EPÍLOGO

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… Siete años después.

En el cementerio, Joel miraba en silencio la tumba donde se podía leer la inscripción: «Familia García Sanz». Con todo el tiempo transcurrido desde el accidente y gracias a la ayuda de Lorena, Joel por fin había podido ir a despedirse de sus padres y de su hermano y pedirles perdón por no haber sido un buen hijo los últimos dos años que habían estado juntos. Allá donde estuvieran, sabía que le habrían escuchado; él siempre los llevaría en el corazón.

Lorena, que había permanecido apartada para darle a Joel unos minutos a solas, se fue acercando poco a poco hasta entrelazar los dedos con los suyos. Ante este contacto, él la miró y le sonrió antes de besarla en la frente.

—¿Estás bien?

—Sí. Gracias.

—¿Y eso? —preguntó Lorena sin dejar de sonreírle.

—Por ayudarme a superar todo y estar ahora aquí conmigo.

Lorena se puso de puntillas y le besó la mejilla.

—Ya sabes que siempre estaré a tu lado para hacerte feliz: es mi prioridad.

—La mía es seguir haciendo que no te separes de mí, quererte y cuidar de ti…, de vosotras —se corrigió Joel llevando la mano al abultado vientre de Lorena.

La pequeña Leire, nombre que le pondrían a la niña, nacería en apenas cuatro meses y, a pesar del miedo que tenía Joel, Lorena siempre lo tranquilizaba insistiéndole en que su hija no podría tener un padre mejor. Joel se volvía loco cuando por las noches besaba el vientre de Lorena y notaba a su pequeña moverse como respondiendo al beso de su padre. No había nacido y ya la quería más que a su propia vida.

—¿Nos vamos? —preguntó Joel.

Lorena asintió y cogidos de la mano abandonaron el cementerio.

En esos últimos siete años, Álvaro había aceptado a Joel y, cuando le dio la oportunidad de conocerlo, se convenció de que era una gran persona; por suerte hasta la fecha se llevaban bien. Alicia consiguió sacar la carrera de Magisterio de Primaria y ahora estaba en Londres para perfeccionar su inglés. Rosa y Sebastián se pusieron muy contentos cuando se enteraron de que iban a ser abuelos, y Javier, a sus quince años, estaba dispuesto a malcriar a su pequeña sobrina. Noa y Leo vivían felices junto a sus mellizos y en apenas dos meses contraerían matrimonio. ¿Quién hubiera dicho cuando se conocieron que esos dos fieros acabarían formando una familia?

Lorena se trasladó a vivir a casa de Joel cuando acabó la carrera de nutricionista y enseguida ambos encontraron trabajo. Lorena comenzó a trabajar en el hospital atendiendo algunos casos de trastornos alimentarios y a Joel le contrató una importante constructora. Cinta había crecido, pero, a pesar de los siete años que tenía, seguía siendo ante todo juguetona. En particular por las mañanas, cuando saltaba a su cama y comenzaba a chuparles a los dos para que la sacaran a pasear y le tiraran la pelota en el parque. Estaban felices.

El día del cementerio cenaron con Rosa y Sebastián, quienes estuvieron muy pendientes de Lorena, hasta que ella, cansada, les aclaró que estaba embarazada, no enferma. A medianoche, Lorena y Joel regresaron a su casa, pero, en vez de subir, dieron primero un pequeño paseo y se detuvieron al llegar al lugar exacto donde aquel mágico día chocaron y se conocieron. A esa hora las calles estaban vacías, así que Joel aprovechó el momento. Nervioso, sacó una cajita cuadrada de terciopelo negro del bolsillo trasero del pantalón y se arrodilló ante Lorena.

—Lorena Montenegro Garrido, eres la mujer que me devolvió las ganas de vivir, de querer y ser querido. Deseo seguir a tu lado compartiendo risas, confidencias y lágrimas. Deseo disfrutar de una vida junto a ti como mi mujer. —Y abrió la caja para mostrar el precioso anillo formado por dos aros entrelazados con un único y elegante diamante—. ¿Me regalarías el placer de casarte conmigo?

Lorena sonrió y se echó a sus brazos para besarlo como deseaba, con todo el amor que sentía por él e inmensamente feliz por lo que le acababa de proponer.

—Sí, quiero… Y no solo deseo compartir contigo risas, lágrimas y confidencias, sino también emociones, enfados…, y dentro de poco, lloros, biberones y pañales.

Joel sonrió y le colocó el anillo en el dedo para después besarle los nudillos. Al llegar a su casa, celebraron su próximo enlace como mejor sabían: haciendo el amor con ternura y sin dejar de besarse mientras Joel acariciaba el lugar donde se encontraba su hija.

—Siempre conmigo —susurró Joel abrazándola contra su pecho y besándole la frente.

Lorena se alzó un poco hacia él para juntar las frentes y confirmó antes de besarlo:

—¡Siempre!

FIN