CAPÍTULO 17

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No había salido el sol cuando Lorena se despertó entre los brazos de Joel. Miró el reloj y vio que eran las siete: estaba a punto de amanecer. Desnuda, se sentó en el borde de la cama y del cajón de la mesilla sacó una camisa azul y se puso una culotte blanca.

Sin hacer ruido, apagó la suave luz y salió de la habitación mientras Joel dormía profundamente. Comenzó a bajar las escaleras y fue a por un café, pero un bulto detrás de las cortinas llamó su atención, por lo que decidida las descorrió y sonrió al ver de qué se trataba. Detrás de ellas se encontraba su guitarra, con la que siempre tocaba todas las mañanas sentada en la hierba húmeda del jardín, bajo el cálido sol de la mañana que bañaba su pálida piel.

Lorena, al recordar esos momentos, se mordió ligeramente el labio inferior y con la guitarra en la mano se dirigió al balcón. Comprobó lo desafinada que estaba después de tanto tiempo sin haberla usado y con mimo fue haciendo que fuera emitiendo mejor sus mágicos sonidos. Poco a poco empezó a tocar breves canciones, y se le cayeron las lágrimas al cantar la estrofa que le gustaba a su abuela, que siempre insistía en que nunca permitiera que esa voz dejara de sonar, pues tenía un don.

No tengo más abrigo

que los años contigo.

Me llevo tu paz...

las sombras del camino,

los diablos escondidos,

me han hecho escapar.

Vigilan mi voluntad.

Se la han dado al mar.

Me queda cantar...

Y cantaré hasta morir,

hasta verte sonreír.

Donde estés te cantaré solo a ti.

Lorena solo había cantado delante de su abuela: ella era la única persona con la que se encontraba segura para hacerlo sin sentir ningún tipo de pudor. A pesar de que para ella la música era importante y de haber estudiado diez años en el conservatorio, la mala situación económica que habían atravesado hasta hacía unos meses la obligó a interrumpir el estudio de lo que más le gustaba. Gracias al trabajo de su madre, estaban saliendo del bache, y Lorena había podido dejar su trabajo de camarera en el pub, pero seguía con el de niñera. Se sentía viva, y volver a pasar los dedos por las finas cuerdas de la guitarra y ver que su sonido seguía siendo mágico hizo que disfrutara como una niña. Continuó tocando y cantando hasta que se acordó del chico que había dormido junto a ella y la había besado y hecho suspirar hasta altas horas de la mañana, por lo que como una idiota enamorada y sin que él la oyera le dedicó su canción preferida.

Siento miedo al pensar,

que esta complicidad,

algún día vaya a terminar,

miedo a no volver a ver

tus ojos desvistiéndome,

como lo hacen cada anochecer.

Abrázame otra vez,

vamos a prometer

algo que nunca vayamos a romper.

No puedes imaginar cuánto te quiero.

Ahora los relojes pararán.

Tú acercándote a mi pelo,

tú y tu mirada otra vez,

quiero que no exista el tiempo,

detener este momento,

una vida es poco para mí.

No puedes imaginar cuánto te quiero.

Ahora los relojes pararán.

Tú acercándote a mi pelo,

tú y tu mirada otra vez,

quiero que no exista el tiempo,

detener este momento,

una vida es poco para mí.

Quiero que no exista el tiempo,

detener este momento.

Tú, mi vida, eres todo para mí.

Al acabar ese último verso, sintió que unos labios se posaban en el nacimiento de su pelo e iban bajando por la mejilla. Lorena inclinó la cabeza hacia la izquierda para dejarle hacer y la mano derecha ascendió hasta enredar con sus dedos el pelo de Joel. Nunca se había sentido así con nadie y tenía miedo a que todo fuera un sueño y despertar.

—Te quiero… —dijo Lorena en un susurro.

Joel detuvo los besos y se separó un poco de ella. Le quitó delicadamente la guitarra de las manos dejándola apoyada de pie en la barandilla del balcón y se arrodilló ante ella para tomarle el rostro con las manos.

—Que yo te asegure que te adoro, que te quiero o que te amo es quedarse corto, porque lo que siento por ti va más allá de todas esas palabras juntas. Eres lo mejor que me ha pasado nunca y cada día agradezco más que ese día chocaras contra mí y me llamaras gilipollas —dijo haciéndola sonreír—. Lorena, puede que yo no te haya dado tu primer beso, no haya sido tu primer novio ni tu primer sueño o tu primer pensamiento, pero quiero ser el último de todo eso, porque me he enamorado de ti como un loco, de tu sonrisa, de tus lágrimas, de tus enfados, de tus caricias y besos, y mi vida ya no sería la misma sin que formaras parte de ella. Te quiero, Lorena.

Con las lágrimas inundándole las mejillas, Lorena se lanzó a los brazos de Joel y lo besó con una pasión que no creía tener. Joel la hacía sentirse especial y no podía estar en otro lugar más a gusto que con él…, pero también tenía miedo, miedo a que algún día la dejase, miedo de defraudarlo, miedo de que cesara de quererla. Olvidándose de esos pensamientos, se apartó un poco de Joel para quitarse la camisa y quedar ante él con una sencilla culotte. Con la guitarra y la calma de la mañana como únicos testigos, hicieron el amor.

Tras esa declaración sentimental, se dispusieron a desayunar para reponer fuerzas. Mientras Lorena iba preparando todo, Joel la abrazaba por detrás y le repartía cientos de besos, a los que Lorena correspondía con una sonrisa.

—No sabía que tocaras la guitarra y cantaras —dijo Joel al sentarse a desayunar—. Tienes mucho talento.

—Empecé a tocar la guitarra con cuatro años y a los seis me metieron en el conservatorio, hasta los dieciséis, que lo tuve que dejar por problemas económicos. Y lo de cantar, dudo que me vuelvas a oír. Si hubiera sabido que me estabas escuchando, me hubiera callado. Me da mucha vergüenza.

—Tienes una voz preciosa y me encantaría volver a escucharte, sobre todo esa canción que cantabas cuando he llegado.

—Es una de mis favoritas, y no puedo evitar cerrar los ojos cuando la canto y dejarme llevar por su melodía. Pero ya te he dicho que no, no pienso cantar delante de nadie.

—Bueno, ya veremos.

Pasaron el resto del día tomando el sol y bañándose en la piscina, haciéndose aguadillas, salpicándose y venga a darse besos. Lorena no pudo estar más feliz.

*   *   *

Transcurridos los días previstos en los que ambos desconectaron del mundo y no pararon de abrazarse y besarse, era hora de volver a la realidad. A pesar de estar de vacaciones, ambos tenían trabajo. Para Joel este sería su último año como profesor particular, ya que durante un año entero haría las prácticas para obtener la licenciatura. Lorena este año comenzaba su último curso de carrera; tendría más prácticas que clases teóricas y por tanto más tiempo libre.

Tras pasar por casa de Joel para dejar las maletas y quedar para verse esa noche, Lorena se dirigió a la suya. Apareció por la puerta con una deslumbrante sonrisa, aunque al ver a su padre mirándola con gesto enfadado, esta desapareció.

—¿Qué…, qué ocurre? —no pudo evitar tartamudear ante el panorama.

—No sé —gruñó Sebastián—, dímelo tú. ¿Desde cuándo estás saliendo con un delincuente?

—¿Qué dices? ¡No estoy saliendo con ningún delincuente, papá!

—Pues aclárame una cosa: si no es un delincuente, ¿por qué me lo has ocultado? Tan difícil es venir y decirme: «Papá, estoy saliendo con alguien» o «Papá, tengo novio»…

Lorena se ruborizó de pies a cabeza.

—Papá, contigo sí es difícil… Cada vez que alguien me invitaba a salir y venía a buscarme a casa le decías que como me tocara un pelo le cortarías la mano y la hombría.

—Solo se lo dije a los dos primeros —se defendió Sebastián—, y con catorce años. Esos chavales tenían las hormonas revolucionadas. Fue por tu bien.

—Pues que sepas que esos chavales casi ni me dirigieron la palabra. No he pasado más vergüenza en mi vida.

Antes de que Sebastián contestara, apareció Rosa y Javier, que habían escuchado todo desde la cocina. A pesar de la insistencia de su madre para que Javier se quedara en su habitación, él hizo caso omiso y la siguió. Quería enterarse de lo que pasaba.

—Sebastián, vale ya. La niña no hace nada malo. Está en edad de tener novios y pasarlo bien. Es ahora cuando puede disfrutar de la vida. Conocí a Joel hace un tiempo y es un chico maravilloso que cuida de Lorena. No debes preocuparte ni sacar la escopeta, cielo —trató de dar un tono divertido—. Aunque es verdad que lo que nos ha contado Álvaro me ha dejado…, no sé, intranquila, pero soy de las que creen que las personas cambian.

—Ves, papá, te dije que Lorena tenía dos novios: Joel y el otro, que creo que se llamaba Leo —intervino el pequeño Javier, tan oportuno como siempre y ganándose una mirada furiosa de su hermana.

—¿¡Dos!? —exclamó Sebastián—. Lorena, ¿¡estás loca!? Ya me cuesta que mi pequeña tenga novio, pero que esté con dos… No te lo permito.

—¿Pero qué tonterías dices, Javier? —replicó Lorena—. Solo estoy con Joel. Leo es un amigo y sale con Noa… ¡Y basta ya!

Lorena intentó irse a su habitación, pero Sebastián se lo impidió.

—Lorena, no quiero que salgas con Joel. No me gusta ese chico.

—¿Qué? ¡Pero si no lo conoces!… No puedes juzgar a nadie sin conocerlo, papá.

—¿Y tú, lo conoces tú?… No, Lorena, no a él, sino solo la máscara que lleva para poder colarse donde todos quieren y tú y yo sabemos.

—¿Entre las piernas? —preguntó Javier sin dejar de mirar a su hermana—. Antes papá, cuando hablaba con mamá, ha dicho que el único propósito de tu novio era colarse entre tus piernas. No sabía lo que significaba, pero ahora creo que sí… ¿Has hecho eso que se hace para tener niños, Lorena?

Lorena no podía estar más encendida. Su hermano aún tenía demasiada inocencia, aunque su padre la miró como esperando a que contestara esa incómoda pregunta.

—Chicos, vale ya —intentó mediar Rosa—. Lorena, lo poco que conocí de Joel sabes que me gustó… Pero el otro día tu primo Álvaro nos contó algo que no nos agradó.

—Pero si Álvaro tampoco lo conoce… ¿Qué está ocurriendo, por Dios? —preguntó Lorena

Rosa le quitó a su hija, cada vez más descolocada, la maleta de las manos para dejarla en el suelo y toda la familia, salvo Javier, entró en la cocina para sentarse y hablar con calma.

—Lorena —empezó su madre cogiéndole la mano—, el otro día Álvaro nos dijo que estuviste con él y le hablaste de Joel.

Lorena asintió con la cabeza y recordó cómo su primo fue palideciendo a medida que iba contándole más cosas de él. En especial, cuando mencionó el accidente.

—Tu primo sospecha que sabe más de él, que lo conoce —añadió su padre—. Cree que es el hijo de puta por el cual murieron tres personas. Un asesino.

—¡No! —gritó Lorena al oír de nuevo esa palabra para referirse a Joel—. Joel no es ningún asesino. Se estará confundiendo con otro… Sí, debe de ser eso —concluyó Lorena, sintiendo que le faltaba el aire.

A esas alturas ya sabía que el pasado de Joel era complicado. Aún no se lo había contado, solo tenía que observar sus ojos para comprobar cómo le dolía hablar de ello. Alan le había dicho que Joel era un asesino y su padre le había vuelto a llamar así. Rubén también le había hablado de que su pasado no era como para tomárselo de ejemplo y su primo creía saber algo de ese pasado… ¿Qué ocultaba Joel? Lorena confiaba en él, lo quería y necesitaba que él confiara en ella. Necesitaba saber quién era Joel antes de conocerlo, antes de que sus caminos se cruzaran.

—Lorena, por ese accidente del que tu primo sospecha que tu novio fue el culpable, hubo un juicio y lo llevó tu tía Samanta. Ella le habló en su momento a Álvaro del caso para que no siguiera nunca el camino del menor acusado.

—Si eso fuese verdad, Joel habría estado en un reformatorio y no en un orfanato, donde estuvo hasta cumplir la mayoría de edad.

—Al no tener antecedentes, quedó en libertad con cargos y fue al orfanato. Lorena, demasiadas coincidencias, ¿no?… Aléjate de él: no es bueno para ti —procuró convencerla Sebastián.

Lorena, harta de todo y de que su familia la tratara como a una niña de quince años, dio un fuerte golpe en la mesa mientras miraba con rabia a su padre.

—¡Es mi vida, papá!… Tengo casi veintiún años y ya soy mayorcita para saber quién es una buena o mala influencia para mí, y te aseguro que Joel no podría ser una influencia mejor. No voy a dejar de verlo porque me lo digáis. ¡No lo conocéis!

—Lorena, a mí no me grites —se enfureció también su padre.

Lorena tragó saliva asombrada por lo que le decían. No sabía qué hacer ni qué decir. Todo era demasiado confuso. Una parte de ella creía en lo que sus padres le contaban, pero su corazón, la otra parte, y la más importante, le decía que confiara en Joel. Que él no era así.

—Lorena —volvió a tomar la palabra en un tono más suave su padre—. Me costó mucho aprobar tu relación con Alan. Me demostró ser un buen chico, pero eras, eres y siempre serás mi pequeña, por eso me cuesta aceptar que simplemente salgas con alguien… Para mí ninguno te merece, ya lo sabes, pero en mi opinión Alan sí te merecía y me gusta para ti, por eso no me importaría que le dieras otra oportunidad; y la verdad es que no sé por qué lo dejasteis. Joel y Alan son distintos. Joel es un delincuente que, desde mi punto de vista, solo está divirtiéndose contigo. Alan es un hombre de los pies a la cabeza.

—Conque eso piensas, ¿no, papá? Pues sí, te voy a dar la razón. Son completamente distintos, ¿y sabes por qué? Porque, a diferencia de Alan, Joel no me ha puesto la mano encima.

—¿Qué has dicho? —preguntó Sebastián en un susurro.

—Justo lo que has oído. Ese al no paras de elogiar es un cabrón. Él sí que llevaba puesta una máscara y se estaba divirtiendo conmigo. Ese me hizo sentir como una mierda, tachándome de puta por trabajar en el pub, y también fue el que casi me da una paliza cuando le desobedecí, porque no podía hacer nada sin su consentimiento. ¿Te acuerdas del día que llegué de trabajar del pub con el pómulo hinchado y te dije que me había dado con una puerta? Pues no, fue la mano de Alan la que me produjo esa hinchazón… Me manipulaba haciéndome sentir inferior al resto de la gente y el día que rompimos fue porque me abofeteó. Así que, dime, ¿Alan me merecía?

Rosa y Sebastián no daban crédito a lo que acababan de oír. Se quedaron completamente paralizados, momento que Lorena aprovechó para salir de la cocina y marcharse a la calle. Necesitaba estar sola, pero sus pies la llevaron hasta la casa de Joel… Tenía que aclarar todo, necesitaba saberlo todo de él o se volvería loca. Llamó al interfono y él enseguida le abrió. Joel, sorprendido por su visita, la esperaba con una sonrisa en la puerta, pero cuando la vio al salir del ascensor con los ojos hinchados y rojos, sin duda a causa del llanto, se preocupó.

—Cariño, ¿estás bien?… ¿Qué ha pasado? —dijo angustiado acercándose a ella.

—Joel, necesito preguntarte una cosa y es importante, por eso quiero una respuesta.

—Ven, vayamos al salón.

Cuando ambos llegaron al sofá y Joel se acomodó, Lorena se quedó a horcajadas sobre él para abrazarlo. Necesitaba sentir su calor. Joel hundió el rostro en su cuello, acariciándole el pelo mientras sentía su llanto. Cuando Lorena estuvo más calmada, se sentó junto a él y se limpió las lágrimas.

—Joel, ¿tú confías en mí? —Lorena no lo miraba.

—¿Qué…, qué pregunta es esa?… Pues claro que confío en ti.

—En ocasiones no me lo parece.

—¿Qué ocurre, Lorena?

Lorena se puso en pie y se dirigió a la ventana con paso lento y comenzó a hablar sin dirigirle aún la mirada.

—Joel, necesito que me cuentes ya qué te pasó, qué te sucedió para que te cueste tanto hablarme de tu pasado y de tu familia. Sé que la pérdida de alguien es dolorosa, pero yo te he contado todo de mi abuela, y para mí fue una gran terapia.

Lorena se dio la vuelta y se puso de rodillas ante Joel, que permanecía sentado en el sofá, y le cogió el rostro con las manos para mirarlo, ahora sí, a los ojos. Los tenía vacíos, no mostraba ningún sentimiento. Ni enfado ni preocupación ni temor. Solo tenía la vista perdida y el cuerpo inmóvil.

—Estoy aquí, Joel… Puedes confiar en mí, no me voy a apartar de tu lado.

—¿Por qué? —murmuró Joel muy frío y distante.

—¿Por qué qué?

—Lorena, vienes a mi casa llorando y me dices que parece que no confío en ti y me exiges que te cuente mi pasado. La pregunta exacta es ¿qué sabes ya de eso, Lorena?

—No sé nada, pero hay cosas de ti que me gustaría comprender. Joel, te quiero, y por eso necesito que superes todo tu pasado, porque sé que todavía no lo has hecho y necesito que estés bien. Ayúdame a ayudarte.

—Lorena, lo de mis padres no fue solo una simple muerte como lo de tu abuela. No sé por qué ahora quieres saberlo todo. Te lo contaré, pero a su debido tiempo. Lo quiero hacer, pero esto es algo sobre lo que jamás he hablado con nadie… Sí, hay gente que lo sabe, pero por terceras personas. Por mí solo lo conoce Leo, y no te puedes ni imaginar lo que me costó contárselo.

Lorena bajó la mirada y se levantó para dirigirse a la estantería del salón, donde había varias fotografías. De sus padres, de Joel cuando era pequeño, junto a su hermano, de toda la familia. Lorena las contempló acariciando con delicadeza el marco. Tenía ya demasiadas dudas creadas tanto por sus seres queridos como por el más miserable en su vida: su ex. Necesitaba escuchar la verdad y únicamente podría salir de labios de Joel. Cabía la posibilidad de que le mintiera, pero confiaba en él y le creería… Entonces Lorena cayó en la cuenta de que ella le estaba exigiendo que le explicara todo cuando ella también le ocultaba cosas, así que decidió desnudar su corazón.

—Conocí a Alan cuando tenía diecisiete años. Llegué a su casa para cuidar de su hermana pequeña y, al entrar, él apareció de repente y chocó contra mí. Empezó a disculparse por el golpe y nos presentamos… Iba a su casa tres días a la semana y él siempre estaba allí cuando llegaba, esperándome antes de irse al entrenamiento de fútbol. Cada día que pasaba nos quedábamos más tiempo hablando cuando él volvía de entrenar, ya que sus padres no aparecían hasta dos horas más tarde. Un día me pidió una cita y yo acepté. Fue maravilloso: era el perfecto caballero y al finalizar la cita me acompañó hasta el portal de mi casa y me besó. Desde entonces nos fuimos viendo cada vez más y, como a los cuatro meses de relación, decidí perder la virginidad con él. —Al oír esto último, Joel soltó un pequeño gruñido—. Todo era increíble. Estaba feliz y enamorada de una gran persona que me quería… O al menos eso creía. Tras ocho meses de relación, yo entré a trabajar en el pub. Mi familia necesitaba el dinero y fue lo único que encontré. No me agradaba, pero mi sueldo ayudaba mucho a mi familia. Cuando Alan se enteró, empezó a acompañarme, aunque debía mantenerse alejado ya que al jefe no le gustaba que nuestros novios estuvieran cerca, porque la mayoría de los clientes intentan ligar con las camareras y no deseaba peleas en su establecimiento. Un día, Alan me amenazó con pegarme una paliza para que con la facha que me iba a dejar los del pub no me miraran y me despidiesen. Si no quería eso, debía dejarlo yo; pero mi familia necesitaba el dinero: no podía aceptarlo. Me negué y me cogió del brazo apretándolo con tanta fuerza que me hizo un enorme cardenal, luego me lanzó contra la pared y no paró de gritarme que no era más que una zorra y que acabaría convirtiéndome en una puta… Pasaban los días y no quedaba nada de nada del Alan del que me había enamorado. Se había vuelto violento y agresivo, y no paraba de insultarme.

—¿Y por qué no lo dejaste entonces? —preguntó Joel conmocionado por la historia.

—Lo intenté. El día que me agredió por primera vez le informé de que lo nuestro se había acabado, pero él se negó y empezó a manipularme, y yo, debido al miedo que le tenía, le obedecía en todo. Una noche fui a trabajar al pub a sus espaldas y me pilló. Estaba completamente sobrio, por lo que no le valió la excusa de que había bebido, y saltó por encima de la barra para empezar a abofetearme. Caí al suelo e intenté huir de sus golpes, pero no lo conseguía, así que cogí una botella de ginebra, se la estampé en la cabeza y lo dejé inconsciente. Ese día sí que todo acabó. Cuando fui a su casa para decirles a sus padres que dejaba el trabajo, me encontré con la puerta de la vivienda abierta. Al entrar, vi a la hermana de Alan dibujando en el suelo y oí unos gemidos procedentes de la habitación de él. No sé por qué me acerqué y abrí, pero lo hice, y me lo encontré tirándose a una universitaria: me había estado engañando con ella desde hacía seis meses.

—¿Se lo contaste a alguien?

—Sí, a mi primo Álvaro. Le pedí que no se lo dijera a mis padres, a quienes simplemente los convencí de que se nos había acabado la magia, pero Álvaro quiso ir a darle una paliza a Alan. Eso era lo que más hubiera deseado, pero, si mi primo pegaba a Alan, todos se enterarían de la verdad. Rubén sabe algo porque un día al salir de trabajar vio que él me cogía con mucha violencia del brazo y me zarandeaba. Antes de venir aquí, les he confesado a mis padres que en realidad Alan me puso la mano encima y que por eso lo dejé. Se han quedado callados y yo he aprovechado para marcharme sin más…

—Repitiendo lo del día de Reyes… —resumió Joel para quitar algo de tensión al ambiente.

—Pues, ahora que lo dices, sí… Y he vuelto a refugiarme en ti.

Ambos se sonrieron relajados y Joel fue hasta ella para retirarle las lágrimas que se habían deslizado por las mejillas mientras relataba su historia, pero tras ese rato de sosiego, ambos volvieron a mostrarse serios.

—¿Por qué me lo has contado ahora?

—Porque quiero que sepas que confío en ti y porque necesito que tú hagas lo mismo. Joel, puedes contarme el peor de los pasados, puedes desvelarme que eres el demonio en persona…, pero nada hará que me separe de tu lado. Porque quiero disfrutar contigo de los buenos momentos y superar contigo los malos. No te has sobrepuesto de tu pasado porque te niegas a sacarlo, a que alguien lo conozca. Lo afrontaremos juntos, sea lo que sea…, pero para eso tienes que confiar en mí.

—Intentaré hacerlo lo antes posible, pero ahora no puedo. Tengo miedo a perderte cuando sepas todo de mí.

Lorena se puso de puntillas para darle un delicado beso en los labios. Ambos lo necesitaban para relajarse.

—Cuando una persona se enamora de alguien no solo lo hace de sus virtudes, sino también de sus defectos, porque juntos hacen única a cada persona. No te voy a dejar de querer por tu pasado, porque, como su nombre indica, pasado está, y tus ojos me dicen que has cambiado y que estás orgulloso de haberlo hecho.

—No sé dónde has estado toda mi vida —declaró Joel abrazándola como si temiera perderla en ese mismo momento—. Lorena, te pido un poco más de tiempo, solo un poco más. Necesito saber el modo en que te voy a contar mi historia. Cuando la oigas, quizá comprendas la dificultad que supone, y a la que debo vencer.

—Está bien. Ahora tengo que irme, he de ver a alguien. ¿Quedamos luego?

—Esta noche viene Leo a cenar: noche de fútbol; si quieres acompañarnos, yo encantado y Leo seguro que también.

—¿La cena se traduce a pizza? —Y tras comprobar que Joel asentía, con una sonrisa confirmó—: Claro que me apunto. Quiero ser testigo de cómo gana mi equipo.

—¿Tu equipo? —preguntó Joel extrañado. Nunca habían hablado de eso—. A ver si lo adivino… —Y pasándole la lengua por el cuello le susurró al oído—: Merengona, porque eres blanca y sabes dulce.

—Pues no, culé.

Joel la apartó de él y retrocedió para contemplarla, llevándose de manera pensativa la mano a la barbilla.

—Como tú has dicho, de ti me enamoran hasta tus defectos.

Y, entre risas y numerosos besos y abrazos, se tendieron desnudos sobre el sofá mientras Lorena le susurraba que, cuando terminasen, dejaría de ser merengón y caería rendido a los pies de su equipo.