CAPÍTULO 29
Habían pasado tres semanas desde que Joel decidiera acabar su relación con Lorena y ninguno de los dos lo estaba pasando bien. Joel apenas salía de casa; ni siquiera Leo conseguía animarlo. Dejar a Lorena era lo más duro que había hecho en su vida, pero ella merecía ser feliz y a su lado solo derramaría lágrimas cuando la gente o incluso su propia familia la cuestionaran por estar con el chico conflictivo que era a los dieciséis años y con la tragedia en que se vio implicado.
Lorena no estaba mejor. Se pasaba el día vagando por casa como una muerta. Seguía enfadada con su familia, en especial con Álvaro, y únicamente abría la boca para decir monosílabos cuando alguien le preguntaba algo. Las noches las pasaba la mayoría llorando, recordando los besos y las caricias que se habían dedicado y el tiempo que habían estado juntos. Rosa apenas le dirigía la palabra a su marido. En su opinión, si hubieran dejado al pobre chico en paz, Lorena no estaría así.
Cuando Álvaro fue aquel día a su casa para decirles que les iba a demostrar cómo era Joel en realidad, Rosa no lo aprobó. Sabía que eso podría suponer el fin de la relación de su hija con Joel, y no se equivocó. Álvaro les hizo a todos permanecer ocultos mientras él se acercaba a Joel para provocarlo y que sacara su lado agresivo, pero Rosa no vio a Joel agrediendo a Álvaro en esa pelea, sino defendiendo a su hija de las barbaridades que su sobrino estaría diciendo, y que no alcanzaba a oírlos. Solo tuvo que mirarle la cara a su hija para confirmar que Álvaro estaba buscando esa pelea y poco más. A pesar de hablarlo con Sebastián, este no quiso creer que Álvaro soltara cosas horribles de su hija y pensaba que Lorena estaba «mejor sola que mal acompañada»… Desde que afirmó eso, su mujer apenas le hablaba.
Transcurrió otra semana y Lorena continuaba igual. Noa, harta de que estuviera encerrada y siguiera llorando por las paredes, decidió hacerla salir de casa, aunque fuera a rastras.
—Hola, Rosa —saludó Noa a la madre de Lorena con una sonrisa.
—Hola, Noa —dijo Rosa apartándose de la puerta para que entrara—. Pasa, Lorena está en salón.
Noa fue al salón, y en efecto allí estaba Lorena. Tenía una pinta horrible. Llevaba un pijama de invierno con el bajo de los pantalones roto, una camiseta básica blanca y una chaqueta de punto desabrochada que le llegaba hasta las rodillas. Estaba tumbada y en la mano derecha se podía observar un pañuelo de papel, arrugado y empapado; además tenía los ojos rojos e hinchados.
—¡Se acabó, Lorena! —se dirigió con aplomo acercándose a ella—. Vístete ahora mismo, que nos vamos de compras. Llevas un mes encerrada y así no vas a solucionar nada, de modo que ya te estás vistiendo, maquillándote para disimular esas ojeras y saliendo por esa puerta —ordenó señalando la de entrada.
—No voy a salir, Noa, estoy mejor en casa.
—Sí, claro, ¡ya lo veo! Del sofá a la cama y de la cama al sofá. Que sepas, Lorena, que te voy a sacar a pasear.
—Ni que fuera un perro —se quejó Lorena. Noa se acercó a ella y cogiéndola del brazo, comenzó a tirar para que se levantara, hasta conseguir que se sentara—. ¡Venga, arriba! Alza ese culo por el que me muero de envidia y vístete. Nos vamos al centro comercial a degustar un delicioso chocolate frappé y luego a hacer un poco el tonto por las tiendas y comprar algo que pillemos.
Lorena resopló y abandonó cansina el sofá para ir a cambiarse. No sabía cómo lo hacía, pero Noa siempre se salía con la suya.
—¡Esta es mi petarda! —la animó Noa dándole un beso en la mejilla—. Te espero en la cocina, que voy a charlar un rato con tu madre.
Entró en su habitación, abrió el armario y sacó unos vaqueros y una sudadera. Se calzó con unos botines y se recogió el pelo en una coleta alta. Se aplicó un poco de corrector de ojeras, rímel y brillo de labios y se volvió a apretar la coleta antes de salir y dirigirse a la cocina.
—Ya estoy. ¿Nos vamos?
Rosa y Noa desviaron la mirada hacia Lorena y ambas esbozaron una sonrisa al comprobar que por fin salía y que poco a poco comenzaría a superar su ruptura.
—Lorena —la llamó Rosa antes de que se fueran—, ¿necesitas dinero o algo?
—No, mamá, gracias.
—Llámame si te encuentras mal y quieres que vaya a por ti, ¿vale? —le aconsejó Rosa en un intento por que su hija supiera que a pesar de todo ella estaba allí. Desde la ruptura, Lorena había enfriado la relación con toda su familia.
—Vale.
Noa salió de la cocina seguida por Lorena y, tras ponerse las chaquetas y coger los bolsos, Noa abrió la pesada puerta dispuesta a irse, pero Lorena le dijo que esperara un segundo y salió disparada a la cocina. Al llegar encontró a su madre con los codos apoyados en la encimera y las manos tapándose la cara.
—Mamá…
Rosa se recolocó y se secó las lágrimas para que Lorena no las viera, pero obviamente su hija se dio cuenta de que estaba llorando.
—Dime, cielo…
Pero Lorena se limitó a acercarse a su madre y abrazarla. Rosa apretó a Lorena devolviéndole el abrazo mientras le besaba el pelo y ambas dejaban correr las lágrimas.
—Lo siento —susurró Lorena al deshacer el abrazo—, siento mi comportamiento durante estas semanas, pero va a cambiar. Como siempre me insistía la abuela, hay que levantarse, sonreírle a la vida y seguir nuestro camino. No es tiempo de llorar, sino de sonreír y ser feliz.
Rosa emocionada por las palabras que pronunciaba su hija, volvió a abrazarla y besarla de nuevo, y Lorena se fue con Noa.
Pasearon hasta llegar al centro comercial y lo primero que hicieron fue tomar el chocolate frappé que preparaban en una cafetería que había en una esquina, para después recorrerse todas las tiendas, incluidas aquellas en las que unas simples bragas costaban un ojo de la cara. Noa cogía toda la ropa que podía y bromeaba con algunas de las prendas, como cuando examinó un top enano y para hacer sonreír a Lorena dijo que ese trozo de tela no le taparía ni una teta. Juntas en los probadores se divirtieron poniéndose distintas prendas y haciéndose fotos en el espejo mientras componían distintas muecas. Cuatro horas después abandonaron el centro con las manos llenas de bolsas y Lorena más animada que al salir de casa.
—¡Dios, qué frío! —se quejó Noa dejando las bolsas en el suelo para extraer los guantes del bolso—. Si tenemos que esperar hasta que venga el autobús nos quedaremos congeladas. ¿Quieres que llame a Leo y que venga a buscarnos?
—Sí, mejor. Ya se empieza a notar el frío de noviembre.
Noa sacó el móvil y Lorena la miró divertida discutir con Leo, ya que por lo visto estaba jugando con la Play y se negaba a vestirse para ir a recogerlas; pero Noa, como siempre, consiguió su propósito y Leo aceptó a regañadientes. Noa le prometió que le recompensaría si no tardaba más de diez minutos en llegar, lo que pareció animar a Leo, que apareció apenas ocho minutos después.
—¡Guapas! —les gritó por la ventanilla—. ¿Cuánto cobráis?
—¡Mira que eres imbécil! —dijo Noa acercándose a la puerta del copiloto y entrando mientras Lorena hacía lo propio en la parte de atrás.
Noa le pasó las bolsas a Leo para poder sentarse y este no desaprovechó la oportunidad para cotillear lo que había dentro de ellas, empezando por la bolsa pequeña de una tienda de lencería.
—¡Vaya! —exclamó Leo mostrando un conjunto que consistía en un corsé con su tanga a juego—, ya sé cómo me vas a compensar por haber dejado la partida a medias.
Noa le quitó de las manos el conjunto y recuperó todas las bolsas para que su novio parase de cotillear. El viaje a casa de Lorena transcurrió en silencio a excepción de la música que sonaba en la radio. Leo de vez en cuando levantaba la vista hacia el retrovisor para observar a Lorena. Estaba seria y con la mirada clavada en la ventan. Siempre que estaba con Joel, este le preguntaba si la había visto y si se encontraba bien, pero invariablemente él le contestaba que no sabía nada de ella, y tampoco le contaba lo que conocía gracias a Noa. Su amigo estaba destrozado y saber que Lorena se hallaba mal solo le haría sentirse peor.
Lorena se moría de ganas de sonsacarle a Leo algo acerca de Joel, pero no se sentía capaz. ¿Qué más daba averiguar cómo estaba si ella ya no se encontraba junto a él, no formaba parte de su vida? Era mejor dejar las cosas como estaban. Leo paró delante del portal de Lorena. Esta abrió la puerta y salió con todas sus bolsas. Antes de cerrar, se agachó para despedirse de ellos:
—Gracias por sacarme y por traerme. Ya nos veremos.
—Adiós, Lorena —dijo Leo.
Lorena ya estaba a punto de cerrar la puerta del coche, pero volvió a abrirla.
—Leo —se dirigió a él—, yo quería saber si…, como…
—¿Si…. como...? ¿Qué, Lorena?
—No, nada, da igual. Hasta mañana.
Lorena cerró la puerta del coche y con las bolsas en la mano se fue a casa.
—He conseguido que se olvidara durante unas horas de todo y estuviera animada, pero ahora sigue igual —se lamentó Noa contemplando cómo Lorena se metía en su portal.
—Joel está fatal —añadió por su parte Leo arrancando—. Solo sale de casa para hacer las prácticas, comprar y poco más.
—Como Lorena: se pasa el día en casa y solo asoma por la calle cuando es estrictamente necesario.
Noa clavó la mirada en los pies y, cuando recordó por qué había sucedido todo, miró a Leo.
—La culpa la tiene el idiota de Álvaro. Si no hubiera metido las narices donde no le llamaban, continuarían juntos, pero no, el señorito dale que dale con intentar separarlos. ¡Arrogante gilipollas!
—Bueno, tranquila —señaló Leo apretándole la mano—; Joel no para de preguntarme por Lorena, pero no me atrevo a decirle nada.
—¿Quieres que hable con él?
—Si no te importa…
—No, no me importa, aunque no sé si tener noticias de Lorena le hará sentirse mejor.
Leo asintió con la cabeza mientras conducía a casa de Joel. Todavía era pronto y seguramente estaría en el piso. Noa guardó las bolsas en el maletero, y al llegar al portal de Joel llamaron al timbre con insistencia. Joel en un principio se negó a abrirles con la excusa de que estaba cansado, pero Noa era cabezota y no paró de pulsar y pulsar hasta que se rindió y les dejó pasar. Cuando estuvieron delante de la puerta de entrada abierta, a Noa se le heló la sonrisa: Joel estaba más delgado, ojeroso y con una expresión de lo más deprimente.
—Hola, Joel —saludó Noa disimulando su disgusto—, ¿cómo estás?
—Mal, Noa, mal. Llevo cuatro semanas mal.
—Si es que sois un par de idiotas —dijo abrazándolo—. No tenías que haber hecho caso a nada de lo que dijo ese papanatas cabronazo de Álvaro.
Joel aceptó el abrazo que tanto necesitaba y se atrevió a hacer la pregunta, aun sabiendo que la respuesta le dolería:
—¿Cómo está Lorena?
—Pues está feliz y más alegre que unas castañuelas. —Joel agachó la cabeza y la alzó con la mirada más triste que Noa había visto nunca—. ¡No te jode! ¿Cómo va a estar, bobo? Está hecha una mierda… No para de llorar y apenas sale a la calle.
Leo miró enfadado a Noa al oír la primera parte de la contestación a la pregunta de Joel: ¿cómo se le ocurría decir eso?
—Noa, ¿para qué le has dicho al principio que Lorena estaba bien? ¿Quieres hacerle sentir peor?
—No —replicó Noa—. Solo pretendo que se dé cuenta de que le duele que Lorena esté feliz.. —Y dirigiéndose de nuevo a Joel añadió sin andarse con rodeos—: Puede que Lorena sea feliz, pero a ti verla así te jodería mucho, porque quieres que lo sea a tu lado, no lejos de ti, ¿verdad, Joel?
Joel asintió con la cabeza y se despeinó un poco con la mano derecha. Lorena merecía ser feliz, pero le dolía que no fuera a su lado. Él había sido quien tomó la decisión de alejarla de él y ahora le tocaba pagar las consecuencias.
—Lorena merece ser feliz, Noa y, aunque no lo pueda ser conmigo, sí lo podrá ser con otro mejor que yo.
Noa, harta de la actitud y el comportamiento de Joel, fue a su cocina y tras beber un buen vaso de agua intentó calmarse para no coger lo primero que pillara y estampárselo en la cabeza por idiota. Después de contar hasta diez, se giró y volvió a encararse con Joel.
—¿Y tú qué?, ¿no te mereces ser feliz? ¿O me vas a decir que prefieres vivir solo y triste toda tu jodida vida?
—Asumí con dieciséis años que jamás sería feliz, Noa.
«Dios, ¿dónde está la sartén más gorda, que se la estrello?» —pensó Noa al escuchar las tonterías que estaba diciendo.
—Mira, Joel, ya has pasado por mucho en esta puta vida y el derecho a ser feliz nadie te lo puede quitar, ni siquiera tú mismo. Así que no me jodas y ya estás solucionando las cosas, porque si no te aseguro que en un futuro te arrepentirás de no haberlo intentado.
—No creo que quiera hablar conmigo ni volver a verme.
—Pues si no lo intentas no lo sabrás, de manera que ya estás moviendo el culo y reconquistando a mi petarda o ten por seguro que lo lamentarás toda la mierda de vida que te quede por delante.
Noa tenía razón y Joel haría todo lo que estuviera en su mano para que Lorena lo perdonase y recuperaran su relación, pero no la llamaría al móvil para pedirle perdón. Lo haría bien y se lo diría en persona delante de ella. Noa y Leo se disponían ya a marcharse viendo que Joel no abría la boca y se había quedado pensativo, pero su voz los detuvo:
—¡Noa! —Esta se dio la vuelta y lo encaró—. Lo haré. Intentaré reconquistar a Lorena, pero necesitaré tu ayuda.
Noa sonrió y guiñándole un ojo respondió con entusiasmo:
—¡Cuenta con ella!