20 Viernes, 17 de marzo
Se encontraba sentado en la mesa de la
amplia cocina, tomando un café y leyendo el periódico. Algo le
llamó la atención, por lo que levantó la cabeza para ver qué
ocurría en el exterior, pero no había nada fuera de lo normal,
quizás el movimiento que había visto por el rabillo del ojo había
sido el rápido vuelo de un pájaro. Observó cómo el técnico de
mantenimiento se estaba ocupando de la piscina, comprobando el
filtrado y revisando el PH, alrededor, no se veía nada más. El día
era soleado, el tiempo era bueno, temperaturas altas para las
fechas en las que se encontraban, en poco tiempo se podría quitar
la gran lona que cubría la piscina, para deleitarse con los baños
de sol y de agua, aunque esta vez, él no los disfrutaría.
Cuando compró la casa, sabía que iba a
aprovecharla, le sedujo en cuanto la vio, sintió que era su hogar,
y había superado sus expectativas con creces. Era verdad que aún
echaba de menos Barcelona, a veces sentía cómo la nostalgia se
hacía un hueco en sus recuerdos, la ciudad que lo había acogido, en
la que empezó su nueva vida, esa vida que le estaba reportando todo
lo que necesitaba. Aún recordaba el día en el que le habían
propuesto el trabajo del que se ocupaba en la actualidad, había
llegado en el momento justo, ofreciéndole una salida, tenía que
abandonar la ciudad condal antes de que alguien descubriera a lo
que se dedicaba en su tiempo libre.
Como sabía que tenía que hacer de nuevo. Ya
lo tenía todo preparado. Su siguiente destino sería Londres.
Había alquilado un adosado cerca de
Piccadilly Circus, tenía un nuevo puesto de trabajo en el que lo
esperaban al mes siguiente. Por un lado, estaba ilusionado, una
nueva vida una vez más, le encantaba esa parte, podía ser quien
quisiera, pero por otro lado, iba a echar de menos su vida actual,
y sobre todo, esta casa.
Dejó a un lado sus cavilaciones y volvió a
prestar atención al periódico que tenía entre sus manos, por ahora
no había nada que hubiera despertado su interés de manera especial.
Solo se hablaba de política, de las interminables luchas entre los
diferentes partidos, tanto internas como externas, y de la
corrupción existente en las altas esferas, que parecía el cuento de
nunca acabar, temas que le tenían soberanamente aburrido. Hubo una
época en la que había pensado muy en serio en dedicarse a la
política, seguro que no se le hubiera dado mal, tenía mucha labia y
era inteligente, pero no le gustaba el estar tan presente en los
medios de comunicación, prefería mantener su vida de forma privada,
así podía dedicarse a lo que en realidad amaba, lo que le hacía
sentirse superior, como si de un Dios se tratara, ser capaz de
decidir sobre la vida de una persona.
Al pasar la página, un artículo atrajo su
mirada, estaba firmado por Fernando Montes, y hablaba de Felipe
Jiménez. «Cuánto tiempo sin oír ese nombre».
Cuando terminó de leer la noticia, arrugó el
periódico con ambas manos y lo tiró bruscamente al suelo
embaldosado. No se podía creer lo que acababa de leer, estaba
convencido de que había sido un farol de la policía, no tenían ni
idea de lo que ocurrió en realidad, y ahora querían tergiversarlo
todo.
Su madre lo abandonó cuando contaba con diez
años, lo dejó solo en una casa en la que su padre los maltrataba a
ambos, sabiendo que al dejarlo allí, él sería el centro de todos
los golpes. Nunca entendió cómo había podido hacerle aquello, ella
que decía que lo quería con locura. Pero la verdad era que lo había
abandonado a su suerte, dejándolo allí desamparado con su padre,
mientras ella se largaba con su amante.
Lo que decía el periódico era una burda
mentira. Su madre no fue a buscarlo, no tuvo ningún accidente de
tráfico cuando iba a recogerlo al colegio. Ella se había ido, lo
había dejado solo, y lo más seguro es que a esas alturas tuviera
otra familia, a la que él nunca sería bienvenido. Quizás un marido
que la quisiera, con unos hijos que adoraban el suelo por el que
pisaba, como había hecho él cuando era pequeño. Quizás una hija, él
siempre creyó que hubiera preferido tener una niña, a la que vestir
con vestidos rosas y a la que hacer trenzas. Sin embargo, tuvo que
conformarse con él, un niño con el que solo compartía la pasión que
ambos sentían por el arte.
Recordaba una época en la que había mostrado
cierto interés en encontrarla, quería saber de ella y demostrarle
el odio que sentía por ella, quería vengarse y que sufriera tanto
como sufrió él, pero nunca llegó a localizarla.
¿Cómo podían decir esas aberraciones los
periódicos?, ¿dónde se encontraba la ética periodística?, se
preguntó lleno de rabia y de ira. Seguro que había sido idea de ese
inspector Suárez que llevaba el caso. Se creía muy listo, creía que
lo iba a engañar tan fácilmente, o quizás pensaba que lo pondría
nervioso de forma que cometiera un error, cuán equivocado estaba,
se dijo.
Se agachó en el lugar donde el periódico
estaba tirado formando una gran bola de papel, lo abrió por la hoja
en la que se encontraba la noticia, que por un momento le había
sacado de sus casillas, y comenzó de nuevo a leer el
artículo.
Se sentó a la mesa del desayuno y abrió su
portátil. Toda la mañana la dedicó a investigar lo que allí se
decía. Y si era verdad y su madre no lo abandonó, y si murió cuando
iba a buscarlo, y si había preparado una vida mejor para ellos dos.
Entonces, todo en lo que había creído toda su vida estaba basado en
una falacia.
Intentó evocar los recuerdos de aquellos
días, pero apenas sí recordó algunos retazos de lo ocurrido. Le
vinieron a la cabeza múltiples conversaciones en las que su padre
le decía que ella se había largado con un antiguo compañero de
estudios, su amante, y que había renunciado a él. Aún mantenía en
la memoria esos monólogos en los que su padre se lo detallaba una y
otra vez, disfrutando mientras él no paraba de llorar, repitiéndole
cómo había sido rechazado por su propia madre. No hubo entierro, o
por lo menos un entierro al que él hubiera asistido. Recordó un día
en que su padre iba vestido con un traje negro que nunca se ponía.
Entró por la puerta demasiado bebido y enfadado como para recordar
al día siguiente la paliza que le había propinado. Pero él siempre
la mantuvo guardada en lo más profundo de su mente, siempre la
recordó como una de las peores, de las más dolorosas, estuvo días
sin poder ir al colegio y sin levantarse de la cama por el dolor
causado. ¿Ese día tuvo lugar el entierro de su madre? ¿Sería verdad
que no lo había abandonado tal y como quiso hacerle creer su padre?
¿Fue otra crueldad creada únicamente para su disfrute?
En internet, encontró en un periódico
antiguo la esquela de su madre, en la que constaba como fecha de la
muerte la misma fecha en la que se había largado, el mismo día en
que huyó dejándolo solo con su padre. Así que, era verdad, su madre
murió, no lo había abandonado. Él nunca pensó que hubiera muerto,
por ello nunca la localizó, investigó a sus compañeros de estudios
y demás, pero no buscó una tumba. En el periódico del día
siguiente, encontró una breve noticia en la que se detallaba el
accidente. Almudena del Olmo había chocado contra una farola, al no
llevar abrochado el cinturón de seguridad había salido despedida
por la luna delantera del coche, muriendo en el acto. Como se
indicaba en el artículo de Montes, la dirección en la que se había
producido el incidente era una calle que quedaba entre su casa y el
colegio. Se dio cuenta de que todo este tiempo había estado
equivocado. Notó cómo su furia se iba acrecentando.
Subió a su vestidor y cogió una pequeña
maleta negra que tenía colocada en la parte alta del armario,
oculta por unos viejos jerséis que ya no utilizaba. La dejó encima
del tocador de su dormitorio y se sentó delante. Cuando la abrió,
su contenido estaba tan colocado como siempre, en un lado había
diferentes maquillajes y en el otro, cejas, bigotes e incluso
alguna barba y perilla falsas, todas ellas hechas con pelo natural.
Debajo de todo, levantando la parte de arriba de la maleta, estaban
guardadas sus pelucas, compradas hacía años, también realizadas con
pelo natural.
Levantó la cabeza y se miró al espejo. Esta
vez supo que era necesario ponerse lentillas, pensaba actuar de
día. Sacó del cajón que tenía a la derecha un estuche para
lentillas, y se las colocó. Como era habitual le costó un rato
acostumbrarse a ellas, no solía ponérselas, por lo que cuando lo
hacía, le costaba aceptarlas. A continuación, comenzó con el
maquillaje, seleccionó uno que parecía muy natural, y el resto de
complementos que utilizó estaban pensados para taparle la cara lo
más posible. Un rato después, miró su reflejo y supo que nadie
sería capaz de reconocerlo.
Esa mañana, la señora que le limpiaba la
casa no iba a acudir al trabajo. El día anterior le había dicho que
tenía que llevar al niño al médico y que no podría llegar antes de
las cuatro de la tarde, así que tenía tiempo. De todas formas, la
llamó, no quería encontrársela a la vuelta, por lo que le pidió que
se tomara el día libre, que hoy necesitaba estar solo. Él suponía
que no le resultaría raro, desde que trabajaba para él, hacía ya
dos años, esto ocurría de vez en cuando, y además, esos días no se
los quitaba de la nómina, seguro que estaba encantada sabiendo que
podría pasar el día con su hijo.
El técnico de la piscina, ya se había ido
hacía un par de horas, después de que él le rellenara unos datos y
le firmara la factura. Lo había interrumpido cuando estaba en medio
de la investigación, había visto su miedo reflejado en los ojos
cuando lo miró indignado por esa interrupción, furioso por lo que
estaba descubriendo, pero se había contenido, no era momento de
cometer errores.
Cuando salió de la casa, nadie se hubiera
imaginado que ese hombre que vestía un traje de buceo, el cual
pasaba desapercibido al ir cubierto por un viejo gorro de lana,
unos guantes de cuero negro y un abrigo largo, era el dueño del
lugar. Quizás, demasiado abrigado para el día cálido que había
amanecido, pero le daba apariencia de mendigo, tal y como
pretendía.
En el garaje, se montó en un viejo Seat 127,
que tenía siempre cubierto con una gran funda para que nadie
pudiera reconocerlo, además de tener unas cuantas matrículas falsas
que ponía y quitaba a su antojo. El acceso al garaje estaba
restringido, solo podía acceder él a su interior, pero siempre
había pensado que toda precaución era poca.
Se dirigió al centro de Madrid, la carretera
estaba atestada de coches, no entendía cómo a esas horas había
tanto tráfico, cuando se suponía que la gente debería de estar
trabajando.
Dejó el automóvil a unas manzanas, y
continuó andando, con la cabeza agachada evitando las cámaras con
las que pudiera encontrarse en el camino.
Cuando giró la esquina de la calle a la que
se dirigía, se detuvo un instante, fue un momento breve en el que
dudó, pero siguió andando sin inmutarse. Como se había imaginado,
los inspectores Huertas y Candelas se encontraban enfrente del
portal, vigilando lo que pudiera ocurrir, pero él con su disfraz se
encontraba a salvo, de hecho, llamaba menos la atención que los
propios inspectores. Pasó delante de ellos y entró en el portal sin
hacerles sospechar nada.
Subió por las escaleras que tan bien
recordaba de todas las veces que había hecho ese mismo recorrido
cuando era pequeño, la única diferencia, era que ahora estaba más
sucio que en aquel entonces y había un fuerte olor a orina. Cuando
él vivía allí, había turnos de limpieza entre los vecinos, todavía
recordaba a su madre cuando le tocaba, quejándose por lo guarros
que eran algunos de los residentes del edificio.
Cuando se abrió la puerta, de lo que en otro
tiempo había sido su hogar, el viejo que apareció tras ella estaba
tan bebido como lo recordaba, sin embargo, ya no le provocaba
ningún temor. En ese momento, no podría acercársele sin tropezar, y
tampoco mostraba la fuerza de antaño.
El hombre lo miraba sin saber a quién tenía
delante. Él le mostró una sonrisa de medio lado, estaba
disfrutando, y eso que aún no había empezado.
—Hola, padre. —Fue lo único que le dijo,
antes de atravesar la puerta y cerrarla tras de sí.
Daniel estaba analizando los informes que
había redactado Verónica sobre las tres víctimas descubiertas en
Cataluña. Solo la primera había sido encontrada en Barcelona, las
otras dos habían sido localizadas, una, en Girona, y la otra, en
Lleida. Se preguntó si el asesino habría vivido en las tres
localidades, quizás, si era así, podría conocer a las tres
víctimas. Como eso era mucho especular, se centró en la
primera.
Su cuerpo había aparecido colocado en
posición fetal, representando la obra de Klimt, Dánae. Se dijo que esa obra era diferente al resto,
también era un desnudo, pero era una representación mitológica, en
vez de una creación sensual y provocadora. Quizás, por eso mismo,
por ser la primera, o quizás, porque tenía un significado especial
para el asesino.
La víctima se llamaba Àngels Balaguer,
contaba con menos de treinta años cuando murió. Había estudiado
medicina y trabajaba en el Hospital Clínico y Provincial de
Barcelona, un hospital universitario en cuyo interior se encuentra
la Facultad de Medicina. Daniel había buscado algo de información
del hospital en internet, y había leído que era un hospital muy
valorado, ya que la investigación es una de sus prioridades, además
de ser un lugar donde se realizan un elevado número de
trasplantes.
Buscó en las páginas blancas el nombre de la
víctima, confirmando que era un nombre muy corriente, cuando el
listado que le mostró la pantalla del ordenador parecía no acabar
nunca. Filtró por la dirección en la que había aparecido el
cadáver, se sorprendió de que allí apareciese todavía el nombre de
la víctima y un teléfono. Se preguntó si no sería un error, de
todas formas, marcó el número, no tenía nada que perder.
—Dígame. —Del otro lado se escuchó una voz
femenina.
—Buenos días, preguntaba por Àngels
Balaguer.
—Soy yo, ¿quién es? —El inspector se había
quedado estupefacto.
—Soy el Inspector Suárez de la Policía
Judicial de Madrid. —No se oía nada más que la suave respiración de
la mujer, supuso que no comprendería la llamada—. Quería saber si
ahí vivía Àngels Balaguer, una joven asesinada hace cinco
años.
—Sí, era mi hija. —La mujer habló de forma
pausada, parecía estar intentando controlar sus emociones.
—Perdone que la moleste. Creemos que el
asesino de su hija ha vuelto a actuar aquí, en Madrid. Le
agradecería si me pudiera responder a un par de preguntas. —Se lo
soltó a bocajarro, no era una brillante idea, pero no tenía tiempo
para andarse con remilgos.
—El asesino... —La mujer murmuró algo pero
Daniel no logró oírlo.
—¿Se encuentra usted bien?
—Sí, perdone. Como comprenderá ha pasado
mucho tiempo, y no pensábamos que se siguiera investigando el
caso.
—Creemos que la misma persona que asesinó a
su hija, ha asesinado de nuevo en Madrid.
—¡Oh!, el asesino online. —Ese era el nombre con el que lo había
bautizado la prensa, puesto que todavía no se había hecho público
que los escenarios de los crímenes representaban conocidas
pinturas, seguro que entonces le hubieran dado otro nombre más
poético, pensó Daniel. Aunque sí había salido a la luz, la relación
de las víctimas con la web de contactos de Félix Santos, tal y como
había mencionado Montes en el primer artículo. Sin embargo, en las
últimas comunicaciones de periódicos y telediarios, ya no se hacía
eco de la página conecta.com, sino que se hablaba de las webs de
contactos en general. Recordó que su abogado dijo que se ocuparía
de ello, y parecía ser que lo había hecho—. ¿Y qué es lo que quiere
saber?
—Me gustaría saber si le suena el nombre de
Felipe Jiménez. —La mujer pareció quedarse meditando un momento la
pregunta.
—Creo que no, no reconozco ese nombre, pero
espere un segundo. —Daniel escuchó cómo dejaba el auricular del
teléfono y se iba a alguna parte de la casa, podía oír el ruido que
producían sus tacones. Unos segundos después, volvía a coger el
teléfono—. Disculpe, es que mi hija guardaba en una libreta todos
los contactos, decía que ese era el mejor backup que conocía. Y nosotros no hemos tirado aún
sus cosas, su habitación sigue igual que la dejó. —Pareció
disculparse por ese hecho. Daniel sabía que muchos padres nunca
llegaban a superar la muerte de sus hijos, y menos en esas
circunstancias. La mujer estaba pasando las páginas de la libreta,
hasta que llegó a la F—. No, aquí no aparece ningún Felipe
—continuó, hasta llegar a la J—, ni ningún Jiménez, lo
siento.
—Muchas gracias de todas formas. ¿Su hija
vivía con ustedes?
—Sí, vivía con nosotros, si a eso se le
puede llamar vivir con nosotros, porque la mayoría del tiempo la
pasaba en el hospital. Dormía muchas veces allí, en realidad era
allí donde vivía.
—¿Sabe si por aquella época llegó algún
nuevo vecino o se fue alguno?
—No, lo siento. Vivimos en una pequeña
urbanización, y aquí llevamos viviendo los mismos más de veinte
años.
—¿Y alguien alquilado?
—Tampoco.
—¿Su hija tuvo descendencia? —La pregunta
del inspector le sorprendió, muy poca gente tenía conocimiento de
ese hecho.
—Sí, tuvo un niño. Era muy joven para
criarlo y prefirió entregárselo a una pareja que no pudiera tener
hijos. Estaba en contra del aborto. —Le empezaron a resbalar las
lágrimas por las mejillas, si se lo hubiera quedado, ahora tendría
un nieto, un hijo de su hija.
—Muchas gracias, nos ha sido de gran ayuda.
Si recuerda algo, por favor, no dude en llamarme. —Daniel le indicó
su número de teléfono.
—Claro, por supuesto. Solo espero que cojan
al cabrón que le hizo eso a mi pequeña. —La mujer parecía
esperanzada.
—Lo intentaremos. Por cierto, me gustaría
ponerme en contacto con alguna de sus compañeras o compañeros de
trabajo, alguien con quien tuviera estrecha relación, ¿quizás su
pareja?
—Oh, claro, le voy a pasar el número de su
novio, trabajaban juntos. —Buscó el nombre y el teléfono del chico
y se lo dio al inspector—. Por favor, si descubren algo, ¿me
mantendrán informada?
—Por supuesto, me encargaré de ello
personalmente.
Daniel no estaba seguro de haber hecho bien
llamando a la mujer y removiendo sus recuerdos, le había dado
esperanzas. Pero empezaba a creer en la teoría en la que el asesino
conocía a la primera víctima. Fue con la que aprendió, a la que
estudió durante más tiempo. Trabajando en un hospital, podía haber
mucha gente con la que se relacionara de forma habitual, podía ser
cualquiera, un médico, un enfermero, lo cual explicaría el
conocimiento en el uso de jeringas y cómo llegar sin error a la
arteria, aunque tampoco podía descartar a los pacientes.
A continuación, llamó al novio, pero nadie
contestó. Dejó un breve mensaje en el contestador para que
contactara con él cuando le fuera posible.
Al llegar a la estrecha callejuela, se
encontraron a Huertas y a Candelas tomando un café en un pequeño
bar enfrente del portal de Felipe Jiménez.
—Buenas tardes, jefe. No ha salido de casa
en todo el tiempo que llevamos aquí. Lleva ahí metido todo el día
—le informó Huertas.
—¿Ha entrado alguien?
—Sí, un hombre. Ya se fue hace rato. Llevaba
llave del portal, así que hemos supuesto que era un vecino. —Suárez
asintió.
—Pensaba en subir a hablar con él, me
gustaría hacerle un par de preguntas.
—Pues ahí seguirá.
—Vamos, Verónica —le dijo el inspector con
un tono que no admitía réplica.
—Nosotros nos tomamos el café, y nos vamos.
Si nos necesitas, avísanos. —Candelas dio un sorbo a su taza,
contento porque se terminaba su turno de vigilancia. Era de las
labores que más odiaba de su trabajo, sobre todo cuando el vigilado
era un viejo borracho y mugriento sin ningún interés.
Daniel y Verónica atravesaron la calle, y
como la vez anterior, el portal se encontraba abierto.
—La cerradura sigue rota, para qué querría
alguien sacar las llaves —dijo el inspector.
Alarmados, subieron al piso de Felipe
Jiménez corriendo por las escaleras. Cuando llegaron al
descansillo, se miraron y desenfundaron sus armas. Cada uno se
colocó a un lado de la puerta que en esos momentos se encontraba
entornada, aunque no parecía estar forzada.
Verónica empujó la puerta con una patada y
el inspector pasó al interior, mirando a todos los lados con la
pistola por delante, comprobando que no hubiera ningún
intruso.
—Señor Jiménez —llamó, alzando la voz para
que le escuchara, pero no recibió contestación.
Entre los dos, comprobaron habitación por
habitación, buscando al viejo. Cuando llegaron al baño, encontraron
el cuerpo de Felipe Jiménez, metido en la bañera, desnudo.
Verónica se acercó pensando que quizás se
había quedado dormido mientras se daba un baño, pero cuando se
encontraba a poca distancia del hombre, comprobó que sus ojos
estaban abiertos, sin brillo. Estaba muerto. Para cerciorarse, le
comprobó el pulso, confirmando lo evidente.
Daniel cogió el móvil para informar de lo
ocurrido, de forma que la Científica y el doctor Mena llegaran al
lugar lo antes posible. Mientras, Verónica se encargó de avisar a
Huertas y a Candelas, que salían del bar en el momento en que les
sonó el teléfono.
Abandonaron la escena del crimen sin tocar
nada, esperando a que llegaran los refuerzos a hacer su
labor.
—¿Qué opinas? ¿Has reconocido algún cuadro?
—Verónica estaba convencida de que el escenario del crimen
escenificaría otra obra de arte.
Ambos observaban la fotografía que había
sacado el inspector con su móvil en el baño de Felipe Jiménez, la
habían impreso y la habían añadido a la pizarra de la comisaría.
Daniel creía reconocer el cuadro que representaba, pero esta vez la
puesta en escena no había sido completa y eso le escamaba, el
asesino solía ser muy detallista con su creación.
—Me recuerda a La
muerte de Séneca de Manuel Domínguez y Sánchez. El cuerpo se
encuentra sin vida dentro de la bañera, y ha colocado un brasero,
tal y como aparece en la pintura, sin embargo, en el lienzo hay más
personas, sus discípulos.
—¿Crees que no ha dejado completa su
réplica? —El inspector se encogió de hombros.
—O quizás el resto de actores seamos
nosotros, los que lo rodeamos al encontrarlo muerto. —Se quedaron
en silencio pensando en esa opción.
—Pero no somos sus discípulos.
—No, pero íbamos a hacerle unas preguntas,
como hacen los discípulos a sus maestros. —A Daniel esa explicación
le parecía muy traída por los pelos, pero a la vez, bastante
coherente.
—Cuéntame, ¿de qué va esa obra?
—Como su nombre indica, representa la muerte
del filósofo cordobés.
—Pero, supongo que hay una historia detrás.
—Daniel le sonrió, preparado para dar una rápida clase de
historia.
—Séneca fue uno de los encargados de educar
a Nerón.
—Nerón, ¿el que quemó Roma?
—Durante su reinado, es verdad que Roma
ardió, pero se desconoce lo que ocurrió con exactitud, hay
historiadores que dicen que él ni siquiera se encontraba en la
ciudad.
—Bueno, le echó la culpa a los cristianos.
—Verónica había visto suficientes películas en Semana Santa sobre
este tema, para conocer el dato.
—Se dice que esa fue la primera persecución
a los cristianos. —Daniel se volvió a centrar en la pintura—.
Volviendo al tema que nos ocupa, Nerón no confiaba en Séneca, por
lo que cuando se descubre una conspiración contra él por parte de
Pisón, el emperador decide quitarse de encima a todos aquellos que
le molestan, entre ellos, Séneca. Por este motivo, es condenado a
muerte. En aquella época, se tenía por costumbre no llegar a
cumplir la condena, es decir, en cuanto recibían la noticia, ellos
mismos se quitaban la vida. Séneca lo intentó cortándose las venas
y envenenándose con cicuta, pero no lo consiguió. Solo lo logró,
metiéndose en la bañera, al lado de un brasero encendido. Entre el
vapor de agua, el humo y teniendo en cuenta que padecía de asma,
murió por asfixia.
—Es curioso, Nerón se quitó de en medio a
Séneca porque no confiaba en él, y ahora nuestro asesino hace lo
mismo con Felipe Jiménez. Muchas coincidencias.
—Verónica, creo que esta vez la similitud es
demasiado forzada.
—Pero, no vamos tan desencaminados, ¿no? —La
subinspectora se encogió de hombros—. Por cierto, ¿hay algo de lo
que no sepas? Tu gran pasión es la pintura, sabes de mitología
porque era la pasión de Cruz, y ¿la historia?
—Yo leo —le dijo el inspector sin darle más
importancia.
—Jefe, hemos revisado las cámaras de la
zona. —Candelas y Huertas acababan de llegar a comisaría.
Candelas portaba un DVD en la mano, que le
mostró a su jefe. Daniel lo cogió y lo introdujo en el lector de su
ordenador. Todos se acomodaron alrededor de la pantalla, para ver
su contenido.
—¿Aparece? —preguntó extrañado, porque
asumía que no iban a encontrar nada, el asesino estaba siendo
demasiado meticuloso, aun cuando ese asesinato le hubiera
sobrevenido. Daniel no creía que lo hubiera planeado, por lo menos
para cometerlo ya, pensaba que lo había adelantado motivado por el
artículo publicado por Montes esa misma mañana, y del que él era
responsable.
En la pantalla aparecieron algunas imágenes
y Candelas les señaló al hombre que había entrado al portal. No se
le vio la cara en ningún momento, iba con un abrigo que le venía
grande y un gorro de lana.
—No se le ve en ningún sitio —confirmó
Huertas—, pero, se ve cómo sube a un viejo coche, del que se
distingue la matrícula. La hemos investigado y no se corresponde
con ese modelo de coche.
—No me lo digas, se ha denunciado el robo de
un coche con esa matrícula.
—Exacto, jefe.
—Es muy listo. —En ese momento, la pantalla
del ordenador mostraba cómo el sospechoso subía a un viejo Seat 127
y se alejaba de la zona—. ¿Se puede saber a dónde se dirige con
ayuda de las cámaras de tráfico?
—Estamos en ello.
—Avisadme si encontráis algo.
Se encontraban en la cafetería de la
Universidad, ya habían terminado las clases y las tutorías, por lo
que estaban relajados tomándose unas cañas. Estaban situados en una
mesa algo apartada del resto, repletas de estudiantes que acababan
de terminar las clases de la semana y se distendían, como ellos,
tomando algo y echando unas partidas de mus.
Marisol estaba intrigada por todo lo que les
estaba contando Cristina, admiraba la resolución y la valentía que
mostraba.
—¿Y qué opina el inspector al respecto?
—Esperaba que le hiciera entrar en razón, porque él ya se había
rendido.
—Sabes perfectamente lo que piensa. Cree,
como tú, que estoy loca y que me he dado un golpe en la cabeza
—sonrió—. Hablando en serio, no le gusta que actúe como el cebo de
un psicópata, pero sé, que entre todos, estaré protegida. De todas
formas, no le he dado otra opción, así que he reservado dos mesas,
como siempre, una al lado de la otra. En una estaremos Felipe
Jiménez...
—El sospechoso de asesinar a varias jóvenes
—interrumpió Javi, intentando aclarar ese punto que parecía que
todos pasaban por alto.
—Y yo —continuó Cristina ignorando la
interrupción de su amigo—. En la mesa de al lado estarán Daniel y
la subinspectora.
—¿No puedes reservar otra mesa para
nosotros? —propuso Marisol ya metida en materia. Javi, que en ese
momento estaba dando un trago a su tercio, se atragantó.
—No hablarás en serio, ¿verdad?
—Puedo intentarlo, voy a llamar, esperemos
que no haya problema por reservar tres mesas contiguas, pero
independientes. Los sábados por la noche el restaurante está a
tope. —Cristina cogió el móvil que tenía encima de la mesa, al lado
de su tercio terminado, e hizo la llamada.
—Marisol, ¿qué parte no has entendido? Esto
es un asunto policial. Aunque no esté de acuerdo con Cristina,
entiendo que lo hace por... No sé por qué lo hace, la verdad, al
principio pensaba que era por encontrar al asesino de Vicky, ahora
en lo único que puedo pensar es en que se ha vuelto loca. ¡¿Pero
tú?!
—Creo que podríamos ayudar. —Marisol parecía
muy convencida.
—¿Ayudar a qué? Para eso está la policía.
—Empezaba a pensar que hablar con ambas era una causa perdida, no
se daban cuenta del peligro que implicaban sus actos.
—Bueno, no sé, quizás darle apoyo moral. Al
vernos ahí al lado, seguro que está más tranquila. —Javi no se
había dado cuenta, pero estaba boquiabierto y con los ojos como
platos, era incapaz de comprender lo que pasaba por la cabeza de
ambas mujeres.
—Ya está. He reservado tres mesas. No me han
puesto ninguna pega, todavía tenían disponibilidad. —Cristina
acababa de colgar, estaba emocionada y agradecida, sabiendo que iba
a contar con ellos también.
—Creo que veis muchas series y muchas
películas. Esto es un error —estaba atónito por su comportamiento—,
¿no comprendéis el peligro que entraña esta situación?
—Como le dije a Daniel, yo voy a ir. Si
quieres o no estar ahí, es cosa tuya.
—Vamos, que le pusiste entre la espada y la
pared. —Cristina no se había dado cuenta de que eso era exactamente
lo que había hecho.
—Pues ahora que lo dices, sí, eso
hice.
—Entonces, estará encantado de que seas una
persona tan manipuladora, característica de una mujer que atrae a
todos los tíos —ironizó.
—No lo había visto de esa forma —reconoció
Cristina.
—¿Y cómo lo habías visto?
—No sé, no lo había pensado. Solo quiero
ayudar y es la única forma que se me ocurre. —Cristina se sentía
frustrada. Si lo pensaba fríamente, Javi tenía razón, era una
locura, pero qué podía pasar, en cuanto hiciera algo extraño lo
detendrían, allí iba a haber muchos ojos—. No me va a pasar nada,
todos vais a estar pendientes de mí.
—Eso espero, Cris, eso espero. —Javi seguía
sin estar convencido, pero claudicaba, no podía hacerles cambiar de
opinión. Solo esperaba que no ocurriera lo peor.
—Hemos seguido, durante un corto periodo de
tiempo, al coche con diversas cámaras, pero lo hemos perdido.
—Huertas era el que hablaba.
Habían estado observando al Seat 127
recorriendo la ciudad, gracias al sistema de videovigilancia
existente en la capital, donde están incluidas las cámaras de la
Dirección General de Tráfico.
—¿Dónde lo habéis perdido?
—Se ha dirigido por el Paseo del Prado hacia
Cibeles, luego ha cogido la calle Alcalá y siguiendo por O´Donnell
ha salido a la M-30. Entonces, se ha dirigido hacia la Casa de
Campo, donde lo hemos perdido —detalló Huertas.
—En la Casa de Campo hay muchas zonas sin
cámaras, y lo peor, es la gran densidad de árboles, lo que limita
el alcance de las antenas —les explicó Candelas.
—¿Es posible que lo dejara allí abandonado y
que cogiera otro coche?
—Es posible —confirmó Candelas. Eso
explicaría por qué no habían encontrado de nuevo el viejo
utilitario en alguna grabación.
—Creo que vamos a tener que ir a dar una
vuelta por la zona —dijo Suárez. Por lo que todos cogieron sus
abrigos y se pusieron en marcha—. Empecemos por los aparcamientos,
si tenía un coche de sustitución, lo más sencillo es que lo dejara
en uno de ellos. Nosotros nos dirigiremos al del zoo, mirad
vosotros en el del parque de atracciones.
—De acuerdo, jefe.
Todos bajaban las escaleras a toda prisa,
esperando que Suárez tuviera razón y encontraran el coche
abandonado en los lugares sugeridos. Si tuvieran que peinar toda el
área para localizar el coche, iba a ser un problema, puesto que es
el mayor parque público de Madrid, cinco veces más grande que el
Central Park de Nueva York.
La Casa de Campo, situada al oeste de la
ciudad, era antiguamente coto de caza de la familia real, junto con
El Pardo. Más que un parque, es un bosque mediterráneo, con sus
encinas, pinos, álamos, y pequeños animales, con recursos para
esconder casi cualquier cosa. Los fines de semana se llena de
madrileños que se acercan a pasar el día, hacer picnics en los
merenderos, montar en bicicleta, alquilar una barca en el gran lago
—al inicio eran cinco estanques conectados entre sí, que debido a
las lluvias, acabaron convirtiéndose en uno—, e incluso tapear en
los múltiples chiringuitos. Otra cuestión que complicaría la
búsqueda, teniendo en cuenta que se encontraban a viernes, estaría
lleno de gente.
El móvil de Suárez sonó cuando estaban
llegando al zoo, puso el manos libres para atender a los
inspectores.
—Jefe, estamos en el parking del parque de atracciones, ni rastro del
coche.
—De acuerdo, dad una vuelta por la zona.
Nosotros estamos llegando al zoo. Ahora os llamamos.
Daniel se imaginaba que era poco probable
que el coche estuviera en el aparcamiento del parque de
atracciones, era una zona amplia y con gran visibilidad, que las
cámaras podían captar con facilidad. Sin embargo, el zoo era
diferente, ahí si había árboles que crearían puntos muertos en las
grabaciones.
Cuando llegaron, Verónica y Daniel echaron
un vistazo. Mucha gente salía en ese momento, debían de estar a
punto de cerrar. Siendo viernes, se imaginaron que muchos padres
llevarían a sus hijos a pasar la tarde al parque zoológico, después
de salir de sus trabajos. Así que se apartaron, a esperar a que el
aparcamiento se fuera vaciando poco a poco, simplificándoles la
búsqueda.
Verónica fue la primera en verlo, le dio un
codazo a Daniel en cuanto lo identificó.
—Creo que está allí. —Efectivamente, estaba
en un rincón, bastante disimulado entre las plantas de su
alrededor.
Se acercaron para confirmarlo y llamaron a
Huertas.
—Lo tenemos. Confírmame la matrícula.
—Huertas hizo lo propio—. Es este, está aquí.
Daniel colgó el teléfono y llamó a la
policía Científica, tenía esperanzas de que pudieran encontrar algo
en el interior. Una huella le pareció poco probable, pero quizás sí
pudieran encontrar alguna fibra, fluidos corporales, cualquier
pequeño vestigio que los llevara a su asesino.
Cristina se dirigía en su coche a casa de
Daniel, llevaba encendido el navegador e iba siguiendo las
indicaciones que este le iba dando. Según el dispositivo, en un
cuarto de hora llegaría a su destino. Se sentía algo inquieta, no
hacía ni media hora que la subinspectora la había llamado,
angustiada.
—¿Está Daniel contigo? —se lo había
preguntado sin rodeos nada más descolgar. Ella había respondido
negativamente sin entender a qué venía esa intromisión. Verónica
estaba intranquila, no sabía a quién llamar, y estaba convencida de
que su compañero y la señorita del Saz mantenían una relación—.
Llevo un rato llamándolo al teléfono, pero no me lo coge. Estoy
preocupada. Esta tarde hemos encontrado a Felipe Jiménez padre,
asesinado. Sé que Daniel se siente culpable por ello, a él fue al
que se le ocurrió la idea de publicar la noticia en el
periódico.
—¿Qué noticia? —Cristina seguía sin
comprender.
—En la que se explica que Almudena del Olmo
no abandonó a su hijo, solo tenía pensado abandonar al marido.
Suponemos que cuando el asesino leyó el artículo, sufrió un ataque
de cólera que le hizo ir a cargarse a su padre. —Cristina estaba
asimilando toda la información que la subinspectora le daba a toda
prisa, empezaba a vislumbrar a dónde quería llegar—. Aunque lo
habíamos protegido, se le había puesto vigilancia, se las arregló
para entrar en la casa sin ser visto y asesinarlo.
—Quizás, quiera estar solo —dijo no muy
convencida. Ella prefería la soledad en esos momentos, también era
a lo que se había acostumbrado, pero recordaba cuando Javi y su
prometida rompieron, él siempre buscaba su compañía, le decía que
en casa se le caían las cuatro paredes encima.
—Supongo que tienes razón —le había
contestado Verónica, aunque no pensaba darse por vencida, lo
seguiría llamando hasta que le cogiera el teléfono, no pensaba
desistir, y si no había respuesta, era capaz de presentarse en su
casa. Pero al final, la señorita del Saz acabó pidiéndole la
dirección de Daniel, por lo que pensó, que tres eran
multitud.
Cristina había intentado contactar con él,
pero igual que a la subinspectora, tampoco le cogía el móvil, así
que decidió presentarse en su casa. Lo peor que podía ocurrir, es
que él necesitara estar solo, pero por lo menos, ella se quedaría
más tranquila, respetaría sus deseos y se iría por el mismo camino
por el que había venido.
Al llegar, tuvo la suerte de encontrar sitio
para aparcar al lado de la entrada a la urbanización, un coche se
iba justo cuando llegaba ella. Se imaginó, que siendo viernes,
saldrían a disfrutar del ambiente que se respiraba los fines de
semana en Madrid.
El conserje le abrió la verja que daba
acceso a las zonas comunes, no sin antes informarse de quién era y
a dónde iba. Cruzó el patio ajardinado, tal y como le había
indicado el portero, sin fijarse en la pista de pádel que quedaba a
su derecha, y más allá, una enorme piscina rodeada por una amplia
zona de césped. Cuando llegó al portal del inspector, se quedó
observando el telefonillo, dudando, no sabía qué estaba haciendo
allí, se dijo que había sido un error. Empezó a darse la vuelta con
la idea de volver a casa, y entonces, una pareja apareció en el
rellano, le sostuvieron la puerta para permitirle el paso, y ya no
le quedó más remedio que continuar con sus intenciones
iniciales.
—Buenas noches —le dijeron ambos al
unísono.
—Buenas noches —contestó ella sin prestarles
demasiada atención.
En la puerta, tuvo que llamar el timbre
varias veces, hasta que escuchó movimiento en el interior de la
vivienda.
Daniel dejó el whisky que se estaba tomando encima de la mesa y se
levantó a abrir, preguntándose quién sería la persona que llamaba
con tanta insistencia a esas horas. Él no esperaba a nadie. Al
principio, había pensado que eran los hijos del vecino, ya que a
veces llamaban a las diferentes puertas, sin que sus padres se
molestaran en decirles que eso no se debía hacer. Pero después de
tantos timbrazos, se imaginó que no era ninguna gamberrada, alguien
venía a verlo. Se sorprendió al encontrarse a Cristina mirándole
preocupada en el descansillo, era a la persona que menos esperaba
encontrarse ahí.
Ella se fijó en que su rostro delataba un
gran agotamiento, aparte de la pista que daban las oscuras ojeras
que le rodeaban los ojos, los cuales tenían un aspecto algo
vidrioso, supuso que en parte por el cansancio, y en parte porque
debía de estar bebiendo. Solo llevaba puestos unos viejos
pantalones de chándal, iba descalzo y su torso estaba desnudo. Se
apartó de la puerta para dejarla entrar y la guio hasta el
salón.
—¿Ha ocurrido algo? —Encima del respaldo de
una de las sillas había una camiseta con la que se vistió mientras
le preguntaba. Ella reparó en la sobras de cocina precocinada que
había encima de la mesa, al lado de un par de latas de cerveza
vacías. También vio la botella de whisky
y el vaso a medio beber.
—Me ha llamado la subinspectora de la Vega
muy preocupada por ti. —Desde que habían encontrado el cuerpo sin
vida de Jiménez, había estado pensando en el error que había
cometido pidiéndole a Montes que publicara ese artículo, por él lo
habían matado. Había pensado que era un buen modo de sacar al
asesino de su guarida, pero el tiro le había salido por la culata.
Cristina notó el repentino cambio de Daniel, sin ser consciente de
ello, sus músculos se habían tensado.
—Ya te dije que era un poco metomentodo
—intentó quitarle hierro al asunto—. ¿Quieres tomar algo?
—Tomaré lo mismo que tú. —Él le sirvió un
whisky con hielo, y se acomodaron en el
sofá—. ¿Has venido hasta aquí por eso? —El inspector se sintió
conmovido porque ella se hubiera mostrado lo suficientemente
alarmada como para ir hasta su casa, era una sensación que ya no
recordaba, y que le agradaba.
—Sí —le confirmó—. Pero, ¿estás bien? —lo
miró a los ojos, esperando una respuesta sincera.
—Ya sabes que no. He puesto un cebo al
asesino, esperando que picase el anzuelo para poder cazarlo, y lo
único que he conseguido, es que matara a su padre, y que siga
suelto por ahí, dispuesto a matar a más chicas.
—No ha sido culpa tuya. Estoy convencida de
que el asesinato del padre iba a ser el punto y final de la serie.
Él iba a buscar su venganza, se publicara o no el artículo. Lo
único, es que esta acción se ha adelantado. Ha experimentado una
fuerte sensación de ira al enterarse de la verdad que le había sido
ocultada.
—¿Crees que ahora que lo sabe, dejará de
asesinar a mujeres que le recuerdan a su madre?
—Eso sería lo lógico, pero no creo que
suceda. Creo que va a continuar. Como te dije una vez, ha probado
lo que se siente teniendo en sus manos una vida, y le gusta, no va
a perder la oportunidad de seguir matando. Quizás ahora, amplíe el
abanico de posibles víctimas.
—¿Quieres decir, que piensas que ya no serán
rubias y de ojos azules? ¿Qué ahora podría ser cualquiera?
—Esa es mi opinión. Supongo que seguirá
teniendo predilección por las rubias de ojos azules, pero ya no
serán una fijación.
Daniel se quedó en silencio, pensando en las
palabras de Cristina. Un rato después, escuchó su respiración
acompasada y relajada, comprobó que se había quedado dormida en el
sofá. Mostraba la misma cara de agotamiento que él se había visto
un rato antes en el espejo. La cogió en brazos y la llevó a su
cama, donde le quitó la ropa con suma delicadeza y la metió debajo
del edredón.
Volvió al salón, donde se sirvió otra copa,
encendió el portátil y continuó con el análisis de la víctima de
Barcelona, supuestamente la primera del asesino. Algo le decía, que
ese era el origen, el inicio, y que ahí descubriría lo que
necesitaba para atraparlo.