1-12. El ritmo de la retirada
Después de vivir una semana en una cueva de Marat, Venli cayó en que echaba de menos la ermita de piedra que le habían asignado fuera de Kholinar. Su nueva morada era incluso más austera, con solo una manta para dormir y un sencillo fogón para preparar el pescado que le traía la gente.
Pero empezaba a estar sucia. Era lo que parecían querer los Fusionados, una ermitaña que vivía apartada de la civilización. Al parecer, así resultaba más convincente para las multitudes de la zona que llevaban para que la escucharan, en su mayoría antiguos esclavos thayleños. Le ordenaron que mencionara la «Pasión» y la emoción más a menudo de lo que lo había hecho en Alezkar.
—Ahora mi pueblo está muerto —dijo Venli a Destrucción, repitiendo su ya acostumbrado discurso—. Cayeron en aquel último asalto, cantando mientras llamaban a la tormenta. Solo quedo yo, pero la labor de los míos está completada.
Esas palabras dolían. Su pueblo no podía haber desaparecido por completo, ¿verdad?
—Ahora ha llegado el momento de vuestra Pasión —prosiguió a Mando—. Nos hicimos llamar oyentes por los cantos que escuchábamos. Esos cantos son vuestra herencia, mas vosotros no solo debéis escuchar, sino también cantar. ¡Adoptad los ritmos y las Pasiones de vuestros antepasados! Debéis navegar a la batalla. ¡Por el futuro, por vuestros hijos! Y por nosotros. Por los que morimos para que pudierais existir.
Se volvió, como le habían dicho que hiciera después de cada discurso. Ya no le permitían responder a preguntas, desde que un día habló con unos cantores del lugar sobre la historia concreta del pueblo de Venli. Le daba en qué pensar. ¿Los Fusionados y los vacíospren temían la tradición de los suyos, incluso aunque estuvieran valiéndose de ella para sus propósitos, o era que no confiaban en ella por algún otro motivo?
Bajó una mano hacia su bolsa. Odium no parecía saber que había estado en aquella visión con Dalinar Kholin. Detrás de ella, un vacíospren se llevó a los cantores thayleños. Venli anduvo hacia su cueva, pero entonces vaciló. Había un Fusionado sentado en las rocas, justo encima de la entrada.
—¿Antiguo? —dijo Venli.
Él le sonrió y soltó una risita.
«Es otro de esos.»
Intentó entrar en la cueva, pero el Fusionado se dejó caer, la cogió por debajo de los brazos y se la llevó hacia el cielo. Venli se impidió, no sin dificultad, intentar quitárselo de encima. Los Fusionados nunca la tocaban, ni siquiera los locos, sin que se lo hubieran ordenado. Y en efecto, aquel la llevó volando hasta uno de los muchos barcos que había amarrados en el puerto, en cuya proa estaba Rine, el Fusionado alto que la había acompañado en sus primeros días predicando en Alezkar. Rine le dedicó una breve mirada cuando la dejaron, con brusquedad, en cubierta.
Venli canturreó a Arrogancia por el trato recibido.
Él canturreó a Rencor. Era un leve reconocimiento de la falta cometida, lo mejor que iba a obtener de él, de modo que Venli canturreó a Satisfacción en respuesta.
—¿Antiguo? —dijo a Ansiedad.
—Nos acompañarás cuando zarpemos —afirmó él a Mando—. Puedes lavarte en el camarote de camino, si lo deseas. Hay agua.
Venli canturreó a Ansiedad y miró hacia el camarote principal. La Ansiedad derivó en Vergüenza al tomar consciencia del inmenso tamaño de la flota que soltaba amarras a su alrededor. Centenares de barcos, que debían ir llenos de miles de cantores, partían de calas a lo largo de toda la costa. Resaltaban en el mar como rocabrotes en las llanuras.
—¿Ya? —preguntó a Vergüenza—. ¡No estaba preparada! ¡No lo sabía!
—Tal vez quieras agarrarte a algo. La tormenta llegará pronto.
Venli miró al oeste. ¿Una tormenta? Volvió a canturrear a Ansiedad.
—Pregunta —dijo Rine a Mando.
—Me es fácil reconocer el poderío de la grandiosa fuerza de asalto que hemos reunido. Pero… ¿para qué la necesitamos? ¿Los Fusionados no sois ya suficiente ejército por vosotros mismos?
—¿Cobardía? —preguntó él a Mofa—. ¿No quieres pelear?
—Solo deseo comprender.
Rine cambió a un ritmo nuevo, uno que Venli oía en muy pocas ocasiones. El Ritmo de la Retirada, uno de los pocos ritmos nuevos que tenía un tono calmo.
—Los más fuertes y hábiles de entre nosotros aún no han despertado, pero aunque estuviéramos todos, no libraríamos esta guerra en solitario. Este mundo no será nuestro: combatimos para entregároslo a vosotros, nuestros descendientes. Cuando hayamos vencido, nos hayamos vengado y hayamos cumplido el antiguo propósito de asegurar nuestra tierra, dormiremos. Por fin.
Señaló hacia la cabina.
—Ve a prepararte. Zarparemos enseguida, con la tormenta del propio Odium para guiarnos.
Como subrayando sus palabras, un relámpago rojo destelló en el horizonte occidental.