10 Viernes, 10 de marzo
Daniel se levantó esa mañana temprano, como
era habitual en él, con un fuerte dolor de cabeza. La noche
anterior se la había pasado en casa, analizando las fotografías de
los escenarios del crimen, toda la documentación del caso,
interrogatorios, informes forenses, e incluso había buscado varios
libros de arte que tenía en la estantería, para analizar con más
detalle las pinturas que protagonizaban las víctimas. Pero no
encontró nada que le diera alguna pista para el desarrollo de la
investigación.
Tras tomarse un ibuprofeno, y con un café
bien cargado, se dirigió al salón. En medio de la habitación tenía
una pizarra similar a la que había en comisaría, donde estaban
expuestas instantáneas tiradas a las víctimas cuando todavía
seguían vivas, sonrientes y felices, sin saber lo que les esperaba.
También, anotaciones de lo que las relacionaba, imágenes de los
cuadros y de los escenarios. La página conecta.com aparecía en el
centro, era el nexo de unas víctimas completamente opuestas, y sin
embargo, en el fondo, tan similares. Las dos se encontraban solas y
tenían dificultades para conocer gente por la que sentirse atraídas
en su ambiente habitual, por ello, habían recurrido a páginas de
contactos. Sin contar que ambas habían dado a luz a un bebé no
deseado.
Por más vueltas que le daba, más perdido se
encontraba.
El perfil del asesino poco a poco aparecía
definido en su cabeza, pero todavía era demasiado amplio, tenía que
encontrar más particularidades. Buscaban a un hombre de entre 30 y
40 años, de raza blanca. Lo más habitual de los homicidas
sistemáticos es que asesinen a personas de su propia raza. Una
persona culta, que demuestra conocimientos de medicina o anatomía,
además de una siniestra atracción por la pintura. Es preciso, no es
impulsivo. Algo le ocurrió en su pasado que lo traumatizó, algún
incidente cambió su mundo, lo desequilibró. Odia su propia
identidad. Todos esos matices estaban apuntados en un lateral de la
pizarra, pero eran demasiado generales. Tenía que ahondar
más.
Se fue a la ducha, tenía que despejarse, por
si fuera poco el dolor de cabeza que le torturaba, no había dormido
ni cuatro horas, y le esperaba un día duro.
Además, recordó la encerrona que le había
preparado Verónica. Aunque tenía que reconocerle que gracias a ella
había conocido a una chica que no le era indiferente, o por lo
menos, eso creía, ya que había hablado muy poco con ella. Esa noche
se conocerían mejor, habían quedado a cenar. Suspiró profundamente,
tendría que pasarse el día a base de cafeína si quería mantenerse
en pie hasta la velada. Quizás, lo mejor sería posponerlo, no era
el mejor momento para tener citas, se dijo. Intentaría contactar
con ella a lo largo del día para cancelarlo, no se encontraba con
fuerzas para mantener un encuentro romántico.
Salió de la ducha más despierto y relajado
tras decidirse a anular la cena. Después de afeitarse, se puso el
traje que había dejado preparado la noche anterior, como casi
siempre, gris, con camisa blanca y una bonita corbata granate que
le había regalado su exmujer, Cruz. Por lo menos, ya empezaba a
pensar en ella como su ex, era un gran paso del que Verónica seguro
se hubiera sentido orgullosa si hubiese escuchado sus pensamientos.
Sonrió al espejo por ello, mientras se hacía el nudo. Abrió la
ventana del dormitorio para ventilar la habitación y se fue a la
cocina, donde aún quedaba media cafetera de la que había preparado
la noche anterior. Calentó otra taza de café en el microondas, y se
sentó en la mesa del comedor mientras se lo bebía despacio.
Iba a revisar las noticias en la tableta
mientras se tomaba la bebida, cuando algo le llamó la atención.
Miró a su alrededor, en la estantería en la que se encontraba el
televisor, había colocadas varias fotografías a color en las que
aparecía Cruz, sabía que en el mueble de la entrada había otra, y
desperdigadas por el resto de habitaciones, otras tantas.
Se levantó, dejando la taza encima de la
mesa, y fue a por una caja. Empezó a guardar las instantáneas y
algunos recuerdos que pertenecían a su exmujer, que aún no se había
llevado, y lo más probable, es que no pensara volver a por
ellos.
—Ya era hora de que lo hiciera —lo dijo en
alto, pese a que nadie podía oírle.
Media hora después, ya no quedaba nada en la
casa que indicara que en ese piso vivía o había vivido alguien más
que el inspector. Se sintió a gusto consigo mismo, era algo que
tenía que haber hecho hacía tiempo y, que por una causa o por otra,
siempre había postergado. Si hubiera sabido lo sencillo que le iba
a resultar, lo hubiera hecho mucho antes, pensó, no le había
resultado doloroso, como esperaba, por lo visto, por fin estaba
superando la ruptura.
Dejó la caja en la entrada del piso para
bajarla al trastero más adelante, pero se dio cuenta de que ese era
un momento tan adecuado como cualquier otro. Se fijó en que aún
llevaba la alianza en el dedo anular, la miró durante unos pocos
segundos, y supo lo que tenía que hacer a continuación. Se la quitó
y la introdujo en la caja, con el resto de objetos. El anillo cayó
entre ellos hasta colocarse al fondo.
Cuando subió, después de dejar sus recuerdos
abandonados en un rincón, dio un pequeño sorbo al café que
descansaba sobre la mesa, pero evidentemente se había quedado
helado. Lo volvió a colocar en el microondas para calentarlo una
vez más, se acomodó de nuevo en la mesa del comedor, y esta vez, sí
revisó las noticias en su tableta.
—¡Mierda! —La primera noticia con la que se
encontró, le amargó la mañana. La prensa ya había hecho sus
asociaciones, seguro que el señor Santos había ayudado un poco,
pensó.
Leyó el artículo, donde se aclaraba que las
muertes de Victoria Alonso y Amaia Pardo estaban relacionadas.
Ambas habían sido encontradas en su domicilio un domingo. Ambas
habían tenido una cita con alguien que habían conocido en una
famosa web de contactos, conecta.com. Ambas, entre 25 y 30 años,
jóvenes y con gran parecido físico.
Daniel estaba convencido de que el señor
Santos había tenido algo que ver, lo más seguro es que hubiera
hablado más de la cuenta sobre su visita, puesto que su página se
mencionaba en el artículo, y ese dato no era de dominio público.
Era publicidad gratuita para su web. Pero sabiendo que había chicas
que estaban siendo asesinadas, ¿ellas seguirían conectándose?, o
¿habría aumento de usuarios porque les producía morbo?, se
preguntó. Se imaginaba que la respuesta sería la opción dos, a
veces la gente se comportaba de manera ilógica, solo por poner
algún aliciente en su vida.
Por lo menos, no había salido a la luz el
modus operandi del asesino, la forma de
matar a las víctimas y la manera en que las dejaba en su particular
escenario del crimen. Lo único que le faltaba al inspector, es que
aparecieran imitadores.
Reparó en que la noticia aparecía en un
único periódico, el periodista que la firmaba era Fernando Montes.
El inspector resopló, si estaba interesado en el caso, pronto
saldrían demasiadas cosas a la luz, lo conocía y sabía que era
bueno obteniendo información. No tenía ni idea de cómo la
conseguía, pero sus fuentes eran fiables. Más de una vez se le
había pasado por la cabeza que el reportero contaba con algún
contacto en comisaría que le pasaba los soplos, pero no había
podido demostrarlo.
—Quizás tu informador no es el señor Santos,
después de todo —dijo en voz alta.
El café se le había vuelto a enfriar, pero
esta vez lo tiró por la pila. Se le había puesto mal cuerpo, así
que no volvió a calentarse otro.
De camino a comisaría, iba pensando en que
lo primero que haría esa mañana, sería reunir a su equipo. Quería
dejarles claro que contaba con ellos para que no hubiera
filtraciones, no quería que cundiera el pánico ni que aparecieran
imitadores. Confiaba en sus hombres, pero a veces se comentaban los
casos entre compañeros o con la familia, y esto no podía
suceder.
Cristina estaba arreglándose para su cita de
esa noche. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en la
noticia que había leído en el periódico esa misma mañana. Como
había supuesto, la muerte de Vicky estaba relacionada con la muerte
de la mujer que se le parecía físicamente, Amaia Pardo. Así que
estaba en lo cierto.
Las relacionaban por la página de contactos
conecta.com, lo cual le ponía nerviosa, y a la vez, se sentía
satisfecha, sus sensaciones eran contradictorias. Por un lado,
estaba animada porque esa era una de las páginas en la que había
estado conociendo a los pretendientes de Vicky, pero por otro lado,
le daba repelús, cualquiera de las personas con las que había
contactado podía ser un asesino.
Se quitó esas ideas de la cabeza, al fin y
al cabo, por eso estaba haciendo lo que estaba haciendo.
Esa noche tenía una nueva cita y no podía
sentirse vulnerable, tenía que mostrar confianza en sí misma.
Esta vez había quedado en un restaurante
cerca de su casa, un italiano situado en la plaza de Colón al que
había ido en un par de ocasiones. Aun viviendo en el centro de
Madrid, solía alejarse de las zonas cercanas a su hogar cuando
quedaba para salir, lo hacía sobre todo para no encontrarse con sus
vecinos.
Salió de su casa enfundada en su abrigo, la
bufanda y la boina francesa que le había regalado Vicky las pasadas
navidades. Dando un paseo, se dirigió al restaurante.
Como en la anterior ocasión, había llegado
un poco antes, pero como esa noche se había decantado por unos
zapatos de salón con un tacón demasiado alto como para dedicarse a
dar vueltas por la calle —con el recorrido desde su casa ya había
tenido suficiente—, se acomodó en la barra del restaurante y pidió
un vino tinto mientras esperaba a su acompañante.
En cuanto el camarero le rellenó la copa con
un Ribera del Duero, le llegó un mensaje de Javi. «Si notas algo
raro ponte a gritar. Estás en un sitio público». Cristina le rio la
gracia.
Inicialmente había quedado con un posible
sospechoso, pero él lo había cancelado porque tenía que hacer
algunos recados, no le había dado más explicaciones. Sin embargo,
había conocido a alguien que no tenía ninguna relación con el caso,
llevaba unos días hablando de forma esporádica con él por la web, y
le había resultado un hombre encantador. Por lo que después de una
agradable velada chateando, habían quedado. Era su primera cita
real con un hombre al que había conocido por internet, y estaba
nerviosa. Los otros encuentros habían sido diferentes, más que
nerviosa se había sentido angustiada, e incluso había experimentado
temor por si conocía al asesino de su amiga. Pero esta vez, estaba
aterrada por a quien pudiera conocer, quizás a alguien del que se
pudiera enamorar, y eso le causaba todavía más pánico.
De repente le sonó el teléfono, sacándola de
sus cavilaciones. El nombre que aparecía en la pantalla era el de
su cita. Fue a cogerlo pensando en que le iba a dar una excusa por
no haberse presentado, pero no le dio tiempo, antes, dejó de sonar.
Fue en ese momento, cuando escuchó que alguien la llamaba a su
espalda, cuando se giró, no podía creerse quién era su acompañante
de esa noche. Se quedó unos segundos mirándole a la cara hasta que
fue capaz de reaccionar.
—¿!Inspector Suárez!? —Cristina se fijó que
él se mostraba tan sorprendido como ella.
—Llámame Daniel. —Le dijo sonriendo, tras su
desconcierto inicial. Después de todo, se alegraba de no haber
tenido tiempo para cancelar la cita, había sido un día de locos en
la comisaría, cosa en la que en esos momentos no quería pensar,
prefería concentrarse en la persona que tenía delante, que por
cierto, le tenía bastante intrigado—. Desde luego estás muy
cambiada, en la foto de tu perfil eres rubia con ojos azules. —Al
inspector no le había pasado inadvertido lo que haría Cristina en
esas webs de contactos.
—Señorita del Saz, su mesa está lista. —El
camarero apareció en medio de su estado de confusión. No estaba
segura de si era una buena idea cenar con el inspector que estaba
llevando el caso de asesinato de su amiga. Aun así, se levantó y lo
siguió, puesto que Daniel le hizo un ademán con gesto burlón para
que se pusiera en marcha, parecía divertirse con la situación. En
el camino, Cristina respiró hondo para tranquilizarse, pasó de un
estado de desconcierto, a un estado de grata sorpresa. Se
acomodaron los dos en la mesa reservada y el camarero desapareció
dejándolos solos con las cartas.
—Tú foto tampoco se ajusta a la
realidad.
—La verdad es que el perfil me lo ha creado
esta semana Verónica. —Por la cara de Cristina, Daniel se había
dado cuenta de que no sabía de quién estaba hablando—. La
subinspectora de la Vega, mi compañera. —Ella asintió, mientras
asimilaba todo lo que le estaba contando—. Quiere que me relacione
con el sexo opuesto. —Volvió a sonreír.
Cristina no pudo evitar fijarse en su
sonrisa, era sincera, además, le salían dos hoyuelos en las
mejillas que le resultaron de lo más seductor. Ese día no llevaba
el habitual traje con el que le había visto en las anteriores
ocasiones, vestía unos vaqueros y un jersey de cuello vuelto que
evidenciaban su musculado cuerpo. Era muy atractivo, pensó.
—¿Me estás diciendo que con quién he estado
hablando estos días ha sido con tu compañera?
—No, claro que no. Pero la primera frase si
fue suya, ella fue la que se puso en contacto contigo. —Cristina se
sintió decepcionada, no había sido él el que se había fijado en
ella—. Tengo curiosidad, ¿se puede saber por qué has subido una
foto retocada, y que por cierto, tiene gran semejanza al físico de
tu amiga, la señorita Alonso? —Cristina decidió que lo mejor era no
mentir, era obvio que había sido pillada in fraganti.
—Como te estarás imaginando, estoy quedando
con hombres que se habían relacionado con Vicky. Me he dado de alta
en varias webs esta semana, y estoy chateando con tipos que la
conocían.
—Asumo que entiendes que eso es muy
peligroso y que estás cometiendo una locura. —Daniel le habló como
si de una niña pequeña se tratara, sabía que así la gente hacía más
caso que levantándoles el tono de voz.
—Lo sé, pero siempre viene conmigo un amigo,
se sienta en la mesa de al lado, y luego me voy con él. —Daniel
miró a su alrededor—. No, hoy no ha venido. No me consta que tu
usuario se relacionara con Vicky. —Daniel levantó las cejas con
curiosidad, se preguntó entonces, por qué habría chateado con
él.
—Aun así, es muy peligroso lo que estáis
haciendo, ¿por qué no dejáis trabajar a los profesionales?
—Porque no avanzáis. —Cristina se dio cuenta
de lo brusca que había sido.
—Touché.
—Perdona, no quería decir eso. Seguro que
estáis haciendo todo lo que podéis.
El camarero apareció para preguntar por la
bebida.— ¿Una botella de Lambrusco? —preguntó Daniel. Con ese vino
siempre se acertaba en un italiano. Ella lo confirmó con un leve
movimiento de cabeza—. ¿Y habéis encontrado al asesino? —Daniel
volvió a la carga en cuanto se hubo marchado el camarero. El tono
jocoso no le pasó inadvertido a Cristina.
—Creo que no, he quedado con dos personas
que tuvieron relación con Vicky, Arturo Cifuentes y Pablo Martín,
pero no he sacado nada en claro. —Se encogió de hombros.
Daniel recordó que Arturo Cifuentes, era el
médico que no tenía coartada. Sin embargo, Pablo Martín no le
sonaba de nada. Grabó mentalmente ese nombre en la cabeza, quizás
también se había relacionado con la segunda víctima.
Se preguntó si la mujer que tenía delante no
tenía dos dedos de frente o demostraba un gran valor, lo más seguro
es que fuera un poco de ambos, se dijo. Pensó, complacido, que le
gustaría averiguarlo. Cuando la conoció, le había resultado
atractiva, pero ahora que iba arreglada, con un suave maquillaje y
un vestido negro que se le ajustaba donde debía, tenía que
reconocer que le resultaba una mujer muy seductora, y lo mejor, es
que ella no se daba cuenta de la reacción que causaba en los
hombres.
—¿Y si dais con él, qué pensáis hacer?
Gritar cuando os esté matando. —Daniel se dio cuenta de lo brutal
que había sido, la cara de ella así lo revelaba. Pensó que sería
mejor cambiar de tema—. Yo no tenía ninguna relación con tu amiga,
¿por qué mantuviste un chat conmigo?
—Me gustó cómo me entraste. —Nada más decir
la frase cayó en la cuenta de que quién había contactado con ella,
en realidad, había sido la subinspectora—. Bueno, cómo me entró
tu...
—¿Y qué fue lo que te dijo para que te
llamara tanto la atención?
—Sé que te va a parecer una tontería,
simplemente dijo «¿Qué tal te va el día?» —Sí, desde luego no era
lo que se esperaba Daniel.
—Y ¿por qué te llamó la atención? Es una
frase de lo más normal.
—Por eso mismo. La gente intenta ser
original y empiezan conversaciones con saludos muy enrevesados, sin
embargo, tú, digo, tu compañera, me pareció real y manifestaba
cierto interés por mí. —Daniel comprendió la importancia de una
sencilla frase, estaba seguro de que Verónica pensó lo mismo cuando
la escribió—. ¿Cuánto estuve hablando con ella?
—Eso fue lo único que dijo, y resulta que
fue suficiente.
—¿El resto de conversación la mantuve
contigo?
—Sí. Me llamaste la atención, eras alegre y
auténtica, me hiciste reír, y te aseguro que esta semana necesitaba
reír.
—Me imagino —lo dijo algo extrañada, porque
no creía que fuera capaz de hacer reír a nadie en el estado depre
en el que se encontraba.
—Estaba muy sorprendido, era la primera vez
que chateaba con alguien y ha sido una experiencia positiva.
El camarero volvió a aparecer, trayendo
consigo la botella de vino que habían pedido, les rellenó las copas
y pasó a tomarles nota. Como ninguno había hecho caso a la carta,
ambos improvisaron y pidieron lo primero que vieron en el
menú.
—Sé que no querrás hablar del caso, pero
necesito saber si habéis descubierto algo. —Daniel ni quería ni
podía hablar del caso con ella, había salido con la idea de
desconectar, pero comprendía su angustia.
—No, aún no tenemos gran cosa.
—He visto que los periódicos han confirmado
que el asesinato de Vicky y el de la señorita Pardo han sido
efectuados por la misma persona.
—¿Han confirmado?
—Bueno, yo me lo imaginé el lunes, al ver
las fotos de la segunda víctima en el periódico. Era evidente que
tenían un gran parecido físico, y ambas fueron encontradas en su
casa, así que asocié sus asesinatos. Porque, solo hay dos víctimas,
¿verdad? —Cristina pensó que podía haber más, pero Daniel no dijo
nada.
—No puedo contarte nada del caso. —Como les
había dicho esa mañana a sus hombres, nadie podía ser informado de
la investigación que estaban llevando a cabo—. Recuerdo que me
dijiste que eras psicóloga y que habías hecho un Máster en...
—Análisis e Investigación Criminal.
—Eso es. Me llamó la atención. ¿Sabes
realizar perfiles psicológicos de homicidas?
—Me especialicé en ello, cuando todavía no
se me había pasado por la cabeza dedicarme a la enseñanza.
—¿Y qué pasó?
—¿Para que cambiara de opinión? —Cristina
resopló—. Creo que no tengo cuerpo para ver lo que tú ves a diario.
—A Daniel le hizo gracia su sinceridad.
—¿Y has pensado en el perfil del
asesino?
—Por supuesto. ¿Quieres oírlo?
—Claro. —El camarero llegó con los platos de
pasta que habían pedido, los colocó delante de ellos con cuidado y
se fue dejándoles de nuevo intimidad.
—De acuerdo. Creo que está en la treintena o
cuarentena. Es una persona con un gran dominio de sí mismo, cauto,
preciso y para nada impulsivo. —Por ahora Daniel estaba en todo de
acuerdo—. Lo dejó de manifiesto en la limpieza del escenario del
crimen, y en la preparación del mismo. ¿Qué asesino monta una
puesta en escena como la suya? ¡La maja
desnuda! —Cristina miró a los ojos al inspector, quería estar
segura de no haberse confundido, pero en sus ojos vio primero
sorpresa y después confirmación.
—En el estado de shock en el que te encontrabas, ¿cómo pudiste ver
que estaba representada La maja
desnuda?
—Siendo sincera, en ese momento no me fijé,
pero he visto la misma imagen todos los días desde que ocurrió. En
mis pesadillas.
—Continúa con el perfil. —Daniel lo dijo
para que ella volviera relajarse, y lo consiguió.
—No es criminal de nacimiento, sufrió abusos
constantes, y ese es el motivo por el que se ha convertido en un
homicida. Es difícil encontrarle algún punto débil, puesto que todo
lo que hace está planificado de forma minuciosa. Si algo le rompe
su esquema, todo se desmorona, no le gusta improvisar, porque no
sabe improvisar. Tiene éxito en el trabajo, es muy organizado y
tiene un objetivo claro.
—¿Qué crees que nos quiere decir con la
parafernalia que monta alrededor de la víctima? —La cara de
Cristina reflejó el dolor que sentía al volver a recordar a su
amiga desnuda y muerta—. Creo que es mejor que lo dejemos —observó
Daniel.
—Estoy bien. —Cristina continuó detallando
el perfil que había creado—. Los psicópatas suelen dejar notas o
pistas intencionadamente, suelen ser desafíos para la policía, se
sienten superiores, creen que no les van a atrapar. Sin embargo,
hay que tener en cuenta que en ocasiones son distracciones, pero no
creo que este sea el caso. ¿La otra víctima también tenía una
puesta en escena de un cuadro?
—No puedo darte esa información —repitió
Daniel. Cristina le sonrió, estaba claro que el inspector no era
tonto, no iba a caer en sus trampas.
—De acuerdo, voy a suponer que hay otra
víctima y que el modo de proceder es el mismo. Como te decía, creo
que no es una distracción, creo que quiere decirnos algo con esas
puestas en escena.
—¿Qué?
—No lo sé, inspector, eso tendréis que
averiguarlo vosotros. Quizás, simplemente se quiera dar a conocer,
o quiere establecer un vínculo con su víctima. —Se encogió de
hombros—. Estos psicópatas suelen llevarse recuerdos de la escena
del crimen, los coleccionan como trofeos. Ataca a mujeres que viven
solas, mujeres que están solas. Las mujeres son las víctimas
favoritas de los asesinos en serie, por su vulnerabilidad física o
porque son objeto de sus fantasías sexuales.
—¿Crees que volverá a matar?
—Espero que no. Pero siendo realista, creo
que le ha gustado.
—Impresionante. —Daniel se había quedado
boquiabierto, no lo había hecho nada mal para dedicarse a la
enseñanza—. Estoy impresionado. Deberías replantearte tu profesión,
en el cuerpo necesitamos gente con tus capacidades. —Ella negó con
la cabeza, sabía que no sería capaz de afrontar un día a día con
ese trabajo.
—Creía que estabas casado. —Cristina rompió
el silencio que se había formado. Por la cara que puso Daniel, la
pregunta no le había agradado demasiado—. Perdona, no quería
meterme donde no me llaman, es que me había fijado en que llevabas
alianza.
—Nos hemos divorciado hace poco, aunque
llevábamos ya bastante tiempo separados. Me está costando
superarlo. —Cristina se quedó callada, no sabía qué decir, y Daniel
no supo por qué, pero se sintió a gusto contándoselo, sentía la
necesidad de desahogarse con ella—. Me engañó con mi mejor amigo.
Un clásico. —Su gesto mostró lo que le había afectado, aunque se
recompuso casi de inmediato—. Se fue de casa a vivir con él, y hace
unos meses nos divorciamos. No sé, pero pensé que se arrepentiría
de su decisión y volvería. Me ha costado algún tiempo darme cuenta
de que no iba a ser así.
Cristina sintió su dolor, le cogió la mano y
le dio un apretón para reconfortarle. Al fijarse en el gesto tan
íntimo, se sintió incómoda, por lo que retiró su mano con premura.
A él le divirtió su comportamiento contradictorio, sin embargo su
semblante no lo mostró.
—Pero bueno, es ley de vida, seguro que tú
también has tenido alguna ruptura dolorosa. —El cambio de ánimo del
inspector fue palpable.
—Bueno, la verdad es que no. —Daniel la miró
con gesto perplejo—. Me refiero a que he tenido relaciones, claro,
pero nunca he tenido una relación realmente seria con nadie. No he
convivido nunca con mis parejas, y por ende, en la vida me he
planteado casarme con ninguno de ellos. Al principio, estaba
obsesionada con los estudios, quería graduarme con nota. Ahora, el
trabajo absorbe todo mi tiempo, es decir, doy clases, las preparo,
y en época de exámenes tengo picos altos de trabajo, pero cuando no
estoy en la Universidad, me dedico a la investigación, de vez en
cuando publico artículos en revistas especializadas. De hecho,
estoy pensando en juntarlos todos y escribir un libro.
—¿Un libro? —La idea a Daniel le resultó
fascinante.
—Bueno, el proyecto me lo planteó Javi. El
amigo que me acompaña cuando quedo con los sospechosos —aclaró,
mientras hacía el gesto de entrecomillar la palabra sospechosos—.
Él, como yo, es psicólogo, nos conocimos en la Facultad y ambos
damos clases en la misma Universidad. Un día, me propuso que
juntara mis artículos y escribiera un libro de autoayuda, me dijo
que ese tipo de libros se vendían muy bien. El caso es, que aunque
su comentario fue en broma, le estuve dando vueltas al asunto y me
acabé convenciendo. Así que he estado trabajando en ello... hasta
que ocurrió lo de Vicky. —Su tono de voz fue disminuyendo, de la
emoción por la labor en la que se había embarcado, al dolor por lo
que le ocurrió a su amiga.
—¿Autoayuda? —En cuanto se mencionaba a la
señorita Alonso, Cristina se desmoralizaba, por lo que Daniel
intentó mantener el ánimo en la conversación desviando el
tema.
—Si te soy franca, mis artículos versan
sobre investigaciones de distintos trastornos, últimamente estaba
muy centrada en el Síndrome de Tourette. Pero al haber participado
en varios talleres de autoayuda, me había planteado dos ideas, la
primera, las emociones no deciden por nosotros, y la segunda, cómo
potenciar la autoestima. Estaba analizando ambas opciones, aún no
me he decantado por ninguna.
—¿Síndrome de qué?
—De Tourette. Es un trastorno
neuropsiquiátrico heredado. Se caracteriza por múltiples tics
físicos y vocales. Seguro que si te digo esto, te suena, a veces se
asocia a la exclamación de palabras obscenas o comentarios
inapropiados y despectivos. Muy a menudo no se diagnostica de forma
correcta, puesto que a veces al ser tan leve cuesta reconocerlo.
—Cristina miró al inspector—. Te estoy aburriendo, ¿verdad?
—No, para nada, es muy interesante. Además,
es un alivio tratar con otra persona adulta y no hablar de temas
policiales.
—Claro, es mucho más interesante escuchar
una clase de psicología —dijo bromeando.
—¿Desean tomar algo de postre?— El camarero
apareció para recoger los platos que ya llevaban un rato vacíos.
Daniel la miró y ella negó con la cabeza.
—¿Café? —le preguntó Daniel.
—Tampoco. Estos últimos días estoy durmiendo
muy mal, así que prefiero no tomar cafeína.
—Entonces nada más. La cuenta. —El camarero
se dio la vuelta y se marchó—. Voy a hacer como tú, yo estoy
tomando también demasiada cafeína para mantenerme despierto, creo
que es mejor que me dé una tregua.
Cuando llegó la cuenta, Daniel no le
permitió pagar, por lo que acordaron que la próxima vez invitaba
ella, lo que les dejó a ambos una excusa para una futura
cita.
Al salir del restaurante, el viento frío que
soplaba en la calle les dio una bofetada en la cara. Cristina se
encogió dentro de su abrigo.
—¡Estás helada! Tengo el coche en el
aparcamiento de Colón, si quieres, te acerco. —Cristina asintió, se
había destemplado con el cambio tan brusco de temperatura. Daniel
la cogió por los hombros y la acercó hacia sí, para que entrara en
calor—. ¿Mejor? —Ella lo confirmó con un leve movimiento de cabeza.
Ya no se acordaba del frío, se sentía embriagada por el olor tan
varonil que desprendía el inspector.
Enseguida accedieron al parking, por lo que ella se separó con disimulo de
él, algo incómoda por la situación. Sentía una fuerte atracción
hacia el inspector, y sabía que en ese momento no era lo más
adecuado, era la persona encargada de la investigación del
asesinato de su amiga.
Cuando llegaron al coche, Cristina se fijó
en el bonito todoterreno de Daniel. Su interior estaba muy limpio,
ella se había imaginado que tendría restos de comida basura a causa
de las vigilancias. Se rio de sí misma por el absurdo pensamiento,
estaba claro que había visto muchas películas.
—Es muy chulo. —Fue lo único que se le
ocurrió decir.
—Lo compré hace poco. Cuando puedo me gusta
desaparecer los fines de semana, desconectar y hacer rutas por la
montaña. Así que este coche es una buena opción para moverme con
comodidad.
—Madre mía, hace años que no voy a hacer
senderismo. —Cristina recordó cuando iban Vicky, Javi y ella de
excursión al campo, con sus respectivas parejas de turno o solos.
Lo pasaban fenomenal, pero ya hacía mucho que no hacían una
escapada de ese estilo.
—Tal vez, cuando terminemos con la
investigación, podamos hacer una salida. —A Daniel le salió muy
natural, hacía mucho tiempo que no se sentía tan cómodo con otra
mujer, a excepción de su compañera, Verónica. Pero por la
subinspectora no sentía ninguna atracción, al contrario que por la
persona que en ese momento iba a su lado, mirando por la
ventanilla—. Bueno, pues ya hemos llegado. —Daniel estacionó el
coche en doble fila, delante del portal de Cristina.
—Muchas gracias por traerme —dijo Cristina
mientras se quitaba el cinturón de seguridad—. Me lo he pasado muy
bien esta noche. He logrado desconectar durante un rato.
—Yo también. —El inspector la miró a los
ojos—. Cris, por favor, no sigas quedando con extraños, déjanos
hacer nuestro trabajo. —Daniel se dio cuenta de que esa guerra la
tenía perdida, su mirada lo decía todo.
Al despedirse, ninguno de los dos pudo
contenerse, sus labios se juntaron y poco a poco sus lenguas
empezaron a jugar en el interior de sus bocas. El inspector fue el
primero en apartarse.
—Perdona. —Cristina estaba desconcertada—.
Esto no puede suceder ahora. Eres una testigo en el homicidio que
estoy investigando. No es ético que confraternice contigo de esta
forma. —Daniel intentó mostrarse profesional para enfriar el
ambiente.
—Lo entiendo. —Ella se acercó a él,
sonriendo, y le dio un dulce beso en los labios. Sin decir nada
más, salió del coche. Antes de cerrar la puerta, se asomó—. Buenas
noches, inspector.
Daniel observó cómo se perdía en el interior
de su portal.