Si la luz tormentosa se extrae de una gema con la suficiente celeridad, un spren que esté cerca puede verse absorbido al interior de la gema. Este efecto lo provoca un efecto similar al diferencial de presión, creado por la repentina retirada de luz tormentosa, aunque las bases científicas de ambos fenómenos no son idénticas.
El resultado es un spren capturado, que entonces puede manipularse a voluntad.
Lección sobre mecánica de fabriales impartida por Navani Kholin
a la coalición de monarcas, Urithiru, jesevan de 1175
Los Corredores del Viento se elevaron alrededor de Kaladin en formación defensiva. Se quedaron flotando como no podría haberlo hecho jamás ninguna anguila aérea: inmóviles, equidistantes.
Debajo de ellos, pese al caos de la evacuación, los refugiados se detuvieron para alzar la mirada a través de los asombrospren hacia los centinelas de azul. La forma en que los Corredores del Viento descendían en picado y se ladeaban para virar tenía algo natural, pero otra cosa muy diferente era enfrentarse a la visión surrealista de un pelotón de soldados colgando del cielo como si estuvieran sostenidos por alambres.
La niebla se había disipado casi del todo, por lo que Kaladin alcanzaba a ver sin problemas a los Celestiales que avanzaban en la lejanía. La ropa de combate de los enemigos era de colores sólidos, apagados salvo por algún carmesí vivo de vez en cuando. Llevaban túnicas que ondeaban varios palmos tras ellos, incluso en batalla. No serían nada prácticas para caminar, pero ¿para qué caminar si podían volar?
Habían aprendido mucho sobre los Fusionados gracias a la Heraldo Ash. Cada uno de aquellos Celestiales era una entidad antiquísima: se había sacrificado a cantores normales que entregaban sus cuerpos y sus vidas para albergar el alma de un Fusionado. Los enemigos se aproximaban portando lanzas largas, y Kaladin les envidió su forma de moverse con el viento. Lo hacían como si fuese su naturaleza, como si no solo hubieran reclamado el cielo como Kaladin, sino que hubieran nacido para él. Su elegancia lo hacía sentir a él como un pedrusco que alguien hubiera lanzado brevemente al aire.
Tres escuadrones significaban cincuenta y cuatro soldados. ¿Estaría Leshwi entre ellos? Kaladin esperaba que sí, porque tenían que volver a enfrentarse. No estaba seguro de poder reconocerla, dado que había muerto la vez anterior. El mérito de esa hazaña no le correspondía a él, sino a Cuerda, la hija de Roca, que había hecho un gran disparo con su arco esquirlado.
—Tres escuadrones no son tantos como para que necesitemos a todo el mundo —dijo Kaladin a los demás—. Los escuderos por debajo del grado CP4, descended al suelo para proteger a los civiles, y no os enfrentéis a ningún Fusionado a menos que os ataquen primero. Los demás, protocolo primario de enfrentamiento.
Los Corredores del Viento más novatos se dejaron caer a la nave con evidente mala gana, aunque tenían la disciplina suficiente como para no protestar. Al igual que todos los escuderos, incluidos los más expertos a los que había permitido mantenerse en el aire, ese grupo no había vinculado a sus propios spren y, en consecuencia, dependían de tener cerca a un caballero Corredor del Viento de pleno derecho para sus poderes.
Kaladin tenía a unos trescientos Corredores del Viento a aquellas alturas, aunque solo alrededor de cincuenta caballeros completos. Casi todos los miembros originales supervivientes del Puente Cuatro habían vinculado ya a un spren, igual que muchos de la segunda oleada, los que se habían unido a él poco después de trasladarse al campamento de Dalinar. Incluso algunos del tercer grupo, los que se habían incorporado a los Corredores del Viento ya en Urithiru, habían encontrado a un spren con el que vincularse.
Sin embargo, por desgracia, el progreso se había detenido ahí. Kaladin tenía a hombres y mujeres haciendo cola para avanzar y pronunciar sus juramentos, pero no lograban encontrar a honorspren dispuestos a ello. En esos momentos, que Kaladin supiera, había solo uno que deseara formar un vínculo y no lo hubiera hecho.
Pero eso era otro problema, para otro momento.
Lopen y Drehy ascendieron a ambos lados de Kaladin, flotando despacio, mientras cobraban forma unas brillantes lanzas esquirladas en su manos extendidas. Kaladin alzó el brazo, asió su propia lanza cuando esta se materializó a partir de la niebla y luego echó el brazo adelante. Sus Corredores del Viento se disgregaron, volando en distintas direcciones para recibir a los Celestiales que se acercaban.
Kaladin esperó. Si Leshwi formaba parte de aquella fuerza atacante, acabaría viendo a Kaladin. Por delante, los primeros Celestiales encontraron a los Corredores del Viento y les presentaron sus lanzas en desafío. Los gestos eran propuestas de combate singular, que los soldados de Kaladin aceptaron en vez de atacar al enemigo en grupo. Un lego en la materia quizá lo encontraría raro, pero Kaladin había concluido que era mejor aprovechar las costumbres de los Celestiales y sus métodos de lucha antiguos… o arcaicos, según a quién se preguntara.
Los dúos de Corredores del Viento y Fusionados se fueron apartando para iniciar sus competiciones de habilidad. El enfrentamiento resultante era como ver dos corrientes de agua estrellándose entre sí y salpicando a los lados. Al poco tiempo, todos los Corredores del Viento estaban combatiendo y solo quedaba atrás un puñado de Fusionados.
En las escaramuzas a pequeña escala, los Celestiales preferían esperar la ocasión de combatir uno contra uno, en vez de atacar juntos al enemigo. No siempre era sí, y Kaladin se había visto obligado dos veces a luchar contra varios adversarios a la vez, pero cuanto más se enfrentaba a aquellas criaturas, más respetaba sus costumbres. No había esperado hallar honor entre las tropas enemigas.
Al estudiar a los Fusionados que aún no estaban combatiendo, sus ojos se fijaron en una en concreto. Era una mujeren alta con un marcado patrón rojo, blanco y negro en la piel, veteado como una mezcla turbulenta de tres tonos de pintura. Aunque sus rasgos eran distintos, el patrón se parecía mucho al de siempre. Además había algo en su ademán y en cómo llevaba la melena carmesí y negra.
La mujeren lo vio, sonrió y le presentó la lanza. En efecto, era Leshwi. Una líder entre los Fusionados, con la suficiente categoría para que los demás le guardaran deferencia pero no tanta como para quedarse atrás en las batallas. Una condición similar a la del propio Kaladin. Él presentó también su lanza.
La Fusionada voló hacia arriba y Kaladin se apresuró a seguirla. Mientras lo hacía, más abajo se expandió un estallido de luz. Durante un fugaz instante, Kaladin captó un atisbo de Shadesmar y se vio ascendiendo en un cielo negro salpicado de extrañas nubes que fluían como en una calzada.
Una oleada de poder recorrió el campo de batalla e hizo que sus Corredores del Viento se iluminaran de sopetón. Dalinar había abierto por completo una perpendicularidad, convirtiéndose en un reservorio de luz tormentosa que renovaría al instante a cualquier Radiante que tuviera cerca. Era una ventaja significativa, y uno de los motivos por los que seguían arriesgándose a llevar con ellos al Forjador de Vínculos en las misiones.
La luz tormentosa bulló en el interior de Kaladin mientras volaba persiguiendo a Leshwi. La Fusionada llevaba ropa de tela blanca y roja que ondeaba tras ella, un poco más larga que las vestiduras de los demás. Fluyó en reacción a sus movimientos curvándose casi como un líquido cuando Leshwi viró en bucle, apuntó su lanza en dirección a Kaladin y descendió en picado hacia él.
Los Corredores del Viento bien entrenados tenían varias ventajas importantes en aquellos enfrentamientos. Podían desarrollar mucha más velocidad que los Celestiales y disponían de armas esquirladas. Quizá cabría pensar que esas ventajas eran insuperables, pero los Celestiales eran seres antiguos, expertos y astutos. Habían tenido milenios para practicar con sus poderes, y podían volar indefinidamente sin que se les agotara la luz del vacío. Solo la invertían en sanarse y, según había oído Kaladin, en realizar algún enlace muy de vez en cuando.
Y por supuesto, los Fusionados tenían una ventaja singular y terrible contra la gente de Kaladin: eran inmortales. Si se los mataba, renacerían en la siguiente tormenta eterna. Podían permitirse una temeridad que a Kaladin le estaba vedada. Cuando Leshwi y él por fin entablaron combate, haciendo entrechocar sus lanzas y gruñendo al intentar superar el arma del otro para clavarle la propia, Kaladin fue quien se vio obligado a apartarse primero.
La lanza de Leshwi estaba recubierta de un metal plateado que resistía los cortes de una hoja esquirlada. Y lo más importante era que tenía una gema engarzada en la base. Si el arma alcanzaba a Kaladin, la gema absorbería su luz tormentosa y lo dejaría incapaz de sanar: una herramienta que podía resultar mortífera contra un Radiante, incluso estando infundido por la perpendicularidad de Dalinar.
En el momento en que Kaladin se apartó, Leshwi se lanzó más hacia el suelo, dejando una aleteante estela. Él la siguió enlazándose hacia abajo y cayó a plomo a través del campo de batalla. Era un caos hermoso, en el que cada pareja danzaba en su propio combate individual. Leyten pasó como una exhalación justo por encima de él, persiguiendo a un Celestial vestido de gris azulado. Cikatriz volaba por debajo y estuvo a punto de colisionar contra Kara justo en el momento en que ella hería a su oponente.
El aire se llenó de sangre naranja de cantor. Unas gotas salpicaron la frente de Kaladin y otras lo siguieron en su picado hacia el suelo. Kara aún no podía invocar un arma esquirlada, aunque Kaladin estaba seguro de que a esas alturas ya habría podido pronunciar el Tercer Ideal. Si tuviera un spren.
Kaladin remontó el vuelo cerca del suelo, casi rozando la piedra mientras llovía sangre naranja a su alrededor. Por delante de él, Leshwi volaba rasante y pasó entre un grupo de refugiados que estallaron en gritos.
Kaladin la siguió pasando como una centella entre Leven el zapatero y su esposa. Sus chillidos de horror, sin embargo, hicieron que aflojara. No podía arriesgarse a chocar contra civiles. Se elevó hacia un lado y se ralentizó hasta detenerse en el aire, observando, anticipándose.
Lopen pasó volando cerca.
—¿Estás bien, gancho? —gritó a Kaladin.
—Estoy bien —respondió Kaladin.
—¡Puedo luchar yo contra ella si quieres un descanso!
Leshwi emergió por el otro lado y Kaladin dejó de prestar atención a Lopen para lanzarse tras ella. Leshwi y él pasaron rozando los edificios de las afueras del pueblo, haciendo temblar los postigos para tormentas. Descartó la lanza y Syl apareció cerca de su cabeza como una cinta de luz. Kaladin controlaba su dirección general con enlaces, usando las manos, los brazos y los contornos de su cuerpo para afinar el movimiento. Tener tanto aire rugiendo a su alrededor le permitía esculpir la trayectoria, casi como si estuviera nadando.
Incrementó su velocidad con otro enlace, pero Leshwi lo esquivó descendiendo de nuevo entre la muchedumbre. La imprudencia de la Fusionada estuvo a punto de costarle cara cuando pasó junto a un grupo que estaba protegido por Godeke. El Danzante del Filo fue un poco demasiado lento y su hoja esquirlada solo llegó a cortarle la punta de la túnica que ondeaba tras ella.
Después de eso, Leshwi evitó a la gente, aunque permaneció cerca del suelo. La Celestial no volaba tan rápido como un Corredor del Viento, de modo que se dedicó a dar giros repentinos y a rodear obstáculos. Eso obligaba a Kaladin a moderar su velocidad y le impedía aprovechar una de sus mayores ventajas.
Persiguió a su adversaria, disfrutando de la cacería en parte por lo bien que volaba Leshwi. La Fusionada volvió a virar, esa vez en dirección al Cuarto Puente. Aminoró mientras pasaban pegados al lateral del enorme vehículo y se dedicó a escrutar atenta la construcción de madera.
«Está intrigada por la nave aérea —pensó Kaladin, siguiéndola—. Seguro que quiere reunir toda la información que pueda sobre ella.» En las conversaciones de Jasnah con los Heraldos, que llevaban vivos miles de años, habían descubierto que a ellos también los asombraba aquella creación. Por increíble que pareciera, los artifabrianos modernos habían descubierto cosas que ni siquiera los Heraldos habían conocido.
Kaladin abandonó la persecución un momento y se elevó por encima de la gigantesca plataforma. Vio a Roca de pie en un lado del vehículo con su hijo, repartiendo agua a los refugiados. Cuando Roca vio a Kaladin haciéndole gestos, el fornido comecuernos cogió una lanza que tenía cerca y la enlazó para enviarla por los aires. El arma salió despedida hacia Kaladin, que la asió antes de enlazarse a sí mismo hacia Leshwi.
Volvió a ponerse a su cola mientras ella se elevaba en un bucle muy cerrado. Era frecuente que la Fusionada intentara agotar a Kaladin obligándolo a hacer maniobras complejas antes de aproximarse para combatir cuerpo a cuerpo.
Syl, que volaba al lado de Kaladin, miró la lanza que Roca le había enviado. A pesar del viento ensordecedor, Kaladin oyó su bufido de desprecio. Pero en fin, a Syl era imposible infundirle luz tormentosa. Intentar introducir luz en ella era como tratar de llenar una copa que ya rebosara de agua.
Los siguientes cambios de rumbo pusieron muy a prueba las capacidades de Kaladin mientras Leshwi hacía picados y trazaba curvas por el campo de batalla. La mayoría de los demás combatientes estaban inmersos en duelos directos, luchando con lanzas u hojas esquirladas. Algunos se perseguían entre sí, pero ninguno se veía obligado a seguir unas trayectorias tan complicadas como las de Kaladin.
Se concentró. Los demás luchadores se redujeron a meros obstáculos en el aire. Su ser al completo, la totalidad de su atención, se enfocó en dar caza a la silueta que tenía delante. El rugido del aire pareció desvanecerse y Syl salió disparada por delante de él, dejando atrás una estela de luz, una baliza para que Kaladin la siguiera.
Del cielo emergieron vientospren que entraron en formación a su lado mientras Kaladin trazaba una curva cerrada que le atenazó las entrañas, escorándose hacia una Leshwi que pasó como una flecha entre Cikatriz y otro Fusionado. Kaladin la siguió por el espacio que dejaban las dos lanzas, evitó por los pelos que se le clavaran y luego se enlazó para rodearlas hacia Leshwi. Sudando, apretó los dientes por la fuerza del giro.
Leshwi le lanzó una mirada hacia atrás y descendió en picado. Iba a dar otra pasada junto al Cuarto Puente.
«Ahora», pensó Kaladin, e infundió luz en su arma mientras giraba hacia abajo tras Leshwi. La lanza intentó separarse de su mano, pero Kaladin la retuvo incluso mientras la proyectaba hacia delante. Cuando Leshwi estuvo cerca del suelo, por fin soltó el arma, que salió disparada hacia ella.
Pero por desgracia, Leshwi miró atrás en el momento preciso, lo que le permitió esquivar por los pelos la lanza. El arma dio contra el suelo y se astilló, la punta incrustada en el asta. Leshwi ascendió con una maniobra imponente y pasó zumbando cerca de Kaladin, que se desconcentró un momento y estuvo a punto de estamparse de lleno contra las piedras.
Raspó contra el suelo en un aterrizaje duro, tanto que se habría roto huesos de no ser por la luz tormentosa, soltó una palabrota y miró hacia arriba. Leshwi se perdió de vista en la contienda, dejándolo atrás con una exultante maniobra de tirabuzón en el cielo. La Fusionada parecía disfrutar zafándose de él cuando podía.
Kaladin gimió y sacudió la mano con la que había dado contra el suelo. Su luz tormentosa le curó el esguince en cuestión de segundos, pero siguió notando el dolor en una especie de reflejo, como el eco que deja en la mente un sonido fuerte después de haber pasado por los oídos.
Syl apareció en el aire junto a él con la forma de una joven, brazos en jarras.
—¡Y no te atrevas a volver! —gritó a la Fusionada que se había marchado—. O te… hum… ¡O se nos ocurrirá otra cosa más ofensiva que decirte! —Volvió la mirada hacia Kaladin—. ¿Verdad?
—Podrías haberla atrapado —dijo Kaladin— si estuvieras volando sola, sin mí.
—Sin ti sería tonta como una piedra. Y tú sin mí volarías igual que una. Creo que a ninguno de los dos nos conviene preocuparnos de lo que podríamos hacer sin el otro. —Syl se cruzó de brazos—. Además, ¿qué iba a hacer si la atrapara? ¿Mirarla mal? Te necesito para la parte de las puñaladas.
Kaladin se puso en pie con un gruñido. Un momento después, un Radiante de barba blanca descendió flotando cerca. Era extraño lo distinto que podía ser algo tras solo un pequeño cambio de perspectiva. Teft siempre había sido… desastrado. La barba un poco desarrapada, la piel un poco curtida, el carácter mucho de ambas cosas.
Pero allí, flotando en el cielo, con el brillo de la luz tormentosa haciendo relucir su barba, parecía un ser divino. Como un dios sabio salido de las historias que contaba Roca.
—Kaladin, chaval —dijo Teft—, ¿estás bien?
—Bien.
—¿Seguro?
—Que sí. ¿Cómo está el campo de batalla?
—Sobre todo son combates rápidos —informó Teft—. No tenemos bajas de momento, gracias a Kelek.
—Están más interesados en inspeccionar el Cuarto Puente que en matarnos —dijo Kaladin.
—Ah, pues tiene sentido —convino Teft—. ¿Quiere que intentemos impedírselo?
—No. Los fabriales de Navani están ocultos en la bodega. Dar unas cuantas pasadas no revelará nada al enemigo. —Kaladin observó el pueblo y luego analizó el campo de batalla aéreo. Eran choques rápidos, tras los que los Celestiales solían retirarse deprisa—. No están lanzando un asalto pleno, sino poniendo a prueba nuestras defensas y examinando la máquina voladora. Haz que se difunda. Que nuestros Corredores del Viento se lancen en persecuciones con el enemigo y que luchen a la defensiva. Minimicemos nuestras bajas.
Teft saludó mientras otro grupo de lugareños embarcaba en la nave. Los dirigía Roshone, y el viejo fanfarrón parecía preocupado por la gente que tenía a su cargo. Tal vez hubiera recibido clases de interpretación con los Tejedores de Luz.
Sobre la cubierta de la nave, Dalinar refulgía con una luz casi impenetrable. Aunque no era la enorme columna fulgurante que había creado la primera vez que hiciera aquello, el brillo que emanaba seguía siendo tan intenso que costaba mirarlo directamente.
En ocasiones anteriores, los Fusionados habían concentrado sus esfuerzos en Dalinar. Pero ese día revoloteaban en torno a la nave sin tratar de atacar al Forjador de Vínculos. Los asustaba por motivos que nadie comprendía aún, y solo emprendían asaltos directos contra él si contaban con una abrumadora superioridad numérica y apoyo de tropas terrestres.
—Transmitiré la orden —dijo Teft a Kaladin, pero parecía estar dudando sobre él—. ¿Seguro que estás bien, chaval?
—Estaría mejor si dejaras de preguntármelo.
—De acuerdo, pues.
Teft salió disparado hacia el cielo.
Kaladin se sacudió el polvo y miró a Syl. Primero Lopen y luego Teft, comportándose como si Kaladin fuese alguien frágil. ¿Syl habría pedido a los demás que cuidaran de él? ¿Solo porque últimamente se notaba un pelín cansado?
En fin, no tenía tiempo para esas bobadas. Se acercaba un Celestial con la túnica roja ondeando y la lanza tendida en su dirección. No era Leshwi, pero Kaladin aceptó encantado el desafío. Necesitaba echar a volar otra vez.
Los sectarios se quedaron muy quietos y miraron a Shallan por los agujeros de sus capuchones. En el abismo se hizo el silencio, salvo por el ruido de cremlinos correteando. Hasta el hombre alto del saco dejó de moverse, aunque eso no era tan sorprendente. Estaría esperando a que ella tomara la iniciativa.
«No soy quien vosotros creéis», les había dicho Shallan, dando a entender que se disponía a hacer una revelación sorprendente.
Más valía que se le ocurriera alguna.
Tengo mucha curiosidad por saber adónde vas con esto, le dijo Radiante con un pensamiento.
—No soy solo una mercader —dijo Shallan—. Es evidente que aún no confiáis en mí, y supongo que hay cosas en mi forma de vida que os han extrañado. Queréis una explicación, ¿verdad?
Los dos líderes de los sectarios se miraron entre ellos.
—Por supuesto —dijo la mujer—. Sí, no deberías haber intentado ocultarnos cosas.
Recuerda a Adolin, pensó Radiante. Montar un alboroto podría ser peligroso en términos tácticos.
Shallan había dicho a Adolin y a Patrón, que quizá estuvieran observándola en esos momentos, que si corría peligro crearía una distracción para que pudieran atacar. Intentarían capturar a los sectarios, pero quizá así perdieran la oportunidad de apresar a Ialai.
Con un poco de suerte, comprenderían que Shallan no corría peligro, sino que intentaba sacar información a esa gente.
—¿No os habéis preguntado por qué a veces desaparezco de los campamentos de guerra? ¿Ni por qué soy mucho más rica de lo que debería? Tengo un segundo negocio, uno clandestino. Con la ayuda de mis agentes en Urithiru, he estado copiando los diagramas que desarrollan los artifabrianos de los Kholin.
—¿Diagramas? —preguntó la mujer—. ¿Como cuáles?
—Supongo que os habréis enterado de la enorme plataforma voladora que partió desde Narak hace unas semanas. Tengo los planos. Sé exactamente cómo se construyó. Ya he vendido algunos diagramas de fabriales más pequeños a compradores natanos, pero nada que esté al nivel de esto. Llevo un tiempo buscando un comprador con los medios suficientes para adquirir este secreto.
—¿Vendes secretos militares? —preguntó el sectario varón—. ¿A otros reinos? ¡Eso es alta traición!
Dijo el hombre del capuchón ridículo que intenta derrocar la monarquía Kholin, pensó Velo. Hay que ver cómo es esta gente.
—Solo sería traición si aceptáramos a la familia de Dalinar como dirigentes legítimos —le dijo Shallan—. Yo no lo hago. Pero si de verdad queremos ayudar a que la casa Sadeas se reivindique… estos secretos podrían valer miles de broams. Estoy dispuesta a compartirlos con la reina Sadeas.
—La llevaremos con ella —decidió la mujer.
Radiante le dedicó una mirada calculada, directa y tranquila. Una mirada de líder, una que Shallan había bosquejado una docena de veces mientras observaba a Dalinar relacionándose con gente. Era la mirada de alguien que ostenta el poder sin necesitar decirlo.
«No me arrebatarás esto —decía la mirada—. Si deseas obtener favor por haber estado involucrada en esta revelación, será ayudándome, no apoderándote de él.»
—Sin duda, algún día esto podría… —empezó a decir el hombre.
—Enséñamelo —ordenó la mujer, interrumpiéndolo.
Picaste, pensó Velo. Habéis hecho muy buen trabajo las dos.
—Llevo una parte de los planos en mi cartera —reveló Shallan.
—Hemos registrado la cartera —dijo la mujer, e hizo una seña a otro sectario para que la acercara—. No había ningún plano.
—¿Me creéis tan tonta como para guardarlos donde puedan encontrarse? —preguntó Shallan mientras cogía la bolsa.
Rebuscó en su interior y, con disimulo, aspiró una rápida bocanada de luz tormentosa mientras sacaba un pequeño cuaderno. Pasó a una de las últimas páginas y luego sacó un carboncillo. Antes de que los otros pudieran amontonarse a su alrededor, exhaló con cautela y colocó un tejido de luz. Por suerte, le habían pedido ayuda con los diagramas, porque a Shallan se le daba fatal crear un tejido de luz de algo que no hubiera dibujado antes.
Cuando los líderes sectarios se hubieron colocado detrás de ella para mirar sobre su hombro, Shallan ya tenía la ilusión en su sitio. Al frotar con delicadeza el carboncillo por la página, pareció empezar a revelarse un diagrama oculto.
Te toca, dijo Shallan, y Velo la reemplazó.
—Hay que trazar el diagrama en un papel colocado encima de este —explicó Velo—, apretando mucho. Así se queda marcado debajo, para que lo revele el roce del carboncillo. Esto no es el diseño completo, claro, sino solo lo que llevo encima como prueba para posibles compradores.
Shallan sintió una pequeña punzada de orgullo por la complicada ilusión. Fue apareciendo exactamente como ella quería, revelando como por arte de magia una compleja sucesión de líneas y anotaciones en la página a medida que pasaba el carboncillo.
—No le encuentro el sentido —protestó el hombre.
La mujer, en cambio, se inclinó hacia la ilustración.
—Volved a ponerle el saco —ordenó—. Llevaremos el asunto a la reina. Esto podría interesarle lo suficiente como para conceder una audiencia.
Velo se armó de valor mientras una sectaria le quitaba el cuaderno de las manos, supuso que para probar con el carboncillo en otras páginas, lo que por supuesto no tendría ningún efecto. El hombre alto le puso el saco en la cabeza, pero al hacerlo acercó su cara a la de ella.
—Y ahora, ¿qué? —susurró a Velo—. Esto pinta a problemas.
«No te salgas del personaje, Rojo», pensó ella, agachando la cabeza. Tenía que llegar hasta Ialai y descubrir si de verdad tenía un espía en la corte de Dalinar. Eso implicaba aceptar algunos riesgos.
Rojo era el primero a quien habían infiltrado en los Hijos de Honor, pero la identidad que había adoptado, la de un trabajador ojos oscuros, no había resultado ser lo bastante importante como para permitirle acceder a nada relevante. Con un poco de suerte, juntos podrían…
Llegaron unos gritos cercanos, en el abismo. Velo se volvió, cegada por el saco. Tormentas encendidas, ¿qué había sido eso?
—Nos han seguido —dijo el líder varón de los conspiradores—. ¡A las armas! ¡Son tropas de los Kholin!
Condenación, pensó Velo. Radiante ha acertado.
Adolin, al ver que volvían a ponerle el saco, había decidido que era el momento de ir a lo seguro y capturar a aquel grupo.
Kaladin intercambió golpes con su enemigo y le acertó una vez y luego otra. Mientras regresaba hacia él, el Celestial descargó su lanza hacia abajo. Pero Kaladin había entrenado con la lanza hasta casi poder luchar dormido. Flotando en el aire y rebosante de luz tormentosa, su cuerpo sabía lo que debía hacer y desvió el golpe.
Kaladin atacó de nuevo y volvió a herir al Fusionado. Danzaban rotando uno en torno al otro. La mayor parte del entrenamiento formal de Kaladin había sido con pica y escudo, pensando en tácticas de formación, pero a él siempre le había encantado la lanza larga, blandida a dos manos. Había en ella un poder, un control. De esa forma podía mover el arma con mucha más destreza.
Aquel Celestial no era tan bueno como Leshwi. Kaladin le hizo otro tajo en el brazo. La lanza esquirlada no provocó ningún daño físico aparte de dejar gris la carne alrededor de donde habría debido estar el corte. No tardó en sanar, pero la curación fue más lenta. Su enemigo estaba quedándose sin luz del vacío.
El ser empezó a tararear una canción de los Fusionados, apretando los dientes mientras intentaba empalar a Kaladin con su arma. Todos veían a Kaladin como un desafío, como una prueba. Leshwi siempre luchaba contra él en primer lugar, pero, si Kaladin la perdía de vista o la derrotaba, siempre había algún otro esperando. Una parte de él se preguntó si por eso estaba tan cansado últimamente. Hasta las pequeñas escaramuzas lo agotaban, no le dejaban el menor descanso.
Una parte más profunda sabía que ese no era el motivo ni por asomo.
Su enemigo se preparó para atacar y Kaladin usó la mano libre para sacar un cuchillo de los que llevaba al cinto y lanzarlo cortando el aire. El Fusionado reaccionó de más y abrió la guardia, lo que permitió a Kaladin herirlo de nuevo con la lanza en el muslo. Derrotar a un Fusionado era una prueba de resistencia. Si se le hacían los suficientes cortes, su curación se ralentizaba. Si se le hacían más, dejaba de sanar por completo.
El tarareo de su adversario ganó intensidad y Kaladin tuvo la sensación de que sus heridas ya no estaban curándose. Era hora de entrar a matar. Esquivó un ataque, hizo que Syl se transformara en martillo y lo hizo caer contra el arma del enemigo en un golpe que la hizo añicos. El poderoso impacto dejó al Celestial desequilibrado por completo.
Kaladin soltó el martillo y echó los brazos hacia delante. Syl regresó de inmediato con forma de lanza, firme en sus manos. Había apuntado bien y atravesó con ella el brazo de su adversario. El Fusionado gruñó mientras Kaladin sacaba la lanza por acto reflejo, la hacía girar y la apuntaba al cuello del enemigo.
El Fusionado lo miró a los ojos y se lamió los labios, esperando. La criatura empezó a descender poco a poco del cielo, su luz agotada, sus poderes fallando.
«Matarlo no sirve de nada —pensó Kaladin—. Renacerá y punto.» Aun así, eso dejaría a un Fusionado fuera de combate durante unos días como mínimo.
«Pero es que ya está fuera de combate —se dijo Kaladin, mirando cómo el brazo de la criatura colgaba a un costado, inútil y muerto por el corte de la lanza esquirlada—. ¿Para qué queremos otra muerte?»
Kaladin bajó su lanza e hizo un gesto hacia un lado.
—Vete —le dijo. Algunos entendían el alezi.
El Fusionado tarareó en un tono distinto y luego levantó su lanza rota hacia Kaladin, sosteniéndola con la mano útil que le quedaba. La criatura soltó la lanza hacia las rocas de abajo. Hizo una inclinación de cabeza a Kaladin y se alejó flotando.
Muy bien, ¿dónde había…?
Una cinta de luz roja llegaba rauda por el lado.
Kaladin se enlazó hacia atrás de inmediato y rodó con el arma dispuesta. No había sido consciente de estar dedicando una parte de su energía a vigilar por si aparecía aquella luz rojiza.
La luz huyó de él, consciente de que la había visto. Kaladin trató de seguirla con la mirada, pero acabó perdiéndola en sus maniobras entre las casas de abajo.
Kaladin dejó escapar el aire. La niebla casi había desaparecido del todo, lo que le permitió vigilar la totalidad de Piedralar, un grupito de casas que sangraba gente hacia el Cuarto Puente en un flujo constante. La mansión del consistor se alzaba sobre la colina en el extremo más alejado del pueblo, dominándolo todo. En otro tiempo, a Kaladin le había parecido enorme e imponente.
—¿Has visto esa luz? —preguntó a Syl.
Sí. Era el Fusionado de antes. Cuando Syl era una lanza, sus palabras llegaban directas a la mente de Kaladin.
—Mi reacción rápida lo ha espantado —dijo él.
—¿Kal? —llamó una voz femenina. Lyn llegó volando, vestida con un uniforme alezi azul brillante, dejando escapar luz tormentosa de entre los labios al hablar. Llevaba el pelo largo y oscuro recogido en una trenza apretada y cargaba con una lanza funcional, aunque ordinaria, bajo el brazo—. ¿Estás bien?
—Estoy bien.
—¿Seguro? —dijo ella—. Pareces distraído. No quiero que nadie te apuñale por la espalda.
—¿Ahora te importo? —restalló él.
—Pues claro que sí —dijo Lyn—. Que no quiera que lleguemos a más no significa que hayas dejado de importarme.
Kaladin le lanzó una mirada, pero tuvo que volverse al captar una preocupación genuina en su rostro. Su relación no había sido buena. Él lo sabía tan bien como ella, y el dolor que sentía no se debía a que hubiese terminado. No a eso en concreto.
Era tan solo una cosa más que lo lastraba. Una pérdida más.
—Estoy bien —dijo, y entonces miró hacia el lado al sentir que el poder de Dalinar cesaba. ¿Ocurriría algo?
No, era solo que había transcurrido el tiempo. Dalinar no solía dejar abierta su perpendicularidad durante batallas completas, sino que la empleaba a intervalos periódicos para recargar esferas y a Radiantes. Mantenerla abierta le resultaba agotador.
—Haz llegar un mensaje a los demás Corredores del Viento desplegados —pidió Kaladin a Lyn—. Diles que he visto a ese Fusionado nuevo, el que les decía antes. Ha venido hacia mí como una cinta de luz roja, parecida a un vientospren pero de otro color. Vuela a una velocidad increíble y podría atacarnos a cualquiera de nosotros aquí arriba.
—Hecho —respondió ella—. Si estás seguro de que no necesitas ayuda…
Kaladin hizo caso omiso al comentario y se dejó caer en dirección al barco. Quería asegurarse de que Dalinar estaba protegido, por si aquel extraño Fusionado nuevo decidía atacarle.
Syl se posó en su hombro y descendió con él en postura recatada, con las manos en las rodillas.
—Los demás no paran de preocuparse por mí —le dijo Kaladin—, como si fuese una figurita de cristal que pudiera caer del estante en cualquier momento y romperse. ¿Es cosa tuya?
—¿Qué me estás diciendo? ¿Que tu equipo tiene la consideración de cuidar unos de otros? Eso es culpa tuya, no mía, diría yo.
Kaladin aterrizó en la cubierta de la nave, giró la cabeza y clavó la mirada en ella.
—Yo no les he dicho nada —le aseguró Syl—. Sé lo ansioso que te ponen las pesadillas. Sería peor si hablara a alguien de ellas.
Estupendo. A Kaladin no le había hecho ninguna gracia la idea de que ella estuviese hablando con los demás, pero al menos explicaría por qué todo el mundo estaba actuando tan raro. Fue hacia Dalinar y lo encontró hablando con Roshone, que había subido a la plataforma.
—Los nuevos dirigentes del pueblo tienen a los prisioneros en el sótano para tormentas de la mansión, brillante señor —estaba diciendo Roshone, señalando hacia su antigua morada—. Ahora allí solo hay dos personas, pero sería un crimen abandonarlos.
—Estoy de acuerdo —dijo Dalinar—. Enviaré a un Danzante del Filo para liberarlos.
—Yo le acompañaré —respondió Roshone—, con tu permiso. Conozco la distribución del edificio.
Kaladin bufó. —Míralo —susurró a Syl—, comportándose como un héroe, ahora que tiene cerca a Dalinar para impresionarlo.
>Syl levantó el brazo y dio un capirotazo en la oreja a Kaladin, que sintió un sorprendente dolor agudo, como una descarga de energía.
—¡Oye! —exclamó.
—Deja de hacer el estumo.
—No estoy haciendo el… ¿Qué es un estumo?
—No lo sé —reconoció Syl—. Es una palabra que oí decir a Lift. Pero en todo caso, estoy bastante segura de que tú lo estás siendo ahora mismo.
Kaladin miró a Roshone, que partió hacia la mansión acompañado de Godeke.
—Muy bien —dijo Kaladin—. Puede que haya mejorado. Un poco.
Roshone seguía siendo el mismo ojos claros mezquino de siempre. Pero durante el último año, Kaladin había visto otro aspecto del exconsistor. Parecía preocuparse de verdad. Como si por fin se hubiera vuelto consciente de su responsabilidad. Aun así, había hecho que mataran a Tien. Kaladin no creía que fuese a poder perdonarle eso a Roshone jamás. Pero al mismo tiempo no tenía ninguna intención de perdonarse esa pérdida tampoco a sí mismo. De modo que, al menos, Roshone estaba en buena compañía.
Roca y Dabbid estaban ayudando a los refugiados, así que Kaladin les dijo que había vuelto a ver a aquel Fusionado tan extraño. Roca asintió, comprendiendo de inmediato. Hizo un gesto a sus hijos mayores, entre ellos Cuerda, que portaba sujeto a la espalda el arco esquirlado que había pertenecido a Amaram y llevaba puesta la armadura esquirlada completa que había encontrado en Aimia.
Se movieron juntos hacia Dalinar, con menos sutileza de la que creían, para montar guardia vigilando el cielo por si aparecía alguna línea de luz roja. Kaladin miró hacia arriba cuando pasó volando una Celestial, perseguida por Sigzil.
—Esa es Leshwi —dijo Kaladin, y salió volando.