CAPÍTULO 35

Una ambulancia privada transportó a Madelana al Hospital St. Vincent, de Darlinghurst, a quince minutos de distancia de la casa de Point Piper. Era el hospital más cercano, en los suburbios del este de Sidney, y el único de la ciudad preparado para atender urgencias.

Mrs. Ordens viajó con Madelana en la ambulancia, cuidándola tal como Philip le había pedido. La joven permanecía completamente inmóvil, pero su respiración era regular y tranquila, algo que tranquilizaba, en parte, al ama de llaves.

En cuanto la ambulancia llegó al hospital, llevaron la camilla a la sala de guardia y Mrs. Ordens se quedó en una sala de espera a disposición de los médicos, por si éstos deseaban hacerle alguna pregunta.

Rosita Ordens se sentó para esperar a Philip Amory, que estaba en camino con el doctor Hardcastle, famoso ginecólogo, y amigo de Philip desde hacía varios años.

Expectante, Rosita entrelazó sus manos y clavó la mirada en ¡a puerta. Estaba deseando que su patrón llegara, porque, en seguida, él se haría cargo de la situación, y se enteraría de lo que le sucedía a su esposa. Una cosa era segura: al ama de llaves no le gustó en absoluto la mirada que los hombres de la ambulancia intercambiaron cuando vieron a Madelana Amory.

Rosita inclinó la cabeza. Pensó en la hermosa joven norteamericana con quien tanto se había encariñado en los últimos ocho meses, y deseó, con todas sus fuerzas, que mejorara, que abriera los ojos y que les hablara a los médicos que la examinaban en ese momento.

Católica como Maddy, Rosita empezó a rezar en voz baja.

—¡Dios te Salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el Fruto de tu vientre, Jesús... Dios te salve María llena eres de gracia... Dios te salve... —Continuó repitiendo las mismas palabras, una y otra vez. En momentos de angustia rezar la ayudaba siempre. Era una mujer devota, y creía que sus oraciones serían escuchadas por su Dios Misericordioso.

De repente alzó la cabeza, sobresaltada, al oír que se abría la puerta.

—¡Oh, Mr. Amory, gracias a Dios que ha llegado! —exclamó al ver a Philip. Se puso de pie y se le acercó. Él le cogió la mano.

—Gracias por llamarme en seguida, Mrs. Ordens, y por haber actuado con tanta rapidez. Se lo agradezco muchísimo.

—¿Ya ha visto a Mrs. Amory?

—Apenas un instante, con el doctor Hardcastle. Él la está examinando personalmente. Como es lógico, el bebé le preocupa. En cuanto haya mantenido una consulta con los médicos de guardia, estoy seguro de que se hallará en condiciones de decirme qué le ha provocado eso.

—Entonces, ¿sigue inconsciente?

—Me temo que sí.

Rosita Ordens contuvo el aliento.

—Ojalá hubiera tratado de despertarla antes, si yo...

—No se culpe, Mrs. Ordens —la interrumpió Philip en seguida—. No sirve para nada, y, además, usted hizo lo que pudo. Después de todo, realmente, parecía dormida. También yo lo creí.

Rosita Ordens asintió con tristeza. Su preocupación no tenía límites.

—Afuera está Ken con el coche —prosiguió Philip—. Él la llevará de vuelta a casa. La telefonearé en cuanto haya alguna novedad.

—Se lo ruego, Mr. Amory. Estaré ansiosa hasta que tenga noticias suyas. Y Alice y Peggy, también.

—Ya lo sé. —La acompañó hasta la puerta—. Ken ha estacionado el coche frente a la entrada principal. La está esperando.

—Gracias, Mr. Amory. —Rosita salió de la sala de espera. Se dio cuenta de que su patrón quería estar solo.

Philip se sentó, y se enfrascó en sus negros pensamientos. Buscaba respuestas a lo sucedido. No era natural caer de repente en la inconsciencia como le había sucedido a Maddy. Estaba convencido de que a su mujer le ocurría algo grave. Era necesario tomar decisiones radicales. Recurriría a los mejores especialistas del mundo; si fuera necesario, enviaría a buscarles con su jet privado a cualquier parte del mundo donde se encontraran. Sí, lo haría, de inmediato. En seguida. De repente se puso de pie; pero volvió a sentarse, con los nervios de punta. Luchó con la espantosa oleada de pánico que volvía a sobrecogerlo. Debía calmarse. Era necesario, para que pudiera manejar la situación con frialdad e inteligencia. Y, sin embargo, apenas lograba contenerse. Lo único que quería era correr a urgencias para estar con Maddy, cuidarla, y no moverse de su lado hasta que sanara. Pero, en esos momentos, no tenía sentido hacer tal cosa. Se sentía impotente, no podía solucionar nada. Y, por el momento, Maddy se hallaba en buenas manos. Philip estaba convencido de que debía permitir que los expertos realizaran su trabajo sin molestarlos. Él no iba a jugar al médico.

Después de lo que le pareció una eternidad, aunque sólo fueron veinte minutos, Malcolm Hardcastle entró en la sala de espera.

Philip se puso de pie al instante y fue a su encuentro. Dirigió una mirada aguda al ginecólogo, examinándole el rostro, sin atreveré a formular las ansiosas preguntas que lo sofocaban. Por fin pudo decir, con tono de urgencia:

—¿Qué ha provocado ese estado en Maddy, Malcolm?

El médico cogió a Philip del brazo y lo condujo de vuelta a los sillones.

—Sentémonos —dijo.

Philip no era tonto, y, cuando Malcolm no le dio una respuesta directa, supo que había problemas. La angustia lo sobrecogió.

—¿Qué crees que le sucedió a mi mujer entre anoche y esta mañana? —preguntó directamente, con expresión alerta en sus azules ojos.

Malcolm no sabía cómo decírselo. Después de dudar durante un instante, habló en voz muy baja.

—Estamos casi seguros de que Maddy ha tenido una hemorragia cerebral.

—¡Oh, Dios, no! —Philip se quedó mirando al médico, horrorizado—. No puede ser tan..., ¡no puede ser!

—Lo siento muchísimo, Philip, pero todos los síntomas indican que eso fue lo sucedido. Maddy ya ha sido examinada por dos reputados neurocirujanos. Acabo de mantener una reunión con ellos y..

—¡Quiero otra opinión! ¡Que otros especialistas la vean! —lo interrumpió Philip con voz aguda por la angustia.

—Supuse que lo pedirías, así que le encargué al doctor Litman que tratara de ponerse en contacto con Alan Stimpson. Creo que sabrás que es el neurocirujano más famoso del país, y está considerado como uno de los mejores del mundo. Por fortuna vive en Sidney. —Apoyó una mano en el brazo de Philip, y agregó, en tono tranquilizador—: Y lo que es aún más afortunado para nosotros: por casualidad esta mañana se encuentra en el hospital St. Margaret, de Darlinghurst. El doctor Litman consiguió comunicarse con él justo cuando salía para la ciudad. Dentro de pocos minutos estará aquí.

—Gracias, Malcolm —dijo Philip, un poco más tranquilo—. Y te pido perdón por mi tono. Pero estoy terriblemente angustiado.

—Es muy comprensible, así que no tienes porqué disculparte conmigo, Philip. Yo sé que te hallas sometido a una espantosa tensión.

La puerta se abrió dando paso a un hombre alto, delgado, de cabello rubio, rostro pecoso y ojos grises, de expresión comprensiva.

Malcolm Hardcastle se puso de pie de un salto.

—¡Qué rápido has llegado. Alan! Gracias por venir. Te presento a Philip McGill Amory. Philip, éste es el doctor Alan Stimpson, de quien te estaba hablando.

Philip, que se había puesto también de pie, saludó al famoso neurocirujano. Después de estrecharse las manos, los tres tomaron asiento.

Alan Stimpson era un hombre muy franco, que siempre iba al grano.

—Acabo de hablar con el doctor Litman, Mr. Amory, y examinaré a su esposa dentro de un momento. —Lo miró de frente—. Sin embargo, no sabía que el parto era tan inminente, que la criatura lleva ya dos semanas de retraso en nacer. —Miró a Malcolm—. ¿Le has explicado a Mr. Amory qué peligroso sería para la criatura el hacerle un encefalograma a la madre?

Malcolm negó con la cabeza.

—No, esperaba tu llegada para hacerlo.

—¿Me puede aclarar el asunto, por favor? —Preguntó Philip, que había permanecido en un silencio tenso, cada vez más alarmado, dirigiéndose a Stimpson. Entrelazó las manos para evitar que le temblaran.

—Un electroencefalograma encierra cierto peligro de radiación, Mr. Amory. Casi con seguridad dañaría a su hijo.

Philip permaneció un instante en silencio. Después preguntó: —¿Es necesario hacerle un electroencefalograma a mi mujer? —Nos permitiría asegurarnos de la extensión del daño cerebral.

—Comprendo.

El doctor Stimpson prosiguió, con la misma suavidad.

Sin embargo, antes de tomar una decisión acerca de ese punto, quiero examinar a Mrs. Amory a fondo. Después mantendré una consulta con mis colegas y entonces decidiremos cuál es el mejor camino a seguir.

—Comprendo —repitió Philip—. Pero espero que lleguen a una decisión rápida. Porque supongo que el tiempo debe ser un factor esencial, ¿verdad?

—Así es —contestó Alan Stimpson. Se puso de pie—. Le ruego que me excuse. —Al llegar a la puerta, el cirujano se volvió hacia el ginecólogo—. En vista del embarazo de la paciente, me gustaría que estuvieras presente cuando la examine, y en la consulta que celebre con nuestros colegas, Malcolm.

Éste se puso de pie en seguida.

—Por supuesto, Alan. —Miró a Philip—. Espera aquí..., y trata de mantenerte tranquilo..., todo irá bien.

—Lo intentaré —contestó Philip, aunque sabía que eso le resultaría imposible. Su mirada se tornó vacua, cuando enterró la cabeza entre las manos, preocupado por Maddy, cada vez más ansioso. En esos momentos empezaba a salir del shock. Le parecía increíble que algo tan espantoso hubiera sucedido. ¡La noche anterior, Maddy se encontraba tan bien! Tuvo la sensación de estar viviendo una horrenda e interminable pesadilla.

Diez minutos después, Philip levantó la cabeza, sobresaltado, y se encontró ante el rostro preocupado de su cuñado, Shane O'Neill, que permanecía en el umbral de la puerta.

—¡He venido en cuanto me he enterado! —exclamó Shane—. Estaba en el hotel, y Barry me ha avisado. Dice que todavía no ha logrado ponerse en contacto con Daisy.

—Gracias por venir —murmuró Philip, aliviado de verlo.

—Barry me ha dicho que, esta mañana, el ama de llaves encontró a Maddy inconsciente. ¿Qué ha sucedido, Philip? ¿Qué tiene?

—El médico cree que ha sufrido una hemorragia cerebral.

—¡Dios mío! —exclamó Shane, horrorizado. Se quedó mirando a Philip con expresión de incredulidad.

—Se supone que debe haber ocurrido durante la noche —agregó Philip en voz apenas audible.

Shane se sentó a su lado.

—¡Pero durante la cena parecía encontrarse bien! ¿Saben cuál ha sido la causa?

Philip meneó la cabeza.

—Todavía no. Pero, en este momento, el doctor Stimpson la está reconociendo. Es uno de los mejores neurocirujanos del mundo. Tuvimos (a suerte de que no hubiera salido de viaje. Además ha dado la casualidad de que esta mañana estaba aquí cerca, en el hospital de Darlinghurst.

—He oído hablar de Alan Stimpson —dijo Shane—. Tiene extraordinarios antecedentes, ha realizado operaciones cerebrales casi milagrosas. Por lo que he leído acerca de él, no existe ninguno mejor.

—Sí, es brillante. —Philip se volvió a mirar a Shane—. No sé qué haría si a Maddy le sucediera algo —dijo con voz temblorosa—. Es lo más importante de mi vida.. —Se interrumpió, incapaz de seguir hablando, y volvió la cabeza para que Shane no viera que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Maddy estará bien. —Aseguró Shane con voz fuerte y segura—. No pensemos en lo peor, sino en lo mejor. Hay que adoptar una actitud positiva, Philip. No la perderás. Debemos aferramos a esa idea.

—Sí..., me alegro de que estés aquí, Shane. No sabes cuánto me ayuda tu presencia. Shane asintió.

Se hizo un silencio entre ambos.

Los pensamientos y el corazón de Philip estaban con su esposa en Urgencia. En su imaginación, veía el rostro de Maddy con toda claridad. Un rato antes, cuando la vio durante unos segundos, estaba pálida, inmóvil, inexpresiva. No podía olvidar la impresión que le causó cogerle la mano y encontrarla flácida. Maddy parecía muerta. La idea de que ella se le fuera lo aterrorizaba. Se negaba a contemplar la posibilidad.

De vez en cuando, Shane miraba a Philip. Compadecía a su cuñado desde el fondo del alma, pero no le hablaba para no interrumpir sus pensamientos. Era evidente que Philip necesitaba permanecer en silencio, inmerso en su soledad. Estaba como perdido en sus pensamientos, con expresión preocupada y en sus azules ojos, tan parecidos a los de Paula, se notaba una creciente ansiedad.

En silencio, Shane rezó por Maddy.

Un rato después, cuando Daisy entró en la sala de espera, Shane se levantó y fue a su encuentro. Daisy estaba muy pálida, y en su expresión se notaba el impacto que la noticia había hecho en ella. Shane la rodeó con un brazo, en un gesto protector.

Ella lo miró con expresión interrogante.

—¿Qué le ha ocurrido a Maddy? —preguntó con voz trémula.

—Parece que puede haber sufrido una hemorragia cerebral —la explicó en voz baja.

—¡Oh, no! ¡Maddy no! Philip...

Corrió hacia su hijo, se instaló en el sillón a su lado, y le cogió la mano, ansiosa por consolarlo.

—Está bien, mamá —dijo Philip, al tiempo que apretaba la mano de su madre— En este momento, los médicos reconocen a Maddy... Malcolm Hardcastle, dos cirujanos del hospital y Alan Stimpson, el famoso neurocirujano.

—Stimpson es maravilloso —dijo Daisy, aliviada al saber quién se hallaba a cargo del cuidado de su nuera. Sus esperanzas aumentaron de inmediato—. He estado con él varias veces por asuntos de la Fundación... ¡Es el mejor! No se podría pedir a nadie mejor para hacerse cargo de Maddy.

—Ya lo sé, mamá.

Daisy miró a Shane.

—Barry está muy preocupado... No ha tenido noticias de ninguno de vosotros dos. ¿Shane, por qué no lo llamas, para decirle lo que sucede? Después, por favor, pídele que se comunique con Jason que anoche viajó a Perth.

—¡Dios mío! Me he olvidado de llamarlo —murmuró Philip—. Lo haré ahora, y también telefonearé a casa para hablar con Mrs. Ordens. Ella y las doncellas están tan preocupadas como nosotros.

—Lo siento, Mr. Amory, pero no nos cabe la menor duda de que su esposa ha sufrido una hemorragia cerebral —informó a Philip el doctor Stimpson, cuarenta minutos después—. Su estado es sumamente grave.

Philip, que se encontraba de pie cerca de las ventanas, tuvo miedo de que las piernas le cedieran. Se dejó caer pesadamente en el sillón más cercano. No podía hablar.

Shane, a quien Daisy acababa de presentar a los médicos, se hizo cargo de formular las preguntas necesarias.

—¿Qué nos recomienda, doctor Stimpson?

—Me gustaría hacerle un electroencefalograma lo antes posible, y, después, habrá que operarla. Esa operación aliviará, por lo menos, la presión del coágulo de sangre que tiene en el cerebro. Pero me gustaría aclarar que, una vez operada, es posible que nunca vuelva a recuperar el conocimiento. Puede seguir en coma durante el resto de su vida.

Philip sofocó una exclamación de angustia. Cerró los puños y se clavó las uñas en las palmas de las manos. ¡Maddy no volvería a estar consciente'. El pensamiento era tan espantoso, tan horrible, que no podía., se negaba a aceptarlo.

Alan Stimpson, compasivo, notó la agonía de Philip, la mezcla de dolor y de miedo que aquellos sorprendentes ojos azules reflejaban. Se quedó en silencio, para darle tiempo a dominar su impresión.

—Prosiga, doctor Stimpson.

—Existe una complicación para su hijo, Mr. Amory. Si su esposa estuviera embarazada de unas semanas o hasta de unos pocos meses, yo recomendaría un aborto. Desde luego, a estas alturas del embarazo, eso no es posible. Y..., bueno, las contracciones pueden empezar en cualquier momento. Por lo tanto hay que practicarle una cesárea para sacarle la criatura. Y recomiendo que esa operación se lleve a cabo sin demora.

—Yo puedo hacer la cesárea en seguida —informó Malcolm.

—¿Pondría eso en peligro la vida de mi mujer? —preguntó Philip al instante.

Alan Stimpson se encargó de contestarle.

—Al contrario..., yo diría que sería más peligroso que Malcolm no la operara de inmediato. También resultaría conveniente en otro sentido, con ello yo podría hacerle un electroencefalograma y operarla sin poner en peligro la vida de la criatura.

—Entonces, adelante con la cesárea. ¡Ya! —dijo Philip, sin pensarlo dos veces—. Pero me gustaría internar a Maddy en un hospital privado..., siempre que sea posible moverla, por supuesto.

—Podemos trasladar a Mrs. Amory al ala privada del St. Vincent, que queda aquí al lado —propuso el cirujano.

—Le ruego que lo hagan. —Philip se puso de pie—. Y, ahora, quiero ver a mi esposa. Deseo estar a su lado. La acompañaré a la otra sección.