CAPÍTULO 30
A medida que pasaban los días, Lorena se encontraba más animada. Salía más de casa, quedaba con Noa y comenzaba a recuperar la sonrisa. Después de comer, solía tumbarse en el sofá o en la cama para ponerse los cascos y desconectar con el sonido de la música. Seguía pensando en Joel, pero ya solo se entristecía al recordarlo. Se juró que no volvería a derramar ni una sola lágrima por él, y de momento estaba cumpliendo esa promesa. Una tarde que Noa había quedado con Leo, Lorena, aburrida, cogió un libro y recostándose en el sofá estuvo leyendo durante un par de horas hasta que el sueño la fue venciendo, pero, antes de que pudiera quedarse completamente dormida, su madre la interrumpió:
—¿Me acompañas al supermercado a comprar? Así sales un poco de casa y me ayudas con las bolsas.
—Está bien —dijo Lorena frotándose los ojos y levantándose del sofá.
Madre e hija salieron de casa, llegaron al aparcamiento y tras dejar el coche cogieron uno de los carritos de compra. Lorena, más dormida que despierta, lo empujaba mientras Rosa consultaba la lista y se aprovisionaba de todo lo que necesitaban. A la altura de la carnicería que había dentro del súper, Rosa sacó su papelito del turno y al ver que aún le quedaba gente por delante le pidió a su hija:
—Lorena, mientras espero la vez, ve completando lo que falta de la lista.
—¡Si aún tienes para un buen rato! Vamos mejor juntas y dentro de poco volvemos.
—Pero ya verás como pierdo la vez. Aquí la gente coge número y continúa comprando, los números se suceden rápido y se les pasa el turno.
—Está bien, dame la lista.
Rosa sacó del bolsillo trasero del pantalón el arrugado papel y se lo entregó a Lorena para que ella acabase la compra. Lorena dio media vuelta al carro y pasillo tras pasillo fue echando todo lo que había anotado. Se dirigió a donde se suponía que estaba el café, pero para su sorpresa lo habían cambiado y allí no lo encontró. Le preguntó a uno de los encargados dónde lo habían puesto y este le señaló la otra punta del supermercado. Lorena le dio las gracias y comenzó a empujar el carrito de mala gana por la pereza que le daba ir hasta el otro lado del súper a buscar el dichoso café. Recorrió la distancia con lentitud examinando todas las estanterías hasta que por fin lo vio, aunque extrañamente solo quedaba un paquete de la marca que quería, y antes de llegar un chico se le adelantó.
—¡Mierda! —blasfemó Lorena apretando el manillar del carro—. Oye, ¿seguro que no puedes sobrevivir esta semana sin café?
El chico se dio la vuelta y, tras mirar de arriba abajo a Lorena, agitó el envase de café y dio un paso hacia ella.
—Como verás, preciosa, no llevo carro. Solo venía a por el café, pero, si te vas a poner así, toma —aclaró extendiendo el brazo—, todo tuyo.
Lorena se fijó en la sonrisa perfecta que le mostraba el chico. La verdad es que era muy guapo, con el pelo corto y castaño y unos increíbles ojos oscuros que derretirían a cualquiera.
—No, no —rechazó Lorena, suavizando su tono de voz—. Perdona, no estoy pasando por un buen momento y me enfado con facilidad. Lo siento.
Lorena pasó al lado del chico para irse, pero él la detuvo y dijo:
—Si quieres podemos compartirlo. —Lorena dio media vuelta y miró extrañada al chico—. Te invito mañana a tomar un café.
—Verás…
—Víctor, me llamo Víctor —se presentó ofreciéndole la mano.
—Lorena —dijo mientras se la estrechaba.
—Entonces, ¿quedamos mañana y tomamos ese café?
Lorena abrió la boca para responder, pero, antes de articular cualquier palabra, notó un brazo sobre los hombros y un beso en la mejilla.
—Mi amor, no he encontrado velas para nuestra cena de esta noche…, pero seguirá siendo muy romántica para celebrar nuestro aniversario.
Lorena puso los ojos como platos. Pero ¿qué hacía esa loca de los demonios? Noa la agarró por la cintura para acercarla más a ella y posó su mirada en el chico.
—Hola —le saludó Noa con una sonrisa—. ¿Se ha metido mi novia en algún lío? Es que, con el carácter que tiene, no me extrañaría que te hubiera soltado alguna de las suyas.
—¿Sois pareja? —preguntó el chico señalándolas con el dedo índice y dirigiéndolo continuamente de una a otra.
—¿Qué pasa? —respondió Noa haciéndose la ofendida—. ¿Tienes algún problema con las lesbianas?… Porque, si es así, que te quede claro que en el amor no hay chicos que se enamoran de chicas ni chicos de chicos ni chicas de chicas: hay personas que se enamoran de personas.
—No, no, no tengo nada en contra, solo me ha sorprendido.
—Bueno, pues si nos disculpas mi chica y yo tenemos cosas que hacer, así que hasta la vista.
El chico, sin querer decir nada más y desilusionado porque se había quedado sin cita, se fue dejándolas allí, con Lorena aún cogida de la cintura por Noa.
—¿Lesbianas? —articuló Lorena cuando recuperó el habla—. Pero ¿qué demonios estabas haciendo?
—Evitar que cometieras un error. Ese tío te devoraba con la mirada y estaba claro que iba a lo que iba.
Lorena se soltó de Noa y se quedó frente a ella con los brazos en jarras.
—Tendré que volver a mi vida, ¿no?… Y tal vez si hubiese aceptado la cita con ese chico me habría ido bien.
—No, Lorena. Si hubieses aceptado esa cita, estarías buscando en él un sustituto de Joel. Aceptarías para ver si era como él y así poder sentirte más cerca de él, pero solo conseguirías engañarte a ti misma.
Lorena cogió otra marca de café y empezó a empujar de nuevo el carro, ahora con Noa a su lado.
—Y a todo esto, ¿tú qué haces aquí? —preguntó Lorena sin mirarla.
—He venido a comprar un par de pizzas congeladas para esta noche. Leo se va a quedar en casa y veremos una peli mientras cenamos. Casi me muero cuando he visto como ese guaperas quería ligar contigo y lo siento, pero no podía permitirlo.
—Los congelados están por ahí —le señaló Lorena para hacer desaparecer a su entrometida amiga.
Noa, al ver que pretendía librarse de ella, le sacó la lengua y se dirigió a donde le había indicado. Lorena terminó con la lista y fue hacia la carnicería para reunirse con su madre, fijándose en todos los pasillos por si veía al chico, para contarle la verdad y pedirle disculpas por cómo Noa se había comportado, pero no lo encontró. Cuando llegó donde estaba su madre, la vio hablar muy animadamente con una señora cincuentona que supuso Lorena que sería alguna compañera de trabajo.
—¡Ya estás aquí! —dijo Rosa al ver aparecer a su hija—. Lorena, te presento a Susana: es una compañera del trabajo. Susana, esta es mi hija mayor Lorena.
—Encantada, bonita —saludó acercándose a ella para darle dos besos y pellizcarle una mejilla—. ¡Qué hija más guapa tienes!
Lorena respondió con una sonrisa. Daba igual la edad que tuviera, a los ojos de las amigas de las madres sus hijos todos eran guapos y tenían que pellizcarles las mejillas como a un niño pequeño, algo que Lorena odiaba con toda el alma. Mientras caminaban hacia la caja para pagar, su madre seguía muy animada hablando con su amiga y oyó que quedaban en unos minutos en una cafetería para seguir con la charla tomando un café. Las cajas estaban hasta arriba y, como buena chica, Lorena se puso a la cola junto a su madre mientras la fila avanzaba a paso de tortuga. Cuando por fin les tocó, Rosa cogió la barra que separaba su compra de la del cliente anterior y fueron poniendo los artículos en la cinta negra. Rosa pagó con la tarjeta y ayudó a su hija a meter las bolsas dentro del carrito de manera que todo llegase a casa intacto.
—Lorena, ¿te importa ir tú a casa y guardar la compra? He quedado con Susana para tomar un café y hay congelados…
—No, dame las llaves y me voy yo.
Rosa sonrió a su hija y, tras darle un beso y las llaves del coche, se despidieron hasta más tarde. Lorena salió del supermercado y al mirar el enorme aparcamiento lleno de coches se preguntó dónde estaría el suyo. Estaba tan adormilada cuando habían llegado que ni se había dado cuenta de dónde había aparcado su madre. Antes de empezar a recorrer todo el aparcamiento, sacó el móvil y llamó a su madre.
—Dime, cielo…
—¿Dónde has aparcado el coche?
—¿No sabes dónde lo he aparcado? Pues estabas a mi lado cuando lo he hecho.
—Ya, pero estaba despistada.
Rosa reprimió una carcajada y le indicó a su hija el lugar:
—Está en la puerta de entrada para ir a la farmacia, al lado de los carros.
—Vamos, donde siempre.
—Sí, claro. Te dejo, cielo, y si me necesitas para llevarte en persona hasta el coche dímelo.
—Hasta luego y tranquila, que sabré encontrarlo.
Lorena guardó el móvil y enfadada fue a buscar el coche. ¿Cómo no había caído antes en que su madre siempre aparcaba en la misma zona? Necesitaba que sus neuronas volvieran a funcionar ¡urgentemente! Cuando por fin dio con él, lo abrió con el mando y comenzó a guardar las pesadas bolsas en el maletero, poniendo cuidado para no aplastar lo más frágil. Cogía otro par de bolsas cuando vio la sombra de un hombre que se hallaba detrás de ella. Asustada se giró y se quedó muda al ver de quién se trataba.
—¿Qué quieres? —dijo sin dejar de guardar las bolsas.
—Pedirte perdón.
—¿Por qué? ¿Por estos diez meses juntos? Ya lo hiciste por teléfono, Joel, ¿o no te acuerdas?
Lorena creía que cuando lo volviera a ver se lanzaría a su cuello, lo besaría y le pediría que no volviera a alejarse de ella…, pero no; estaba enfadada y ya no quería saber nada de él. Le había hecho mucho daño.
—No, quiero pedirte perdón por haberte alejado de mí; quiero que me perdones y que me des una nueva oportunidad.
—Lo siento, pero no. Tú decidiste dejarme, pues ahora atente a las consecuencias.
Joel le quitó las bolsas de las manos para ayudarla, pero ella seguía sin mirarlo. Cerró el maletero y dejó el carro en su sitio.
—Lorena, por favor. Escúchame, deja que me explique y…
—No hay nada que explicar —repuso sacando la moneda del carro—; tomaste una decisión cobarde y punto.
—¿Cobarde? Más bien diría que difícil.
Lorena llegó a la puerta del conductor, pero antes de meterse miró por primera vez a Joel.
—Fuiste un cobarde, Joel. En vez de intentar luchar por lo nuestro tras la pelea con mi primo, bajaste la cabeza y te marchaste asumiendo que ya no volverías a verme por culpa de esa puñetera pelotera. No me contestaste al móvil ni me devolviste las llamadas. Necesitaba decirte que nada había cambiado entre nosotros, que yo te seguía queriendo, que permanecería a tu lado y que ya me encargaría de aclarar a mi familia lo sucedido. Mi madre te apoyaba, ¿sabes? Y mi padre al final, tras mucho discutir con mi madre y conmigo, acabó entrando en razón, y, en cuanto a mis tíos y a mi primo, me dan igual: su aprobación me resultaba indiferente, lo único que me importaba era el apoyo de mis padres, que he conseguido luchando por nosotros… Pero no… Cuando me llamaste me dijiste que lo mejor para mí era acabar con todo para que yo pudiera ser feliz. Y sin ti no lo podía ser, Joel, y ni siquiera me dejaste abrir la boca para que supieras que por mí no pasaba nada, que iba a seguir estando contigo…, pero tú ya habías tomado una decisión por los dos.
Joel se acercó más a ella y la cogió de la mano, pero con un movimiento rápido Lorena se soltó. No se iba a rendir. Le había prometido a Noa que batallaría por ella y así haría.
—La decisión que adopté fue un error, pero déjame enmendarlo. Por favor, Lorena, dame una oportunidad.
—Y ¿qué pasará cuando alguien vuelva a hablar despectivamente de tu pasado delante de mí y me veas pasarlo mal por ti?, ¿volverás a dejarme justificándote en que es lo mejor para mí?
Lorena abrió la puerta del coche, pero Joel la cerró con una mano y la mantuvo apoyada para que Lorena no pudiera abrirla.
—¡Déjame abrir la puerta!
—No hasta que me perdones.
Lorena resopló y se giró hacia él.
—Te perdono, ¿vale?, aunque no voy a volver contigo para que luego de nuevo me abandones cuando pienses que no te merezco; no podría soportarlo una segunda vez.
Joel no se rindió y reinició el ataque. Aprisionó a Lorena contra el coche colocando ambas manos a los dos lados de la cabeza de ella. Lorena cerró los ojos al aspirar ese aroma masculino que tanto había echado de menos. Poco a poco, Joel fue bajando la cabeza hasta descansar la frente en la de ella, pero antes de que los labios se tocasen, ella lo apartó.
—No, Joel, ya no puedo —alegó Lorena conteniendo las lágrimas—. No puedo darte otra oportunidad sabiendo que tarde o temprano recaerás en el convencimiento de que estoy mejor sin ti. Me destruirías si repitieras el alejamiento por la misma razón. Es mejor así.
—No, Lorena, no…
—Vete, por favor, no me impidas irme.
—Está bien —aceptó bajando la cabeza—. ¡Te quiero, Lorena!
Joel apartó las manos de la ventanilla del coche y Lorena se dispuso a entrar. Por el espejo retrovisor observó que el chico al que tanto amaba y que le pedía otra oportunidad se alejaba de ella probablemente para siempre… Y sin poder evitarlo se echó a llorar.