CAPÍTULO 13

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Lorena atravesó el umbral de la puerta de su casa con una sonrisa. Había disfrutado mucho el tiempo que había podido salir de casa y estar con sus amigos y con Joel. Se sentía feliz de poder estar con ellos sin que nadie se lo impidiera. Alan le prohibía ver a Noa cuando quería y odiaba quedar los tres juntos. La presencia de Noa ponía impedimentos a Alan en su verdadero propósito con Lorena, que era acostarse con ella. Nunca la había querido, pero consiguió engañarla muy bien para que ella así lo creyera… Sin embargo, la sonrisa que llevaba se le borró cuando vio a su madre llorando, sentada en el sofá y tapándose la boca con la mano mientras leía una carta. Lorena, preocupada, dejó las llaves en el recibidor y fue junto a su madre.

—Mamá, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

Su madre no podía hablar, así que le tendió la carta a su hija para que la leyera. Lorena lo hizo con las manos temblorosas. Mientras iba leyéndola, también a ella se le inundaron los ojos de lágrimas, pero no eran de tristeza, sino de felicidad, y comprendió que las lágrimas de su madre mostraban ese mismo sentimiento, la emoción de la felicidad, de la alegría por lo que la carta transmitía. Con una sonrisa en el rostro y unas cuantas lágrimas, madre e hija se fundieron en un cálido abrazo. Muchos de los problemas que tenían se irían solucionando poco a poco.

—¿Qué os pasa? —las sobresaltó una voz varonil.

Ambas dejaron de abrazarse y se dirigieron a la persona que había hablado. Sebastián acababa de llegar de trabajar y no pudo menos que mostrar preocupación ante la imagen que ofrecían las mujeres de la casa. Lorena le entregó la carta a su padre.

—Ha llegado esta notificación del hospital donde trabaja el tío Miguel. El otro día me dijisteis que estabais intentando que contrataran a mamá para el puesto vacante de administrativa. ¡Se lo han concedido! —gritó emocionada—. El lunes tiene que ir a firmar su contrato. ¡Un contrato indefinido! —celebró Lorena levantándose de un salto del sofá para abrazar a su padre.

—Pero…, pero… —tartamudeó Sebastián— esto… ¡es maravilloso! Esto nos soluciona mucho las cosas. ¡Dios! —exclamó tapándose la cara con las manos—. Aún no me lo creo. Enhorabuena, cariño, te dije que conseguiríamos un buen trabajo para ti.

Sebastián se acercó a su mujer para abrazarla y darle un dulce beso en los labios. Lorena, con los dedos índices se limpió las lágrimas. Aún no daba crédito. Ese trabajo para su madre era lo mejor que les habría podido pasar. Ahora en la familia entraría un sueldo más que sería de gran ayuda.

—Tenemos que ir a casa de mi hermano a agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.

—Después de comer iremos… ¡Mira la hora que es y aún no he hecho ni la comida! He llegado con la compra y cuando Lorena se ha ido a dar una vuelta con sus amigos me he puesto a revisar el correo. Me he sentado en el sofá y al leer la carta me he quedado en estado de shock y no he podido moverme de aquí.

Lorena, con una sonrisa, miró feliz a su madre. Un rayo de luz comenzaba a surgir en la oscura situación de su familia.

—¿Qué os parece si os acercáis ahora a ver al tío mientras yo hago la comida? —propuso Lorena—. Hoy toca merluza al horno con patatas y tarda una hora en hacerse. Entretanto, podéis ir a visitarlo y volver.

—Pero ¿no nos acompañas tú?

—No. De momento no quiero ver a la im…, a Alicia. Todavía sigo enfadada con ella por las palabras que dijo el día de Reyes. Aunque igual llamo a Álvaro luego. Le tengo que comentar una cosa que le dije el último día que nos vimos —añadió Lorena recordando que le tenía que hablar del chico de su cita, a quien había mencionado cuando le golpeó en la frente con la puerta.

—Está bien. Pues enseguida volvemos… Una cosa más: tu hermano estará a punto de llegar del colegio; prepárale unos macarrones, que ya sabes que el pescado no le gusta.

—Vale. ¿Aliño el pescado cuando lo saque del horno?

—Sí. Con ajo, vinagre y pimentón —aclaró Rosa.

—¡Perfecto! Hasta luego.

—Hasta luego, cariño.

Sebastián y Rosa salieron y Lorena cogió una cacerola para poner agua a hervir. Entretanto, comenzó a pelar y cortar las patatas para después ponerlas en la bandeja. Metió las patatas al horno durante media hora para que se fueran haciendo y echó los macarrones en la cazuela. Añadió en la bandeja de las patatas los dos lomos de merluza y quince minutos después lo aliñó todo. Puso la comida de su hermano el plato y lo dejó sobre la mesa. La puerta de entrada se abrió y Lorena miró el reloj de la cocina: Javier había llegado.

—Hola. ¿Y mamá y papá? —preguntó su hermano dejando la mochila en la entrada al darse cuenta de la ausencia de sus padres.

—Han ido a casa del tío Miguel. Mamá ha conseguido trabajo y han ido a agradecérselo —le explicó Lorena mientras metía el pescado en el horno.

—¿En serio? ¡Qué guay! Mamá tiene que estar contentísima.

—Bastante —dijo Lorena sonriendo—. Anda, enano, pon la mesa, que hasta que vengan papá y mamá comeremos tú y yo.

Los hermanos dieron cuenta de los alimentos mientras se contaban cómo les había ido el día. Javier le comentó que la profesora les había mandado un trabajo en Power Point sobre la prehistoria, y que había pensado pedirle ayuda a ella, a lo que esta accedió sin dudarlo. Lorena le habló de su mañana con Joel, Noa y Leo.

—¿Quiénes son Joel y Leo? —preguntó Javier.

—Unos amigos.

—¿Son tus novios? —dijo Javier tomándole el pelo a su hermana.

—¡Niño!, ¿cómo voy a tener dos novios?

—Pero uno seguro que lo es. ¿A que sí?

Lorena se quedó pensativa. No sabía muy bien lo que eran ella y Joel, pero Javier era el gran aliado de su padre y se chivaría a él nada más enterarse, por lo que decidió callar.

—Anda, deja de decir tonterías y mete el plato, el vaso y los cubiertos en el lavavajillas. —zanjó Lorena levantándose para tirar a la basura los restos de comida y colocar los utensilios en el lugar correspondiente.

Limpiaron entre los dos la cocina y, cogiendo cada uno una lata de Coca-Cola de la nevera, fueron al salón a ver la televisión un rato antes de seguir con sus tareas.

—Cuánto tardan en llegar papá y mamá, ¿no? —se impacientó Javier cuando ya hacía una hora que habían acabado de comer.

—Pues sí —reconoció Lorena mirando el reloj—. Hace rato que tendrían que estar aquí. Voy a llamarles.

Lorena fue a la cocina, donde había dejado cargando el móvil, y vio que tenía una llamada perdida de Joel. Sonrió y decidió telefonearle después de hablar con sus padres. Rosa se disculpó con su hija por no haberla llamado. Miguel, contento por la noticia, les había invitado a comer para celebrarlo junto con su mujer, Samanta. Rosa le pidió a Lorena que dejara el pescado restante en el horno para la noche y que dijera a Javier que se pusiera a hacer los deberes. Y así se lo transmitió:

—Javier, ponte a hacer las tareas de clase. Si necesitas ayuda, estoy en mi habitación, ¿vale?

—Vale. Cuando acabe la Coca-Cola, voy a hacerlos.

Lorena entró en su habitación y cerró la puerta. Marcó el número de Joel para hablar con él, pero no lo cogía, así que decidió probar con su primo Álvaro.

—¡Hola, primo! —saludó con efusividad Lorena.

—¡Hey, prima! Desde Reyes sin hablarme. Ya creía que te habías enfadado conmigo también —se mofó Álvaro.

—No, tonto. Pero he estado liadilla. ¿Todo bien?

—Mejor que bien. En la universidad, todo de maravilla y mis padres van a meter a Alicia en un internado durante un año entero para ver si cambia de actitud. Tus palabras les hicieron reflexionar bastante y son conscientes de la razón que tenías. Aunque, la verdad, me revienta que se hayan dado cuenta tarde y que la única solución para el problema de mi hermana sea pasar un curso entero interna, pero, si así cambia de actitud, me parece bien.

Lorena puso los ojos como platos y comenzó a juguetear con el pelo.

—Vaya, me has dejado sorprendida. No pensé que llegarían tan lejos. Pero no hay mal que por bien no venga.

—Y tú, ¿qué me cuentas? En la última conversación que tuvimos mencionaste una cita, ¿o me equivoco?

—No, no te equivocas —asintió Lorena riendo.

—¿Me piensas decir ya con quién fue?

—Vale, pero te cuento solo un poquito. Se llama Joel, guapísimo, y es un encanto. Nada que ver con Alan si eso es lo que te preocupa.

—Me alegro, prima, pero ¿no me puedes dar más detalles? Cómo lo conociste, por ejemplo.

—Lo conocí ese desastroso día de Reyes. Sé que te sorprenderá que haya sido en aquellas circunstancias, pero cuando nos veamos te cuento más detalles. De momento no quiero que mucha gente lo sepa. De mi familia solo está enterada mi madre, y es porque nos ha pillado besándonos esta mañana en el rellano.

Lorena pudo oír las carcajadas de su primo. Álvaro hubiera pagado dinero por haber estado presente en ese momento y ver la cara de su prima.

—¡No te rías! Menudo corte me ha dado que mi madre nos haya descubierto.

—Me lo imagino… ¿Y qué ha dicho Rosa de Joel?

—Pues a mi madre le ha gustado, pero creo que ha disfrutado más con mi cara, porque estaba más roja que un tomate.

Siguieron hablando durante un rato más, hasta que Álvaro tuvo que despedirse. Entraba en clase y no podían seguir con su charla, pero quedarían más adelante para continuar conversando tranquilamente. Lorena se sentó frente al ordenador para hacer las revisiones de sus trabajos de clase, pero el sonido del móvil la interrumpió y, sin mirar quién era, respondió.

—Dígame.

—Hola, Lorena. ¿Puedes hablar?

—Hola, Joel. Sí, no te preocupes.

—¿Estás bien? Te noto la voz distinta de la de esta mañana…

—Estoy bien. Muy bien. Mi madre, tras ocho años en paro, ha conseguido un trabajo como administrativa, y estoy muy contenta por ella.

—¡Vaya, eso es fantástico! Me alegro mucho.

Lorena se recostó en el asiento poniendo los pies encima de la mesa para seguir hablando mientras jugueteaba con un mechón de pelo.

—He visto tu llamada perdida de antes, te he llamado, pero no lo has cogido.

—Lo sé. Estaba en la ducha. Lo siento.

—No te preocupes. Bueno, ¿y para qué me llamabas?

—Lorena, desde esta mañana que he estado con tu madre no paro de darle vueltas a algo que me ha dicho. Algo que, sinceramente, me ha dejado preocupado y al tiempo intrigado. Igual me meto donde no me llaman, pero necesito saberlo, Lorena. Por la mirada de tu madre sé que es algo serio.

La sonrisa de Lorena desapareció, bajó los pies de la mesa y apoyó en ella los codos incorporándose en la silla.

—Me estás asustando. No sé de qué se puede tratar…, pero adelante. Pregunta eso que tanto te preocupa.

—Me gustaría hablarlo contigo delante mejor, si no te importa.

—Está bien.

—¿Puedes venir a mi casa?

—Ahora no. Mis padres no están y tengo que quedarme con mi hermano. Pero no creo que tarden en llegar. Cuando vuelvan te llamo para ver si estás allí todavía y voy.

—Me parece bien. Pues hasta luego, Lorena.

—Adiós, Joel.

Lorena cortó y se llevó la mano al pecho. El corazón le latía desbocado. Joel la había dejado bastante inquieta y nerviosa. Comenzó a darle vueltas a la cabeza pensando de qué podía tratarse, pero no tenía ni idea de a qué se refería Joel. Por el tono de voz y lo que le había dicho, sabía que era algo serio. ¿Qué le habría contado su madre para tenerlo así? En un abrir y cerrar de ojos, Lorena se cambió de ropa y se maquilló un poco. Quería estar preparada para ir a casa de Joel en cuanto llegaran sus padres. ¡Necesitaba averiguar lo antes posible lo que estaba pasando!

Cuando Sebastián y Rosa entraron a casa, Lorena se levantó del sofá como si le hubieran metido un petardo en el culo, cogió su abrigo y se despidió de sus padres con un rápido «adiós», pero, antes de que saliera por la puerta, su padre la agarró por el codo impidiéndoselo. Sebastián preguntó a su hija que adónde iba con tantas prisas, a lo que ella contestó que a casa de un amigo que la había llamado. Lorena no quiso decir su nombre, ya que su padre la sometería al tercer grado y pasaba de soportar ahora sus incómodas preguntas sobre Joel.

Sebastián se preocupaba mucho por su hija, y para él cualquier chico con el que saliese era un idiota que no la merecía. Lorena consiguió que su padre la dejara marchar, pero la voz de Javier hizo que volviera a detenerse:

—Habrá quedado con alguno de sus dos novios. O con los dos… Se llaman Joel y Leo.

—¡¿Qué?! —gritó Sebastián mirando a su hija.

—¡Javier!, ¿se puede saber qué tonterías dices? —le recriminó enfadada Lorena a su hermano, para a continuación dirigirse a su padre—: Papá, no le hagas ni caso, ¿cómo voy a tener dos novios?… Joel y Leo son unos amigos.

—¿Y con cuál de los dos has quedado?

—Cariño, déjala. No la agobies. Lorena sabe con quién debe salir y con quién no, y estoy segura de que esos chicos son de confianza. Además, Lorena no sale con cualquiera —terció calmando a su marido Rosa, que ya sabía quién era Joel.

—Está bien, pero, si esos chicos te incomodan, dímelo. Se las verán conmigo…

—Tranquilo, papá, no creo que haga falta. Me voy. Volveré pronto.

Lorena por fin consiguió salir de su casa y, tras confirmar que Joel la esperaba en su piso, fue hasta su coche. Dejo el bolso en el asiento del copiloto y encendió la radio. Una de las manías de Lorena era viajar siempre con música. Sin ella, se ponía de mal humor al volante y era incapaz de conducir. Mientras se dirigía a casa de Joel, la voz de Luis Fonsi inundaba el interior del vehículo, con Lorena tarareando la canción. A pesar de tener una bonita voz, se negaba a cantar delante de cualquier persona. Sabía tocar la guitarra y le apasionaba cantar cuando la tocaba, pero eso era algo que solo hacía cuando estaba sola.

Joel vivía en el centro de la ciudad, donde era casi imposible aparcar, pero por suerte Lorena vio que un conductor dejaba su plaza libre y pudo estacionar allí su coche. Cuando llegó al portal y llamó al piso de Joel, un par de chicos con gorras y ropa holgada que estaban en la esquina la miraron y soltaron todas las burradas que se les ocurrieron.

—¡Rubia, tus ojos son dos uvas, tus mejillas dos manzanas! Qué linda ensalada de frutas podemos hacer tú y yo con mi banana.

Lorena no los miró. Prefirió ignorarlos. El amigo del que había soltado el desagradable piropo, aun sabiendo que la chica no les hacía ni caso, le soltó otro más grosero que el anterior.

—¡Guapa, quisiera comerme tu zapote para untarme los cachetes y sacar pelos de mis dientes!

Lorena, ofendida por la falta de respeto de esos dos gilipollas, se volvió hacia ellos mientras abría el portal.

—Te voy a pedir, de la manera más amable, que te vayas donde esté tu madre y hagas la ensalada con ella, ya que todo parece indicar que eres hijo de una dama de dudosa reputación. Para que me entiendas, de una mujer bastante puta. Espero que tu madre lo pase bien con tu banana.

Lorena se metió en el portal y empezó a subir las escaleras a todo correr. Joel vivía en un quinto piso y al llegar a él se apoyó en la pared para recuperar la respiración. Estaba pálida y no solo por la carrera, sino también por lo que les había dicho a esos chavales. Las piernas no dejaban de temblarle y su respiración era muy irregular.

—¡Lorena! —la sobresaltó una voz—, ¿estás bien?

Joel había abierto la puerta y se quedó sin palabras al ver a Lorena con el rostro totalmente desencajado, hiperventilando y con una mano en el pecho. Se acercó a ella y se agachó para estar a su altura mientras le cogía el rostro con las manos.

—Tranquilo, estoy bien. Es que he subido corriendo las escaleras.

—¿Y por qué no has cogido el ascensor?

—Porque… ha hecho un ruido raro cuando lo he llamado y no soportaría quedarme encerrada en él. Montaría un buen numerito —mintió Lorena a medias. No era eso, pero, si alguna vez se quedase encerrada en un ascensor, directamente se desmayaría.

—Entremos… Sinceramente, eso de lo que tengo que hablarte no sé si es serio o una tontería, pero ya te he dicho que me tiene muy preocupado.

Lorena asintió con la cabeza y siguió a Joel hasta la cocina tras dejar sus cosas en la habitación del fondo del pasillo. Este le preguntó si quería beber algo y Lorena negó con la cabeza. Ambos se sentaron a la mesa de la cocina y Joel, advirtiendo el nerviosismo de su mirada, no se anduvo con rodeos.

Igual me meto donde no me llaman, pero ¿quién es Alan? —preguntó Joel clavando su verde mirada en ella.

Lorena se sorprendió con la pregunta y puso unos ojos como platos. ¿Cómo conocía la existencia de Alan? ¿Quién se lo había dicho? Ella sabía que, si lo suyo con Joel funcionaba, tarde o temprano le tendría que hablar de Alan, pero no esperaba que fuera tan pronto y mucho menos que él iniciase la conversación.

—Pero…, pero… ¿tú cómo conoces la existencia de Alan?

—Cuando me quedé a solas con tu madre en la cocina, me preguntó si me habías hablado de Alan, a lo que contesté que no. Me advirtió que no te gustaba hablar mucho del tema y que no te preguntara, pero me voy a volver loco si no lo hago.

—Joel, por favor, no me hagas esto —dijo Lorena suplicante. No soportaba hablar de Alan. Recordar lo vivido con él le dolía—. Es alguien de mi pasado que me hizo mucho daño y paso de nombrarlo siquiera.

Joel cogió la mano de Lorena y tiró de ella para abrazarla. No soportaba verla agobiada y más sabiendo que él era el causante, pero Lorena rechazó el abrazo, se incorporó y se dirigió a la ventana de la cocina.

—Lorena, por favor, cuéntamelo —rogó Joel acercándose a ella y besándola en la coronilla—. ¿Qué te hizo ese cabrón?

—¡No! No puedo hablar de eso, quiero olvidarlo y si te lo cuento jamás lo haré. Deseo pasar página, y que ese gilipollas desaparezca por completo de mi vida, pero tanto mi familia, mis amigos y ahora hasta tú —dijo mientras lo apartaba de un empujón— me hacéis recordarlo día sí, día también. ¡Joder!, ¿no podéis entender que esa parte de mi vida ya pasó? ¿Tenéis que recordármela y seguir revolviendo la mierda. Uf…

—Lorena, si me lo cuentas, lo superaremos juntos. Ahora estás conmigo y ese tío no te va a volver a molestar. Por favor, necesito saber quién es Alan.

Lorena, cada vez mas cabreada, pegó tal taconazo en el suelo que temió que la lámpara del techo del vecino de abajo se le hubiera caído en la cabeza.

—¡Y dale con el mismo rollo! ¡Que no! Que no me da la real gana de hablar de ese imbécil y menos que me ayudes a superarlo, porque eso es algo que tengo que hacer yo solita, y bien que lo intento, pero no puedo, porque todos, ¡todos!, os empeñáis en recordarme a ese impresentable: que si Alan por aquí, que si Alan por allá… ¡Vale ya!

—Lorena, si hablases conmigo sobre él, lo superarías. No estás sola y no es malo pedir ayuda.

—Quiero hacerlo yo sola porque ese imbécil no paraba de echarme en cara lo débil que era y me quiero demostrar a mí misma que no lo soy, y el modo es superando el asunto…, así que deja de insistir. ¡Qué agobio, por Dios!

—¿Eso te decía el muy imbécil? Lorena eres la persona más fuerte que he conocido nunca, y pedir ayuda no hará que pierdas esa fortaleza. Por favor —suplicó acercándose a ella—, háblame de él.

—¡Déjame en paz! —Y volvió a empujarlo.

Lorena sabía que se estaba pasando siete pueblos, pero el día se le había torcido y ya había explotado. Permanecieron en silencio un buen rato. Joel no sabía qué hacer y ella no paraba de suspirar sin dejar de mirar al suelo con los brazos cruzados. Al final procuró tranquilizarlo:

—Joel, te prometo que no tienes que preocuparte por él. El pasado es pasado y no va a regresar a mi vida. Solo te pido que no vuelvas a nombrarlo ni me preguntes por él. Si alguna vez me veo preparada, prometo contarte quién es…, pero ahora no.

Lorena odiaba discutir, de modo que salió de la cocina y se dirigió a la habitación del fondo a recoger la cazadora y el bolso, y se dispuso a volver a casa, pero el brazo de Joel la retuvo en mitad del pasillo.

—Suéltame —exigió Lorena deseando salir de ahí.

—Lorena, no te vayas, por favor. Hablemos, estoy seguro de que si hablamos de ese imbécil te sentirás mejor y lo podrás borrar de tu vida cuanto antes… Vayamos al salón: allí estaremos mejor.

—¡Que no quiero hablar, sino marcharme a mi maldita casa y olvidar este día! Ya te llamaré, y ahora ¡suéltame!

Joel la soltó. Lorena se giró y se encaminó a la habitación que daba a la enorme terraza. Pero no se movió de allí, sino que comenzó a contemplar las espectaculares vistas antes de coger las cosas. Joel la había agobiado y lo único que ahora necesitaba era estar sola. No podía hablar de Alan, no sabía si algún día estaría preparada para hacerlo. Eso le dolió, porque significaba que Alan siempre estaría en su vida y nunca se lo podría quitar…, pero lo que más le había dolido era el estúpido empeño de Joel de que lo recordara para contárselo. Lorena cerró los ojos para tragarse las lágrimas, pero no pudo evitar que algunas le resbalaran por las mejillas. Al ir a darse la vuelta para encaminarse a su casa, notó una presencia detrás de ella. Joel se había acercado a Lorena atrayéndola para hundir la cabeza en su cuello mientras repartía pequeños y dulces besos.

—Lo siento. Me he comportado como un idiota. Tendría que haberle hecho caso a tu madre y no haber nombrado a ese desgraciado. Perdóname.

—Ahora no, Joel. No puedo. Me voy. Cuando me apetezca de nuevo hablar contigo ya te llamaré. Ahora necesito espacio.

Joel la soltó y asintió con la cabeza. Lorena se puso la cazadora y se colgó el bolso al hombro, pero antes de abrir la puerta le dijo sin volverse a mirarlo:

—Deberías haber dejado de insistir y haber comprendido que odio ese tema, Joel. Ya nos veremos.

Tras cerrar dejando a un dolorido Joel, bajó por las escaleras de nuevo. Durante el trayecto lloró, pero se enjugó las lágrimas antes de salir a la calle. Salió del portal y, antes de doblar la esquina, unas manos la agarraron por la cintura y le taparon la boca para que no gritara. Enseguida supo que no se trataba de Joel. No era suyo el aroma del propietario de la mano que presionaba su boca. El agresor acercó la boca al oído de Lorena para susurrarle:

—Muy bien, putita, mi banana quiere conocer lo que tienes entre las piernas.

Lorena no pudo verle el rostro, solo dos gorras, que identificó como las de los chicos que al entrar la habían molestado con sus desagradables comentarios.