13 Domingo, 12 de marzo
Daniel apenas había pegado ojo en toda la
noche, estaba intranquilo y convencido de que en algún sitio de
Madrid una joven estaba siendo asesinada. Se sentía culpable porque
no encontraban nada que les indicara dónde podían buscar o cuál
sería el siguiente paso del asesino. Estaban perdidos, se
encontraban en un callejón sin salida. Como al principio.
Se dijo que tenía que verlo desde otra
perspectiva, meterse en la cabeza del homicida, pensar como él,
volver al inicio de todo, y preguntarse por qué estaba asesinando,
qué carencia cubría con esas muertes. Estuvo meditando la respuesta
a esas preguntas.
—El abandono. El haber sido rechazado. —Cada
vez estaba más seguro. Mataba a las víctimas porque ellas habían
rechazado o abandonado a sus bebés. Él tuvo que pasar por lo mismo.
Pero para sentir tanta ira en su interior, no tuvo que ocurrir
cuando era un bebé, tuvo que ser más tarde, cuando ya tenía cierta
edad, la suficiente para que ese sufrimiento se le quedara guardado
en lo más hondo de su ser.
Se levantó de la cama y se dirigió al salón,
donde se acercó al gran ventanal que daba a una amplia avenida.
Observó la oscuridad que le rodeaba. Esa noche se había nublado, el
cielo estaba encapotado evitando que la luna se mostrara. No
llegaba luz de las farolas, se veían distantes y pequeñas a la
altura que él se encontraba. En algunas ventanas todavía se podía
distinguir luz en el interior, quizás, alguien que como él, no
conseguía dormir.
La calle estaba desierta, las aceras se
veían más oscuras de lo habitual debido a la lluvia que había caído
un rato antes. Por la carretera circulaban un par de coches que
volvían al refugio de sus hogares.
Vivía en un noveno piso, donde podía
contemplar los tejados de los edificios de su alrededor, su bloque
era uno de los más altos de la zona. Siempre quiso vivir en un piso
alto, adoraba esa perspectiva de la ciudad.
—¿Dónde te escondes? —preguntó a la
metrópolis.
Después de contemplar unos minutos la
lóbrega noche madrileña, se dio la vuelta y encendió el televisor,
sabía que aunque volviera a la cama le iba a resultar imposible
dormir, pero quizás en el sofá, con el runrún de algún canal de
fondo, lo conseguiría.
Se tumbó, todo lo largo que era, en el
cómodo sofá y contempló la pantalla, sin prestar atención a lo que
allí ocurría. Había dejado un canal de teletienda que en ese
momento hablaba de una fregona que hacía maravillas en el hogar.
Una hora después y unos cuantos anuncios más, el sueño logró
vencerlo.
Cuando se despertó, comprobó que eran las
ocho de la mañana, no volvería a caer en los brazos de Morfeo, por
lo que decidió levantarse. Se vistió con su ropa de deporte y un
forro polar, y se fue a correr a un parque cercano. El ejercicio
siempre le venía bien para despejarse y desahogarse.
Después de más de una hora dando vueltas por
unos caminos algo embarrados, regresó a casa donde se dio una ducha
rápida y se preparó un buen desayuno, estaba muerto de hambre.
Llevaba toda la semana sin comer demasiado, se había saltado
comidas por falta de tiempo, y si lograba hacer un hueco para
probar bocado era a horas intempestivas. Se dirigió a la cocina y
se puso en plan cocinillas, se preparó unos huevos revueltos con
salchichas y alubias con tomate, mientras se tomaba un café bien
cargado que le mantuviera despierto.
Sentado en la mesa de la cocina, mientras
desayunaba, estuvo ojeando su tableta, leyendo en el periódico las
últimas noticias. No había novedades. Como siempre, los mismos
titulares sobre los diferentes partidos políticos, más de lo mismo,
se dijo. Cuando terminó, después de meter en el lavavajillas los
enseres que había utilizado, se encaminó al comedor, allí tenía
copia de toda la documentación del caso esparcida sobre la mesa. La
noche anterior se había quedado analizando todo con sumo cuidado,
no quería que se le pasara nada por alto, en cualquiera de esos
papeles podía haber una pista importante.
Se preguntaba cómo sabía el asesino que sus
víctimas habían entregado a su bebé en adopción, no era un tema que
se sacara en una conversación «Me encanta el teatro. Por cierto,
tuve un bebé y lo di en adopción». Si lograba responder ese
interrogante, tendría una importante pieza del puzle, no había
mucha gente con acceso a ese tipo de información
confidencial.
Cuando levantó la cabeza de los papeles,
eran más de las cuatro de la tarde, así que se fue a la cocina a
prepararse algo de comer. Miró en el congelador, y encontró un
plato preparado que contenía un filete de atún con verduras, lo
metió en el microondas y se sentó a comer tranquilamente mientras
buscaba alguna película con la que entretenerse un rato.
Revisó su móvil un par de veces. Estaba
agradecido y sorprendido porque nadie le hubiera llamado para
avisarle de la aparición de una tercera víctima. Quizás, después de
todo, estaba equivocado y no estaban tratando con un asesino en
serie. Todavía había esperanzas, se dijo. En realidad, le
preocupaba que fuera así, con los últimos recortes, andaban faltos
de personal, cada vez les costaba más abordar el día a día, como
para verse sumergidos en toda la investigación que conllevaba
tratar con un asesino en serie, sin hablar de las víctimas y las
familias destrozadas. Necesitarían ayuda.
Cristina llegó al restaurante con el
suficiente tiempo para tomarse algo con Javi y relajarse un poco.
Desde su encuentro con el inspector, la pasada noche del viernes,
le había estado dando vueltas a esta investigación que se traía
entre manos, quizás tenían razón y lo que estaba haciendo era una
locura. Esa idea no le había hecho recular y dejar de quedar con
desconocidos, pero sí era verdad, que se sentía insegura. No quería
pensarlo, pero la realidad era que cualquiera de sus acompañantes
podía ser un asesino, y que su amigo estuviera sentado en la mesa
de al lado, no sabía si serviría en caso de convertirse en el
objetivo.
Al entrar, comprobó que él ya estaba allí,
esperándola, sentado en la barra del bar, tomándose una copa de
vino. Se acercó a saludarle y pidió lo mismo para ella. Ese día
estaba muy guapo, se dijo, con su pelo castaño oscuro despeinado,
supuso que por el viento que soplaba en el exterior, y sus
brillantes ojos verdes. Al levantar la mirada, se fijó que al fondo
de la barra, alguien los observaba, era Daniel, que ya se levantaba
y se dirigía a ellos.
—Buenas noches. —Saludó.
—No pensaba que vinieras. —Aunque en la voz
no se apreció su inquietud, tenía que reconocer que ese hombre la
perturbaba, sus impenetrables ojos miel le hacían sentir una
excitación, que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
—Como parece poco probable que te quite
estas ideas de la cabeza, me tendrás en tus encuentros con posibles
asesinos como una sombra. Me sentiría fatal que te pasara algo por
no haber estado ahí. —La sonrisa del inspector revelaba la ironía
que transmitía esa frase. Javi los observaba, sin saber muy bien
qué era lo que estaba ocurriendo, ni quién era ese hombre que
miraba a Cristina embelesado. Carraspeó, intentando recordarles a
ambos que allí había alguien más.
—Oh, perdona. Inspector Suárez, él es Javier
Núñez. Es la persona que me está ayudando. —Ambos hombres se
estrecharon la mano cordialmente—. Ahora, si me perdonáis, os dejo,
no quiero que mi acompañante me encuentre con vosotros. —Se dio la
vuelta y se acercó a un camarero que la acomodó en una de las
mesas.
—Si quiere puede acompañarme a cenar. —El
inspector se quedó mirando al hombre que tenía delante. Era tan
alto como él, aunque más delgado, también moreno, supuso que las
mujeres se sentirían atraídas por su físico, era atractivo. Se
preguntó si tendrían algo más que una relación de amistad. Sonrió
al oírse a sí mismo, nunca se había considerado una persona celosa,
pero últimamente sus pensamientos le estaban demostrando todo lo
contrario—. Tendrá mejor posición en la mesa de al lado que aquí en
la barra. —Daniel pensó que esa reflexión era bastante
razonable.
—De acuerdo. Pero tutéame, soy Daniel.
—Aclaró el inspector.
—Yo, Javi.
—Perfecto, no me parece adecuado que
finjamos ser dos amigos cenando, y nos llamemos de usted. —Ambos
rieron reconociendo lo absurdo de la situación.
Como Cristina unos segundos antes, se
acercaron al camarero para ir a la mesa que estaba reservada,
contigua a la de ella. No les pusieron problemas porque la reserva
estuviera hecha para uno, y al final se hubiera sumado el
inspector. En cuanto se hubieron acomodado, comenzaron a revisar la
carta, mientras ella contemplaba su móvil muy concentrada.
El inspector observó cómo unos minutos
después, apareció el camarero acompañado por un varón de treinta y
tantos, alto, aunque no tanto como Javi y él. Le sorprendió que
llevara traje y corbata, pensaba que a las citas la gente llevaba
ropa más casual, pero era él el que llevaba mucho tiempo sin salir
con mujeres, qué iba a saber. Desde Cruz, no había vuelto a quedar
con ninguna, exceptuando a Cristina. Tampoco era un santo, conocía
a chicas en bares, pero no había mostrado interés por ninguna de
ellas. Su atención se dirigió de nuevo a Cristina y al caballero
que la acompañaba. Ella se sentaba en su diagonal, por lo que podía
verle la cara, en ese momento sonreía al desconocido, con una
sonrisa muy sensual. Estaba claro que se metía en el papel,
pensó.
El camarero tosió con suavidad para llamar
la atención de ambos, puesto que tanto Javi como él se encontraban
más interesados en lo que ocurría en la mesa de al lado, que a su
alrededor.
—¿Ya saben que van a beber? —Daniel pidió
agua, puesto que estaba de servicio, y Javi le indicó que ya estaba
servido con la copa de vino que había pedido en la barra.
En cuanto el camarero desapareció, volvieron
a vigilar lo que ocurría en la mesa adyacente. Cristina hablaba con
su acompañante, y como en las otras ocasiones, sacaba a colación a
Vicky en su conversación, intentado averiguar si la conocía. Pero
igual que las otras veces, si era así, el hombre supo disimularlo a
la perfección.
Daniel estaba en silencio observándolos. Le
hacía gracia cómo ella sacaba datos que podían llamarle la atención
si hubiera tenido algún tipo de relación con la víctima. Hablaron
de arte, le preguntó por su profesión, que no concordaba con
alguien que supiera clavarte una jeringuilla en una arteria,
determinó el inspector. A cambio, ella le comentó que se dedicaba a
hacer perfiles psicológicos de homicidas, lo cual a su cita le
resultó fascinante.
Javi reía por la cara que el policía
mostraba al oír la conversación, el inspector se dio cuenta.
—¿Es siempre así de directa?
—Suele serlo. Tú lo llevas con mucha
dignidad. Yo, la primera vez, me atraganté en varias ocasiones al
escuchar las indirectas tan directas que le preguntaba a su
acompañante. De hecho, hasta él se preocupó por mi estado,
preguntándome si me encontraba bien. —Al inspector se le escapó una
fuerte carcajada al imaginarse la situación.
—Me dijo que os conocíais desde la
Facultad.
—Sí. —A Javi le sorprendió el interés que
mostraba, y más todavía, el que hubieran hablado de él, creía que
su relación era meramente profesional—. Salíamos con el mismo grupo
de amigos y enseguida conectamos. Somos bastante parecidos, excepto
por esta vena suicida que acabo de descubrirle. —El inspector
volvió a soltar una sonora carcajada, ese tipo le caía bien. Era
bueno saber que por lo menos uno de ellos tenía la cabeza bien
amueblada, se sentía más tranquilo—. Después de los estudios,
estuvimos un tiempo distanciados. Yo empecé a enseñar en la
Facultad y ella se fue a Barcelona a sacarse un Máster. Quería
entrar en la Sección de Análisis de Conducta de la Policía, para
realizar perfiles psicológicos, pero en algún momento se dio cuenta
de que eso no era para ella. Es brutal entrar en la mente de
algunos asesinos. —Javi se percató que a quien se lo estaba
contando lo sabría muy bien—. Yo le hablé de lo que me gustaba
enseñar, y del tiempo que te deja libre para hacer otras cosas,
como investigación. Y mostró interés, así que al final acabó
enseñando como yo. Aunque ella le dedica mucho más tiempo que yo a
estudios y teorías, de hecho, ha publicado bastantes artículos en
revistas especializadas. Incluso tiene pensado escribir un
libro.
—Sí, algo me comentó.
—Ahora ha sufrido un gran parón por lo de
Vicky, pero espero que el caso lo resolváis pronto, para poder...
avanzar.
—¿Avanzar? —Daniel no supo si se refería al
libro o a su vida, supuso que a un poco de ambas, pero no pudo
evitar preguntar.
—Sí, creo que está tan involucrada en esto,
porque aún no quiere o no es capaz de enfrentarse a la pérdida que
ha sufrido, y focaliza ese sentimiento en una investigación en la
que espera aportar algo.
—Había olvidado que también eres psicólogo.
—Javi le sonrió, a veces daba su opinión sin que nadie se la
pidiera. Muchos de sus amigos le decían que era defecto de
profesión, lo tenía tan arraigado en su comportamiento, que cuando
lo hacía, ni siquiera se daba cuenta de ello.
—Esto está buenísimo —dijo Javi intentando
cambiar de tema, tampoco le apetecía profundizar en los
sentimientos de su amiga con un desconocido, por mucho que hubiera
notado la atracción que sentían el uno por el otro. Aun estando
cada uno a una conversación diferente, notaba cómo se miraban de
reojo, prestándose atención mutuamente. La tensión sexual entre
ellos era palpable.
—Sí, la merluza que estás comiendo tiene
buena pinta. Mi solomillo también está sabroso. —La conversación
empezaba a decaer.
—¿Puedo hacerte una pregunta? Es algo
personal.
—Sí, claro. —Javi captó la atención del
inspector.
—He notado que tienes la marca de la
alianza, ¿estás casado? —Aunque el inspector aparentaba ser un tío
legal, por delante de todo estaba su amiga, y no quería que le
hicieran daño.
—No, divorciado.
—Ah. Lo siento.
—Cosas que pasan. ¿Y tú no te has casado?
—Daniel le devolvió la pregunta, sentía curiosidad por la relación
que pudiera tener con Cristina.
—No, la mujer de la que siempre he estado
enamorado solo siente por mí una gran amistad. —Daniel se
sorprendió por su sinceridad. Estaba claro que se refería a
Cristina y hablaba completamente en serio—. Bueno. En realidad
nunca he encontrado a una mujer con la que me planteara pasar el
resto de mi vida. —Javi quitó hierro al asunto.
Continuaron hablando de las últimas noticias
que habían visto en el telediario y de deportes. La conversación se
había vuelto demasiado personal y ambos hombres se sintieron
incómodos, por lo que retornaron a temas menos
trascendentales.
Al notar movimiento en la mesa de lado,
repararon en que Cristina y Juan Manuel Romero, su acompañante, se
levantaban preparándose para irse, por lo que ellos hicieron lo
propio, dirigiéndose a la barra a pagar. Observaron cómo ella se
despedía proporcionando diferentes excusas, puesto que él insistía
en llevarla a casa. Un rato después, el hombre salía del
restaurante con la cabeza gacha, sintiéndose derrotado por no haber
conseguido su propósito, llevársela a la cama, lo que hasta la
fecha siempre le había resultado muy sencillo, puesto que las
mujeres se sentían muy atraídas por su aspecto.
—¿Qué opinas? —preguntó el inspector en
cuanto ella se colocó junto a ellos.
—No sé. Los homicidas son buenos actores y
se integran en la sociedad sin que a nadie se le ocurra pensar que
son asesinos. Pero en serio, la gente con la que estoy quedando es
demasiado aburrida y tiene muy poca sangre en las venas para
cometer un crimen. —Se encogió de hombros. Este tipo le había
resultado soporífero, tanto, que estaba deseando irse a
dormir.
—¿Quieres que te lleve a casa? —Se adelantó
Daniel.
—No hace falta, gracias. Ya me voy con Javi.
—El inspector asintió y salió del local sin mirar atrás.
—¿Por qué no le has dejado llevarte? Sabes
que yo no he venido en coche, tenemos que coger un par de
taxis.
—Lo sé. —Cristina no estaba preparada para
contarle a Javi lo que le costaba estar cerca del inspector, se
sentía demasiado turbada ante su presencia.
—Espero que algún día me cuentes qué hay
entre vosotros. —Le había leído el pensamiento.
Ambos salieron del restaurante y se
dirigieron a una parada de taxis que había al final de la calle.
Era una noche muy fría, con algo de niebla que traspasaba hasta los
huesos. Cristina cogió a Javi de un brazo y se acurrucó en su
costado.
—¿Y de qué hablabais antes que os resultaba
tan divertido? —Cristina se había fijado en las sonoras carcajadas
que había emitido Daniel mientras charlaban.
—De ti, querida. Parece que tienes
impresionado al inspector.