SIETE AÑOS

Eshonai echó la cabeza hacia atrás, sintiendo el agua gotear del caparazón del cráneo. Regresar a la forma de guerra después de pasar tanto tiempo en forma de trabajo era como volver a visitar un claro familiar oculto entre los árboles, difícil de encontrar pero siempre esperándola a ella. La verdad era que le gustaba aquella forma. Estaba decidida a no verla como una prisión.

Se reunió con Thude y Rlain, que estaban saliendo de los huecos en la piedra donde también ellos habían retomado aquella forma. Muchos amigos suyos nunca la habían abandonado. La forma de guerra era conveniente por muchos motivos, pero a Eshonai no le gustaba tanto como la forma de trabajo. Había algo en la agresividad que le provocaba aquella nueva forma. Temía ponerse a buscar excusas para pelear.

Thude se desperezó, canturreando a Alegría.

—Qué bien —dijo—. Me siento vivo en esta forma.

—Demasiado vivo —dijo Rlain—. ¿A ti los ritmos no te suenan más altos?

—A mí no —respondió Thude.

Eshonai negó con la cabeza. Ella no oía ninguna diferencia en los ritmos. Es más, se había preguntado si al adoptar esa forma de nuevo oiría el tono puro de Roshar como había ocurrido la primera vez. Pero no.

—¿Vamos? —preguntó, moviendo el brazo hacia la extensión de mesetas.

Rlain echó a andar hacia un puente, pero Thude cantó en voz muy alta a Diversión y se lanzó a la carga hacia el cercano abismo, que saltó elevándose por los aires con una potencia increíble.

Eshonai corrió tras él para hacer lo mismo. Cada forma traía consigo un cierto nivel de comprensión instintiva. Cuando llegó al borde, su cuerpo supo lo que debía hacer. Dio un poderoso brinco que hizo silbar el aire por las ranuras de su caparazón y aletear la túnica suelta que se había puesto para adentrarse en la tormenta.

Aterrizó con un crujido firme y sus pies rasparon contra la piedra mientras resbalaba hasta detenerse. El Ritmo de la Confianza zumbaba en sus oídos y se descubrió sonriendo. Eso sí que lo había echado de menos. Rlain llegó a su lado, una figura corpulenta con franjas negras y rojas en la piel que formaban un complejo jaspeado. También canturreaba a Confianza.

—¡Vamos! —gritó Thude cerca de ellos, y saltó otro abismo.

Armonizando a Alegría, Eshonai corrió tras él. Los tres juntos se persiguieron y corrieron, treparon y saltaron, cruzando abismos, escalando para rebasar formaciones rocosas, recorriendo mesetas enteras a la carrera. Las Llanuras Quebradas daban la impresión de ser un terreno de juego.

«Así deben de ser las islas y los océanos», pensó Eshonai mientras contemplaba las llanuras desde lo alto. Los había oído mencionar en las canciones, y siempre había imaginado que un océano sería una inmensa red de arroyos fluyendo entre secciones de tierra.

Pero no. Había visto el mapa de Gavilar. En ese dibujo, los cuerpos acuáticos habían parecido anchos como países. Agua… sin nada más que ver salvo más agua. Armonizó a Ansiedad. Y a Asombro. Para ella siempre habían sido emociones complementarias.

Se dejó caer del peñasco y se posó en la meseta antes de saltar detrás de Thude. ¿Cuánto tendría que viajar para encontrar esos océanos? A juzgar por el mapa, solo unas semanas en dirección este. En otro tiempo esa distancia la habría desalentado, pero desde entonces había ido andando hasta Kholinar y de vuelta. El viaje a la capital alezi había sido una de las experiencias más dulces y estimulantes de su vida. Cuántos lugares nuevos. Cuánta gente maravillosa. Cuántas plantas extrañas, vistas extrañas, comidas extrañas que probar.

Cuando habían huido, esas mismas maravillas se habían convertido en amenazas en un abrir y cerrar de ojos. El trayecto de vuelta a casa había sido una confusión de marcha forzada, sueño y forraje en territorio humano.

Eshonai llegó a otro abismo y brincó, intentando recobrar su entusiasmo. Apretó el paso, alcanzó a Thude y terminó rebasándolo, antes de que los dos se detuvieran para esperar a Rlain, que les llevaba unas pocas mesetas de desventaja. Siempre había sido muy cuidadoso, y parecía ser más capaz de controlar los impulsos que daba la nueva forma.

Con el corazón acelerado, Eshonai hizo el ademán de secarse la frente, pero aquella forma no tenía sudor que pudiera caer a los ojos. La armadura de caparazón atrapaba el aire cuando se movía y lo hacía ascender por debajo para enfriarle la piel.

La impresionante energía de aquella forma significaba que podría pasar horas enteras corriendo antes de notar ningún cansancio digno de ese nombre. Quizá más. De hecho, durante la huida de Alezkar, los formas de guerra habían cargado con la comida del resto y aun así se movían más rápido que quienes estaban en forma de trabajo.

Al mismo tiempo, Eshonai empezaba a tener hambre. Recordaba bien lo mucho que aquella forma exigía que comiera a diario.

Thude se apoyó en una alta formación rocosa mientras esperaban y miró a unos vientospren que jugueteaban en el aire. Eshonai deseó haberse traído su cuaderno para dibujar mapas de las llanuras. Lo había encontrado en el mercado humano de Kholinar. Qué cosa tan pequeña y sencilla. Era bastante caro para los alezi, pero baratísimo para ella. ¿Un libro entero de papeles? ¿Solo a cambio de unos trocitos de esmeralda?

Allí también había visto armas de acero. En el mercado. A la venta, nada menos. Los oyentes protegían, sacaban brillo y reverenciaban todas las armas que habían encontrado en las Llanuras Quebradas, guardándolas durante generaciones, legándolas de padres a hijos. Los humanos tenían tenderetes enteros llenos de ellas.

—Esto no va a irnos nada bien, ¿verdad? —preguntó Thude.

Eshonai se dio cuenta de que había estado canturreando a lo Perdido. Paró, pero lo miró a los ojos y supo lo que él sabía. Rodearon juntos la formación de piedra y miraron hacia el oeste, hacia las ciudades que durante siglos habían sido hogares para los oyentes. Un humo negro llenaba el aire: los alezi quemando madera al encender unas enormes hogueras para cocinar, mientras se instalaban en sus campamentos.

Habían llegado en horda. Decenas de miles. Multitudes de soldados, con docenas de portadores de esquirlada. Estaban allí para exterminar a su pueblo.

—Puede que no —dijo Eshonai—. En forma de guerra, somos más fuertes que ellos. Ellos tienen el equipo y la habilidad, pero nosotros la fuerza y la resistencia. Si de verdad tenemos que luchar contra ellos, este terreno nos favorecerá mucho.

—Pero ¿de verdad tuviste que hacerlo? —preguntó Thude a Súplica—. ¿Era necesario hacerlo matar?

Eshonai ya había contestado a aquello antes, pero no evitó la responsabilidad. Era cierto que había votado a favor de que Gavilar muriera. Y había sido por ella que se había producido la votación en un principio.

—Iba a traerlos de vuelta, Thude —dijo Eshonai a Reprimenda—. A nuestros antiguos dioses. Se lo oí decir. Él creía que me alegraría saberlo.

—¿Así que lo mataste? —preguntó Thude, a Agonía—. Ahora nos matarán a nosotros, Eshonai. ¿Qué hemos ganado con ello?

Ella armonizó a Tensión. Thude, en respuesta, armonizó a Reconciliación. Parecía admitir que sacarle el tema una y otra vez no estaba llevando a ninguna parte.

—Está hecho —zanjó Eshonai—. Así que ahora tenemos que resistir. Podemos cosechar gemas corazón de los grancaparazones y acelerar los cultivos. Los humanos no pueden saltar esos abismos, así que les será difícil llegar a encontrarnos. Estaremos a salvo.

—Estaremos atrapados —dijo Thude—. En el centro de estas llanuras. Durante meses, tal vez años. ¿Te conformarías con eso, Eshonai?

Rlain por fin los alcanzó, al trote y canturreando a Diversión. Quizá opinaba que era una tontería por parte de los dos adelantarse tanto.

Eshonai apartó la mirada de Thude y la dirigió sobre las llanuras, no a los humanos, sino hacia el océano, hacia el Origen. Hacia los lugares a los que podría haber ido. A lo que había planeado ir. Thude la conocía demasiado bien. Entendía lo mucho que iba a dolerle estar atrapada allí.

«Atacarán hacia el interior —pensó—. Los humanos no han venido hasta aquí para dar media vuelta por unos pocos abismos. Tienen recursos que ni alcanzamos a imaginar, y son muchísimos. Se las ingeniarán para llegar hasta nosotros.»

Escapar por el otro extremo de las Llanuras Quebradas tampoco era una opción. Si los abismoides de allí no acababan con ellos, los humanos terminarían haciéndolo en algún momento. Huir significaría abandonar la fortificación natural de las llanuras.

—Haré lo que deba, Thude —dijo Eshonai a Determinación—. Haré lo correcto cueste lo que cueste. A nosotros. A mí.

—Ellos han librado guerras —respondió Thude—. Tienen generales. Grandes pensadores militares. Nosotros tenemos la forma de guerra desde hace solo un año.

—Aprenderemos —dijo Eshonai—, y crearemos a nuestros propios generales. Nuestros antepasados pagaron con sus propias mentes para darnos la libertad. Si los humanos encuentran la manera de venir a por nosotros aquí dentro, ya lo creo que lucharemos. Hasta que convenzamos a los humanos de que el coste es demasiado alto. Hasta que se den cuenta de que no iremos mansos a la esclavitud, como esos pobres seres que tienen como siervos. Hasta que aprendan que no pueden tenernos a nosotros, ni nuestras hojas esquirladas, ni nuestras almas. Somos un pueblo libre. Para siempre.

Venli hizo que sus amigos se acercaran y canturreó flojito a Ansia mientras les revelaba las gemas que tenía en las manos. Vacíospren. Cinco de ellos, atrapados como había estado Ulim cuando se lo habían entregado.

Dentro de su gema corazón, el spren canturreaba palabras de ánimo. Desde los acontecimientos en la ciudad humana, la había tratado con mucho más respeto. Y ya no había vuelto a abandonarla. Cuanto más tiempo pasaba en su gema corazón, mejor podía oír ella los nuevos ritmos. Los ritmos de poder.

Venli había reclamado aquella zona de Narak, la ciudad en el centro de las Llanuras Quebradas, para sus estudiosos. Amigos que Ulim y ella habían determinado, con meticulosas conversaciones, que compartían el hambre de Venli por un mundo mejor. Eran lo bastante de fiar, esperaba. Cuando tuvieran vacíospren en sus gemas corazón, confiaría mucho más en que fuesen discretos.

—¿Qué son? —preguntó Demid, con la mano apoyada en el hombro de Venli.

Demid había sido el primero de todos y el más ansioso por escucharla. No lo sabía todo, por supuesto, pero Venli se alegraba de tenerlo. Se sentía más fuerte cuando él estaba cerca. Más valiente que Eshonai. A fin de cuentas, ¿Eshonai podría haber dado alguna vez ese paso?

—Contienen spren —explicó Venli—. Cuando aceptéis a uno en vuestra gema corazón, retendrán con él a vuestro spren actual, lo que os mantendrá en la forma que lleváis. Pero tendréis a un compañero secreto para ayudaros. Guiaros. Juntos, vamos a solucionar el mayor desafío que nuestro pueblo ha conocido en toda su historia.

—¿Que es…? —preguntó Tusa a Escepticismo.

—Nuestro mundo está conectado con otro —dijo Venli mientras entregaba una gema a cada uno de sus amigos—. Un lugar llamado Shadesmar. Allí existen centenares de spren que pueden concedernos la capacidad de dominar el poder de las tormentas. Llegan desde muy lejos, donde formaban parte de una gran tormenta. Pero ya han recorrido toda la distancia que pueden, ellos solos. Traer gemas como estas a nuestro lado supone un esfuerzo enorme, y es imposible a gran escala.

»Así que necesitamos otra forma de traer hasta aquí a esos spren. Vamos a resolverlo, y luego convenceremos a los demás oyentes de unirse a nosotros en aceptar las formas de poder. Seremos listos y esta vez no dejaremos que nos gobiernen los spren. Los gobernaremos nosotros a ellos.

»Eshonai y los demás han cometido el error de meternos a todos en una guerra que no queremos. Así que nos corresponde a nosotros dar este paso. Se nos recordará como aquellos que salvamos a nuestro pueblo.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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