3 Miércoles, 1 de marzo
Esa mañana había amanecido muy fría aunque
soleada, «muy adecuada para un entierro», pensó Daniel no sin
cierta ironía, mientras conducía por la M-30. Se dirigía a buscar a
Verónica, iban a asistir al sepelio de Victoria Alonso. A veces,
los asesinos se presentan en este tipo de actos, se sienten con la
suficiente confianza y seguridad para asistir sin ser descubiertos,
por lo que ellos no podían perdérselo.
Verónica vivía en las conocidas colmenas,
escenario habitual de anuncios y películas. Unos bloques de pisos
de construcción abominable, según la mayoría de madrileños, en el
barrio de La Concepción. Al principio, fueron construidos como
pisos de realojo, sin embargo, ahora el metro cuadrado estaba por
las nubes. A Daniel siempre le había fascinado ese complejo
residencial en el que había ocho mil viviendas colocadas de forma
que recordaban panales, de ahí su nombre. No tenía claro si lo
odiaba o le encantaba. En ese momento, estaba pasando por delante
de la Mezquita de la M-30, un impresionante edificio de mármol
blanco inspirado en la Alhambra de Granada.
Cuando se acercaba al portal de su
compañera, se fijó que Verónica ya lo estaba esperando apoyada en
un banco, tras los espesos setos, abrazada a David, su actual
pareja. Al inspector le chocó encontrárselo allí, no hacía ni una
semana que Verónica había aparecido en su casa llorando porque
habían vuelto a tener una pelea que había provocado su ruptura.
Ambos tenían unos horarios imposibles, por lo que casi no se veían,
y eso estaba minando la relación. Él trabajaba como jefe de
seguridad en una importante empresa de software. Si no lo conociera, hubiera presentido
que trabajaba en el sector, puesto que era un hombre alto, ancho de
espaldas, muy corpulento, con cabeza afeitada, que intimidaba con
su sola presencia, y con una mirada que imponía respeto. El típico
segurata de las películas americanas.
Tocó el claxon para llamar su atención. En
cuanto la subinspectora se dio cuenta de su presencia, se despidió
con un dulce beso de David y se alejó en dirección al coche. Daniel
la observaba mientras se acercaba medio corriendo, con su espesa
cabellera pelirroja agitada por el frío viento que soplaba, sus
ojos verdes brillantes y las mejillas pecosas más sonrosadas de lo
habitual, era una joven muy atractiva. Aunque no guardaba
sentimientos románticos hacia ella, la apreciaba como si se tratara
de una hermana pequeña, y sabía que ese sentimiento era mutuo, no
podía obviar que era un bellezón, a quien le había costado ganarse
el respeto de sus compañeros por ese mismo motivo.
—Buenos días. Hace un frío de pelotas —dijo
mientras se acomodaba en el asiento del copiloto.
—Buenos días. Sube la calefacción si
quieres. —Verónica movió la rueda de selección de temperatura del
climatizador, de forma que empezó a salir con fuerza el aire
caliente. Al darle en la cara de forma directa, poco a poco empezó
a entrar en calor.
Se pusieron en marcha en silencio. Daniel
salió del barrio de la Concepción, cruzó la calle Alcalá, para
coger a continuación la Avenida de Daroca, que les llevaría
directos al cementerio de la Almudena, donde iba a ser enterrada la
víctima.
—¿No me vas a preguntar por David? —Soltó a
bocajarro la subinspectora.
—¿Por qué? ¿por qué habéis vuelto? —Daniel
no pudo evitar mostrar una mueca irónica que reflejaba la gracia
que le causaba la pregunta.
—Claro.
—La verdad, Vero, es que no me sorprende ni
lo más mínimo. —Se estaba divirtiendo.
—Anoche se presentó en casa y hablamos. Creo
que a partir de ahora todo irá mejor —explicó.
—Me alegro. —Daniel presentía que dentro de
unos días volvería a aparecer llorando en su casa por alguna otra
discusión.
—¿Crees que el asesino asistirá? —Cambió de
tema, puesto que su compañero no parecía interesado por su vida
personal.
—Nunca se sabe, suelen tener el ego tan alto
que creen que no van a ser pillados, y les suele gustar mirar.
Además, tenemos que empezar por lo más evidente, los amigos de la
víctima. Lo más probable es que el asesino la conociera, incluso
que la viera asiduamente.
—Pues según la amiga, no salía casi de casa,
así que va a ser fácil. —Verónica se rio de su chiste. Daniel la
miró de reojo, a veces, sus comentarios no eran los más acertados,
pensó.
Dejaron el coche aparcado delante de la
puerta principal.
El cementerio de la Almudena impresiona por
su tamaño. Se ha convertido en el más grande de la ciudad y uno de
los más grandes de Europa, aunque había sido creado de forma
provisional a causa de una epidemia de cólera que se produjo en la
ciudad.
Se dirigieron hacia la capilla ardiente,
cruzando el imponente pórtico de entrada, formado por columnas y
arcos. Atravesaron el arco principal, sobre el que se encuentra
representada la figura de Dios Padre. Cuando llegaron, ya había
algunas personas fuera, esperando la aparición del coche
fúnebre.
Daniel se quedó observando la cúpula de la
capilla, coronada por el ángel de la muerte, al que llaman Fausto.
Entonces, recordó una historia que siempre le contaba su abuelo
cuando iban juntos a visitar la tumba de su abuela. Una leyenda que
decía que si alguien escuchaba el sonido de la trompeta del ángel,
significaba que la muerte lo acechaba. Su abuelo también le había
contado, que originalmente, la escultura tenía la trompeta en la
boca, pero que debido a esa superstición, se trasladó a su posición
actual, en el regazo del ángel. Sonrió por sus recuerdos, echaba de
menos a su abuelo, que ahora descansaba con su abuela en ese mismo
cementerio.
Al notar un suave codazo de su compañera,
salió de sus ensoñaciones, y se fijó en que el coche con el féretro
se estaba acercando muy despacio a la puerta de la capilla. Cuando
se detuvo, Daniel dirigió toda su atención hacia el coche de
detrás, del que se bajaron una mujer mayor, la madre de Victoria
Alonso, Carmen Gutiérrez, acompañada por Cristina del Saz y por un
hombre mayor. Como sabían que la madre de la víctima había
enviudado hacía varios años, su marido había muerto por un cáncer
fulminante, se imaginó que sería el hermano de la señora
Gutiérrez.
Ellos se encontraban algo apartados,
dejándoles intimidad para despedirse de la señorita Alonso. Después
de que todo el mundo hubo entrado en la capilla siguiendo al ataúd,
hicieron lo propio. Se colocaron al fondo, en un punto desde donde
podían observar perfectamente a todas las personas allí
congregadas.
En lo primero que Daniel reparó, fue en la
poca afluencia de gente. Había un grupo de mujeres jóvenes, que
debían de ser amigas de la víctima, todas ellas sentadas en el
mismo banco, y unas pocas personas más, desperdigadas en los
diferentes asientos de la capilla. Su amiga, la señorita del Saz,
no había exagerado, no se relacionaba mucho. Se imaginó que para
ella, las citas online habían sido un
salvavidas, un camino fácil para conocer gente nueva, quizás un
gran amor, y desconectar de un solitario día a día.
Al finalizar el funeral, todos cogieron sus
vehículos para seguir al coche fúnebre hasta la tumba asignada. Los
inspectores salieron a paso rápido a por el suyo, puesto que lo
habían dejado al otro lado del pórtico, y a continuación, se
unieron a la pequeña hilera.
Toda la comitiva rodeó la tumba, excepto
ellos que se habían posicionado un poco retirados del resto,
observando todo lo que acontecía, sin inmiscuirse. Los operarios
del cementerio comenzaron con su labor, introduciendo con cuidado
la caja en el interior del sepulcro.
Daniel observó a la señorita del Saz, tal y
como les había dicho, era prácticamente de la familia. Las únicas
personas que aferraban a la madre de la víctima, eran ella, por un
lado, y el que suponía era su hermano, por el otro. El grupo de
amigas, se apoyaban las unas a las otras, pero permanecían al
margen de los demás. Y el resto, que no parecían conocerse entre
sí, se mantenían en silencio, abrumados por la situación. Tendrían
que hablar con todos ellos, pero no en ese momento.
Cuando volvió a notar un suave codazo de
Verónica, el inspector dejó a un lado su análisis, para observar el
lugar a donde su compañera lo había guiado con la mirada. Detrás de
un mausoleo, alguien, con su móvil, estaba grabándolo todo. De
inmediato, pensó que debía de ser la prensa, aun cuando la familia
había intentado que la ceremonia fuera privada. Sin embargo,
parecía que se había producido alguna filtración.
En cuanto los operarios hubieron puesto la
piedra sobre la tumba, a falta de sellarla, todos comenzaron a
marcharse, dando por finalizado el acontecimiento. En ese momento,
la señora Gutiérrez empezó a gritar y llorar desconsoladamente, se
abalanzó sobre la piedra quedando medio tumbada sobre ella—. ¿Por
qué se te han llevado? ¿Por qué? Te quedaba tanto por vivir.
Al ver la escena, la señorita del Saz,
aunque aparentaba sentirse tan abatida como la madre, la abrazó e
intentó tranquilizarla. Daniel se preguntó que le estaría diciendo
para que asintiera y dejara de gritar.
—Vámonos, aquí ya no pintamos nada. Es mejor
que les dejemos intimidad. —Verónica asintió, estaba de acuerdo con
él.
Había sido una mañana desoladora. Después de
dejar a la madre de Vicky en casa con su hermano, con la esperanza
de que se quedara algo más relajada tras prepararle una tila bien
fuerte, se había ido a la suya a ver si lograba calmarse. Desde
entonces, había estado sentada en el sofá cambiando de canal cada
dos por tres, sin concentrarse en nada de lo que allí se emitía. No
había sido capaz de probar bocado, de hecho, no había podido
introducir ningún alimento en su cuerpo desde que encontrara el
cadáver de su amiga. Lo máximo que había llegado a ingerir, eran
caldos que compraba en el supermercado en tetrabrik, y aunque había
intentado comer algo sólido, poco después, iba corriendo al baño
donde lo echaba.
En ese momento, estaban retransmitiendo el
telediario de la noche, ella lo seguía con apatía, no le estaba
prestando ni la más mínima atención, hasta que de repente, la
presentadora citó el nombre de Victoria Alonso. Suficiente para que
alguno de sus resortes saltara y se concentrara en lo que allí se
decía. Subió el volumen y observó las imágenes que aparecían, todas
ellas del entierro de esa misma mañana. Se mencionaron los pocos
avances de la policía para descubrir al agresor que había acabado
con la vida de la joven. Pudo comprobar que ella aparecía bastante
a menudo en los fotogramas, cada vez que mostraban un primer plano
de Carmen, evidenciando su dolor. Incluso emitieron la bochornosa
actuación de una madre que estaba sufriendo lo indecible.
—¡Qué cabrones! Consiguiendo audiencia con
el dolor ajeno —dijo en voz alta aun sabiendo que nadie lo oiría.
Apagó la televisión algo alterada y se tumbó.
Observando el techo de la habitación,
meditaba en silencio. En el cementerio no había visto ninguna
cámara grabando, aunque tampoco es que prestara demasiada atención
a lo que ocurría a su alrededor. Ya tenía bastante con aguantar el
peso de Carmen para que no cayera al suelo, y lograr mantenerse a
la vez ella misma en pie, porque las piernas le flojearon en más de
una ocasión, además, había sentido leves vahídos.
Pero aun así, supuso que se habría dado
cuenta si la televisión hubiera estado grabando todo lo que allí
acontecía. Había sido un entierro muy íntimo, como Carmen y ella
sabían que hubiera querido Vicky, solo los amigos y familiares más
allegados. Aparte de su madre, su tío y ella, como familia más
cercana, puesto que siempre la habían considerado como una más,
algunas amigas del colegio, y compañeros de trabajo, con los que a
menudo trataba por correo electrónico y excepcionalmente en
persona, allí no había habido nadie más. Entonces, le vino a la
cabeza la imagen de dos sombras apartadas, contemplando todo lo que
sucedía, pero imaginó que se trataba de los inspectores que estaban
llevando el caso.
Así que, o la grabación la había realizado
alguien que estaba oculto, para luego venderla al mejor postor, o
alguno de los que estaban presentes. Ahora, con los avances
tecnológicos, era muy sencillo obtener imágenes con muy buena
calidad, utilizando un simple móvil.
Cristina dejó sus pensamientos a un lado, al
oír el sonido del teléfono. Lo que menos le apetecía en esos
momentos era atender la llamada. Todavía tumbada, sin haberse
movido un ápice, se preguntó quién sería, porque ya había hablado
con su padre, que había llamado para ver cómo se encontraba,
después de no haberle permitido ir al entierro. Prefería estar sola
y sabía que no se lo hubiera podido quitar de encima. Aunque lo
hacía con la mejor de sus intenciones, ella necesitaba mantenerse
alejada de todo y de todos, además, su padre ya tenía una edad. Y
Javi tampoco podía ser, porque no le había contado nada, si lo
hubiera hecho, no la hubiera dejado ni a sol ni a sombra a pesar de
sus quejas. Quizás la hubiera visto en las noticias. También se le
pasó por la cabeza que fuera alguna teleoperadora, ofreciéndole los
servicios de su empresa, y por esta razón, estuvo a punto de
ignorar la llamada. Pero al notar la insistencia, se decidió a, por
lo menos, molestarse en comprobar quién era. Cuando miró la
pantalla del inalámbrico que le indicaba el número que llamaba, el
fastidio que sentía quedó reflejado en su rostro, pero aun así,
contestó.
—Hola, madre. —Su saludo resultó tan frío
como venía siendo habitual. Su madre lo ignoró.
—Hola, hija. Hace mucho que no sé nada de
ti.
—Sí. Y hoy has decidido ponerte en contacto
conmigo porque... —Desde luego, su madre no había podido elegir
peor día para llamarla. En cuanto cogió el teléfono, se arrepintió
de haberlo hecho, con su estado de ánimo, no le apetecía ni lo más
mínimo lidiar con ella.
—¡Ay, hija!, cómo eres a veces. —Su madre
hizo una pausa, no sabía cómo continuar, así que fue directa al
grano—. Te acabo de ver por televisión, en el entierro de esa amiga
tuya. —Aunque su madre hizo una pausa para que su hija le recordara
su nombre, Cristina no abrió la boca, por lo que continuó—. El caso
es, que sé que erais muy buenas amigas, y supongo que lo estarás
pasando fatal. Quería ver qué tal te encontrabas.
—Bien, madre. Gracias por tu preocupación.
—Cristina había hecho el comentario en un tono sarcástico. Su madre
no se había preocupado en la vida por lo que a ella le ocurriera,
por lo que resultaba absurdo que empezara a hacerlo ahora. Estaba
convencida de que su interés era por conocer detalles morbosos de
lo ocurrido, para después poder contárselos a sus amigas y ser el
centro de atención durante unos días.
—Bueno, cariño, parece que hoy no estás
dispuesta a abrirte conmigo y a dar tu brazo a torcer, pero si en
algún momento quieres hablar, o algo de consuelo, ya sabes dónde me
tienes. —Como Cristina no dijo nada, su madre colgó, abatida.
Todavía, con el teléfono en la mano,
Cristina empezó a llorar angustiada. Volvió a tumbarse en el sofá,
encogida y abrazándose las piernas. Sabía que el comportamiento con
su madre no era el que debería ser, pero por más que lo intentaba,
lo único que sentía hacia ella era rechazo. Le hubiera gustado
volver a llamarla y desahogarse, o mejor aún, estar con ella y que
la abrazara mientras se tomaban un chocolate caliente, como hacían
cuando era pequeña y tenía algún problema. Pero todo aquello se
había perdido, no podía volver a ser como antes después de lo que
había ocurrido. Aún no la había perdonado. Quizás algún día lo
hiciera, pero todavía no estaba preparada.