CAPÍTULO 3
«Policía», esa palabra resonaba imperiosamente en la cabeza de Lorena. Joel y ella se seguían mirando desconcertados: ¿qué hacía allí la policía? ¿Cómo la habrían encontrado? Y, si el motivo no era ella…, ¿quién era el chico con quien estaba a solas en su casa? Lorena estaba asustada. Muy asustada. La respiración eran cada vez más agitada. Llevándose una mano al pecho, Lorena pudo notar el pulso acelerado y el corazón a punto de estallar. Ambos estaban paralizados, no sabían qué hacer. Su mente comenzó a funcionar a mil por hora barajando distintas opciones para marcharse de allí ¿Huir por la ventana?: ¡ni hablar!, era un quinto piso. ¿Esconderse?: ¿para qué?; cuando la policía entrase registrarían todo. ¿Hablar con los agentes?: se mostraban muy agresivos por la forma en que golpeaban insistentemente la puerta. No la dejarían hablar. Lorena no paraba de pensar y darle vueltas a la cabeza cuando la voz de Joel la sobresaltó.
—¿Has llamado a la policía? ¿Por qué? —preguntó entre preocupado y sorprendido.
—Yo no he llamado a nadie… Pero, vamos a ver —respondió Lorena poniéndose ante él—, ¿para qué coño voy a llamar a la policía si lo que quería era desaparecer unas horas? ¿Eres tonto, Einstein? —remató nerviosa llevándose dos dedos a la frente para darse unos golpecitos—. Además, he estado todo el rato a tu lado. ¿Me quieres decir cuándo he podido llamar?
—¡Quizá cuando te fuiste a cambiar a la habitación! Estabas sola y el móvil al lado, ¡una oportunidad perfecta! ¿Por qué lo has hecho? —bramó golpeando la encimera con el puño antes de pasarse desesperado las manos por el pelo—. Joder, te juro que no soy ni delincuente ni violador ni nada. ¡Soy un tío legal!
—¡Y dale! Que yo no he llamado a nadie. ¿Te ha quedado claro o te lo repito en ruso? —zanjó Lorena poniendo los brazos en jarras.
Joel comenzó a andar nervioso por la cocina y se puso a fregar las tazas en las que habían bebido café, intentando distraerse de los constantes golpes que estaban dando en la puerta de su casa.
—Está bien, de acuerdo, perdona, pero es que me he puesto muy nervioso y…
No pudo acabar la frase: los gritos de uno de los policías no cesaban. Aporreaban la puerta con fuerza, tanta que no tardarían en tirarla abajo.
—¡Si en diez segundos no abre la puerta, me veré obligado a derribarla!
Lorena estaba paralizada. Sin decir nada, Joel la agarró de la muñeca y tiró de ella para llevarla a la habitación donde se había cambiado antes. Una habitación de paredes blancas, con una cama pequeña y al lado un armario de tonos azules. Desde esa habitación se podía acceder a una gran terraza, con vistas a la zona más popular de la ciudad. Para que entrara un poco más de luz, Joel subió la persiana, retrasando de paso el momento de enfrentarse a la autoridad. Estaba nervioso por lo que pudiera ocurrir.
—Quédate aquí y no hagas ruido. Iré a abrir —le pidió Joel sin poder ocultar su agitación.
A toda prisa, Joel salió de la habitación y se dirigió a la entrada. Tenía el pulso acelerado y notaba que le sudaban las manos. Mientras caminaba hacia la puerta, sintió que le temblaban las piernas. Puso una mano sobre el pomo, cerró los ojos e inspiró profundamente antes de abrir la puerta con decisión. Al ver la imagen que se mostraba ante él, no pudo menos que abrir la boca y poner los ojos como platos.
—Cierre la boca, que le van a entrar moscas, capullo —se mofó Leo, el supuesto policía—. Queda detenido por no haberme invitado hoy a un desayuno decente. ¿Y me quieres decir por qué cojones has tardado tanto en abrir? No me jodas, ¡seguías sobando a estas horas!
A Joel, con la furia en la mirada, le faltó tiempo para insultar a su amigo mientras le propinaba un puñetazo en el estómago.
—¡Eres un maldito cabronazo! ¿Se puede saber por qué has dicho que eras la jodida policía? Joder, tío, no veas el susto que me has dado.
Leo, sin poder evitarlo, soltó una carcajada que intentó disimular con una tos al ver el gesto de su amigo. Sin perder la sonrisa, le rodeó los hombros con el brazo y lo condujo hasta el salón.
—Tío, que solo ha sido una broma… ¡Qué poco sentido del humor!
—¡No ha tenido ni puta gracia! —Volvió a golpearlo.
Leo iba a contestar cuando oyó el sonido de una puerta que se abría muy despacio. Ambos amigos se giraron para ver por el resquicio medio rostro de una sonrojada Lorena. Había permanecido todo el rato en la habitación y no pudo evitar escuchar la pequeña discusión entre Joel y el que supuso que era su amigo. Nerviosa, se mordió el labio inferior y salió de la habitación para reunirse con ellos sin dejar de advertir cómo el rubio que estaba junto a Joel la desnudaba con la mirada. Al llegar a su lado, Leo la escaneó con más detenimiento de arriba abajo sin cortarse lo más mínimo, haciendo que Lorena lo fulminara con la mirada. ¡Odiaba a los tíos que hacían eso!
—¡Guau! —exclamó Leo—, sí que estabas ocupado, pillín. Si lo sé, vengo más tarde. Ahora entiendo por qué no me pensabas invitar a desayunar. Querías el desayuno para ti solito —se guaseó Leo guiñando un ojo a Lorena.
Joel le lanzó una mirada furiosa a su amigo, que seguía comiéndose con ojos anhelantes a Lorena, y acercándose a ella les presentó.
—Leo, te presento a Lorena, es…, es…
—Una pobre chica con la que se ha encontrado en el camino y a la que ha ayudado, pero con muy mal carácter… —advirtió Lorena—, y tu querido amigo Joel ya lo ha comprobado por sí mismo. Así que deja de mirarme las tetas. Tengo los ojos aquí. —Y se los señaló con los dedos índice y corazón formando una uve con ellos.
—No lo habría dicho mejor —corroboró Joel.
—Ya, ¿y te crees que yo nací ayer? ¡Tú te la has desayunado! —se mofó—. Venga, tío, que lleva tu ropa. A mí no me engañas.
—Oye, cree lo que te dé la gana.
—Bueno, bueno, pues encantado, Lorena. Yo soy Leo, el apuesto caballero que llevas esperando toda la vida —dijo Leo, y le besó la mano.
Lorena suspiró y negó con la cabeza poniendo los ojos en blanco antes de fijarse en él. Leo era alto, guapo, rubio y con ojos azules. Se notaba a la legua que tenía buen sentido del humor. Y Lorena habría puesto la mano en el fuego a que era un donjuán, pero, además, veía en él a un chaval cuya amistad siempre perduraría.
—¿Quieres dejar de ligar? —pidió Joel empujándolo para que guardara las distancias con Lorena.
—Perdona a este idiota, es que es muy celosito —bromeó Leo.
Lorena no pudo evitar sonreír, pero no dijo nada.
—Pues, si no es lo que pienso, ¿qué hacéis los dos aquí solos?
—Ya te lo he dicho: me crucé en su camino muerta de frío y calada y me ofreció su ayuda. Nada más —aclaró rotunda Lorena.
—Tío, ¡me gusta esta chica!
—¿Y cuál no te gusta a ti? —ironizó Joel alzando las cejas.
—Me gusta como amiga, no para tirármela. Mira que eres malpensado…
Los tres sonrieron y se dirigieron al salón, donde siguieron conversando y riendo. Mientras hablaban, Lorena les contó que trabajaba como camarera algunos fines de semana en el pub Museum, y Leo le prometió que irían a hacerle una visita. No había nada mejor que unos chupitos gratis. A las cuatro de la tarde, tras haber pasado un rato divertido con Joel y Leo, Lorena decidió ponerse de nuevo su ropa y volver a casa. Estaba mucho más calmada y debía dar explicaciones. Se vistió sin prisa contemplando cada centímetro de aquella pequeña habitación mientras pensaba qué iba a decir cuando regresara a casa de sus abuelos. Se sentía un tanto avergonzada por haber reaccionado como una niña inmadura, pero en ese momento se había bloqueado tanto que actuó sin pararse a pensar. ¡Eso mismo les diría! Cuando terminó de cambiarse, salió con la ropa de Joel en las manos y se la entregó.
—Gracias por todo, te debo una.
—De nada. Ha sido un placer. Además, gracias a ti he vuelto a disfrutar del día de Reyes por primera vez después de seis años.
—Bueno, Leo también ha colaborado…, y bastante —rio Lorena al recordar a Leo mostrando todas sus dotes de «bailarín». Solo de ver cómo le había cantado Sex Bomb poniendo voz grave y sensual, o al menos intentándolo, mientras deslizaba sensualmente las manos por su pecho… ¡Menudo espectáculo!—. Se nota que es un amigo de verdad. De los que estarán a tu lado toda la vida.
—Sí —suspiró Joel—. Es el mejor amigo que puedo tener. —Lorena asintió y al ver que no decía nada ni se movía, Joel añadió—: Me gustaría volver a verte. He estado muy a gusto contigo.
—Yo también. Y creo recordar que me habéis prometido hacerme una visita al pub. Espero que seáis unos chicos de palabra —dijo guiñándole un ojo—. Además, Leo se ha vuelto loco cuando he dicho que os invitaría a una copa.
—¡Por supuesto!, Leo es un gorrón. Cualquier oportunidad que se le ponga a tiro la aprovecha. ¿Vas a casa?
—Sí. Me esperan unas largas horas ofreciendo explicaciones.
Lorena se dio la vuelta para irse, pero la voz de Joel la detuvo al llamarla:
—¡Lorena! No le pidas disculpas a tu prima. No se las merece. Es ella quien debe disculparse contigo. Que no te dé pena, porque, por lo que me has contado, no cambiará hasta…, ¡a saber! Estate tranquila. mantente firme y… ¡Espera!, quédate aquí, enseguida vuelvo. —Joel, tras revolver en varios cajones, cogió papel y boli y anotó algo. Luego lo dobló y se lo entregó a Lorena—. Este es mi número. Si me necesitas, no lo dudes y llámame, ¿de acuerdo?
—¡De acuerdo! Gracias, Joel, por todo.
Lorena salió del piso y comenzó a caminar hasta la vivienda de sus abuelos paternos. Tras un largo paseo en el que no había dejado de pensar qué palabras usar, llegó al portal de la casa. Tranquila y preparada para el interrogatorio. O eso creía. Lorena se paró ante al portal de la casa donde se encontraban sus familiares. Parecía que los pies se le habían clavado al suelo. Un miedo la sacudió al introducir la llave en la cerradura. No se veía capaz de subir. ¿Qué diría? ¿Qué haría? ¿Qué pasaría en cuanto entrase por la puerta? Sacó la llave de la cerradura y se dispuso a dar otra vuelta larga, pero, antes de dar dos pasos, las palabras de Joel le vinieron a la cabeza: «Enfréntate a los problemas». Decidida, volvió al portal y entró. Quería llegar cuanto antes, así que empezó a subir las escaleras de dos en dos hasta llegar al segundo piso, y en unos pocos segundos se encontró ante la puerta de entrada, tras la que sus familiares la estarían esperando. Después de tomar una buena bocanada de aire, Lorena abrió y accedió a la vivienda. Iba caminando por el largo pasillo hacia el salón cuando vio a su hermano asomarse. Al verla, corrió hacia ella.
—¡Lorena! —exclamó Javier.
Lorena, de nuevo con las lágrimas en los ojos, se agachó y ambos hermanos se abrazaron. Tras su hermano, su madre, sus abuelos y su tía se acercaron a abrazarla. Alicia, en cambio, se quedó mirándola con su habitual cara de asco. Después de los abrazos y de contestar mil veces a la pregunta de si estaba bien, se dirigieron al salón para hablar con más calma. Cuando todos estaban sentados, Lorena se dio cuenta de la ausencia de tres personas.
—¿Dónde están Miguel, Álvaro y papá?
—Han salido a buscarte y llevan más de cuatro horas fuera —contestó su madre mientras se secaba las lágrimas—. Voy a llamarlos para decirles que ya has vuelto.
Lorena asintió con la cabeza y fijó la vista en cada uno de sus familiares, que la miraban esperando una buena explicación.
—Prometo contestar a todas vuestras preguntas, pero cuando estemos todos, porque solo voy a dar explicaciones una vez, ¿entendido? —aclaró Lorena transmitiendo seguridad.
Todos asintieron, pues no querían presionarla. Mientras esperaban el regreso de las tres personas que no estaban presentes, Lorena se dio cuenta de que su prima Alicia le lanzaba miradas asesinas. «Si las miradas matasen, hace un buen rato que estaría muerta», pensó. Pero al menos tenía clara una cosa: nunca más esa niñata consentida que por desgracia era su prima la iba a volver a intimidar ,y por supuesto, no le pediría disculpas por la contusión que le había causado en el lado izquierdo de la cara. Diez minutos después, Sebastián, Álvaro y Miguel llegaron a la estancia. Sebastián, fue rápidamente hacia su hija para abrazarla, y esta rompió a llorar. Cuando la calma volvió al salón y Lorena se encontró ya más tranquila, procedió a disculparse por la huida y a dar las esperadas explicaciones.
—Siento mucho haber desaparecido durante tanto tiempo, pero necesitaba estar sola —comenzó Lorena, que se encontraba sentada en el sillón entre sus padres. Javier estaba en la alfombra, sus abuelos y su tía Samanta junto con Alicia, en el otro sofá, y Miguel y Álvaro, apoyados en la mesa del comedor.
—Pero ¿dónde has ido, cielo? Hemos estado horas buscándote sin éxito —preguntó Sebastián retirándole un mechón rubio tras la oreja.
—En todas partes y en ninguna. He estado paseando todo el tiempo y reflexionando hasta que he reunido el suficiente valor para volver y hablar con vosotros. Necesitaba relajarme un poco —mintió Lorena.
No iba a contar a su familia que había ido a casa de un desconocido, por cierto guapísimo, que la había ayudado. Su madre se pondría histérica y no pararía de decirle que cómo se le había ocurrido, que ese chico podría haber sido un violador o algo peor, un miembro de la mafia, y su padre le pediría la dirección para confirmar las sospechas de su madre, y para rematar su tía le pondría una demanda por intento de abuso. Ya les podía asegurar que había sido muy amable, que, nada, ellos se empeñarían en que Joel había intentado forzarla. Su familia se escandalizaba con ciertas cosas.
—Pero si estás completamente seca y solo hace una hora que ha dejado de llover…, ¿cómo explicas eso? —quiso saber Álvaro.
Lorena no entendía cómo podía estar estudiando Veterinaria: a detective no lo ganaba nadie.
—Que sepas que hay soportales, que son unos lugares cubiertos donde puedes refugiarte de la lluvia para no calarte —vaciló Lorena.
Lorena y Álvaro siempre habían estado juntos. Desde pequeños habían sido inseparables. Solo se llevaban dos años y fueron los primeros niños de la familia en mucho tiempo. Les encantaba vacilar entre sí, pero se adoraban. Ambos estaban cuando se necesitaban y Álvaro protegía muchísimo a su prima. Gracias a él, Lorena había evitado muchos disgustos.
—¿Qué has comido? ¿Dónde? ¿Cómo lo has pagado? ¿Pero llevabas dinero? —comenzó imparable de nuevo su madre a interrogarla.
—Rosa, deja a Lorena respirar, no la atosigues con tantas preguntas —recomendó Samanta a su cuñada.
—Tranquila, mamá. No he comido, porque no llevaba nada encima, salvo el móvil. Además, tampoco tengo hambre. Con todo esto que ha pasado, he perdido el apetito.
—Pero ¿por qué has apagado el móvil? —preguntó a su vez Miguel.
—Porque no quería que nadie me molestase ni me localizara. Os voy a dejar las cosas claras a todos y espero que lo entendáis a la primera, porque quiero olvidar este desagradable asunto.
Lorena se puso en pie e hizo que todos se sentasen. A continuación, se dirigió a donde estaba su prima, que no había dejado el móvil ni un segundo desde su llegada, y se lo arrebató de las manos. A pesar de las protestas de Alicia, Lorena amenazó con meterlo en un vaso de agua si no la escuchaba, ya que toda esta situación la había provocado ella. Ante este gesto por parte de Lorena, Miguel fue a protestar, pero una mirada de su mujer y su hijo lo hicieron callar: Lorena había hecho lo correcto. Tras tomar aire, se dispuso a aclarar las cosas de una vez por todas:
—Siento mucho haberme ido de esa manera, pero ya está hecho y no se puede cambiar. Me arrepiento y me disculpo por lo que habéis pasado por mi culpa. Necesitaba estar sola y la huida me ha parecido la salida más fácil, pero no ha sido la más acertada. Aunque he de añadir que la principal culpable ha sido la bocazas de mi querida primita, que no tiene ni idea de lo que es estar en una situación difícil —y dirigiéndose a sus tíos, Lorena continuó—: Si queréis que cambie de actitud, no le debéis consentir tantas cosas y tendréis que aprender a decirle «¡no!» alguna vez. En lo que lleva de curso, ¿cuántos exámenes ha aprobado?: ninguno. ¿Habéis tomado alguna medida para corregir este problema?: no. Necesita mano dura y el único que intenta hacer lo propio con ella y educarla un poco es Álvaro, pero con la excusa de que es «pequeña» —hizo el gesto de las comillas con los dedos— no dejáis que su hermano haga lo correcto. Con dieciséis años ya no es una cría y debe comenzar a madurar, pero vosotros lo impedís consintiéndoselo todo. Y lo más importante: no me voy a disculpar por la bofetada que le he dado porque es el principio de su, espero, endurecimiento para que en un futuro se enfrente a los problemas, ya que igual más adelante no tiene las mismas comodidades que ahora. Debe entender lo dura que puede llegar a ser en ocasiones la vida. Ahora a Alicia le va todo de maravilla, pero ¿quién le dice que su existencia no puede dar una vuelta de ciento ochenta grados y que acabe viviendo en albergues de acogida y poniéndose ropa que done la gente? Espero que estas palabras os hagan reflexionar un poquito sobre el carácter de vuestra hija.
Descolocados tras las duras pero sinceras palabras de Lorena, fue Álvaro el primero en hablar.
—¡Amén, prima!
Con una media sonrisa, Lorena miró de forma vacilante a su prima y le mostró una media sonrisa. En su reflejo podía verse el triunfo. Se había acabado su buena relación con ella. Se comportaría como una zorra cuando ella le tocara las narices. Su juego había acabado. Tras abandonar el salón para dirigirse a la cocina, Lorena quiso llamar a Joel y contarle cómo se había enfrentado a la idiota de su prima. Pero quizá no fuera buena idea telefonearle… ¿O sí?