CAPÍTULO 25
Con la llegada de septiembre, se acabó el tiempo libre para ambos. Lorena comenzaba su último año de carrera, en el que las prácticas serían más abundantes, al igual que Joel, que este año lo dedicaría solo a ellas. Para Joel, septiembre era un mes duro, y Lorena lo notaba distante y frío. ¿Dónde estaba el Joel que sonreía y la besaba con pasión? En más de una ocasión, llamaba a Lorena para cancelar una cita sin dar una explicación coherente. Siempre decía que se encontraba mal o estaba cansado y, cuando ella se ofrecía a ir a su casa, él se negaba diciendo que prefería estar solo. Estaba preocupada por él: no entendía qué le pasaba o si ella había hecho algo para que su comportamiento hubiese cambiado de un día para otro.
Un día llamó a Leo para ver si él podía aclararle qué le pasaba a Joel. Leo notó la preocupación en la voz de Lorena e intentó calmarla como pudo. Él sabía el porqué de la actitud de su amigo. Todos los meses de septiembre le ocurría lo mismo, pero no sabía si decírselo a Lorena era lo correcto. No quería entrometerse, pero tampoco iba a quedarse de brazos cruzados. Leo no podía ver a Joel machacarse durante un mes entero y esa situación debía acabar; por eso le telefoneó para quedar con él. A pesar de su negativa, Leo no pensaba dejarle que cancelase su encuentro, y Joel se rindió.
—Creía que este año sería diferente a los anteriores —comenzó Leo al salir de la tienda a la que había entrado con su amigo.
Joel no tenía ganas de nada; únicamente quería estar solo durante ese mes, pero sabía que Leo no se lo iba a permitir. En un par de días se cumpliría el sexto aniversario de la muerte de sus padres y su hermano. Todos los años desde el accidente, Joel pasaba treinta días muy deprimentes, y el día del aniversario siempre acababa encerrado en casa y emborrachándose. Era una manera de no pensar en lo ocurrido. Leo le había llevado a dar una vuelta y a hablar de ello. Quería impedir que Joel repitiera lo de años anteriores, pero él hacía caso omiso, así que entró en una tienda de licores y compró una botella de whisky, sin tener en cuenta los consejos de Leo.
—Nada es diferente, Leo. Porque deje de hacer esto no recuperaré a mi familia.
—¿Y encerrándote en casa y emborrachándote sí?
—No, pero ya sabes que estando ebrio no pienso, o pienso, pero al día siguiente no me acuerdo.
Leo se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y fijó la vista en el suelo suspirando. Segundos después elevó la mirada y la dirigió a Joel.
—Creía que con Lorena lo superarías. Ella te apoyaría, y lo sabes.
—Lorena aún no sabe nada. Quiero contárselo, pero no sé cómo… Tengo miedo, Leo —confesó a su amigo—. Miedo de que cuando le cuente el pasado me mire de otra forma y la pierda. Y no podría soportarlo.
—No lo hará. Lorena está preocupada por ti, ¿sabes? Me llamó hace poco porque estaba desesperada. No sabe qué te ocurre, por qué te comportas así con ella y por qué no le cuentas nada. Cancelas tus citas con ella bajo cualquier excusa, y no se lo merece. Tienes que contárselo, Joel… Estoy seguro de que permanecerá a tu lado.
Joel se tapó el rostro con las manos. Sabía que su amigo tenía razón y que por su culpa Lorena también lo estaba pasando mal, pero se sentía incapaz de levantar cabeza y que ese año fuera distinto. Los recuerdos eran demasiado dolorosos y, aunque confiaba en que algún día lo superaría, todavía no podía. Lorena tenía razón cuando le dijo que no había superado su pasado y que guardándoselo para sí mismo jamás lograría pasar esa página que se resistía en su vida.
—No tardaré en hablarle a Lorena de todo, pero antes quiero prepararme para lo peor, ser consciente de que igual se separa de mí.
—Si te quiere no lo hará, porque, si de verdad está enamorada de ti, significa que estará a tu lado para lo bueno y lo malo. ¿O tú no estuviste junto a ella cuando te contó lo de Alan?
—Pero es distinto, Leo. Ella no causó lo de su ex, y sin embargo yo…
—¡Se acabó, Joel! Estoy harto de que te culpes tú de todo. Te lo he dicho mil veces, pero tú sigues encerrado en el pasado, aunque pretendas que no. Tienes que cerrar ese episodio de tu vida. Sabes perfectamente que mis padres también murieron en aquel accidente de avión cuando con mis ahorros les regalé un viaje para que estuvieran solos y disfrutaran de unas vacaciones. Yo también pensaba que la culpa era mía por haberles hecho el regalo y que si me hubiese estado quietecito estarían aquí conmigo, pero ¿qué coño iba a saber yo que el piloto iba colocado? Son cosas que pasan, Joel, aunque nos duelan, pero no por ello nos tenemos que culpabilizar.
Cuando llegaron al portal de Joel, ambos se detuvieron. Leo no podía hacer nada más y suplicaba para que por una vez su conversación y la mención del nombre de Lorena sirvieran para algo y, antes de dar un sorbo a la botella que llevaba en la bolsa, la rompiera o tirara el líquido por el fregadero. Todos los 26 de septiembre desde la muerte de sus padres, Joel recurría a la bebida para enfrentarse al aniversario del día en que perdió a toda su familia. No tenía problemas con la bebida, solo le sucedía en esa fecha, en la que bebía hasta caer dormido y amanecía al día siguiente con una resaca de campeonato, para así poder descansar toda la jornada.
—No lo hagas, Joel —le pidió Leo cogiéndole de la muñeca mientras abría el portal.
—No te aseguro nada.
Joel se metió la mano izquierda en el bolsillo trasero del pantalón y le entregó las llaves del coche a Leo.
—¿Así quieres intentarlo? ¡Me estás dando las llaves del coche, joder! ¿Así me aseguras que lo vas a hacer?
—Te las doy por si acaso. Lo voy a intentar, Leo, pero no prometo nada. Dile a Lorena que no se preocupe a lo tonto, que ella no tiene nada que ver con lo que me pasa y que cuando esté mejor la llamaré y todo volverá a la normalidad.
—Está bien, si es eso lo quieres —contestó con resignación.
—Por cierto, no le digas nada de esto a Lorena. No quiero preocuparla a lo tonto.
Leo se guardó las llaves, dando por finalizada y perdida la batalla, y sin añadir nada dio media vuelta y se fue. Estaba enfadado por lo último que había dicho. ¿Que Lorena no se preocupara «a lo tonto»? Lo que hacía Joel no era algo por lo que preocuparse de ese modo: era un problema serio…, y sintiéndolo mucho le contaría a Lorena lo que ese cabezota se proponía hacer.
* * *
—¡¿Qué?! —exclamó Lorena con los ojos como platos,
Habían pasado dos días desde que Leo mantuvo la charla con Joel. Era el día del aniversario, en el que estaría encerrado en casa y a las doce y diez de la noche, justo la hora en la cual su familia murió, comenzaría a vaciar la botella de whisky. Tras despedirse de su amigo, Leo quiso hablar con Lorena para contarle de inmediato lo que le ocurría a Joel, pero se vio incapaz. Sentía que iba a traicionar la confianza de su amigo, pero al despertar aquella mañana llegó a la conclusión de que sí, que lo mejor que podía hacer era hablar con Lorena e intentar que esta evitara que Joel cometiera la misma locura de todos los años. Lorena llevaba días sin saber prácticamente nada de Joel. Lo notaba cambiado, alejado y triste. No sabía el porqué y eso la estaba matando. Intentaba hablar o quedar con él, pero estaba tan cerrado que no conseguía nada, y desesperada llamó a Leo. Necesitaba saber algo y ver si podía ayudar para que Joel volviera a ser el de siempre. Tras la llamada de Leo, en la que quedaron en que él hablaría con Joel, Lorena esperó impaciente a que le contara algo, pero no recibió noticias hasta ese día. Leo había quedado con ella a solas en una cafetería donde era poco probable que se encontraran con alguien. Quería hablar solo con ella, y no le interesaba que más gente lo supiera. Leo le puso al tanto de lo que hacía Joel cada 26 de septiembre y esta le escuchó atónita. Nunca hubiera pensado que el pasado de Joel fuera tan terrible como para hacer eso año tras año.
—Lo que oyes, Lorena. Todos los años desde hace seis sigue el mismo ritual. Compra una botella, me da las llaves del coche para evitar cogerlo y se encierra en casa. Cuando el reloj da las doce y diez empieza a emborracharse.
—¿Nunca lo has intentado impedir? No hablando con él, sino yendo a su casa para quitarle la botella o algo así.
—Un año sí traté,. Estuve dos horas plantado en su puerta, pero no me abrió y me fui. No podía hacer nada, Lorena. Todos los años procuro que sea el último, pero no lo consigo, y esta vez creía que al haberte conocido se refugiaría en ti y no en el alcohol, pero tiene su pasado tan clavado que ya no sé qué hacer.
Lorena extendió las manos para cogérselas a Leo y mostrarle su apoyo y agradecimiento.
—Eres un buen amigo, Leo. Joel no podría tener uno mejor y estás haciendo muchas cosas por él, pero es Joel quien parece no aceptar la mano que se le está tendiendo para ayudarlo. Esta noche iré a su casa antes de que abra la botella. No le voy a permitir que pruebe ni una gota.
—No te abrirá, Lorena. Solo te gritará que te vayas. No se lo tengas en cuenta: luego irá a disculparse. Cuando fui yo a evitarlo es lo que hizo.
—Entraré en su casa, Leo. Voy a hacer que acabe con esto porque lo quiero y no voy a permitir que se destroce cada 26 de septiembre.
—Espero que lo consigas, Lorena. Te estaría eternamente agradecido.
Lorena sabía que le esperaba una noche dura, en la que probablemente acabaría discutiendo con Joel, pero, si esa discusión servía para que él superara ese problema, habría merecido la pena. A pesar de la seguridad que Lorena transmitía, no sabía qué iba a hacer, cómo iba a reaccionar Joel y cómo actuar ante esas reacciones, por eso, le contó un poco por encima a su madre lo que ocurría y ella le dio algunos consejos, pero poco más podía hacer. Tenía que estar tranquila y segura, saber utilizar las palabras adecuadas y, sobre todo, que Joel no notara su miedo y su nerviosismo. Estaba tan agobiada por lo que le diría a Joel que pensó que lo mejor sería ir a verlo al día siguiente y hablar seriamente con él. Pero el reloj iba avanzando y cada vez que Lorena veía que se acercaban las doce y diez su nerviosismo fue en aumento.
A las doce menos cinco intentó dormirse, pero no podía. No paraba de pensar en lo que Joel iba a hacer en apenas unos minutos. Inmediatamente se levantó de la cama y, tras vestirse, cogió las llaves de su coche para ir a casa de Joel. Una vez hubo aparcado, cogió una pequeña chaqueta del asiento de atrás. Las noches comenzaban a ser frescas, a pesar de que el calor continuara por el día. Consiguió entrar en el portal justo cuando un vecino salía a tirar la basura. Lorena miró su reloj y vio que marcaban las doce y media. Sin querer perder más tiempo, comenzó a subir las escaleras a toda velocidad. Quizá aún no fuera tarde y se encontrara a Joel más sobrio que ebrio.
Al llegar a la puerta de su piso, se detuvo a unos metros. Volvió a bloquearse y pensó en dar media vuelta e irse por donde había venido, pero, al oír un golpe fuerte dentro de la casa, se acercó a la puerta y, queriendo mostrar serenidad, arrimó la oreja y llamó suavemente con los nudillos.
—¿Joel? —dijo con tono tranquilo—. Soy Lorena, abre por favor.
—Vete, Lorena. No te pienso abrir.
Lorena cerró los ojos y levantó la cabeza para dirigir su mirada al techo. Solo con oír la voz de Joel ya sabía que estaba borracho.
—Joel, escúchame: ábreme y hablemos. Lo que estás haciendo no es la solución. Estoy aquí y te voy a ayudar. Abre, por favor.
—No, Lorena, déjame solo.
—Joel, si no me abres tú, abriré yo. Tú verás.
—Márchate, Lorena. No quiero estar ni hablar con nadie.
—Muy bien.
Sin dar su brazo a torcer, Lorena se dirigió al extintor que había colgado en la pared, donde Joel escondía una copia de la llave de su casa, por si algún día las perdía o se le olvidaban. Joel le contó este pequeño secreto un día que salió de casa sin las llaves y al volver, tras llamar a un vecino para que les abriera el portal, le mostró a Lorena el pequeño escondite.
Tras coger la llave, se acercó con pasos sigilosos hasta la puerta y apoyó el oído para asegurarse de que Joel no estaba apoyado en ella como antes. Tras respirar profundamente, metió la llave en la cerradura y abrió. Al entrar, se encontró a un Joel ebrio sentado en mitad del pasillo, con la cabeza apoyada en la pared, los ojos cerrados y la botella de whisky en la mano derecha. Lorena comprobó que quedaba la mitad de ese líquido dorado que Joel se llevaba a la boca con el único propósito de acabar con él.
—Joel… —susurró Lorena al ver esa estampa.
Al oír su nombre, abrió los ojos y giró la cabeza hacia la izquierda para encontrarse con la cara de preocupación de Lorena, pero no le importó y volvió a dar otro trago ante su mirada.
—Te he dicho que te vayas, Lorena. No quiero que me veas así.
Pero ella no estaba dispuesta a marcharse y dejarlo en ese estado, por lo que poco a poco se fue acercando a él, con pasos lentos pero sin pausa.
—No me voy a marchar, Joel. Y, si no quieres que te vea así —dijo mientras se agachaba a su lado—, dame la botella, date una ducha y ve a acostarte… Esta no es ninguna solución.
Joel desvió la mirada de ella mientras soltaba una risa irónica.
—Seis años…, seis años desde que me convertí en un don nadie. Seis años en los que mi conciencia me atormenta día tras día. Seis años desde que me di cuenta de lo capullo que era. Seis años sin familia, solo. Seis años sin que me importe que me pase algo.
Lorena pudo apreciar que los ojos comenzaban a brillarle a causa de las lágrimas. Joel subió la mano izquierda y se la pasó por los ojos para no derramar ninguna delante de ella. Lorena, sin decir nada, se incorporó para colocarse al otro lado de Joel. Sabía que necesitaba desahogarse por completo, sacar fuera esos sentimientos que había llevado dentro encerrados durante seis años. Volvió a agacharse y le acarició el brazo derecho con suavidad y cariño. Desde el codo, dejó que los dedos descendieran lentamente hasta llegar a la mano y conseguir quitarle la botella para apartarla de su alcance. En ningún momento que duró la caricia, Joel dirigió la mirada a ella ni a su mano hasta que notó que la botella desparecía de su alcance. Fue entonces cuando, tras mirarse la mano derecha, alzó la vista para encontrarse con los ojos de Lorena. En ellos había preocupación, pero además veía que le transmitía un mensaje de apoyo. Sin que ninguno de los dos dijera nada todavía, Lorena levantó la mano para acariciarle la mejilla y pudo comprobar que los ojos de Joel volvían a llenarse de lágrimas. Pero esta vez no se las secó, sino que empezaron a caer antes de abrazar a Lorena. Le hundió la cara en el cuello, y ella podía notar que se lo humedecía a causa de las lágrimas. Joel lloraba como un niño en los brazos de Lorena, mientras ella le acariciaba el pelo intentando calmarlo y se lo besaba para que supiera que ella estaba allí y no se iba a marchar a ninguna parte. El alcohol había hecho efecto en él y empezó a quedarse dormido, aún encima de ella. Lorena, al notar cada vez más el peso de Joel, le habló al oído indicándole que lo mejor era que se fuera a la cama a descansar. Ambos se levantaron del suelo y Lorena acompañó a Joel hasta su habitación, ya que con la cantidad de alcohol que le corría por las venas casi ni se tenía en pie. Tras dejarlo en la cama, ella le quitó la camisa blanca que llevaba y los zapatos y lo dejó con el torso al descubierto y descalzo. Se quedó con él hasta que cayó en un sueño profundo.
Al abandonar la habitación, Lorena cogió la botella de whisky que había dejado en el pasillo y se dirigió a la cocina para tirar el resto de la bebida. Abrió un poco la ventana para quitar el olor a alcohol y fue al salón, donde se encontró varias fotos en el suelo, sillas tiradas y el mando de la tele destrozado por un fuerte golpe. Fue recogiendo las fotos y fijándose en ellas. No le cabía la menor duda de que se trataba de la familia de Joel y que él había estado atormentándose con ellas. Tras ordenar un poco el salón, se sentó en el sofá, bajando la mirada y colocándose las manos en la frente con los codos apoyados en las rodillas. Distinguió algo que sobresalía de debajo del sofá y, al cogerlo, comprobó que se trataba de una página del periódico local. El papel estaba amarillento y con los bordes rotos. Al comprobar la fecha vio que era del 27 de septiembre de 2007. Giró el papel y contempló la imagen de un coche destrozado y un camión con la parte trasera aplastada. Leyó el titular: «Joven de dieciséis años roba un coche y causa un accidente mortal en una carretera nacional».
A Lorena se le cayó la hoja de las manos y se llevó estas a la boca. ¿Qué ocurrió en ese accidente? ¿Sería Joel ese joven de dieciséis años? ¿Por eso sería por lo que no podía contarle su pasado? ¿Fue él quien… mató a su familia? Poco a poco, Lorena comenzaba a encajar las cosas, pero no iba a sacar conclusiones anticipadas sabiendo que podía equivocarse. ¿Cuántos jóvenes de dieciséis años había en 2007? Muchos. Podría no haber sido él. Recuperó el trozo de periódico y lo depositó encima de la mesa. Se tumbó en el sofá y se fue quedando dormida. Al día siguiente tendría que hablar con Joel y averiguar qué pasó en ese accidente que le atormentaba desde hacía seis años.
* * *
Joel se despertó con un dolor de cabeza horrible. Nada más abrir los ojos, la luz que entraba por la ventana hizo que rápidamente los cerrara y hundiera la cara en la almohada. La luz hacía que el dolor aumentara. Tenía mal sabor de boca y no recordaba haber llegado a la cama. Lo último que recordaba era estar en el sofá sentado viendo las fotografías y después haberlas tirado y empezar a destrozar el salón. Poco a poco se fue incorporando y tras frotarse los ojos se levantó para ir a la cocina. Necesitaba una caja entera de Ibuprofeno y un café bien cargado. Aún con el pecho al descubierto y descalzo, acabó de desayunar y fue el salón para recoger el estropicio que había organizado el día anterior, pero se lo encontró como siempre: las sillas en su sitio y las fotos y el mando de la tele sobre la mesa. En el sofá vio que Lorena dormía profundamente y comenzó a imaginar lo que habría pasado. Probablemente, ella fue a su casa y entró para impedir que se emborrachara, pero no consiguió mucho. Se agachó hasta quedar ante a ella. Tenía la boca un poco abierta, abandonada, y un mechón de pelo le caía cubriéndole parte del lado izquierdo de la cara. Joel se lo puso detrás de la oreja, y ante este pequeño contacto Lorena abrió los párpados.
—Hola —dijo Joel en apenas un susurro.
Lorena le lanzó una mirada en la que pudo detectar enfado e incluso decepción. Lorena apoyó la barbilla en la base de cuello, como si se examinara el pecho. Apoyó las manos en el sofá para quedar sentada en él. Joel se acomodó a su lado y dirigió la vista al suelo al comprobar que ella no lo miraba.
—Lo siento, Lorena. Sé que lo que hago no es lo más acertado, pero estabas en lo cierto: tengo el pasado demasiado clavado y no sé si algún día esa espina se aflojará y acabará por salir.
Por fin Lorena lo miró. Era consciente de que enfadarse o estar decepcionada con él empeoraría las cosas. Por eso decidió hablarle y mostrarle su apoyo. Se sentó más cerca de él y le cogió la mano para entrelazar los dedos.
—Te lo he dicho muchas veces, pero te lo vuelvo a repetir: estoy a tu lado y siempre lo estaré; puedes contarme lo que quieras.
—Te juro que intento hacerlo, pero me cuesta. No creo que me vuelvas a mirar como ahora.
—Joel, todos tenemos un pasado, ya sea más duro o menos, pero el pasado, como su nombre indica, pasado está, y no podemos hacer nada para cambiarlo, aunque sí aprendemos de él, que creo que es lo que has hecho tú, ¿o me equivoco?
Joel negó con la cabeza. Al día siguiente del accidente, pegó un giro radical y estaba orgulloso de ello, pero no podía cambiar lo ocurrido.
—Vayamos a desayunar antes de seguir hablando.
—Yo ya he desayunado, pero te acompaño.
Mientras Lorena tomaba su taza de café, pensaba en qué decirle a Joel. Ya era hora de que liberara eso que tanto escondía. Estaba harta de hacer suposiciones, dándoles vueltas y comiéndose la cabeza sin encontrar nada de información. No quería presionarlo, pero, por el bien de los dos, había que aclarar las cosas.
—¿Cómo eras antes del accidente? —quiso retroceder hasta el principio Lorena.
—¡Un gilipollas! —contestó como un resorte Joel—. Me emborrachaba, me saltaba las clases, pasaba de todo, incluso de mi familia. Me acostaba cada día con una y me iba de fiesta día sí, día también. Repetí curso una vez. Mi madre intentaba ayudarme a que cambiara y volviera a ser el de antes, pero yo no le hacía caso. La ignoraba y siempre acababa marchándome de casa para regresar dos días después. Mi hermano me tenía miedo —dijo mientras una lágrima se le deslizaba por la mejilla—; yo adoraba a ese enano y no puse remedio al comprobar cómo se alejaba de mí, y mi padre murió viendo a su hijo como la gran decepción de la familia.
Lorena se levantó de la silla para dejar el vaso en el fregadero y abrazar a Joel. Empezaba a sincerarse con ella, y Lorena creía que de esta manera sacaría todo de dentro. Estaba empezando a exteriorizar esos sentimientos que tenía bajo llave… Pero le hacía daño.
—No puedo, Lorena. No puedo. Me cuesta mucho hablar de ellos.
—Estoy aquí —le susurró al oído—. No me voy a ir.
—Lo sé —contestó Joel—. Todavía estoy un poco enfadado conmigo mismo por lo de anoche y que tú lo presenciaras. ¿Te hice algo? ¿Te pegué o insulté? Por Dios, dime que no te causé daño.
—No, no, ningún daño. Solo me decías que me fuera, pero, cuando me acerqué a ti, me dejaste quitarte la botella, me abrazaste y lloraste como un niño pequeño. Habías bebido un poco más de la mitad del contenido. Te llevé a la cama y vacié lo que quedaba en la botella. Luego fui al salón ordené todo y me dormí.
Lorena no pudo evitar fijarse en cómo Joel tensaba todo su cuerpo mientras comenzaba a explicarle quién era antes de conocerla. Le hizo callar y lo abrazó. Todo su pasado la superaba. Joel volvió a derrumbarse apoyado en el hombro de Lorena, preguntándose si llegaría algún día a ser él quien superara todo su pasado. Cada palabra, cada frase que salía de su boca de esos años pasados era un completo infierno. Recordar era doloroso, pero lo que más temía era que Lorena cambiara de opinión con respecto a él y ya no lo mirara como antes.
Tras haber leído el titular, Lorena comenzó a tener más sospechas e incluso sentía que algunas las podría confirmar. Pero si algo tenía claro es que no se separaría de Joel si resultaba ser él ese joven de dieciséis años. En el tiempo que llevaban juntos, ella había conocido a un Joel cariñoso, apasionado, divertido, romántico y sobre todo responsable.
Joel sabía perfectamente que no quedaba nada de ese chico de dieciséis años, borracho, mujeriego y en ocasiones drogadicto. Unos segundos necesitó para darse cuenta de en quién se había convertido y madurar de golpe. En ese accidente no solo murió su familia, sino también parte de él. Una parte que no quería que resucitase en la vida. Estaba mejor muerta y enterrada.