CAPÍTULO 15

—Quiero vender las acciones de «Sitex».

Esta decisión de Paula cayó como una bomba en la exquisita sala de estar de su madre, hasta el punto de que ella se sobresaltó tanto como su madre y su hermano.

Daisy y Philip, evidentemente atónitos no pronunciaron, ni una palabra; se limitaron a mirarla.

Paula les observó con atención. No tenía pensado comunicárselo esa noche, y tampoco expresarlo de una forma tan abrupta; pero ya que no podía borrar lo dicho, era preferible que terminara de hablar al respecto.

Respiró hondo, y se preparó para continuar, pero, antes de que pudiera hacerlo, su madre rompió el corto e incómodo silencio.

—No lo comprendo, Paula —dijo Daisy—. ¿Por qué quieres vender esas acciones de repente?

—Hay muchas razones, mamá; pero, sobre todo, porque el precio del petróleo ha bajado de una manera considerable, y, como hay excedentes en el mercado mundial, tengo la impresión de que bajará aún más. De todos modos, sabes bien que «Sitex», desde hace años, ha sido un estorbo para mí, por eso creo que tenemos que salir del asunto de una vez por todas. Vender el cuarenta por ciento íntegro y acabar con ese asunto.

—Comprendo —murmuró Daisy, tironeándose las cejas. Volvió la cabeza hacia Philip.

Éste le devolvió la mirada, mas permaneció en silencio.

Se levantó, se acercó a los ventanales y se quedó mirando las luces de Sidney que brillaban en la distancia, más allá de Rose Bay. Aun de noche, la «Torre McGill», erguida entre las nubes que cubrían el cielo, dominaba la ciudad.

El inesperado anuncio de Paula lo intrigaba, y se preguntaba qué habría, en realidad detrás de todo aquello. Se volvió con lentitud y la miró mientras regresaba a su silla. A pesar de su bronceado, Paula parecía cansada y tensa, y Philip pensó que, a esa hora, ella debería estar en la cama y no hablando de negocios. Sin embargo, los ojos de su hermana le decían que esperaba algún comentario de él.

—La situación tiene que sufrir un cambio, Paula, es normal que lo haga —dijo Philip por fin—. Los precios del petróleo han fluctuado siempre a veces, han subido incluso, y, en mi opinión si decidimos vender, debemos hacerlo en un momento más ventajoso que el actual, cuando podamos sacar el mejor precio posible por las acciones, ¿no crees? Por ejemplo, Cuando el petróleo sea difícil conseguir y el precio suba.

—¿Y cuándo será eso, Philip? Acabo de decirte que hay superabundancia de petróleo en el mundo, y tú lo sabes tan bien como yo. —Paula suspiró y meneó la cabeza con aire de cansancio—. Cientos de miles de barriles están siendo almacenados, y, sin embargo, la demanda mundial de petróleo ha bajado en un ' quince por ciento... desde que, en 1979, se impusieron esos precios artificialmente altos. Con sinceridad, estoy convencida de que la demanda seguirá a la baja. Bajará, bajará y bajará. Ya verás que esta tendencia a la baja del mercado se mantendrá durante varios años... calculo que hasta 1985.

Philip rió.

—¡Vamos, cariño, qué pesimista estás!

Paula no contestó. Se recostó contra el respaldo del sofá y se masajeó el cuello porque se sentía muy cansada, y, una vez más, deseó no haber iniciado el tema.

Daisy, en cuyos azules ojos todavía había preocupación, se volvió hacia su hija.

—Pero yo le prometí a mi madre que nunca vendería las acciones de «Sitex», Paula; lo mismo que ella se lo había prometido a Paul antes. Mi padre le aconsejó que no las vendiera, él insistió en qué debía conservarlas siempre, pasara lo que pasase y que...

Paula la interrumpió.

—Los tiempos han cambiado, mamá.

—Sí, han cambiado, y soy la primera en reconocerlo. Pero, por otra parte, me sentiría muy extraña si vendiera mis intereses en «Sitex». En realidad, me sentiría incómoda.

Paula miró a su madre con fijeza.

—Apuesto a que si Grandy viviera aún, hoy en día estaría de acuerdo conmigo —aseguró mientras sofocaba un bostezo. Estaba mareada, el cuarto le daba vueltas y comprendió que si no se acostaba pronto sufriría un desmayo allí mismo, en el sofá. Pero Philip decía algo, así que trató de enfocar su mirada en él, e hizo un esfuerzo por entenderle.

—¿Qué importancia tiene que esas acciones den un dividendo más bajo durante un año o dos, o hasta tres o cuatro? A mamá no le hace falta ese dinero.

—Eso es cierto: no lo necesito —corroboró Daisy—. De todos modos, Paula, cariño, no creo que sea el momento para hablar del tema. Se te ve extenuada, a punto de derrumbarte. Y no me sorprende: como de costumbre, no has parado desde que llegaste ayer.

Paula parpadeó.

—Tienes razón, mamá. Y el cansancio del viaje en avión me suele atacar a la noche siguiente, ¿no? —Luchaba por mantener los ojos abiertos y se sentía recorrida por oleadas de cansancio—. Creo que me iré a la cama. En seguida. Lo siento mucho, no tendría que haber sacado este tema a colación... Otro día terminaremos nuestra charla sobre «Sitex».

Paula se puso de pie con aspecto de cansancio y se acercó a besar a su madre.

Philip, que se había levantado al mismo tiempo que ella, le rodeó los hombros con un brazo y la acompañó hasta el vestíbulo de entrada.

Al llegar al pie de la escalera, se detuvieron.

—¿Te ayudo a subir? —preguntó él con una mirada de fraternal afecto.

Paula meneó la cabeza.

—No seas tonto, Pip, no estoy tan decrépita que no pueda llegar a mi habitación. —Se cubrió la boca con una mano y bostezó varias veces; después, se aferró a la balaustrada y puso un pie en el primer escalón—. ¡Oh, Dios! Creo que llegaré... no debí beber vino con la cena.

—Te hará dormir como a un lirón.

—Te aseguro que no necesito nada para dormir —murmuró ella. Se inclinó y lo besó en la mejilla—. Buenas noches, amor.

—Buenas noches, Paula, cariño. ¿Qué te parece si almorzamos juntos mañana? Nos encontraremos en el Salón Orquídea a las doce y media, ¿de acuerdo?

—¡Hecho, hermanito!

Cuando llegó a su dormitorio, Paula estaba tan cansada que apenas tuvo fuerzas para desnudarse y quitarse el maquillaje. Pero consiguió hacerlo con esfuerzo, y a los pocos minutos, se ponía un camisón de seda y, con un suspiro de gratitud, se metió en la cama.

Cuando apoyó la cabeza en la almohada, hubo de admitir que había cometido un error táctico al elegir el momento equivocado para hablar de «Sitex». De repente, en una especie de clarividencia, supo que su madre nunca aceptaría vender esas acciones, a pesar de todo lo que ella le dijera, y eso interferiría en sus planes.

¿O no? Justo antes de dormirse, pensó en su abuela. «Hay muchas formas de despellejar a un gato», decía Emma. Al recordarlo, Paula sonrió en la oscuridad, antes de que los ojos se le cerraran y se quedara dormida.

A la mañana siguiente, reinaba un gran silencio en el despacho posterior de la boutique «Harte's», del hotel «Sydney-O'neill».

Paula y Madelana estaban sentadas frente a frente, separadas por un amplio escritorio; con las cabezas inclinadas, estudiaban una serie de papeles.

Madelana fue la primera en levantar la cabeza.

—No entiendo cómo se las arregló Callie Rivers para armar este lío —dijo, meneando la cabeza con expresión de incredulidad—. Hace falta tener una especie de ingenio perverso para crear una confusión de esta envergadura.

Paula levantó la cabeza a su vez, miró a Madelana y sonrió.

—Creo que hay dos posibilidades. Una, que la mujer sea una completa negación y que yo me haya equivocado al nombrarla gerente; otra, que la enfermedad la haya debilitado tanto que, durante los últimos meses no supiera lo que hacía.

—No creo que te hayas equivocado, Paula. Debe ser la enfermedad. Me parece imposible que no hubieras percibido que la mujer era una incapaz —dictaminó Madelana con aire seguro, y cerró la carpeta que tenía frente a sí—. He revisado estas cifras tres veces. Dos con la calculadora y una a mano. Creo que tienes razón. Estamos en rojo..., y en un rojo furioso.

Paula inspiró hondo, echó el aire, se puso de pie y empezó a pasear por el despacho durante unos minutos con expresión concentrada. Se acercó al escritorio, cogió las carpetas, las guardó en el archivo, lo cerró con una llave, que se guardó en el bolsillo de su chaqueta de hilo gris.

—Vamos, Maddy, creo que debemos volver al almacén y tratar de encontrar algún sentido a todo esto.

—Buena idea —contestó Madelana, que se puso en pie de inmediato para seguir a Paula hasta la zona principal de la boutique de tres plantas.

—Estaremos abajo, Mavis —informó Paula a la subdirectora, camino hacia las pesadas puertas de cristal que conducían al vestíbulo del hotel.

—Sí, Mrs. O'Neill —contestó Mavis en voz baja, mirando a Paula con expresión preocupada.

Madelana se limitó a hacerle una inclinación de cabeza.

Pero cuando ella y Paula cruzaban el vestíbulo de mármol verde oscuro, expresó su opinión.

—Creo que, básicamente, Mavis es correcta, Paula. Pero la pobre está desconcertada. Callie Rivers jamás debió nombrarla subdirectora. No tiene agallas para estar al frente de una boutique de tal envergadura. Además, es bastante poco imaginativa. Sin embargo, parece honesta, y eso tiene su importancia.

—Muy cierto —admitió Paula, la cual, en cuanto la puerta del ascensor se abrió, entró en él con paso nervioso y oprimió el botón del sótano—. Creo que Callie le dejó un lio mayúsculo, y ella no supo solucionarlo. —Paula miró a Madelana de reojo—. No culpo a Mavis, ¿sabes? Pero ojalá hubiera tenido el sentido común de contarme lo que sucedía. Sabía que, en cualquier momento, podía llamarme por teléfono o enviarme un télex.

Salieron del ascensor, y Paula continuó hablando.

—Enfrentémonos a la realidad: si el gerente del hotel, hace unas semanas no le hubiese mencionado el asunto a Shane por teléfono, yo seguiría ignorante de todo.

—Sí, ha sido una gran cosa que él se diera cuenta de que había problemas y que Mavis estaba aterrorizada y sin saber qué hacer. Creo que hemos llegado justo a tiempo para evitar un verdadero desastre.

—No te quepa la menor duda —murmuró Paula.

El almacén de la «Boutique Harte» se hallaba en el sótano del hotel y, en realidad, consistía en una serie de habitaciones. Éstas incluían un despacho con archivos, un escritorio, sillas y teléfonos en la parte de la entrada, y, detrás, varios cuartos con mercancías, percheros con ropa, muebles llenos de accesorios que iban desde alhajas a sombreros, bufandas, cinturones, carteras y zapatos.

Madelana sonreía mientras recorrían las hileras de vestidos que veían por segunda vez desde su llegada, pero que sólo en ese momento valoraban. Miró a su jefa con atención.

—Nos dará un trabajo espantoso trabajar en este lote de mercancías. Es peor de lo que pensé ayer.

—¡Ya lo creo! —contestó Paula con amargura—. Y me espanta pensar en los secretos que esos armarios nos desvelarán. —Meneó la cabeza y volvió a demostrar su enojo—. En parte, es culpa mía. No debí permitir que Callie me persuadiera de la conveniencia de vender varias marcas baratas, además de la línea Lady Hamilton. Pero me aseguró que ella conocía el mercado australiano mejor que yo, y, como una tonta, le di carta blanca para que llevara a cabo sus iniciativas. Y aquí estamos ahora, mirando la ropa que compró a otros fabricantes, y que no ha sido vendida.

—Creo que, como sugeriste ayer, la solución es organizar una gran liquidación —dijo Madelana.

—Sí, tenemos que sacarnos de encima todos los artículos viejos, incluidos los que quedan de Lady Hamilton de la temporada pasada. La única solución es hacerlo así y empezar de cero. Esta misma tarde le mandaré un télex a Amanda para pedirle que nos envié todos los artículos disponibles de la línea Lady Hamilton.

Puede mandarlos por vía aérea. Necesitamos ropa de primavera, y de verano, por supuesto, ya que son las próximas estaciones en Australia. —Se interrumpió y se quedó mirando, con expresión preocupada, la ropa que colgaba de los percheros.

—¿Qué sucede? —preguntó Madelana, siempre rápida para percibir cualquier cambio en el estado de ánimo de Paula.

—Espero que podamos vender todo esto en una liquidación, para ver si sacamos algo, por poco que eso sea.

—Estoy segura que sí, Paula —exclamó Madelana—. Se me ocurre una idea... —agregó—. ¿Por qué no la llamamos la «Gran i Liquidación»? Con G mayúscula y L mayúscula, y la anunciamos diciendo que es sólo comparable con la de «Harte's» de Knights bridge. Ésa es la liquidación más famosa del mundo; así que, ¿por qué no aprovecharla? Estoy segura de que la agencia de Sidney puede prepararnos algún anuncio vendedor para los diarios. —Maddy permaneció unos segundos pensativa y, en seguida, volvió a hablar con gran entusiasmo—. Creo que el mensaje que convendría hacerle llegar al público debería de ser algo así: Usted no tiene necesidad de volar a Londres este año para ir a la liquidación de «Harte's». La tiene aquí, en su propia ciudad, a un paso, de su casa. Bueno, ¿qué te parece?

Por primera vez en la mañana, Paula sonrió, entusiasmada.

—Brillante, Maddy. Esta misma tarde llamaré a Janet Shiff a la agencia para pedirle que empiecen a proyectar la campaña publicitaria, te propongo que revisemos esta ropa y apartemos todo lo que sirva para llevar la liquidación.

Madelana no necesitó que le diera ánimos. En seguida, se encaminó a uno de los percheros e inició el proceso de selección y eliminación de las prendas.

El Salón Orquídea del hotel «Sydney-O'Neill» estaba considera < do como uno de los lugares más hermosos de la ciudad para almorzar o cenar. También era un lugar muy in, al que la gente iba para ser vista y para ver a los demás, y había adquirido fama de restaurante elegante dentro de la sociedad de Sydney.

Situado en la última planta del hotel, dos de sus paredes eran de cristal desde el suelo hasta el techo, así que el salón parecía flotar, como si estuviera suspendido en el aire entre el cielo y el mar, y ofrecía una espléndida panorámica que se extendía a centenares de kilómetros de distancia a su alrededor.

Las otras dos paredes estaban cubiertas por gigantescos murales pintados a mano en tonos blanco, amarillo, rosado y cereza... y había orquídeas auténticas en todas partes; en altos jarrones cilíndricos, plantadas en vasijas de porcelana chica, y formando el centro de cada mesa.

Paula estaba particularmente orgullosa de ese salón porque había sido creado por Shane quien había tomado parte activa, junto con los arquitectos, en la confección de los planos. Le gustaba utilizar animales, aves y flores del país para la decoración del vestíbulo, el comedor o el bar en sus hoteles extranjeros; y ya que las orquídeas crecían profusamente en los bosques, jardines y parques australianos, le parecieron apropiadas para la decoración de ese hotel particular. Además, debido a sus distintos tamaños y formas, a sus hermosos y vibrantes colores, la flor se prestaba a gran cantidad de efectos artísticos y temas decorativos.

Paula estaba sentada en el comedor lleno de sol, bebiendo un vaso de agua mineral antes del almuerzo y, al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que había olvidado lo magníficas que eran las orquídeas naturales y lo artísticamente que las arreglaban para que lucieran en el comedor. Y como ella era una buena jardinera, no pudo menos que lamentar la imposibilidad de cultivar esas exóticas flores en Inglaterra.

—Pagaría por enterarme de tus pensamientos —dijo Philip, mirándola por sobre la mesa.

—Lo siento, me he distraído al mirar todo esto..., pensaba en la posibilidad de cultivar orquídeas en Pennistone Royal; pero supongo que no es posible.

—Por supuesto que lo es. Puedes hacer que te construyan un invernadero y cultivarlas en él..., lo mismo que cultivarías tomates. —Lanzó una risita y la miró con picardía—. Después de todo..., tienes mucho tiempo libre estos días.

Paula le sonrió.

—¡Ojalá lo tuviera! Sin embargo, la jardinería me relaja. ¿Y por qué no un invernadero? Has tenido una idea excelente.

—Dios mío, ¿qué he hecho? —se quejó Philip, burlón—. Shane me matará.

—No lo hará porque le encanta que me dedique a la jardinería, y siempre me está regalando catálogos de semillas nuevos, paquetes de semillas y bulbos, y cosas por el estilo. Le diré que quiero un invernadero para plantar orquídeas como regalo de Navidad. ¿Te parece una buena idea? —preguntó con tanta alegría como su hermano.

—Si él no te lo regala, yo lo haré. —Philip se acomodó en la silla—. Me he olvidado comentarte que mamá me ha llamado justo antes de que saliera de la oficina. Está fascinada porque vas a pasar el fin de semana en Dunoon. Demostraste que yo no tenía razón.

—¿Cómo?

—Cuando mamá me comentó que quería proponerte que fueras este fin de semana, yo le aseguré que no irías, sobre todo recién llegada, y después de un vuelo de catorce horas desde Los Ángeles. —Estudió a su hermana—. Y debo decir que me ha sorprendido bastante el que aceptaras la invitación. Y dice mamá que lo hiciste de inmediato. Yo creí que el sábado trabajarías en la boutique. No me digas que ya has solucionado todos los líos que encontraste. —Lo preguntó más que afirmó alzando las cejas.

—No del todo, Philip, pero el asunto está bastante encaminado.

—¡Te felicito! Bueno, entonces, cuéntame la verdadera historia, muchachita.

Paula se la relató brevemente.

—Y en cuanto termine la liquidación de la semana que viene, arreglaré los escaparates con el nuevo material de Lady Hamilton que he encargado de Londres, y lo respaldaré con una nueva campaña publicitaria. Con la temporada de primavera y verano tan cerca, creo que, en poco tiempo, lograré poner de nuevo la boutique en marcha.

Philip asintió.

—¡Eres una magnífica comerciante! Si tú no lo logras, nadie lo hará, cariño. ¿Y qué has resuelto con respecto a la directora? Supongo que no pensarás volver a contratarla, ¿verdad?

—No puedo, Pip, aunque creo que todo eso ocurrió porque no estaba bien de salud. Por supuesto he perdido la confianza en ella, y sé que si volviera a contratarla, viviría yo preocupada.

—No te culpo. ¿Y las boutiques de los hoteles de Melbourne y Adelaida? Ésas no se han visto afectadas, ¿verdad?

—No, por suerte. Por lo que los directores me dijeron ayer, parece que andan bien. Gracias a Dios, Callie no tenía nada que ver ya con ellas. No sé si recuerdas que hace un tiempo establecí un nuevo sistema por el que cada dirección era autónoma y respondía sólo ante mí. Sin embargo, ya que estoy en Australia, la semana que viene iré a las dos ciudades, sólo para asegurarme.

—Buena idea. Y no tendrás problema alguno para encontrar un nuevo director para la boutique de Sydney. Hay mucha gente bien preparada por aquí.

—Sí, eso creo. Comenzaré a entrevistar gente el lunes, y si no he encontrado a alguien que me guste antes de irme, Madelana O'Shea lo hará por mí. De todos modos, ella se quedará un tiempo para trabajar con la agencia de publicidad, reorganizar la boutique de Sidney y constatar que funciona bien. Confío en el buen juicio de Madelana y la considero muy capaz.

—Ya me lo has dicho antes. Estoy deseando que me la presentes.

—La conocerás este fin de semana, Pip. La he invitado a Coonamble. ¿Volarás con nosotros mañana por la noche?

—Me es imposible. Tú irás con mamá en el avión de Jason y yo me reuniré con vosotras el sábado por la mañana. Me alegra que pasemos el fin de semana juntos, y sé que te vendrá bien. Respirarás aire sano y podrás tomarte dos días de completo descanso.

Paula sonrió con dulzura, se inclinó sobre la mesa y observó a su hermano. Había un tono algo diferente en su voz cuando preguntó:

—¿Crees que mamá cambiará de idea con respecto a las acciones de «Sitex»?

—No, no lo creo —contestó Philip sin dudar—. La actitud de mamá con respecto a esas acciones está ligada a los sentimientos que su padre le inspira. A ti y a mí nos consta que lo idolatraba y, nada hará que vaya en contra de los deseos del abuelo. Si vendiera las acciones, eso sería justamente lo que ella creería que estaba haciendo. Tal vez te parezca una exageración, pero ocurrirá así.

—Eso era lo que Paul opinaba hace cuarenta años, ¡por amor de Dios! —exclamó Paula con vehemencia—. ¡Hoy en día, su punto de vista sería distinto por completo, y el de Grandy también)

—Tal vez pero sé que mamá no cederá. —Philip estudió a Paula—. De todos modos, ¿por qué quieres que venda las acciones? ¿Por qué te tiene tan preocupada ese asunto?

Durante la fracción de un segundo, Paula vaciló mientras, se preguntaba si debía decirle la verdad a su hermano; decidió no hacerlo.

—Anoche te expliqué las razones —trató de hablar con una voz neutra—. Aunque debo admitir que Marriot Watson y su camarilla del directorio me tienen bastante harta. Hacen todo lo que pueden para entorpecerme las cargas, y conseguir que mi vida sea lo más difícil posible.

Philip la miró, intrigado.

—Pero Paula, siempre lo han hecho..., eso no es nada nuevo, ¿verdad? Además, siempre estuvieron en desacuerdo con Grandy. —Se interrumpió, frunció el ceño y se pasó la mano por el mentón, en un gesto reflexivo. Pero si la actitud de esos tipos empieza a angustiarte, será mejor que yo se lo explique a mamá y...

—No, no, no lo hagas —lo interrumpió Paula con rapidez—. Mira, olvidemos eso de vender las acciones de «Sitex». Ya me las arreglaré con Marriot Watson y el resto de los directores.

—Sí, sé que lo harás Philip—. Siempre ha sido así. Te pareces mucho a mí. Eres incapaz de no cumplir con tu deber... —Le dirigió una sonrisa cariñosa—. Y, ahora, ¿qué te parece si pedimos el almuerzo?