1-7. Emisaria

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El gran propósito que tenía Odium para Venli era convertirla en un objeto de exhibición.

—Y entonces, los humanos desataron una guerra de exterminio contra nosotros —dijo a la muchedumbre congregada—. Mi hermana intentó negociar, explicarles que no éramos los responsables del asesinato de su rey. Pero no quisieron escucharla. Nos veían solo como esclavos a los que dominar.

La carreta sobre la que estaba de pie no era un estrado demasiado inspirador, pero sí mejor que el montón de cajas que había usado en el último pueblo. Por lo menos, su nueva forma, la forma emisaria, era alta, más que ninguna otra que hubiera adoptado. Era una forma de poder y le confería extrañas capacidades, entre las que destacaba la de hablar y comprender todos los idiomas, que la volvía perfecta para aleccionar a las multitudes de parshmenios alezi.

—Lucharon durante años y años para exterminarnos —dijo a Mando—. No podían soportar a esclavos que pudieran pensar, resistirse. ¡Se esforzaron en aplastarnos antes de que pudiéramos inspirar una revolución!

La gente reunida en torno a la carreta tenía gruesas vetas, rojas y blancas o negras, una de las dos. El rojo y el blanco de la propia Venli eran mucho más delicados, con intrincados bucles.

Siguió con su discurso, hablando triunfal al Ritmo del Mando, contando a aquella gente, igual que se la había contado a otras muchas, su historia. O al menos, la versión que Odium le había ordenado contar.

Les dijo que había sido ella misma quien descubrió nuevos spren que enlazar, quien creó una forma que invocaría la tormenta eterna. Dejó fuera de la historia que buena parte del trabajo la había hecho Ulim al revelarle los secretos de la forma tormenta. Era evidente que Odium quería retratar a los oyentes como héroes, y a Venli como su valerosa líder. Los oyentes iban a ser el mito fundacional de su creciente imperio: los últimos de la anterior generación, que habían luchado con arrojo contra los alezi y luego se habían sacrificado para liberar a sus hermanas y hermanos esclavizados.

La conmovía que el relato afirmara que el pueblo de Venli se había extinguido, salvo por ella.

Los antiguos esclavos escuchaban, cautivados por su narrativa. Venli contaba bien la historia, incluso teniendo en cuenta cuán a menudo la había recitado en las últimas semanas. Terminó con una llamada a la acción, según las instrucciones concretas que había recibido.

—Mi pueblo ha muerto, se ha unido a los cantos eternos de Roshar —dijo—. Ahora el día os pertenece a vosotros. Nos hacíamos llamar oyentes por las canciones que escuchábamos. Esas canciones son el legado que os dejamos, pero no debéis limitaros a escuchar, sino también cantar. ¡Adoptad los ritmos de vuestros antepasados y construid una nación aquí! Debéis trabajar. No para los esclavistas que una vez os arrebataron las mentes, sino por el futuro, ¡por vuestros hijos! Y por nosotros, por los que morimos para que pudierais existir.

La multitud vitoreó al Ritmo de la Emoción. Le gustó oírlo, aunque fuese un ritmo inferior. Venli había pasado a oír cosas mejores, los nuevos y poderosos ritmos que acompañaban a las formas de poder.

Y aun así… escuchar aquellos viejos ritmos despertó algo en ella. Un recuerdo. Se llevó la mano a la bolsa que tenía sujeta al cinturón.

«Qué parecido es el comportamiento de esta gente al de los alezi», pensó. Había encontrado a los humanos… tercos. Furiosos. Siempre caminando por ahí con las emociones a la vista, prisioneros de lo que sentían. Aquellos ex esclavos eran parecidos. Hasta sus bromas eran alezi, siempre a expensas de sus seres más cercanos.

Al concluir el discurso de Venli, un spren desconocido llevó a la gente de vuelta al trabajo. Había averiguado que existían tres niveles en la jerarquía de la gente de Odium. Estaban aquellos cantores comunes, que llevaban las formas ordinarias que había empleado el pueblo de Venli. Por encima de ellos estaban los llamados regios, como ella, distinguidos por las formas de poder, creadas al vincular las distintas variedades de vacíospren. La cima la ocupaban los Fusionados, aunque Venli no sabía muy bien dónde situar a los spren como Ulim. A todas luces superaban en rango a los cantores comunes, pero ¿y a los regios?

No vio humanos en el pueblo: los habrían encerrado o expulsado. Había oído a unos Fusionados comentando que los ejércitos humanos todavía luchaban en el oeste de Alezkar, pero la parte oriental estaba controlada por completo por los cantores, un hecho notable teniendo en cuenta la superioridad numérica de los humanos. El colapso alezi se debía en parte a la alta tormenta, en parte a la llegada de los Fusionados y en parte a que los alezi se habían dedicado durante mucho tiempo a llamar a filas a todos los hombres aptos para sus guerras.

Venli se acomodó en el lecho de la carreta y una cantora le llevó un vaso de agua, que aceptó encantada. Proclamarse la salvadora de un pueblo entero daba mucha sed.

La cantora se quedó cerca. Llevaba un vestido alezi, con la mano izquierda cubierta.

—¿Tu historia sucedió de verdad?

—Por supuesto que sí —dijo Venli a Arrogancia—. ¿Lo dudas?

—¡No, claro que no! Es que… cuesta imaginarlo. Parshmenios luchando.

—Llamaos cantores, no parshmenios.

—Sí, hum, por supuesto. —La mujer se llevó la mano a la cara, como avergonzada.

—Armoniza a los ritmos para expresar contrición —dijo Venli—. Usa Apreciación para agradecer que te corrijan, o Ansiedad para resaltar tu frustración. Consuelo si de verdad lo lamentas.

—Sí, brillante.

«Oh, Eshonai, cuánto les falta todavía.»

La mujer se alejó correteando. Aquel vestido mal puesto le quedaba ridículo. No había motivo alguno para distinguir entre los sexos salvo en la forma carnal. Canturreando a Escarnio, Venli bajó de un salto y cruzó el pueblo con la cabeza bien alta. Los cantores estaban sobre todo en forma de trabajo o diestra, aunque unos pocos, como la hembra que le había llevado el agua, llevaban la forma sabia, con largos mechones y rasgos angulosos.

Canturreó a Furia. Su pueblo había pasado generaciones esforzándose por descubrir formas nuevas, ¿y a esa gente se le otorgaban sin más docenas de opciones distintas? ¿Cómo podían valorar ese don sin saber lo que había costado? Mostraron deferencia a Venli, inclinándose como humanos, mientras llegaba a la mansión del pueblo. Tuvo que reconocer que había algo satisfactorio en ello.

—¿Qué te tiene tan ufana? —le preguntó Rine a Destrucción cuando Venli entró. El alto Fusionado esperaba junto a la ventana, como de costumbre flotando a unos centímetros de altura, con la capa colgando hasta el suelo.

La sensación de autoridad de Venli se evaporó.

—No me quito la sensación de estar rodeada de bebés, aquí.

—Si ellos son bebés, tú eres una niña pequeña.

Había una segunda Fusionada sentada en el suelo entre las sillas. Esa no hablaba nunca. Venli no sabía cómo se llamaba, y encontraba su sonrisa constante y sus ojos que no parpadeaban… perturbadores.

Venli se acercó a Rine frente a la ventana y contempló a los cantores que poblaban la aldea. Trabajando la tierra. Arando. Sus vidas quizá no hubieran cambiado mucho, pero habían recuperado sus cantos. Eso lo significaba todo.

—Deberíamos traerles esclavos humanos, antiguo —dijo Venli a Sumisión—. Me temo que aquí hay demasiado terreno. Si de verdad queréis que estos pueblos suministren a vuestros ejércitos, hacen falta más trabajadores.

Rine la miró de soslayo. Venli se había dado cuenta de que, si le hablaba con respeto y en el idioma antiguo, era menos probable que Rine despreciara sus palabras.

—Los hay entre nosotros que están de acuerdo contigo, niña —dijo Rine.

—¿Tú no?

—No. Tendríamos que vigilar a los humanos sin descanso. En cualquier momento, uno de ellos podría manifestar poderes del enemigo. Lo matamos, y aun así continúa luchando por medio de sus potenciadores.

Potenciadores. Incomprensiblemente, las antiguas canciones los alababan.

—¿Cómo pueden vincular spren, antiguo? —preguntó a Sumisión—. Los humanos no… ya sabes…

—Qué mojigata eres —dijo él a Escarnio—. ¿Por qué te cuesta tanto mencionar las gemas corazón?

—Son sagradas y personales.

Las gemas corazón de los oyentes no eran llamativas ni ostentosas como las de los conchagrandes. Blancas y nebulosas, casi del color del hueso, eran tesoros hermosos e íntimos.

—Forman parte de vosotros —dijo Rine—. Entre el tabú de los cadáveres y la negativa a hablar de las gemas corazón, sois peores que esas de ahí fuera que van con una mano cubierta.

¿Cómo? Eso sí que era injusto. Venli armonizó a Furia.

—Nos… asombró la primera vez que lo vimos pasar —dijo Rine al cabo de un tiempo—. Los humanos no tienen gemas corazón. ¿Cómo era posible que vincularan spren? Era antinatural. Y aun así, por algún motivo, su vínculo era más poderoso que los nuestros. Siempre he defendido lo mismo, y ahora estoy incluso más convencido: debemos exterminarlos. Nuestro pueblo nunca estará a salvo mientras existan los humanos.

Venli notó que se le secaba la boca. Oyó un ritmo a lo lejos. ¿Era el Ritmo de lo Perdido? Uno inferior. Desapareció al momento.

Rine canturreó a Arrogancia, dio media vuelta y ladró una orden a la Fusionada loca, que se puso de pie y fue tras él a zancadas cuando salió flotando por la puerta. Con toda probabilidad, iba a deliberar con los spren del pueblo. Les daría órdenes y advertencias, cosa que en general solo hacía justo antes de cambiar de pueblo. A pesar de haber deshecho su equipaje, suponiendo que pasarían allí la noche, Venli sospechó que no tardarían en ponerse en camino.

Fue a su dormitorio en el piso superior de la mansión. Como siempre, el lujo de aquellos edificios la dejó anonadada. Camas suaves en las que daba la sensación de hundirse. Madera bien trabajada. Jarrones de vidrio soplado y candeleros de cristal en las paredes para sostener esferas. Venli siempre había odiado a los alezi por comportarse como padres benévolos que encontraban niños salvajes a los que educar. Nunca se habían molestado en reconocer la cultura y los avances del pueblo de Venli, su atención fija siempre en los terrenos de caza de los conchagrandes que, por traducciones inexactas, habían decidido que tenían que ser los dioses de los oyentes.

Venli pasó un dedo por los hermosos remolinos que tenía el cristal de un candelero de la pared. ¿Cómo habían pintado de blanco una parte, pero no todo? Siempre que encontraba cosas como aquella, tenía que obligarse a recordar que la tecnología más avanzada de los alezi no los volvía culturalmente superiores. Era solo que tenían acceso a más recursos. Pero desde que los cantores podían adoptar la forma artística, serían capaces de producir obras como esa.

Y aun así… qué hermoso era. ¿De verdad podían exterminar al pueblo que había creado unos remolinos tan bellos y delicados en el cristal? La decoración le recordó a su propio jaspeado.

La bolsa que llevaba en el cinturón empezó a vibrar. Llevaba una falda de cuero de oyente bajo una camisa ceñida, cubierta por una sobrecamisa más suelta. Parte del cometido de Venli consistía en mostrar a los cantores que alguien como ellos, y no alguna distante y terrible criatura del pasado, había traído la tormenta y los había liberado.

Mantuvo la mirada un momento en el candelero y después vació su bolsa en la mesa de tocopeso que ocupaba el centro de la habitación. Rebotaron algunas esferas y una cantidad mayor de gemas sin tallar, que eran lo que habían empleado los suyos.

La pequeña spren se elevó desde donde se había escondido entre la luz. Parecía un cometa al moverse, pero estando quieta como se quedó, solo brillaba como una chispa.

—¿Eres una de ellos? —preguntó con voz suave—. ¿Los spren que se mueven por el cielo algunas noches?

La spren palpitó, emitiendo un anillo de luz que se disipó como humo resplandeciente. Entonces empezó a revolotear por la habitación, mirando cosas.

—Este cuarto no es distinto del último que miraste —dijo Venli a Diversión. La spren voló hasta el candelero de la pared, emitió una pulsación asombrada y fue hacia otro idéntico que había en la pared opuesta. Venli empezó a recoger su ropa y sus escritos de los cajones de la cómoda.

—No sé por qué te quedas conmigo. No puedes estar cómoda en esa bolsa. —La spren pasó rauda a su lado para mirar en el cajón que había abierto.

—Es un cajón, nada más —dijo ella. La spren miró hacia fuera y emitió unos rápidos latidos. «Eso es Curiosidad», pensó Venli, reconociendo el ritmo. Lo canturreó para sus adentros mientras sacaba sus cosas, pero entonces vaciló. Curiosidad era un ritmo viejo. Como Diversión, que había armonizado hacía solo un momento. Volvía a poder oír los ritmos normales.

Miró a la pequeña spren.

—¿Esto es cosa tuya? —exigió saber a Irritación.

La criatura se encogió, pero latió a Resolución.

—¿Qué esperas conseguir? Los tuyos nos traicionaron. Vete a buscar un humano al que incordiar.

La spren se encogió más. Volvió a latir a Resolución.

Pues vaya. Abajo, la puerta se abrió de golpe. Rine ya había vuelto.

—A la bolsa —siseó Venli a Mando—, deprisa.

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