CAPÍTULO 28

Emily se detuvo en el vestíbulo de entrada, al pie de la escalera aferrada al pasamanos y temblando por dentro. Las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas con lentitud, y lloró en silencio por su hermano. Apenas tenía treinta y siete años. Su mente se negaba a considerar la inminente muerte de Sandy. Le resultaba inaceptable.

A los pocos segundos, la puerta de la sala se abrió y se cerró con suavidad. Emily sintió que Alexander la abrazaba. La obligó a volverse para que lo mirara, sacó un pañuelo del bolsillo y le enjugó las lágrimas.

—¡Vamos, Gordita! ¡Trata de ser fuerte! ¡Hazlo por mí! —dijo—. No soporto verte angustiada. Eso no me ayuda en absoluto, ¿sabes? Comprendo que éste ha sido un impacto muy fuerte para vosotros. Pero, por otra parte, no hay una manera fácil de dar una noticia así, ¿verdad? ¿Cómo decirles a los seres queridos que uno se está muriendo?

Emily fue incapaz de contestar. Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas y enterró la cabeza contra el pecho de Sandy, al tiempo que se aferraba con fuerza.

—Me alegra que me hayas recordado la opinión de Gran... —dijo Alexander con mucha suavidad—, eso que lo mejor es decir las cosas sin ambages. Te aseguro que me ha ayudado a reunir coraje y soltarlo de una vez. Hace semanas que venía postergándolo.

Alexander le pasó la mano por el cabello e hizo una pausa antes de proseguir.

—Llevo mucho ocultándote mi enfermedad, cariño. Sin embargo, muy pronto empezará a notárseme, así que tenía que decírtelo. Y hay muchas cosas que arreglar. Ahora. Ya no es posible seguir retrasándolas..., el tiempo transcurre con demasiada rapidez, sobre todo cuando tratas de aferrarte a él.

Emily tragó saliva. Quería ser fuerte, pero no le resultaba nada fácil. Cerró los ojos y permaneció inmóvil.

Después de algunos instantes, cuando sintió que había recuperado parte de su compostura, decidió hablar.

—Nada volverá a ser lo mismo, Sandy, cuando te hayas... ido. ¿Qué haremos todos? ¿Qué haré yo? —En cuanto pronunció esas palabras, cayó en la cuenta de que hablaba como una egoísta, pero ya estaba dicho. Si se disculpaba, no haría más que empeorar la situación.

Él le habló con suavidad, en tono confiado.

—Estarás bien, Emily. Seguirás adelante con la misma fuerza y coraje que has tenido siempre..., el tipo de fortaleza que Gran tenía. Desde que eras muy pequeña, ella te enseñó a sobrellevar las penurias. Y tienes a Winston, y a tus hijos. —Alexander lanzó un largo suspiro y, como si pensara en voz alta, murmuró contra el cabello de Emily—: Ahora que se ha casado con Oliver, Francesca estará bien; pero me preocupa Amanda. Es una jovencita muy vulnerable; demasiado impresionable en realidad. La cuidarás, ¿verdad? —Y, por primera vez, un leve temblor se percibió en la voz de Alexander. Desvió la mirada, y ocultó el rostro para que Emily no pudiera verlo.

—Sabes que lo haré, cariño —aseguró Emily.

Permanecieron abrazados algunos instantes más.

Alexander la estrechaba con fuerza contra sí, reuniendo todas sus energías tan disminuidas ya, consciente de que la siguiente media hora tendría mucho que decir. No le resultaba agradable. Pero debía hacerlo, y esa tarde había decidido que la mejor forma sería utilizar un tono comercial o impersonal por completo.

A través de la ropa, Emily notaba los huesos de su hermano y se dio cuenta de lo delgado que estaba. Se separó unos centímetros y le dirigió una rápida mirada; cuando observó la palidez de su amado rostro y aquellas oscuras ojeras, se le encogió el corazón. No comprendía el porqué no se había dado cuenta antes de que estaba enfermo, y se maldijo a sí misma por no haberle prestado más atención durante los últimos meses.

Por fin, Alexander la soltó, volvió a sacar el pañuelo y le secó las mejillas, húmedas. Al mirarla, una sonrisa se reflejó en sus ojos. ¡Qué rubia, pequeña y refinada era! Emily le recordaba siempre una frágil pieza de porcelana de Dresde. Sin embargo, tenía una enorme firmeza moral; había algo indomable en ella que le recordaba a su abuela. Y Sandy sabía que, por angustiada que estuviera en ese momento, a la larga, sería la más fuerte de todos. Podía contar con su hermana. Al igual que Emma Harte, era una mujer de coraje.

Emily tenía aguda conciencia del escrutinio a que su hermano la sometía. Le mantuvo la mirada.

—No te preocupes, Sandy. Estaré bien —aseguró, como si le hubiera leído el pensamiento.

Alexander sonrió, y asintió.

Hubo un breve silencio antes de que Emily continuara en voz muy baja.

—No sólo has sido un hermano maravilloso para mí, sino también madre, padre y el mejor amigo. Has sido..., lo has sido todo para mí, Sandy. Nunca te he dicho lo que siento; pero ahora quiero que sepas.

—Tengo plena conciencia de tus sentimientos —la interrumpió él con rapidez, incapaz de tolerar más emociones en ese momento—. También yo te quiero, Emily. Y ahora, ¿no crees que sería mejor que volviéramos a la sala y nos reuniéramos con lo demás? He de hacer algunos arreglos. Para el futuro.

—Ante todo me gustaría hablar de negocios. Específicamente, acerca de «Harte Enterprises» —dijo Alexander cuando todos estuvieron reunidos de nuevo alrededor del fuego.

—Sí, por supuesto, lo que quieras —contestó Paula, los ojos, enrojecidos y húmedos, la traicionaban, a pesar de su aire tranquilo. Era evidente que había llorado mientras sus primos no estaban en la habitación; pero, en ese momento, parecía perfectamente controlada.

—He tenido tiempo para pensar mucho —empezó a decir Alexander—, y, antes de tomar cualquier decisión me gustaría comentarla con vosotros. Supongo que busco vuestra aprobación antes de poner en marcha mis planes.

—Pero yo no tengo nada que ver en esos asuntos de familia —le recordó Anthony en seguida—. ¿No te parece que estoy de más aquí?

—Por supuesto que no. De todos modos, eres el mayor de los nietos de Emma Harte y deberías...

—Pero no olvides que Paula es ahora la cabeza de la familia —agregó Anthony—. Y agradezco a Dios que así sea. No me importa confesaros que a mí no me resultaría una tarea atractiva.

Alexander sonrió con cierta amargura.

—Comprendo lo que quieres decir. Pero agregaré que eres mi mejor amigo, y deseo que estés presente. Digamos que como apoyo moral, quieres, amigo mío.

Después de asentir, el duque se levantó y se acercó a la consola para servirse otro whisky con soda. Miró a Paula y a Emily.

—¿Alguna de vosotras quiere otra copa?

Ambas hicieron un movimiento negativo con la cabeza.

—¿Y tú, Sandy?

—Por ahora no, gracias.

Antes de volverse a Emily y seguir hablando, Alexander esperó que Anthony volviera a instalarse en el sofá.

—Lamento haber organizado esta reunión justo cuando Winston está en Canadá; pero tenía que ser esta semana porque mañana me interno para que me hagan un tratamiento. Como director de la « Yorkshire Consolidated Newspaper Company» y de nuestros diarios del Canadá, él, por supuesto, debería encontrarse aquí, con nosotros. Aunque en realidad, la parte de la empresa que él dirige no está involucrada en lo que vamos a conversar.

—Winston lo entenderá, Sandy —aseguró Emily, con sus ojos verdes fijo en el hermano enfermo—. ¿Cuánto tiempo permanecerás internado? —preguntó con expresión ansiosa.

—Apenas unos días, y no te preocupes por eso. El tratamiento me hace bien. Y, ahora, me gustaría que continuáramos con la conversación. Mirad, sé que lo que voy a decir os resultará algo inquietante. Pero, por favor, os pido que no os angustiéis. Debo decirlo con toda claridad, y, además, quiero que mis asuntos estén en orden para... Supongo que ésta es una característica de la familia Harte.

Alexander paseó su mirada por los tres antes de proseguir con tono pensativo.

—Durante las dos últimas semanas he analizado «Harte Enterprises» desde todos los ángulos imaginables, con el fin de decidir qué hacer con la compañía. Consideré la posibilidad de venderla, porque me consta que vale cientos de millones de libras que podríamos reinvertir en la Bolsa. Después pensé en la posibilidad de vender algunos sectores de la empresa y conservar otros. Y entonces me di cuenta de que estaba siendo terriblemente injusto contigo, Emily. —Siguió hablando antes de darle oportunidad de contestar—. Después de todo, tú diriges «Genret», que es uno de los sectores más redituables de la empresa, y, aparte de mí, eres la única accionista.

—Eso si no tienes en cuenta a Jonathan y a Sarah —lo interrumpió Emily—. Pero supongo que carecen de importancia.

—Desde luego que carecen de ella. En todo caso, Emily, me di cuenta de que tomar una decisión sin consultarte era un acto prepotente por mi parte. Además estaba mal dar por supuesto como hice al principio, que no tendrías interés en dirigir personalmente «Harte Enterprises». Pero, hace apenas unos días, otro pensamiento acudió a mí: en vista de mi enfermedad, ¿qué hubiera querido Grandy que hiciéramos con «Harte Enterprises»? Y, en seguida, llegué a la conclusión de que no le habría gustado que la vendiéramos. La compañía es demasiado rica, sólida, próspera e importante para la familia en su totalidad como para despojarla de ella, ¿no creéis?

—Sí —consiguió contestar Emily, tomando plena conciencia de lo que sería para ella el futuro sin su hermano.

—Y tú, ¿qué opinas, Paula? —preguntó Alexander.

—Que todo lo que has dicho es cierto —contestó ella, con un esfuerzo para hablar con normalidad—. Grandy le tenía particular cariño a «Harte Enterprises», y hubiera querido que Emily continuara al frente en tu lugar. ¿Es eso lo que tienes en mente?

—Sí, creo que dentro de algunas semanas, Emily debería ser nombrada presidenta del consejo de administración y directora ejecutiva de la empresa. De esa manera podríamos hacer el relevo de cargos de una forma bastante suave, y yo quedaría liberado de mis obligaciones. Cuanto antes, espero.

—Me parece que piensas que Amanda debe dirigir «Genret» —aventuró Emily.

—Siempre que tú estés de acuerdo. Y creo que el único departamento que deberíamos vender es el de ropa femenina Lady Hamilton.

—A los Kallinski, supongo —intervino Paula.

—Así es —Alexander se aclaró la garganta, cogió su vaso y bebió un sorbo de vino—. Si hay alguien con derecho de comprar Lady Hamilton, es tío Ronnie. Por razones sentimentales, y también por nuestra unión con esa familia, que se remonta ya a más de setenta años. Propongo que mantengamos todo dentro de los tres clanes. Como vosotras dos sabéis... —Miró a Emily y después a Paula antes de continuar—, tío Ronnie está dispuesto a pagar el precio que le pidamos. Ese aspecto del asunto no me preocupa. Lo único que quiero saber es si a ti no te molesta esta venta, Paula. Tú no estás involucrada en la dirección de «Harte Enterprises», pero Lady Hamilton provee a las tiendas y boutiques «Harte».

—En agosto, cuando conversamos sobre la posibilidad de que «Industrias Kallinski» comprara Lady Hamilton, tío Ronnie me aseguró que seguirían como proveedores nuestros, y en exclusividad —aclaró Paula.

—¿Emily? —preguntó Alexander con una ceja enarcada y mirando a su hermana.

—Sí, por mí, no hay inconveniente. Pero ¿y Amanda? A ella le fascina el trabajo que hace en la actualidad, Sandy.

—Lo sé. Sin embargo, si consideramos estas circunstancias tan inesperadas, estoy seguro de que comprenderá la necesidad de hacer ciertos cambios para modernizar la empresa. La filosofía de Grandy era que debemos ser leales a la compañía en su integridad y no sólo a los cargos que desempeñamos. Y como sabéis, yo estoy también en esa línea de pensamiento. De todos modos, «Genret» será un desafío para Amanda, como lo fue para ti cuando te hiciste cargo, hace doce años.

—Es cierto..., si...

—¿Qué ocurre, Emily? —preguntó Alexander, con el ceño fruncido—. Observo que vacilas.

—No, no es eso. Sólo que no tengo conocimientos ni experiencia comerciales en los negocios de bienes raíces de «Harte's Enterprises», y eso me preocupa.

—¡Eso no supone problema alguno, cariño! En ese aspecto,

Thomas Lorring es mi mano derecha y virtualmente se ha encargado de ello desde hace varios años. Y tú lo sabes, Emily. —Dirigió una larga y directa mirada a su hermana—. Hará lo mismo por ti cuando tú ocupes mi lugar..., y lo ocuparás, ¿verdad?

—¡Por supuesto que sí! —Emily se irguió en el sillón, aunque con el deseo no tener que ocupar el puesto de su hermano. ¡Si todo volviera a ser como el día anterior! De repente se dio cuenta de que echaba de menos a Winston, que lamentaba que no se encontrara allí, que le entristecía el pensamiento de que no regresaría a Inglaterra por lo menos ante de ocho o diez días. Y todo ello la angustió aún más.

—Has tomado decisiones muy inteligentes, Sandy —dijo Paula de repente.

Alexander se levantó, para acercarse a la enorme ventana, y contempló el jardín con aire ausente. Habló sin volverse.

—Creo que, dadas las circunstancias, son las únicas decisiones lógicas. —Y permaneció inmóvil frente al ventanal durante algunos segundos.

Nadie pronunció una sola palabra.

Por fin, Alexander se acercó a la chimenea de nuevo, y se puso de espaldas al fuego, calentándose.

Entonces, sin el menor preámbulo, anunció en voz enérgica y tono comercial:

—Con respecto a mi testamento. Dejaré esta casa a Francesca; y Nutton Priory, a Amanda. Por supuesto, Villa Fabiola será tuya, Emily.

—Ay, Sandy... —Se interrumpió abruptamente. No podía hablar. Tenía la garganta cerrada. Tuvo que parpadear para ahuyentar las lágrimas que inundaban sus ojos.

Alexander prosiguió con sus explicaciones, sin demostrar compasión.

—El cincuenta por ciento de mi fortuna personal se dividirá entre vosotros tres, Emily, y legaré el otro cincuenta por ciento a los niños de la familia. No sólo a mis sobrinos y sobrinas, sino también a tus hijos, Paula, y a los tuyos, Anthony.

Ambos asintieron para demostrar que habían entendido.

Anthony, para que Alexander no notara la angustia que lo sobrecogía, apartó el rostro, y clavó la mirada en el cuadro que colgaba de la pared.

Paula jugueteaba, nerviosa, con su alianza matrimonial y se miraba las manos, mientras pensaba en lo incierta que era la vida. Esa misma tarde, ella se felicitaba por todo lo que había logrado en los últimos tiempos, y se sentía feliz. Y ahora, sin ningún aviso previo, estaba, angustiada, preocupada, ante la necesidad de afrontar la muerte de un primo muy querido, que, además era amigo y socio. Las implicaciones de la enfermedad de Sandy eran infinitas, según fuese el nivel desde el que se las considerara.

—Bueno, Emily —Alexander estaba decidido a terminar esa misma noche con todo, para no tener que volver a tocar ese tema—. Ahora tenemos que hablar de mis acciones de «Harte Enterprises». Para ser preciso, del cincuenta y dos por ciento que Grandy me dejó. El treinta y dos por ciento será para ti, y el veinte por ciento restante, para Amanda. No le dejo acciones a Franceses porque ella no trabaja en la compañía.

—Sí, comprendo..., gracias —dijo Emily en la voz más tranquila posible—. Pero, me pregunto..., ¿crees que eso es justo para Amanda, cariño? —Lo preguntó en un tono muy suave porque no quería discutir con Sandy; pero, al mismo tiempo, deseaba que su media hermana se sintiera involucrada y responsable por completo con respecto a «Harte Enterprises». Después de todo, en definitiva, ellas dos serian las que dirigirían la empresa.

—Creo que es absolutamente justo —contestó Alexander sin un instante de vacilación—. Nuestra abuela insistió en que esta empresa en particular debía ser controlada por una sola persona para evitar divisiones, y como eso es también lo que yo quiero, he dividido así mis acciones. Tú serás la principal accionista y la cabeza de «Harte Enterprises», tal como yo lo soy ahora. —Lo dijo con tal tono inusual de firmeza que no dio lugar a que se siguiera hablando del asunto.

Sin hacer comentarios, Emily clavó la mirada en el fuego. Trataba de sofocar su inmensa tristeza, y aún le costaba convencerse de que su hermano no permanecería mucho más tiempo con ellos; que el año siguiente por esa época, estaría muerto. Sentía el corazón pesado, y una vez más deseó que su marido estuviera allí, con su presencia reconfortante y esa seguridad emocional que Winston le proporcionaba siempre.

Por fin, Anthony se decidió a hablar.

—Cuando hayas terminado tu tratamiento, quiero que vayas a quedarte un tiempo con nosotros en Clonloughlin, Sandy. Y que sea una estancia lo más larga posible.

—Sí, eso me gustaría. Me hará bien estar con vosotros. Emily, después trabajaré contigo durante algunas semanas para ayudarte a que te familiarices con los aspectos de la tarea. Te advierto que te creo capaz de llevarla a cabo con los ojos cerrados.

Emily se mordió el labio, asintió rápidamente, y miró a Paula con ojos suplicantes.

Ésta cambió con rapidez el clima de ese momento tan tenso al preguntar con una voz cálida y alegre;

—¿Puedo hacer algo para ayudarte, Sandy? ¿Algo que te facilite la labor?

—En realidad, no, Paula, pero gracias de todos modos. ¡Ah, espera! ¡Sí, hay algo que todos vosotros podéis hacer por mí! —Los recorrió con la mirada de sus inteligentes ojos celestes y cambió levemente de posición frente al fuego—. Si no os importa, me gustaría que no comentarais con nadie que estoy enfermo. No tengo ganas de convertirme en el tema de conversación de la familia. Y, desde luego, no quiero encontrarme con actitudes de tristeza y de compasión, ni de vivir rodeado de caras largas y gestos dramáticos.

En los ojos de Emily se notó el impacto que las palabras de su hermano acababan de causarle.

—Comprendo lo que sientes —dijo y se detuvo. Cuando siguió hablando, la voz le temblaba de manera ostensible—. Trataré de no decirle nada a Winston, pero creo que será muy duro y difícil para mí...

—¡Pero por supuesto que a él debes decírselo! —exclamó Sandy. Miró a Paula y a Anthony—. Y, desde luego, vosotros tenéis que hacer lo mismo con Shane y Sally. No tenía la menor intención de excluirlos. Pero sí a los chicos, tanto a los vuestros como a los tuyos, Emily. Y también a nuestras medias hermanas. No quiero que Amanda y Francesca lo sepan..., por lo menos todavía.

—¿Y mamá? —preguntó Emily, preocupada—. ¿A ella se lo tenemos que ocultar también?

Alexander inclinó la cabeza.

—Sí, por completo. Es mejor que mamá no sepa nada en absoluto. Tiene la tendencia de ponerse histérica por cualquier cosa. Y no hará más que angustiarme.

Alexander se encaminó a la consola, cogió la botella de vino blanco y se acercó a Paula y a Emily.

—Bueno, supongo que eso es todo —dijo, mientras volvía a llenarles las copas—. Creo que no me he olvidado de nada. De paso, Emily, quiero advertirte que John Crawford está al corriente de la situación. Dado que es mi abogado, obviamente tuve que decírselo, y él te ayudará con todos los detalles legales una vez que yo haya.... esto..., una vez que yo no ande por aquí.

—Sí —contestó Emily en una voz apenas audible, y enlazó las manos sobre su falda, deseando que Sandy no siguiera refiriéndose a su próxima muerte.

—Ésta ha sido una carga demasiado terrible para que la hayas sobrellevado tú solo—dijo Anthony un rato después.

Emily y Paula se habían marchado juntas, y los dos hombres se quedaron terminando sus bebidas antes de salir a cenar.

El duque miró a su primo de frente antes de agregar:

—Debiste habérmelo dicho antes, ¿sabes?

—Tal vez sí —admitió Alexander—. Pero si quieres que te diga la verdad, antes tenía que aceptar lo que ocurría. Como os he explicado hace un rato, hube de pasar por una serie de emociones distintas: incredulidad, enojo, frustración, y resignación. Después, la furia y la frustración volvieron a mí, y, con ellas el sentimiento de total indefensión. Permanecí durante mucho tiempo en un tiovivo emocional, y comprenderás que no me era posible confiarme a alguien hasta que pudiera manejarme por mí mismo. Y, por supuesto, quería recorrer todos los caminos, buscar la curación, si acaso la había. Pero muy pronto descubrí que no podía hacer nada en absoluto, aparte de ponerme en tratamiento, y aceptar el poco tiempo que la vida me dejaba.

Alexander esbozó una leve sonrisa y se encogió de hombros.

—Ahora estoy resignado, Anthony, y completamente controlado. Por eso he pedido hablar con vosotros esta noche. Y, una vez superado ese mal trago, puedo relajarme y seguir adelante con mi vida durante algunos meses más. Pienso disfrutar a fondo el tiempo que me queda...

—Sí —dijo Anthony; pero descubrió que no podía seguir hablando. Bebió un sorbo de whisky. «¡Qué desperdicio!», pensó; y se preguntó si en idénticas circunstancias él habría logrado conducirse con la valentía de su primo. No estaba seguro. Hacía falta mucho coraje para enfrentarse a la propia muerte con tanto estoicismo.

—¡Vamos Anthony! ¡Anímate! Y, por favor, no empieces a ponerte sentimental conmigo. Te aseguro que no lo soportaría. Esta tarde me ha resultado muy difícil presenciar la emoción de Emily... Comprendo que debe haber sido muy dura para todos vosotros..., pero no tanto como lo ha sido para mí.

—Lo siento. Perdóname por favor, muchacho.

—No tengo nada que perdonarte... Quiero que todo sea lo más normal posible. Eso me facilitará mucho las cosas. Ahora debo tratar de ignorar mi enfermedad, y dedicarme al trabajo lo mejor posible. Porque, en caso contrario, esto será un infierno.

—Pero irás a Clonloughlin, ¿verdad?

—Sí, más o menos dentro de dos semanas.

—Maravilloso. A Sally y a mí nos encantará recibirte. ¿Cuánto tiempo calculas que podrás quedarte?

—Diez días, tal vez hasta dos semanas. —Alexander terminó de beber su vino y depositó la copa sobre la repisa de la chimenea—. He reservado una mesa en «Mark's Club» para las nueve de la noche. Tal vez convenga que vayamos para allá con tranquilidad, tomemos una copa en el bar y...

Al oír que el timbre del teléfono sonaba en la biblioteca vecina a la sala Alexander se puso de pie.

—Discúlpame —dijo mientras se apresuraba a atender la llamada. Regresó al cabo de unos segundos—. Es para ti, Anthony. Te llama Sally, desde Irlanda.

—Ah, sí. Esperaba que telefoneara. Gracias.

—No le comentes nada ahora. No se lo digas por teléfono —suplicó Sandy.

—¡Ni se me pasaría por la cabeza el hacerlo! —repuso Anthony mientras andaba hacia la biblioteca.

Una vez solo, Alexander se sentó en uno de los sofás, y cerró los ojos.

Las últimas dos horas habían sido sumamente difíciles y consumieron todas sus energías. A pesar de que los demás habían hecho grandes esfuerzos por no demostrar lo que sentían, por ser valientes, estaban muy angustiados. Algo que él había previsto que sucedería. Por eso le espantaba tanto tener que decírselo. Lo único que lo ayudó a pasar ese mal trago fue mostrarse lejano y práctico.

Él había logrado ya aceptar su muerte con ecuanimidad, y ponerse de acuerdo con su destino. Gracias a ello, pudo decirles la verdad a sus seres más queridos porque se sentía capaz de ayudarlos a hacer exactamente lo mismo. A Emily le resultarla más difícil, por supuesto. Desde niños habían sido inseparables. Siempre se apoyaban uno en el otro. En esa época, la madre de ambos había sido muy frívola, andaba de hombre en hombre y se casaba con personajes despreciables. Y el padre, un hombre dulce, pero débil, con el corazón destrozado, casi no se daba cuenta de que sus hijos existían. Alexander lanzó un suspiro. ¡Qué catástrofe había sido la vida de su padre! Y también la de su madre. Pero, la vida misma, ¿no era una catástrofe?

Ahuyentó en seguida ese pensamiento porque esa noche no quería hundirse en profundas disquisiciones filosóficas, algo que hacía con mucha frecuencia últimamente. Se dijo que Grandy no las aprobaría, y, al recordar a Emma Harte, sonrió. ¡Qué invencible fue su abuela, hasta el final! Para ella la vida fue un triunfo. Eso contradecía la teoría que acababa de elucubrar..., pero era posible que, para algunas personas, la vida estuviese enraizada en la tragedia y la maldición.

Alexander abrió los ojos y miró a su alrededor, parpadeando. Esa noche, a la luz de las lámparas y con la calidez del fuego que ardía en la chimenea, la sala estaba hermosa. Maggie había decorado ese cuarto nada más casarse y, en cualquier época del año, para él representaba un trozo de la primavera inglesa, con el amarillo de las prímulas y los narcisos, sus celeste y sus verdes. Cada vez que era necesario renovar tapizados y cortinas, él hacía repetir el modelo anterior. Lo había estado haciendo así desde la muerte de Maggie...

La voz de Anthony interrumpió sus pensamientos. —¿Estás bien, Sandy? ¿Te sucede algo? —preguntó, mirándolo con expresión preocupada.

Alexander se irguió en el sofá.

—No, estoy bien. Me estaba recuperando... las últimas horas han sido un poco agotadoras.

—Por supuesto. Vamos a «Mark's», ¿quieres?

A los diez minutos, los primos abandonaban la casa de Alexander en Chesterfield Hill y se dirigían a Charles Street donde se hallaba el club.

La noche era fría y ventosa, y Alexander se encogió dentro del abrigo, metió las manos en los bolsillos y se estremeció.

—¿Cómo está Sally? —preguntó, acomodando el paso al de su primo.

—Espléndida, como siempre. Te manda cariños. Le dije que irías a pasar unos días con nosotros..., pero nada más.

—Te lo agradezco.

Prosiguieron su camino en silencio. De repente, Anthony comentó:

—Sin embargo, hubo algo extraño.

—¿En qué sentido? —preguntó Alexander, que lo miró con curiosidad.

—Sally me contó que Bridget ha estado dándole la lata..., quiere saber cuándo regreso a Clonloughlin. De acuerdo a lo que Sally dice, parece ansiosa por conversar conmigo. En realidad, Sally me ha comentado que hoy la ha notado algo agitada.

—¡Eso sí que es extraño! Aunque, por otra parte, si no te importa que te lo diga, tu ama de llaves siempre me ha parecido un poco excéntrica.

—¿En serio? Mmmmmm. Tal vez tengas razón..., y un poco fantasiosa también, como casi todos los irlandeses. Bueno, pero no puede ser nada importante —terminó Anthony al cruzar Charles Street en dirección al club.

Sin embargo, se equivocaba. Ciertos acontecimientos ocurridos diez años antes volverían a obsesionarlo.