CAPÍTULO 15
Llegó el verano y la relación entre Lorena y Joel seguía viento en popa. Se veían siempre y cuando sus respectivos estudios y trabajos se lo permitían, e invariablemente acababan desnudos y haciendo el amor de forma apasionada en el lugar menos esperado.
Rosa sonreía al ver la felicidad en el rostro de su hija, mientras que Sebastián continuaba desconociendo la auténtica naturaleza de esa relación. Javier tampoco sabía nada, pero se había dado cuenta de la cara de boba que solía tener su hermana. De vez en cuando, Javier le preguntaba a Lorena si se le había quedado la cara paralizada, porque no cambiaba de gesto, a lo que Lorena respondía con otra sonrisa y negando con la cabeza.
Durante las vacaciones de verano, ambos se veían siempre que querían, ya fuera a solas o con sus amigos, y alguna vez se les unió Rubén. Leo y Noa seguían también con sus encuentros y, aunque ambos lo negaran, sus amigos tenían claro que sin quererlo habían empezado una relación. Además, Lorena y Joel no podían evitar sonreír cuando alguien se acercaba a Noa, y Leo iba hasta donde estaba ella y la besaba para que no hubiera duda alguna de que no estaba disponible. Joel nunca habría podido imaginar que Leo tuviera celos.
Lorena, con la compañía de Joel, iba superando día a día el asunto de Alan, pero aún no se veía con fuerzas para relatarle esa historia. Una tarde en la que todos habían quedado para ir a la piscina, el plan tuvo que cancelarse por las nubes que se fueron formando y que amenazaban lluvia. Lorena, aburrida, llamó a Joel para, al menos, dar una vuelta juntos, propuesta que él aceptó. Puntual, llamó al telefonillo para que su chica bajara y nada más verla la recibió con un abrasador beso.
—Hola, preciosa. ¿Tenías ganas de verme?
—Ya sabes que sí —respondió Lorena poniéndose de puntillas para darle un corto y dulce beso—. Bueno, ¿dónde vamos?
—Pues como hay probabilidades de que nos llueva, ¿qué te parece si nos acercamos al mismo lugar donde tuvimos nuestra primera cita? —sugirió Joel.
—¿Al cine?… Me parece bien, pero elijo yo la peli, y ya sabes: palomitas y Coca-Cola extragrandes.
—Está bien, andando —decidió Joel agarrando a Lorena por la cintura.
No habían dado ni un paso cuando la música del móvil de Lorena comenzó a sonar; en la pantalla leyó «mamá».
—Uf…, será un segundo —se disculpó mirando a Joel.
—Tranquila. Atiéndela, no la hagas esperar.
Lorena asintió e inició la conversación:
—Dime, mamá.
—Hola, cariño, ¿estás en casa?
—Estoy en el portal, ¿por…?
—¿Podrías subir al trastero y bajarme la caja con los juguetes de cuando erais pequeños? Acabo de ver un punto limpio donde dejarlos y, cuando acabe unos recados, iré a casa a por ellos. Allí arriba no hacen más que acumular polvo y necesitamos ese espacio.
—¿Tiene que ser justo ahora? —se quejó Lorena.
—Sí, porque si no lo vamos a ir dejando, dejando y dejando, y al final ahí se van a quedar. Venga, hija, por favor. ¿Qué te cuesta? Es subir, cogerlos, meterlos en casa y ya está, luego te puedes ir con Joel.
—¿Cómo sabes que estoy con él? Yo no te lo he dicho —preguntó asombrada Lorena.
—Siempre que me coges el teléfono y me llamas mamá refunfuñando es porque estás con él y te he interrumpido.
Lorena abrió la boca… ¿Tanto se le notaba? Aunque, ahora que lo pensaba, tenía razón. Una vez cogiendo su llamada gritó «¡¿Qué quieres, mamá?!». Pero no era para menos: les había interrumpido en plenos preliminares. En ese momento supo lo que había sentido Noa cuando ella le hizo lo mismo para hablarle de su primer beso con Joel.
—Vale, está bien. Te dejo los juguetes en la entrada. Hasta luego.
—Gracias, cielo. Hasta luego, y saluda a Joel de mi parte.
Lorena colgó mientras suspiraba. Miró a Joel con ojos de disculpa, y él sonrió.
—Tendremos que aplazar un poco el cine. Porque a esta sesión no llegamos. ¿Te importa acompañarme al trastero a por unas cajas?
—Tranquila, que habrá más sesiones, y no, no me importa. Venga, vamos.
Juntos subieron hasta la última planta y de allí fueron por las escaleras hasta el sexto piso, donde se encontraban todos los trasteros. Cuando llegaron al suyo, Lorena abrió y le dejó paso a Joel para que entrase primero.
—Bueno, ¿qué cajas son? —preguntó Joel al observar el poco espacio que había debido a la multitud de cajas que se acumulaban en el pequeño trastero.
—Creo que son cinco cajas. En todas pone escrito en la parte superior «juguetes». No creo que anden muy lejos.
Mientras Joel se agachaba para buscar las cajas, Lorena no pudo evitar mirarle el culo y morderse el labio inferior. Así que se dio la vuelta y cerró con llave la puerta del trastero. Al oír el ruido, Joel se volvió hacia ella, que lo miraba con un gesto travieso.
—¿Qué haces? —preguntó sorprendido Joel.
Lorena se fue acercando poco a poco a él.
—¿Te acuerdas de lo que te dije el día que estaba enferma y viniste a mi casa con un espectacular ramo de flores? —Desconcertado por la situación, Joel solo pudo negar con la cabeza—: Te dije que si querías subir conmigo al trastero y jugar en medio de las cajas viejas —confirmó mientras se elevaba para mordisquearle el lóbulo de la oreja—. Pues desde que te lo dije he fantaseado con ello. Así que ahora quiero que cumplas mi fantasía.
—Nada me gustaría más, pero casi no hay espacio.
—Pon unas cajas encima de las otras y tendremos espacio suficiente.
Joel, excitado por lo que Lorena le proponía, empezó a hacer hueco rápidamente para poder moverse mejor. En cuanto hubo un espacio mínimo, Lorena saltó sobre Joel rodeándole la cintura con las piernas para devorarle la boca. Él rápidamente la cogió por las nalgas. Se dejó besar por ella, y con Lorena aún en sus brazos fue agachándose hasta quedar tumbado encima de ella. Deslizó los labios por el cuello y así fue bajando hasta los pechos. Lorena sentía que la ropa le molestaba, por eso fue ella misma quien se quitó la camiseta y a continuación el sujetador. Maravillado por la imagen que Lorena le mostraba, Joel acercó la boca a los pechos y los saboreó mientras escuchaba como ella gemía ante el contacto. Joel continuó besándole todo el cuerpo hasta que no pudo más y, después de colocarse el condón, se hundió en ella. Las embestidas fueron subiendo de intensidad hasta que Lorena alcanzó el orgasmo; tras unas pocas embestidas más, lo hizo Joel.
Agotados, permanecieron abrazados unos segundos, hasta que él, consciente de que la estaría aplastando, se sentó apoyando la espalda en un armario que había al lado de la puerta y le dio la mano para se pusiera en su regazo.
—Estás preciosa con la cara encendida y el pelo alborotado —dijo Joel mientras le retiraba un mechón y se lo colocaba detrás de la oreja.
Lorena sonrió y bajando la vista vio que Joel tenía un pequeño tatuaje en el pectoral izquierdo. Pasó el dedo índice dibujando las tres letras que lo componían.
—Es curioso, no me había fijado que tenías un tatuaje. ¿«D A E»? ¿Tienen algún significado?
—¡Claro! Son las iniciales de los nombres de mis padres y mi hermano. David era el de mi padre, Alba el de mi madre y Edu el de mi hermano. Me lo hice cuando cumplí la mayoría de edad porque me pareció una buena forma de expresar que, aunque ya no estuvieran y nunca fueran a volver, siempre los llevaría en el corazón.
—Es un bonito detalle.
—El problema es que nunca me perdonaré lo que les pasó.
—Joel, mírame —le pidió Lorena subiéndole la barbilla para que lo hiciera—. Fue un accidente. No fue culpa tuya. Los accidentes pasan y, aunque nos duela, no podemos evitarlos. La culpa no fue tuya.
—En realidad, Lorena, sí lo fue. Te pido que no me preguntes por eso; no estoy preparado para hablar de ello, al igual que tú no lo estás con lo de Alan, ¿de acuerdo?
Lorena asintió y lo abrazó. Sabía que había cosas que Joel le ocultaba, pero decidió darle tiempo y callar. Cuando estuviera dispuesto se lo contaría.
—Oye, estaba pensando en una cosa… —dijo Lorena deshaciendo el abrazo y cambiando de tema—. ¿Qué te parecería venir conmigo a mi casita del pueblo? Solos tú y yo.
—¿A tu casa del pueblo?
—Bueno, de mis abuelos. Es un pueblecito a una hora y media de aquí. Antes íbamos mucho, pero poco a poco hemos dejado de hacerlo. Esta semana va a estar completamente vacía y podríamos estar tú y yo solos. ¿Qué me dices? ¿Puedes escaparte una semana?
—Sabes que yo sí, pero ¿y tú? ¿No te dirán nada tus padres?
—A mis padres les diré que necesito un poco de tranquilidad y que voy a pasar una semanita en el pueblo. No sería la primera vez que lo hago. Siempre que me estreso o necesito desconectar del mundo, cojo el coche y me voy, como mínimo, un fin de semana. La zona es muy tranquila y las tiendas están cerca para comprar lo necesario.
—¿Qué día salimos y cuándo volvemos?
—Había pensado en ir este sábado y volver al siguiente.
Joel sonrió encantado por la proposición que le hacía Lorena, que, por supuesto, no iba a dejar pasar. Una semana solos y con ella a su lado…, ¿qué más podía pedir?
—Me parece perfecto: ¡acepto!
—¡Genial! Llévate un bañador, que tenemos piscina, y también alguna sudadera o una chaqueta, que por las noches a veces suele refrescar, aunque también hay noches muy calurosas en las que de lo único que tienes ganas es de pegarte un buen chapuzón.
—¡A sus órdenes! —dijo Joel saludando como un militar.
Lorena se había echado a reír ante ese gesto cuando el teléfono volvió a sonar.
—Dime, mamá.
—Cariño, acabo de llegar a casa y no veo las cajas, ¿dónde las has dejado?
Lorena se tapó la boca con las manos y abrió los ojos asombrada… Se había olvidado de las cajas y de que su madre iba a ir a buscarlas.
—Perdona, mamá, es que Joel y yo hemos tardado un poco en encontrarlas. Ahora mismo te las bajamos.
—¿Que habéis tardado en encontrarlas?, ¡pero si son las cinco que están más próximas a la puerta¡ ¿Seguís en el trastero?
—Sí, pero ahora bajamos, ya te he dicho que las hemos encontrado.
—¿Quieres que suba y os ayude?
—¡No! No hace falta. Danos diez minutos y las bajamos todas.
Lorena colgó y rápidamente se separó de Joel para vestirse. Él también hizo lo mismo. Algo recuperados, cogieron las cinco cajas y bajaron para reunirse con Rosa.
—¡Menudos colores traéis los dos! ¿Hace mucho calor arriba?
—Un poco, Rosa, pero, bueno, no pasa nada por pasar un poco de calor.
—¿Queréis un refresco o algo? ¡Para qué pregunto si vuestras caras me lo dicen todo…! Ahora os traigo algo fresquito.
Lorena y Joel se miraron y no pudieron evitar sonrojarse. Si supiera su madre la verdadera razón por la que estaban así…
—Tomad, chicos —dijo Rosa ofreciendo una Coca-Cola a cada uno.
—Bueno, nosotros nos vamos —anunció Lorena despidiéndose de su madre.
—¿Dónde vais?
—Al cine. Con estas nubes y las ganas que tiene de llover, no hay muchas alternativas —respondió Joel.
—Me parece perfecto. Pasadlo bien.
Ambos se dirigían hacia el cine, cuando Lorena cambió de planes.
—La verdad es que sigo teniendo mucho calor. ¿Vamos a tu casa? Necesito una buena y placentera ducha.
—No has podido tener mejor idea, preciosa.