CAPÍTULO 28

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El salón de Noa estaba patas arriba. Platos sucios, vasos, cubiertos, bolsas de patatas vacías, tarrinas de helado, pañuelos de papel y el televisor encendido mostrando los créditos de la película que acababan de ver.

—¿No vas a dejar de llorar ya? Pero si ha acabado bien: y vivieron felices y comieron perdices.

—Ayyy, ya lo sé, Lorena, pero yo lloro hasta con las comedias románticas. ¿ No has visto qué final más bonitooo? Si es que no puedes evitar que alguna lagrimilla se te escape.

Lorena se rio y cogiendo de la mesa todos los pañuelos que Noa había usado mientras veían la película ironizó:

—¿Esto quiere decir que solo has soltado «alguna lagrimilla»?

Noa le quitó los pañuelos de la mano y se los guardó en el bolsillo de la chaqueta que llevaba.

—Es que, cuando se han separado…, ¡hostias!, me ha dado mucha pena.

—No, si ya lo he visto.

Se levantaron del sofá y empezaron a recoger el estropicio que habían organizado. La noche anterior Lorena había llamado a Noa para comer juntas en su casa y más tarde ver una película. Era algo que la relajaba. Lorena metió los platos y cubiertos en el lavavajillas, mientras Noa se hacía cargo de las bolsas y tarrinas vacías del suelo del salón para tirarlas a la basura. Juntas asearon la cocina y limpiaron las migas que había por el suelo, la mesa y el sofá.

—¿No tenías que ir hoy a casa de Joel?

—Sí, más tarde.

—No me lo puedo creer: ¡tienes miedo! —afirmó Noa.

La noche anterior Noa se había quedado muy extrañada por la insistencia de Lorena en quedar con ella. Le contó que Joel le iba a explicar todo y ella quería estar con su amiga porque hacía tiempo que no tenían una tarde de chicas. Cuando acabase la película que siempre veían juntas ya se iría a casa de Joel.

—No tengo miedo —se defendió Lorena—, es que…

—Te asusta lo que puedas oír y eso te pone nerviosa.

—Sí —confesó Lorena—. A ver, sé que lo que me vaya a decir no es bueno, y que probablemente hubiese odiado a Joel en esa época de su vida, pero soy la que más le he defendido sosteniendo que ha cambiado y sería una hipócrita si lo dejara tirado tras enterarme de lo que ocurrió. En un par de horas me iré.

En ese momento llamaron al timbre y Noa fue a ver de quién se trataba; entretanto Lorena se recostó en el sofá y cerró los ojos.

—Rubia, ¿qué haces aún aquí?

—¡Otro! —dijo sentándose en el sofá—. Que enseguida me voy.

—Según ella, dentro de un par de horas es «enseguida» —replicó Noa.

Lorena la fulminó con la mirada y se levantó para ir a beber un poco de agua al comprobar que aquellos dos no se cortaban ni estando ella delante.

—Bueno, Lorena, creo que ese par de horas se van a acortar. Llámame luego.

—¿Qué más te da que me quede un poco más?

Noa levantó las cejas y señaló con la cabeza a Leo para que supiera lo que estaba a punto de ocurrir entre ellos.

—Hombre, rubia, si te quieres unir, ningún problema: puedo manejar varias cosas a la vez —se mofó Leo ganándose un patadón de Noa.

Lorena le enseñó el dedo corazón a Leo y se fue rápido, pues era evidente que aquellos dos tenían prisa y ya empezaban a desprenderse de la ropa incluso con Lorena delante: ni siquiera la oyeron salir de la casa.

*   *   *

Joel llevaba toda la mañana esperando a que Lorena apareciera. No le dijo ninguna hora concreta, así que lo más probable era que fuera por la tarde. Pero pasaban las horas y no aparecía. ¿Se habría arrepentido?… Empezó a ordenar un poco la casa por enésima vez ese día para templar un poco los nervios. Los platos no podían brillar más y se podía comer perfectamente en el suelo. Puso en el reproductor de música un disco de Bon Jovi y comenzó a ordenar los libros y álbumes de fotos que tenía por la estantería del salón. Primero los organizó por grosor, pero finalmente lo hizo por alturas. Estaba colocando los últimos libros cuando le pareció oír un ruido procedente de la entrada. Bajó la música y se asomó al pasillo, pero no había nadie. Se lo habría imaginado. Volvió a subir la música y fue a colocar los libros que le faltaban, pero cuando iba a guardar el último notó que unas manos le tapaban los ojos y la boca, y el libro que sujetaba se le cayó.

—¡Ay! —se quejó una voz femenina a sus espaldas.

Joel reconoció la voz y, tras quitarse las manos que tenía en la cara, se dio la vuelta y vio que Lorena saltaba sobre un solo pie hasta llegar al sofá para sentarse.

—¿Qué haces? —preguntó Joel sin quitarle los ojos de encima.

—Batir el récord en saltos a la pata coja… ¡Tú qué crees!: me acabas de aplastar el pie con un libro, y encima era de los gordos.

Joel se pasó la mano por la cara para evitar emitir una carcajada y se sentó al lado de ella.

—No te lo he tirado adrede: me has asustado y se me ha caído, con la mala suerte que ha ido a parar a tu pie… Por cierto, ¿cómo has entrado?

—Con la llave que tienes debajo del extintor —dijo enseñándosela—. Quería entrar sigilosamente y darte un susto. Tenías la música tan alta que ni un choque de trenes habrías oído.

—Pues que sepas —aclaró recuperando su llave— que me había parecido oír algo.

—¿Por eso has bajado la música?

—Sí, pero me he asomado y no he visto a nadie.

—Me he quedado un poco fuera antes de entrar —explicó masajeándose el pie.

Joel bajó la cabeza y le dio un suave beso en los labios mientras le acariciaba la mejilla y Lorena le rodeaba el cuello con los brazos. El beso fue aumentando de intensidad mientras se pegaban más el uno al otro. Lorena se puso a horcajadas sobre y él y le cogió el rostro para volver a besarlo.

—Espera —alegó Joel—. Tenemos que hablar.

Lorena dejó de besarlo y volvió a sentarse en el sofá. Los nervios la estaban matando y alargar más lo inevitable solo empeoraba las cosas. Joel se levantó y cogió uno de los álbumes. Lo abrió por la mitad y sacó un trozo de papel amarillento. Dejó el álbum sobre la mesa y tendió a Lorena la hoja que acababa de sacar. Era la página de periódico que Lorena había visto el día del aniversario, pero se lo calló. Volvió a leer el titular en silencio y observó la trágica foto que se mostraba debajo.

—Yo tenía dieciséis años —comenzó Joel apoyándose en la mesa—. Como ya te dije, a esa edad era un mujeriego, un borracho y un drogadicto. Insultaba a mi madre e incluso la intimidaba para que me dejara en paz. Mi padre era el único capaz de plantarme cara y un día le rompí en la cabeza una botella de cerveza que yo tenía en la mano. Solo necesitó unos puntos, pero en ese momento no me arrepentí, me dio igual. Si estuviera vivo le pediría perdón como no hice en su momento, y antes de estamparle una botella o ponerle la mano encima me tiraría por la ventana. —Se le deslizó una lágrima—. Mi hermano cuando estaba en casa se escondía en su habitación y muchas veces le oía llorar. Me acuerdo que alguna vez mientras le gritaba a mi madre él salía e iba a abrazarla. Yo lo adoraba y jamás le transmití a mi hermano que lo quería.

Joel se detuvo para coger aire y taparse la cara con las manos. Era duro recordar, pero Lorena merecía saber.

—¿Por qué eras así con ellos? ¿Cuando eras más pequeño te manipulaban, te… pegaban?

—No. Eran los mejores padres del mundo, pero yo me junté con quien no debía. ¿Te acuerdas de los tipos que te atacaron un día que saliste de mi casa enfadada tras discutir? —Ella asintió al recordar a los tipos que intentaron violarla el día que Joel le preguntó quién era Alan—. Esos eran dos con los que iba. No sé cómo acabé juntándome con esa clase de personas, pero lo hice, y me arrepiento cada día de ello. Siempre llegaba a casa bebido o colocado, y mi madre me solía echar la bronca porque había recibido una carta del instituto notificando que había faltado o me había peleado con alguien. Sentía que toda mi familia era una molestia y pagaba mi mal humor con ellos o con el primero que quisiera pelear conmigo…, hasta que ocurrió algo que me hizo darme cuenta de la clase de gilipollas que era y que finalmente cambiara.

—¿Y qué logró que lo hicieras?

—Asesiné a mis padres —pronunció fríamente.

«Asesiné.» Lorena se quedó paralizada cuando oyó esa palabra. No podía ser verdad.

—¿Qué? —reaccionó Lorena en un susurro.

—Era sábado por la noche y como era habitual estaba castigado por mi padre. Pero siempre me iba y esa noche no fue diferente. Habíamos quedado en un descampado a las afueras de la ciudad para lo de siempre. Beber, colocarnos y… ya sabes: tirarnos a alguien. Quedamos en que uno que tenía carné me pasaría a buscar, pero se olvidó de mí y yo no tenía dinero suficiente para un taxi, así que robé un coche y fui hacia allá. Sabía conducir porque algunos de lo que tenían coche me habían dejado conducirlo alguna vez. Me acuerdo que cuando llegué todos me vitorearon porque se dieron cuenta de que había robado un coche, y yo, como el completo gilipollas que era, levantaba los brazos en señal de triunfo y gritaba más que ninguno. Terminé mi primer cubata y vi que un coche se acercaba. Lo reconocí enseguida. No sabía cómo sabían que estaba allí, pero eran mis padres los que venían a buscarme. Mi padre intentó meterme en el coche mientras gritaba a los demás que había avisado a la policía y que estaba de camino. Todos comenzaron a mirarme cabreados y se marcharon rápidamente. Me enfadé porque me mirasen así y empujé a mi padre para que me soltara. Pasé por delante de su coche y distinguí a mi madre en el asiento del copiloto suplicándome con la mirada que subiera; mi hermano estaba en el de en medio. Era su asiento preferido y casi nunca se ponía el cinturón. —Se le deslizó otra lágrima—. Los ignoré y fui hacia el coche que había robado para largarme, pero mi padre comenzó a perseguirme con el suyo. Quería quitármelo de encima, así que aceleré, pensando que abandonaría, pero no. Siguió detrás mientras yo aceleraba más y él también, y de repente… —Joel se pasó las manos por la cara y desvió la mirada hacia la ventana: no era capaz de soportar lo que expresaban los ojos de Lorena—. De repente vi un camión parado en uno de los carriles. Había pinchado y estaba detenido en mitad del carril en vez de en el arcén. Iba tan pendiente de lo que ocurría detrás de mí que ni me di cuenta de que estaba a punto de colisionar de frente a ciento veinte kilómetros por hora, que era todo lo más que daba el coche. Di un volantazo hacia la izquierda y fui a dar contra un muro bajo. El golpe no fue muy fuerte porque pude frenar y no chocar a esa velocidad. Me golpeé en el costado y me hice una pequeña brecha en la cabeza, pero no oí mi impacto, sino el que se había producido a pocos metros detrás de mí. Mi padre no logró esquivar el camión y se estrelló con la parte trasera: el coche quedó completamente destrozado. No los vi. No pude desviar la vista hacia atrás. Cuando salí del coche solo pude apreciar charcos de sangre y tres cuerpos tapados con una especie de sábana. Estuve tres días ingresado en el hospital. Me contaron que el niño salió disparado y el hombre se dio un fuerte golpe en la cabeza. Ambos murieron en el acto. Mi madre fue la que más sufrió. Una barra de la estructura del coche le aplastó el estómago por completo sin dejarla respirar. Aún estaba consciente y sintió todo el dolor hasta su muerte a los pocos minutos. Todas las personas que estaban en el accidente, tanto los que trabajaban como los que ayudaban, me miraban y apuntaban hacia mí. Ese día, también murió ese joven de dieciséis años. No dejaron de señalarme y de tacharme de asesino, y no les faltaba razón: fui yo quien maté a mis padres y a mi hermano… No pude despedirme de ellos ni pedirles perdón por todo. Ni siquiera fui a su funeral. No fui capaz y hoy en día tampoco puedo acercarme a sus tumbas. Al ser menor y estar solo, me llevaron al orfanato donde conocí a Leo. Sabía lo que había hecho, pero nunca se separó de mí. Decía que solo tenía que mirarme a la cara para saber que fue un accidente y que yo no había hecho nada en realidad. En realidad, le repliqué, fue culpa mía por hacer que mis padres corrieran para no perderme de vista, y él me preguntó que si también era culpa mía que ese camión estuviera parado en mitad del carril. No sé qué habría hecho sin él. Leo fue quien me devolvió las ganas de vivir y quien no se ha separado de mí desde entonces.

—¿Hubo juicio? —preguntó Lorena aún sin pestañear.

—Sí. El conductor del camión me denunció. Pero él también debió de estar acusado por poner en peligro la vida de otros conductores. Al pinchar se quedó en el carril. No se desvió hacia el arcén ni puso los triángulos de emergencia. Cuando alegué eso en el juicio, él lo negó y me siguió acusando de asesino. Nadie me creyó, porque el muy hijo de puta, cuando vio el coche de mis padres contra la parte trasera del camión, se subió y condujo hasta dejarlo en el arcén y sacó los triángulos. Así que cuando llegó la policía lo encontró donde debía de haber estado. Todo el mundo pensó que le di al coche de mis padres un golpe lateral, lo que les hizo perder el control, ir hacia el arcén y empotrarse contra el camión, que es la versión que contó el conductor, y, como el coche que robé tenía en un lado una abolladura de cuando golpeé el muro, pues no les costó nada creérselo y darlo por bueno. Yo estaba acusado de robo, pero no tenía antecedentes, así que me dejaron en libertad con cargos y me metieron en el orfanato.

—Mi tía fue la abogada del conductor del camión. Por eso mi primo conocía lo que ocurrió —le explicó Lorena.

—Soy un asesino, Lorena. Y, aunque pasen los años y haya cambiado, eso seguirá igual —insistió sin prestar atención a lo que ella le había dicho.

Lorena se levantó y le secó con los pulgares la cara empapada por las lágrimas.

—No vuelvas a hablar así. No eres ningún asesino. Fue un accidente y gran parte de la culpa la tiene el camionero por no apartarse al arcén como debía.

—Pero si yo me hubiera quedado en casa por el castigo, si no hubiera ido a esa fiesta, si no hubiera hecho que mi padre acelerara, ellos… —la interrumpió Joel.

—¡Vale ya! Sí, hay que tener cuidado con el exceso de velocidad, pero si el cabrón del camionero no se hubiera quedado en el carril nada habría sucedido y no entiendo por qué te echaron a ti la culpa cuando no hiciste nada.

—Me culparon a mí por la versión que dio el camionero. Era su palabra contra la de un chaval conflictivo de dieciséis años. Solo Leo confió en mí desde el principio. Rubén, la primera vez que me vio, me reconoció y, si no hubiese sido porque Leo le contó lo que en realidad ocurrió y confía completamente en él, no seríamos ahora amigos. Muy pocas personas creyeron lo que en verdad pasó.

Para Lorena quedó claro que Álvaro estaba entre ellas y que no tenía ni idea de lo ocurrido. Por eso los quería alejar. A sus ojos, Joel era un asesino al haber dado por buena la versión del camionero, al igual que para muchos otros; sin embargo, para quienes no dejaron de tener fe en él, Joel era una víctima más.

—Joel —susurró Lorena acariciándole el brazo—. No eres ningún asesino. Fue un accidente y, por culpa de la gente que te ha acusado de forma irresponsable e insistente de ello sin saber lo que realmente ocurrió, lo has aceptado e interiorizado. Pero tienes que hacer caso a las personas que creemos en ti y que sabemos que no lo eres.

Lorena había permanecido prácticamente callada durante todo el relato, escuchando asombrada la historia de un Joel que no conocía ni quería conocer. Pero solo con ver el dolor en sus ojos comprendió que vendería su alma al diablo por volver atrás y cambiar todo.

Joel suplicaba por que Lorena respaldara la verdad de los hechos y no la falsa declaración del camionero, que era la que había oído toda su familia a través de Álvaro. Temblaba de pies a cabeza esperando cualquier movimiento o palabra de Lorena, pero, cuando ella lo acarició y empezó a consolarlo, pudo relajarse. Lorena entrelazó los dedos con los suyos y le dio un beso en el hombro. Caminó para colocarse frente a él y se puso de puntillas para alcanzar los labios de Joel, y él no tardó ni medio segundo en abrazarla por la cintura y alzarla del suelo para besarla mejor.

—Eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, lo mejor… Estoy convencido de que la magia de aquel día hizo que chocaras conmigo.

—¿La magia de aquel día? —preguntó Lorena mientras recibía cientos de besos por el cuello.

—La magia del día de Reyes…

Aturdida por lo que le decía, Lorena comenzó a desvestirlo mientras él se peleaba con la cremallera de su falda.

—Creo que es el momento de acabar lo que dejamos a medias en el sofá —dijo Lorena muy cerca de los labios del atormentado Joel.

—Pues no lo aplacemos más.

Joel la cogió como si fuera una pluma y se la llevó a su habitación, y allí se tendió encima de ella y comenzaron a moverse al cadencioso ritmo de las respiraciones.

Se despertaron dos horas después, desnudos y abrazados. Ninguno de los dos quería levantarse: solo deseaban seguir con los cuerpos entrelazados. Joel se sentía feliz. Que Lorena siguiera a su lado y lo mirara como siempre era lo que originaba su felicidad. Sin muchas ganas, al final se vistieron y cogidos de la mano salieron a dar un paseo. Sin proponérselo, los pies los guiaron a la plaza con la enorme fuente que le gustaba a Lorena. El lugar donde se conocieron. Ambos sonrieron al pasar justo por el sitio donde chocaron…, cuando alguien por detrás empujó a Joel, agarró la mano de Lorena y tiró de ella para alejarla de él.

—¡Se acabó! Si tú no te separas de él lo haré yo.

—¿Álvaro?, ¡pero de qué vas! —exclamó desconcertada Lorena intentando zafarse de la mano de su primo— . ¡Suéltame o te vas a arrepentir!

Álvaro la asió más fuerte haciéndole daño, así que Lorena no lo dudó y le dio una patada cerca de la entrepierna, pudiendo finalmente soltarse de su sujeción. Corrió entonces hacia Joel y se abrazó a él para que no la soltara.

—Mira, idiota —increpó Álvaro al verla abrazada a aquel individuo—. Deja en paz a mi prima. No te mereces a nadie en esta vida.

—¡Cállate, Álvaro! No tienes ni idea de lo que estás hablando: me lo ha contado todo y él no tuvo la culpa, aunque os empeñéis en no creerlo.

—Vaya, Lorena, veo que eres más tonta de lo que pensaba. ¿Ya te ha engañado con la palabrería de su versión? Probablemente se haya echado a llorar para darte pena y tú como una gilipollas te lo has tragado como una idiota.

Joel puso a Lorena detrás de él y dio un paso hacia Álvaro.

—No voy a permitir que la insultes en mi presencia. Tú eres, como la mayoría de la gente, quien está equivocado sobre lo que sucedió aquel día, porque disteis la razón al camionero ignorando mi declaración, que es lo que realmente pasó.

—Para ser un chico de dieciséis años drogadicto, inventaste una buena historia, sí, señor. Lástima que no los convencieras, ¿no? Llevas tatuado en la frente la palabra «asesino».

Joel apretó los puños y los nudillos se le pusieron blancos: ¿de qué iba aquel sujeto? Le partiría la cara como siguiera por ese camino.

—¿Sabes? —dijo Joel—. Piensa lo que quieras. Si tú y más gente como tú creéis eso, allá vosotros. Estáis equivocados y lo único que me importa es que tu prima ha aceptado la verdad. He pagado durante años miradas e insultos por ese accidente en el que perdí a mi familia. Nadie me consoló, solo me maldijeron y humillaron. Pero me alegra comprobar —afirmó mirando a Lorena— que todavía quedan personas que son capaces de ver que algunos cambiamos, que aprendemos de nuestros errores si nos dan una oportunidad para demostrarlo.

—¡Oh, qué bonito! —se mofó Álvaro—. No hace falta que sueltes esas palabras acarameladas: mi prima se abre de piernas con facilidad.

Joel lo cogió de la camisa y lo estampó contra un árbol sin que Álvaro dejara de sonreír, ni siquiera cuando todavía vacilante le preguntó:

—¿Qué, me vas a matar a mí también?

Lorena corrió hacia ellos y puso la mano en el hombro de Joel al tiempo que le rogaba:

—Suéltale, por favor. No caigas en su juego.

—Da igual, Lorena —sentenció Álvaro—, solo os estoy mostrando a todos qué clase de persona es este tío.

—¿Os? —repitió Lorena extrañada por el uso del plural.

—No has cambiado, macho: sigues siendo ese joven agresivo que mató a sus padres, pero has sabido qué cartas mover para poder follarte a la incauta de mi prima. Tus padres se estarán revolviendo en su tumba y tu hermano dando las gracias porque su infierno a tu lado acabara. Después de todo, muertos están mejor, pues la verdad es que les hiciste un favor con su muerte al evitarles un gran sufrimiento a tu lado.

Joel, con las manos aún sujetando la camisa de Álvaro, lo empujó tirándolo al suelo, aunque rápidamente se levantó. Lorena intentó detener a Joel, pero era más fuerte que ella y volvió a arrojarse contra Álvaro. Ambos entablaron una pelea a pesar de los gritos de Lorena para que se detuviesen; pero ninguno le hizo caso. Joel estaba furioso porque aquel idiota lo hubiera tratado como una mierda sin saber lo ocurrido, pero lo que más le había encorajinado era que hablase de la manera en que lo había hecho de Lorena estando ella delante. Ella giró la cabeza y vio a un grupo de cuatro personas acercarse apresuradamente hacia ellos.

—No… —susurró Lorena.

Miguel, Rosa, Sebastián y Samanta se dirigían hacia ellos para parar la pelea. Rosa agarró a su hija abrazándola para que no se interpusiera mientras Miguel y Sebastián separaban a los jóvenes.

—¡Basta ya! —rugió Sebastián.

—Te lo dije, tío —manifestó Álvaro limpiándose con la manga la sangre del labio—. En vuestra casa solo interpretó el papel de novio perfecto, pero en el fondo sigue siendo el hijo de puta que causó la muerte de tres personas.

—¡Eso es mentira! —gritó Lorena—. Tú le has provocado. Ha empezado a decir cosas horribles de él y de mí. Solo me ha defendido —alegó Lorena mirando a su padre.

—Yo si tengo que defender a tu madre lo hago mediante la palabra y no con los puños —replicó insensible Sebastián.

—Lo dudo mucho —contestó Lorena—. Si le llegan a decirle a mamá lo que Álvaro me ha soltado a mí, no dudarías en partirle la cara a quien se hubiese atrevido.

Rosa besó el pelo a su hija para tranquilizarla mientras la abrazaba más fuerte al ver la tensión que la embargaba.

—Lorena —terció Samanta acercándose a ella—, sabes que yo llevé el caso y lo que pasó fue muy grave. Tú eres una chica buena y…

—¡Estoy harta! ¡Harta! —chilló Lorena fuera de sí y con los ojos nublados por las lágrimas—. ¿Por qué todos tenéis que decidir con quién puedo salir o no?

—Porque ya te confundiste una vez —intervino Álvaro—. Le conté a mis padres lo de Alan y ninguno queremos que vuelvas a pasar por eso otra vez, ya que parece que no aprendes. Has vuelto a elegir mal, Lorena. Él —afirmó señalando a Joel— te hará sufrir.

Lorena rompió a llorar mientras Joel seguía con la cabeza baja avergonzado. Sabía que todo había acabado por su culpa. Metió las manos en los bolsillos y se dio media vuelta para irse a su casa.

—¡Joel! —le llamó Lorena sin que él dejara de caminar—. ¡Joel! —repitió retorciéndose para que su madre la soltara.

—Déjalo, Lorena —concluyó su padre—, es mejor así.

—¿Mejor para quién, para ti? Dejad de protegerme como si tuviera cinco años. En esta vida tengo derecho a equivocarme y a aprender de esos errores, pero no me dejáis. Que os quede clara una cosa, Joel no es ningún error, el error es que vosotros no lo veáis.

Sebastián y Rosa, a pesar de la insistencia de Lorena por que la dejaran en paz, no le hicieron caso y se la llevaron a casa, donde se encerró en su habitación. Llamó a Joel repetidas veces sin resultado alguno. Rosa entró varias veces en el cuarto de su hija para tratar de hablar con ella, pero Lorena ni siquiera la miró. Eso hundió a Rosa: no podía ver a su hija destrozada y que encima la ignorase hasta el punto de no dedicarle ni una mirada. Sebastián también intentó hablar con ella, pero fue inútil y todavía más violento que con su madre. Acabó perdiendo la paciencia al comprobar que su hija ni abría la boca, y le gritó de mala manera, lo que empeoró el estado de ánimo de Lorena. Al final Rosa se lo llevó y la dejaron tranquila y sola. Javier de vez en cuando abría un poco la puerta de la habitación de su hermana para observarla, pero siempre la encontraba igual: tumbada en la cama con la cabeza hundida en la almohada. Todos se fueron a la cama confiando en que al día siguiente estuviera mejor. Cuando ellos ya estuvieron acostados, Lorena oyó su móvil vibrar encima de la mesa y rápidamente cogió al ver de quién se trataba.

—Joel, lo siento mucho, yo no quería que…

—En realidad te tengo que pedir yo a ti disculpas por estos diez meses juntos. Por mi culpa has tenido que mentir, has soportado muchas cosas y entre ellas me has tenido que defender ante tu familia por ser quien soy, ocasionando más de una discusión familiar; incluso te has separado de tu primo por mi culpa. Me dijiste que estabais muy unidos, y yo he roto esa unión.

—¿Perdón por estos diez meses? ¿Me estás pidiendo perdón por los mejores meses de mi vida? Y, en cuanto a mi primo, él se lo ha buscado; tú no has tenido nada que ver.

—Lo siento, Lorena: conmigo nunca serás feliz. Mi pasado siempre me perseguirá y no dejarás de tener que soportar que te pregunten por qué estás conmigo siendo lo que ellos creen que soy.

Lorena se puso de rodillas en la cama, asustada por lo que Joel le estaba diciendo. No podía permitir que acabara con todo de esa manera. Ella lo quería y le daba igual su pasado y su familia. Solo deseaba estar con él.

—Me importa una mierda lo que diga la gente. Solo me importas tú; el resto me da igual.

—Lorena, te quiero —dijo él con voz ahogada—, y porque te quiero es mejor acabar con esto. No pienso permitir que derrames una lágrima más simplemente por el hecho de estar a mi lado. ¡Sé feliz por mí, Lorena!

—¡Joel, no, por favor! ¡Joel! ¡Joel! —gritó Lorena con los ojos inundados de lágrimas, pero él no la oyó.

Joel no sabía cómo hacer comprender a Lorena que todo había terminado. Estaba harto de verla sufrir por su culpa y se dio perfecta cuenta de que a su lado jamás sería feliz. Él estaba condenado a la soledad y ella se merecía encontrar a alguien con un pasado limpio, que la quisiera y que en un futuro le diera una familia. Joel, con el corazón roto, se llevó el móvil a la boca, y mientras le caía una lágrima musitó:

—Adiós, mi amor.