CAPÍTULO 14
Lorena daba patadas al aire e intentaba huir de los brazos de sus agresores, pero no tenía fuerza suficiente. Eran dos chicos corpulentos contra ella y todos sus esfuerzos para liberarse resultaban inútiles.
—Muy bien, rubita, ahora vas a ser buena y te vas a estar quietecita mientras te enseño cómo me suelo follar a mi puta madre. Vas a disfrutar como una perra mientras te la meto una y…
No acabó su amenaza: unos brazos lo habían apartado de ella y lo habían estrellado contra el suelo. Lorena también fue a dar contra la dura acera debido al impulso. Estaba asustada por lo ocurrido, muy asustada. Se aprestó a levantarse y a huir aprovechando que los chicos estaban ocupados con su salvador, pero se quedó de piedra al reconocer a Joel en esa pelea que los dos agresores habían iniciado.
Los tres estaban concentrados en la lucha dándose puñetazos y arrojándose al suelo. Lorena se sorprendió de cómo Joel sabía defenderse y atacar, y por la expresión de su rostro comprendió que no era la primera vez que tenía una pelea de ese tipo, e incluso parecía que conocía a los dos chicos. Lorena gritó cuando vio cómo uno de ellos lanzaba un puñetazo a Joel, pero él lo detuvo y, agarrándole del antebrazo, le colocó el brazo en la espalda inmovilizándolo por completo antes de tirarlo al suelo.
Los agresores de Lorena, heridos y agotados, alzaron las manos en señal de rendición, pero Joel quiso echarse de nuevo sobre ellos, aunque Lorena lo impidió.
—¡Joel, basta, por favor! —le pidió Lorena poniéndole las manos en el pecho para detenerlo—. Mírame, mírame… Basta. Se acabó.
Joel, no había podido dejarla marchar del modo en que lo había hecho, por lo que salió detrás de ella y, cuando vio que esos dos imbéciles la sujetaban y que sus intenciones eran violarla, se le heló la sangre y no dudó en pelear con ellos. Al ver la súplica en los ojos de Lorena para que se detuviera, miró con furia a los dos agresores y la abrazó. Lorena notaba la tensión de Joel y empezó a acariciarle la nuca para que se calmara
—Dime que estás bien. Si te hubieran hecho algo esos dos desgraciados por mi culpa, yo…
—Chissst —protestó Lorena—, estoy bien, no han podido hacerme nada. Llegaste a tiempo, pero si me hubiesen hecho algo no habría sido culpa tuya, y no quiero que lo sientas así, ¿vale?
Joel asintió con la cabeza y fue bajando poco a poco los labios hasta los de ella, pero, antes de que los alcanzara, la voz de uno de los chicos les interrumpió:
—Vaya, García, veo que es verdad que ya no eres el de antes. ¿No echas de menos ser unos de los nuestros? ¿Has olvidado lo bien que lo pasábamos juntos? Por lo que parece, ahora prefieres tener a una putita para ti solo. Es una lástima. La rubita está buena.
—¡Vuelve a dirigirte a ella así y te parto la cara! —amenazó Joel mientras apretaba más a Lorena contra su cuerpo—. Largaos de aquí antes de que os eche yo mismo.
El chico hizo un amago de sonrisa maliciosa y, dando un paso hacia atrás, se limpió la sangre del labio con la manga de la chupa que llevaba.
—Muy bien… Pero antes de irnos, una cosita. ¿Sabe tu novia lo que hiciste aquella noche? Yo creo que no, porque, en ese caso, dudo que quiera estar con alguien como tú. Así es, preciosa —dijo mirando a Lorena—, que sepas que tu novio tiene un pasado bastante oscuro y, cuando lo descubras, verás que el tipo con el que estás saliendo es peor que nosotros. Arrivederci!
Joel y Lorena se quedaron un minuto en silencio mientras veían como los dos chicos se alejaban. Lorena aún temblaba, pero se sentía segura en los brazos de Joel, aunque también comenzaba a sospechar que le ocultaba muchas cosas. Joel conocía a esos dos chicos, y las últimas palabras de uno de ellos habían provocado más dudas en Lorena. Primero Alan le había dicho que era un asesino, Rubén se lo desmintió, aunque había añadido que el pasado de Joel no era un modelo a seguir, y ahora ese chico aseguraba que si supiera lo que hizo una noche, que si lo descubría, no estaría con él. ¿Qué pasado tan terrible ocultaba Joel? Lorena alzó la vista para mirarlo. Tenía la mirada perdida y algunas heridas en la cara por la paliza. Se separó un poco de él para que la mirara y para acariciarle el pómulo. Ante este gesto, Joel bajó la mirada hacia ella hasta que chocaron sus frentes.
—Vamos arriba a curarte esas heridas, y en cuanto acabe te tumbas en la cama. Estás muy nervioso y necesitas tranquilizarte.
—Está bien. Vamos.
Joel entrelazó los dedos con los de Lorena y subieron en silencio al piso. Ella le cogió las llaves y abrió la puerta. Mientras se dirigía a la cocina a por el botiquín, Joel fue dolorido a su habitación. Necesitaba acostarse. Respiró profundamente tratando de ordenar todo lo que había pasado en tan pocos minutos. El asunto de Alan, la discusión con Lorena y la paliza con el Monxo.
Antes de que la vida de Joel diera un giro radical, era como ellos. Se emborrachaba y en alguna otra ocasión había consumido drogas. Intimidaba a las chicas hasta el punto de asustarlas, pero todo eso se desvaneció aquella fatídica noche. Daba igual lo que hubiera cambiado: su pasado siempre lo perseguiría.
—Joel —le sobresaltó la voz de Lorena—, ¿te encuentras bien?
Estaba en el umbral de la puerta con cara de preocupación y sujetando un algodón mojado con los dedos de la mano derecha.
—Sí —respondió en un susurro mientras se sentaba en el borde de la cama—. Siento todo esto, Lorena, lo siento mucho. Yo no suelo comportarme así, pero cuando he ido a buscarte y te he visto en manos de esos hijos de puta, me he descontrolado. No sé qué me ha sucedido, pero…
—Tranquilo, no pasa nada —dijo acercándose despacio a él—. Lo importante es que ambos estemos bien. No le des más vueltas, además yo también quiero disculparme por el modo en que te he hablado antes. Me ha sorprendido y he reaccionado mal. Sé que tú solo querías ayudarme, pero odio ese tema, me he agobiado y lo he pagado contigo. Perdóname.
—No hay nada que perdonarte, y debería haber cerrado la boca al ver cómo empezabas a agobiarte y a ponerte nerviosa ante mi insistencia en querer saber quién era ese malnacido.
Lorena se acercó a Joel y se colocó delante. Le levantó el rostro y con cuidado fue curándole la herida del pómulo y luego la de la comisura de los labios. Ninguno dijo nada, permaneciendo todo el rato en silencio mientras Joel no apartaba la mirada de los ojos azules de su cuidadora. Los veía apagados, ni risueños ni alegres como a él le gustaban. Cuando Lorena hubo acabado, se separó de él para tirar el algodón a la basura, pero Joel la cogió por el brazo haciendo que el algodón cayera al suelo y, sin que ella tuviera tiempo de reaccionar, la sentó sobre sus rodillas y la besó. Fue un beso apasionado en el que ambos jugaron con la lengua del otro, provocando que se le escapara algún gemido a Lorena.
—¿Y esto? —preguntó inocente Lorena, que aún seguía en las rodillas de Joel, sonriendo y extrañada por ese ataque de pasión.
—Porque odio ver esos preciosos ojos tristes. Me gusta encontrarme a la Lorena alegre y risueña que hace que sonría como un idiota mientras Leo se burla de mí. Me gusta ver a la Lorena desafiante que me encontré en la plaza por primera vez. Me gusta la Lorena que habla con ternura de los niños que cuida. Y la que se preocupa por su familia y hace lo posible por seguir adelante. Y me gusta la que en sus ratos libres disfruta de la compañía de sus amigos, esa Lorena despreocupada que por unas horas se olvida de los problemas del día a día.
Lorena se había quedado sin palabras y, reteniendo las lágrimas, se levantó para ponerse a horcajadas y besarle como deseaba. Metió la lengua en la boca de él mientras le agarraba de la nuca para hacer más profundo el beso. Joel le rodeó la cintura con los brazos de modo que se pegara más a su cuerpo y poco a poco abandonó los labios y descendió hasta besarla en la zona del cuello donde le latía el pulso. Lorena echó la cabeza hacia atrás para darle mayor acceso mientras fue deslizando las manos por el pecho de Joel hasta encontrar el inicio de su camiseta, y empezó a subírsela, pero Joel la detuvo.
—Lorena, no hay prisa. No quiero que hagas algo sin que te veas preparada. Luego no podré perdonarme si me lo reprochas.
—Joel, no te voy a reprochar nada. Te deseo y quiero hacer esto contigo.
—¿Estás segura?
Lorena asintió con la cabeza mostrando la mejor de sus sonrisas y terminó de quitarle la camiseta, dejando al descubierto su perfecto torso. Mientras Joel hacía lo mismo con la camiseta de Lorena, ella le repartió cientos de besos por el cuello, bajando hasta la clavícula, donde le dio un ligero mordisco. Cuando Lorena se quedó ante él con un sujetador de encaje blanco y remates negros, Joel situó la boca a la altura de los pechos y con la lengua le dibujó el contorno del sujetador. Ella se arqueó y dejó escapar un pequeño gemido. Con Joel se sentía segura y no quería que ese momento acabara. Poco a poco fueron recostándose hasta que él, con cuidado de no aplastarla, quedó encima de ella, multiplicando los besos por todo el cuerpo mientras le desabrochaba los vaqueros para verla ante él tal y como quería. Lorena no se sonrojó en ningún momento, y al darse cuenta de que Joel se quitaba los pantalones, se le acercó al oído para susurrarle:
—Desnúdame. Quiero que me toques, que me recorras cada palmo del cuerpo con las manos y los labios, porque yo haré lo mismo contigo.
—¡Me muero por hacerlo!
Joel le desabrochó el sujetador y, sin tiempo que perder, la saboreó con deleite mientras le acariciaba las piernas con las manos subiendo hacia las nalgas. Ante ese contacto, a Lorena se le escapó un pequeño jadeo y, empujando a Joel, lo tumbó en la cama para colocarse ella encima. Le retiró su bóxer para acabar de desnudarlo. Excitada por todo lo que Joel le hacía sentir, poco a poco notó como se iba hundiendo en ella y la respiración de ambos comenzaba a ser irregular.
—Eres preciosa —susurró Joel deleitándose con la visión del cuerpo desnudo.
Lorena se sonrojó pero sonrió sin dejar de moverse sobre él. Los cuerpos se amoldaban el uno al otro y, abrazándose a los hombros de él, Lorena echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos para emitir un gemido mientras clavaba las uñas en la piel de su amante. Aumentaron el ritmo, hasta que juntos y exhaustos alcanzaron el clímax.
Con las respiraciones más normalizadas, Joel se apartó un poco para verla. Apoyó la frente en la de ella y, dándole un beso en la punta de la nariz, se dejó caer en la cama con ella encima. Lorena sonrió y le buscó la boca para degustar de nuevo esos labios que la volvían loca. Finalizó el beso mordiendo y tirando del labio inferior. Ella nunca se había sentido tan decidida e independiente con nadie como con Joel. Con su ex no era más que una sumisa y solo él disfrutaba mientras ella dejaba que él hiciera todo el trabajo. Pero Joel había despertado en ella una pasión y una seguridad que nunca había experimentado, y le gustaba. Haber tenido a Joel a su merced era lo más excitante que había hecho nunca y estaba segura de que viviría con él momentos mucho más eróticos que este.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Joel acariciándole la mejilla.
—Sí… —ronroneó Lorena sobre el pecho de él—.¡De maravilla!
—¿Y te ha gustado? —Al oír la pregunta, Lorena se recostó junto a Joel y empezó a reírse a carcajadas mientras él la miraba desconcertado. «¿Pero por qué se reía?»—. Vale, tu risa me hace ver que no te ha gustado —dijo Joel divertido, aunque en cierto modo preocupado por si esa afirmación era cierta.
—¡Anda ya, no seas tonto! Pues claro que me ha gustado, y mucho. No, mucho no: ¡muchísimo!
—Entonces, ¿a qué venía esa risa?
—Porque en lo que se refiere al sexo, todos los hombres sois iguales. Siempre les preguntáis a las chicas si ha estado bien o si les ha gustado. Necesitáis alimentar vuestro ego de vez en cuando. Eso es lo que me parece gracioso, que tú no te has librado.
Antes de que Joel pudiera decir nada, Lorena volvió a besarlo. Dispuestos a repetir lo sucedido hacía unos minutos, Lorena se puso de nuevo encima de él, pero el móvil de Joel les chafó los planes.
—¡Mierda! —exclamó Joel alargando el brazo para coger el aparato—. ¿Qué diablos quieres, Leo?
—¡Joder, macho!, estamos hoy de mal humor, ¿eh? Acabo de alquilar El lobo de Wall Street. Ya sabes qué tipo de escenitas tiene. Quería saber si te parece bien que vaya a tu pisoy la veamos juntos. ¿Vale?
—No, estoy ocupado. Será mejor que la disfrutes tú en tu casa y así haces pausas de vez en cuando para aliviar a tu amiguito del alma ante esas escenitas.
Mientras Joel hablaba con Leo, Lorena se puso la camiseta de este y aprovechó para ir a la cocina a beber un poco de agua. Estaba seca. Lavó el vaso, lo dejó donde estaba y regresó junto a su chico, que ya había terminado de hablar. Al entrar ella, Joel le hizo un gesto para que volviera a su lado. Lorena, con una sonrisa pícara, se sentó frente a él, rodeándole la cintura con las piernas y entrelazando los dedos en su nuca.
—¿Viene Leo? —preguntó Lorena tras un rápido beso.
—¡No! Se lo he prohibido, y si aparece no le pienso abrir.
—Oye, estaba pensado… —empezó Lorena mientras Joel le besaba el cuello—, ¿y si nos damos una ducha juntos?
Joel se separó para poder mirarla y vio como le sonreía y alzaba las cejas de forma provocadora. Él se levantó con ella en brazos y, tras quitarle la camiseta, ambos se metieron en la ducha, donde volvieron a hacer el amor.