CAPÍTULO 32

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—¡Ya estoy aquí! Dios, qué cara tienes aún, por Dios.

Noa había ido a casa de Joel, quien estaba completamente desesperado porque Lorena rechazaba brindarle una nueva oportunidad. No sabía qué hacer y, tras haberle dicho que se olvidase de ella, temía que el próximo encuentro acabase con todo de forma definitiva. Supo que su relación no estaba acabada cuando la besó y ella le devolvió el beso durante unos segundos antes de apartarlo. Podía leer en sus ojos que aún la quería, pero, por su culpa, sabía que Lorena tenía miedo y dudas ante una nueva posibilidad de estar juntos.

Leo, que estaba al tanto de todo, llamó a Noa para que hablase con él y lo ayudara. Él no era muy bueno en asuntos de reconquistas y esperaba que con su chica nunca le pasase, porque de lo contrario estaba listo. Noa aceptó y quedó con Joel para ir a hacerle una visita, pero cuando entró le halló igual que la última vez que se vieron, cuando Noa insistió en que luchara por Lorena.

—Sinceramente, Noa, no puedo tener otra cara.

—A ver, cuéntame qué has intentado.

Joel sin muchas ganas empezó a explicarle lo del supermercado y que hacía poco se la había encontrado bajo la lluvia empapada y le había ofrecido llevarla a casa. Le contó lo que entonces le había dicho a Lorena, y que ella había reaccionado con un nuevo rechazo.

—A ver si lo he entendido: la besaste bajo la lluvia, le aseguraste que ella era tu felicidad, que sin ella no eras nada…, ¿y no te perdonó?

Joel asintió con la cabeza mientras Noa seguía con la boca abierta.

—¡Esta tía es tonta, pero tonta profunda! Por Dios, ¿puede haber algo más romántico y la muy… ¡petarda! te dice que te olvides de ella? Lo que le pasa es que ahora mismo tiene un lío morrocotudo. Ven —le pidió Noa levantándose del sofá—. Vamos a dar una vuelta y a hablar mientras tomamos un chocolate calentito.

Al decir chocolate, una sonrisa triste se instaló en el rostro de Joel. Aún recordaba esa tarde con Lorena en la chocolatería cuando les echaron por comportarse como unos niños.

Cogieron dos chocolates con nata para llevar y fueron dando vueltas por el casco antiguo de la ciudad. Noa degustaba la nata mientras pensaba qué podía hacer Joel para que Lorena cayera rendida de nuevo a sus pies.

—Una cosa está clara —aseguró Noa—: Lorena te sigue queriendo, porque, si no lo hiciera, nada más besarla te abría abofeteado y te habría mandado a la mierda. Pero, cada vez que está cerca de ti, te dice que la olvides y se echa a llorar. Eso es porque ni ella misma puede olvidarte. Ya tenemos un punto a tu favor.

—Ya, pero se cierra en banda y no sé qué hacer. Por favor, Noa, dime qué hago.

Noa se chupó el dedo manchado de chocolate y lo miró con gesto serio.

—Te seré franca: no tengo ni idea de lo que puedes hacer; las reconquistas son algo que hacéis los tíos. Vosotros la cagáis, vosotros pensáis… No sé qué puedes hacer.

—Pero ¿qué os gusta a vosotras?, ¿cómo te gustaría a ti que te reconquistasen?

—Ni idea. Básicamente, que nos sorprendáis con algo muy romántico que nos haga plantearnos: «¡Pero cómo no le voy a perdonar!».

Noa recordó la conversación que había tenido con Lorena el día en que Joel la llevó hasta su casa. Le contó lo sucedido con él y que una parte de ella quería estar a su lado, pero la otra desconfiaba. Noa prometió a Lorena no decir nada a nadie sobre esa conversación, pero sabía que podía ser un paso más para que ellos dos se reconciliaran.

—Te voy a contar algo, Joel, pero que quede entre nosotros, por favor.

Joel asintió y ambos se sentaron en un banco.

—El otro día, tras ese último encuentro contigo hablé con Lorena, y sí que está pensando en darte otra oportunidad. Pero está dividida. Quiere perdonarte y a la vez le cuesta confiar en ti y pensar que puedes partirle el corazón otra vez.

—Entonces ya sabías algo de los encuentros.

—Sí, aunque, claro, Lorena me hizo prometer que no revelaría a nadie nuestra conversación, pero lo he hecho porque igual así ves de manera más positiva la posibilidad de recuperarla.

Joel dio un trago a su chocolate y negó con la cabeza.

—No me rendiré.

Noa le apretaba el hombro mostrándole su apoyo y su ayuda cuando un perro plantó su peluda cabeza en las rodillas de Noa y le chupó la mano. Noa acarició al animal hasta que llegó el dueño, que les pidió disculpas por si su perro les había molestado y siguió con su paseo.

—A Lorena le encanta esa raza —comentó distraídamente Noa viendo alejarse al perro.

—¿Qué? —preguntó Joel, que se había quedado embobado mirando al animal.

—A Lorena siempre le han gustado los animales, pero nunca ha podido tener uno y la raza de ese perro le encanta.

—¿Qué raza es? —siguió Joel curioso.

—Golden retriever —contestó Noa tirando el vaso a la basura.

Joel sonrió y besó fugazmente a Noa en la mejilla, se levantó y, antes de salir corriendo, le revolvió el pelo al tiempo que exclamaba:

—¡Eres la mejor!

—¿Pero qué cojones? —reaccionó Noa al ver que Joel salía corriendo con una sonrisa que sin duda hacía días que no tenía.

Noa se recolocó el pelo con las manos y aún asombrada porque Joel la había dejado tirada sin ninguna explicación coherente, dejó el banco donde habían estado sentados y caminó hacia la parada del autobús, pero reparó en que tenía que hacer la compra del día de Navidad. Su familia le había encargado que se hiciera cargo de algunas cosas y habían invitado a Leo, pero este aún no sabía nada de dicha invitación, así que lo llamaría para que la acompañara y, de paso, le contaría lo de la cena de Navidad.

—¡Hola, mi fiero! —saludó Noa cuando Leo contestó.

—¡Hola, preciosa! ¿Todo bien con Joel?

—Creo que sí. Hemos estado hablando y de repente me ha dicho que soy la mejor y se ha pirado corriendo.

—Algo planea —aseguró Leo divertido.

Noa sonrió ante aquella posibilidad.

—Oye, estoy en la parada del autobús que hay enfrente del Ayuntamiento. ¿Vienes a buscarme y me acompañas a hacer la compra para Navidad? Me han encargado comprar un pavo y los postres.

—Enseguida estoy allí y así de paso me cuentas más detalladamente lo que ha ocurrido.

—Vale, cielo. Por cierto, ¿tienes planes para Navidad?

Leo echó una pequeña carcajada nerviosa.

—¿Cuenta como plan comer pizza, beber cerveza y ver la televisión?

—No, pero no lo hagas a partir de ahora: mi familia te ha invitado a cenar en Nochebuena. Quieren conocerte.

—Pero si tus padres ya me conocen…

Leo dudaba si aceptar esa cena. Sabía que no solo estarían los padres de Noa, sino los abuelos, los tíos, los primos…, y eso lo asustaba. Hacía años que pasaba las navidades solo, pero esa era una oportunidad de volver a celebrar la Navidad en familia.

—Venga, tonto, ven. El resto de mi familia quiere conocerte. Di que sí.

Leo sonrió al percibir a través del teléfono que Noa le ponía morritos.

—Está bien, iré… Pero no me dejes solo ni un momento.

—¡Eso nunca! —contestó Noa antes de cortar.