9 Jueves, 9 de marzo

 

 

El inspector Suárez se dirigía con el inspector Candelas a casa de Félix Santos, el creador de la página de contactos conecta.com. Vivía en La Moraleja, uno de los barrios residenciales más exclusivos de Madrid.
Cuando les abrieron la verja que daba acceso al jardín, ambos inspectores se quedaron atónitos al ver las dimensiones de la casa que se encontraba frente a ellos. Candelas emitió un silbido de admiración.
—Menudo casoplón, jefe. Creo que he equivocado mi profesión. —Ambos policías sonrieron—. Hay que ver la pasta que da el mundo single.
Ambos sabían que en los últimos años los solteros y solteras habían visto incrementado su número a gran velocidad, lo que había abierto las puertas a un nuevo mercado orientado a ellos, y por lo que decían las encuestas, era un mercado al que le gustaba gastar.
Suárez aparcó delante de la puerta principal, donde un jardinero se encargaba de plantar algunas flores en una gran maceta, estaba tan concentrado en su tarea que no prestó ninguna atención a la llegada de los inspectores. Les abrió la puerta una mujer de mediana edad que llevaba una bata a rayas rojas y blancas, con el pelo recogido en un tirante moño.
—Buenos días, queríamos hablar con el señor Santos. Somos los inspectores Suárez y Candelas. —Ambos le mostraron la placa a la mujer, que los miró sorprendida.
—¿Padre o hijo? —Como ninguno de ellos dijo nada, continuó—. El señor Santos padre vive en la casa de la piscina, aquí vive el hijo.
—Venimos a ver al señor Santos hijo —confirmó el inspector.
—De acuerdo, síganme.
Les mostró el camino a una impresionante sala con un enorme sofá a un lado y frente a él una bonita chimenea de mármol, en el lado opuesto al que se encontraban, una gran mesa de billar y una barra de bar, detrás de la cual, estanterías repletas de bebidas completaban la decoración. La mujer los dejó allí mientras iba a buscar al dueño del lugar.
—Madre mía. —Candelas seguía boquiabierto.
Suárez se acercó a un gran ventanal que daba paso al jardín trasero, desde ahí, se vislumbraba una gran piscina, y más allá, una casa de dos plantas, bastante grande, no obstante no se podía comparar en dimensiones con la principal. La piscina estaba cubierta por una gran lona azul que quitarían en verano cuando el tiempo permitiera su uso.
De la casa de la piscina salió un hombre alto, ancho de espaldas, moreno, debía de tener entre 40 y 45 años, supuso que sería el padre de Santos, el otro Félix Santos. Atravesó el jardín y desapareció de la vista del inspector sin percatarse de que estaba siendo observado.
—Buenos días, caballeros, me acaban de informar que quieren hablar conmigo. —Cuando Suárez se dio la vuelta, se quedó contemplando al joven que tenía delante. Era alto y desgarbado, aún tenía síntomas de acné juvenil en algunas zonas del imberbe rostro.
—Buenos días, señor Santos. Somos el inspector Suárez y el inspector Candelas. —Candelas se acercaba a ellos, dejando atrás la mesa de billar que había estado observando unos segundos antes.
—Por favor, llámenme Félix, el señor Santos es mi padre —les dijo con una sonrisa algo infantil—. ¿Y qué es lo que les trae por aquí?
—Estamos trabajando en dos homicidios. Ambas víctimas eran usuarias habituales de su página de contactos. —El chico ni se inmutó al oír esa afirmación.
—Como dos millones de personas en España, y unos cuantos millones más en el resto del mundo. —Les sonrió mientras se acercaba al bar a servirse una bebida—. ¿Quieren tomar algo?
—No, muchas gracias. —El inspector Suárez contemplaba al muchacho sopesándolo, era listo, desde luego, si no fuera así, no hubiera montado un gran negocio como el suyo de la nada. Con movimientos relajados, sacó de la nevera un refresco isotónico, abrió la botella y le dio un largo trago.
—He estado en el gimnasio y estaba sediento. —Se disculpó.
—Es posible que un usuario de su página asesinara a las dos víctimas.
—¿Y por qué cree eso, inspector?
—Su página web es la única relación que hemos encontrado entre ellas. —El inspector no le dio más información.
—Como le decía, hay más de dos millones de usuarios en España. No me parece una relación muy sólida. —El chico se había acercado de nuevo a los inspectores con la bebida en la mano.
—¿Sus desarrolladores tienen acceso a las conversaciones de los clientes?
—Sí. Tenemos una gran base de datos donde toda esa información queda registrada.
—¿Y eliminarla?
—También es posible.
—Agradeceríamos una lista de los trabajadores de su empresa que tienen acceso a esta información. Y otra lista con los usuarios con los que se relacionaban ambas víctimas. —El chico se lo quedó mirando, impresionado por la petición. Suárez se había tirado un farol, pero nunca se sabía, quizás funcionara. Cardenete sospechaba que algunas conversaciones mantenidas por las chicas habían sido borradas, así que, que el asesino formara parte del equipo de informáticos de Félix Santos era algo que entraba dentro de lo posible.
—Espere un momento, inspector. Creo que para poder solicitarme esa información, necesita antes una orden judicial, ¿no es así? —Suárez asintió, había sido pillado por un niñato.
—Creía que cooperaría con nosotros y nos ayudaría a encontrar al asesino, sobre todo teniendo en cuenta que puede estar trabajando para usted. —El joven no se amilanó con esa observación.
—Me encantaría ayudarlo, inspector. Pero entienda el compromiso en el que me está poniendo. Esas personas confían en mí y esperan que sus datos no sean compartidos. Tengo que proteger la intimidad tanto de mis clientes como de mis colaboradores. Porque si hubiera pruebas tangibles, hubieran venido con una orden, ¿me equivoco? —Suárez sabía que tenía toda la razón—. Veo muy a menudo Ley y orden, conozco mis derechos. —Candelas alzó las cejas, el chaval que tenían delante era un engreído.
—Nos volveremos a ver, señor Santos. —Ambos inspectores se pusieron en marcha, y se dirigieron a la salida, deshaciendo el camino que habían hecho un rato antes.
—Eso espero, inspectores, me gustaría ayudarlos en todo lo que esté en mi mano. —Ambos oyeron el comentario mientras salían de la sala en la que habían mantenido la reunión.
—Seguimos sin nada. —Dijo Suárez en cuanto salieron de la casa.
—Sabías perfectamente que aquí no íbamos a conseguir ninguna información útil. —Candelas no entendía por qué habían venido.
—En eso tienes razón, pero quería tener una primera toma de contacto con el señor Santos para ver sus reacciones.
—¿Y?
—Nada, no he sacado nada en claro. —Suárez estaba frustrado.
Como se imaginaba, no les iba a resultar fácil conseguir información, tendrían que seguir cruzando lo que encontraran en los ordenadores de las víctimas, y eso les podía llevar mucho tiempo, quizás demasiado. Si realmente estaban tratando con un asesino en serie, y continuaba con el mismo modus operandi que hasta ahora, ese fin de semana habría otra víctima. Cada vez les quedaba menos tiempo.
En cuanto los policías se marcharon, el abogado de Félix Santos entró en la habitación. Cuando llegaron, estaban tratando algunos temas en el gimnasio, mientras hacían algunos kilómetros en la cinta, y allí se había quedado, esperando hasta que los vio marchar. Se fijó en su cliente, mostraba preocupación.
—¿Qué querían?
—Nada. —Notó cómo el letrado lo miraba con escepticismo, y se dio cuenta de que lo más probable es que necesitara su ayuda legal, así que decidió que lo mejor era contárselo—. Por lo visto han encontrado a dos mujeres asesinadas, y creen que ha sido uno de los usuarios de mi página.
—Es factible. Tu página tiene millones de usuarios.
—Eso les he dicho yo. —Pero Félix pensaba que si tenían razón y no hacía nada, sus remordimientos no le dejarían dormir tranquilo—. Esto que quede entre nosotros. No quiero que mis padres se enteren y se preocupen por lo que espero que no sea nada.
—Mi cliente eres tú. —Sabía que podía confiar en él.

 

Como había llegado temprano a su cita, decidió dar un paseo por la zona mientras llegaba la hora. Hacía una noche fría aunque despejada, le vendría bien para relajarse y estar más despierta. Habían quedado en la Taberna Los Ángeles, cercana a Ópera. Mesón al que había ido muy a menudo con sus amigas cuando estudiaba en la Universidad, y al que aún iba, de forma más esporádica.
Así que al salir del metro, en vez de tomar el camino del restaurante, se dirigió hacia la espectacular Plaza de Oriente, para ver el Palacio Real y el Teatro Real iluminados. Pasó al lado de la imponente estatua ecuestre de bronce de Felipe IV. Había leído en alguna parte, que había sido la primera escultura en la que el caballo se sostenía en pie sobre sus dos patas traseras, y que para lograrlo, el escultor había contado con la ayuda de Galileo, quien había propuesto como solución, hacer la parte trasera maciza y la delantera hueca. Desde que había leído aquella curiosidad, cada vez que pasaba a su lado no podía dejar de admirarla y contarle ese mismo detalle a quien fuera con ella. Sonrió al recordar a Vicky quejándose porque le había relatado lo mismo un millón de veces.
Mientras se acercaba al Palacio Real, a derecha e izquierda, entre los árboles, podía vislumbrar a los majestuosos reyes godos, como se les conocía popularmente. Veinte estatuas de reyes españoles, de los cuales cinco eran visigodos y el resto monarcas de los primeros reinos cristianos de la Reconquista.
Giró a la izquierda, en dirección contraria a los impresionantes jardines del Campo del Moro, puesto que a esas horas sabía que estarían cerrados, y por la noche, tampoco se apreciaba su esplendor.
No hacía mucho, Vicky, Javi y ella habían visitado el interior del Palacio Real, aprovechando unas puertas abiertas, ocasión en la que la entrada al edifico es gratuita, tanto para turistas como para los madrileños, y de esta forma, después de esperar una larga cola, habían podido visitar las diferentes salas. La visita no les había defraudado, no tenía nada que envidiar al interior de otros palacios europeos.
Como aquel día, llegó a la Catedral de la Almudena, que mostraba toda su grandeza iluminada. Había accedido a su interior en multitud de ocasiones, y no tenía nada que ver con el resto de catedrales que ella conocía, era de un estilo sencillo de líneas rectas. Sin embargo, la cripta era completamente diferente, llena de tumbas y capillas de gran belleza, resultaba ser el lugar elegido por muchos madrileños para celebrar su boda.
Cuando se quiso dar cuenta, ya se había hecho la hora, así que retrocedió sobre sus pasos y en unos minutos llegó a la tasca en la que había quedado.
El local era alargado, a la entrada se encontraba la barra, y frente a ella, unas mesas altas. A continuación, aparecía el comedor, con grandes mesas rodeadas de bancos de madera o taburetes, con decoración rústica. En las paredes había colgados diferentes aparejos y herramientas de labranza que le daban al lugar un encanto especial.
Al entrar, saludó, puesto que conocía a los dos camareros que servían tras el mostrador. Uno de ellos le comentó que Javi y su acompañante estaban en sus respectivas mesas, y que ya conocían el teatrillo que habían montado, porque Javi se lo había explicado al llegar. Cristina se quedó pensando en cuánto habría contado y cuánto habría callado.
Se dirigió al fondo del restaurante, que era donde los habían acomodado. Cuando llegó, vio a Javi en una de las mesas y en la contigua se encontraba, Pablo Martín, su cita.
—¿Pablo? —Se acercó a su pareja, comprobando agradecida que las fotografías de su perfil coincidían con la persona que tenía delante. Su pelo era negro como el carbón y sus ojos verdes la miraban sonrientes. Era en verdad atractivo, pensó.
—Cristina, ¿verdad? —Ella le sonrió mostrando su sonrisa más encantadora, mientras él se levantaba para darle dos besos—. Bonito sitio, ¿ya lo conocías? —Fue Pablo el que habló para romper el hielo, era evidente que no era la primera vez que quedaba con una desconocida.
—He venido alguna vez con mi amiga Vicky, a ambas nos gusta mucho. La comida no está mal y es muy económico. —Pablo no hizo ningún amago de reconocer el nombre.
—Pues comprobémoslo. ¿Qué me recomiendas? —Cristina echó un vistazo a la carta, aunque tenía claro lo que iba a sugerir.
—Las tostas están muy buenas, los tirabuzones de pollo con cabrales y las croquetas son de lo mejor.
—Pues, si estás de acuerdo, pedimos una tosta. Mientras te esperaba me ha llamado la atención una que he visto pasar, la de solomillo con cebolla caramelizada.
—Buena elección, voy a pedir otra para mí.
—Si quieres puedes pedir otra diferente y las compartimos. —Le cayó bien al instante, era muy campechano.
—Está bien. —Entre ambos eligieron otro entrante y pidieron para beber sangría de sidra, puesto que ella comentó que la hacían muy rica.
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó Cristina. No era muy original, pero siempre funcionaba para iniciar una conversación.
—Soy informático, trabajo en una empresa que se dedica a hacer páginas web y bases de datos a pequeñas compañías, muchas de ellas familiares. —Cristina asintió—. Empecé estudiando Medicina, pero enseguida me di cuenta de que no era para mí. Se me revolvía el estómago.
—Así que le diste un cambio radical a tus estudios.
—Pensé también en Arquitectura, pero tanto dibujo no me atraía.
—Prefieres ceros y unos —dijo Cristina, recordando lo cuadriculada que era Vicky para algunas cosas—. ¿Estudiaste en la Politécnica?
—Sí, en Boadilla del Monte.
—Mi amiga Vicky estudió ahí también.
—¿Sí? ¿Y en qué empresa trabaja?
—Ahora en ninguna. Murió.
—Oh, lo siento. ¿Un accidente? —O era buen actor o no tenía ni idea de quién era Vicky, así que asintió y cambió de tema.
—He visto en tu perfil que te gusta la pintura. —Cristina había estado soñando con su amiga todas las noches desde que encontrara el cuerpo. Siempre la misma pesadilla. Vicky muerta, tumbada en el sillón del salón de su casa, con esa expresión que le pedía ayuda. Le costó unas cuantas noches y otras tantas pesadillas, pero por fin, la noche anterior, se percató de algo que le había llamado la atención al encontrársela muerta, y que al parecer, había borrado de sus recuerdos. La posición en la que se encontraba, era idéntica a la de la maja del cuadro de Goya, La maja desnuda. Sabía que eso tenía que significar algo.
—Sí, mi madre me solía llevar a visitar museos cuando era pequeño. Mi preferido es el Prado. Me podía pasar horas y horas mirando algunos de sus cuadros. Me imaginaba entrando en ellos y disfrutando de lo que allí ocurría, tal y como sucede en Mary Poppins.
—Mi padre me llevaba también, los domingos, a muchos de los museos de Madrid. A mí me gustaba mucho el de cera. —Sonrió al recordarlo.
A su lado, Javi aparentaba leer el periódico, mientras escuchaba atento todo lo que se contaban. Bostezó en un par de ocasiones, estaba bastante cansado y la charla de sus vecinos estaba resultando tediosa. No había nada que indicara que había conocido a Vicky, y menos aún, que la hubiera asesinado. Cuando terminó de ojear el periódico, ya se levantaban dispuestos a marcharse del local. Cristina le hizo un leve movimiento de cabeza para que saliera detrás.
En la barra, pagó lo que había consumido, mientras un par de metros más allá, Cristina y su acompañante hacían lo propio. Escuchó cómo ella le comentaba que había traído coche, por lo que él se despidió y salió del local.
—¿Qué opinas? —En cuanto Pablo Martín se fue, Cristina se acercó a Javi.
—Sois unos aburridos, casi toda la velada hablando de museos, por favor, aparentabais ser un par de eruditos.
—La verdad es que es muy majo, pero tienes razón, la conversación ha resultado un poco aburrida y monotema. Pero hay que reconocer que no es fácil entablar un diálogo con un desconocido. —Defendió a su pareja y a ella misma.
—Anda, vámonos. —Salieron afuera y se dirigieron hacia Sol, donde esperaban encontrar un taxi enseguida—. ¿Y crees que cumple el perfil de homicida?
—No, creo que no. Aunque quizás me equivoque. Este asesino es muy ordenado y cauto, muy inteligente. Estoy convencida de que lleva una doble vida, en la que nadie de su alrededor se podría ni imaginar que ese hombre al que ven o con el que tratan a diario, es en realidad un psicópata. —Se encogió de hombros. Empezaba a pensar que Javi tenía razón, de esa forma nunca encontrarían nada que ayudara en el caso.
Todavía no sabía cuán equivocada estaba.