1 Domingo, 26 de febrero

 

 

—Buenos días, ha llamado al teléfono de emergencias. ¿En qué puedo ayudarle? —La joven que habló lo hizo con desgana, su turno estaba a punto de finalizar, estaba deseando irse a casa y meterse en la cama. Las noches de sábado solían ser agotadoras, demasiadas llamadas por comas etílicos o por peleas en bares.
—Está muerta... —La voz al otro lado habló en un susurro.
—Perdone, puede repetir, no le he entendido. —Cristina ni se había dado cuenta del tono apagado de su voz, apenas le salían las palabras, aún no podía creérselo. Así que, antes de repetir lo que acababa de decir, se secó las lágrimas que le rodaban por las mejillas con la palma de la mano y carraspeó.
—Está muerta, está muerta. —Esta vez, su tono resultó demasiado agudo, histérico, pero no había podido evitarlo.
Se encontraba sentada en el suelo, apoyada en el mueble de la televisión, contemplando, enfrente de ella, el cuerpo de su amiga, desnuda, tumbada en el sofá. Por más que lo intentaba, no podía evitar su mirada, sus ojos sin vida que suplicaban ayuda.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí sentada. Nada más entrar en la casa, según la vio en esa postura antinatural, lo supo. Casi no se había atrevido a tocarla, le había buscado el pulso en el cuello, pero al notar lo fría que estaba y no encontrarle pulsaciones, sus sospechas habían sido confirmadas.
Entonces, se había desplomado en el suelo y había llorado, incrédula e impotente por lo que se había encontrado. Cuando, por fin, había dejado de llorar, había sacado su teléfono del bolsillo del pantalón y había marcado el 112.
—Me puede decir quién llama y la dirección dónde se encuentra. —La joven parecía haber despertado de su letargo.
Cristina le dio los datos de forma mecánica—. Cuarto B. No, perdone, A, ella vive en el A, yo en el B. —No estaba segura de haberle dado toda la información solicitada, hasta que volvió a oír la voz de la chica.
—Cristina, he enviado una ambulancia al domicilio indicado, llegarán en diez minutos. —Sabía que ahora le tocaba tranquilizarla, y tutearla era uno de los primeros pasos para el acercamiento.
—Está muerta. Alguien la ha matado. —La operadora se tensó en la vieja silla, nunca había recibido una llamada de homicidio.
—Cristina, ¿me puedes decir si estás sola en la casa? —Tuvo que repetir varias veces la pregunta, hasta recibir contestación.
—He llegado y no había nadie. Solo ella. Muerta. —Su voz sonó entrecortada, no entendía a dónde quería llegar la operadora del servicio de emergencias, aunque notó cómo se le erizaba el vello mientras miraba preocupada tanto a izquierda como a derecha, comprobando que en el salón estaban únicamente ellas dos.
—Te aconsejo que salgas de la casa, quizás el intruso aún se encuentre en el interior. —Al comprender lo que le acababan de sugerir, Cristina se levantó, mareándose por la brusquedad del movimiento. Tuvo que apoyarse en el mueble unos segundos para recomponerse, y entonces, salió a toda prisa del piso de su amiga, dejando el teléfono tirado en el suelo, justo en el lugar en el que se encontraba sentada unos segundos antes.
—Cristina, ¿sigues ahí? —La voz de la teleoperadora siguió intentando comunicarse, hasta que comprendió que al otro lado de la línea, ya no había nadie.

 

Había entrado en su casa, aterrada, y había dado cuatro vueltas a la llave, el máximo que le permitía la cerradura. Mientras miraba por la mirilla, temblando por lo que pudiera encontrarse, o peor, por a quién pudiera encontrarse, sintió unas fuertes náuseas, así que fue corriendo al baño, donde echó la cena del día anterior. Cuando estuvo segura de que ya no le quedaba nada más en el estómago, se lavó la cara con el agua helada que salía del grifo, levantó la cabeza y se miró en el espejo. No se reconocía, estaba pálida y demacrada, y sus ojos reflejaban todo el miedo que sentía. Se secó con la toalla, frotándose con fuerza, intentando borrar la imagen de Vicky, tumbada en el sillón, desnuda, muerta, y esos ojos, esos ojos suplicantes que la perseguirían en sus pesadillas durante mucho tiempo.
Aún recordaba la última conversación que habían mantenido la pasada noche, antes de que Vicky saliera de casa para dirigirse a su cita con un desconocido al que había conocido en internet. Justo antes de irse, había llamado a su puerta para decirle que ya se marchaba.
—No olvides avisarme en cuanto llegues, estaré despierta en el sillón, esperándote. —Era su protocolo habitual cuando alguna de ellas salía con alguien en una primera cita. Vicky siempre se había reído de ella por su preocupación, pero aun así, nunca había eludido esa ceremonia. Luego, se pasaban horas hablando de la velada y escuchando las opiniones de la otra.
—Por supuesto, no te preocupes, en cuanto llegue paso por tu casa.
—Pásalo bien.
—Eso, seguro. —Vicky le había guiñado un ojo a la par que entraba en el ascensor.
Esa había sido la última vez que la había visto con vida. Intentó guardar ese momento en su memoria, quería recordarla con una gran sonrisa, confiada y llena de energía, tal y como era. No como se la había encontrado, aunque esa imagen no parecía querer irse de su cabeza. Cristina sintió cómo las lágrimas le resbalaban de nuevo por las mejillas, ya no volverían a tener esa conversación nunca más, ni ninguna otra.
Volvió al salón y se derrumbó en el sofá, en el mismo sitio en el que unas horas antes se había quedado dormida esperando noticias. Se encogió en una esquina, tapándose con una manta, ya que estaba tiritando. Se dio cuenta de que había dejado a su amiga, desnuda, en el sofá de su casa, y por un momento se le pasó por la cabeza ir a taparla, pensando que debía de estar helada, pero desechó la idea en cuanto se impuso la realidad, ya no volvería a tener frío.
De repente, llamaron a su puerta, sacándola de su estupor. Desconocía el tiempo que había pasado ahí tirada mirando al infinito, mientras en su cabeza aparecía una y otra vez el cuerpo de Vicky. Supuso que no habría sido mucho, puesto que la chica del servicio de emergencias le había dicho que en diez minutos llegaría una ambulancia. Se figuró que serían ellos. Se levantó pesadamente, se sentía como si le hubieran dado una paliza, y se dirigió, arrastrando los pies, a la entrada para abrirles.
Al otro lado de la puerta, los inspectores Suárez y de la Vega esperaban. Acababan de salir de la escena del crimen en el piso de al lado, donde la Policía Científica se encontraba ejerciendo su labor.
—Verónica, haz tú el interrogatorio. —Ella asintió agradecida por esa oportunidad.
El inspector Suárez confiaba plenamente en ella. No llevaban mucho tiempo trabajando juntos, pero sabía que era despierta y muy inteligente. Cuando hacía dos años le habían asignado a la subinspectora de la Vega, debido a la jubilación de su compañero, en aquel momento no le había hecho mucha gracia, por la poca experiencia de ella en casos de homicidio, pero le había demostrado con creces su buen hacer.
Cuando Cristina abrió, se encontró a un hombre y una mujer trajeados, ambos más altos que ella, si él le sacaba la cabeza, ella no le quedaba a la zaga. Se sintió algo intimidada ante su presencia.
—Señorita Cristina del Saz, ¿verdad? —La que habló fue la mujer. Pero Cristina estaba prestando más atención a lo que ocurría en el piso de al lado que a ellos. Al ver tanto movimiento, se preguntó cómo habrían entrado, y entonces se fijó en que había dejado las llaves puestas en la puerta, había salido tan deprisa que no se había dado cuenta de cogerlas. La mujer repitió su nombre y ella volvió la mirada para concentrarse en la persona que se dirigía a ella. Asintió en silencio—. Somos la subinspectora de la Vega y el inspector Suárez —dijo señalando a su compañero—. ¿Podemos pasar? Nos gustaría hacerle unas preguntas.
Cristina se apartó para dejarles entrar. Se encontraba un poco ida, como si lo que pasaba a su alrededor, en realidad no estuviera ocurriendo, que no fuera más que una pesadilla de la que de un momento a otro fuera a despertar.
Guio a ambos policías al salón, donde se sentó en una de las sillas colocadas alrededor de la enorme mesa de comedor. La mujer se sentó frente a ella y el hombre quedó aparte, de pie, a un lado, observando.
Daniel estudiaba el salón en el que se encontraban. Era amplio, debía de ser casi tan grande como su propia casa, similar al que había al otro lado de la pared, donde sus compañeros trabajaban en ese momento para encontrar evidencias de lo ocurrido. Todo estaba muy ordenado y muy limpio, como si hubiera sido sacado de una revista de decoración. Lo único que indicaba que ahí vivía alguien eran un par de fotografías encima de una estantería. En una, aparecían la mujer que se encontraba hablando ahora con su compañera y un señor mayor, supuso que sería su padre. Y en la otra, ella con la víctima del homicidio, mostrando una gran sonrisa, apoyadas en lo que parecía la borda de un barco, se imaginó que disfrutando de unas vacaciones. Lo único que estaba fuera de lugar en la meticulosa habitación, era una manta tirada a un lado del sofá y la forma descuidada del asiento, que indicaba que alguien había estado allí tumbado. Si su mujer lo hubiera visto, le habría dicho que era un salón moderno con un toque rústico. A ella le encantaba la decoración y a él le divertía escucharla mientras le mostraba imágenes de diferentes publicaciones.
Como Verónica ya había empezado el interrogatorio, se centró en la conversación que mantenían. La mujer estaba lívida y decaída, se mostraba muy afectada, presumiblemente era la primera vez que se había topado con un cadáver. A lo largo de su vida laboral, se había encontrado a muchas personas con ese mismo gesto, una mezcla de dolor, miedo y sorpresa. Se fijó en ella, era guapa, llevaba el pelo moreno recogido en un moño medio deshecho, el brillo de sus ojos marrones y el color rosado a su alrededor, le indicaban que había estado llorando.
—Tranquila, cuéntenos lo que ha sucedido. —La voz de Verónica sonaba suave, con un tono que daba confianza. Vio cómo acercaba su mano a la de ella para reconfortarla.
—Anoche, Vicky había quedado con un hombre que conoció en internet. Antes de irse, me avisó, como hacíamos siempre. Y cuando regresara, tenía que venir a mi casa para que yo supiera que estaba bien, y de paso, contarme cómo había ido. —Hablaba con apatía mientras miraba a un punto imaginario, como si lo que ocurría a su alrededor realmente no estuviera pasando. El inspector sabía que estaba en la primera etapa del duelo, la negación, lo había visto demasiadas veces.
—Pero no apareció. —Cristina negó con la cabeza—. ¿Y qué sucedió entonces? —continuó preguntándole la subinspectora.
—Yo, como siempre, estuve esperándola viendo la televisión. Pero en algún momento, me debí de quedar dormida en el sofá. —Miró al lugar donde se encontraba la manta—. Cuando me desperté esta mañana, me resultó raro que Vicky no hubiera pasado por aquí, así que me preocupé. Nunca había llegado tan tarde a casa, eran más de las siete de la mañana.
—¿No pensó que quizás le hubiera ido bien la noche? —La sonrisa de la subinspectora dejó claro a qué se refería.
—No. Otro motivo por el que manteníamos nuestro ritual era para no acostarnos con un tío en la primera cita, era una máxima de ambas. —Cristina se encogió de hombros, quizás fuera una estupidez, pero ambas pensaban que ese modo de actuar mantenía el interés del hombre.
—De acuerdo, continúe por favor. Entonces, al despertar y no saber nada de su amiga, ¿qué hizo?
—Salí de mi casa y llamé al timbre de la suya, pero como no me abrió, incluso después de mi insistencia, volví para coger las llaves —yo tengo una copia de sus llaves, y ella tiene una copia de las mías—, y me acerqué a ver por qué no sabía nada de ella a esas horas. Pensaba que quizás no la había oído llamar, o que no había pasado por mi casa por algún motivo, cansancio o porque la cita había sido un desastre, en ningún momento me imaginé... —Verónica hizo un ademán con la cabeza instándola a que continuara con la historia—. Cuando entré, la vi tumbada en el sofá. Recuerdo que pensé que debía de estar viendo la televisión, pero la tenía apagada, y estaba desnuda, cosa que me resultó chocante. Me acerqué a ella, llamándola por su nombre, pero no me contestó. Cuando me situé a su altura, vi que su mirada estaba apagada, miraba al infinito. Entonces lo supe. Estaba muerta. Le toqué el cuello buscándole el pulso, pero no había. Di unos pasos hacia atrás, hasta que choqué con un mueble, y me derrumbé, caí al suelo y lloré. Cuando me encontré con las suficientes fuerzas, cogí el teléfono y llamé al servicio de emergencias. El resto, ya lo conocen. —En ese momento cayó en la cuenta—. Creo que me dejé el teléfono allí. —Cristina miró la base vacía de su inalámbrico. Cuando iba a casa de Vicky era el que solía llevarse, siempre lo tenía más a mano que el móvil, que solía dejarlo en el bolso. Lo cogía de forma automática, pasaba mucho tiempo allí y quería estar comunicada por si su padre la llamaba.
Al inspector no se le pasó por alto la frialdad de su actuación. Cuando un amigo de la víctima encuentra su cadáver, lo habitual es que intente espabilarlo con movimientos bruscos, quieren convencerse de que aún vive, o por el contrario, lo abrazan mientras lloran desconsolados, muy poca gente se permite no tocar apenas el cuerpo, tal y como había hecho la señorita del Saz.
—¿Sabe con quién había quedado anoche? —Continuó preguntando Verónica.
—No recuerdo su nombre. No creo ni que me lo dijera. He estado pensando en ello, repasando nuestras últimas conversaciones en este rato, mientras les esperaba, y no he llegado a nada. Si me lo dijo, no lo recuerdo. —Cristina se sentía impotente e inútil, no podía creerse que no supiera nada del tipo con el que había quedado Vicky la noche anterior.
—¿Cuál era la relación que le unía a la víctima? —En cuanto pronunció la última palabra, Verónica se dio cuenta de su error—. Perdone, ¿cuál era su relación con la señorita Alonso?
—Nos conocíamos desde niñas. —Cristina se internó en sus recuerdos—. Vivíamos en el mismo barrio, ambas crecimos en el barrio de Salamanca. Fuimos al mismo colegio, Nuestra Señora de Loreto, en O’Donnell. Incluso nacimos en el mismo hospital, en Santa Cristina, lo que es ahora la maternidad. Fuimos inseparables hasta llegar a la Facultad. De pequeñas nos llamaban Zipi y Zape, ella rubia y yo morena, aunque más que por el físico, era por las trastadas que se nos ocurrían. —Sonrió al rememorarlo—. Cada una eligió una carrera diferente, ella era de ciencias y yo de letras, pero nunca perdimos el contacto. Y después, cuando terminamos los estudios y empezamos a trabajar, decidimos comprarnos un piso, juntas, cerca, para cuidarnos la una a la otra. —Cristina despertó de sus ensoñaciones con un resoplido, advirtiendo la ironía de la situación.
—¿Era habitual que su amiga tuviera citas con hombres que conocía en internet? —Cristina la miró un poco incómoda, le daba la impresión de que la subinspectora estaba insinuando que se lo había buscado, que había sido la que había forzado esta situación por su comportamiento impúdico. Respiró hondo, y decidió no dejarse llevar, solo estaba haciendo su trabajo.
—De vez en cuando. Ella es informática, se dedica a hacer aplicaciones para móviles y trabaja mucho en casa, casi no sale, ni se relaciona con nadie, aparte de mí, claro. Así que utiliza a menudo páginas de citas para conocer gente nueva. —Cuando terminó de hablar se percató de que había utilizado el presente, ella ya no podría volver a hacer nada de eso.
—¿Quiere un vaso de agua? —El que habló fue el hombre. Cristina se sobresaltó, aún no había abierto la boca y le sorprendió la fuerza que desprendía su voz. Asintió, así que el inspector se acercó a la cocina, situada al lado de la entrada principal.
Como en el salón, todo estaba muy pulcro y ordenado. Se imaginó que tendría a alguien que le limpiara la casa de forma regular. A ambas la vida les había tratado bien en cuanto a economía se refería, se habían criado en uno de los mejores barrios de Madrid y también se habían asentado en él. Por lo que conocía de la zona, los pisos eran amplios y el precio del metro cuadrado elevado. Tuvo que abrir un par de armarios hasta que encontró un vaso que llenó con agua del grifo. Cuando volvió al salón, se lo entregó a la testigo y observó cómo se lo bebía de un trago.
—Beba despacio. —Daniel hizo un suave movimiento de cabeza, sabía lo que vendría a continuación.
Cristina tenía la boca seca, por lo que en cuanto recibió la bebida, no pudo evitar tomarla de forma apresurada. Cuando dejó el vaso vacío encima de la mesa, se dio cuenta de su error. Se levantó y corrió de nuevo al baño, donde volvió a vomitar. Cuando hubo terminado, se lavó la boca con enjuague bucal para quitarse el mal sabor.
—Discúlpenme —dijo al entrar en la estancia en la que los inspectores la esperaban en el mismo lugar donde los había dejado. Se acercó a un cajón de la cómoda y cogió un caramelo de eucalipto, de esos que guardaba para los catarros, para que le suavizaran la garganta en sus habituales ataques de tos, pero esta vez, lo utilizó para evitar la sequedad.
—Si recuerda algo más, por favor, no dude en ponerse en contacto con nosotros. —El inspector volvió a hablar mientras le entregaba su tarjeta, ella asintió en silencio dejándola sobre la mesa de modo instintivo.
Ambos policías se despidieron y salieron del piso, pensando en que necesitaba asumir lo acontecido en las últimas horas, para serles de ayuda.
En cuanto se marcharon, Cristina se dejó caer en el sofá e intentó recordar algo útil de las conversaciones con su amiga. Su intuición le decía que lo más probable era que el cabrón que le había hecho eso a Vicky, fuera el mismo con el que había salido a cenar.

 

Los inspectores salieron del edificio, todavía intentando entender la escena del crimen que acababan de visitar, ambos estaban bastante desconcertados. Ya en el coche, el inspector Suárez se sentó en el asiento del conductor y su compañera a su lado. Acababa de arrancar, cuando le preguntó por su parecer.
—¿Qué opinas?
—No sé qué decirte. Me ha sorprendido mucho la limpieza del lugar, no había sangre por ningún sitio, apuesto a que la víctima fue asfixiada.
—Es una posibilidad. ¿Qué más? —convino el inspector.
—No había hematomas vaginales. Si la autopsia confirma que hubo penetración, esto revelaría que el sexo fue consentido, por lo que conocía a la víctima. Quizás la cita online que nos comentaba su vecina.
—Parece plausible. ¿Qué más? —Verónica miró a su jefe, sabía que la estaba forzando para sacar lo máximo de ella, pero a veces, se sentía demasiado presionada. De todas formas, siguió con sus intuiciones.
—Es una persona rigurosa en extremo, muy organizada. —Hizo una breve pausa para aclarar sus ideas—. Tiene gran dominio de sí mismo, ha sido capaz de asesinar a alguien a sangre fría y luego ha dejado un escenario del crimen especial. La puesta en escena es impresionante. —Daniel asintió, estaba totalmente de acuerdo con ella. Le hizo un gesto con la cabeza alentándola a proseguir—. Eso me lleva a pensar que es cauto, preciso y no es para nada impulsivo.
—Por lo que veo asumes que es un hombre. —Verónica lo miró pensativa.
—¿Tú no?
—Es lo más probable, pero todavía no podemos cerrar las puertas a la posibilidad de que se trate de una mujer. ¿Qué más?
—Creo que ni la Científica ni la autopsia van a encontrar huellas, como decía, lo ha organizado de forma perfecta. Por ello entiendo, que lleva observándola algún tiempo.
—No está mal. —Le sonrió el inspector, se sentía orgulloso de su compañera, lo rápido que aprendía le seguía sorprendiendo—. Veremos qué nos depara la autopsia.
Se quedaron ambos en silencio, pensando en lo extraño de la escena del crimen que habían presenciado. A Daniel, la postura en que el asesino había dejado el cuerpo le daba mucho en qué pensar, en cuanto la vio, se dio cuenta de las similitudes con La maja desnuda, el conocido cuadro de Goya. Su compañera sabía que había algo singular en la colocación del cuerpo, pero no había mencionado el cuadro. Tendría que comparar las fotografías que habían realizado sus compañeros con la pintura, aunque conocía la obra de tantas visitas al Museo del Prado. Y sabía por tanto, que la posición era la misma que la de la maja, los brazos doblados y las manos detrás de la cabeza, apoyada sobre un costado, no sobre la espalda. Pero tenía que asegurarse que el resto de la escenografía que había preparado el asesino, coincidía con la existente en el lienzo. Eso le preocupaba, y si era así, ¿por qué lo habría hecho?, ¿querría decirles algo?
—¿Por qué sigues llevando la alianza? —Verónica rompió el silencio que se había formado en el interior del vehículo, y como de costumbre, con una pregunta de lo más inapropiada. Daniel se miró el dedo anular de la mano izquierda, donde exhibía el anillo de oro blanco. Se había divorciado hacía tres meses, si bien, llevaban vidas separadas desde hacía más de un año.
—No es por lo que crees. —Verónica resopló, sabía que era exactamente por lo que ella creía—. Se liga más con él puesto.
—¿En serio? —Verónica intuía que estaba improvisando sobre la marcha, pero tenía curiosidad por esa afirmación, muchos de sus amigos opinaban lo mismo.
—Sí. Las cosas han cambiado. Dios, cómo han cambiado desde que empecé a salir con Cruz. —Recordó cuando conoció a su exmujer en un bar de Huertas, en el centro de Madrid. Ella estaba con sus amigas celebrando el fin de exámenes de la Universidad, y él estaba con unos amigos en una despedida de soltero. En cuanto la vio, supo que esa mujer era para él, aunque el tiempo le había demostrado cuán equivocado estaba—. Ahora lleváis vosotras la batuta, antes también, pero ahora es diferente. Sois vosotras las que no queréis ataros a nadie, disfrutáis de la libertad y no queréis ningún compromiso. Por lo que si quiero echar un polvo, es más fácil llevando alianza, así dejo claras mis intenciones.
—¿Y si alguna de ellas te gusta y quieres más? —Se encogió de hombros.
—De eso ya me ocuparé cuando llegue el momento. —Sonrió, porque en la actualidad no se imaginaba con ninguna persona.
—De todos modos, creo que deberías quitarte la alianza y olvidarte de Cruz. Ella lo ha hecho. —No dijo nada. Daniel sabía que su compañera tenía razón. Su gesto tenso, dejaba entrever lo que le dolía esa afirmación.
2 Lunes, 27 de febrero

 

Los inspectores Suárez y de la Vega se encontraban delante de una pizarra en comisaría, analizando las semejanzas entre el escenario del crimen y el cuadro de Goya.
—Son sorprendentes las coincidencias. —Verónica miraba las fotografías colocadas en la pizarra—. ¿Crees que el asesino nos quiere decir algo? —Daniel se encogió de hombros. Estaba seguro de que el asesino había creado esa escena por algún motivo, pero no podía imaginarse por qué.
—La pared del salón de la víctima, en el que se apoya el sofá, es de un marrón chocolate muy similar al fondo de la pintura. Al igual que el sofá verde, además, utilizó una colcha y unos cojines que pertenecían a la cama de la señorita Alonso, y que eran de un tono muy parecido al de la obra, incluso en el detalle de los encajes.
—¿Crees que escogió el cuadro al ver la decoración del salón y del dormitorio?
—Dudo que lo decidiera en el momento del asesinato. Como tú dijiste, pienso que es alguien organizado y muy riguroso, no creo que se arriesgara a tomar decisiones de última hora.
—Así que asumimos que el asesino conocía a la víctima.
—O por lo menos conocía el piso de la víctima, quizás por fotografías o porque ya había estado en él —sentenció Daniel—. Su posición representa el atrevimiento que plasmó Goya en su óleo. —Verónica se lo quedó mirando, no comprendía lo que quería decir. A Daniel no le pasó desapercibida la cara de su compañera—. Me refiero al erotismo que demuestra la víctima en esa posición, es una postura sin ningún tipo de decoro o recato, parece que te está mirando directamente, mientras te muestra su sonrisa más sensual. Los brazos bajo la nuca, entregándose sin ningún pudor, el cuerpo pálido, dando luminosidad al conjunto y sensación de calor corporal, y las piernas sin cruzar.
—¿Las piernas sin cruzar? —le interrumpió Verónica.
—Antes de La maja desnuda, las venus que se pintaban, mantenían sus piernas cruzadas, de forma que no mostraban el vello púbico. Esta obra fue dotada de un alto carácter erótico para su época, de hecho, fue requisada por la Inquisición y Goya fue llevado a juicio. Afortunadamente, ni Francisco de Goya fue condenado, ni el cuadro destruido. —Daniel hizo una pausa, estaba impresionado por el trabajo del asesino, no podía dejar de contemplar las similitudes. Verónica lo observaba, atónita por sus conocimientos de arte—. Desde luego, el asesino se tomó su tiempo.
—Sabes mucho sobre este cuadro. —Daniel la miró, dejando a un lado el análisis que estaba realizando.
—Bueno, es una de mis pasiones. La pintura. De todas formas, hay algo que no me cuadra. —Verónica le prestó toda su atención—. La maja desnuda es morena y tiene los ojos oscuros, pero nuestra víctima es rubia con ojos azules. Es apenas la única diferencia con el lienzo, pero creo que es importante, tiene que significar algo. —Daniel apartó la mirada de las fotografías realizadas en el escenario del crimen al oír a Huertas y Candelas llegar.
—Jefe, hemos revisado la grabación de la cámara de seguridad que había a la entrada del edificio. —Huertas estaba al otro lado de la mesa de su jefe junto a Candelas, quien llevaba una memoria USB en la mano—. El portero nos ha hecho una copia. Se mostraba bastante afectado, la chica lo trataba con cariño, según nos ha contado, muchas veces le regalaba galletas o bollos caseros. Por lo visto, cuando estaba estresada le daba por cocinar para relajarse.
—La grabación, ¿habéis encontrado algo? —Daniel lo interrumpió viendo que se desviaba del tema que les ocupaba.
—Se ve a la señorita Alonso entrar con alguien. —El inspector Candelas tomó el relevo de la explicación, mientras conectaba el pendrive al ordenador de su jefe, y les mostraba el momento al que estaba haciendo referencia—. Lleva un abrigo largo, bufanda y gorro, no se puede distinguir siquiera si es hombre o mujer. Camina a su lado con la cabeza gacha, por lo que la grabación no recoge nada que nos pueda ayudar. Lo único que podemos asegurar es que es bastante más alto que la víctima. —Daniel estaba de acuerdo, no se apreciaba ningún detalle que les diera una pista de quién podía ser el sujeto que accedía al portal con la víctima.
—¿Se le ve salir? —Por la hora podrían determinar si era el asesino, o este llegó después, pensó Daniel.
—No, jefe. El equipo de grabación que tienen les está dando muchos problemas. El conserje nos ha dicho que a veces deja de grabar sin venir a cuento. Lo han reportado a la empresa de vigilancia del edificio, pero hasta ahora no habían hecho mucho caso. Cuando nos íbamos, ha llegado un representante de la compañía pidiendo disculpas por la incidencia producida en sus equipos. Creo que estaba más interesado en saber si se les iba a interponer una demanda, que en el asesinato.
—Mierda. —Seguían sin tener nada.
En ese momento, sonó el teléfono en la mesa de Suárez, así que dejó sus suposiciones para atender la llamada. Los inspectores lo observaban, mientras él asentía a la persona que estaba al otro lado de la línea.
—De acuerdo, vamos para allá. —Después de colgar, miró a Verónica—. El doctor Mena tiene algo que enseñarnos.

 

—Inspectores, qué rapidez. —En cuanto Daniel colgó el teléfono, se habían dirigido al Instituto Anatómico Forense sin demora. Acababan de atravesar la puerta de la sala de autopsias, sabiendo que el doctor Mena se encontraría allí trabajando.
—Tiene algo para nosotros, ¿verdad?
—Como siempre directo al grano, Suárez. —Era algo que al doctor le gustaba del inspector, no se andaba por las ramas.
—No hay tiempo que perder. —Tanto Suárez como de la Vega se dirigieron hacia el forense con paso decidido. Cuando llegaron a su altura, comprobaron que el cuerpo encima de la mesa era el de la señorita Alonso, la víctima, cubierta con una sábana hasta la altura del cuello.
—Ya conocemos la causa de la muerte. Murió de un infarto. —Los dos inspectores lo miraron asombrados, eso no se lo esperaban—. Debido al paso de gas por la arteria subclavia izquierda, se produjo un incremento de presión en el ventrículo, y la consecuencia, fue un infarto de miocardio tras la embolización de un volumen de gas significativo, lo que permitió invertir el gradiente de presión entre los ventrículos.
—Y eso en cristiano significa... —Daniel le demandó una explicación para desconocedores de la materia.
—Lo que quiero decir, es que sufrió un infarto debido a un émbolo de aire introducido en la arteria.
—¿Y cómo fue introducido el aire? —preguntó Verónica con curiosidad. El doctor bajó la sábana para que pudieran ver lo que había encontrado, dejando visible parte de la costura realizada sobre el pecho. Levantó el brazo izquierdo de la joven, y a continuación, les acercó la lupa, para que vieran lo que les quería mostrar.
—¿Veis ese pequeño punto en la axila? —Ambos inspectores se acercaron a la lente, encontrándose con un ínfimo punto donde les señalaba. Se asombraron de que no se le hubiera pasado por alto al médico, parecía casi indetectable—. El asesino le inyectó el aire en la arteria por ahí.
—Entiendo que esto solo lo puede hacer alguien con considerables conocimientos de anatomía.
—Efectivamente, Suárez. Quien introdujo la jeringa, sabía a dónde debía dirigirse. Lo hizo a la primera y sin producir ningún desgarro, ni interno ni externo.
—Pero no hay contusiones en el cuerpo ni signos de violencia, ¿cómo le realizó la punción sin que la víctima consintiera?
—Inspector, creo que su trabajo es averiguarlo —indicó el doctor con una sonrisa en la cara.
Touché —reconoció Daniel. El doctor Mena soltó una fuerte carcajada y el inspector se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo, por lo que le rio la gracia—. Cuéntenos qué ha encontrado.
—He encontrado restos de escopolamina en la vejiga.
Daniel conocía ese tóxico, su consumo en discotecas se había visto acrecentado en los últimos tiempos. Muchos hombres se lo echan en la copa a las mujeres para doblegar su voluntad. Por este motivo, se habían incrementado las agresiones sexuales, e incluso los robos. Además, en apariencia las personas que lo han tomado se encuentran en un estado normal, por lo que ni ellas mismas se dan cuenta de que necesitan ayuda por haber sido drogadas. Su uso estaba aumentando también, por la facilidad con que se adquiría en internet a bajo precio.
—¿Eso es burundanga, verdad? —intervino Verónica.
—Exacto, subinspectora de la Vega. Y hemos tenido suerte, porque este fármaco desaparece de la sangre en un lapso de tiempo muy breve, pero se mantiene en la orina unas doce horas.
—Si no me equivoco, con una sobredosis de esta droga, podía haber matado a la víctima. ¿Por qué no utilizarla entonces? —preguntó Verónica.
—Supongo que porque lo que le interesaba no era matarla antes de tiempo. Esta droga produce un estado de sumisión química, la víctima hace todo lo que se le pide. Por lo tanto, esto explica cómo llegó a su casa sin que opusiera ninguna resistencia —dedujo el inspector.
—Y ya en su casa, montó su decorado particular —concluyó Verónica.
—¿Mantuvo relaciones sexuales con ella? —Daniel continuó con la siguiente pregunta lógica.
—No hay hematomas vaginales ni presencia de semen. Tampoco se han detectado restos de espermicidas. Por lo que no hay nada que indique que las hubiera. —El doctor les pasó una copia del informe que su equipo había redactado para la investigación.
—¿Restos de ADN?
—Nada. La víctima está limpia.
—¿La hora en que se produjo el homicidio?
—Calculo que entre las dos y las tres de la madrugada del domingo.
—La grabación muestra que la víctima llegó a casa sobre las doce de la noche, pudo ser el acompañante o alguien que llegara a posteriori. —Fue un pensamiento dicho en voz alta. Daniel sabía que les hubiera sido de gran ayuda que la toma de imágenes en el portal hubiera sido completa—. ¿Algo más?
—No tengo nada más que contarles, los detalles están reflejados en el informe. Y recuerden, los muertos no mienten —les dijo a modo de despedida.
—Gracias, doctor Mena.
Los dos inspectores salieron del edificio, callados. Daniel intentaba ordenar en su cabeza toda la información que acababan de recibir, intentando encontrarle algún sentido.
—¿Quizás un médico?, ¿un veterinario? —Verónica interrumpió sus cavilaciones.
—Practicantes, profesionales de enfermería, ATS, no sé, ¿cuánta gente crees que puede realizar un pinchazo directo a una arteria sin que le tiemble el pulso? —Se encogió de hombros.
—La verdad es que es un buen método si no quieres que nada enturbie tu puesta en escena. —Daniel miró a su compañera, acababa de hacer una interesante observación.