9. La rosca de un tornillo

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La suma de mis experiencias me ha guiado hasta este momento. Hasta esta decisión.

De Juramentada, prólogo

Una ventaja de haberse convertido en «Brillante Radiante» era que, por una vez, se esperaba que Shallan participara en los acontecimientos importantes. Nadie cuestionó su presencia en la apresurada marcha por los pasillos, iluminados por lámparas de aceite que llevaban los guardias. Nadie creyó que estuviese fuera de lugar, nadie se planteó siquiera la pertinencia de llevar a una joven al escenario de un brutal asesinato. Era un cambio más que bienvenido.

Por lo que había oído que la exploradora decía a Dalinar, el cadáver pertenecía a un oficial ojos claros llamado Vedekar Perel. Servía en el ejército de Sebarial, pero Shallan no lo conocía. El cuerpo lo había encontrado un grupo de exploradores en una zona remota del segundo nivel de la torre.

Cuando empezaron a estar cerca, Dalinar y su guardia recorrieron al trote el último tramo, dejando atrás a Shallan. Tormentosos alezi con sus piernas largas. Intentó absorber un poco de luz tormentosa, pero la había gastado toda en aquel condenado mapa, que, para colmo, se había desintegrado en una neblina de luz mientras salían.

Estaba agotada y molesta. Por delante de ella, Adolin paró y miró atrás. Bailó un momento, como impaciente, y luego corrió hacia ella en vez de seguir adelante.

—Gracias —dijo Shallan mientras Adolin se adaptaba a su paso junto a ella.

—Tampoco es que pueda morirse más, ¿verdad? —dijo él, y soltó una risita incómoda. En todo aquel asunto había algo que lo perturbaba mucho.

Adolin intentó cogerle la mano con la que él tenía herida, todavía entablillada, e hizo una mueca de dolor. Shallan optó por tomarlo del brazo y Adolin sostuvo en alto su lámpara de aceite mientras apretaban el paso. Allí los estratos giraban en espiral por el suelo, el techo y las paredes como la rosca de un tornillo. Era tan impresionante que Shallan tomó una Memoria para bosquejarlo más adelante.

Por fin alcanzaron a los demás y atravesaron el perímetro que habían montado los guardias. Aunque el cadáver lo había encontrado el Puente Cuatro, habían pedido refuerzos del ejército Kholin para asegurar la zona.

Protegían una cámara de tamaño medio que habían iluminado con innumerables lámparas de aceite. Shallan se quedó justo en el interior de la puerta, ante una repisa que rodeaba una amplia depresión cuadrada de algo más de un metro de profundidad, tallada en el suelo de piedra de la estancia. Allí los estratos de la pared proseguían su curvada y serpenteante mezcolanza de naranjas, rojos y marrones, que se inflaban formando amplias bandas a lo largo de los lados de la cámara antes de volver a enrollarse en finas franjas que salían por el pasillo del fondo.

El muerto estaba tendido al fondo de la cavidad. Shallan hizo acopio de entereza, pero aun así la visión le resultó nauseabunda. Estaba tumbado sobre la espalda y lo habían apuñalado justo en el ojo. Su cara era un revoltijo sanguinolento y tenía la ropa desaliñada por lo que parecía haber sido una pelea larga.

Dalinar y Navani estaban de pie en la repisa, sobre el hueco. Él tenía el rostro envarado, pétreo. Ella se había llevado la mano segura a los labios.

—Lo hemos encontrado justo como está, brillante señor —dijo Peet, un hombre del puente—. Hemos enviado a buscarte al momento. Por las tormentas que tiene la misma pinta exacta que lo que le pasó al alto príncipe Sadeas.

—Hasta yace en la misma postura —convino Navani, levantándose las faldas para descender por unos escalones a la zona inferior, que ocupaba casi toda la sala.

De hecho…

Shallan miró hacia el techo y vio que de las paredes sobresalían unas esculturas de piedra, parecidas a cabezas de caballos con las bocas abiertas. «Caños —pensó—. Esto era una cámara de baño.»

Navani se arrodilló junto al cuerpo, al otro lado de la sangre que fluía hacia un desagüe en el extremo opuesto de la tina.

—Extraordinario… La postura, la perforación del ojo… son exactamente como lo que le ocurrió a Sadeas. Tiene que haber sido el mismo asesino.

Nadie había intentado escudar a Navani de aquella visión, como si fuese apropiado del todo que la madre del rey estuviera trasteando con un cadáver. A saber; quizá en Alezkar se esperase que las damas hicieran esa clase de cosas. A Shallan todavía le sorprendía lo temerarios que eran los alezi al llevarse a sus mujeres a la batalla como escribas, mensajeras y exploradoras.

Miró a Adolin para ver cómo interpretaba la situación y lo encontró con la mirada fija, horrorizado, con la boca abierta y los ojos como platos.

—¿Adolin? —dijo Shallan—. ¿Era conocido tuyo?

No pareció oírla.

—Es imposible —musitó—. Imposible.

—¿Adolin?

—Esto… No, no lo conocía, Shallan. Pero había supuesto… O sea, imaginaba que la muerte de Sadeas habría sido un crimen aislado. Ya sabes cómo era. Seguro que se metió él solo en líos. Había muchísima gente que podía quererlo muerto, ¿verdad?

—Pues parece que era más que eso —dijo Shallan, cruzándose de brazos.

Adolin bajó los peldaños para ir con Navani, seguido de Peet, Lopen y, curiosamente, Rlain del Puente Cuatro. Su presencia llamó la atención de los demás soldados, varios de los cuales se resituaron con sutileza para proteger a Dalinar del parshendi. Lo consideraban peligroso, llevara el uniforme que llevase.

—¿Colot? —dijo Dalinar, mirando al capitán ojos claros que dirigía a los soldados presentes—. Eres arquero, ¿verdad? ¿Quinto batallón?

—¡Sí, señor!

—¿Y te tenemos explorando la torre con el Puente Cuatro? —preguntó Dalinar.

—Los Corredores del Viento necesitaban más personal, señor, y disponer de más exploradores y escribas para trazar los planos. Mis arqueros tienen buena movilidad. Me pareció mejor que hacer maniobras para lucirnos pasando frío, así que presenté voluntaria a mi compañía.

Dalinar gruñó.

—Quinto batallón. ¿Quién os cubría?

—La octava compañía —respondió Colot—. El capitán Tallan, buen amigo mío. No… no sobrevivió, señor.

—Lo siento, capitán —dijo Dalinar—. ¿Podrías retirarte con tus hombres un momento para que consulte con mi hijo? Mantened ese perímetro hasta nueva orden mía, pero id informando al rey Elhokar de esto y enviad una mensajera a Sebarial. Iré a verlo para explicarle esto en persona, pero mejor que esté al tanto.

—Sí, señor —dijo el arquero larguirucho, y empezó a dar órdenes.

Los soldados se marcharon, incluidos los hombres del puente. Mientras salían, Shallan notó un cosquilleo en la nuca. Se estremeció y no pudo evitar una mirada rápida hacia atrás, odiando la forma en que la hacía sentir aquel edificio insondable.

Renarin estaba justo detrás de ella. Shallan saltó y dio un gritito lamentable. Luego se sonrojó muchísimo, porque había olvidado que el joven estaba allí con ellos. Unos pocos vergüenzaspren aparecieron poco a poco a su alrededor, como pétalos de flor blancos y rojos que flotaban. Los atraía muy pocas veces, lo cual la maravillaba. Lo normal habría sido que se mudaran para siempre cerca de ella.

—Perdona —dijo Renarin—. No quería asustarte.

Adolin cruzó la pila, aún con el semblante distraído. ¿Tanto lo afectaba saber que había un asesino entre ellos? A él habían intentado matarlo casi a diario. Shallan se recogió la falda de la havah y lo siguió hacia abajo, apartándose de la sangre.

—Esto es preocupante —dijo Dalinar—. Nos enfrentamos a una terrible amenaza dispuesta a barrer nuestra especie de Roshar como las hojas ante la muralla de la tormenta. No tengo tiempo de preocuparme por un asesino que acecha en estos túneles. —Alzó la mirada hacia Adolin—. La mayoría de los hombres que habría asignado a una investigación como esta murieron. Niter, Malan… La guardia real no salió mejor parada, y los hombres del puente, por loables que sean, no tienen experiencia en estos asuntos. Voy a tener que dejártelo a ti, hijo.

—¿A mí? —repuso Adolin.

—Investigaste bien el accidente de la silla de montar del rey, aunque al final aquello quedara más o menos en nada. Aladar es el Alto Príncipe de Información. Explícale lo sucedido, que asigne un equipo a investigarlo y trabaja con ellos como enlace conmigo.

—Quieres que investigue quién mató a Sadeas —dijo Adolin.

Dalinar asintió y se acuclilló junto al cadáver, aunque Shallan no tenía ni idea de qué esperaba ver. El tipo estaba muerto y bien muerto.

—Tal vez si se ocupa de la tarea mi hijo, convenceré a la gente de que tengo toda la intención de encontrar al asesino. O puede que no, porque también podrían pensar que he puesto al mando a alguien capaz de guardar el secreto. Tormentas, echo mucho de menos a Jasnah. Ella habría sabido cómo presentar esto para impedir que la opinión de la corte se vuelva contra nosotros.

»En cualquier caso, hijo, dedícate a esto. Asegúrate de que los altos príncipes que quedan por lo menos sepan que consideramos prioritarios estos asesinatos y que estamos decididos a encontrar al responsable.

Adolin tragó saliva.

—Entendido. —Shallan entornó los ojos. ¿Qué le pasaba? Echó un vistazo a Renarin, que seguía arriba, en la pasarela que rodeaba la tina vacía. Renarin estaba observando a Adolin sin que sus ojos de color zafiro parpadearan ni una vez. El joven siempre había sido un poco raro, pero dio a Shallan la sensación de saber algo que ella no. En su falda, Patrón zumbó con suavidad. Al poco, Dalinar y Navani se marcharon para hablar con Sebarial. Cuando hubieron salido de la cámara, Shallan cogió a Adolin del brazo.

—¿Qué ocurre? —susurró—. Conocías al fallecido, ¿verdad? ¿Sabes quién pudo matarlo?

Él la miró a los ojos.

—No tengo ni la menor idea de quién ha sido, Shallan. Pero te aseguro que voy a descubrirlo.

Shallan sostuvo la mirada a sus ojos azul claro, evaluándola. Tormentas, pero ¿qué esperaba ver en él? Adolin era un hombre maravilloso, pero tenía la picardía de un recién nacido.

Adolin salió al pasillo y Shallan se apresuró a seguirlo. Renarin se quedó en la entrada de la cámara, mirándolos recorrer el pasillo hasta que Shallan dejó de distinguirlo en las miradas furtivas que echaba hacia atrás.

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