CAPÍTULO 6
—¿Qué has dicho? —preguntó Lorena en un susurro.
No podía salir de su asombro. ¿Un asesino? Eso era imposible.
—Lo que has oído. ¡Joel García es un puto asesino!
—Mientes. Eso solo lo dices para que caiga en tu trampa. Eres un maldito hijo de puta. No te cansas de intentar manipularme. Te conozco y serías capaz de cualquier cosa para conseguir tus propósitos. Adiós, Alan, que te vaya bonito.
Dicho esto, Lorena se encaminó de nuevo a la sala, pero antes de entrar oyó a Alan casi gritando:
—¡Recuerda lo que te he dicho, nena!
Lorena se volvió hacia él y lo fulminó con la mirada. Abrió la puerta y se metió en la sala. Le temblaban las piernas. No podía subir las escaleras en ese momento, así que se apoyó en la pared y se cubrió la cara con las manos. ¿Por qué Alan había dicho semejante barbaridad? ¿Un asesino? No, imposible. No conocía mucho a Joel, pero lo poco que sabía de él le bastaba para tener claro que no podía ser un asesino. Más tranquila, se dirigió a su butaca.
—Ya he vuelto. ¿Me he perdido algo?
—No, apenas ha pasado algo interesante.
—Perfecto.
—Oye, ¿estás bien? —dijo tocándole la mejilla con los nudillos—. Te noto algo rara.
—Sí, no te preocupes. Estoy perfectamente.
—Si te encuentras mal, puedo llevarte a tu casa. No pasa nada.
—¡No!, estoy bien, de verdad. —Lorena le sonrió—. Disfrutemos de la peli.
Joel, satisfecho con su respuesta, asintió. Media hora después salían del cine.
—¿Qué te ha parecido la película?, ¿te ha gustado? —preguntó Joel para romper el hielo.
—Sí. Hacía tiempo que no veía una comedia en condiciones. Más bien, hacía mucho que no entraba en un cine. Gracias por invitarme.
—Gracias a ti por aceptar. Bueno, aún es pronto para cenar —comentó al ver que su reloj marcaba las siete y media—. ¿Dónde te apetece ir?
—Pues… no sé. Podríamos ir a tomar un café calentito antes de cenar. Así hacemos tiempo.
—Muy bien. Conozco un sitio donde dan de cenar bien y barato, y además el camarero es amigo mío. Podemos tomar allí los cafés y más tarde pedimos la cena. ¿Te parece?
—Me parece bien. ¿Dónde está ese sitio? —Lorena asintió mientras sacaba los guantes y un fular del bolso. Ya era de noche y hacía un frío de mil demonios.
—Bueno, si vamos en coche llegamos en diez minutos, y andando, media hora. Como prefieras.
—Pues, si no te importa, me elijo el coche. Si lo hacemos andando y volvemos a casa tarde, creo que me dará mucha pereza caminar. Además, con este frío, antes de llegar nos habremos congelado —argumentó ajustándose los guantes.
—¡Claro! Lo tengo aparcado en la esquina.
Cuando llegaron, Lorena se encontró con un Audi A5 impecable de un color azulado, con las ventanillas traseras tintadas.
—¿Es tuyo? —preguntó Lorena acariciando la carrocería.
—Era de mis padres, pero, al morir ellos, lo he heredado, al igual que la casa. Mis padres tenían dos, pero uno…, uno acabó en el desguace y quedó este.
Lorena asintió con la cabeza. No quería hurgar en esa herida. Montó en el coche y se puso el cinturón. Era muy amplio y con tapicería de cuero negro. En dos palabras, sencillo y elegante. Tardaron en encontrar sitio para aparcar, pero al final consiguieron un hueco justo enfrente de la puerta del local. Tuvieron suerte de ver cómo el coche que ocupaba antes la plaza se iba y que Joel diera al intermitente para que los demás conductores supieran que iba a aparcar. Lorena no pudo evitarlo y, al salir del coche, se echó a reír.
—¿Se puede saber de qué te ríes? —quiso saber Joel levantando una ceja.
—¿Ves esa panadería que hay ahí? —señaló Lorena y, al comprobar que Joel asentía, continuó—: Pues si giras por esa esquina encontrarás el portal de mi casa.
—¡No me digas que vives en este barrio!
—Pues sí. Y el bar donde vamos a tomar esos cafés y a cenar después lo llevan unos amigos míos. Bueno, más bien el camarero, que es el hijo del dueño. Hace mucho que no ceno aquí; solo suelo venir a tomar café. ¡Me encanta!
—Vaya, vaya, vaya…, entonces, ¿he acertado con el sitio?
—¡De lleno!
Cuando entraron en el local, un joven de unos veintidós años cogió a Lorena en volandas y empezó a dar vueltas con ella.
—¡Rubén, suéltame! —pidió ella entre carcajadas.
—¡Cuánto tiempo, preciosa!, ¿cómo estás?
Rubén era estudiante de Arquitectura y amigo de Lorena de toda la vida. Su padre abrió el bar hacía unos años y su hijo lo ayudaba siempre que podía.
—Muy bien, ¿y tú? Vengo con un amigo. Rubén, te presento a…
—¡García!, ¿qué haces tú saliendo con mi preciosa Lorena? —dijo Rubén mientras chocaban las manos.
—¿Os conocéis? —preguntó asombrada Lorena.
—Sí. Joel y yo vamos juntos a clase.
—¿Tú también estudias Arquitectura?
—Pues sí. Rubén y yo estamos en nuestro último año de carrera, prácticamente acabándola ya. Tras este, haremos las prácticas.
—¡Vaya, menuda casualidad!
—El mundo es un pañuelo —sentenció Rubén—. Pero no os quedéis ahí. Sentaos, que voy a atender y ahora vuelvo con vosotros.
Y Rubén se fue a servir a otros clientes que aguardaban sus pedidos.
—Ha sido toda una sorpresa que tú y Rubén estudiéis juntos. La verdad es que estoy bastante asombrada —dijo Lorena mientras se sentaba.
—A mí también me ha sorprendido que seas amiga de Rubén. Yo lo conozco de la carrera, ¿y tú?
Lorena se quitó el abrigo y lo dejó en el respaldo de la silla mientras volvía a guardar los guantes y el fular en el bolso.
—Lo conozco desde que gastábamos pañales. Es mi vecino de arriba y un buen amigo. Nos llevamos dos años, pero éramos los únicos niños del edificio y nos lo pasábamos bomba. Muchos sábados salgo con él, su novia, una amiga mía y algunos más. Si quieres un día puedes venirte.
—Claro. Me encantaría. Además, así…
Pero, antes de que pudiera acabar la frase, Rubén llegó con una libreta alargada en la mano izquierda y un boli en la otra para tomarles nota.
—Bueno, ¿qué vais a tomar?… Lorena, tú no me lo digas. Uno de mis extraordinarios capuchinos, ¿verdad?
—Sí. Has dado en el clavo. —Rio Lorena.
—Lo sé —confirmó con un guiño Rubén—. ¿Y tú, tío?
—Ponme lo mismo. Voy a comprobar por mí mismo lo extraordinario que son tus capuchinos.
Con una sonrisa, Rubén se retiró. Un segundo después, el móvil de Lorena comenzó a sonar. Sacándolo del bolso, pudo ver en la pantalla el nombre de Noa, su mejor amiga. Se disculpó y salió del local para hablar con más libertad.
—Dime, Noa.
—¡Te voy a matar, cacho perra! ¿Cómo no me avisas de que soy tu coartada para salir con quien quieras que estés? Que para tenerlo calladito más vale que el tío sea de esos que quitan hasta el hipo. Tu madre me ha llamado. Sabe que no estás conmigo.
—¡¿Cómo que sabe que no estoy contigo?! —gritó Lorena haciendo que todos los que pasaban por la calle la miraran.
A Lorena comenzaron a temblarle las manos. ¿Cómo no se había dado cuenta de avisar a Noa para contarle lo de la cita y lo que tendría que decirle a su madre en el caso de que la llamara? Estaba tan nerviosa por su encuentro con Joel que se le había pasado por completo. Casi se echa a correr hacia su casa para ir a contarle cualquier excusa a su madre, pero antes quiso saber lo que le había contado Noa.
—Tía, estaba viendo el final de la película One Day, y me he puesto a llorar y patalear como una loca. Estaba sola, y sabes que en momentos como esos me gusta que alguien me abrace, pero justo llama tu madre para ver si estás aquí y, claro, le he soltado mientras berreaba que ojalá estuvieras aquí para que me abrazaras…; por cierto, creo que tu madre piensa que estoy loca, y ahí me ha pillado.
—¿Y qué le has dicho? —preguntó Lorena preocupada.
—Me ha preguntado preocupadísima que dónde estabas, que se suponía que ibas a verme, y le he contado lo primero que se me ha ocurrido.
—¡Ay, Dios! ¿Y qué ha sido lo primero que se te ha ocurrido?
—Que te habías ido a una farmacia de guardia a comprarme pastillas para dormir, que con lo depre que me ha dejado la peli, las necesitaré para conciliar el sueño.
Lorena suspiró al ver que Noa había pensado algo con rapidez. Cuando la viera la besaría hasta quedarse sin labios.
—Se lo ha creído, ¿no?
—¡Pues claro!… Así que, si te pregunta, ya sabes qué contestar.
—¿Te he dicho que eres la mejor?
—No, pero lo sé… Por cierto, ¿se puede saber dónde y, lo más importante, con quién estás?
Noa también conocía a Rubén y el local donde trabajaba. Lorena y ella iban muchas veces a tomar algo mientras se echaban unas risas y se contaban confidencias.
—Estoy en el bar de Rubén con un chico que conocí ayer y que se llama Joel.
—¡Lorena Montenegro Garrido, cuéntamelo todo!
—Es una historia un poco larga. Cuando nos veamos, te doy detalles, pero me está esperando y tengo que entrar. Hasta luego.
—¡Oye, tú, ni se te ocurra colg…!
Noa no dijo nada más: Lorena había colgado. Aliviada por saber que sus padres aún creían que estaba con Noa, volvió a entrar en el local.
—Perdona, era mi amiga Noa, que es una charlatana y a veces muy pero que muy pesada.
—Te entiendo. Leo es igual.
Mientras tomaban los cafés, Lorena descubrió que Joel estudiaba la carrera de Arquitectura gracias a una beca y a su trabajo como profesor particular en una academia para niños de tres a seis años. Le confesó que le encantaban los niños y quién sabe si en un futuro tendría alguno. Ella por su parte le contó que trabajaba, además de en el pub, de niñera los martes, con una pequeña de dos años y medio, y los viernes con unos mellizos de un año. No pararon de hablar durante horas, hasta que, a las diez, las tripas les empezaron a rugir.
—¿Te parece que vayamos pidiendo la cena? —preguntó Joel.
—Sí, me parece perfecto.
Solicitaron la carta a Rubén, y Joel, tras ver la variedad de platos que había y reírse al leer el nombre de la hamburguesa que iba a pedir, informó:
—Creo que yo tomaré la hamburguesa «a la Rubén». Es su especialidad y digo yo que estará buena para ponerle su nombre.
Lorena se rio del nombre de la hamburguesa y decidió pedirla también para comprobar si merecía el nombre de su amigo.
—Yo… lo mismo, pero sin queso.
—Muy bien. Espera aquí, que voy a pedirlo.
Lorena asintió, y vio como Joel se acercaba a Rubén para decirle lo que querían. Joel le daba la espalda a Lorena y no pudo evitar desviar la mirada hacia el trasero de su acompañante.
«¡Menudo culo! Lo tiene que tener bien duro… ¡Oh, Dios…, cada vez me parezco más a Noa!», pensó intentando borrárselo de la cabeza. Al ver como Joel se daba la vuelta, Lorena desvió la mirada.
—Listo —comentó mientras volvía a sentarse—. Dice que tardará unos quince o veinte minutos. Por cierto, ¿qué quieres para…?
—¡Oh, Dios, mierda! —exclamó Lorena mientras levantaba el mantel de la mesa para meterse debajo de ella.
—Pero ¿qué haces? —preguntó Joel sorprendido ante lo que veía.
—Acaba de entrar un matrimonio y un niño, ¿los ves? —susurró Lorena para que solo él le oyera.
Joel se dio la vuelta y, en efecto, vio al matrimonio y al niño al que se refería Lorena.
—Sí, ¿y qué pasa con ellos?
—Que son mis padres, y si me ven aquí ¡me matan!
—¿No saben que has salido?
—Sí lo saben, pero les he dicho que iba a ver a Noa, mi mejor amiga. Mis padres se preocupan por nada y si les cuento que he salido con un chico al que conocí ayer, me encierran bajo llave.
—¿En serio? —preguntó sorprendido.
—Pues sí… ¿Qué hacen? Dime que no se están sentando…
Están saludando a Rubén y la gente me está mirando como si estuviera loco. ¡Estoy hablando solo!
Por fin los padres de Lorena abandonaron el local y Rubén se acercó a la mesa.
—¿Dónde está Lorena?
—Aquí —respondió ella asomando la cabeza entre las piernas de Joel y con el pelo algo alborotado.
—Vaya, preciosa, no sabía que eras de las que hacían eso en la primera cita —se mofó Rubén.
—¡Cállate! ¿Se han ido mis padres?
—Sí. Al no verte sentada he supuesto que no querías que te vieran aquí.
—Bien supuesto.
Joel se levantó y ayudó a Lorena a salir de debajo de la mesa. Eran el centro de atención.
—¡Dios, qué vergüenza! Rubén, ya sabes que te aprecio mucho, pero creo que no vuelvo a entrar aquí.
—Anda, no digas tonterías y siéntate tranquila. ¿Qué vais a tomar para beber?
—Yo una Coca-Cola Zero —dijo Lorena.
—Yo una normal, que hoy toca conducir.
—Así me gusta, tío, ¡precaución al volante!
Una hora después, y tras comprobar que esas deliciosas hamburguesas creadas por Rubén merecían su nombre, Joel y Lorena se despidieron de él y se dirigieron a un pub cercano llamado Status. Se sentaron en unos taburetes de la barra. Joel sacó su móvil.
—¿Quieres que avise a Leo?
—Sí, llámalo. Si puede venir, que venga, y, si no, no pasa nada.
—Muy bien. Le mando un mensaje. Paso de salir fuera para llamarlo y dejarte a ti sola. Hay mucho idiota suelto. No creo que tarde en verlo.
Joel escribió el mensaje a Leo diciéndole dónde estaban, por si le apetecía acompañarlos. Medio minuto después, Leo había contestado a Joel con un simple «ok».
—Venir, viene. Lo que no sé es cuánto tardará en llegar. Mientras, ¿qué te apetece?
—Ginebra con limón.
Joel llamó al camarero y pidió la bebida de Lorena y otra Coca-Cola para él. Cuando se la trajeron, empezó a beber, pero un golpe en la espalda hizo que escupiera el primer trago.
—Vaya, pero si está aquí mi parejita favorita… ¿Qué tal, preciosa? —saludó Leo acercándose a Lorena para darle dos besos mientras Joel se secaba un poco la sudadera.
—Muy bien, ¿y tú?
—Bien, aunque estaría mejor si el de la cita fuera yo —se guaseó Leo.
—Envidioso —soltó Joel—. ¿Qué te pido?
—Vodka con naranja.
Dos horas después y tras un par de cubatas y muchas risas, Joel, Lorena y Leo se dirigieron al coche.
—Joel, yo me desvío aquí. Vivo justo ahí —dijo Lorena.
—De eso nada. Te voy a llevar en coche a la puerta de tu casa. Te dije que sería todo un caballero… Hasta el final.
Lorena sonrió y decidió seguir a Joel, que condujo hasta su portal. Al parar, Lorena bajó del asiento del copiloto y Joel también salió.
—Joel, no te preocupes. Estoy a cinco metros de mi casa —sonrió Lorena.
—Los caballeros se despiden en condiciones de las bellas damas —aseguró guiñándole un ojo.
Al llegar al portal, ambos se detuvieron y se miraron.
—Gracias por todo. Lo he pasado muy bien —dijo Lorena.
—Yo también. Hacía tiempo que no llegaba a casa un sábado a las cuatro de la mañana. Por cierto, ¿qué te ha pasado aquí? —susurró tocándole con suavidad con el dedo índice el pequeño bulto de la frente, ocasión que aprovechó para acortar la distancia entre ellos.
—¡Ay, Dios, qué horror! —reaccionó Lorena tapándose la cara con las manos muerta de vergüenza.
Joel, ante ese gesto, sonrió, la cogió con ternura de las muñecas e hizo que las apartara del rostro.
—Un golpe en la frente no hace que dejes de ser preciosa —murmuró haciendo que Lorena se pusiera como un tomate. Joel fue acercando el rostro al de ella, bajando la cabeza hasta casi rozar la nariz con la de Lorena, pero el sonido estridente de una bocina provocó que ambos retrocedieran.
—¡Tío, date prisa si no quieres que te mee la tapicería! Necesito un puto aseo. ¡Vámonos! —bramó un Leo más ebrio que sobrio con las manos apoyadas en el volante.
—Me tengo que ir. Te llamo, ¿vale? —concluyó Joel, maldiciendo para sí a Leo.
—Vale… Hasta mañana, Joel. Que descanses.
—Hasta mañana, Lorena —se despidió Joel agachándose para besarle inocentemente la mejilla.
Cuando Lorena entró en el portal, Joel se dirigió al coche dispuesto a darle dos guantazos al idiota de Leo.