripción delante, para que pudiera echarle un
vistazo.
—Ah, ahora me acuerdo. Está muy buena. Unas
fotos increíbles en su perfil, y sin maquillaje, no como otras
zorras. De esta, todo era natural.
—¿Y qué ocurrió? ¿Lo rechazó y la asesinó?
—Al oír estas palabras, el hombre se quedó pálido, para nada se
imaginaba que estaba siendo interrogado por asesinato. Alguna vez
había sido denunciado por insultos y por acoso, pero lo de
asesinato eran palabras mayores. A Suárez no le pasó inadvertida la
sorpresa y el miedo reflejado en su rostro al asimilar la
pregunta.
—¿Asesinada? Yo no he asesinado a nadie. Y
menos a una zorra como esa. Estaba esperando que se calmara la cosa
para volver a intentarlo. Estaba muy buena y creo que podría haber
conseguido de ella un polvo.
—¿Está seguro de que no se encontró con
ella?
—Claro que no, ¡están locos! —Se empezaba a
asustar. Daniel ya tenía claro que él no era culpable de asesinato,
solo un machista depravado.
—¿Dónde estaba en la madrugada del domingo
26 de febrero? —La pregunta le hizo pensar, estaba intentando
ubicar el fin de semana en cuestión en su cabeza.
—Estuve con unos amigos tomando unas birras
por el barrio y luego me fui a casa.
—¿A qué hora regresó a casa?
—A eso de las dos de la mañana, cuando el
Manolo nos echó de su bar.
—¿Alguien puede confirmar que estuvo en casa
y no salió?
—Claro, mis padres. —Daniel se lo había
imaginado, todavía vivía con sus progenitores.
—¿Conoce a Amaia Pardo? —Suárez preguntó por
la segunda víctima. El señor Pérez negó lentamente con la cabeza,
se le veía asustado—. ¿Me puede decir donde estaba en la madrugada
del domingo 5 de marzo?
—¿Este fin de semana? —El hombre suspiró
aliviado—. Este fin de semana me fui con los chicos de acampada,
estuvimos en la Selva de Irati, en Navarra. —El inspector sabía
dónde se encontraba el lugar, él también había ido a la zona a
hacer rutas de trekking con sus amigos en
varias ocasiones, e incluso en alguna oportunidad les había
acompañado Cruz, su exmujer. En la cabeza de Daniel aparecieron
algunas imágenes del lugar, era el segundo hayedo-abetal más
extenso de Europa, después de la Selva Negra en Alemania, un
emplazamiento espectacular.
—De acuerdo, dele los nombres de sus amigos
a mi compañera, tanto con los que salió el 26 de febrero como con
los que estuvo este fin de semana. En cuanto confirmemos su
coartada, podrá marcharse.
Verónica se quedó con el señor Pérez para
anotar los datos solicitados, mientras el inspector Suárez salía de
la sala de interrogatorios, sin mirar atrás, sin dudar que las
coartadas iban a ser corroboradas.
Cristina había llegado a casa extenuada,
había sido un día duro, con tanto resentimiento por parte de los
alumnos suspensos. Pero ya estaba en su hogar y quería olvidarse de
ellos.
Se acababa de servir una copa de vino, había
metido en el microondas unas sobras que tenía en la nevera y se
había sentado enfrente de la televisión a desconectar de todo
mientras cenaba. En ese momento, estaban emitiendo un episodio, ya
repetido hasta la saciedad, de The Big Bang
Theory, en el que Sheldon va a la cárcel por desacato al
tribunal, mientras sus amigos aguardan para conocer a Stan
Lee.
Cuando sonó el timbre de la puerta, se
sobresaltó, no esperaba a nadie. Quitó el volumen del televisor y
se levantó para abrir. Al asomarse por la mirilla, descubrió que
era su vecino de la puerta de enfrente. Un hombre que se había
divorciado hacía unos meses y se había venido a vivir a su rellano.
Les había tirado los tejos tanto a ella como a Vicky, pero a ambas
les causaba cierta repulsión, de hecho, lo apodaban el Apestoso,
puesto que la mayoría del tiempo su tufo era insoportable, no debía
de lavarse a menudo. Tampoco entendía de qué vivía, se pasaba las
horas muertas en su casa con la televisión a todo volumen, se oía
desde el descansillo, y a veces, traspasaba la puerta de su casa.
Estuvo a punto de ignorarlo y no abrirle, pero se dio cuenta de que
llevaba un paquete en la mano, se imaginó que para ella.
—Buenas noches, vecina. Perdona que te
moleste a estas horas. —El hombre la recorrió de arriba abajo con
sus ojos de sapo inyectados en sangre, debía de haber estado
bebiendo, se imaginó Cristina. Tenía el pelo grasiento y llevaba
una sudadera llena de manchas de tomate, como de costumbre,
apestaba a sudor.
—Buenas noches. —Cristina se abrazó a sí
misma, se sintió desnuda bajo el repaso que le acababa de realizar
el hombre. Notó cómo miraba por encima de su hombro al interior de
la vivienda, no estaba segura si comprobaba si tenía compañía, pero
esa fue la impresión que le causó.
—Ha venido hoy de correos este paquete para
Vicky y me lo han dejado a mí. —Hizo una pausa buscando las
palabras para continuar—. Siento lo que le ocurrió... —Cristina
asintió, pero no dijo nada—. He supuesto que sería mejor dejártelo
a ti, tú sabrás qué hacer con él.
—Gracias. —Cristina sintió el roce de sus
dedos pegajosos y su sonrisa lasciva, mientras cogía el paquete,
sabía que la había tocado a propósito. Se giró y cerró la puerta
tras de sí, dando al vecino, literalmente, con la puerta en las
narices.
Se quedó unos segundos apoyada en la madera
con una desagradable sensación en el cuerpo, ese hombre le ponía
nerviosa. Cuando escuchó cómo el vecino daba un portazo, se relajó.
Contempló el pequeño paquete que acababa de entregarle, tenía el
tamaño de un libro, quizás fuera eso, sabía que Vicky era una
apasionada de la lectura.
No tenía ganas de abrirlo, aún no se sentía
con fuerzas para enfrentarse a tan duros recuerdos, el último
pedido de su amiga. Así que lo guardó en el mueble de la entrada,
ya lo abriría más adelante, o quizás se lo diera directamente a
Carmen.