108. El sendero del honor

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Chemoarish, la Madrepolvo, está rodeada por las leyendas más variopintas. Existen tantas que separar la mentira de la verdad se revela difícil en extremo. Pero estoy convencida de que no es la Vigilante Nocturna, como afirman algunos relatos

De Mítica de Hessi, página 231

Shallan bosquejaba en su cuaderno, de pie en la cubierta del barco de los honorspren, con el pelo revuelto por el viento de su navegar. A su lado, Kaladin tenía las manos apoyadas en la borda del barco y contemplaba el océano de cuentas.

El barco en el que iban, el Sendero de Honor, era más rápido que el mercante de Ico. Tenía mandras enjaezados no solo al frente, sino también a unos salientes con forma de alas a ambos lados del barco. Había cinco cubiertas, tres de ellas bajo el nivel de las cuentas para la tripulación y almacenamiento, pero esas iban casi vacías. Daba la sensación de ser un buque de guerra destinado a transportar tropas, pero que en esos momentos no tenía su dotación completa.

La cubierta principal se parecía a la que sería la superior en un barco humano, pero el de los honorspren tenía además otra cubierta alta que lo recorría por el centro de proa a popa. Era más estrecha que la principal, se alzaba sobre anchas columnas blancas y seguro que tenía unas vistas excelentes. Shallan solo podía suponerlo, ya que solo se permitía subir allí a los tripulantes.

Al menos, los habían soltado. Shallan y los otros habían pasado su primera semana a bordo encerrados en la bodega. Los honorspren no les dieron ninguna explicación cuando, por fin, liberaron a los humanos y a Patrón y les permitieron subir a cubierta, mientras no pisaran la superior y no incordiaran.

Syl siguió encarcelada.

—Mira aquí. —Shallan inclinó el mapa que había dibujado hacia Kaladin—. Patrón dice que hay un bastión honorspren cerca de donde está Kharbranth en nuestro mundo. Lo llaman Fidelidad Inflexible. Tenemos que estar yendo hacia ahí. Viramos al sudoeste después de salir de Celebrant.

—Mientras estábamos en la bodega —dijo Kaladin en voz baja—, vi un mar de llamitas por la portilla. ¿Sería un pueblo en nuestro lado?

—Eso fue aquí —dijo Shallan, señalando en el mapa—. ¿Ves el sitio donde se juntan los ríos, al sudoeste del lago? Ahí hay pueblos, en nuestro lado. Las penínsulas-río deberían habernos impedido el paso, pero por lo visto los spren han tallado un canal que cruza la piedra. Luego viramos al este para rodear el río Sendahelada y después al oeste otra vez.

—Entonces, estás diciendo…

Marcó un punto con su lápiz de carboncillo.

—Que estamos más o menos aquí, con rumbo a Kharbranth a través de las Tierras Heladas.

Kaladin se frotó la barbilla. Miró a un honorspren que pasaba por arriba y entornó los ojos. Había pasado su primer día de libertad discutiendo con los honorspren, lo que le había valido otros dos días de encierro.

—Kaladin… —dijo Shallan.

—Tienen que dejarla salir —dijo él—. Si las cárceles ya son un suplicio para mí, serán peores para ella.

—Pues ayúdame a encontrar la forma de huir de este barco.

Kaladin volvió a mirar el mapa y señaló.

—Ciudad Thaylen —dijo—. Si continuamos en esta dirección, terminaremos pasando justo al norte de ella.

—Solo que en este caso, «justo al norte» significa a unos quinientos kilómetros de distancia, en medio de un océano de cuentas.

—Mucho más cerca que lo que hemos estado de ninguna otra Puerta Jurada —argumentó él—. Y si conseguimos que el barco gire un poco hacia el sur, a lo mejor podríamos llegar a la costa de los estrechos de Ceño Largo, que aquí serán piedra. ¿O crees que deberíamos seguir intentando llegar a esa «perpendicularidad» tan misteriosa de Celeste en los Picos Comecuernos?

—Pues… —Con qué autoridad hablaba y qué sensación de actividad tan convincente transmitía—. No lo sé, Kaladin.

—Vamos en la dirección correcta —dijo él, firme—. De verdad lo vi, Shallan. Solo tenemos que continuar en el barco unos días más y luego ingeniárnoslas para escapar. Podemos ir andando hasta la Puerta Jurada en este lado y tú nos transportarás a Ciudad Thaylen.

Sonaba razonable. Bueno, salvo por el hecho de que los honorspren estaban vigilándolos. Y el hecho de que los Fusionados sabían dónde estaban, y seguramente estarían reuniendo efectivos para darles caza. Y el hecho de que, de algún modo, tenían que escapar de un barco en pleno mar de cuentas, llegar a la costa y luego recorrer trescientos kilómetros a pie para llegar a Ciudad Thaylen.

Todo ello amenazaba con disiparse ante la pasión que ponía Kaladin. Todo menos la preocupación que las superaba a todas: ¿sería capaz Shallan de hacer funcionar la Puerta Jurada? No podía evitar la sensación de que en aquel plan había demasiado que dependía de ella.

Pero esos ojos…

—Podríamos probar con un motín —dijo Velo—. Quizá esos brumaspren que hacen todo el trabajo nos sigan. No pueden estar contentos, siempre de un lado para otro obedeciendo órdenes de los honorspren.

—No lo sé —dijo Kaladin, bajando la voz al paso de uno de esos spren que eran todo neblina menos las manos y la cara—. Podría ser una temeridad. No puedo luchar contra todos.

—¿Y si tuvieras luz tormentosa? —preguntó Velo—. Si pudiera afanar la que nos quitaron, ¿qué pasaría?

Kaladin volvió a frotarse el mentón. Tormentas, qué bien le quedaba la barba. Toda desigual y sin domesticar en la cara, contrastando con su impecable uniforme azul. Como un spren salvaje de pasión, atrapado por los juramentos y los códigos…

Un momento.

Un momento, ¿esa había sido Velo?

Shallan se sacudió para contrarrestar el cambio momentáneo de personalidad. Kaladin no pareció darse cuenta.

—Entonces, puede —dijo él—. ¿De verdad crees que puedes robarles nuestras gemas? Estaría mucho más tranquilo con algo de luz tormentosa en el bolsillo.

—Yo… —Shallan tragó saliva—. Kaladin, no sé si… Tal vez sería mejor no enfrentarnos a ellos. Son honorspren.

—¡Son carceleros! —exclamó él, pero entonces se calmó—. Eso sí, nos llevan en la dirección buena, al menos de momento. ¿Y si robáramos la luz tormentosa y saltáramos del barco sin más? ¿Puedes buscar una cuenta que nos sirva de pasarela hacia tierra, como hiciste en Kholinar?

—Supongo que podría intentarlo. Pero ¿los honorspren no podrían dar la vuelta y recogernos otra vez?

—Deja que piense yo en eso —dijo Kaladin—. Tú intenta encontrar cuentas que podamos usar.

Cruzó la cubierta pasando al lado de Patrón, que estaba de pie con las manos cogidas a la espalda, sumido en pensamientos llenos de números. Kaladin terminó sentándose con Celeste para hablar con ella en voz baja, probablemente explicándole su plan.

Si podía llamarse así.

Shallan se puso el cuaderno de bocetos bajo el brazo y miró por la borda del barco. Cuántas cuentas, cuántas almas amontonadas una encima de otra. ¿Y Kaladin quería que ella buscara algo útil entre todo aquello?

Echó un vistazo a una marinera que pasaba, una brumaspren que tenía brazos gaseosos terminados en manos enguantadas. Su rostro femenino tenía la forma de una máscara de cerámica y, al igual que los demás de su tipo, llevaba un chaleco y pantalones que parecían flotar sobre un cuerpo hecho de niebla arremolinada, poco definida.

—¿Sería posible que recogiera algunas cuentas de esas? —pidió Shallan.

La brumaspren se detuvo en seco.

—Por favor —dijo Shallan—, es que…

La marinera se marchó deprisa y volvió al poco tiempo acompañada del capitán, un honorspren alto y de aspecto imperioso llamado Notum. Tenía un tenue brillo blanco azulado y llevaba un anticuado pero elegante uniforme naval, que formaba parte de su sustancia. Shallan no había visto nunca un corte de barba como el suyo: llevaba la barbilla afeitada, casi como un comecuernos, pero con un bigote fino y una línea esculpida de pelo que partía de él, le cruzaba los mofletes y desembocaba en las patillas.

—¿Tienes una petición? —preguntó el spren.

—Querría tener algunas cuentas, capitán —dijo Shallan—. Para practicar mi arte, si me lo permites. Necesito hacer algo para pasar el rato en esta travesía.

—Manifestar almas aleatorias es peligroso, Tejedora de Luz. Prefiero que no lo hagas sin motivo en mis cubiertas.

Ocultar su verdadera orden de Caballeros Radiantes había resultado imposible con Patrón siguiéndola a todas partes.

—Prometo no manifestar nada —dijo ella—. Solo quiero practicar visualizando las almas que contienen las cuentas. Forma parte de mi entrenamiento.

El capitán la evaluó, con las manos asidas a la espalda.

—Muy bien —dijo, sorprendiéndola. No había esperado que funcionara, pero el capitán dio la orden y un brumaspren bajó un cubo con una cuerda para conseguirle cuentas.

—Gracias —dijo Shallan.

—Era una petición sencilla —dijo el capitán—. Pero ten cuidado. Supongo que, en todo caso, necesitarías luz tormentosa para manifestar, pero de todos modos… ten cuidado.

—¿Qué pasa si nos llevamos las cuentas demasiado lejos? —preguntó Shallan con curiosidad, mientras el brumaspren le entregaba el cubo—. Están enlazadas a objetos del Reino Físico, ¿verdad?

—Puedes llevarlas allá donde desees en Shadesmar —respondió el capitán—. Su nexo es a través del Reino Espiritual y la distancia no importa. Aun así, si las sueltas, si las liberas, regresarán poco a poco a la posición de su contrapartida física. —La miró—. Eres muy novata en todo esto. ¿Cuándo volvió a empezar lo de los Radiantes jurando Ideales?

—Bueno… —El rostro muerto de su madre, los ojos quemados—. No es desde hace mucho. Pocos meses para la mayoría de nosotros. Unos años para algunos.

—Esperábamos que este día no llegara nunca. —Se volvió para volver a la cubierta alta.

—¿Capitán? —dijo Shallan—. ¿Por qué nos dejaste salir? Si tanto os preocupan los Radiantes, ¿por qué no tenernos encerrados?

—No era honorable —respondió el capitán—. No sois prisioneros.

—Entonces, ¿qué somos?

—Solo el Padre Tormenta lo sabe. Por suerte, no tengo que averiguarlo yo. Os entregaremos junto con la Antigua Hija a alguien con más autoridad. Hasta entonces, por favor, intenta no romperme el barco.

Con el paso de los días, Shallan adoptó una rutina en el barco de los honorspren. Pasaba casi todos los días sentada en la cubierta principal, cerca de la regala. Le dejaban tener todas las cuentas que quisiera para jugar con ellas, pero la mayoría representaban objetos inútiles. Piedras, palos, prendas. Aun así, era bueno visualizarlos. Sostenerlos, meditar sobre ellos. ¿Comprenderlos?

Los objetos tenían deseos. Eran unos anhelos simples, sí, pero podían aferrarse a ellos con pasión, como Shallan había descubierto en sus intentos de moldear almas. Había dejado de intentar cambiar esos deseos. Había aprendido a tocarlos y escuchar.

Con algunas cuentas notaba una sensación de familiaridad. Una comprensión creciente de que tal vez pudiera hacer emerger sus almas de las cuentas y convertirlas en objetos de pleno derecho en Shadesmar. Manifestaciones, las llamaban.

Alternaba las cuentas con bocetos. Algunos salían bien, otros no. Llevaba la falda que le había comprado Adolin, esperando que la hiciera sentirse más como Shallan. Velo seguía emergiendo, lo cual podía ser positivo… pero que sucediera sin motivo la asustaba. Era justo lo contrario de lo que Sagaz le había dicho que hiciera, ¿verdad?

Kaladin se pasaba el día paseando por la cubierta principal, lanzando miradas asesinas a los honorspren que se cruzaba. Parecía una bestia enjaulada. Shallan sentía parte de ese mismo apremio. No habían visto señales del enemigo desde aquel día en Celebrant, pero por las noches le quitaba el sueño que pudieran despertarla unos gritos avisando del acercamiento de un barco de los Portadores del Vacío. Notum le había confirmado que los vacíospren estaban forjando su propio imperio en Shadesmar. Y controlaban la Perpendicularidad de Cultivación, la manera más fácil de pasar entre reinos.

Shallan recorrió otro puñado de cuentas, sintiendo las impresiones de una daga pequeña, una piedra y una pieza de fruta que empezaba a verse como algo nuevo, algo que podría crecer hasta cobrar su propia identidad y no limitarse a ser parte de un todo.

¿Qué vería quien mirara su propia alma? ¿Se llevaría una sola impresión unificada, o muchas ideas distintas de lo que era ser ella?

La primera oficial del barco, una honorspren de pelo corto y cara angulosa, salió de la bodega cerca de ella. Shallan se sorprendió al ver que llevaba la hoja esquirlada de Celeste. Subió a la cubierta principal, a la sombra de la plataforma elevada, y caminó hacia Celeste, que estaba de pie viendo pasar el océano.

Presa de la curiosidad, Shallan se guardó en el bolsillo la cuenta que representaba un cuchillo, por si acaso, y se acercó a ellas. Kaladin, que seguía paseando arriba y abajo, también se fijó en la espada.

—Desenfúndala con cuidado —dijo Celeste a Borea, la primera oficial, mientras Shallan se aproximaba—. No la saques del todo, que no te conoce.

Borea llevaba un uniforme parecido al del capitán, almidonado y sin tonterías. Abrió un pequeño cierre que había en la vaina, sacó la espada un centímetro e inspiró aire de golpe.

—Hace… cosquillas.

—Te está investigando —explicó Celeste.

—De veras es como decías —dijo Borea—. Una hoja esquirlada que no requiere un spren, no requiere esclavitud. Esto es otra cosa. ¿Cómo lo conseguiste?

—Te daré esa información cuando lleguemos, como hemos acordado.

Borea volvió a enfundar la espada.

—Buen vínculo, humana. Aceptamos tu oferta.

Sorprendentemente, la mujer tendió el arma a Celeste, que la cogió.

Shallan se acercó más y vio a Borea marcharse hacia la escalera que llevaba a la cubierta superior.

—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Shallan mientras Celeste se fijaba la espada al cinto—. ¡Has conseguido que te devuelvan el arma!

—Son gente bastante razonable —dijo Celeste—, siempre que les hagas las promesas adecuadas. He negociado el pasaje y un intercambio de información cuando lleguemos a Integridad Duradera.

—¿Que has hecho qué? —espetó Kaladin, y casi corrió hacia ellas—. ¿Qué acabo de oír?

—He cerrado un trato, Bendito por la Tormenta —dijo Celeste, sosteniéndole la mirada—. Seré libre cuando lleguemos a su baluarte.

—Pero es que no vamos a llegar a su baluarte —replicó Kaladin en voz baja—. Vamos a escapar.

—No soy una soldado bajo tus órdenes, ni tampoco súbdita de Adolin. Haré lo que me lleve a la Perpendicularidad y, si no es posible, al menos averiguaré qué sabe esta gente sobre el criminal al que persigo.

—¿Renunciarías al honor por una recompensa?

—Solo estoy aquí porque vosotros dos, aunque no fuese culpa vuestra, me dejasteis aquí atrapada. No os lo reprocho, pero tampoco me debo a vuestra misión.

—Traidora —susurró él.

Celeste lo miró inexpresiva.

—En algún momento, Kal, tendrás que admitir que lo mejor que podéis hacer ahora mismo es seguir con estos spren. En su baluarte podréis aclarar el malentendido y seguir adelante.

—Podría costarnos semanas.

—No sabía que tuviéramos una fecha límite.

—Dalinar corre peligro. ¿No te importa?

—¿Un hombre al que no conozco? —dijo Celeste—. ¿En peligro por una amenaza que no sabes definir, que tendrá lugar en un momento que no puedes señalar? —Se cruzó de brazos—. Me perdonarás que no comparta tu ansiedad.

Kaladin cuadró la mandíbula, dio media vuelta y se marchó con paso firme… a la escalera hacia la cubierta superior. Se suponía que no debían subir allí arriba, pero a veces las reglas no parecían aplicarse a Kaladin Bendito por la Tormenta.

Celeste negó con la cabeza, dio media vuelta y se agarró a los aparejos del barco.

—Es solo que tiene un mal día, Celeste —dijo Shallan—. Creo que lo pone nervioso que su spren esté encerrada.

—Puede. He visto a muchos jóvenes impulsivos en mis tiempos, y Bendito por la Tormenta parece otro color distinto del todo. Ojalá supiera lo que está tan desesperado por demostrar.

Shallan asintió y volvió a mirar la espada de Celeste.

—¿Dices que los honorspren tienen información sobre tu recompensa?

—Sí. Borea cree que el arma a la que persigo pasó por su fortaleza hace unos años.

—¿Tu objetivo es… un arma?

—Y la persona que la llevó a vuestra tierra. Una hoja esquirlada que libera humo negro. —Celeste se volvió hacia ella—. No pretendo ser insensible, Shallan. Comprendo que todos ansiáis regresar a vuestro mundo. Incluso puedo creerme que, por un golpe de suerte, Kaladin Bendito por la Tormenta haya predicho algún peligro.

Shallan se estremeció. «Sé precavida con cualquiera que afirme ser capaz de ver el futuro.»

—Pero aunque su misión sea crucial —siguió diciendo Celeste—, la mía también lo es.

Shallan lanzó una mirada a la cubierta superior, desde donde llegaban los tenues sonidos de Kaladin montando alboroto. Celeste se volvió, juntó las manos y adoptó una expresión distante. Parecía querer que la dejaran a solas, de modo que Shallan regresó al lugar donde había dejado sus cosas. Se sentó y quitó el cubo de encima del cuaderno. Las páginas aletearon, mostrándole varias versiones de sí misma, todas erróneas. No paraba de dibujar el rostro de Velo en el cuerpo de Radiante, o viceversa.

Volvió a empezar con su último cubo de cuentas. Encontró una camisa y un cuenco, pero la siguiente era una rama de árbol caída. Le recordó la vez anterior que había metido el pie en Shadesmar, congelada, medio muerta, en la costa del océano.

¿Por qué no había intentado moldear almas desde entonces? Había puesto excusas y evitado pensar en ello. Había concentrado toda su atención en tejer luz.

Y había descuidado el moldeado de almas. Porque había fracasado.

Porque tenía miedo. ¿Podía inventar una persona que no estuviera asustada? Alguien nuevo, ya que Velo estaba hundida desde aquella hecatombe en el mercado de Kholinar…

—¿Shallan? —dijo Adolin, yendo hacia ella—. ¿Te encuentras bien?

Shallan se sacudió. ¿Cuánto tiempo llevaba allí sentada?

—Estoy bien —dijo—. Solo… recordaba.

—¿Cosas buenas o malas?

—Todos los recuerdos son malos —respondió sin pensar, y entonces apartó la mirada, ruborizándose.

Adolin se sentó a su lado. Tormentas, esa preocupación tan evidente era molesta. No quería que Adolin se alarmara por ella.

—¿Shallan? —insistió él.

—Shallan se pondrá bien —dijo ella—. Volveré a sacarla en un momento. Es solo que tengo que… recuperarla…

Adolin miró las páginas que pasaban con sus diferentes versiones de ella. Se acercó y la abrazó sin decir nada, que resultó ser la frase correcta.

Ella cerró los ojos y trató de recobrar la compostura.

—¿Cuál de todas te gusta más? —preguntó por fin—. Velo es la que lleva el traje blanco, pero ahora mismo estoy teniendo problemas con ella. A veces asoma sin que yo quiera, pero no cuando la necesito. Radiante es la que practica con la espada. La hice más bonita que las otras, y puedes hablar con ella de duelos. Pero de vez en cuando tendré que ser alguien capaz de tejer luz. Estoy intentando pensar en quién debería ser…

—¡Ojos de Ceniza, Shallan!

—Shallan está destrozada, así que creo que estoy intentando ocultarla. Como cuando giras un jarrón agrietado para que el lado bueno dé a la sala, escondiendo la tara. No lo hago a propósito, pero sucede, y no sé cómo impedirlo.

Adolin la mantuvo entre sus brazos.

—¿No me das consejos? —preguntó ella, entumecida—. Parece que todo el mundo los tiene a carretadas.

—La lista eres tú. ¿Qué voy a decirte yo?

—Es confuso ser todas esas personas. Me siento como si ofreciera caras diferentes a todas horas. Como si mintiera a todo el mundo, porque soy distinta por dentro. Es… No tiene sentido, ¿verdad? —Volvió a apretar los párpados—. Me reharé. Seré… alguien.

—Eh… —Adolin volvió a abrazarla con fuerza cuando el barco cabeceó—. Shallan, yo maté a Sadeas.

Ella parpadeó, se apartó y lo miró a los ojos.

—¿Qué?

—Yo maté a Sadeas —susurró Adolin—. Nos encontramos en los pasillos de la torre. Empezó a insultar a mi padre y a hablar de las cosas terribles que iba a hacernos. Y… no pude seguir escuchándolo. No podía quedarme allí mirando su roja cara petulante. Así que ataqué.

—Entonces, todo el tiempo que estuvimos buscando al asesino…

—Era yo. Soy al que copió la spren esa primera vez. No dejaba de pensar en que te estaba mintiendo a ti, a mi padre, a todos. El honorable Adolin Kholin, el consumado duelista, un asesino. Y Shallan, creo… que no lo lamento en absoluto.

»Sadeas era un monstruo. Intentó que nos mataran repetidas veces. Su traición provocó la muerte a muchos amigos míos. Cuando lo desafié a un duelo formal, se escabulló. Era más listo que yo. Más listo que mi padre. Al final, se habría salido con la suya. Así que lo maté.

Tiró de ella hacia él y respiró hondo.

Shallan se estremeció y susurró:

—Bien hecho.

—¡Shallan! Eres una Radiante. ¡Se supone que no deberías aprobar actos como ese!

—No sé lo que se supone que debo hacer. Solo sé que el mundo es un lugar mejor con Torol Sadeas muerto.

—A mi padre no le gustaría, si lo supiera.

—Tu padre es un gran hombre —dijo Shallan—, a quien quizá no le convenga saberlo todo. Por su propio bien.

Adolin volvió a respirar. Con la cabeza de Shallan contra su pecho, el aire que entraba y salía de sus pulmones era audible y su voz se oía distinta. Mas resonante.

—Sí —dijo él—. Sí, puede ser. En todo caso, creo que sé lo que es sentir que estás mintiendo al mundo. Así que, si averiguas lo que hay que hacer, ¿me lo podrías decir, por favor?

Shallan se pegó más a él, escuchando sus latidos, su respiración. Sintiendo su calidez.

—No me has dicho a cuál prefieres —susurró.

—Es evidente. Prefiero a la verdadera.

—Pero ¿cuál es?

—Es con la que estoy hablando ahora. No tienes que esconderte, Shallan. No tienes por qué contenerlo. Quizá el jarrón esté agrietado, pero eso solo significa que muestra lo que hay dentro. Y me gusta mucho eso que hay dentro.

Qué calentito. Qué cómodo. Y qué impresionantemente ajeno. ¿Qué era aquel sitio, el lugar sin miedo?

Los ruidos que llegaban de arriba echaron a perder el momento. Shallan se separó y miró hacia la cubierta superior.

—Pero ¿qué está haciendo el muchacho del puente ahí arriba?

—Señor —dijo la neblinosa marinera spren en alezi chapurreado—. ¡Señor! No, ¡por favor, no!

Kaladin le hizo caso omiso y siguió mirando por el catalejo que había separado de una cadena. Estaba en la parte trasera de la cubierta alta, escrutando el cielo. Aquellos Fusionados los habían visto zarpar de Celebrant. El enemigo terminaría encontrándolos.

«Dalinar está solo, rodeado por nueve sombras.»

Kaladin devolvió el catalejo a la tensa brumaspren. El capitán del barco, con un uniforme que seguro que sería incómodo para un humano, se acercó y despidió a la marinera, que se marchó correteando.

—Preferiría que te abstuvieras de molestar a mi tripulación —dijo el capitán Notum.

—Yo preferiría que dejases salir a Syl —replicó Kaladin con brusquedad, sintiendo la ansiedad de la spren por medio de su vínculo—. Ya te he dicho que el Padre Tormenta aprobó sus actos. No hay delito.

El spren bajito se cogió las manos por detrás de la espalda. De todos los spren con que se habían relacionado en ese lado, los honorspren eran los que más gestos inconscientes parecían compartir con los humanos.

—Podría volverte a encerrar —dijo el capitán—, y hasta ordenar que te arrojen por la borda.

—¿Ah, sí? ¿Y qué le pasaría a Syl entonces? Me contó que perder a un Radiante vinculado es un golpe duro para el spren.

—Cierto. Pero se recuperaría, y quizá fuese para bien. Tu relación con la Antigua Hija es… inadecuada.

—No es que nos hayamos fugado juntos.

—Es peor, porque el vínculo Nahel supone una relación mucho más íntima. Una unión de espíritus. No es algo que deba hacerse a la ligera, sin supervisión. Además, la Antigua Hija es demasiado joven.

—¿Joven? —dijo Kaladin—. ¡Pero si acabas de llamarla antigua!

—Sería difícil explicárselo a un humano.

—Inténtalo de todas formas.

El capitán suspiró.

—Los honorspren fuimos creados por el propio Honor, hace muchos miles de años. Vosotros lo llamáis el Todopoderoso y… me temo que está muerto.

—Lo cual tiene sentido, ya que viene a ser la única excusa que habría aceptado.

—No te hablo en broma, humano —dijo Notum—. Vuestro dios está muerto.

—No es mi dios. Pero sigue, por favor.

—Bueno… —Notum frunció el ceño. Saltaba a la vista que había esperado que a Kaladin le costara más aceptar la idea de que Honor había muerto—. Un tiempo antes de su muerte, Honor dejó de crear honorspren. No sabemos por qué, pero pidió al Padre Tormenta que lo hiciera en su lugar.

—Estaba formando a un heredero. He oído que el Padre Tormenta es como una especie de imagen del Todopoderoso.

—Más bien una sombra débil —dijo Notum—. ¿De verdad entiendes esto?

—¿Entenderlo? No. ¿Seguirlo? Bastante bien.

—El Padre Tormenta creó solo a unos pocos niños. Todos ellos, excepto Sylphrena, fueron destruidos en la Traición y se convirtieron en ojomuertos. El Padre Tormenta acusó la perdida y pasó siglos sin volver a crear. Cuando por fin tuvo el impulso de rehacer a los honorspren, creó solamente diez más. Mi bisabuela fue una de ellos, y ella creó a mi abuelo, que creó a mi padre, que a su vez me creó a mí.

»No fue hasta hace poco, incluso según vuestra escala, cuando encontramos a la Antigua Hija. Dormida. Así que, en respuesta a tu pregunta, sí, Sylphrena es a la vez vieja y joven. Vieja en forma, pero joven en mente. No está lista para tratar con los humanos, y desde luego mucho menos para un vínculo. No confiaría ni en mí mismo para establecerlo.

—Crees que somos demasiado mutables, ¿verdad? Que no podemos mantener nuestros juramentos.

—Yo no soy un altospren —escupió el capitán—. Comprendo que la variedad entre los humanos es lo que os confiere fuerza. Vuestra capacidad de cambiar de opinión, de ir en contra de lo que antes pensabais, puede ser una gran ventaja. Pero vuestro vínculo es peligroso, sin Honor. No habrá los suficientes controles sobre vuestro poder. Os arriesgáis a una catástrofe.

—¿Cuál?

Notum negó con la cabeza y desvió su mirada a la lejanía.

—No puedo responder. De todos modos, no deberías haber vinculado a Sylphrena. El Padre Tormenta le tiene demasiada estima.

—Sea así o no —dijo Kaladin—, llegas con medio año de retraso, así que más vale que lo aceptes.

—No es demasiado tarde. Matarte la liberaría, aunque le provocara dolor. Y existen otras maneras, mientras aún no se haya jurado el Último Ideal.

—No concibo que estés dispuesto a matar a un hombre por esto —dijo Kaladin—. Respóndeme con sinceridad: ¿qué honor hay en eso, Notum?

El capitán apartó la mirada, como abochornado.

—Sabes que Syl no debería estar encerrada —dijo Kaladin suavizando la voz—. Tú también eres un honorspren, Notum. Debes de saber cómo se siente.

El capitán no respondió.

Al cabo de un momento, Kaladin apretó los dientes y se fue dando furiosas zancadas. El capitán no exigió que bajara a la cubierta principal, así que Kaladin ocupó el mismo borde delantero de la cubierta alta, que sobresalía por encima de la proa.

Con una mano en el mástil, Kaladin apoyó una bota en la barandilla baja y contempló el mar de cuentas. Ese día llevaba puesto el uniforme, ya que había podido lavarlo la noche anterior. El Sendero de Honor estaba bien equipado para alojar a humanos, entre otras cosas con un dispositivo que generaba una gran cantidad de agua. Era muy posible, si no el propio barco, al menos su diseño se remontara a siglos atrás, cuando los Radiantes recorrían Shadesmar con sus spren.

Por debajo, el barco crujió cuando los marineros hicieron un viraje. A la izquierda se divisaba tierra. Los estrechos de Ceño Largo, más allá de los cuales encontrarían Ciudad Thaylen. Casi al alcance de la mano.

Oficialmente, ya no era guardaespaldas de Dalinar. Pero tormentas, Kaladin había estado a punto de abandonar su deber durante el Llanto. La idea de que Dalinar pudiera necesitarlo mientras Kaladin estaba atrapado y no podía ayudar le provocaba un dolor casi físico. Había fallado a tanta gente en su vida…

«Vida antes que muerte. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino.» Juntas, esas Palabras componían el Primer Ideal de los Corredores del Viento. Las había pronunciado, pero no estaba seguro de entenderlas.

El Segundo Ideal tenía un sentido más directo. «Protegeré a aquellos que no puedan protegerse a sí mismos.» Sencillo, sí, pero apabullante. El mundo estaba lleno de sufrimiento. ¿De verdad se pretendía que intentara impedirlo todo?

«Protegeré incluso a quienes odie, mientras sea lo justo.» El Tercer Ideal significaba alzarse en defensa de cualquiera, si había necesidad. Pero ¿quién decidía lo que era «justo»? ¿A qué bando debía proteger?

El Cuarto Ideal le era desconocido, pero cuanto más se acercaba a él, más miedo tenía. ¿Qué iba a exigirle que hiciera?

Algo cristalizó en el aire a su lado, una línea de luz, como un agujerito en el aire que dejaba atrás una larga y suave luminiscencia. Un marinero brumaspren que había cerca ahogó un grito y dio un codazo a su compañera. Ella susurró algo, impresionada, y los dos salieron en espantada.

«¿Qué he hecho ahora?»

Apareció un segundo agujerito de luz cerca de él y echó a rodar, coordinado con el primero. Dejaron estelas en espiral que permanecieron en el aire. Kaladin diría que eran spren, pero no se parecían a ninguno que hubiera visto antes. Además, en ese lado los spren no parecían esfumarse y aparecer; estaban presentes siempre, ¿no?

Eh… ¿Kaladin?, susurró una voz en su cabeza.

—¿Syl? —susurró él.

¿Qué estás haciendo? Era raro que la oyera en su mente.

—Mantenerme de pie en cubierta. ¿Qué ha pasado?

Nada. Es solo… que ahora puedo sentir tu mente. Más fuerte que de costumbre. ¿Te han dejado salir?

—Sí. He intentado que te liberen a ti.

Son tozudos. Es una característica de los honorspren que, por suerte, no comparto.

—Syl, ¿cuál es el Cuarto Ideal?

Ya sabes que tienes que descubrirlo tú solo, tontito.

—Va a ser duro, ¿verdad?

Sí. Estás cerca.

Kaladin se inclinó hacia delante y miró los mandras que flotaban por debajo. Una pequeña bandada de glorispren pasó volando. Se tomaron un momento para ascender y rodearlo antes de salir disparados hacia el sur, más rápidos que el barco.

Los extraños puntitos de luz siguieron revoloteando a su alrededor. Detrás de él se congregó un grupo de marineros que empezó a montar alboroto hasta que el capitán pasó entre ellos y se quedó boquiabierto.

—¿Qué son? —preguntó Kaladin, meneando la cabeza hacia los puntitos.

—Vientospren.

—Ah. —Sí que le recordaban un poco a la forma en que los vientospren volaban con las ráfagas de viento—. Son muy habituales. ¿A qué viene tanto jaleo?

—No son nada habituales en este lado —dijo el capitán—. Viven en el tuyo casi por completo. Yo nunca los había visto. Qué hermosos son.

«A lo mejor he subestimado a Notum», pensó Kaladin. Tal vez hiciera más caso a un tipo distinto de súplica.

—Capitán —dijo Kaladin—, como Corredor del Viento, he hecho voto de proteger. Y el Forjador de Vínculos que nos lidera corre peligro.

—¿Un Forjador de Vínculos? —se sorprendió el capitán—. ¿Cuál?

—Dalinar Kholin.

—No, ¿qué Forjador de Vínculos de los tres?

—No sé a qué te refieres —dijo Kaladin—. Pero su spren es el Padre Tormenta. Ya te he dicho que hablé con él.

Por la expresión horrorizada del capitán, quizá Kaladin habría debido mencionarlo antes.

—Debo cumplir mi juramento —añadió Kaladin—. Necesito que liberes a Syl y nos lleves a un lugar donde podamos trasladarnos entre reinos.

—Yo también hice un juramento —repuso el capitán—. A Honor, y a las verdades que seguimos.

—Honor está muerto —dijo Kaladin—, pero el Forjador de Vínculos no. Afirmas comprender que la variedad humana nos da fuerza, ¿no es así? Pues te desafío a hacer lo mismo. Atrévete a ver más allá de la letra de tus normas. Debes comprender que mi necesidad de defender al Forjador de Vínculos es más importante que la tuya de entregar a Syl, sobre todo teniendo en cuenta que el Padre Tormenta es muy consciente de dónde está.

El capitán miró los vientospren, que seguían rodeando a Kaladin, dejando unos rastros luminosos que retrocedían flotando hasta la popa del barco antes de apagarse.

—Me lo pensaré —dijo el capitán.

Adolin se detuvo al final de la escalera, justo detrás de Shallan.

Kaladin, el tormentoso hombre del puente, estaba de pie en la proa del barco, rodeado de brillantes arcos de luz que resaltaban su figura heroica: decidido, resuelto, con una mano en el mástil de proa y vestido con su impecable uniforme de la Guardia de la Muralla. Los spren del barco lo observaban como si fuese un tormentoso Heraldo venido para anunciar la conquista de los Salones Tranquilos.

Delante de Adolin, Shallan pareció cambiar. Fue su porte, la forma en que dejó de apoyarse con ligereza en un pie y plantó su peso con solidez sobre los dos. La forma en que modificó su postura.

Y la forma en que pareció derretirse al ver a Kaladin, sus labios alzándose en una amplia sonrisa. Ruborizándose, adoptó una expresión cariñosa, casi hambrienta.

Adolin soltó el aire despacio. Ya había captado esos atisbos de ella otras veces, y había visto los bocetos de Kaladin en su cuaderno, pero al mirarla en ese momento le fue imposible negar lo que estaba viendo. Shallan tenía una actitud casi lasciva.

—Tengo que dibujar eso —dijo. Pero se quedó allí parada, sin apartar la mirada de Kaladin.

Adolin suspiró y terminó de subir a la cubierta alta. Al parecer, ya no tenían prohibido estar allí. Llegó al lado de Patrón, que había subido por otra escalera y canturreaba feliz para sí mismo.

—Es un poco difícil competir con eso —comentó Adolin.

—Mmm —dijo Patrón.

—¿Sabes que no me había sentido así nunca? No es solo por Kaladin, es todo esto. Y lo que nos está pasando. —Negó con la cabeza—. La verdad es que somos una pandilla dispar.

—Sí. Siete personas. No es par.

—Y tampoco puedo culparlo. No es que esté intentando ser como es.

Cerca de ellos, una marinera spren, de las pocas que no se había congregado alrededor de Bendito por la Tormenta y su halo de luces resplandecientes, bajó un catalejo. Frunció el ceño y volvió a alzarlo. Entonces echó a dar voces en el idioma spren. Los demás se apartaron de Kaladin y fueron hacia ella. Adolin retrocedió y se quedó mirando hasta que llegaron Kaladin y Shallan. Celeste subió por una escalera cercana, con cara de preocupación.

—¿Qué pasa? —preguntó Kaladin.

—Ni idea —dijo Adolin. El capitán hizo señas a los brumaspren y honorspren para que dejaran sitio y cogió el catalejo. Miró por él, lo bajó y se dirigió a Kaladin.

—Tenías razón, humano, al decir que podrían seguiros. —Hizo un gesto para que Kaladin y Adolin se adelantaran—. Mirad justo encima del horizonte, a doscientos diez grados.

Kaladin miró por el catalejo y dio un suave soplido. Lo tendió hacia Adolin, pero Shallan lo cogió primero.

—¡Tormentas! —exclamó—. Son por lo menos seis.

—Ocho, según mi vigía —la corrigió el capitán.

Por fin llegó el turno de Adolin. Con aquel cielo negro, le costó una eternidad divisar las lejanas motas que volaban hacia el barco. Los Fusionados.

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