CAPÍTULO 9
Lorena y Joel caminaron durante quince minutos. Ella lo iba guiando con una sonrisa en los labios, a la que Joel correspondía con otra. No paraba de preguntarle dónde estaba ese lugar tan especial para ella, pero Lorena no dejaba de reír y negaba con la cabeza. No pensaba decirle nada hasta que llegaran a su destino, pero, antes de eso, Lorena se paró y sacó un pañuelo palestino de su bolso. Se lo mostró a Joel, y este, al ver sus intenciones, se negó.
—¡Ni hablar! No pienso dejarte que me tapes los ojos. La última vez que lo hice acabé con un ojo morado.
—¿Y quién te guiaba?
—Leo.
Lorena soltó una pequeña carcajada y se acercó aún más a él.
—No seas bobo. Confía en mí —pronunció Lorena con mucha ternura y mostrando esa sonrisa que hacía que Joel cayera a sus pies.
El chico no podía apartar los ojos de los de ella. En ellos, vio sinceridad, pero, sobre todo, ternura. Así que se dio la vuelta y se agachó para facilitarle el trabajo. Lorena, contenta por que Joel hubiera aceptado su idea, le colocó el pañuelo sobre los ojos y, cuando comprobó que no veía nada, entrelazó los dedos con los suyos y lo fue guiando hasta su destino. Estuvieron caminando cogidos de la mano durante cinco minutos más, hasta que Lorena le mandó detenerse. Se puso detrás de Joel y deshaciendo el nudo que había hecho le quitó la venda.
—Ya puedes abrir los ojos —le susurró al oído.
Joel obedeció y ante él apareció un gran estanque cuyas aguas brillaban a la luz de la noche. En el estanque, patos, cisnes y peces nadaban. A la izquierda, Joel pudo apreciar una familia compuesta de cuatro pavos reales. Lorena se acercó hasta la valla del estanque y con sus finos dedos recorrió la parte superior caminando lentamente.
—Mi abuela siempre me traía aquí cuando era pequeña. Compraba dos bolsas de gusanitos. Una para mí y otra para echar de comer a los patos y a los pavos reales. —Sonrió con tristeza—. La echo tanto de menos…
Joel se acercó hasta ella y se colocó a su lado apoyando los brazos en la barandilla y juntando las manos mientras escuchaba el sonido del agua.
—Sé que es dolorosa la pérdida de un ser querido, pero estoy convencido de que tu abuela querría verte sonreír.
—Es duro… Espero que sea más fácil con el tiempo.
—Sí, lo es… Es un lugar precioso. Llevo toda la vida viviendo en esta ciudad y es la primera vez que piso este parque.
Lorena se acercó más a él y le sonrió.
—Así que tengo el honor de ser la primera —dijo coqueta.
—Pues sí. Gracias por traerme. Me encanta tu lugar especial.
—Y a mí. Vengo aquí cuando necesito estar sola y pensar. Me apoyo en la barandilla y miro nadar a los patos. Me relaja.
Ambos se quedaron unos minutos en silencio contemplando el estanque, hasta que Joel se acercó más a ella al darse cuenta de que se le inundaban los ojos de lágrimas.
—¡Hey! —dijo él levantándole la barbilla—. No me gusta verte así. Sé lo mucho que duele, pero tienes que pensar en los buenos recuerdos que tienes junto a ella en este lugar y, al hacerlo, sonreír.
Lorena no podía hablar, así que se arrimó a Joel fundiéndose en un cálido abrazo mientras lloraba en su pecho. Él intentaba clamarla acariciándola con ternura el pelo y apretándola más contra su cuerpo. Más calmada, se apartó y se secó las lágrimas.
—Lo siento. Te he puesto la camiseta perdida —se lamentó con una medio sonrisa al ver restos de maquillaje sobre Joel.
—Mírame: —Lorena lo hizo y él continuó—: Nunca te disculpes por mostrar tus sentimientos.
Dicho esto, Joel fue acercando su rostro al de ella, percibiendo cómo los alientos chocaban, aspirando su perfume…, pero se apartó de ella de un salto al sentir un repentino dolor en la pierna.
—¡Auh! —se quejó Joel.
—¿Qué ocurre? —preguntó Lorena sintiéndose rechazada.
—El cisne ¡me ha mordido!
Lorena levantó una ceja y miró al animal.
—¡No me lo puedo creer! ¿Me estás tomando el pelo? —replicó Lorena sonriendo incrédula.
—Creo que mi pantalón puede responderte.
Joel la apartó y ambos bajaron la cabeza para ver a un cisne con el cuello estirado, que abría y cerraba el pico.
—¡Madre mía! Anda, vámonos a casa o llegarás con media pierna —bromeó ella al ver que el cisne no dejaba de intentar alcanzarle.
—Te acompaño a la tuya, ¿te parece bien?
Antes de contestar, Lorena notó la vibración de su móvil y al consultarlo pudo leer en la pantalla «Mamá».
—¡Mierda! —susurró Lorena antes de atender la llamada—. Dime, mamá.
—¡¿Dónde andas?! ¿Cómo es que no estás en casa?
—Tranquila, mamá. Ayer me dejé un fular en casa de Noa y he ido a por él. Nada más —mintió Lorena.
—Tu hermano está mal del estómago y hemos vuelto antes, pero, al no verte, me he asustado.
—Enseguida llego a casa, ¿de acuerdo?
—Vale. Hasta luego.
—Adiós, mamá.
Lorena dejó escapar un largo suspiro y se dirigió a Joel con una mirada de disculpa.
—Lo siento, me tengo que ir… Mañana empiezan las clases y hasta el jueves estaré ocupada, pero el viernes trabajo toda la tarde, así que no podremos vernos hasta el sábado. Pasarás el sábado por el pub, ¿no? Me dijo Leo que vendríais.
—Sí. Iremos a cumplir nuestra promesa, así que hasta el sábado. Buenas noches, Lorena.
—Buenas noches, Joel.
Lorena se puso de puntillas para besarlo en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios. Tras esto, dio media vuelta y se fue.