Míralos retorcerse. Contempla su forcejeo, su negativa a rendirse. Los humanos se aferran a las rocas con el vigor de cualquier enredadera roshariana.

Meditaciones de El, en el primero de los Diez Días Finales

Ahí está —dijo Teft, apartándose y moviéndose con el gentío del atrio.

Con una capa por encima del uniforme no llamaba la atención, como sabía que solía ocurrir. Kaladin hacía que se volvieran las cabezas hasta vestido con harapos. Era esa clase de hombre.

Pero ¿Teft? Teft tenía un aspecto muy fácil de olvidar. Con su capa, era solo otro trabajador que paseaba con su hija por el atrio. Confió en que Lift mantuviera la cabeza gacha para que la capucha de su propia capa ocultara sus rasgos, o alguien podría preguntarse por qué su «hija» se parecía tanto a cierta Radiante molesta que siempre estaba alborotando por la torre.

—¿Por qué ha tardado tanto? —susurró Lift mientras los dos caminaban de lado contra la pared del atrio, haciéndose los asustados por el repentino tropel de gente que se alejaba de Kaladin y el Perseguidor.

—Al chaval le gusta presumir —dijo Teft.

Pero tormentas, costaba no sentirse inspirado al ver a Kaladin silueteado así en el pasillo de entrada con su elegante uniforme azul, el pelo suelto, las cicatrices bien marcadas en la frente. Los ojos lo bastante intensos como para perforar la tormenta más oscura.

«Con ese lo has hecho bien, Teft —pensó, permitiéndose un poco de orgullo—. Tu propia vida la arruinaste cosa mala, pero con ese lo has hecho bien.»

Phendorana le susurró palabras reconfortantes al oído. A petición de Teft, se había encogido e iba en su hombro. Teft asintió al oírla. Si su familia no se hubiera involucrado con los Vislumbradores, él no habría sabido cómo ayudar a Kaladin cuando lo necesitó. Y entonces seguramente el Espina Negra habría muerto, y no habrían encontrado aquella torre. Así que… quizá era el momento de liberarse de lo que había hecho.

Juntos avanzaron poco a poco a lo largo de la pared hacia la enfermería. A la tormenta con Teft si tener su propia spren personal no era lo mejor que le había pasado en la vida, aparte del Puente Cuatro. Podía ponerse un poco malhumorada a veces, lo que encajaba bien con él. Y también se negaba a aceptar las escusas de Teft. Lo que encajaba incluso mejor con él.

Kaladin empezó a luchar y Teft no pudo ayudarlo más que con buenos deseos. El chaval estaría bien. Teft solo tenía que cumplir su parte.

Esperaron para ver si los guardias de la enfermería salían al oír el bullicio, y por suerte lo hicieron. Pero uno se quedó en la puerta, mirando boquiabierto la batalla pero al parecer decidido a no abandonar su puesto.

Y para colmo era un regio en forma tormenta, esa suerte tenía siempre Teft. Aun así, Lift y él pudieron aprovechar los empujones de la multitud, fingiendo que eran civiles confusos. Quizá el forma tormenta dejaría que se «escondieran» en la enfermería.

Pero el regio de la puerta les levantó una palma de la mano indiferente y les indicó que escaparan en otra dirección. También cortó el paso a varias otras personas que habían visto en la enfermería una escapatoria conveniente, así que Teft y Lift no llamaron una atención indebida.

La gente del atrio gritó cuando Kaladin y el Perseguidor chocaron. Los Celestiales descendieron flotando para observar la batalla, con las largas colas de su ropa meciéndose como cortinas y sumándose a la visión surrealista. De hecho, los ojos de todo el mundo estaban fijos en el combate entre Kaladin y el Perseguidor. Así que Teft cogió al guardia regio por el brazo. Aquellos regios tenían relámpago cautivo corriendo por su interior y tocar al cantor dio una descarga a Teft. Gritó y sacudió la mano, retrocediendo mientras el forma tormenta se volvía molesto hacia él.

—Por favor, brillante señor —dijo Teft—, ¿qué está pasando?

Con el regio concentrado en él, Lift lo rodeó por detrás y abrió una rendija en la puerta.

—Largo de aquí —espetó el regio—. No molestes a…

Teft se abalanzó contra el cantor, le rodeó la cintura con un brazo al embestir y lo empujó hacia atrás por la puerta abierta. Los poderes del regio enviaron otra descarga a través de Teft, pero, en la confusión, Teft pudo derribarlo y apresarlo encima de él con el antebrazo en el cuello.

Lift cerró la puerta con un chasquido. Esperó ansiosa mientras Teft se esforzaba en mantener la presión sobre la garganta de la criatura. Absorbió toda la luz tormentosa que tenía, pero notó que el poder del forma tormenta crecía y la piel de la criatura crepitaba con relámpago rojo.

—¡Sanación! —exclamó Teft.

Lift se acercó de un salto y le apretó la mano contra la pierna mientras el forma tormenta liberaba un rayo de energía a través de Teft hacia el suelo. El estallido que hizo fue increíble. Teft sintió un dolor ardiente, como si alguien hubiera decidido que su estómago era el lugar perfecto para encender una hoguera.

Pero aguantó y Lift lo curó. Hasta consiguió rodar de lado y usar luz tormentosa para adherir al regio al suelo. Eso le permitió mantener la presión y resistir las descargas que siguieron, menos poderosas que la primera.

Por fin el regio se quedó exánime, inconsciente. Teft dio un bufido y se levantó, aunque antes tuvo que despegar su ropa del suelo. Tormentosa luz tormentosa. Bajó la mirada y vio que la parte delantera de su camisa estaba quemada por completo.

Miró a Phendorana, que había recobrado su tamaño completo. La spren se cruzó de brazos, pensativa.

—¿Qué? —preguntó Teft.

—Tienes el pelo de punta —dijo, y sonrió de oreja a oreja. Parecía una niña pequeña cuando lo hacía y Teft no pudo evitar devolverle la expresión.

—¡Muévete! —le dijo Phendorana—. ¡Sella la puerta!

—Claro, claro.

Teft fue a la puerta e infundió el marco con luz tormentosa. Alguien habría oído aquel relámpago.

—¡Lift! —gritó mientras trabajaba—. ¡Ve empezando! Quiero a esos Radiantes de pie y cumpliendo ordenes en lo que tarda en caer una flecha. —Volvió la cabeza hacia Phendorana, que estaba tras él, y se miraron a los ojos—. Podemos hacerlo. Los levantamos, recogemos a la familia de Kal y nos vamos.

—¿Por la ventana? —preguntó ella.

Fuera de la ventana orientada al este había una caída a plomo de decenas y decenas de metros. Teft tenía cierta confianza en su capacidad para descender por la pared. ¿Cuánto tendría que alejarse todo el mundo para que sus poderes Radiantes regresaran? Temía que los Celestiales se dieran cuenta antes de eso y saliesen a por ellos.

Bueno, a ver qué decían los demás cuando despertaran. Teft dio la espalda a la puerta bloqueada para observar la cámara y el progreso de Lift. ¿Dónde estaban ese cirujano y su…?

Lift chilló.

Saltó hacia atrás cuando uno de los cuerpos del suelo, cerca de ella, emergió de debajo de la sábana. La figura, vestida toda de negro, atacó a Lift con una hoja esquirlada. Lift casi logró apartarse lo suficiente, pero la hoja la alcanzó en los muslos, cortando con la agilidad de una anguila en el aire.

Lift se derrumbó, con las piernas inutilizadas por la hoja esquirlada.

La figura de uniforme negro se apartó de Lift y, refulgente de luz tormentosa, centró su atención en Teft. Mejillas hundidas, nariz prominente, ojos brillantes.

Moash.

Kaladin no huyó.

Sabía lo que iba a hacer el Perseguidor.

Y sí, la criatura actuó como había hecho en todas las ocasiones anteriores: dejando atrás un cascarón y volando hacia Kaladin para apresarlo. Eso era un cascarón gastado. El Perseguidor tenía otros dos antes de quedarse atrapado en su cuerpo y verse obligado a escapar o enfrentarse a Kaladin y arriesgarse a morir.

Kaladin avanzó un paso en la trayectoria del Perseguidor y soltó la lanza, entrando por voluntad propia en la presa. Se giró en el último instante y atrapó las manos del Perseguidor cuando intentaban aferrarlo. Vibrando de luz tormentosa, Kaladin retuvo las muñecas del Perseguidor. Tormentas, la criatura era más fuerte que él. Pero Kaladin no pensaba huir ni esconderse. No esa vez. Esa vez solo tenía que dejar a Teft y Lift espacio para trabajar.

Y Kaladin había descubierto algo durante su último combate. Aquella criatura no era un soldado.

—Ríndete, hombrecillo —dijo el Perseguidor—. Soy tan inevitable como la tormenta que se avecina. Te daré caza por siempre.

—Bien —replicó Kaladin.

—¡Bravatas! —exclamó el Perseguidor, riendo.

Logró enganchar el pie de Kaladin y usó su fuerza superior para empujarlo al suelo. Lo único que pudo hacer Kaladin fue mantenerse agarrado y obligarlo a caer también. El Perseguidor dio un rodillazo a Kaladin en la tripa y luego se retorció para retenerlo con una presa.

—¡Qué necio!

Kaladin se resistió, apenas capaz de evitar que su enemigo lo inmovilizara. Syl revoloteaba alrededor de ellos. Cuando el Perseguidor probó otra presa, Kaladin giró un poco el cuerpo, miró al Perseguidor a los ojos y sonrió.

El Fusionado gruñó y cambió de posición para aplastar los hombros de Kaladin contra el suelo.

—No te tengo miedo —dijo Kaladin—. Pero tú vas a tenerme miedo a mí.

—Qué disparate —respondió el Perseguidor—. Tu inevitable destino ha provocado la locura en tu frágil mente.

Kaladin dio un gruñido, con la espalda contra la fría piedra, y usó las dos manos para apartar la derecha del Perseguidor. Mantuvo los ojos clavados en los de su adversario.

—Te maté —dijo—. Y voy a matarte ahora. Y luego, cada vez que vuelvas a por mí, te mataré de nuevo.

—Soy inmortal —gruñó el Perseguidor. Pero su ritmo había cambiado. Ya no estaba tan confiado.

—No importa —dijo Kaladin—. He oído lo que la gente cuenta sobre ti. Tu vida no es la sangre de tus venas, sino la leyenda que vives. Cada muerte mata esa leyenda un poco más. Cada vez que te derrote, eso te destrozará. Hasta que ya no te conocerán como el Perseguidor. Te conocerán como el Derrotado. La criatura que, por mucho que lo intente, nunca puede derrotarme a .

Kaladin bajó el brazo, activó el dispositivo de Navani en su cinturón y apretó la barra que liberaba el peso. Fue como si de repente alguien le atara una cuerda a la cintura y lo sacara de las garras del Perseguidor de un tirón que lo hizo resbalar por el suelo del atrio.

Desactivó el aparato, se puso en pie de una voltereta y miró a su enemigo a través de la corta distancia que los separaba. Syl se situó junto a él, fulminando al Perseguidor con la mirada en una imitación perfecta de la postura de Kaladin. Entonces, juntos, sonrieron mientras Kaladin sacaba su bisturí.

Moash envió a Lift contra la pared de un puntapié que la hizo caer flácida después de rebotar. Se quedó tendida y ya no se movió. Moash flotó hacia delante, con su hoja esquirlada en la mano y su atención concentrada ya solo en Teft.

Teft se maldijo por lo tonto que era. Se había obsesionado con ocuparse del regio de la puerta cuando debería haber buscado irregularidades. Al fijarse reparó en que los padres y el hermano de Kal estaban atados y amordazados, visibles a través de un hueco en la tela de la sección apartada al fondo.

La verdadera trampa no estaba fuera con el Perseguidor. Estaba allí dentro, y con un enemigo mucho más mortífero: un hombre al que había entrenado para la guerra el propio Kaladin.

—Hola, Teft —dijo Moash con suavidad, aterrizando delante de las hileras de personas inconscientes en el suelo—. ¿Cómo está el equipo?

—A salvo de ti —respondió Teft, apartando su capa y desenvainando el largo cuchillo que llevaba escondido debajo. Era imposible moverse entre una muchedumbre sin llamar la atención llevando lanza, por desgracia.

—No todos, Teft —dijo Moash. Había una sombra en su cara, a pesar de las muchas esferas que iluminaban la estancia.

Moash se abalanzó hacia él y Teft retrocedió bailando, poniendo cuidado en no tropezar con el cuerpo del regio inconsciente. Allí, delante de la puerta, tenía espacio sin Radiantes caídos que le impidieran pisar a gusto. Lo único que hizo Moash fue abrir un saco y tirar algo por el suelo cerca de él. ¿Arena negra? ¿Qué narices era eso?

Teft esgrimió su arma, con Phendorana al lado, pero el cuchillo parecía diminuto comparado con el arma de Moash, la hoja de Honor del asesino. La que había matado al viejo Gavilar.

Parecía peligrosísima en la mano de Moash, más corta que la mayoría de las hojas esquirladas pero de una forma desenvuelta, deliberada. Aquella no era un arma para destruir a enormes monstruos de piedra.

Era un arma para matar a hombres.

El ritmo de la guerra. El Archivo de las Tormentas IV
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