8 Miércoles, 8 de marzo
Cuando llegaron a la avenida Nuestra Señora
de Fátima, donde vivían los padres de la segunda víctima,
percibieron un gran ajetreo a su alrededor, era la hora de apertura
de los comercios.
En la entrada principal, se encontraron a
una anciana saliendo y llevando consigo un viejo carro de la compra
vacío, preparado para ser llenado. Daniel le sujetó la puerta
mientras recordaba a su madre con uno similar cuando era pequeño.
La mujer lo miraba con una sonrisa de agradecimiento.
Entraron a un portal inmenso, una pared
estaba forrada de piedra y la otra de madera con un gran espejo,
formando un ancho pasillo, todo un poco avejentado por el paso de
los años. Mantuvieron el paso hasta llegar al ascensor, que les
estaba esperando en la planta baja. Ya en su interior, pulsaron el
botón que les llevaría al quinto piso.
—¿Hablo yo? —preguntó Verónica. Daniel la
miró, sabía que le encantaba interrogar para obtener información de
la gente, y cada vez lo hacía mejor, de hecho, con las víctimas y
sus allegados era muy buena, no les trataba con condescendencia, y
su tono dulce y atento ayudaba a que se sintieran cómodos en su
compañía, y acabara sonsacándoles lo poco que solían saber.
—De acuerdo. —El inspector le sonrió como lo
hace un profesor a su mejor alumna cuando se siente orgulloso de
ella.
Salieron del ascensor y se dirigieron a la
puerta con la letra H. El día anterior, el inspector Huertas había
concertado una cita con ellos, por lo que los estarían
esperando.
La mujer que les abrió era muy alta y
fornida, pero se la veía doblada y envejecida, como si de golpe le
hubieran echado encima todo el peso del mundo, mostraba tanto dolor
como en el cementerio. El inspector ya había visto ese dolor, y
sabía que mucha gente no lo llegaba a superar nunca.
—Buenos días, somos la subinspectora de la
Vega y el inspector Suárez —dijo Verónica a modo de
presentación.
—Los estábamos esperando. —Su voz sonó
apenada, como si fuera un trámite que tenía que pasar, pero, a
poder ser, lo más rápido posible. Se apartó de la puerta para que
pudieran acceder al interior.
La madre de Amaia Pardo les condujo al salón
de la casa donde el marido estaba viendo la televisión. La apagó en
cuanto entraron, aunque a Daniel le había dado tiempo a fijarse en
que lo que había estado visionando era un video antiguo, donde una
niña rubia jugaba en los columpios. Dedujo que estaría viendo algún
video casero de su hija.
La señora se sentó al lado de su marido, en
un sofá muy floreado, y los inspectores acercaron unas sillas para
sentarse frente a ellos, a la misma altura, de forma que no se
sintieran intimidados.
—Ante todo decirles que lamentamos mucho su
pérdida —dijo Verónica, mientras Daniel ponía cara de
circunstancia. A veces su trabajo era muy desagradable—. Queríamos
hacerles unas preguntas. —Los padres no dijeron nada ni hicieron
ningún gesto, se mostraban dispuestos a cooperar—. ¿Saben si su
hija tenía algún plan o alguna cita el sábado por la noche? —Esta
información ya se la habían comunicado a Huertas y a Candelas el
día que encontraron el cuerpo de su hija, pero quizás, hubieran
recordado algo después del shock
inicial.
—Sí, nos dijo que había quedado con un
hombre que había conocido en esas páginas de internet —dijo su
madre. El padre parecía encontrarse en alguna otra parte, con la
mirada perdida y sin seguir la entrevista—. Solía entablar
conversaciones con hombres por ese medio, y si le gustaban, quedaba
con ellos. Decía que estaba cansada de ir a discotecas y bares para
conocer a los mismos hombres de siempre, bebidos, con el único
objetivo de acostarse con cualquier mujer que se cruzara en su
camino, para luego no volver a saber nada más de ellas. Mi niña
quería algo más. —Se quedó pensando unos segundos qué decir a
continuación—. En mi época era diferente, pero ahora los chicos se
conocen así. —Se encogió de hombros, y a punto estuvo de ponerse a
llorar, aunque fue capaz de mantener la compostura.
—¿Saben con quién quedó?
—Últimamente me contaba que estaba
hablándose con un chico muy educado e inteligente, creo recordar
que era enfermero o algo del estilo.
—¿Sabe de qué hospital? —La mujer se encogió
de hombros, ni siquiera estaba segura de su profesión.
—Lo siento. Lo único que sé es que la niña
estaba muy feliz, y estaba deseando conocerlo, tenía puestas muchas
esperanzas en él. —Miró a los inspectores—. ¿Creen que fue él el
que asesinó a mi niña?
—Todavía no tenemos datos suficientes para
saber qué ocurrió —contestó Suárez. La mujer se lo quedó mirando
por primera vez, intentando traducir su cara, pero no fue capaz de
obtener respuesta alguna.
—Queríamos preguntarle sobre un tema que es
bastante personal, pero que creemos que puede tener alguna
importancia en la investigación. —La mujer los miró con
curiosidad—. ¿Su hija tuvo un bebé? —La cara de sorpresa que mostró
la mujer lo dijo todo.
—Sí, ¿cómo lo saben?
—Nos lo dijo el médico forense que le
practicó la autopsia.
—¿Y por qué creen que puede ser importante
para su investigación?
—Por ahora esa información es confidencial.
—Volvió a intervenir Daniel. La mujer se encogió de hombros,
suponía que ya no importaba, de todas formas, ellos tendrían que
tener una denuncia, y la encontrarían antes o después.
—Al poco de tirar la cárcel, la niña fue
violada en el descampado. —La mujer había desaparecido de la
habitación, estaba sumergida en esos dolorosos recuerdos—. Al
principio no nos lo dijo, estaba rara y callada, ella es... era una
niña muy charlatana, no había quien le hiciera callar. Teníamos una
relación muy buena, siempre nos pedía consejo u opinión, contaba
con nosotros para todo, lo cual nos hacía sentir útiles. Pero de
repente, se aisló. Por supuesto ese comportamiento nos llamó la
atención. Unos meses después, nos lo contó todo. Se había quedado
embarazada. Siempre pensé que si no se hubiera quedado embarazada
no nos hubiéramos enterado. En ese momento, la convencimos para
poner la denuncia. Nunca encontraron a ese cabrón, y ella lo único
que recordaba era a un encapuchado con un cuchillo. Nos dijeron que
si hubiera denunciado en el momento, los médicos le hubieran dado
algo para no quedarse embarazada. Eso fue el remate para que se
sintiera más hundida, fue un duro golpe, se dio cuenta de que no
había hecho las cosas bien y ya era tarde para cambiarlas. Unos
días después, nos informó que estaba decidida a tener el niño y
darlo en adopción. Estaba en contra del aborto. Sabía que había
mucha gente deseando tener un hijo, y que no podía. Creyó que era
una buena idea dárselo a alguna de esas parejas. Era tan
buena.
—¿Recuerda en qué clínica dio a luz y qué
agencia llevó el trámite de la adopción?
—Dio a luz en La Paz. Respecto a la agencia,
lo siento, pero no tengo ni idea. En cuanto todos los trámites se
pusieron en marcha, ella nos dijo que prefería llevarlo a cabo
sola. Siempre había sido muy fuerte e independiente, quizás
demasiado, aunque nos informaba de las cosas que iban aconteciendo.
Los últimos meses, al ver que necesitaba más ayuda, se quedó en
casa, pero no nos dejó ir al hospital cuando dio a luz, dijo que
sería menos duro entregarlo si ninguno de nosotros le cogía cariño.
Ni siquiera llegamos a verlo. Ella lo rechazó en cuanto nació, no
quiso saber nada de él, no quería cambiar de opinión, y sabía que
si lo cogía en brazos, no lo dejaría ir. Fue lo más duro que hizo
en su vida. —La mujer volvió a la realidad, las lágrimas le
resbalaban por las mejillas, por lo que Verónica sacó de su bolso
un pañuelo de papel y se lo entregó—. Gracias, hija.
—Una pregunta más —dijo el inspector sacando
dos imágenes del bolsillo de su abrigo—, ¿reconocen estos cuadros?
—La mujer observó ambas pinturas.
—Sí, claro, el Cupido lo tenía colgado en su
dormitorio, y el otro, en el pasillo. —Los inspectores se quedaron
chafados, no los había traído el asesino para completar su
obra.
—Muchas gracias. Nos ha resultado de gran
ayuda —dijo Suárez a modo de despedida.
Verónica y Daniel se levantaron,
agradeciendo de nuevo su cooperación, y salieron de la casa dejando
al matrimonio sumido en el dolor que les embargaba.
—¿Qué opinas? —preguntó la subinspectora
mientras se dirigían al coche.
—No sé qué decirte. Pienso que se afianza la
teoría de que el asesino sea alguien que las víctimas conocieron
por internet. Pero la relación que las une a ambas, la adopción de
sus bebés, me tiene desconcertado. Una lo hizo en Barcelona y la
otra en Madrid.
—Quizás sean la misma clínica, pero con sede
en diferentes lugares.
—Supongo que es lo más plausible, tendremos
que empezar por ahí. O tal vez, ambas se desahogaron con el
asesino, y eso les llevó a la muerte. —Se encogió de hombros, el
inspector sabía que tenían muchas de las piezas del puzle, solo
tenían que casarlas.
Cristina había encontrado un hueco esa
mañana, entre las clases y las tutorías, para buscar la agencia que
había gestionado la adopción del bebé de Vicky. En los últimos días
había estado tan atareada con el trabajo y con sus chats con
hombres que se habían relacionado con su amiga, que no había tenido
tiempo para nada más. Aunque sí le había dado vueltas al asunto,
intentando recordar lo que ocurrió en aquella época. Pero ya habían
transcurrido casi diez años, ocho para ser exactos, y siempre había
sido un tema tabú para Vicky, lo cual ella había entendido a la
perfección. Por lo que su memoria no le había revelado nada útil
para la investigación policial.
Recordaba a su amiga volviéndose loca,
reflexionando repetidamente las distintas alternativas que le
recomendaban. El aborto fue algo que sugirió y se planteó durante
un tiempo, pero acabó desechando esa opción, decantándose por la
adopción. Al informarse, descubrió que había otras posibilidades,
como la custodia, un Tribunal podía otorgarle la custodia del bebé
a un familiar o a una persona acordada de forma temporal, mientras
ella terminaba los estudios y conseguía los recursos necesarios
para llevar a buen puerto la maternidad. Después, tenía la
posibilidad de la adopción familiar, así el bebé se podía quedar de
forma permanente en la familia, quizás los padres de Vicky pudieran
ocuparse, pensaron. También le hablaron de las adopciones abiertas,
en las que los padres biológicos podían interactuar con el hijo y
la familia adoptiva, aunque sin ningún derecho legal sobre él. Y
por supuesto, le detallaron los pasos a seguir para realizar una
adopción tradicional, en la que los padres biológicos pierden todo
el contacto con su hijo y con la familia adoptiva, de manera que
pueden seguir con su vida después de tomar la decisión, como si
nunca hubiera ocurrido. Cristina sabía que eso no era tan bonito
como lo pintaban, Vicky nunca olvidó a su hijo.
Todo esto lo tenía muy fresco en la memoria,
puesto que su amiga se lo contó en numerosas ocasiones. Tenían
grandes charlas nocturnas sobre las diferentes opciones posibles,
hasta que tomó una decisión, momento en que ya no se volvieron a
mencionar.
También recordaba escuchar a Vicky llorar en
su habitación todas las noches, —en Barcelona habían alquilado un
piso que compartían, muy cerca de la plaza de Cataluña— mientras
tomaba una decisión.
Al final, se decantó por la última opción,
era muy joven para ser madre, no estaba preparada para un
compromiso de esa envergadura, le quedaba mucho por vivir y no
quería cargar con un bebé por un calentón momentáneo. Cristina
recordaba como frivolizaba al hablarle del tema, quería que viera
que lo tenía muy claro, aunque ella la conocía y sabía que su
determinación era un escaparate, la realidad era que su elección la
estaba desgarrando en lo más profundo de su ser. De hecho, nunca
volvió a ser la misma, se convirtió en una persona algo retraída,
cuando antes había sido la chica más sociable que había conocido.
Estuvo yendo a terapia unos meses, pero únicamente el tiempo que
permanecieron en Barcelona, tiempo que no fue suficiente.
Haciendo memoria, recordó que habían
preguntado por agencias de adopción en un centro de planificación
familiar, pero no estaba segura si el folleto que habían utilizado
se lo habían dado allí. Buscó en internet las agencias de adopción
existentes en Barcelona y ninguna de ellas le sonaba lo más
mínimo.
Así que se decantó por darle otra
perspectiva a la búsqueda. Entró en google
maps y puso en funcionamiento la opción street view, con ella empezó a callejear por las
calles colindantes con la casa que habían compartido en la ciudad
condal. Había ido una vez, acompañando a Vicky, quizás si seguía el
recorrido llegara a la agencia. Sus recuerdos le decían que el
lugar no estaba lejos de la casa, pero no encontró nada. Hubo un
momento en el que pensó que la había localizado, pero donde creía
que se tenía que haber encontrado la agencia, aparecía una
peluquería.
¿En serio no iba a ser capaz de encontrar la
dichosa agencia?, se preguntó a punto de perder la paciencia.
Estaba investigando el asesinato de su amiga, quedando con hombres
que podrían ser asesinos, y para una pequeña cosa que le pedía la
policía, era incapaz de obtenerla. Se sentía frustrada, no lograría
ayudar a encontrar al homicida con tanta torpeza. Después de tres
horas de búsqueda por internet, decidió dejarlo, empezaba a pensar
que aquella agencia había desaparecido de la faz de la tierra, cosa
no tan extraña, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido.
—Jefe, Cardenete ha logrado entrar en el
ordenador de la segunda víctima, Amaia Pardo. Por lo que ha
encontrado, solo estaba registrada en una única web de contactos.
—Fue Candelas el que comenzó a hablar, a su lado estaba Huertas
asintiendo.
—¿Coincide con alguna de las que utilizaba
la señorita Alonso? —preguntó Suárez, deseando quitar paja de la
investigación.
—Sí, ambas estaban registradas en la misma
web de contactos.
—Bueno, ya tenemos algo por dónde empezar.
¿Qué me podéis decir de la web?
—Se llama conecta.com. Fue creada por un
adolescente hace cuatro años, un friki de los ordenadores. Parece
ser que al chico, todas las compañeras del instituto le daban
calabazas, por lo que creó esta web con dieciséis años para conocer
chicas, en la actualidad cuenta con veinte. Su página creció el
primer año de forma exponencial, nadie se lo podía haber imaginado,
fue un pelotazo. Conocidas webs de contactos quisieron comprársela,
pero él se negó, y ahora está en bolsa. El chaval está forrado. Su
nombre es —Candelas buscó entre los papeles que tenía en la mano—,
sí, aquí está, se llama Félix Santos. Tenemos su dirección. —Le
entregó los datos a su jefe.
—¿Tenemos a algún individuo que hablara con
las dos víctimas? —preguntó Daniel esperanzado.
—Todavía no hemos encontrado ninguno, pero
Cardenete sigue en ello. También está comprobándolo por IP, por si
el mismo sujeto tuviera diferentes perfiles creados —continuó
Candelas.
—Hablamos con las amigas de la chica, tienen
un grupo en el whatsapp, donde se ponen
al día de todo lo que les sucede. —Huertas tomó el relevo a su
compañero—. Les dijo que había quedado con un tal Felipe. Cardenete
ha estado buscando conversaciones con algún Felipe, Pipe o similar,
y no ha encontrado nada. También ha accedido a su email y a su móvil, con el mismo resultado, no ha
encontrado a nadie con ese nombre. Si algo quedó registrado, ha
sido borrado.
—¿Sabemos algo más del tal Felipe? —Daniel
pensaba que ese podía ser el hombre que buscaban, o por lo menos el
último que hubiera visto a la víctima con vida.
—Las amigas dicen que llevaba chateando con
él toda la semana. Estaba muy ilusionada. Les dijo que por el chat
se comportaba de forma educada, que era una persona culta y con
estudios. —Candelas miraba sus notas mientras hablaba—. Le gustaba
mucho la pintura, como a la víctima. La señorita Pardo estudió Arte
en la Universidad, aunque trabajaba en una peluquería —explicó—.
Sus compañeras de trabajo dicen que sobre todo le gustaba maquillar
a las clientas, según ella, era en el único momento en que
expresaba su faceta artística.
—¿Edad? ¿Trabajo?
—Nada, jefe. No saben nada. Se imaginan que
era algo mayor que ella, pero porque a ella le gustaban maduritos,
no porque lo sepan a ciencia cierta. —Huertas levantó la vista de
sus notas—. Eso es lo que dijeron, literalmente. Le calculan unos
treinta y cinco, basándose en el historial de los tíos con los que
acostumbraba a salir, pero a saber. La señorita Pardo les dijo que
era cirujano, pero ninguna se lo creyó, y así se lo transmitieron.
Pensaban que le estaba tomando el pelo. —Daniel asintió, en
internet era muy fácil engañar a la gente, nunca se sabe quién está
al otro lado.
—También hemos entrevistado a un par de
personas más de la lista. Jaime Serrano y Jorge Gutiérrez. Ambos
con coartada confirmada las dos noches. —Ahora era Candelas el que
retomaba la explicación.
—De acuerdo. Tenemos que encontrar a hombres
que se hayan puesto en contacto con ambas víctimas. —Los
inspectores asintieron.
—Estamos con ello. —Todos tenían puestas sus
esperanzas en Cardenete, si había posibilidad de encontrar algo, no
había otra persona mejor para hacerlo.
—Perfecto. Buen trabajo. —Suárez hizo una
pausa—. Verónica —que no se había movido de su lado—, comprueba si
se han producido asesinatos de estas características en Barcelona.
La primera víctima dio a luz allí, quizás sea un asesino que ha
actuado en ambos lugares.
—¿Qué rango de fechas busco?
—Diez años. No creo que haya muchos casos
similares. —Verónica estaba de acuerdo con su jefe.
El inspector Suárez se dirigió a la sala de
descanso a tomar un café, se sentía en un callejón sin
salida.
No podía investigar a todas las agencias de
adopción de Madrid ni de Barcelona, era inviable, no tenía pruebas
ni efectivos, y aunque no fuera así, los jueces eran muy reticentes
a emitir una orden para investigar en ese tipo de lugares, ya que
la información existente allí, es reservada y confidencial.
Y con dos víctimas no era suficiente para
conseguir una orden judicial para que el señor Santos, dueño de la
página de contactos, les diera la información que necesitaban,
datos personales de usuarios protegidos por la LOPD —ley orgánica
de protección de datos de carácter personal—. El juez habría dicho
que la relación entre las víctimas estaba traída por los pelos, no
había pruebas, solo suposiciones sobre el involucramiento de los
usuarios de la página web en ambos asesinatos. Y hubiera tenido
razón, pero era lo único con lo que contaban.
Ambas eran de barrios y clases sociales
opuestos, lo único que les unía, era que utilizaban la misma página
de contactos para encontrar pareja. Además, la noche en que fueron
asesinadas habían quedado con alguien al que habían conocido en una
de esas webs. Que tuvieran un físico similar, en cuanto a color de
pelo y ojos se refería, y que hubieran dado a sus bebés en
adopción, Suárez estaba seguro de que eran singularidades por las
que el asesino elegía a las víctimas.
Si el culpable era un usuario más de la
página, ya estaba siendo investigado. Tenían acceso a los dos
perfiles, gracias sobre todo a la gran labor de Cardenete y a la
ayuda prestada por la amiga de la primera víctima, al facilitarles
su clave de acceso, cosa que les había simplificado el
trabajo.
Solo esperaba encontrar algo, antes de que
hubiera otra muerte.