8. Una mentira peligrosa

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Pero a pesar de ese momento, puedo decir con sinceridad que este libro lleva fermentando en mí desde mi juventud.

De Juramentada, prólogo

Shallan estaba dibujando.

Raspaba su cuaderno con trazos gruesos, agitados. Hacía rodar el carboncillo entre los dedos después de cada pocas líneas, buscando las partes más afiladas para que sus trazos fuesen de un negro intenso.

—Mmm… —dijo Patrón desde cerca de sus pantorrillas, donde adornaba su falda como un bordado—. ¿Shallan?

Ella siguió dibujando, llenando la página de líneas negras.

—¿Shallan? —insistió Patrón—. Entiendo por qué me odias, Shallan. No pretendía ayudarte a matar a tu madre, pero es lo que hice. Es lo que hice…

Shallan apretó la mandíbula y siguió bosquejando. Estaba sentada en el exterior de Urithiru, con la espalda contra un frío trozo de piedra, los dedos de los pies helados y friospren creciendo como estacas a su alrededor. El pelo revuelto le azotó la cara con una ráfaga de viento y tuvo que sostener el papel en su sitio con los pulgares, uno de ellos envuelto en su manga izquierda.

—Shallan… —dijo Patrón.

—No pasa nada —lo interrumpió Shallan con un susurro mientras el viento remitía—. Tú… tú déjame dibujar.

—Mmm… —dijo Patrón—. Una mentira poderosa…

Un simple paisaje. Shallan debería ser capaz de dibujar un paisaje sencillo y tranquilizador. Estaba sentada al borde de una de las diez plataformas de las Puertas Juradas, que se elevaban tres metros por encima de la meseta principal. Ese mismo día había activado la Puerta Jurada de su plataforma para llevar a Urithiru a varios centenares más de los miles que esperaban en Narak. Tendría que ser así durante un tiempo, porque cada uso del dispositivo consumía una cantidad increíble de luz tormentosa. Incluso con las gemas que habían traído los recién llegados, ya no quedaba demasiada.

Y tampoco quedaba demasiado de Shallan. Solo un Caballero Radiante de pleno derecho y en activo podía operar las construcciones de control en el centro de cada plataforma e iniciar el salto. De momento, la única opción era Shallan.

Y eso significaba que tenía que invocar su hoja esquirlada cada vez. La hoja con la que había matado a su madre. Una verdad que había pronunciado como un Ideal de su orden de Radiantes.

Una verdad que, en consecuencia, ya no podía relegar al fondo de su mente y olvidar.

«Tú dibuja.»

La ciudad dominaba su campo de visión. Se extendía hasta una altura imposible, y Shallan se las vio y se las deseó para capturar la inmensa torre en la página. Jasnah había querido encontrar Urithiru con la esperanza de que contuviera libros y registros antiguos, pero hasta la fecha no habían encontrado nada similar. De hecho, Shallan estaba esforzándose en comprender la propia torre.

Si la capturaba en un boceto, ¿por fin podría asimilar su increíble tamaño? No hallaba ángulo desde el que pudiera contemplar la torre entera, así que su mente vagaba a las cosas pequeñas. Las terrazas, la forma de los campos, las cavernosas aberturas… fauces que engullían, consumían, oprimían.

No acabó con un boceto de la torre en sí, sino con líneas entrecruzadas sobre un fondo de carboncillo más suave. Miró el esbozo mientras un vientospren pasaba por delante y removía las páginas. Suspiró, guardó el carboncillo en su cartera y sacó un trapo húmedo para limpiarse los dedos de la mano libre.

Abajo, en la meseta, los soldados hacían maniobras. La idea de que todos vivieran en el mismo lugar perturbaba a Shallan, lo cual era una idiotez. Solo era un edificio.

Pero un edificio que no lograba bosquejar.

—Shallan… —dijo Patrón.

—Lo resolveremos —respondió ella, con la mirada al frente—. No es culpa tuya que mis padres estén muertos. No lo provocaste tú.

—Puedes odiarme —dijo Patrón—. Lo entiendo.

Shallan cerró los ojos. No quería que lo entendiera. Quería que Patrón la convenciera de que se equivocaba. Necesitaba estar equivocada.

—No te odio, Patrón —dijo—. Odio la espada.

—Pero…

—La espada no eres tú. La espada soy yo, es mi padre, es la vida que llevábamos y la forma en que se torció del todo.

—No… —zumbó Patrón con suavidad—. No lo entiendo.

«Me extrañaría que pudieras —pensó Shallan—, porque yo desde luego no lo entiendo.» Por suerte, llegaba hacia ella una distracción en forma de una exploradora que subía por la rampa a la plataforma donde estaba sentada Shallan. La mujer ojos oscuros vestía de blanco y azul, con pantalones bajo una falda de mensajera, y tenía el cabello largo y oscuro de los alezi.

—Eh… ¿Brillante Radiante? —dijo la exploradora después de inclinarse hacia Shallan—. El alto príncipe requiere tu presencia.

—Pues vaya —dijo Shallan, aunque en su fuero interno la aliviaba tener algo que hacer. Entregó su cuaderno a la exploradora para que lo sostuviese mientras guardaba lo demás en la cartera.

Reparó en sus esferas opacas.

Aunque tres altos príncipes se habían unido a Dalinar en su expedición al centro de las Llanuras Quebradas, la mayoría se habían quedado atrás. Cuando llegó la inesperada alta tormenta, Hatham había recibido aviso por vinculacaña de exploradores a lo largo y ancho de las llanuras.

Su campamento de guerra había podido sacar casi todas sus esferas para recargar antes de que cayera la tormenta, por lo que reunieron una cantidad inmensa de luz tormentosa en comparación con el resto. Hatham estaba haciéndose rico, ya que Dalinar compraba esferas infundidas para operar la Puerta Jurada y hacer llegar suministros a Urithiru.

Comparado con eso, proporcionarle esferas a ella para que entrenara como Tejedora de Luz no era un gasto exagerado, pero aun así tenía remordimientos por haber agotado dos de ellas al consumir luz tormentosa para hacer más tolerable el aire gélido. Tendría que moderarse.

Lo recogió todo, fue a recuperar su libreta y encontró a la exploradora pasando páginas con los ojos muy abiertos.

—Brillante —dijo la mujer—, son asombrosos.

Había unos cuantos bocetos que representaban la torre vista desde su base, capturando un vago sentido de la majestuosidad de Urithiru, pero sobre todo dando un cierto vértigo. Descontenta, Shallan cayó en la cuenta de que había hecho hincapié en la naturaleza surrealista de los bocetos usando puntos de fuga y perspectivas imposibles.

—Intento dibujar la torre —dijo Shallan—, pero no le encuentro el ángulo bueno.

A lo mejor, cuando volviera el brillante señor Ojos Tristes, podía llevarla volando a otra cima de la cordillera.

—No había visto nunca nada parecido —dijo la exploradora, pasando páginas—. ¿Cómo lo llamas?

—Surrealismo —respondió Shallan, cogiendo el gran cuaderno de bocetos y poniéndoselo bajo el brazo—. Fue un movimiento artístico antiguo. Supongo que lo he adoptado sin pensarlo al no poder reflejar la imagen como quería. Ya casi nadie le da importancia, excepto los estudiantes.

—Ha hecho que mis ojos hicieran creer a mi cerebro que había olvidado despertar.

Shallan hizo un gesto y la exploradora bajó por delante de ella y abrió el paso por la meseta. Shallan se fijó en que bastantes soldados habían dejado sus maniobras y la observaban. ¡Qué incordio! Ya nunca podría volver a ser solo Shallan, la chica insignificante de un pueblecillo perdido. Ahora era «Brillante Radiante», en apariencia de la orden de los Nominadores de lo Otro. Había convencido a Dalinar de fingir, al menos en público, que Shallan pertenecía a una orden que no podía crear ilusiones. Necesitaba evitar que se conociera su secreto, o la efectividad de sus poderes se resentiría.

Los soldados la miraban como si esperaran que en cualquier momento le saliera una armadura esquirlada, disparara rayos de fuego por los ojos y saliera volando para derruir un par de montañas. «A lo mejor, debería mostrarme más serena —se dijo Shallan—. Más… ¿caballeresca?»

Miró a un soldado que llevaba el uniforme dorado y rojo del ejército de Hatham. El hombre bajó la mirada al instante y frotó la glifoguarda que llevaba atada en el brazo derecho. Dalinar estaba decidido a restaurar la buena reputación de los Radiantes, pero, tormentas, no se podía cambiar la perspectiva de una nación entera en cuestión de pocos meses. Los antiguos Caballeros Radiantes habían traicionado a la humanidad y, aunque muchos alezi parecían dispuestos a hacer borrón y cuenta nueva con las órdenes, otros no eran tan comprensivos.

Aun así, Shallan intentó mantener la cabeza alta, la espalda erguida y caminar más como siempre le habían ordenado sus tutoras. El poder era una ilusión de la percepción, como había dicho Jasnah. El primer paso para asumir el control era verse a una misma capaz de asumir el control.

La exploradora la llevó al interior de la torre y juntas subieron un tramo de escalera, hacia la sección segura de Dalinar.

—Brillante —dijo la exploradora mientras caminaban—, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Dado que eso era una pregunta, parece ser que puedes.

—Ah, hum… Je.

—Tranquila. ¿Qué querías saber?

—Eres… una Radiante.

—Eso en realidad es una afirmación, lo que me hace dudar de mi veredicto anterior.

—Lo siento. Es que… tengo curiosidad, brillante. ¿Cómo funciona lo de ser una Radiante? ¿Tienes hoja esquirlada?

Conque ahí quería llegar.

—Te aseguro —respondió Shallan— que es perfectamente posible mantener la adecuada feminidad mientras cumplo mis deberes como caballero.

—Ah —dijo la exploradora. Era raro, pero parecía decepcionada por la respuesta de Shallan—. Por supuesto, brillante.

Urithiru daba la impresión de estar tallada en la roca de una montaña, como si fuese una escultura. De hecho, no había discontinuidades en las esquinas de las habitaciones, ni ladrillos o bloques distinguibles en las paredes. Buena parte de la piedra mostraba finas líneas de estratos. Eran líneas hermosas en distintos tonos, como capas de ropa apilada en la tienda de un mercader.

Los pasillos tendían a trazar extrañas curvas, y rara vez avanzaban rectos hacia una intersección. Dalinar había sugerido que tal vez el objetivo fuese engañar a posibles invasores, como las fortificaciones de un castillo. Los giros amplios y la ausencia de lindes hacían que los pasillos dieran sensación de túneles.

Shallan no necesitaba que nadie la guiara: los estratos de las paredes tenían pautas distintivas. Había quienes tenían más problemas para distinguirlos, y se hablaba de pintar signos orientativos en los suelos. ¿Es que no podían distinguir patrones como aquel, de amplios estratos rojizos alternados con otros amarillos más finos? Solo había que seguir la dirección en la que las líneas se curvaban levemente hacia arriba y se estaba yendo hacia los aposentos de Dalinar.

Tardaron poco en llegar, y la exploradora se quedó montando guardia en la puerta por si volvían a requerirse sus servicios. Shallan entró en una estancia que el día anterior había estado vacía, pero la encontró amueblada por completo, convertida en un espacio de reunión contiguo a las habitaciones privadas de Dalinar y Navani.

Adolin, Renarin y Navani estaban sentados frente a Dalinar, que estaba de pie con las manos en las caderas estudiando un mapa de Roshar que había en la pared. Aunque el lugar estaba atestado de elegantes alfombras y muebles, el lujo encajaba con aquella cruda cámara como la havah de una dama en un cerdo.

—No sé cómo abordar a los azishianos, padre —estaba diciendo Renarin cuando entró ella—. Su nuevo emperador los vuelve impredecibles.

—Son azishianos —dijo Adolin, saludando a Shallan con la mano que no tenía herida—. ¿Cómo no van a ser predecibles? ¿Su gobierno no dicta hasta cómo deben pelar la fruta?

—Eso es un estereotipo —objetó Renarin. Llevaba su uniforme del Puente Cuatro, pero tenía una manta echada a los hombros y sostenía una humeante taza de té pese a que en la sala tampoco hacía demasiado frío—. Sí, tienen una burocracia extensa, pero aun así un cambio de gobierno tiene que provocar agitación. Es más, podría ser incluso más fácil que ese nuevo emperador azishiano cambiara de política, ya que la política está lo suficientemente bien definida para cambiarse.

—Yo no me preocuparía por los azishianos —dijo Navani. Dio unos golpecitos en su cuaderno con una pluma y luego escribió algo en él—. Atenderán a razones, como siempre hacen. ¿Qué pasa con Tukar y Emul? No me sorprendería que esa guerra que se traen baste para distraerlos hasta del regreso de las Desolaciones.

Dalinar gruñó y se frotó el mentón con una mano.

—Está ese caudillo de Tukar, ¿cómo se llama?

—Tezim —dijo Navani—. Afirma ser un aspecto del Todopoderoso.

Shallan dio un bufido mientras se sentaba al lado de Adolin y dejaba su cartera y su libreta en el suelo.

—¿Un aspecto del Todopoderoso? Bueno, menos mal que es humilde.

Dalinar se volvió hacia ella y se agarró las manos a la espalda. ¡Tormentas! Siempre parecía… enorme. Más grande que cualquier sala en la que estuviera, con el ceño perpetuamente fruncido por los más profundos pensamientos. Dalinar Kholin podía hacer que la elección de su desayuno pareciese la decisión más importante de todo Roshar.

—Brillante Shallan —dijo Dalinar—. Dime, ¿cómo lidiarías con los reinos makabaki? Ahora que ha llegado la tormenta, como les advertimos, tenemos la oportunidad de dirigirnos a ellos desde una posición de fuerza. Azir es el más importante, pero acaba de atravesar una crisis sucesoria. Emul y Tukar por supuesto guerrean entre ellos, como ha señalado Navani. Desde luego podríamos dar uso a las redes de información de Tashikk, pero son muy aislacionistas. Lo cual nos deja con Yezier y Liafor. ¿Es posible que el peso de su implicación pueda persuadir a sus vecinos?

La miró expectante.

—Sí, sí… —respondió Shallan, pensativa—. Es verdad que he oído hablar de algunos de esos lugares.

Dalinar apretó los labios y Patrón zumbó preocupado en su falda. Dalinar no parecía ser de los que encajaban bien las bromas.

—Lo siento, brillante señor —dijo Shallan, apoyando la espalda en su silla—, pero no entiendo de qué pueden servirte mis aportaciones. Sé de esos reinos, por supuesto, pero mi conocimiento sobre ellos es académico. Seguramente podría citar sus principales exportaciones, pero en lo que respecta a la política exterior… bueno, ni siquiera había hablado con nadie de Alezkar antes de abandonar mi tierra natal. ¡Y eso que somos vecinos!

—Ya veo —dijo Dalinar con suavidad—. ¿Tu spren nos ofrece algún consejo? ¿Podrías sacarlo para que hable con nosotros?

—¿Patrón? No tiene grandes conocimientos sobre nuestra especie, que viene a ser por lo que está aquí. —Se removió en su asiento—. Y para serte sincera, brillante señor, creo que le das miedo.

—Bueno, eso demuestra que tiene dos dedos de frente —comentó Adolin.

Dalinar lanzó una mirada a su hijo.

—No seas así, padre —dijo Adolin—. Si alguien puede ser capaz de intimidar a una fuerza de la naturaleza, ese eres tú.

Dalinar suspiró, dio media vuelta y apoyó la mano en el mapa. Contra todo pronóstico, fue Renarin quien se levantó, apartó su manta y su taza y se acercó a su padre para ponerle la mano en el hombro. El joven parecía más flacucho de lo normal al lado de Dalinar, y aunque su cabello no era tan rubio como el de Adolin, tenía mechones dorados. Era extraño lo mucho que contrastaba con Dalinar, casi como si estuviera hecho a partir de un molde distinto del todo.

—Es que es inmenso, hijo —dijo Dalinar, mirando el mapa—. ¿Cómo voy a unificar todo Roshar si ni siquiera he visitado muchos de estos reinos? Las palabras de la joven Shallan han sido sabias, aunque quizá no se haya dado cuenta. No conocemos a esa gente. ¿Y ahora se supone que debo hacerme responsable de ellos? Ojalá pudiera verlo todo…

Shallan cambió de postura en su asiento, con la sensación de haber sido olvidada. Quizá Dalinar hubiera enviado a buscarla porque quería la ayuda de sus Radiantes, pero la dinámica de los Kholin siempre había sido familiar. Y en ese aspecto, ella era una intrusa.

Dalinar fue a servirse una copa de vino de una jarra calentada que había cerca de la puerta. Cuando pasó a su lado, Shallan sintió algo raro. Fue parecido a un brinco en su interior, como si Dalinar tirara de una parte de ella.

Volvió a pasar junto a ella con una copa en la mano y Shallan se levantó del asiento y lo siguió hacia el mapa de la pared. Inspiró mientras andaba, absorbiendo luz tormentosa de su cartera en un flujo titilante. La luz la infundió y brilló desde su piel.

Apoyó la mano libre en el mapa. La luz tormentosa emanó de ella, iluminando el mapa con una arremolinada tempestad de luz. Shallan no comprendía del todo lo que estaba haciendo, pero eso era lo normal. El arte no consistía en comprender, sino en saber.

La luz tormentosa fluyó desde el mapa, pasó como un torrente entre Dalinar y ella e hizo que Navani se levantara y retrocediera. La luz rodó en espirales por la sala y se convirtió en otro mapa más grande que permaneció flotando en el centro de la estancia a la altura aproximada de la mesa. Las montañas crecieron como las arrugas de una tela al comprimirla. Las vastas llanuras brillaban verdes de enredaderas y campos de hierba. A las yermas faldas de las colinas les salieron espléndidas sombras de vida por el lado de sotavento. Padre Tormenta… Bajo la atenta mirada de Shallan, la topografía del territorio se hizo real.

Se quedó sin aliento. ¿Eso lo había hecho ella? ¿Cómo? Sus ilusiones solían requerir un dibujo previo al que imitar.

El mapa se extendió hacia los lados de la sala, brillando en los bordes. Adolin se levantó, atravesando la ilusión en algún lugar cercano a Kharbranth. Las volutas de luz tormentosa se partieron a su alrededor pero, cuando se movió, la imagen se arremolinó y volvió a componerse con exactitud detrás de él.

—¿Cómo es…? —Dalinar se inclinó hacia su sector del mapa, que detallaba las islas Reshi—. Tiene un detalle increíble. Casi se ven hasta las ciudades. ¿Qué has hecho?

—No sé ni siquiera si he hecho algo —dijo Shallan, metiéndose en la ilusión y sintiendo ondear la luz tormentosa en torno a ella. Por mucho detalle que tuviera, el punto de vista seguía siendo muy lejano y las montañas no tenían ni siquiera la altura de una uña—. Esto no puedo haberlo creado yo, brillante señor. No tengo el conocimiento necesario.

—Pues yo no he sido —dijo Renarin—. La luz tormentosa ha salido sin duda de ti, brillante.

—Ya, bueno, pero tu padre estaba tirando de mí en ese momento.

—¿Tirando? —preguntó Adolin.

—Es el Padre Tormenta —explicó Dalinar—. Esto es su influencia. Esto es lo que él ve cada vez que una tormenta cruza Roshar. No has sido tú ni he sido yo: hemos sido los dos. De algún modo.

—Bueno, es cierto que estabas quejándote de no poder verlo todo —señaló Shallan.

—¿Cuánta luz tormentosa ha hecho falta para esto? —preguntó Navani, recorriendo el borde del nuevo y vibrante mapa.

Shallan comprobó su cartera.

—Esto… toda.

—Te conseguiremos más —dijo Navani, y suspiró.

—Lamento mucho…

—No —la interrumpió Dalinar—. Que mis Radiantes practiquen con sus poderes es de los recursos más valiosos en los que puedo invertir ahora mismo. Aunque Hatham nos esté cobrando un riñón por las esferas.

Dalinar se internó con paso firme en la imagen, distorsionándola al pasar, hasta que llegó cerca del centro, junto a la posición de Urithiru. Miró de un lado a otro de la sala en un largo y lento examen.

—Diez ciudades —susurró—, diez reinos, diez Puertas Juradas que los conectan desde tiempos inmemoriales. Así es como luchamos. Este es nuestro inicio. No empezaremos salvando el mundo, sino dando un paso sencillo. Protegeremos las ciudades que tienen Puertas Juradas.

»Los Portadores del Vacío están en todas partes, pero nosotros podemos tener mejor movilidad. Podemos reforzar las capitales y enviar alimento o moldeadores de almas rápidamente entre reinos. Podemos hacer de esas ciudades bastiones de luz y fuerza. Pero debemos apresurarnos. Él se acerca. El hombre con nueve sombras…

—¿Perdón? —dijo Shallan, espabilando de repente.

—El campeón del enemigo —respondió Dalinar, entornando los ojos—. En las visiones, Honor me dijo que nuestra mejor posibilidad de supervivencia está en obligar a Odium a aceptar un combate de campeones. He visto al campeón del enemigo y es una criatura en armadura negra y con los ojos rojos. Un parshmenio, quizá. Tenía nueve sombras.

Renarin, que estaba cerca, había girado la cabeza hacia su padre, con los ojos desorbitados y la mandíbula suelta. Nadie más pareció darse cuenta.

—Azimir, la capital de Azir, tiene Puerta Jurada —dijo Dalinar, pasando de Urithiru al centro de Azir, al oeste—. Tenemos que abrirla y ganarnos la confianza de los azishianos. Serán importantes para nuestra causa.

Siguió caminando hacia el oeste.

—Hay una Puerta Jurada oculta en Shinovar. Otra en la capital de Babazarnam y una cuarta en la lejana Rall Elorim, la Ciudad de las Sombras.

—Y otra en Rira —dijo Navani, llegando a su lado—. Jasnah creía que estaba en la ciudad de Kurth. Una sexta se perdió en Aimia con la destrucción de la isla.

Dalinar dio un gruñido y pasó al sector oriental del mapa.

—Con Vedenar hacen siete —dijo, entrando en la tierra natal de Shallan—. Ciudad Thaylen es la octava. Y están las Llanuras Quebradas, que dominamos.

—Y la última está en Kholinar —añadió Adolin con voz suave—, nuestro hogar.

Shallan se acercó a él y le tocó el brazo. La comunicación por vinculacaña con la ciudad se había interrumpido. Nadie sabía en qué estado se hallaba Kholinar. La mejor pista que tenían había llegado por el mensaje de vinculacaña que había enviado Kaladin.

—Empezaremos sin grandes aspiraciones —dijo Dalinar—, con algunas de las ciudades más importantes para sostener el mundo en pie. Azir, Jah Keved, Thaylenah. Contactaremos con las demás naciones, pero nuestro foco estará en esos tres centros de poder. Azir por su organización y su influencia política. Thaylenah por sus logros navales y sus rutas de comercio marítimo. Jah Keved por su mano de obra. Brillante Davar, te agradecería cualquier información que puedas ofrecer sobre tu tierra natal y su estado tras la guerra civil.

—¿Y Kholinar? —preguntó Adolin.

Una llamada a la puerta impidió responder a Dalinar. Cuando dio su permiso, la exploradora de antes asomó la cabeza desde fuera.

—Brillante señor —dijo, con cara de preocupación—, tienes que ver una cosa.

—¿Qué ocurre, Lyn?

—Brillante señor, ha… ha habido otro asesinato.

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