CAPÍTULO 8

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Lorena, con el largo pelo rubio mojado, se encontraba frente al armario ataviada con su albornoz corto negro. No sabía qué ponerse. Quería vestir con ropa normal pero a la vez estar atractiva. Finalmente, se decantó por unos pitillos negros de tiro bajo, un jersey blanco de pico con un poco de escote y unos botines negros con tacón. Se maquilló un poco, se secó el pelo y salió de casa para encontrarse con Joel. Esta vez no había tenido que mentir a sus padres acerca de dónde iba. Ellos, junto con su hermano, habían ido a visitar a su abuela Nati y para cuando volvieran Lorena ya estaría de regreso.

Al llegar al bar se dispuso a entrar, pero la puerta se quedó atrancada. Rubén siempre se olvidaba de arreglarla. Lorena tiraba de ella con todas sus fuerzas, hasta que con un fuerte golpe la consiguió abrir. Tan fuerte fue ese golpe que la mano derecha impactó en la cara de alguien.

—¡Oh, Dios mío, lo siento mucho! —se disculpó al ver a su víctima de espaldas con la cabeza baja y tapándose el rostro con las manos—. No era mi intención darte, pero esta maldita puerta… ¿Estás bien?

—Sí…, aunque creo que me has dibujado una nariz nueva.

—¡¿Joel?! Dios, si es que no paro de golpearte. ¿Estás bien?

—Sí, no te preocupes: ha sido un golpecito de nada.

—Deja que lo vea, por favor.

Lorena cogió las manos de Joel con las que se cubría la zona afectada y, acercándose más a él, poco a poco las fue separando. Comprobó que Joel intentaba, sin éxito, mantener el ojo derecho abierto.

—Entremos dentro y vayamos a la cocina. Rubén nos dejara entrar sin poner objeción y podremos coger una bolsa de hielo antes de que te salga en el ojo lo mismo que tengo yo en la frente —propuso risueña Lorena.

Cuando entraron, Rubén los saludó con la cabeza y Lorena le indicó que iban a la cocina. Cogió la mano de Joel y lo condujo hasta allí. Al llegar, Lorena le hizo sentarse en un taburete mientras ella se dirigía al congelador. Joel no podía apartar los ojos de ella. Durante toda la noche, Lorena había ocupado sus pensamientos. Cuando estaba con ella se sentía… bien, y no conseguía quitársela de la cabeza. Desde la muerte de su familia no se había sentido así y le gustaba. Percibía que volvía a estar vivo. Con una bolsa de hielo en la mano, Lorena fue hasta donde Joel la esperaba y al llegar se colocó entre sus piernas. Sin poder evitarlo, el chico aspiró el olor dulce de su perfume. Con cuidado, Lorena le cogió con la mano izquierda la barbilla para que levantara la cabeza y depositó en la zona del golpe la bolsa de hielo, a lo que Joel respondió con un gemido de dolor.

—Lo siento —volvió a repetir Lorena, esta vez casi en un susurro—; procuraré tener más cuidado.

—Deberías estar estudiando para enfermera: lo haces muy bien —bromeó.

—Amigo mío, mi hermano es un pequeño monstruito que se ha hecho de todo, y ahí estaba yo para curarle. Pero, si hay sangre en cantidades excesivas o huesos a la vista…, ¡me caigo redonda!

—¿Sabes? Eres maravillosa. Y me encanta verte sonreír. Hacía mucho que no me sentía como ahora, y es gracias a ti.

—¿Y cómo te sientes? —preguntó Lorena mirándolo a los ojos.

—Vivo. Desde la muerte de mis padres y mi hermano, siento que ya no pertenezco a este mundo, que da igual lo que me pueda suceder. El día que chocaste conmigo, me devolviste la vida. Tú fuiste mi regalo de Reyes, Lorena, y jamás podré recompensarte por haberme hecho ver que hay gente a la que le importo. Has conseguido abrirme los ojos.

Lorena, emocionada por sus palabras, sonrió y comenzó a acercar el rostro al de él. Clavó su azulada mirada en los labios del chico, dispuesta a saborearlos como había ansiado hacer desde la despedida del día anterior, pero el sonido brusco de la puerta al abrirse hizo que se separasen. Un sudoroso Rubén se acercó hasta ellos.

—¿Qué ha pasado para que hayáis tenido que entrar en la cocina?

—Le he hecho una nariz nueva a Joel —contestó divertida Lorena.

—Mejor. La que tenía era muy fea —se mofó Rubén.

Lorena se separó de Joel para tirar la bolsa de hielo a la basura y se dirigió con él a ocupar una de las mesas del bar. Dejaron las chaquetas en los respaldos de las sillas, se sentaron y esperaron a que Rubén les atendiera.

—¿Te duele? —se interesó Lorena.

—No. Ya te he dicho que eres una buena enfermera. ¿Qué quieres tomar?

—Un capuchino con canela.

—¿Con canela?

—Sí. Están buenísimos y, si Rubén se anima, les hace un dibujito.

—¡Impresionante! —exclamó riendo.

—Bueno, ¿qué os pongo? —preguntó Rubén echándose el trapo al hombro y apoyando las manos en la mesa.

—Dos capuchinos con canela.

—Te gustaron mis capuchinos, ¿verdad, capullo?

—Me gustaría negarlo, pero no puedo. —Y le sacó la lengua.

Rubén se retiró con una sonrisa en los labios para preparar sus majestuosos cafés. Le encantaba volver a ver a Lorena así de risueña. El capullo de Alan le había hecho mucho daño.

—Esta mañana me ha llamado Leo —contó Lorena rompiendo el hielo.

—¿De verdad? No sé si quiero saberlo, pero ¿puedes decirme de qué habéis hablado? ¿O es secreto?

—Quería disculparse por… interrumpirnos con los bocinazos ayer —dijo sonrojándose.

Joel apoyó los codos en la mesa y explicó con una sonrisa:

—Leo es único para llamar la atención. No sabe qué hacer para ser el centro de todo, pero mi coche le agradeció esos bocinazos. No le digas que te lo he contado, pero, justo cuando salió, no aguantó más y se meó en los pantalones.

Lorena no pudo evitar soltar una carcajada. Solo con imaginar la escena se moría de risa.

—¡Dos capuchinos con canela! —gritó Rubén—. Este para mi preciosa rubia y este otro para mi capullo favorito.

Rubén puso delante de Lorena un capuchino en el que había dibujado un corazón, pero Joel se tuvo que conformar con uno sin dibujo.

—¿Y mi dibujo? —preguntó Joel haciéndose el ofendido.

—Tío, el dibujo es un regalo para mi preciosa Lorena, y además —agachándose para susurrarle al oído, concluyó— el que estés ahora con ella es un regalo que pocos pueden disfrutar.

Rubén se reincorporó dándole a Joel una palmada en el hombro y le guiñó un ojo a Lorena.

—¡Hey, cotorras! Nada de cuchicheos, que estoy aquí —protestó ella.

Ambos rieron. Rubén se fue tras la barra para continuar con su trabajo, y en ello estaba cuando la puerta del local se abrió y Joel no pudo menos que poner mala cara al ver quién entraba.

—¡No me lo puedo creer! —dijo Joel en un expresivo susurro.

Lorena se giró para ver de quién se trataba y se sorprendió. No esperaba esa inoportuna visita. Pensaba que algún día podría disfrutar de una velada tranquila sola con Joel. De momento, iba a ser imposible.

—¿Me disculpas un momento? —se excusó Joel levantándose de la mesa.

—Claro —asintió Lorena mientras seguía a Joel con la mirada.

Pudo apreciar que cogía por la oreja a Leo y se lo llevaba fuera como una madre a su travieso hijo. Lorena no pudo evitar reír ante esa cómica escena. Mientras esperaba a Joel, Lorena le hizo una seña a Rubén para que se acercara. Lo que le había dicho Alan no se le iba de la cabeza y necesitaba que alguien se lo desmintiera, y ese podría ser Rubén.

—Dime, preciosa.

—¿Conoces bien a Joel? Quiero decir, ¿sabes algo de su pasado?

—Sí, conozco su historia. Ve al grano, Lorena. ¿Qué te preocupa exactamente? —dijo Rubén mientras cogía una silla y se sentaba cerca de Lorena, apoyándose en el respaldo y con expresión seria.

—Verás…, el otro día, cuando fui al cine con Joel, tuve que ir al baño y me encontré con Alan.

—Vale, eso ya no me gusta. Lorena, tardaste bastante tiempo en abrir los ojos con lo de Alan. Ya lo conoces… Es un idiota manipulador. En fin, ¿qué te dijo? —preguntó Rubén serio.

—Dejémoslo. No quiero darle más vueltas.

—No, Lorena… ¿Qué te contó ese cabrón?

—Que Joel no es quien parece ser… Me dijo que Joel era un… asesino —soltó Lorena tras suspirar.

Rubén puso unos ojos como platos y desvió la mirada de Lorena. Sabía por dónde iban los tiros, pero él no podía contarle nada. Tendría que ser el propio Joel quien decidiera si explicarle esa parte de su vida o no. Aclarándose la garganta, volvió a mirar a Lorena.

—Lorena, lo único que puedo asegurarte es que lo que dijo el imbécil de Alan es mentira…, aunque todos tenemos un pasado.

—Rubén, por favor, cuéntame la verdad.

—Lo siento, Lorena. Solo te desmiento lo de que Joel sea un asesino, pero su pasado no es un ejemplo a seguir. Sin embargo, es cierto que ahora ha cambiado y ya no es el tío que era con dieciséis años.

Joel entró por la puerta con un divertido Leo y se dirigieron a la mesa junto a Lorena. Rubén echó una última mirada a su vecina y amiga y se marchó a saludar a Leo, mientras Joel ocupaba su asiento.

—Lo siento, te juro que no sé qué hace aquí —suspiró revolviéndose el pelo—. No le he dicho nada, lo prometo. Creo que me ha instalado un GPS en algún lugar.

—No te preocupes. Ya quedaremos otra vez. Tú y yo, solos. Pero, por si acaso te lo ha instalado, asegúrate de mirar en la gomilla de los calzoncillos. Es un buen escondite —bromeó Lorena mostrando la mejor de las sonrisas y acariciándole a Joel los nudillos con el dedo índice.

—¡Por el amor de Dios! ¡Menudo bombón! —se oyó gritar a una chica morena que estaba en la puerta.

Lorena se giró y vio a la loca de Noa con la boca abierta y guiñándole un ojo a Joel, quien no pudo evitar sentirse intimidado al constatar que esa chica morena lo desnudaba con la mirada e incluso le había parecido que le tiraba un beso.

—¡No me lo puedo creer! —susurró Lorena tapándose los ojos y apoyando los codos en la mesa—. ¿Me disculpas ahora a mí?

Joel asintió con la cabeza y Lorena se levantó y se acercó a su amiga. Al llegar junto a ella, la cogió del brazo y se la llevó al baño.

—¿Qué haces aquí? Te dije a las siete. ¡A las siete!

—Son las siete y diez.

—¿Qué? ¡¿Ya?! —exclamó Lorena mirando su reloj blanco en la muñeca izquierda.

Estaba tan a gusto que ni se había percatado de la hora que era.

—Pues sí. Madre mía, qué bueno esta Joel. Cacho perra, por eso no me dijiste nada. Lo querías todo para ti —dijo dándole un codazo—. Cuando vuelva a estar libre, dame su número.

—Te lo presento y te vas, ¿de acuerdo?

—¡No! Me lo presentas y me quedo.

Noa se dirigió a la puerta del baño y se percató al mirar por una pequeña rendija que un chico estaba sentado a la mesa donde se hallaba Joel.

—Noa, por favor… ¿No lo entiendes? Quiero estar a solas con él.

—Pues un tío te acaba de chafar los planes.

—¡¿Cómo?! —se extrañó Lorena, y fue también a mirar por la rendija de quién se trataba—. ¡Aah, es Leo!

—¿Leo? ¿La reinona? ¿Crees que, si nos quedamos él y yo solos en el baño y le hago ciertas cositas, le cambiaré de acera? Joder, tía, está para hacerle un favor detrás de otro. Me parece que acabo de mojar las bragas solo de imaginármelo —dijo Noa con picardía.

Lorena negó con la cabeza y le dio un azote en el trasero a Noa.

—Controla esa mente calenturienta, anda. —Sonrió Lorena—.Vamos con ellos y te presento a los dos.

Ambas salieron del baño y, mientras se encaminaban hacia los chicos, Lorena pudo ver la angustia que se dibujaba en el rostro de Joel ante la inesperada visita de Leo. Eso le hizo sonreír.

—Joel, Leo, os presento a mi amiga Noa; Noa, ellos son Joel y…

—Y «la gran reinona» —concluyó resuelta Noa mirando a Leo.

—¿Me has llamado maricón, morena? —preguntó Leo levantando la ceja derecha ofendido.

—¡No!… Lorena me habló de ti. Solo he repetido las mismísimas palabras que tú le dijiste a mi petarda. No creía que te iba a molestar. Yo respeto la sexualidad de cada uno.

Leo, con la boca abierta, miró a Lorena y a Joel, quienes no paraban de reír pero tapándose la boca con una mano. ¿Cómo se habían atrevido a cambiarle de acera sin consultarle?

—Esta me la pagas, preciosa. ¡Has puesto en juego mi virilidad! —se quejó Leo mirando a Lorena.

—Lo siento, pero es que le hablé de ti y le dije que te olvidase, y cuando quiso saber si eras gay, me aproveché de la situación.

—Así que ¿no eres gay? —preguntó Noa a Leo.

—¡Claro que no! ¿Acaso tengo pinta de ello?

—Hombre, pues… un poco —concluyó Noa—. ¿Te has dado cuenta de cómo vistes?

—¡¿Cómo?! —exclamó aún mas sorprendido Leo mientras Lorena no paraba de reírse.

—Bueno, bueno, que haya paz —terció Lorena tras recuperarse del ataque de risa—. En fin, hechas las presentaciones, Noa, ya puedes desaparecer.

—Hala, morena, ¡ahuecando el ala!

—Y tú también, Leo… ¡Largo! —intervino Joel.

—No me jodas, tío. Yo quería una hamburguesa «a la Rubén», que desde que me hablaste de ella me muero por probarla.

—Pues la catas otro día… ¡Aire! —insistió Joel.

Lorena, al ver que si se quedaban allí no podrían estar solos, se acercó a Joel para proponerle una cosa.

—Joel, escucha —sugirió Lorena atrayendo su atención—: si quieres dejamos a Leo y a Noa aquí y tú te vienes conmigo. Me gustaría enseñarte un sitio que para mí es muy especial.

Joel sonrió ante esa proposición que no pensaba rechazar y, levantándose de la silla, se puso la cazadora y respondió:

—Me parece buena idea… Tío, disfruta de la hamburguesa.

Le dio una palmada en el hombro a Leo y se colocó al lado de Lorena.

—Y yo ¿qué? —protestó Noa negándose a quedarse con el idiota del rubio.

Lorena la miró y le dio un beso en la mejilla tras ponerse bien el abrigo.

—Tienes dos opciones. Puedes quedarte aquí con Leo y Rubén o irte a casita —resumió Lorena.

—Me quedaré aquí charlando con Rubén. Paso de estar hablado con este maricón desagradable.

—Morena, cuando quieras, te vienes conmigo al baño y te demuestro lo «maricón» que soy.

—¡Ni en tus sueños, guapo de cara! —le replicó molesta.

Lorena levantó las cejas y acercándose a su amiga le dijo:

—Noa, ¿qué me contaste hace poco que harías con el «maricón» en el baño? No me has cofesado que le harías cositas que…

—¡Calla, ni una palabra! Pásalo bien y llámame mañana.

—Muy bien… Hasta luego, chicos —se despidió Lorena de Leo y Noa, y, clavando su azulada mirada en su acompañante, preguntó—. ¿Nos vamos?

Joel le pasó un brazo por los hombros.

—Listo para conocer tu lugar especial.