CAPÍTULO 23
—¡Ya va, ya va! —gritó Joel levantándose de la cama al oír el ruido del timbre de su puerta, que no cesaba.
Estaba más dormido que despierto, con los ojos medio cerrados, la boca pastosa y bostezos que salían de su boca uno tras otro. Tenía el pelo revuelto y por toda ropa llevaba solo un bóxer blanco. Sin molestarse en vestirse, giró dos veces la llave y abrió la puerta para encontrarse con los ojos azules que le encantaban y la sonrisa más bonita que conocía.
—¿Sabe la señorita que son las ocho y media de la mañana de un sábado? —protestó a medias Joel agarrándola por la cintura para atraerla hacia él.
—Sí, ¿y sabe el señorito que me he despertado hace una hora para ir a la pastelería que le gusta y traerle el desayuno? —repuso Lorena levantando el brazo derecho para señalar la bandeja que portaba—. Qué poco agradecido… ¡Felicidades, cariño!
—Gracias, cielo.
Joel posó los labios en los de ella y se fundieron en un excitante beso de buenos días hasta que ella se apartó.
—Lávate los dientes, anda —dijo Lorena un tanto asqueada—. ¡Odio el aliento mañanero!
—Me los habría lavado si una preciosa rubia no me hubiera hecho abrirle la puerta nada más levantarme de la cama.
—Anda, arréglate un poco esos pelos y vístete. —Pero enseguida añadió mirándole de arriba abajo con picardía —: O no te vistas. No me molesta tenerte medio desnudo.
Joel le dio un ligero azote en el trasero y ambos entraron. Mientras Joel se duchaba, Lorena fue a la cocina para desenvolver la bandeja de pastelitos y hacer café. Abrió la ventana para que entrara un poco de aire fresco y colocó una vela en el pastelito más grande, que se encontraba en el centro de la bandeja, y la encendió. Cuando Joel apareció por la puerta de la cocina con el pelo mojado y solo el bóxer, para alegría de Lorena, no pudo evitar sonreír al ver a su chica acercándose con la bandeja de los pastelitos y cantándole «Cumpleaños feliz». Joel apagó la vela y Lorena aplaudió.
—¿No crees que has comprado demasiados pastelitos?
—Veintitrés —contestó Lorena—, ni más ni menos: uno por cada año que cumples, abuelete.
—Conque abuelete, ¿eh?
Ante este término, Joel cogió un poco de nata con un dedo y se la plantó en la nariz de Lorena. Ella, haciéndose la ofendida, se limpió y cogió un pastelito con mermelada de fresa y se lo aplastó en el cuello, restregándole la mano por el pecho para quitarse los restos del dulce. Luego, se acercó a él para posar la boca en el cuello y, con dulces lametadas, ir limpiando los restos del pastel. Siguió con la lengua el recorrido que instantes antes había hecho la mano, repasándole los pectorales, hasta que Joel la apartó para besarla apasionadamente. Lorena saltó rodeándole la cintura con las piernas y jugó con los dedos en su pelo, haciendo más profundo el beso.
—Creo que deberíamos desayunar antes de seguir… —sugirió Lorena mientras Joel le besaba el cuello.
—Luego, luego… Primero quiero comerte a ti.
Lorena sonrió y volvió a atraparle los labios. Poco a poco toda la ropa fue desapareciendo hasta quedar completamente desnudos. Joel la volvió a coger para sentarla sobre la encimera y penetrarla de una estocada. Lorena se agarró a sus hombros mientras él entraba y salía de ella sin dejar de jadear hasta llegar al clímax.
—Nunca he empezado tan bien un cumpleaños —dijo Joel con la respiración agitada.
Lorena le dio un beso en la punta de la nariz. Se separó de él para limpiarse y vestirse tras el asalto sexual en la cocina y desayunaron entre risas y arrumacos. Pasaron la mañana los dos solos y, a la hora de comer, Joel la invitó a un pequeño restaurante que había cerca de su casa. Lorena aceptó encantada, no solo porque le apeteciera, sino porque le venía de perlas para evitar que Joel se acercara al bar de Rubén, donde la loca de Noa estaba organizando la sorpresa. Dos horas después, Lorena recibió un mensaje de su amiga diciéndole que se fuera ya a preparar. Noa estaría en su casa para ayudarla.
—¡Perfecto! —sentenció Noa tras colocarle bien el vestido de velcro a Lorena—. Ahora solo tienes que llamar a Joel y reunirte con él en el local de Rubén. Recuerda: que no sospeche nada. Llámale delante de mí, no vaya a ser que la cagues.
—¡Mira que eres desconfiada! —dijo Lorena marcando el número de móvil de Joel.
Un tono, dos tonos, tres tonos… y al cuarto cogió.
—¡Hola, cielo!
—Joel —pronunció Lorena su nombre con voz seria y a punto de llorar—, tenemos que hablar. Te espero en media hora en el bar de Rubén.
—Lorena, ¿estás bien?, ¿qué ha pasado? —preguntó Joel preocupado ante su tono de voz.
—En media hora te lo contaré todo. No me esperaba esto de ti… ¡Adiós!
Lorena colgó y miró a Noa, que reía a carcajadas.
—¡No te rías! Le he dado a entender que ha hecho algo malo. Pobrecito.
—Tenías que haberte oído —dijo Noa muerta de risa—. ¿Y qué se supone que es eso tan malo?
—Cuando venga le haré creer que le he visto con otra, se lo echaré en cara y me meteré en el bar. Él me seguirá, o eso espero, y ya ahí hago el bailecito y empezamos con la fiesta.
—¡Qué perra eres! Ahora Joel tiene que tener una cara…; lo estará pasando fatal, el pobre.
—¿Ahora es el pobre? Pues antes bien que te reías.
—Cualquiera se hubiera reído… Anda, prepara tu actuación, que en media hora debutas —se mofó Noa.
Al aproximarse, Joel encontró a Lorena apoyada en la pared junto a la puerta del bar, con la mirada en el suelo y una expresión triste en el rostro. ¿Qué le pasaba? ¿Qué había hecho él para que le reprochara algo que no se lo esperaba?… Pronto saldría de dudas. Con paso ligero caminó hacia ella, que solo levantó el rostro para ver cómo se acercaba, y lo volvió a bajar. El gesto indicaba que Lorena no le podía ni ver.
—Ya estoy aquí —dijo Joel hecho un manojo de nervios—. ¿Qué ocurre, Lorena? ¿Qué he hecho para que estés así tan de repente?
Lorena levantó la vista y le clavó su azulada mirada.
—¿Que qué has hecho, dices? ¿Me tomas por imbécil? Lo sabes muy bien, Joel.
—No, cielo, no lo sé.
—¡No me llames, así! No tienes derecho a llamarme así, maldito gilipollas.
Joel, sin saber qué ocurría y ni siquiera por qué le insultaba, le intentó coger la mano, pero ella la retiró.
—¡No me toques! Vete con esa zorra morena tetuda a la que has abrazado en el restaurante cuando me he ido. No puedo creer que me estuvieras engañando —dijo Lorena sollozando—. A ver, ¿cuánto tiempo llevas con ella? ¿Te la tiraste antes o después de decirme que me querías?
Joel estaba con la boca abierta. ¿Pero qué estaba diciendo? Cuando Lorena se marchó del restaurante, él pagó la cuenta y se fue a casa a echarse un rato tras el madrugón de esa mañana… Él nunca la engañaría. La quería más que a su propia vida.
—Lorena, no sé de qué hablas —replicó Joel tras recuperar el habla—. No te estoy engañando con nadie. Y no sé de dónde sacas que me has visto hoy en el restaurante con una morena, porque te aseguro que yo no he visto a ninguna y menos aún la he abrazado. Lorena, yo te quiero, y antes de serte infiel me corto los huevos. Te aseguro que yo no abrazaba a esa morena que aseguras que has visto. He salido del restaurante un minuto después que tú.
—¿Te crees que soy idiota o que estoy ciega? Te he visto, Joel. Te reconocería en cualquier sitio. No te he confundido con otro, eras tú.
—No, no era yo. ¡Te lo prometo!
—Se acabó, Joel, no quiero más mentiras…
—Lorena, espera —rogó cogiéndola del brazo al ver que se marchaba, pero ella se soltó de su agarre.
—¡No, Joel…! ¡No quiero volver a saber de ti en mi vida! ¡Esto se acabó!
Lorena entró como un torbellino en el bar de Rubén, dejando patidifuso a Joel, que se quedó paralizado en la calle durante unos minutos. No salía de su asombro. Lorena era lo mejor que le había ocurrido en la vida y se negaba a perderla. Por eso, apenas pasados unos instantes de desconcierto, la siguió corriendo al bar, pero se detuvo al toparse con la oscuridad del local. De repente, un foco de luz blanca alumbró una silla negra con Lorena sentada. Sonó la música y se puso en pie para quitarse de un tirón el vestido blanco, que arrojó a un lado. Bajo el vestido, Lorena llevaba un corsé negro de rayas verticales rojas, una falda muy corta que dejaba a la vista los ligueros que sujetaban unas finas medias negras de rejilla y unos taconazos de aguja. Estaba impresionante y sexi, e hizo que a Joel se le secara la boca. Lorena volvió a sentarse en la silla con las piernas cerradas, los talones levantados y las manos en las rodillas para abrirlas tras un golpe en la canción. Se movía al ritmo de la música con una actitud en el rostro pícara y sensual. Un segundo después de finalizar el baile, las luces del local se encendieron y unas quince personas gritaron a la vez:
—¡¡¡SORPRESAAA!!!
Joel desvió la vista de Lorena y observó el resto del local. Al fondo se encontraba el cartel típico de Las Vegas. Había mesas de blackjack, póquer e incluso una ruleta. Algunos de los invitados iban vestidos de crupieres o de forma elegante, como si fueran millonarios del juego; Rubén, de barman con camiseta blanca y pajarita negra a juego con los pantalones, y las chicas, algunas disfrazadas de Cleopatra y otras con los trajes que suelen llevar las trabajadoras en los casinos de Las Vegas. En la barra, Rubén había preparado varios cócteles y las estanterías de las botellas de licor estaban alumbradas por una suave luz azulada. Lorena se acercó a un boquiabierto Joel y le dio un suave beso en los labios.
—Feliz cumpleaños, mi amor… Y, tranquilo: sé que no me has sido infiel con ninguna morena. Pero no tenías que sospechar nada de esto.
Joel la abrazó y le susurró al oído, dándole las gracias.
—Creo que conocer esa mentira piadosa tuya es el mejor regalo de cumpleaños. Creía que iba a perderte para siempre. ¡Qué mal me lo has hecho pasar!
Lorena sonrió y lo abrazó de nuevo.
—Bueno, ¿qué? —preguntó Noa acercándose a ellos—, ¿qué te parece?
—Espectacular —dijo Joel dando a Noa un beso en la mejilla—. Muchas gracias.
—Es todo un placer y ahora… toca disfrazarte, así que Leo te acompañará.
—¿Disfrazarme? Miedo me dais.
Leo llevó a su amigo al baño para que se cambiara mientras Lorena se acercaba a Noa.
—¡Menuda fiesta! —exclamó Lorena.
—¿A que está genial? —dijo Noa entusiasmada—. ¿Qué opinas?
—Me gusta, pero ¿sabes que soy la única que parece una stripper de Las Vegas?
—Lorena, Lorena, ¡es que vas vestida de eso ! —confirmó Noa riendo.
—¡¿Cómo?!
—He pensado en todo, pedorra. Joel va disfrazado con un traje que dará a entender que él es el dueño de este casino, y tú, al ser su novia, vas vestida de esta manera, indicando que eres suya.
—Vamos, que soy su prostituta particular —se mofó Lorena sin perder la sonrisa.
—No, que eso suena mal… Eres la stripper, pero de su propiedad, y solo bailas para él.
—Eso me gusta más —reconoció Lorena cogiendo dos cócteles para darle uno a Noa y hacer sonar sus copas.
Al oír aplausos y vítores, Lorena se dio la vuelta y se encontró con Joel vestido con un traje blanco que le quedaba como un guante y varios billetes falsos de quinientos, doscientos y cien euros asomando por el bolsillo superior de la americana. Lorena, al verlo, se mordió el labio inferior. Estaba guapísimo. La fiesta se alargó hasta las seis de la mañana: bebieron varias copas, jugaron a la ruleta y las cartas y bailaron durante toda la noche. No hubo ningún incidente y todos se marcharon a su casa tranquilamente. Joel había bebido y le dijo a Lorena que volvía andando a casa. No quería coger el coche aunque se supiera sereno. Lorena asintió, pero quería pasar el resto de la noche con él.
—Vamos a mi casa… Quédate a dormir conmigo —sugirió mimosa Lorena.
—¿Y tus padres?
—Se han ido a pasar el fin de semana a un pueblecito en la playa. Estoy sola. —Y poniéndose de puntillas le susurró al oído—: Sube, aún te queda un regalo más.
Joel no pudo negarse y fueron al piso sin parar de besarse. Al llegar a la habitación de ella, Lorena le hizo sentarse y, poniendo la misma música con la que había bailado horas antes, dijo:
—Noa me ha aclarado que, si era la única vestida así, es porque soy tu stripper particular y solo bailo para ti. Pues bien, tendré que hacer honor a mi personaje.
Poco a poco y al ritmo de la sensual música se fue desprendiendo de la ropa. Empezó por la falda, después los tacones, las medias y el liguero. Cuando se quedó solo con una culotte negra y el corsé, se sentó a horcajadas encima de él para que le fuera desabrochando el lazo delantero. Hicieron dos veces el amor, hasta que cayeron en los brazos de Morfeo.