CAPÍTULO 12

—¿Cómo has podido acabarlo todo? —preguntó Paula mirando alternativamente a Madelana y a las carpetas que acababa de revisar.

—He estado levantada hasta la tres y media de la madrugada.

—¡Ay, Maddy, no era necesario que hicieras eso! ¡Podríamos haber terminado el trabajo juntas en el avión, y hubiéramos mandado nuestras instrucciones finales vía télex desde Australia. —Sin embargo, mientras lo decía, Paula no pudo evitar una sensación de alivio al pensar que no necesitarían trabajar durante el vuelo.

—Pero, es mejor, ¿no, Paula? —preguntó Madelana—. Así no tendremos que preocuparnos por nada de esto y podremos dedicarnos por entero al problema de las boutiqu.es de Australia.

—Desde luego —convino Paula—. Y debo decir que lo que has logrado con tanto trabajo resulta excelente. —Paula entrecerró los ojos, estudió a Madelana con atención y rió—. Y lo más notable es que la trasnochada no se te nota en el rostro.

—¿No? —Madelana rió con su jefa a quien no sólo admiraba y respetaba, sino, genuinamente, quería—. Gracias, te agradezco que me lo hayas dicho.

Paula dio unas palmaditas a las carpetas.

—Me gusta la manera como has logrado unir productos y mercancías tan distintas. Al ensamblar todo como lo has hecho, también has reforzado de una forma considerable mi idea primitiva.

Si quieres que te diga la verdad, cuando propuse que el lema del aniversario fuera Sesenta años de vender moda desde la época del jazz hasta la época espacial, me preguntaba si no sería demasiado largo para resultar eficaz. Pero tú me has ayudado a demostrar que yo no estaba equivocada con mi idea, y, con franqueza, has superado al departamento de marketing de Londres. Además, ha sido tan excitante esta última hora para mí mientras leía tus memorandos. Paula estaba convencida de que a quien tuviera mérito, había que reconocérselo, y agregó:

—Felicitaciones. Algunas de tus ideas son brillantes, y estoy encantada con el resultado de tus esfuerzos.

Madelana no cabía en sí de satisfacción, y su amplia sonrisa así lo demostraba.

—Gracias, Paula, pero no olvidemos que el lema que tú has creado es inteligente y encierra un desafío. Así que, en realidad, todo estaba allí, en espera de que alguien se limitara a extraer datos de los archivos y libros de referencia.

—¡Para no mencionar la inteligencia de tu cabecita! —exclamó Paula. Cogió la carpeta marcada PROMOCIÓN «FRAGANCIA», la abrió y sacó la hoja que había encima.

Después de releerla con rapidez, dijo:

—Parte de este material es fascinante en verdad. Por ejemplo, nunca supe que «Chanel» consideraba que el 5 era su número de suerte y que ése fuera el motivo de que llamara «Chanel N.° 5» a su primer perfume. Tampoco estaba enterada de que Jean Patoy creó «Joy» en 1931, y que Jean Lanvin sacó su «Arpége» en 1927. Aquí tenemos tres de los más importantes perfumes del mundo que siguen gozando de una enorme popularidad, a pesar de tener ya cincuenta años.

—La calidad perdura siempre, ¿no es cierto? —comentó Madelana—. Consideré que algunos de esos datos poco conocidos resultarían interesantes. Tal vez podamos utilizarlos en alguna parte, dentro de nuestro material de promoción o de nuestros anuncios.

—Por supuesto. Me parece una idea fabulosa. Y te propongo que le digas a la gente del departamento de arte que diseñen tarjetas con algunos de estos datos para colocarlos sobre los mostradores de perfumería.

—Bueno. Y hablando de exhibidores, me podrías conceder un minuto, ¿por favor? Me gustaría mostrarte un boceto creado por mí y que, si estás de acuerdo, me gustaría usar en la tienda.

—Vamos a verlo, entonces. —Paula se puso de pie y siguió a Madelana a la oficina de al lado.

Habían colocado un caballete cerca de la ventana que daba a la Quinta Avenida. Madelana cogió uno de los cartones con bocetos y lo colocó sobre el caballete.

—La idea consiste en que usaríamos esto en estandartes de seda que colocaríamos a través de toda la tienda. Me gustaría que aprobaras o rechazaras la idea. Si queremos que los estandartes estén listos en diciembre, para el comienzo de los festejos, habría que encargarlos hoy o el lunes a más tardar.

—Comprendo. Bien, veamos de qué se trata.

Madelana retiró el papel que protegía el trabajo y se hizo a un lado.

Paula contempló con atención las agresivas letras que decían: DE LA ERA DEL JAZZ A LA ERA ESPACIAL: 1921-1981.

Debajo del gigantesco lema había un subtítulo en letras más pequeñas: Sesenta años de estilo y elegancia en ''Harte's''.

Paula continuó estudiando el boceto.

Ese era su lema, las palabras que escribió un año antes, cuando empezó a planear los festejos del aniversario. Lo único que diferenciaba ese estandarte de los creados por el departamento de marketing de Londres, y lo hacía más sugestivo, era que como fondo de las letras se veía un perfil femenino, el de Emma Harte.

Paula no dijo nada. Siguió observando el boceto con expresión pensativa.

Madelana la contemplaba con ansiedad, y contenía el aliento a la espera de su reacción. Al ver que Paula continuaba en silencio, empezó a preocuparse.

—No te gusta, ¿verdad?

—Si quieres que te diga la verdad, no lo sé —murmuró Paula, y, en seguida, vaciló. Se movió por la oficina, al tiempo que lo miraba desde distintos ángulos—. Sí, sí, creo que me gusta —dijo por fin—. Sin embargo, no me gustaría usar la imagen de mi abuela en todos los estandartes. Creo que resultaría recargado y de mal gusto. Y no quiero pasarme de la raya. Pero, cuando más miro el boceto, más me convenzo de que podemos utilizarlo de una manera limitada..., en algunos de los grandes salones de las tiendas de París y de Londres, y aquí, en la primera planta. Ah, y también en la tienda de Leeds. Creo que allí es imprescindible, ya que fue donde todo empezó.

—¿Estás realmente convencida? Me parece que todavía tienes dudas.

—No, de verdad, estoy convencida. Puedes encargar los estandartes, y te sugiero que pidas bastantes para que tengamos suficientes para las demás sucursales. Creo que nos conviene que los hagan en Nueva York. Después, podemos mandarlos a Londres y París por vía aérea.

—Buena idea. Y me alegro de que los hayas aprobado. Todos se entusiasmarán cuando sepan que estás contenta y que nos autorizas a seguir adelante con estos planes.

Paula esbozó una media sonrisa.

—Bien, supongo que esto es todo lo que a los acontecimientos especiales se refiere. ¿Puedes acompañarme a mi oficina, Madelana? Hay algo que quiero comentar contigo.

—Por supuesto —respondió Maddy, intrigada, al tiempo que se preguntaba qué sería. De repente le había parecido percibir una nota de ansiedad en la voz de Paula algo poco habitual en ella y, por lo tanto, desconcertante.

Paula rodeó su escritorio y se sentó.

Madelana se ubicó en una silla frente a ella, y miró a su jefa preguntándose si habría algún problema.

Paula se recostó contra el respaldo del sillón y, durante unos segundos, se miró la punta de los dedos. Después, se enderezó.

—Quiero contarte algo Madelana, pero debo recalcar que se trata de algo sumamente confidencial. Ni siquiera se lo he dicho a Shane ni a Emily todavía, aunque, en realidad, ha sido porque no encontré el momento propicio. Pero, de todos modos, ya que tú trabajas en estrecho contacto conmigo, me parece que debes saberlo.

—Te aseguro que puedes contar con mi discreción, Paula. Jamás se me ocurriría hablar con nadie de tus asuntos de negocios. No es mi estilo.

—Lo sé, Madelana.

Paula volvió a recostarse contra el respaldo, los ojos serios.

—Durante los últimos días —comenzó con cuidado—, he recibido varias llamadas telefónicas de Harvey Rawson, noticia que no ignoras porque tú misma me los pasaste.

Madelana asintió.

—Rawson es abogado en un bufete de Wall Street, y amigo de Michael Kallinski. Le he encargado algunos trabajos. Privados.

—Supongo que no tendrás algún problema legal, ¿no?

—No, no, Maddy. Hace tiempo que quiero iniciar un problema de expansión dentro de Estados Unidos..., quiero que haya sucursales de «Harte's» a lo largo y a lo ancho del país, y, con ese propósito, he estado buscando una cadena de tiendas ya creada, para comprarla. Michael lo sabe y hace un tiempo hizo correr la voz, sin mencionarme, por supuesto. La semana pasada, nos enteramos, por intermedio de Harvey Rawson, de la existencia de una pequeña cadena suburbana. Antes de venir hacia aquí, hablé con Michael y le dije que le podía contarle a Harvey que yo era la interesada y que deseaba que se pusiera en contacto conmigo.

—Así que Harvey la representa en la compra —dijo Madelana mientras se erguía sin dejar de mirar a su jefa.

—Todavía no se trata de una compra. Pero sí, Rawson me representa, puesto que se ha puesto en contacto con los dueños de la cadena pero sin comentarles que soy la interesada.

—Entiendo. Si supieran que se trata de ti, subirían el precio de inmediato. Creo que tu idea es maravillosa, Paula. Realmente visionaria. —La excitación que sentía se reflejaba en el rostro de Madelana, que se inclinó hacia delante con ansiedad—. ¿Cómo se llama la cadena? ¿Y dónde están ubicadas las tiendas?

—La cadena se llama «Peale y Doone» y en total son ocho tiendas ubicadas en Illinois y Ohio —explicó Paula—. No es la clase de cadena que buscaba originalmente... Hubiera preferido que las tiendas estuvieran en grandes ciudades. Sin embargo, «Peale y Doone» sería un buen principio.

—¿Se trata de una compañía pública?

—No, privada. La semana que viene, Harvey averiguará si los dueños tienen interés en vender y se pondrá en contacto conmigo y con Michael. Ambos conocen nuestro itinerario australiano, por lo menos el que tenemos previsto hasta ahora —terminó de decir Paula, que se recostó de nuevo contra el respaldo de la silla.

Madelana comprendió que eso significaba que daba por terminada la conversación así que se puso de pie.

—Gracias por hablarme de tus planes, Paula, y de compartirlos conmigo. Me siento huy halagada y estoy deseando colaborar contigo en los proyectos de expansión.

—Esperaba que reaccionaras así. Quiero que trabajemos hombro a hombro en esto, Maddy. —Paula también se puso de pie. Cogió las carpetas que tenía sobre el escritorio y se las pasó a Madelana.

Juntas, las dos mujeres cruzaron el cuarto y se detuvieron frente a la puerta del despacho de Madelana.

—Como ya has terminado tu trabajo, no creo que necesites volver después del almuerzo —comentó Paula—. Esta tarde no te necesitaré, y estoy segura de que todavía tendrás mucho que hacer para estar lista mañana por la mañana.

—Muchas gracias, Paula, pero creo que, de todos modos, vendré: quiero elegir un par de equipos de gimnasia en la sección deportes. ¿No me has dicho que ésa era la mejor vestimenta para el vuelo?

Paula lanzó una carcajada.

—Lo es. No será demasiado elegante pero es práctica del todo. Y no te olvides de llevar calzado de tenis. Según el viento, el vuelo entre Los Ángeles y Sydney tarda entre trece y catorce horas, y a uno se le hincha todo el cuerpo. Y no sólo eso, tengo la impresión de que con equipo de gimnasia duermo muchísimo mejor.

—Entonces, me ocuparé de comprarme todo lo necesario después de almorzar con Jack... —De repente, Madelana se interrumpió y su rostro cambió para adoptar una expresión de ansiedad. Paula lo percibió.

—¿Te sucede algo? r—preguntó con tono suave, preocupada.

Maddy meneó la cabeza, en un gesto de negación.

—En realidad, no —empezó a decir, pero se interrumpió de nuevo y Paula y ella eran bastante amigas y siempre habían sido sinceras una con la otra—. Sí, Paula, estoy preocupada. Las cosas no andan nada bien entre Jack y yo, y pienso romper con él. Quiero haber resuelto este asunto antes del viaje. Por eso voy a almorzar con él.

—Lo siento mucho —murmuró Paula, con una sonrisa comprensiva—. Creí que las cosas entre vosotros iban muy bien. Por lo menos, ésa fue la impresión que me diste la última vez que hablamos de Jack, creo que fue cuando fuiste a Londres.

—En ese momento, así era; en realidad, Jack es un buen tipo. Pero cada vez surgen más conflictos entre los dos. Todo lo que hago le parece mal, y me parece que mi carrera lo agravia. —Madelana volvió a menear la cabeza—. Creo que lo nuestro no tiene futuro.

Paula guardó silencio, y a su mente acudieron las palabras de Emma, pronunciadas cuando su nieta se encontraba en la misma situación de Madelana.

—Hace muchos años —dijo Paula con lentitud—, cuando yo tenía grandes dificultades en mi primer matrimonio, mi abuela me dio un consejo que no he olvidado nunca. Dijo: «Si algo anda mal, no tengas miedo de ponerle fin mientras todavía eres bastante joven para empezar de nuevo y puedes encontrar la felicidad con otro.» Grandy era una mujer muy sabia. Sólo puedo repetirte esas palabras, Maddy, y agregar que debes confiar en tu instinto. Por lo que sé de ti, creo que nunca te ha fallado hasta ahora.

Paula hizo una pausa, le dirigió una rápida y penetrante mirada y prosiguió:

—Personalmente, pienso que vas a hacer lo correcto. Lo mejor para ti.

—Creo que sí. Y gracias por tu interés, Paula. Hoy mismo romperé con Jack, y lo haré de una manera rápida y limpia. Después, quiero dedicarme sólo a mi carrera.