101. Ojomuerto

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Moelach guarda una gran similitud con Nergaoul, aunque se suponía que el primero, en lugar de inspirar una furia bélica, concedía visiones del futuro. En esto coinciden los relatos orales y la teología. La percepción del futuro tiene su origen en los Deshechos, y proviene del enemigo

De Mítica de Hessi, página 143

Adolin tiró de la chaqueta, en el camarote del capitán Ico. El spren le había dejado usar la habitación unas horas.

La chaqueta era demasiado corta, pero era la más grande que tenía el spren. Adolin había recortado los pantalones por debajo de las rodillas para meterlos en sus largos calcetines y sus botas altas. Se arremangó la chaqueta para conjuntarla, aproximándose a una vieja moda de Thaylenah. La chaqueta seguía pareciendo demasiado abombada.

«Déjala sin abrochar —pensó—. Así parece que vayas arremangado a propósito.» Se metió la camisa por dentro y se apretó el cinturón. ¿Bien por contraste? Se miró en el espejo del capitán. Le faltaba un chaleco. Pero por suerte, eso no era demasiado difícil de imitar. Ico le había dado una chaqueta de color bermellón que le venía pequeña. Adolin le quitó el cuello y las mangas, le hizo el dobladillo y la abrió por detrás.

Estaba terminando de acordonar la espalda cuando Ico entró a ver cómo le iba. Adolin se abotonó el improvisado chaleco, se puso la chaqueta y se presentó al capitán con los brazos separados.

—Muy bonito —dijo Ico—. Pareces un honorspren yendo a un Festín de la Luz.

—Gracias —contestó Adolin, inspeccionándose en el pequeño espejo—. La chaqueta tendría que ser más larga, pero acabo de verme capaz de deshacer el dobladillo.

Ico lo contempló con sus ojos metálicos, de bronce, con agujeros por pupilas, como había visto Adolin en algunas estatuas. Hasta el pelo del spren parecía esculpido. Ico casi podría haber sido un rey preservado por el moldeado de almas en tiempos remotos.

—Eras un dirigente entre los tuyos, ¿verdad? —preguntó Ico—. ¿Por qué te fuiste? Los humanos que nos llegan aquí son refugiados, mercaderes o exploradores, no reyes.

Rey. ¿Adolin era rey? Seguro que su padre optaría por no seguir adelante con la abdicación, después del fallecimiento de Elhokar.

—¿No respondes? —dijo Ico—. Está bien. Pero sí que fuiste un gobernante entre ellos. Te lo noto. La alcurnia es importante para los humanos.

—Quizá un poco demasiado importante, ¿eh? —dijo Adolin, ajustándose el tapaboca que se había hecho a partir de su pañuelo de bolsillo.

—Cierto es —repuso Ico—. Sois todos humanos, de modo que ninguno de vosotros, por muy alta cuna que tenga, es de fiar con un juramento. ¿Contratos para una travesía? Bien. Pero los humanos traicionáis toda confianza que se os da. —El spren frunció el ceño, pareció avergonzarse y apartó la mirada—. Eso ha sido muy maleducado.

—La mala educación no implica necesariamente falsedad, sin embargo.

—En todo caso, no pretendía insultarte. No es culpa tuya. Traicionar los juramentos está en tu naturaleza, como humano, nada más.

—No conoces a mi padre —dijo Adolin.

Pero aun así, la conversación lo incomodó. No por las palabras de Ico, ya que los spren solían decir cosas raras y Adolin no se había ofendido. Era más que cada vez lo preocupaba más la perspectiva de tener que asumir el trono de verdad. Había crecido sabiendo que podía ocurrir, pero también deseando con desespero que nunca lo hiciera. En sus momentos de reflexión, había supuesto que la reticencia se debía a que un rey no podía dedicarse a cosas como los duelos y… bueno, y disfrutar de la vida.

Pero ¿y si era algo más profundo? ¿Y si siempre había sabido que la inconsistencia acechaba en su interior? No podía seguir fingiendo que era el hombre que su padre quería que fuese.

En fin, de todos modos daba igual: Alezkar, como nación, había caído. Salió con Ico del camarote del capitán y subió a cubierta, donde se reunió con Shallan, Kaladin y Celeste junto a la regala de estribor. Todos iban vestidos con camisa, pantalón y chaqueta, que habían comprado a los alcanzadores con esferas opacas. Las gemas agotadas distaban mucho de valer lo mismo que al otro lado, pero al parecer existía algún tipo de comercio con el Reino Físico, por lo que conservaban algún valor.

Kaladin miró boquiabierto a Adolin, desde las botas hasta el tapaboca del cuello, y luego se fijó en el chaleco. Solo por aquella expresión atónita ya había merecido la pena el esfuerzo.

—¿Cómo es posible? —exigió saber el hombre del puente—. ¿Te lo has cosido tú?

Adolin sonrió. Kaladin parecía un hombre que se hubiera intentado poner su ropa de la infancia; jamás podría abotonarse aquella chaqueta sobre su amplio pecho. A Shallan le sentaban mejor la camisa y la chaqueta, desde el estricto punto de vista de las medidas, pero el corte no la favorecía. Celeste parecía mucho más… normal sin sus espectaculares peto y capa.

—Sería capaz de matar por una falda —comentó Shallan.

—¡Será broma! —exclamó Celeste.

—No. Me estoy hartando de que los pantalones me rocen las piernas. Adolin, ¿podrías coserme un vestido? No sé, ¿juntar las perneras de estos pantalones?

Adolin se frotó el mentón, del que había empezado a brotar una barba rubia.

—No funciona así. No puedo crear más tela por arte de magia. Es…

Calló mientras, por encima de ellos, las nubes de pronto titilaron, brillando con una extraña irisación nacarada. Otra alta tormenta, la segunda desde su llegada a Shadesmar. El grupo dejó de hablar y contempló el impresionante espectáculo de luces. A su alrededor, los alcanzadores parecieron erguirse más rectos, ocuparse de sus tareas marítimas con más vigor.

—¿Lo veis? —dijo Celeste—. Tenía yo razón. Deben de alimentarse de ella, de alguna manera.

Shallan entornó los ojos y luego cogió su cuaderno y se marchó para empezar a entrevistar a algunos spren. Kaladin fue donde estaba Syl, en su lugar favorito a proa. Adolin la veía a menudo mirando hacia el sur, como si deseara con ansia que el barco navegara más deprisa.

Adolin se quedó a un lado de la cubierta, viendo cómo se apartaban las cuentas de debajo. Cuando alzó la mirada, encontró a Celeste observándolo.

—¿De verdad te lo has cosido? —preguntó ella.

—No ha habido que coser mucho —dijo Adolin—. El tapaboca y la chaqueta tapan casi todo el destrozo que he hecho al chaleco, que antes era una chaqueta más pequeña.

—Aun así —dijo ella—, es una habilidad poco frecuente en la realeza.

—¿Y a cuántos miembros de la realeza has conocido?

—A más de los que cabría suponer.

Adolin asintió.

—Ya veo. ¿Eres enigmática a propósito o es que sucede así por casualidad?

Celeste se apoyó en la regala del barco, con la brisa agitándole el pelo corto. Parecía más joven cuando no llevaba el peto y la capa. Quizá tendría unos treinta y cinco años, más o menos.

—Un poco de cada. Descubrí de joven que abrirme demasiado a los extraños… no me convenía nada. Pero respondiendo a tu pregunta, sí que he conocido a miembros de la realeza. Entre ellos, una mujer que la dejó atrás. Trono, familia, responsabilidades…

—¿Abandonó su deber? —Para Adolin era casi inconcebible.

—El trono estaría mejor servido por alguien que disfrutara sentándose en él.

—El deber no tiene nada que ver con lo que se disfruta. Consiste en hacer lo que se te exige, en servir a un bien mayor. No se puede renunciar a la responsabilidad solo porque a uno le apetezca.

Celeste miró a Adolin, que notó que se sonrojaba.

—Perdona —añadió—. Es posible que mi padre y mi tío me hayan… imbuido cierta pasión por este tema.

—No pasa nada —dijo Celeste—. Puede que tengas razón, y puede que haya algo en mí que lo sepa. Siempre me veo envuelta en situaciones como la de Kholinar, liderando la Guardia de la Muralla. Me implico demasiado… y luego abandono a todos…

—No abandonaste la Guardia de la Muralla, Celeste —dijo Adolin—. No podías haber impedido lo que ocurrió.

—Tal vez. No me quito la sensación de que este es solo otro en una larga cadena de deberes a los que renuncio, de cargas que suelto, quizá con resultados desastrosos. —Por algún motivo, puso la mano en el pomo de su hoja esquirlada al decirlo. Entonces miró a Adolin a los ojos—. Pero de todas las cosas que he abandonado, la que no lamento es permitir que reinara otra persona. A veces, la mejor manera de cumplir con el deber es dejar que otro, alguien más capaz, intente llevarlo a cabo.

Qué idea más ajena. A veces había que hacerse cargo de un deber sin que te correspondiera, pero ¿abandonarlo? ¿Cedérselo a otra persona sin más?

Adolin siguió meditando sobre aquello. Dio las gracias a Celeste con un asentimiento cuando ella se excusó para buscar algo de beber. Adolin seguía allí de pie cuando Shallan regresó de entrevistar, o mejor dicho, interrogar a los alcanzadores. Lo cogió del brazo y se quedaron juntos un rato mirando las nubes centelleantes.

—Tengo una pinta terrible, ¿verdad? —preguntó Shallan por fin, dándole un codazo en el costado—. Sin maquillar, sin haberme lavado el pelo desde hace días y ahora con una ropa de trabajador que me hace gorda.

—No creo que seas capaz de tener una pinta terrible —dijo él, acercándosela—. Ni con todo ese color, las nubes te hacen la competencia.

Atravesaron un mar de llamitas de vela flotantes, que representaban un pueblo en el lado humano. Las llamas estaban agrupadas en zonas reducidas. Refugiándose de la tormenta.

Al cabo de un tiempo, las nubes perdieron el brillo, pero como en teoría ya estaban cerca de la ciudad, Shallan se emocionó y empezó a buscarla. Terminó señalando hacia tierra en el horizonte.

Celebrant estaba un poco costa abajo. Al aproximarse, vieron otros barcos que entraban o salían del puerto, todos tirados por al menos dos mandras.

El capitán Ico se acercó a ellos.

—Llegaremos pronto. Vamos a sacar a esa ojomuerto tuya.

Adolin asintió, dio a Shallan una palmadita en la espalda y siguió a Ico por la escalera hacia el calabozo, una sala pequeña muy a popa en la bodega de carga. Ico abrió la puerta con una llave y dentro estaba la spren de la espada de Adolin sentada en un banco. La spren lo miró con sus inquietantes ojos raspados, en una cara de cuerdas desprovista de toda emoción.

—Ojalá no la hubieras encerrado aquí dentro —dijo Adolin, agachándose para mirar por el bajo hueco de la puerta.

—No pueden estar en cubierta —respondió Ico—. No miran por dónde andan y se caen. No pienso pasarme días intentando pescar a un ojomuerto perdido.

La spren se levantó y fue junto a Adolin, y entonces Ico extendió el brazo para cerrar el calabozo.

—¡Espera! —dijo Adolin—. Ico, he visto algo moviéndose al fondo.

Ico cerró la puerta y se colgó el aro de llaves del cinturón.

—Mi padre.

—¿Tu padre? —se sorprendió Adolin—. ¿Tienes a tu padre encerrado?

—No soporto la idea de que desaparezca vagabundeando por ahí —dijo Ico, con la mirada al frente—. Pero tengo que tenerlo bajo llave, o saldría en busca del humano que lleva su cadáver. Se tiraría al mar desde la cubierta.

—¿Tu padre era un spren de Radiante?

Ico echó a andar de vuelta hacia la escalera.

—Es de mala educación preguntar sobre ellos.

—Pero la mala educación no implica falsedad, ¿me equivoco?

Ico se volvió para mirarlo, y luego compuso una débil sonrisa e hizo un gesto hacia la spren de Adolin.

—¿Qué es ella para ti?

—Una amiga.

—Una herramienta. Utilizas su cadáver en el otro lado, ¿verdad? No seré yo quien te lo reproche. He oído historias de lo que pueden hacer y soy una persona pragmática. Pero… no finjas que es tu amiga.

Cuando salieron a cubierta, el barco ya se acercaba a los muelles. Ico empezó a dar órdenes, aunque saltaba a la vista que su tripulación ya sabía lo que debía hacer.

El puerto de Celebrant era ancho y extenso, más largo que la ciudad. Los barcos amarraban uno tras otro en muelles de piedra, aunque Adolin no alcanzaba a imaginar cómo saldrían después. ¿Enganchaban los mandras a popa y zarpaban de espaldas?

La costa estaba salpicada de hileras de largos almacenes, que en opinión de Adolin empobrecían la vista de la ciudad en sí. El barco fue hacia un atracadero en un muelle concreto, guiado por un spren con una lámpara de señales. Los marineros de Ico soltaron una parte del casco, que se desplegó en peldaños, y uno de ellos bajó al instante para saludar a otro grupo de alcanzadores. Estos empezaron a desamarrar los mandras con largos ganchos y a llevárselos.

Cada vez que soltaban un spren volador de sus aparejos, el barco se hundía un poco más en el océano de cuentas. Al final, pareció aposentarse sobre unos puntales y mantuvo la profundidad.

Patrón se acercó, canturreando para sí mismo mientras se unía a los demás, congregados en cubierta. Ico fue hacia ellos, gesticulando.

—Un acuerdo cumplido y un vínculo mantenido.

—Gracias, capitán —dijo Adolin, estrechando la mano a Ico, que le devolvió el gesto con incomodidad. Estaba claro que sabía cómo hacerlo, pero tenía poca práctica—. ¿Seguro que no quieres llevarnos el resto del camino, hasta el portal entre reinos?

—Seguro —se reafirmó Ico—. La región que rodea la Perpendicularidad de Cultivación se ha ganado muy mala fama en los últimos tiempos. Desaparecen demasiados barcos.

—¿Y qué hay de Ciudad Thaylen? —preguntó Kaladin—. ¿Podrías llevarnos allí?

—No. Descargaré mercancía aquí y zarparé hacia el este. Lejos de los problemas. Y si me aceptáis un consejillo, quedaos en Shadesmar. El Reino Físico no es un lugar acogedor hoy en día.

—Nos lo pensaremos —dijo Adolin—. ¿Hay algo que debamos saber sobre la ciudad?

—No os alejéis mucho de ella. Con ciudades humanas cerca, habrá furiaspren por la zona. Intentad no atraer a demasiados spren inferiores, y mejor busca un sitio donde atar a tu ojomuerto. —Señaló con el dedo—. La administración del puerto es ese edificio de delante, el que está pintado de azul. Allí encontraréis una lista de barcos dispuestos a aceptar pasaje, pero tendréis que ir a cada uno y cercioraros de que están equipados para transportar a humanos y no tienen ya los camarotes llenos.

»El siguiente edificio es un cambista, donde podéis obtener papel moneda entregando luz tormentosa. —Negó con la cabeza—. Mi hija trabajaba ahí, antes de marcharse persiguiendo sueños estúpidos.

Se despidió de ellos y el grupo de viajeros bajó al muelle por la pasarela. Curiosamente, Syl seguía llevando la ilusión que tenía su piel de un moreno alezi, su pelo de negro y su ropa de rojo. ¿Tanta importancia tenía que fuese una honorspren?

—Bueno —dijo Adolin cuando llegaron al embarcadero—, ¿cómo vamos a proceder? En la ciudad, me refiero.

—He contado los marcos que tenemos —dijo Shallan, levantando una bolsa de esferas—. Ya hace tiempo que no se renuevan, así que es casi seguro que perderán su luz tormentosa en los próximos días. Algunas esferas ya están opacas. Ya puestos, será mejor que las intercambiemos por suministros. Podemos quedarnos los broams y las gemas más grandes para la potenciación.

—La primera parada es el cambista, pues —concluyó Adolin.

—Y después, deberíamos ver si podemos comprar más raciones —dijo Kaladin—, por si acaso. Y tenemos que buscar pasaje.

—Pero ¿hacia dónde? —preguntó Celeste—. ¿La perpendicularidad o Ciudad Thaylen?

—Miremos qué opciones tenemos —decidió Adolin—. Es posible que haya barcos hacia un destino y no hacia el otro. Enviemos un grupo a preguntar en los barcos y otro a buscar suministros. Shallan, ¿tienes alguna preferencia?

—Yo buscaré pasaje —dijo ella—. Tengo experiencia; hice muchas travesías mientras perseguía a Jasnah.

—Me parece bien —convino Adolin—. Debería haber un Radiante en cada grupo, así que el muchacho del puente y Syl vendrán conmigo. Patrón y Celeste, con Shallan.

—Quizá debería ayudar a Shallan a… —empezó a decir Syl.

—Necesitaremos que nos acompañe un spren —dijo Adolin—, para explicarnos la cultura local. Pero antes, vamos a intercambiar esas esferas.

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