Dotación por lo menos respondió a mis intentos de acercamiento, pero no he podido localizar de nuevo a Invención después de nuestro contacto inicial.
Radiante no quería estar al mando en esos momentos.
Mientras amanecía el segundo día de su travesía —o, mejor dicho, mientras ocurría, porque el sol no se desplazaba en Shadesmar—, Shallan se retrajo por completo. Pasar el día anterior fingiéndose animada la había dejado exhausta. Por desgracia, después de la artimaña de Velo haciéndose con el control unos días antes, en violación del pacto, ninguna de las otras quería que ella estuviera al mando.
Así que le tocó a Radiante levantarse, hacer sus ejercicios y luego intentar descubrir qué iba a hacer todo el día. Los soldados de Adolin estaban atareados ordenando la zona de la barcaza donde habían acampado y haciendo las otras muchas cosas a las que se dedicaban los soldados para pasar el rato, como afilar armas o engrasar armaduras. Zu estaba charlando con los otros cumbrespren, Arshqqam estaba leyendo y Adolin estaba cuidando de sus espadas.
Radiante puso a Berila e Ishnah a registrar observaciones sobre Shadesmar y ordenó a Vathah que fuese a ver si los marineros cumbrespren necesitaban ayuda con algo.
¿Y qué iba a hacer ella?
Encuentra al espía, susurró Shallan muy al fondo. Necesitamos saber cuál es el espía.
No estoy bien capacitada para el espionaje, pensó Radiante. Recorrió el perímetro de la cubierta y observó a los spren Radiantes. Cuatro variedades distintas, cada cual de lo más singular. Quizá podrías dedicarte a dibujar de momento, hasta que decidamos que termina el castigo de Velo. Descubrir al espía no es algo que debamos hacer hoy mismo, al fin y al cabo.
Pero Shallan no emergió. A veces funcionaba así y no siempre podían elegir cuál de las tres ostentaría el control. Pero la tensión creciente de Shallan… empezaba a preocuparla.
Sigues preocupada porque Velo incumplió nuestro pacto, ¿verdad?, preguntó Radiante.
Se suponía que estábamos mejorando, no empeorando, pensó Shallan.
Todo el mundo comete errores. Todo el mundo tiene algún resbalón.
Tú no, pensó Shallan. Tú nunca te has apoderado así del control.
Radiante sintió una inmediata punzada de culpabilidad. Pero ya no podía hacer nada al respecto, así que mejor mirar hacia delante. Se sentó en cubierta cerca de la borda y hojeó la libreta de Ialai mientras escuchaba las cuentas arremolinadas.
Entre las tres habían descifrado la mayor parte de las anotaciones. Los nombres de lugares correspondían a ubicaciones más allá de los distintos parajes de Shadesmar, a mundos al otro lado del borde del mapa. Patrón lo había confirmado charlando con otros spren que habían conocido a viajeros procedentes de esos lugares.
Otra sección de la libreta contenía las conjeturas de Ialai y la información de que disponía sobre el líder de los Sangre Espectral, el misterioso Thaidakar. Fuera quien fuese, Radiante opinaba por el contexto de las anotaciones que debía de ser oriundo de alguno de aquellos mundos lejanos.
Había una última pista en el cuaderno, una que Radiante encontraba de lo más curiosa. Ialai había descubierto que los Sangre Espectral estaban obsesionados con una spren concreta llamada Ba-Ado-Mishram. Era un nombre procedente de la mitología, una de los Deshechos. Había sido esa spren quien asumió el mando en nombre de Odium después de la Desolación Final, y quien había concedido a los cantores formas de poder.
En tiempos antiguos, la humanidad había robado las mentes de los cantores capturando a Ba-Ado-Mishram y encerrándola en una gema. Eso lo sabían por los breves aunque conmovedores mensajes que habían dejado los antiguos Radiantes antes de abandonar Urithiru. Cruzando esos mensajes con las meditaciones del cuaderno de Ialai, Radiante empezó a hacerse una idea de lo que había ocurrido hacía tantos siglos.
Cada vez estaba más convencida de que Mraize estaba buscando la gema que contenía a Ba-Ado-Mishram. Lo más probable era que hubiera creído que la hallaría en Urithiru, pero, de haber estado allí, la Madre Medianoche había controlado la torre durante siglos y sin duda la habría encontrado y habría liberado a su aliada.
También quiere transportar luz tormentosa fuera del mundo, pensó Shallan, emergiendo. Creo que en eso estaba siendo sincero. ¿Puede ser que ambas cosas estén relacionadas? ¿Es posible que Ba-Ado-Mishram pueda ayudarlo a cumplir ese objetivo?
Tú eres mejor conectando estas ideas que yo, pensó Radiante dirigiéndose a ella. ¿Por qué no tomas el control?
¿Eso es lo que pretendes?, exigió saber Shallan. ¿Intentas engañarme? Ponte a buscar al espía.
No es en lo que soy experta, Shallan.
Bien, pensó ella. Pues entonces es hora de dejar salir a Velo. Voto que demos por terminado su castigo.
Radiante se retrajo y Velo se sorprendió al verse al mando. Habían pasado ya cuatro días desde que se había apoderado del cuerpo e invitado a los tres Tejedores de Luz más cuestionables a sumarse a la expedición.
Se levantó de un salto y miró a su alrededor por la barcaza. Era bueno tener de nuevo el control, sobre todo en aquel lugar de misterios y secretos. Shadesmar. El océano de cuentas, el cielo negro, spren extraños e infinitas cuestiones que investigar. Era…
Era el lugar perfecto para Shallan.
Encuentra al espía, dijo Shallan.
Velo titubeó un momento y luego se sentó de nuevo y se puso a hurgar en la cartera de Shallan. Sacó un lápiz de carboncillo, pasó a una página vacía del cuaderno de bocetos y empezó a dibujar.
Pero ¿qué haces?, preguntó Shallan imperiosa. Eres una ilustradora espantosa.
—Lo sé —susurró Velo—. Y tú no soportas verme intentarlo.
Hizo un crudo bosquejo de Ua’pam, el cumbrespren, cuando pasó estruendoso por delante. El resultado daba ganas de arrancarse los ojos.
¿Por qué?, preguntó Shallan.
—Lo siento mucho —dijo Velo—. Siento haber incumplido el pacto. Necesitaba tener a esos tres en la misión para poder vigilarlos. Pero tendría que haberos convencido antes a vosotras dos.
Pues ve a investigar.
—Radiante tiene razón —repuso Velo—. Eso puede esperar.
Le dolía reconocerlo, pero había otra cosa más importante. Siguió perfilando su terrible boceto.
No vamos a dejar que te retires y te escondas, pensó Radiante, y Velo notó el alivio que sentía al saber que las dos coincidían en aquello. Algo anda mal, Shallan. Algo más grave que lo que hizo Velo. Algo que nos está afectando a todas, que nos vuelve erráticas.
—Antes pensaba que guardabas secretos a Adolin porque eras como yo y te gustaba la emoción de formar parte de los Sangre Espectral —dijo Velo—. Pero me equivocaba. Hay algo más, ¿verdad? ¿Por qué sigues mintiendo? ¿Qué pasa aquí?
Es…, dijo Shallan. Yo…
La cosa tenebrosa se removió en su interior. Sinforma, la personalidad que podría ser. El ente oscuro que represaba los miedos de Shallan, combinados.
Velo tenía sus defectos. Era una borracha y le costaba captar el alcance y la perspectiva. Representaba toda una serie de atributos que Shallan quería pero sabía que no debería querer.
Y aun así, en su núcleo, Velo tenía un único propósito: estaba creada para proteger a Shallan. Y antes se enviaría a sí misma a Condenación que permitir que aquella cosa llamada Sinforma ocupara su lugar.
Aferró el lápiz y se puso a dibujar a Adolin. Muy muy mal.
Me da lo mismo, pensó Shallan.
Velo lo hizo cejijunto.
Velo…
Velo lo dibujó con los ojos bizcos.
Te estás pasando.
Velo le puso una casaca horrible. Y pantalones recortados a la altura de las rodillas.
—¡Muy bien! —exclamó Shallan, y arrancó la página del cuaderno de bocetos y la arrugó—. Tú ganas. Qué mujer más insufrible.
Se reclinó contra la regala de la barcaza y respiró hondo. Luego, tal y como le insistían las otras dos, se permitió relajarse.
De verdad… de verdad que no pasaba nada. Sí, alguien había usado el cubo de comunicación para hablar con Mraize. Sí, alguien había tocado sus cosas. Sí, no cabía duda de que algún amigo suyo era un espía. Pero ella podía ocuparse del problema. Podía superar aquello.
Aun así, les quedaban dos semanas de viaje por delante. Así que ese día podía relajarse. Porque estaba en una barcaza llena de spren, y eran todos fascinantes. Tormentas, ¿cómo había podido retraerse en un momento como ese? Y que Velo estuviese tan dispuesta a renunciar…
Lo siento, pensó Velo. Mejoraré. Y podemos dedicarnos al espía en algún otro momento.
Muy bien, pues. Shallan hizo pedazos el boceto de Adolin, los guardó en su mochila, cogió su lápiz de carboncillo y se permitió a sí misma limitarse a dibujar.
Adolin la encontró cinco horas más tarde, aún sentada en la cubierta, con la espalda contra la regala, bosquejando con brío. Le llevaba comida, curry tibio y lavis, a juzgar por el olor. Sería casi la última comida de verdad que harían en una buena temporada. Una parte de ella reaccionó a cómo los aromas estaban haciendo que le gruñera el estómago. Pero por el momento, se mantuvo fascinada mientras seguía trabajando en sus bocetos de los cumbrespren.
Sentaba de maravilla soltarse y dibujar. No preocuparse por una misión, ni por su propia psicosis, ni por Adolin siquiera. Dejarse envolver tanto por el arte que nada más importara. Crear le daba una sensación infinita, como si el tiempo se extendiera igual que la pintura en un lienzo. Mutable. Cambiable.
Cuando por fin se dejó sacar del trance flotando hacia el aroma del dulce curry y la visión de Adolin sonriendo mientras se sentaba junto a ella, se sentía muchísimo mejor. Más entera. Más ella misma de lo que había sido en meses.
—Gracias —dijo, pasándole el cuaderno y cogiendo la comida.
Se apoyó contra él y empezó a comer, viendo pasar a Arshqqam y su brumaspren. Tenía que dibujar a aquella spren tan extraña en algún momento.
—¿Has hecho algún progreso con la libreta de Ialai? —preguntó Adolin.
—La tengo casi toda resuelta —dijo Shallan—. Pero está llena de conjeturas sin demasiada sustancia. Los Sangre Espectral parecen estar buscando a Ba-Ado-Mishram, una Deshecha. Pero no alcanzo a determinar con certeza qué pretenden hacer cuando la encuentren.
Adolin gruñó.
—¿Y el espía entre nuestras filas?
—Aún estoy con eso —respondió ella—, pero preferiría no hablar del tema hoy. Necesito un poco de tiempo para meditarlo. —Dio otro bocado, notando el pecho de Adolin contra su espalda—. Estás tenso, Adolin. ¿No se supone que en esta parte del viaje podríamos relajarnos?
—Me preocupa la misión.
—¿Por lo que te dijo Syl? ¿Eso de que seguramente los honorspren no nos escucharían?
Él asintió.
—Si no quieren recibirnos, no quieren recibirnos —dijo ella—. Pero no puedes culparte por cosas que no han pasado aún. Tormentas, ¿quién sabe lo que podría cambiar entre ahora y cuando lleguemos?
—Supongo que es verdad —dijo él.
Shallan dio una cucharada de lavis y sintió los granos individuales en la lengua, mullidos y saturados de dulce curry que le hacía una pasta en la boca: cochino, pero maravilloso. Patrón siempre hablaba de lo raros que eran los humanos, sobreviviendo a partir de las cosas que destruían.
—Cuando dejé mi tierra natal —dijo a Adolin—, creía saber dónde estaba metiéndome. Pero no tenía ni idea de lo que me iba a pasar. De dónde terminaría.
—Tenías una idea bastante acertada —respondió Adolin—. Te propusiste ser pupila de Jasnah y lo conseguiste.
—Me propuse robarle —dijo Shallan en voz baja. Notó que Adolin cambiaba de postura y la miraba—. Mi familia estaba empobrecida, amenazada por los acreedores, mi padre muerto. Pensamos que quizá podría robar a aquella hereje alezi, quedarnos su moldeador de almas y usarlo para hacernos ricos otra vez.
Se preparó para la crítica. Para la sorpresa.
Pero en vez de eso, Adolin se echó a reír. Bendito fuera, se rio.
—¡Shallan, eso es lo más ridículo que he oído en la vida!
—Sí, ¿verdad? —dijo ella, girándose y sonriéndole.
—Robar a Jasnah.
—Sí.
—Robar a Jasnah.
Adolin la miró y entonces su sonrisa se ensanchó.
—Ella no lo ha mencionado nunca, así que supongo que lo conseguiste, ¿verdad? O al menos, ¿la tuviste engañada un tiempo?
«Tormentas, cómo amo a este hombre», pensó. Por su humor, su inteligencia, su bondad genuina. Con aquella sonrisa, más brillante que el frío sol de Shadesmar, se convirtió en Shallan. Hasta lo más hondo y por completo.
—Ya lo creo que sí —susurró a Adolin—. Le di el cambiazo por uno falso y estuve a punto de escapar. Solo que… ya sabes, es Jasnah.
—Sí, ese era el gran fallo de tu plan. Lo más probable es que te hubiera salido bien contra una persona normal.
—Bueno, su moldeador de almas era de pega, así que estaba condenada desde el principio. Y aunque hubiera sido real… la verdad es que tenía una idea muy exagerada de lo excelente que podía ser como ladrona. Es gracioso recordar que ya tenía esas mismas inclinaciones estúpidas antes de Velo.
—Shallan —dijo él—, ya no tienes por qué sentirte insegura. ¿La misión de los campamentos de guerra? La ejecutaste a la perfección.
—Hasta que otra persona ejecutó a Ialai. A la perfección. —Lo miró y sonrió—. No te preocupes. Ya no tengo problemas con los sentimientos de inseguridad.
—Bien.
—Diría que se me dan bastante bien.
—Shallan…
Ella sonrió de nuevo, dejando ver a Adolin que se encontraba bien a pesar del comentario. Él la miró a los ojos y sonrió también. Y de algún modo, Shallan supo lo que venía.
—Bueno, yo diría que eres una ladrona bastante buena… —empezó él.
—No, no te atrevas.
—… porque a mí me robaste el corazón.
Shallan gimió y apoyó la cabeza hacia atrás.
—Te has atrevido.
—¿Qué pasa, eres la única que puede hacer chistes malos?
—Mis chistes no son malos. Son increíbles. Y requiere mucho esfuerzo crearlos sobre la marcha y para la situación perfecta.
—Mucho esfuerzo. Crearlos sobre la marcha. ¿Dices que no los preparas de antemano?
—Jamás.
—¿Ah, no? Me he fijado que sueles tener uno preparado cuando te presentan a alguien.
—Bueno, por supuesto. Ese tipo de chiste es un gran saludo. La intención es que sean hilarantes.
Él frunció el ceño.
—En vez de adiosantes —añadió ella.
Él la miró. Entonces bizqueó un poco.
¡Ja!, pensó Velo. ¡JA!
—Ay, madre —dijo Shallan—. ¿Te he roto?
—Pero… «hilarante» no empieza por «hola»… No tiene sentido…
—Era un chiste sigiloso —dijo Shallan—. Oculto a plena vista, como un Tejedor de Luz. Por eso es tan genial.
—¿Genial? Shallan, ha sido espantoso.
—Estás asombradísimo —dijo ella—. Lo capto.
Sonrió y se acurrucó contra él, relajándose mientras dejaba el cuenco y le cogía el cuaderno de bocetos de las manos. Terminaría de comer después de dibujar un poco más. El momento lo exigía.
Adolin la rodeó con el brazo y miró un rato antes de dar un suave silbido.
—Esos bocetos son muy buenos, Shallan. Hasta para ser tuyos. ¿Has hecho alguno más?
Animada, Shallan pasó la página para presumir de la cultivacispren que había dibujado.
—Querría encontrar sujetos varones y hembras de cada variedad de spren. Puede que en esta expedición no haya tiempo, pero se me ha ocurrido que nadie, o al menos nadie en la era moderna, ha hecho nunca una historia natural de los spren Radiantes.
—Es maravilloso —dijo él—. Y gracias. Por ayudar a relajarme. Tienes razón, no puedo saber lo que vendrá. Toda esta situación podría haber cambiado cuando lleguemos con los honorspren. Intentaré recordarlo. —Volvió a pasarle el brazo suelto alrededor y la piel de su mano rozó la cara de Shallan—. ¿Puedo ayudarte yo a ti en algo?
—¿A afinar el detalle de la ropa? —propuso ella, volviendo a la página del cumbrespren—. Me da la sensación de que esa tela enganchada al hombro no cuelga bien en la ilustración.
Pasaron a temas más livianos. Una parte de Shallan sentía que debería estar haciendo algo más importante, pero Velo le susurró una promesa. Se preocuparían del espía al día siguiente. Podía trabajar en otra cosa durante un rato. Así luego afrontarían el problema frescas.
Le has contado a Adolin lo de robar a Jasnah, dijo Radiante. Así me gusta. No ha sido tan horrible, ¿verdad?
No, no lo había sido. Pero ese era el menor de sus delitos. Había otros más oscuros, ocultos en las profundidades… tan en las profundidades que de verdad no podía recordarlos. Ni quería.
Al cabo de un tiempo la extraña brumaspren pasó flotando cerca. La forma difusa de la criatura parecía difícil de reflejar en un boceto. Era como vapor, atrapado de algún modo en forma humanoide, contenido por la ropa y aquella máscara tan rara.
Shallan pasó a una página en blanco y empezó a dibujar, pero la spren, que se había presentado como Soñando-aunque-Despierta, echó un vistazo al cuaderno.
—Oh —dijo—. ¿Soy solo yo?
—¿Qué esperabas? —le preguntó Adolin.
—Antes ha mencionado a la Deshecha —dijo Soñando-aunque-Despierta—. Pensaba que quizá estuviera dibujándolos a ellos.
Shallan se detuvo y levantó el lápiz.
—¿Sabes algo sobre los Deshechos?
—Apenas nada —respondió la spren—. ¿Qué quieres saber? —¿Qué le ocurrió a Ba-Ado-Mishram? —preguntó Shallan, ansiosa—. ¿Cómo era? ¿Cómo Conectaba con los cantores, y cómo fue que al quedar atrapada se convirtieron en parshmenios?
—Excelentes preguntas —dijo la spren.
—Y… —la animó Adolin.
—Y ya os lo he dicho, apenas sé nada —respondió ella—. Encuentro fascinantes las preguntas. Las cosas que dudáis me revelan mucho. Empezó a marcharse.
—¿En serio? —le dijo Shallan—. ¿No sabes absolutamente nada sobre Ba-Ado-Mishram?
—Yo no estaba viva cuando ella era libre —respondió la spren—. Si quieres saber más, pregunta a los Heraldos. He oído que varios de ellos estaban presentes en su reclusión. Nalan. Kelek. Encuéntralos y pregúntales. Se marchó, más flotando que caminando, aunque tenía piernas y pies.
—Esa spren me incomoda —dijo Adolin.
—Sí —convino Shallan, dejando a un lado el cuaderno y recogiendo el cuenco de comida. Se había enfriado, aunque seguía siendo sabrosa—. Pero eso es reconfortante, a su manera. Los spren deberían sernos ajenos, deberían tener sus propias maneras de pensar y hablar. A mí me gusta que Soñando-aunque-Despierta sea un poco rara.
—Lo que te gusta es tener compañía —dijo Adolin.
Shallan sonrió, pero seguía pensando en las palabras de la spren. «Había Heraldos allí. Y los Heraldos eran un interés prioritario de los Hijos de Honor, a cuyo líder me ha enviado a cazar Mraize.»
Todo estaba conectado. Tenía que descubrir la forma de desentrañarlo. Sin desentrañarse ella misma.