14 Lunes, 13 de marzo

 

 

Daniel iba conduciendo por la M-30 en dirección a la comisaría cuando su teléfono comenzó a sonar. Cogió la llamada de inmediato.
—Inspector Suárez.
—Tenemos otra víctima. —Se había confirmado, estaban tratando con un asesino en serie. Aunque la voz de Verónica sonaba con cierto eco desde el manos libres del coche, la reconoció. Su tono resultaba apremiante y preocupado—. En Alcalá de Henares. —A un par de kilómetros más adelante había una salida hacia la A-2, pensó que por ese camino iría directo.
—¿Estás allí? ¿Voy a buscarte?
—Acabo de salir de comisaría, estoy en camino.
—De acuerdo, ¿sabes algo más?
—La víctima se llama Berta Álvarez, 32 años. Sus compañeros, al no presentarse esta mañana al trabajo, la han llamado al móvil y al fijo de su casa, sin recibir respuesta. Al final, alguien ha conseguido el teléfono de su hermano y lo han llamado preocupados. El hermano, como sus compañeros, ha intentado contactar con ella, pero al no lograrlo, se ha acercado a su casa, donde se la ha encontrado desnuda sobre una silla. No respiraba, por lo que de inmediato ha telefoneado al servicio de emergencias.
—Es muy temprano. —Daniel estaba sorprendido, no eran más que las ocho de la mañana.
—Sí, la víctima trabaja en la EMT, su turno comenzaba a las seis de la madrugada. Siempre era puntual, y si sufría algún percance, avisaba, por ello, sus compañeros enseguida se han sentido alarmados.
—¿Sabemos algo de ella?
—Lo único que sé es que es rubia y de ojos azules, como el resto de las víctimas.
Verónica le indicó la dirección y el inspector la introdujo en el navegador del coche, para que este lo guiara por el mejor itinerario.
—Nos vemos allí. —Ambos colgaron a la vez.
Los peores temores del inspector se habían hecho realidad, estaban detrás de un asesino en serie, lo que significaba que si no encontraban ningún rastro a seguir o alguna prueba, lo único que les quedaba, era esperar a que cometiera un error en otro asesinato, y eso no se lo podían permitir, ya tenían demasiadas víctimas. Además, en breve, los medios de comunicación entrarían al trapo, haciendo partícipe a la opinión pública, lo que llevaría consigo alarma social y el consabido desprecio hacia el trabajo policial. Como resultado, en vez de centrarse en la búsqueda de un asesino, tendrían que utilizar recursos para tranquilizar a la gente de a pie y dar explicaciones.
Al acceder a Alcalá de Henares, Daniel siguió la avenida de Madrid y dejó el coche enfrente de una gasolinera situada un poco antes de llegar a la puerta del mismo nombre. La víctima residía en la calle Cardenal Cisneros, muy cerca de allí.
La puerta de Madrid era una de las antiguas puertas de entrada a la ciudad desde la actual capital, de ahí su nombre. Al lado de la puerta, todavía quedan algunos restos de las antiguas murallas que en el pasado rodeaban la población.
El inspector pasó por debajo del gran arco, atravesó la pequeña plaza a continuación, y cogió la calle donde vivía la señorita Álvarez.
Cuando llegó al piso de la joven, Verónica ya lo aguardaba en el descansillo.
—Toma. —Fue lo único que le dijo a modo de saludo, mientras le entregaba un mono como los que usan los policías de la Científica y unos escarpines, para no contaminar el escenario del crimen, puesto que aún se estaban recogiendo muestras, huellas y tomando fotografías.
Entraron en la vivienda vistiendo el habitual mono blanco y los escarpines colocados encima de su propio calzado. Ya en el interior, se sorprendieron al comprobar que no había casi nadie en el salón. Un técnico, al ver su desconcierto, los guio hasta el cuerpo, que esta vez se encontraba en el baño.
Como en los anteriores escenarios, todo estaba ordenado y limpio. La víctima se encontraba de espaldas a ellos. Se adentraron en el enorme baño, de un tamaño sorprendente teniendo en cuenta que había varias personas trabajando sin molestarse los unos a los otros. Las paredes blancas, de azulejos tipo metro, estaban impolutas, techos altos, muebles y enseres también blancos, la decoración era fría y minimalista. Con ese ambiente níveo se conseguía resaltar más a la víctima, sentada en una silla en medio de la estancia.
Daniel se quedó contemplando la escena, intentando asociarla a un cuadro. La joven, como en el resto de asesinatos, se encontraba desnuda, esta vez su cuerpo se doblaba sobre sí mismo, apoyándose en una de sus piernas, una mano a la altura de la rodilla y la otra a la altura del tobillo. Le llamó la atención que esta vez no mostrara el vello púbico, cuando en los anteriores homicidios era el foco de atención. Creyó reconocer el cuadro, aunque había una gran diferencia, y esta vez no se trataba únicamente del color del pelo, disparidad que seguía existiendo ya que en el cuadro la mujer representada no era rubia. Había otra desigualdad remarcable, la chica asesinada estaba delgada en exceso, y la mujer en el cuadro era algo más gruesa. Recordaba que Degas había tenido un periodo en el que pintó prostitutas, a las que dibujaba gruesas y deformes, para que encajasen en el estereotipo del momento, ya que se consideraba que durante el día permanecían ociosas, todo lo contrario que las campesinas y obreras de la época. Pero este cuadro no pertenecía a esa etapa.
—Inspector Suárez. —Daniel dejó a un lado sus conjeturas para prestar atención al forense.
—¿Qué puede decirme, doctor Mena?
—Nada que usted no sospeche a estas alturas. —El doctor negaba con la cabeza, mientras pensaba lo triste que era encontrar a tantas chicas jóvenes asesinadas, aún les quedaba mucho por vivir—. He encontrado un pequeño orificio en la axila. Me aventuraría a afirmar que ha muerto como las otras víctimas, inyección de aire en la arteria subclavia produciendo un infarto. Si ocurrió en la madrugada del domingo, lo más seguro es que no queden restos de la droga suministrada, escopolamina. En cuanto haga la autopsia, le informo.
—Gracias, doctor. —El médico salía con su maletín del cuarto de baño, cuando el inspector le dijo—: Por cierto, confírmeme si ha dado a luz.
—Por supuesto, inspector.
—¿Reconoces el cuadro? —le preguntó Verónica que había estado a su lado, atenta, pero en silencio.
—Creo que es de Edgar Degas, Después del baño, mujer secándose la pierna. —Verónica lo anotó para investigar la pintura—. Degas hizo varios grabados a la salida del baño, intentando conseguir notoriedad entre críticos y aficionados. Evolucionó los desnudos, otorgándoles una perspectiva de su entorno. Abandonó la forma clásica de pintar la desnudez, a favor de su propio tiempo. —Otra pintura novedosa en su época, pensó—. Su ciclo de desnudos es uno de los más conocidos de la historia de la pintura. Las mujeres no muestran escenas obscenas, muestran una sensualidad armoniosa y apacible, son retratadas en situaciones cotidianas y en poses naturales. Lo contrario a las dos escenificaciones que hemos visto en los homicidios anteriores. —Verónica se sorprendía del alto conocimiento que tenía Daniel sobre pintura.
—Como en los otros casos, no hay indicios de que forzaran la entrada, ni parece haberse llevado nada —confirmó Verónica.
Suárez ya se lo imaginaba. Echó un último vistazo al cuarto de baño, y decidió que ya había visto suficiente, esperaría al informe forense y al de la Científica.

 

En cuanto el inspector Suárez y la subinspectora de la Vega llegaron a comisaría, se dirigieron al despacho del comisario. Tras llamar a la puerta, escucharon una voz grave que desde el interior les invitaba a pasar.
—Buenos días, inspectores, ¿otra víctima? —No se fue por las ramas.
—Sí, señor. Se confirma que nos encontramos ante un asesino en serie. —Aunque todos esperaban que eso no fuera así, ninguno estaba sorprendido.
—¿El mismo modus operandi?
—La puesta en escena es como las anteriores. Otra obra de arte, esta vez creemos que de Degas. El resto, estamos a la espera de la confirmación por parte del forense y de la Científica. —El comisario asintió. Estaba a la expectativa, conocía lo suficiente al inspector Suárez como para saber que no venía únicamente a contarle los pormenores de la escena del crimen—. Necesitamos a un especialista en perfiles psicológicos de este tipo de homicidas. —El comisario ya había pensado en ello.
—He hablado con la SAC, y les he enviado todo lo que han solicitado. Estamos a la espera de que determinen si el caso muestra las características específicas que encajan en su trabajo. —La cara de sorpresa de la subinspectora fue evidente, pero Suárez ni se inmutó, sabía guardarse sus pensamientos para sí.
—¿Están comprobando si nuestro caso encaja en su labor? ¿Cuántas veces nos enfrentamos en España a asesinos en serie? —Suárez conocía la existencia de la Sección de Análisis de Conducta, aunque todavía no había trabajado con ellos. Se encargaban de asistir a las diferentes unidades policiales, analizando cuanta información generaban en las investigaciones de delitos, fundamentalmente violentos, como asesinatos o violaciones. También estudiaban otro tipo de delincuencias, como incendios provocados, robos con violencia, e incluso, fraude fiscal. Delitos en los cuales existía un patrón de conducta.
—Lo sé, Suárez, pero me informan que están desbordados. Tú eres bueno creando perfiles. Siempre te has sabido introducir en la mente del asesino. —«Dicen que hay que ser muy perverso para meterse en la mente de un psicópata», fue lo primero que se le pasó por la cabeza al inspector al oír las palabras de su jefe. No recordaba donde había escuchado esa frase.
—Pero no soy un experto en asesinos seriales. —La habitación quedó en silencio. Suárez tenía una idea y quería proponérsela a su jefe—. La señorita del Saz es psicóloga. Se especializó en perfiles.
—¿Quién es la señorita del Saz? —El nombre le sonaba, pero no lograba ubicarlo.
—Es la persona que encontró el cuerpo de la primera víctima.
—¡¿Una testigo?! —Suárez asintió. El comisario estaba sorprendido por la petición del inspector.
—He hablado con ella, y sin tener conocimiento del caso, me ha dado un perfil muy similar al que yo había creado. Más completo. —Verónica levantó las cejas en un gesto de sorpresa que no le pasó inadvertido a Daniel, pero que este ignoró—. Si le muestro la información que tenemos, seguro que es capaz de crear un perfil que nos puede resultar de gran ayuda para encontrar a nuestro asesino.
Reyes se quedó unos segundos observando al inspector, pero no fue capaz de saber qué tenía en mente. Lo único que sabía era que, aunque en ocasiones sus propuestas se salían de toda norma, no solía equivocarse, confiaba plenamente en su criterio.
—Si piensas que puede ser útil su ayuda, no voy a ser yo quien diga que no. Tú eres el que estás a cargo de la investigación, confío en tus decisiones. —A Suárez le hizo gracia esa afirmación, sabía que si fracasaban era él el que iba a pagar el pato, pero si por el contrario encontraban al culpable, la medallita se la pondría el comisario Reyes. Estaba demasiado interesado en ascender, era una persona con muchas ambiciones.
—Gracias, señor.
—Pero espero que no haya filtraciones por su parte.
—Seguro. Ella tiene tantas ganas de atrapar al asesino como nosotros.
—De eso no me cabe duda, Suárez. Pero ya sabes que cuando alguien está implicado en el caso, no actúa de forma tan objetiva como debiera. Tenga cuidado.
—Lo tendré. —Ambos salieron del despacho sin más dilación.
La subinspectora, que se había mantenido toda la reunión en silencio, salía con cara de circunstancias.
—¿Se puede saber qué ha pasado ahí dentro? —Verónica estaba perpleja—. ¿En serio estás proponiendo que la señorita del Saz nos haga el perfil psicológico del asesino de su amiga?
—Eso mismo he propuesto. —El inspector dio el tema por zanjado, Verónica lo supo por su tono, así que no continuó con su interrogatorio, aun cuando se sentía confundida con la decisión tomada por su jefe.

 

Cristina estaba en su despacho, revisando algunos trabajos que le habían entregado los alumnos en su clase de primera hora de la mañana. La mayoría eran muy aburridos, ninguno de ellos hacía una exposición que sorprendiera, se limitaban a detallar lo que ya habían dicho otros. Estaba frustrada, creía que les hacía pensar, cosechar sus propias teorías, por lo menos esa impresión le daban cuando impartía la asignatura, y sin embargo, lo que se estaba encontrando eran aclaraciones basadas en citas de reputados psicólogos. Cuando trataban algún tema en el aula, en muchas ocasiones deliberaban sobre él, y algunos argumentos que planteaban eran brillantes, pero en sus ensayos eso no quedaba plasmado, no entendía el porqué.
Cuando escuchó que alguien llamaba a su puerta, agradeció la interrupción, necesitaba un descanso o acabaría muy enfadada con los estudiantes.
—Adelante. —Quien entró en la habitación fue Javi, que como era habitual en él, lucía una gran sonrisa.
—Como sé que hoy te tocaba un sándwich de máquina, he pensado en modificar tu conducta alimentaria trayendo comida china. —Levantó la bolsa de plástico que llevaba en la mano, confirmándole que no estaba de broma. Se sentó enfrente de ella y empezó a sacar los recipientes, mientras Cristina, rápidamente apartaba los trabajos de la mesa, para evitar que se mancharan con esos envases grasientos.
—Huele que alimenta —le reconoció.
—Pues mejor sabrá. —Cristina acostumbraba a llevar tartera al trabajo con la comida casera que se cocinaba la noche anterior, pero con los últimos acontecimientos, ya no le daba tiempo, se pasaba el rato que no estaba en la Facultad, chateando con desconocidos y quedando con ellos.
—A ti te pasa algo. —A Cristina no se le escapó la alegría que irradiaba ese día su amigo. Era una persona muy positiva y siempre estaba sonriendo, pero hoy era diferente, aunque no hubiera sabido decir en qué.
—No se te pasa ni una. —Se metió unos tallarines en la boca antes de comenzar a relatarle sus novedades. Mientras, ella hacia lo mismo, deseosa de saber lo que tenía que contarle—. El sábado quedé con Marisol.
Marisol era profesora en la Facultad de Derecho de la Autónoma, a un par de calles de la Facultad de Psicología. Habían coincidido en eventos, tenían amigos comunes y Cristina siempre le había animado para que la invitara a salir, puesto que notaba que entre ellos había cierta química, de hecho, había que estar ciego para no darse cuenta de ello.
—¿Y?
—Fue genial. Nos reímos y hablamos de multitud de temas. Coincidimos en muchos hobbies, tenemos muchas cosas en común. Estuve muy a gusto con ella toda la velada.
—Me alegro un montón por ambos.
—Y yo me alegro de que me animaras a invitarla a salir. Bueno, mejor dicho, que me convencieras después de insistir tanto. —Cristina sonrió, sabía que había sido un poco pesada, pero ahora eso no importaba, se le veía muy contento y ella estaba encantada. Hacía casi un año que había roto con su prometida y eso le había afectado mucho, sobre todo le había minado la confianza en las mujeres. A diferencia de ella, él sí lo había superado, y tenía que reconocer que se sentía feliz por él. Se lo merecía.
—Al menos dejarán de pensar en la Facultad que somos pareja. Estoy hasta las narices de los rumores por parte del profesorado... y del alumnado. —Javi soltó una carcajada.
—Pues a mí me encanta ser el centro de los cotilleos. Eso demuestra lo aburridas que son sus vidas.
—Supongo que tienes razón. —Ambos rieron.
Fueron interrumpidos por unos fuertes golpes en la puerta.
—Adelante. —Cristina no sabía quién podía ser, puesto que ninguno de sus alumnos había concretado una cita con ella y no estaba en horario de tutorías. Cuando miró por encima del hombro de Javi, su sorpresa fue mayúscula, Daniel entraba a su despacho acompañado de la subinspectora de la Vega. Sin darse cuenta, su rostro se iluminó con una gran sonrisa—. Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Buenos días, señorita del Saz, señor Núñez. —Verónica miró a su compañero sorprendida porque conociera al hombre que estaba comiendo con la psicóloga.
—Soy Javier Núñez. —Se levantó presentándose y tendiéndole la mano a la subinspectora.
—Subinspectora de la Vega.
—Creo que es mejor que me vaya. Luego te veo, Cris. —Ella ya estaba recogiendo los recipientes de comida de la mesa y guardándolos en la misma bolsa en la que habían venido.
—Siéntense. —Les ofreció a ambos, por lo que obedientemente se sentaron en sendas sillas, enfrente de ella, al otro lado de la mesa.
—Tenemos que proponerle algo que no es habitual en las investigaciones policiales. —El inspector Suárez fue al grano—. Agradeceríamos que nos hiciera un perfil psicológico del asesino.
—Creía haberlo hecho ya.
—Necesitamos un perfil más completo.
—No puedo establecer un perfil más completo con la información de la que dispongo.
—Por eso hemos venido. Le estoy ofreciendo la información que necesite. —Cristina miró con interés a Daniel—. Los perfiladores con los que contamos están saturados de trabajo y no pueden colaborar en nuestra investigación tanto como nos gustaría, por lo que hemos pensado que nos podría echar una mano. Como comprenderá, la información que le facilitaremos es confidencial y no puede salir de comisaría. Nos gustaría reunirnos con usted para exponerle lo que tenemos hasta ahora, analizarlo de forma conjunta, y responder a las preguntas que le puedan surgir. Con todo ello, nos gustaría que nos diera un perfil de la persona que buscamos, lo más detallado posible.
—¿Están pidiéndome que participe activamente en el caso?
—Le estamos solicitando colaboración. —Cristina lo pensó unos segundos, era, desde luego, una oferta que no quería rechazar, pero todavía se acordaba cuando al salir de la Facultad comenzó a trabajar en su especialidad, le resultó tan duro, que decidió dejar esa rama y volcarse en la enseñanza. Y ahora sería aún peor, puesto que una de las víctimas era Vicky. Pero tenía que enfrentarse a sus miedos, y hacer todo lo posible por encontrar a ese cabrón. Quizás, así ayudara más que quedando con desconocidos, de los que no sacaba nada en limpio.
—Creía que la gente que colaboraba o participaba en una investigación, no debía estar involucrada en el caso. Y yo lo estoy. —Cristina notó cómo la subinspectora asentía confirmando lo que acababa de decir.
—Como decía, es algo excepcional. —Daniel le mantenía la mirada mientras ella sopesaba la respuesta.
—De acuerdo. Acepto. —Cristina se levantó de la mesa y les tendió a ambos la mano, dando por zanjado el asunto.

 

Los inspectores caminaban por el campus de Cantoblanco en dirección a su coche. Aun con el frío que hacía, había estudiantes sentados en el césped, charlando, o revisando apuntes. El inspector se sintió como en casa, y sus recuerdos de juventud, de la época en la que estudió en la Autónoma, le llegaron atropelladamente a la memoria. Primero, se acordó de la primera vez que estuvo allí, todo nervioso, para examinarse de la Selectividad en una de las aulas, aún recordaba el desasosiego, y en algunos casos histerismo, reinante en el ambiente. Todos repasando una y otra vez los apuntes que ya habían sido estudiados tantas veces. Tres días al completo sufriendo ansiedad por un examen tras otro, para obtener nota suficiente para estudiar la carrera deseada. Él había estudiado en la Universidad de Ciencias Económicas y Empresariales, fueron tiempos de mucho esfuerzo y mucho estrés, sobre todo en época de exámenes, pero también recordaba aquellos años como los mejores de su vida. De aquella época rememoraba las fiestas universitarias, sobre todo la fiesta de la primavera que se celebraba en ese mismo lugar. Recordaba un año en el que los estudiantes, que iban con alguna copa de más, se habían cargado los cristales en la estación de tren. También le vinieron a la cabeza, las salidas con amigos, las chicas, y Cruz, que se volvió a cruzar en sus pensamientos, aunque los borró de inmediato para volver al presente.
—¿Sabes cuál es el lema de la Universidad? —le preguntó a la subinspectora, quien lo miró sin saber a qué venía el comentario, sacándola de sus cavilaciones, centradas en su compañero y en la señorita del Saz.
—No, no tengo ni idea. —Resopló levemente, demostrándole que no le interesaba ni lo más mínimo. De todas formas, él la ignoró.
Quid Ultra Faciam? ¿Qué más debo hacer?
—Ah. —A Verónica no le interesaban nada esas curiosidades, le parecían información inútil.
Por este motivo, Daniel no le comentó lo que sabía sobre la Universidad, datos que a él le resultaban fascinantes. Se preguntó, si Cristina sería de su misma opinión, o como a su compañera, le resultaría información superflua. Había leído que su emplazamiento, en el norte de Madrid, fuera de la ciudad, no había sido casual, había sido motivado para dispersar de forma sencilla a los estudiantes en sus protestas en contra del régimen de Francisco Franco. Llegado el momento, podría ser tomada por las fuerzas de seguridad de forma sencilla. Las Facultades más antiguas del campus, como en la que había estudiado él, tenían una estructura interna en forma de V, diseñada también para contener a los universitarios.
La vibración del móvil en sus pantalones le sacó de sus pensamientos.
—Inspector Suárez.
—Jefe, entra en la versión online de las noticias. Hay un nuevo artículo escrito por Fernando Montes.
El inspector colgó el teléfono, y tal y como le acababa de decir Candelas, entró en la web del periódico en el que trabajaba el periodista, ante la curiosidad de su compañera que no sabía qué estaba buscando con tanto interés. Cuando la página se cargó, no se podía creer los grandes titulares que aparecían: «Nueva víctima. ¿Nos enfrentamos a un asesino en serie?». Las fotografías de las tres jóvenes asesinadas se mostraban bajo el titular. Le enseñó el móvil a la subinspectora, quien abrió la boca asombrada.
—¿Cómo lo ha sabido? Si hemos encontrado el tercer cuerpo hace pocas horas.
—No lo sé, pero esa es una de las primeras cosas que vamos a averiguar en cuanto lleguemos a comisaría. No me puedo creer que haya filtraciones en el departamento, solo conocemos el caso unos pocos. —Suárez comenzó a leer la noticia apresuradamente, mientras su compañera la buscaba en su propio móvil—. ¡Hijo de puta!
La subinspectora levantó la cabeza para ver qué había visto que tanto le había afectado, pero él no dijo nada, sin embargo, su cara de cabreo lo decía todo. Daniel comenzó a andar a paso rápido, en silencio, mientras Verónica, aun con las piernas tan largas que tenía, no era capaz de seguirlo, tuvo que empezar a correr para mantenerse a su altura.
En cuanto llegaron al coche, el inspector tiró el abrigo al asiento de atrás de forma violenta y a toda prisa arrancó. Verónica sentada a su lado, esperaba una explicación.
—Ha publicado el modus operandi del asesino. Sabe lo del burundanga y la inyección de aire que les provoca un infarto cardiaco a las víctimas. —Daniel enfiló hacia el Instituto Anatómico Forense, convencido de que la fuga se debía de encontrar allí.
Verónica, mientras llegaban, comenzó a leer la noticia del periódico. Esta contenía información confidencial que no se podía imaginar de dónde la habría obtenido Montes, era demasiado detallada.
—Por lo menos, todavía no ha salido a la luz toda la parafernalia que monta en los distintos escenarios de los crímenes. —Daniel miró a su compañera. Si las miradas mataran, pensó ella, hubiera caído fulminada en ese mismo instante. Así que decidió quedarse calladita, hasta que su jefe se tranquilizara.

 

Al llegar a la sala de autopsias, sin saludar a nadie de los presentes, se dirigieron directamente hacia la mesa en la que el doctor Mena estaba practicando la autopsia a Berta Álvarez, la víctima que habían encontrado hacía escasas horas. El médico no levantó la cabeza cuando notó la presencia de los inspectores a su lado, atento a algo que observaba en el microscopio, aunque sí les pasó la vaselina mentolada que guardaba en el bolsillo de su bata blanca.
—Sé lo que me va a preguntar, Suárez. Y no, de aquí no ha salido la filtración. —Tanto él, como todo su equipo, habían visto la noticia en internet. Uno de los técnicos la había encontrado cuando leía el periódico en un descanso que se había tomado para comer un sándwich—. Hemos sido cuidadosos, de aquí no ha salido ninguna información, todo mi equipo estaba advertido de lo reservado del caso, y yo respondo por ellos. —Levantó la cabeza de su labor. Como se imaginaba, aun cuando Suárez mantenía un gesto tranquilo, el brillo de ira de sus ojos lo decía todo, estaba sopesando sus palabras.
—De acuerdo. Confío en su palabra, doctor. Tendré que buscar en otra parte el agujero por donde fluyen todos esos datos.
—Me alegra oír eso. Pero supongo que no solo han venido a echarme la culpa de las filtraciones. —El inspector sonrió por el descaro del doctor—. Estamos terminando con la autopsia, y ya les puedo confirmar, que como el resto de las víctimas, ha muerto por una inyección de aire en la arteria subclavia que le produjo un infarto cardiovascular. Aún estamos esperando los análisis realizados al contenido de la vejiga, sin embargo, como le dije esta mañana, inspector, es poco probable que encontremos restos de escopolamina, puesto que es una droga que desaparece del organismo en pocas horas. —Suárez abrió la boca para preguntar, pero el médico se adelantó—. Sí, inspector, tenía razón, esta víctima también ha dado a luz.
—Me lo imaginaba. ¿Algo más, doctor?
—Como en las otras dos víctimas no hay hematomas vaginales ni presencia de semen ni de espermicidas. —Suárez asentía, era demasiado cuidadoso, se preguntaba si no iban a encontrar nunca ninguna prueba. Estaba dándose la vuelta para marcharse, cuando escuchó que el doctor continuaba—. No se vaya, inspector, esta vez el asesino ha cometido un pequeño error. —Daniel no se lo esperaba, se quedó atónito al escuchar las palabras del forense, ¿era posible que tuvieran alguna evidencia con la que encontrar al asesino y alguna prueba para detenerlo?
—Cuéntenos, doctor, ¿qué ha encontrado?
—Esta vez la chica se defendió.
—¿No había sido drogada?
—Como ya le he dicho, no vamos a encontrar restos de escopolamina en su cuerpo, de todas formas, me atrevería a aventurar, que como al resto, le administró esa misma sustancia. La diferencia es, que en el estómago de la señorita Álvarez hemos encontrado kakadu.
—¿Kakadu? —El inspector no tenía ni idea de qué era eso.
—Kakadu o Terminalia Ferdinandiana, que es su nombre científico. Es una fruta original de Australia con un excepcional contenido en vitamina C. Puede contener hasta cinco gramos de esta vitamina por cien gramos de fruto, es decir, cien veces más que una naranja.
—¿Y eso qué tiene que ver con que la víctima se defendiera? —preguntó la subinspectora que no entendía el derrotero que estaba tomando la conversación.
—La vitamina C expele la droga del organismo, ya que incrementa la eliminación de los alcaloides por el mecanismo de acidificación de la orina.
—Por lo que cuando llegaron a su casa, es muy probable que hubiera desechado parte de la droga del organismo. —dedujo Daniel hablando para sí mismo.
—Eso es, Suárez.
—¿Y qué es lo que tenemos? —Por primera vez desde que los asesinatos habían comenzado, el inspector respiró esperanzado.
—Pues parece ser que la víctima luchó cuando le fue a poner la inyección. Hay señales de un fuerte golpe previo en la sien, a causa de un puñetazo, que le hizo perder el sentido. —El inspector no había visto ninguna marca en la víctima cuando la estudió en el cuarto de baño de su casa—. El asesino cubrió con maquillaje el golpe.
—Para que no hubiera fallos en su preciosa obra de arte.
—Eso es lo que pienso yo, Suárez. Pero hay más. En la lucha, la víctima lo arañó, y aunque el asesino se encargó de limpiar debajo de las uñas de la joven, hemos logrado encontrar una muestra de piel, que creemos que la víctima consiguió arrancarle en el forcejeo.
—Entonces podemos conseguir una muestra de ADN. —El médico asintió.
—Inspector, tráigame a un sospechoso y yo le diré si es el asesino.
—Gracias, doctor, ya sabe, esto... —El médico levantó la mano interrumpiéndole.
—Lo sé, inspector, y no se preocupe, esta información no va a salir de aquí.
Los policías salieron del Instituto con un optimismo que no habían sentido en las últimas semanas, por fin tenían una prueba que podía identificar al asesino, ahora solo tenían que hacer su trabajo y encontrarlo.

 

—Daniel, he encontrado algo. —El inspector estaba de pie, apoyado sobre su mesa, con los brazos cruzados en el pecho, concentrado en las anotaciones escritas en la pizarra. Al oír a su compañera, se giró interesado en lo que tuviera que decirle. La subinspectora, al otro lado del escritorio, mostraba gesto de satisfacción. Portaba una carpeta entre las manos que estaba deseando enseñarle.
—Cuéntame, tienes toda mi atención.
—Como me pediste, he indagado sobre los homicidios sin resolver que se han producido en Barcelona en los últimos años. Tengo un buen amigo trabajando allí, nos conocimos en la academia, y gracias a él he conseguido mucha de esta información. —La sonrisa pícara de la subinspectora indicaba que habían sido algo más que amigos.
—Al grano, subinspectora. —Verónica dejó la carpeta encima de la mesa y la abrió para que su jefe pudiera ver su contenido.
—Me ha pasado los pocos homicidios que existen sin resolver, cuyas víctimas eran mujeres de entre veinte y cuarenta años. Y voilà, entre ellos he encontrado tres víctimas que cumplen el modus operandi de nuestro psicópata. —Cuando Suárez se enteró de que Victoria Alonso había dado a luz en Barcelona a su bebé, su instinto le había dicho que tendría que empezar por ahí.
—¿A qué te refieres? —Verónica le mostró tres fotos de tres escenarios diferentes. Tres mujeres rubias, tres mujeres jóvenes, tres mujeres desnudas en posiciones variadas. Supuso que todas ellas tendrían los ojos azules, aunque en las fotografías no se apreciaba ese detalle. Eso demostraba que el asesino ya había asesinado antes, se preguntó cuántas víctimas habría. Por fin las pesquisas empezaban a dar sus frutos, pensó Daniel.
Se fijó en sus posturas e intentó asociar todas ellas a obras de pintores conocidos, estaba seguro de que lo que representaban era alguna vieja pintura.
En una de las fotos, la chica aparecía encogida, en posición fetal, con muchas telas muy coloridas y brillantes a su alrededor, escenificando un conocido cuadro de Gustav Klimt, La Lluvia Dorada, Dánae. Otra de las chicas, tal y como habían encontrado esa misma mañana a Berta Álvarez, se encontraba en el cuarto de baño, sentada en una silla, su cuerpo doblado sobre sí mismo, uno de los brazos encogido entre sus piernas y su pecho, y el otro brazo sobre uno de sus pies, como si estuviera secándoselo. Daniel, también reconoció la pintura, otro grabado de Degas de la misma serie, Después del baño, mujer secándose los pies. Y por último, la otra fotografía mostraba a una joven reclinada sobre unos almohadones y una manta verde, las piernas encogidas, un brazo estirado y el otro apoyado sobre la frente, le costó algo más de tiempo, pero de repente le vino a la mente, era de Picasso, Desnudo de mujer reclinada.
—¿Y la policía no detectó la relación entre estos asesinatos?
—Bueno, ya sabes los problemas que hay debido a las competencias entre los distintos cuerpos policiales. —El inspector lo sabía perfectamente, todos querían ponerse la medalla por la resolución de los casos, y por este motivo, había falta de comunicación—. Además, la diferencia temporal entre los homicidios es mayor que la que está aplicando aquí de una semana. Entre estos casos hay un año de diferencia, la última fue encontrada hace dos. —Señaló a la que representaba el cuadro de Picasso—. Y por si fuera poco, no todos los asesinatos se produjeron en Barcelona, solo el primero. —Ahora señaló a la chica que estaba colocada en posición fetal—. El segundo ocurrió en Girona, y el tercero en Lleida.
—Estaba practicando. Ahora ya se ha perfeccionado. —Fue un pensamiento dicho en voz alta.
—¿Sabes qué cuadros son? —preguntó Verónica, imaginándose que él ya los habría reconocido.
—Este es de Degas, es de la misma serie que el que nos hemos encontrado esta mañana en casa de la señorita Berta Álvarez. Este otro, es de Picasso. —Señaló a la chica recostada en los almohadones—. Picasso no hacía distinciones entre mujer, modelo y amante, mostraba los planteamientos estéticos de su tiempo, y a su esfera íntima y personal. Decía: «El arte es peligroso, el arte no es casto; no están hechos para el arte los inocentes ignorantes. El arte que es casto no es arte» —le explicó a Verónica.
—Otra vez nos habla de lo impúdico e indecente. ¿Y el tercero?
Dánae de Klimt. Uno de los cuadros más conocidos del pintor. Inspirado en la mitología griega, un tema que no es muy habitual en sus pinturas.
—¿Mitología? —El inspector asintió.
—Danae era hija de Acrisio, el rey de Argos —comenzó a relatar la leyenda—. El oráculo había pronosticado que el hijo de Danae mataría a Acrisio, por lo que este, para que no se cumpliera la profecía, encerró a su hija en una torre de bronce, al cuidado de una anciana, alejada del mundo. Sin embargo, Acrisio no pudo evitar que su hija fuera seducida por Zeus, quien convertido en lluvia de oro, engendró en Danae un hijo, el recién nacido sería llamado Perseo. Cuando el rey se enteró de la noticia, se negó a creer que su nieto había sido concebido por un dios, por lo que encerró a madre e hijo en un cofre, para luego arrojarlo al mar. Zeus los protegió, haciendo que llegaran sanos y salvos hasta la isla de Séfiros. Dictis, hermano del tirano rey de la isla, Polidectes, los refugió, y cuidó de Perseo como si fuera su propio hijo. Polidectes intentó conquistar a Danae, y para ello, envió a Perseo a por la cabeza de Medusa. Cuando este regresó, se encontró a su madre y a Dictis pidiendo clemencia, debido a que ella no correspondía el amor del rey. Al darse cuenta de todo lo que había ocurrido en su ausencia, Perseo utilizó la cabeza para convertir en piedra a Polidectes y a sus servidores. Después de que Dictis se convirtiera en el nuevo rey de la isla, Danae y su hijo regresaron a Argos, donde Perseo finalmente acabó con la vida de su abuelo Acrisio, aunque de manera accidental.
—¿Hay algo de lo que no sepas?
—De muchas cosas. —Le guiñó un ojo a su compañera—. De todas formas, reconozco que quien sabía de mitología era Cruz, yo solo conozco unas pocas historias. —El inspector suspiró y volvió a centrar su atención en el escenario del crimen—. La postura de Dánae acentúa el erotismo y la sexualidad en el momento de la seducción, recibiendo en su sexo la lluvia de oro que permitiría engendrar a Perseo. —En la fotografía aparecía un haz de luz sobre el pubis de la víctima.
—¿Crees que es un flash?
—O quizás un foco. Sea lo que fuere, seguro que lo dejó el asesino para mostrar la lluvia de oro.
—Esta obra entonces no es obscena, como el resto. Está mostrando la concepción de Perseo. —Daniel se quedó pensando en lo que acababa de decir la subinspectora.
—Creo que el asesino no nos muestra obscenidad, sino que quiere que veamos el erotismo y la sensualidad de la mujer.
—¿Significará algo?
—Seguro que Freud tendría alguna teoría —dijo el inspector encogiéndose de hombros, él, desde luego, tenía unas cuantas.

 

El inspector Suárez llegó a su casa sintiéndose derrotado y agotado después de otro largo día de trabajo. Esa misma tarde, había reunido a su equipo para hablar de las filtraciones, y todos le habían confirmado lo que él ya sabía, de ellos no había salido ninguna información. No habían hablado con nadie, no habían mencionado nada sobre el caso a la gente externa a él, ni siquiera a los familiares más allegados. Y él lo creía.
Aún seguía muy cabreado con Montes por haber divulgado información tan relevante, estaba preocupado porque aparecieran imitadores. Lo único que le faltaba es que se produjeran asesinatos similares debidos a casos de violencia de género, intentado copiar el modus operandi del asesino, para quitarse el muerto de encima. Sabía que serían fáciles de distinguir, toda la escenificación del lugar del crimen no se había hecho pública, todavía. Pero si sucedía esta hipotética situación, les haría perder el tiempo, abriendo demasiadas investigaciones paralelas, y facilitándole la labor al psicópata que buscaban.
Dejó la chaqueta del traje en el respaldo de una silla, se tumbó en el sofá del salón y encendió el televisor. Estuvo haciendo un rato zapping, hasta que dejó un canal cualquiera, no tenía ningún interés en lo que a esas horas se emitía. Intentó relajarse un rato, masajeándose las sienes y no pensando en nada, hasta que escuchó el rugir de sus tripas, recordándole que ese día no había parado a comer. Verónica le había llevado un bocadillo del bar de Antonio, pero apenas le había dado un par de bocados, al irse lo había tenido que tirar a la basura, porque, después de tantas horas encima de la mesa, la pinta que mostraba era de todo, menos apetitosa.
Abrió el congelador y sacó uno de los platos preparados que allí guardaba, se decantó por un arroz tres delicias. Lo introdujo en el microondas el tiempo que indicaba la caja y fue a cambiarse mientras se calentaba. Se vistió con los pantalones del pijama y una camiseta blanca, y se sentó en el salón mientras se terminaba de hacer la cena. En ese momento, le sonó el móvil, su pantalla le anunciaba que era Cristina. «Algo bueno para terminar el día».
—¿Inspector Suárez? —preguntó ella, antes de que a él le diera tiempo a contestar.
—Buenas noches, Cristina.
—Creía que teníamos que comportarnos como dos desconocidos. —El inspector mostró una mohína sonrisa, que ella al otro lado de la línea no pudo advertir.
—Ahora no hay nadie que nos escuche.
—Prefiero mantener las distancias en todo momento, inspector. —Entendía perfectamente su comportamiento.
—Pues que así sea. Señorita del Saz, cuénteme a qué debo el placer de su llamada. —Él sonrió por la ironía, sobre todo al escuchar el suave bufido que emitió ella.
—Mañana tengo un hueco en mi agenda. La primera clase no la imparto hasta después de comer, por lo que puedo acercarme a comisaría.
—Eso es magnífico. Dígame a qué hora puede estar allí y le tendré todo preparado.
—A la que usted me diga, inspector.
—¿Le parece bien a las nueve de la mañana? —A esas horas, él ya llevaría algún tiempo allí, por lo que le daría tiempo a tener preparada la documentación que iba a necesitar. Desde que se había encontrado a la primera víctima, casi no había podido conciliar el sueño, desde el principio, supo que ese asesino no se iba a detener, por lo que era el primero en llegar a su puesto.
—Las nueve me parece perfecto. Buenas noches, inspector.
—Buenas noches, Cristina. —Ella ya había colgado.