He empezado a planear una salida de este atolladero buscando a la persona ideal que actúe en mi nombre. Alguien que encarne tanto a Conservación como a Ruina. Una… espada, por así decirlo, capaz tanto de proteger como de matar.
Adolin alzó la mirada al oír la llamada del vigía en la proa de la barcaza. Tierra a la vista.
«Por fin», pensó, dando a Galante una firme palmada en el cuello. El animal relinchó emocionado.
—Créeme —dijo al ryshadio—, yo tengo las mismas ganas de llegar a tierra que tú.
A Adolin siempre le había gustado viajar, sentir la brisa en la cara, el cielo acogedor sobre la cabeza. ¿Quién sabía qué sabores nuevos, qué modas exóticas podría encontrar en su destino? Ir en barco, en cambio, era insoportable. No había espacio para correr, no había buen terreno para entrenar. Un barco era una jaula sin barrotes.
Dejó a Galante y fue a la proa de la barcaza. Una oscura franja de obsidiana asomaba del mar por delante, con tenues luces titilando encima. No eran almas, sino auténticas velas en las ventanas de pequeñas estructuras. En Shadesmar, los spren podían manifestar las cuentas que representaban el alma de un fuego, y al hacerlo creaban llamas que proporcionaban luz, aunque muy poco calor.
Los demás se habían congregado contra la borda de la barcaza, pero Godeke se reunió con Adolin en la pequeña cubierta superior. El larguirucho Danzante del Filo parecía tan ansioso como Adolin por desembarcar: Adolin había visto a Godeke dar inquietos paseos más de una vez en los últimos días.
Por desgracia, el lado responsable de Adolin, que su padre le había inculcado a lo largo de los años, hizo que apelara a la cautela.
—No sabemos qué situación vamos a encontrar en esta población —dijo a los demás—. La última vez que estuve en Shadesmar, la primera ciudad en la que entramos resultó estar en poder de los Fusionados. Deberíamos enviar primero a algunos Tejedores de Luz disfrazados para explorar.
—Aquí no encontraréis peligro —prometió Ua’pam, frotándose unos nudillos contra otros en un curioso gesto, que sonaba como a dos rocas raspando—. Esto son tierras libres. Ni honorspren ni Fusionados controlan este lugar.
—Aun así, iremos con cuidado —dijo Adolin, mirando a los demás—. Todos los humanos, meteos bajo la lona hasta que hayamos explorado un poco.
Rezongando, reunieron a sus caballos y se metieron en la enorme «sala» bajo la lona. Shallan ya estaba descansando allí. La mayoría había optado por desenrollar sus colchonetas dentro, donde habían apilado las altas cajas del cargamento para crear distintos recovecos y reservados.
Adolin zarandeó a Shallan con suavidad.
—¿Shallan? ¿Estás bien?
El bulto oscuro que era su esposa se movió.
—Puede que anoche me pasara un poco bebiendo.
Adolin sonrió. La travesía había sido relajante de verdad, salvo por lo preocupado que estaba por su destino. Había estado bien pasar tiempo con Shallan, y Adolin hasta había disfrutado de las apariciones de Velo y Radiante. La segunda era una excelente compañera de entrenamiento con la espada, y la primera conocía una cantidad al parecer infinita de juegos de cartas. Algunos de ellos eran buenos juegos vorin, y otros… en fin, tenían demasiado azar para ser apropiados, pero eran más divertidos de lo que Adolin había esperado.
La velada anterior había culminado con Shallan sacando un excelente violeta thayleño, una variedad de Kdisln. Como de costumbre, ella había tomado unas cuantas copas más que Adolin. Shallan tenía una relación extraña con la bebida, que variaba según su personalidad. Pero dado que podía anular sus efectos usando la luz tormentosa, en teoría nunca podía estar borracha a menos que quisiera. A Adolin lo desconcertaba que a veces se fuese a dormir en el estado en que lo hacía, arriesgándose a la resaca matutina.
—Quiero que alguien explore la población antes de que entremos —dijo Adolin—. ¿Quieres que envíe a…?
—Iré yo —dijo ella, levantándose—. Déjame unos minutos.
Fiel a su palabra, Shallan estaba lista al poco tiempo, llevando un tejido de luz que la hacía parecer una cultivacispren. Se llevó a Vathah con un disfraz parecido, y los dos desembarcaron con Ua’pam y su primo para recorrer el pueblo.
Los demás esperaron bajo la lona. Godeke hurgó en sus bolsillos y sacó unas pocas esferas. Su dinero personal parecía haber consistido sobre todo en chips, que ya se habían hecho opacos a aquellas alturas. Habían visto una alta tormenta varias veces —las tormentas se manifestaban allí como resplandores en el cielo—, pero las esferas no se habían recargado.
—Hasta el broam que me traje empieza a apagarse —rezongó Godeke, levantando la amatista para iluminar la oscuridad bajo la lona—. No creo que ni las gemas más grandes que tenemos duren hasta que lleguemos a la fortaleza, brillante señor.
Adolin asintió. Habían repasado las existencias de luz tormentosa una docena de veces antes de su partida. Por muchas vueltas que le dieran, no había forma de llegar a Integridad Duradera con una sola pizca de luz tormentosa. Así que los regalos que habían llevado eran cosas que, según Syl, se apreciarían allí: libros recién escritos, rompecabezas hechos de hierro que podían tener la mente ocupada durante horas y algunas armas.
Había un método por el que podrían haber llevado luz tormentosa que durase más. Los thayleños poseían gemas que eran, por sus estructuras casi perfectas, capaces de retener la luz tormentosa a lo largo de períodos extensos. La mejor de ellas la habían utilizado un año antes para capturar a uno de los Deshechos, y Jasnah había dicho que necesitaba las demás para sus experimentos.
Jasnah había mencionado otra cosa acerca de aquellas gemas casi perfectas, una cosa que la tenía preocupada. Le parecía raro que las gemas que circulaban como esferas siempre tuvieran tantos defectos que perdían la luz muy deprisa. Jasnah afirmaba que lo lógico sería que hubiera una cierta variedad, y que de vez en cuando deberían encontrar algunas más perfectas, pero no era así.
¿Por qué le preocupaba eso? Adolin meditó sobre el asunto mientras esperaba a Shallan, tratando de seguir la pista a los pensamientos de Jasnah. ¿Y si alguien estuviera al tanto de ese hecho mientras los demás creían que todas las gemas venían a ser iguales? Si alguien conociera el increíble valor que tenían las gemas capaces de contener la luz tormentosa durante largos trayectos por Shadesmar, podría haber dedicado años a reunirlas.
Adolin frunció el ceño, preguntándose si era posible. Luego miró a Godeke, que sostenía en alto uno de sus broams que cada vez eran más opacos.
—Cuando puedas entrar en la ciudad —le dijo Adolin—, llévate casi toda la luz tormentosa que nos queda y haz lo que hemos acordado. Intercámbiala por provisiones para la siguiente parte del viaje y gástate el resto para cargar la barcaza.
El primo de Ua’pam los esperaría con la barcaza en el pueblo para vigilar sus pertenencias. El grupo de Adolin solo tendría que llevarse lo suficiente para el trayecto de ida y vuelta hasta Integridad Duradera.
Eso, suponiendo que todo fuese bien con la investigación que estaba haciendo Shallan del pueblo. Mientras esperaban, Adolin empezó a notarse cada vez más ansioso. Sentía como si fuese a caerle algo encima. ¿El trayecto hasta allí no había sido demasiado fácil?
Pasó el tiempo viendo cómo estaban sus soldados y su escriba. Dado que los encontró animados, Adolin fue a ver cómo estaba Maya. La encontró sentada en un rincón al fondo de la lona y tuvo que sacar una gema, un grueso zafiro grande como su pulgar, para poder verla con una mínima iluminación.
Maya contempló la gema. Sus ojos se habían quedado raspados por los acontecimientos de la Traición, pero aun así podía ver. La habían cegado sin dejarla ciega, la habían matado sin que muriera. Las maneras de los spren eran extrañas.
—Hola —dijo, acuclillándose—. Tardaremos poco en poder desembarcar.
Maya no respondió, como de costumbre, aunque cuando un cumbrespren pasó por fuera del toldo, movió de golpe la cabeza para mirar en esa dirección.
—También estás inquieta, ¿eh? —dijo Adolin—. Tenemos que tranquilizarnos los dos. Vamos a ver.
Fue donde habían guardado sus cosas, sacó la espada larga y adoptó una posición de combate. La lona quedaba más de treinta centímetros por encima de su cabeza, y casi todo el mundo se había reunido al otro lado, cerca de Godeke y sus esferas, de modo que tenía espacio para hacer una kata básica.
Todos los días Maya lo acompañaba en sus ejercicios de estiramiento matutinos, entre los que hacía una kata de centrado que le había enseñado Zahel hacía años. ¿Seguiría una distinta, si Adolin se la enseñaba? Una espada larga era una pésima imitación de una hoja esquirlada, pero también lo más parecido que tenía.
Dejó el zafiro encima del baúl cerrado de las espadas para iluminar el espacio e inició una lenta y cuidadosa kata que tenía por objeto practicar las estocadas. No había nada vistoso, ninguna estúpida floritura ni giro con la hoja. Era un ejercicio básico, pero Adolin lo había hecho centenares de veces con su hoja esquirlada en los terrenos de entrenamiento. La parte que estaba haciendo imitaba el combate en pasillos, donde no se podía blandir la espada demasiado alta ni demasiado a los lados para no dar contra la piedra. Por tanto, era perfecta para aquel espacio reducido.
Maya lo observó con la cabeza hacia un lado.
—Esta te la sabes —le dijo Adolin—. ¿Te acuerdas? Combate en pasillo. ¿Práctica de estocadas y tajos controlados?
Empezó otra vez, pero más despacio. Un movimiento fluía hacia el siguiente. Paso, espada controlada con dos puños, acometida hacia delante con estocada y recuperar la guardia volviéndose en sentido opuesto. Adelante y atrás, un ritmo, una canción sin música. Un combate sin oponente.
Maya se levantó vacilante, así que Adolin se detuvo. La spren fue hacia él e inspeccionó la espada con la cabeza todavía ladeada. Las finas enredaderas que se entrelazaban para componer su rostro parecían tendones, una cara humana pero sin la piel. Recorrió toda la longitud de la hoja con la mirada.
Adolin empezó de nuevo. Maya hizo los mismos movimientos cuidadosos a su lado, y con una forma perfecta. Ni siquiera Zahel en su peor día habría encontrado ningún motivo para corregirle la pose. Adolin recorrió despacio la kata y ella lo siguió, empuñando solo aire vacío, pero moviéndose exactamente igual que él mientras lanzaba la estocada, volvía a la guardia y giraba.
Las conversaciones al otro lado del recinto fueron cesando a medida que spren y soldados se detenían a mirar. Adolin tardó poco en dejar de prestarles atención. Solo estaban él, la espada y Maya. Las relajantes repeticiones hicieron que su tensión se disipara. Las katas eran más que un entrenamiento: eran una forma de concentrarse. Eran algo que todo joven espadachín necesitaba aprender, ya quisiera luchar en duelos o encabezar una carga en el campo de batalla. Adolin tenía lástima de quienes nunca habían conocido la paz y la concentración que proporcionaba el entrenamiento. Podía apartar de su mente hasta la más poderosa tormenta.
Al cabo de un tiempo, Adolin no habría sabido decir cuánto, Shallan se agachó para entrar en la lona. Había renunciado a su tejido de luz, por lo que era evidente que no consideraba que corrieran ningún peligro. Ua’pam, por su parte, miró fijamente a Maya mientras las grietas de su piel derramaban una luz fundida por la cubierta y el techo de lona.
Adolin por fin se detuvo y Maya se quedó quieta a su lado. Mientras él relajaba los músculos y se secaba la frente, ella se sentó de nuevo en su rincón.
Ua’pam se acercó a él, rascándose la cabeza en un gesto muy humano.
—¿Otra kata? —preguntó—. Esto es más que simple entrenamiento. De verdad debes decirme. ¿Cómo lo haces? Cada día tu entrenamiento en ella es más increíble.
Adolin se encogió de hombros y atrapó en el aire la toalla que Felt le había lanzado.
—Maya recuerda las veces que hemos practicado juntos como hombre y hoja esquirlada.
—Es una ojomuerta —dijo Ua’pam—. La mataron hace miles de años. No piensa. El trauma de la traición de su Radiante destruyó su mente.
—Ya, bueno, a lo mejor es que se le va pasando.
—Somos spren. Somos eternos. Nuestras muertes no «se van pasando».
Adolin arrojó la toalla de vuelta a Felt.
—Y los spren tampoco iban a vincularse jamás con humanos, pero ahí estás tú, el spren compañero de Zu. Las palabras como «eternos» o «jamás» no son tan definitivas como fingís todos.
—No sabes lo que dices —replicó Ua’pam.
—Y a lo mejor por eso Maya y yo somos capaces de cosas que crees imposibles. —Adolin miró a Shallan—. ¿Podemos bajar al pueblo?
—No hay señales de actividad de Fusionados —dijo ella—. Por aquí pasan muchas caravanas y hasta hay algunas acampadas a las afueras, y no es raro que en ellas haya humanos. Los spren de este paradero no se extrañarán de vernos. Solo tenemos que decir a todo el mundo que somos mercaderes.
—Muy bien, pues —dijo Adolin—. Salgamos todos de esta barcaza y estiremos las piernas. Pero id en grupos y no os metáis en líos.
Shallan seguía teniendo resaca. El cerebro le latía, incesante, furioso. Era una especie de acusación del tipo «¿cómo pudiste?». Se preocupó por si, al haber llegado a tierra firme, atraía a dolorspren, lo cual podría ser peligroso.
Todo esto es culpa tuya, Velo, dijo Radiante en su mente. ¿Cómo pudiste dejar que nos fuéramos a dormir sin quemar el vino?
No estaba pensando bien, respondió Velo. Ese viene a ser el objetivo de beber…
Velo no usa muy bien la luz tormentosa, pensó Shallan. No la culpes.
Por lo menos el dolor estaba remitiendo. Cuando había absorbido luz tormentosa para ponerse la cara ilusoria, le había sanado parte del suplicio. Pero la luz tormentosa era un recurso muy valioso y Shallan solo había utilizado la necesaria para mantener la ilusión.
Seguro que podía gastar un poquito más.
No, pensó Radiante. Debemos sufrir, como castigo por abusar de la bebida.
No es culpa de Shallan, protestó Velo. No tendría que pasarlo mal ella por lo que hice yo.
Yo también tomé unas cuantas copas, pensó Shallan, así que dejemos el tema.
Los demás, muertos de ganas de salir y ver el pueblo, se dividieron en equipos, pero Adolin la esperó. Bajaron al sencillo muelle de piedra y entraron en el pueblo, aunque llamarlo pueblo era ser muy generosa. Shallan había podido recorrer sus cuatro calles en menos de media hora.
Aun así, aunque era pequeño, el lugar presentaba una sorprendente variedad de spren, la mayoría procedentes de las cinco o seis caravanas que estaban acampadas allí en esos momentos. Incluso desde la perspectiva que tenía Shallan, alcanzó a distinguir seis variedades distintas. Había tomado unas cuantas Memorias para seguir con su proyecto de historia natural, y su intención era salir de nuevo y capturar unas pocas más.
Además, algunas caravanas tenían humanos. ¿Quiénes eran? ¿Cómo habían llegado a ese lado? ¿Procedían de otras tierras, como Celeste? Shallan anhelaba volver a recorrer las calles y observarlos más de cerca.
Solo que…, dijo Velo. Ya sabes.
Shallan lo sabía. Aquella podía ser la ocasión para pasar un tiempo a solas por fin, después de dos semanas de travesía. De hecho, los marineros de Unativi estaban echando a suertes quién tendría que quedarse en la barcaza para vigilarla. Tal vez…
—Ve tú por delante —dijo Velo, poniéndose el sombrero que había llevado colgado del cuello por los cordones para que Adolin supiese quién era—. Yo ya he podido estirar las piernas. Creo que voy a descansar un poco más.
—Deberías beber menos —dijo Adolin.
Velo le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
—Y tú deberías dejar de sonar como tu padre.
—Golpe bajo, Velo —dijo él haciendo una mueca—. Pero tienes razón. Vigila nuestras cosas.
Adolin fue a recoger a Maya, que lo seguía cuando él se lo pedía. Seguro que Adolin pensaba que a la spren le iría bien hacer un poco de ejercicio, o algo. Se comportaba un poco raro con esa spren.
A mí me parece muy dulce que se preocupe por ella, pensó Shallan.
Quizá lo fuese. Pero también era raro. Velo llegó al lado de Unativi.
—Podéis ir todos si queréis —dijo al grupo de cumbrespren—. Yo pensaba quedarme de todos modos, así que puedo vigilar la barcaza.
Unativi la observó y las luces de su interior fundido ganaron brillo a través de las grietas de su piel.
—¿Te quedas? ¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—Ya he podido salir un rato. Podéis bajar todos. No hace falta que se quede más de una persona. Tampoco es que aquí haya ningún peligro, ¿verdad?
—Si lo hubiera —dijo Unativi—, eres Radiante. ¡Mejor para afrontarlo que un cumbrespren!
Se volvió hacia sus marineros, que parecían entusiasmados. Pasar un par de semanas en la misma barcaza podía hacer que cualquiera se aburriera de las vistas, incluidos los marineros.
Al poco tiempo, por fin Velo se quedó sola. Hasta el momento durante el viaje, solo había estado a solas cuando utilizaba el orinal en la sección que habían aislado detrás de la lona. E incluso eso había estado demasiado cerca de todos los demás para no resultar embarazoso. Pensó que…
—Mmmm…
Dio media vuelta y descubrió que, cómo no, Patrón aún estaba allí. Mirándola.
—¿Vas a contactar con Mraize, Velo? —preguntó con voz animada—. Mmm…
Eso iba a hacer. Las tres coincidían en que tenían que hablar con él, pero a Velo no le gustó que Patrón lo hubiera adivinado con tanta facilidad.
—Quédate aquí —le dijo— y asegúrate de que no me interrumpe nadie.
—Oh. ¿No puedo escuchar? —Su patrón se ralentizó, casi pareció marchitarse—. Me gusta Mraize. Es muy extraño. Ja, ja.
—Sería mejor que hubiera alguien vigilando para que no me pillen —dijo Velo. Entonces suspiró—. Pero también sería bueno que escucharas tú a Mraize. Podrías darte cuenta si dice algo que no sea cierto.
—No creo que diga cosas que sean falsas del todo —repuso Patrón—, lo cual vuelve sus mentiras las mejores de todas. Mmm. Pero no puedo saber automáticamente si algo es mentira. Es solo que las aprecio mejor que la mayoría, cuando me doy cuenta de lo que son.
Fuera como fuese, Velo consideraba a Patrón más experto que muchos humanos en detectar subterfugios. Le hizo un gesto para que la acompañara bajo el toldo, todavía contenta de estar casi a solas.
Una parte de ella se preocupaba por esa emoción. Estaba viviendo una doble vida casi todo el tiempo desde que había conocido a Adolin, y eso suponía una presión para Shallan. Y lo peor era que tenía tan arraigado mentirse a sí misma que estaba convirtiéndose en una segunda naturaleza para ella.
Esto es un problema, Shallan, pensó Velo mientras regresaba hacia su cofre.
Estoy mejorando, replicó Shallan. Ninguna personalidad nueva en más de un año ya.
¿Y Sinforma?, preguntó Radiante, imperiosa.
Sinforma no es real. Aún no, pensó Shallan. Estamos muy cerca de abandonar a los Sangre Espectral. Una misión más y se acabó. Y Sinforma no se manifestará.
Velo tenía sus sospechas. Y tenía que reconocer que ella misma era una gran parte del problema. Shallan idealizaba la forma en que Velo podía vivir tan relajada, sin preocuparse de su pasado ni de las cosas que había hecho. De hecho, Shallan identificaba esa actitud con la vida que llevaban los Sangre Espectral. Una vida que estaba empezando a envidiar.
Obtén respuestas, pensó Shallan. Deja de pensar en esto. Tenemos que establecer contacto con Mraize antes de que se nos acabe el tiempo.
Velo suspiró, pero situó a Patrón cerca de la entrada abierta del recinto de lona. Alcanzaría a escuchar la conversación con Mraize, pero podría avisarla si subía alguien a la barcaza. Luego abrió su cofre de objetos personales.
Entonces se detuvo. Dejó que Shallan tomara el control unos momentos. Lo suficiente para asegurarse.
Sí, pensó Shallan. Lo han movido otra vez.
Lo habían comprobado a diario desde aquella primera vez, y aquella era solo la segunda vez que encontraban el aparato movido. La noche que se había emborrachado. En su interior, Radiante dio un gemido irritado.
Lo siento, dijo Velo, recobrando el control. Pero tampoco podemos tenerlo vigilado a todas horas. Además, nos interesa que el espía se sienta cómodo utilizándolo, ¿verdad?, para tener más oportunidades de pillarlo.
En todo caso, Velo no podía negar que era un poco espeluznante que alguien se hubiera colado allí y se las hubiera ingeniado para usar el cubo mientras ella roncaba a poco más de un metro de distancia. Levantó el cubo y lo inspeccionó. Aparte de que lo habían colocado con una cara distinta hacia arriba, nada más en él parecía haber cambiado.
¿Cómo se activaba? Mraize le había dicho que utilizara su nombre.
—Quiero hablar con Mraize. Bueno, en realidad eso es su título, más que su nombre...
Las esquinas del cubo empezaron a destellar con una intensa luz que procedía del interior, como si allí el metal fuese más fino.
—Lo conozco —dijo el cubo, sobresaltando a Velo.
El cubo no respondió. Velo frunció el ceño, muy atenta a las aristas. El resplandor vaciló y cambió. Al poco tiempo salió de dentro una voz fuerte, que hizo temblar el cubo en sus manos.
—Pequeña daga —dijo Mraize—, te estaba esperando.
Adolin se ciñó a sus propias normas y no se marchó por ahí a solas. Maya y él se quedaron cerca de sus soldados y su escriba, que caminaban por la ciudad en un grupito apañado, riéndose demasiado fuerte mientras charlaban, como intentando demostrar que no estaban nerviosos en absoluto por hallarse en un lugar tan extraño.
En otra situación, habría ido con ellos para tranquilizarlos, pero Adolin se descubrió lastrado por la seriedad de la tarea que tenían por delante. Sus preocupaciones estaban volviendo a emerger con el final de la travesía. Necesitaba demostrar que podía convencer a los honorspren de que se unieran a la coalición. Después de fracasar en Kholinar, tenía que… necesitaba hacer aquello. No por su padre. Por la coalición. Por la guerra. Por su patria.
Intentó concentrarse en el siguiente paso, que consistía en obtener provisiones en aquel paradero. A grandes rasgos en un mercado que atendía a las caravanas y los barcos mercantes. Al igual que en Celebrant, la otra población spren que había visitado, la mayoría de los edificios estaban construidos con una mezcla de tipos de piedra, moteados de diversos colores. Material de construcción manifestado. La roca y el metal de verdad eran mucho más caros allí, ya que tenían que transportarse a través de algún portal como las Puertas Juradas.
La arquitectura de los edificios no daba una sensación cohesionada. Las influencias más comunes eran las azishianas, pero los spren utilizaban cualquier cosa que pudieran conseguir, de modo que el resultado era una mezcolanza de diseños y estilos. La mayoría de los spren que se encargaban de las tiendas parecían ser cultivacispren. Gritaban ofertas en azishiano o alezi, ofreciendo agua fresca o provisiones que sabían que los humanos podrían querer.
Había spren de todas las variedades echando un vistazo a las mercancías. De entre ellos, Adolin encontraba a los cenizaspren los más fascinantes. Se parecían a personas, pero a veces la piel se les descascarillaba revelando el hueso de debajo. Cuando pasó junto a una de ellos, la spren chasqueó los dedos, haciendo que toda la ceniza de su mano se desgajara y desapareciera, y enseguida le volvió a crecer. Adolin hasta distinguió a un par de altospren, como desgarrones en la realidad con forma de persona. Dejó mucho espacio entre ellos y él, aunque parecían ser solo un par de mercaderes más.
La ropa de los spren era tan ecléctica como sus materiales de construcción. Adolin se cruzó con un cumbrespren que llevaba una casaca de uniforme veden encima de una tela envuelta tashikki, nada menos. Debería haberle quedado estrafalario, y desde luego él no se habría puesto nunca esas cosas juntas, pero Adolin descubrió que no le molestaba. Los spren habían adoptado la ropa humana y la habían hecho propia. ¿Por qué deberían seguir las tendencias de los reinos de otro mundo?
En ese sentido, había algo fresco e interesante en la moda del lugar. Era como el trabajo de un artista con talento pero sin formación. Se les ocurrían unas combinaciones que ningún miembro de la cultura de Adolin podría haberse atrevido a imaginar nunca.
«Aun así —pensó al cruzarse con un spren alto y esbelto de un tipo que no reconoció—, alguien debería decirle a ese para qué se usa la coquilla en nuestro lado.»
Sus soldados se detuvieron para curiosear en una armería, aunque Adolin les había advertido que no se fiaran de las armas manifestadas. De todos modos, era difícil no quedarse embelesado por la enorme variedad de espadas que había expuestas. En el Reino Físico una espada forjada por un maestro armero era una compra cara, y la gente a menudo se sorprendía de lo que podía llegar a costar incluso una espada de cinto ordinaria. Allí, en cambio, manifestar una espada requería más o menos la misma cantidad de luz tormentosa que manifestar un ladrillo, así que podían encontrarse metidas en barriles o amontonadas fuera de las tiendas.
Aquella economía tan estrafalaria sin duda fascinaría a Shallan. Kaladin había oído que guardaban gemas casi perfectas en los bancos de los spren, almacenando grandes cantidades de luz tormentosa para uso futuro. Y por supuesto, tener a tantos humanos cerca había traído a pequeños spren emocionales, el equivalente en Shadesmar de los animales. Los glorispren volaban por el cielo y los miedospren se apelotonaban en los callejones con el aspecto de enormes anguilas de muchas piernas con antenas largas y globosas.
Un spren volador alargado, con bigote y un cuerpo grácil, aterrizó encima de un edificio y luego saltó, expulsando un estallido de diminutas esquirlas cristalinas que flotaron hacia abajo y se desvanecieron. ¿Sería un pasionspren? Tenía que decírselo a Shallan.
Se volvió hacia la lejana barcaza, donde se había quedado Shallan. Maya se detuvo a su lado, pero se quedó mirando hacia delante con sus ojos raspados.
—Me pregunto por qué no habrá venido —dijo Adolin—. Es raro en ella querer descansar habiendo tanto que ver.
Maya no respondió. Pero eso no impedía que él le hablara. La spren tenía como un… un algo que le resultaba relajante.
—Supongo que estará Velo al mando —dijo Adolin—. Me imagino que no querrá que nos roben las cosas. Shallan dice que las otras dos existen para protegerla o ayudarla, y eso lo veo. Quiero comprenderlo. No quiero ser como los demás, que susurran que está loca y se ríen.
Miró a Maya, que le devolvió la mirada.
—Es una tontería por mi parte ponerme celoso del tiempo que pasa controlándola Velo, ¿verdad? —preguntó Adolin—. Shallan creó a Velo como una herramienta. Es solo que… no sé si estoy haciendo esto bien. No sé cómo apoyarla.
No se le daban bien las relaciones. Nunca se le habían dado bien. Eso podía reconocérselo a sí mismo. Había estado en docenas de ellas y todas se habían ido a pique, de modo que tenía todo tipo de experiencia en hacer las cosas mal pero muy poca en hacerlas bien.
Quería hacerlo bien. Amaba a Shallan, en parte por sus excentricidades. Shallan daba la impresión de estar viva de forma distinta a todos los demás y, por algún motivo, también era más auténtica. Estaba repleta de personalidades y recubierta de ilusiones. Y sin embargo, por increíble que pareciera, daba más sensación de ser real gracias a ellas.
Aflojó el paso para no adelantarse demasiado de los demás y deseó poder meterse las manos en los bolsillos. Por desgracia, los bolsillos de aquel uniforme estaban cosidos. Los pantalones quedaban mejor así.
Sabía por qué se notaba tan alterado. Ver otro asentamiento spren le recordaba la última vez que habían ido a Shadesmar. Cuando se había visto obligado a dejar a Elhokar muerto en su palacio, después de que la ciudad cayera. Y lo peor de todo era que Adolin había abandonado sin querer a sus tropas, las había dejado enfrentándose a la invasión mientras él terminaba en Shadesmar.
Adolin no era de los que se reconcomían taciturnos, pero… tormentas, si había alguien que mereciera su lugar en Condenación, era el general que abandonaba a sus hombres a la muerte.
Salió de sus sombrías ensoñaciones al darse cuenta de que Maya estaba mirando a un lado, fijándose en algo. Solo eso ya era bastante raro, dado que no solía prestar mucha atención a su entorno. Pero cuando Adolin se acercó a ella, vio qué era lo que la tenía tan absorta. Otra ojomuerta.
Aquella ojomuerta era una críptica, de pie ante un comercio. Los crípticos no tenían ojos, pero no cabía duda de que aquella criatura había sufrido el mismo destino que Maya: su patrón se había detenido por completo, las líneas que debían haber sido elegantes estaban retorcidas y apuntando en direcciones extrañas, como dedos rotos. Tenía el mismo raspado estropeándole la parte delantera de la cabeza.
Maya dio una especie de gemido grave y gutural.
—Lo siento —dijo Adolin—. Sé que es angustiante. Vámonos, venga.
Maya le cogió el brazo cuando hizo ademán de marcharse, cosa que lo sorprendió. También pareció sorprenderla a ella, ya que bajó la mirada a las manos con las que tenía asido el brazo de Adolin y ladeó la cabeza. Sin soltarlo, se volvió hacia la críptica ojomuerta, tirando de Adolin. Daba la impresión de querer decir algo.
Los hombres de Adolin seguían mirando tiendas, así que se volvió en la dirección que Maya quería y anduvo hacia la tienda donde estaba la ojomuerta. Como la mayoría de los comercios que había visto en Shadesmar, aquel estaba abierto de par en par. Era poco más que un toldo en la fachada del pequeño edificio donde probablemente vivirían los tenderos. Allí no había tormentas de las que preocuparse, así que las estructuras tendían a unos diseños más abiertos al aire, que a él le daban la sensación de estar expuesto.
El tendero eran un tintaspren. Adolin había oído que eran menos numerosos que las demás variedades y que no se relacionaban mucho con nadie. La criatura era de color negro azabache, tanto que casi brillaba, como si estuviera hecha de piedra pero con el colorido centelleo del aceite sobre el agua cuando la luz le daba en el ángulo adecuado. Vendía libros, que tenía ordenados con esmero en estanterías, no amontonados de cualquier manera como muchas otras tiendas de allí.
—Eres alezi —dijo el tendero, mirando a Adolin de arriba abajo. Hablaba con un fuerte acento nasal—. Y eres varón. No tienes necesidad de libros. Esto es.
—Quería preguntarte por tu ojomuerta —dijo Adolin, señalando con la barbilla a la críptica.
—Una amiga era —respondió el tendero con voz tensa.
—Hace mucho tiempo, cuando había Radiantes.
—No. Eso antes fue. Mi socia en el negocio, una vez. —El tintaspren frunció el ceño—. ¿Sabes algo de esto, humano? ¿Del peligro que es?
—¿Qué peligro?
—Nuevos ojomuertos —dijo el tendero, negando con la cabeza—. Los Radiantes no deberían haber vuelto a empezar. ¿Sabes que esta cosa es? En tu reino empezó, ¿me equivoco?
—No sé de ningún Radiante que haya traicionado sus juramentos —le aseguró Adolin—. ¿Estás seguro de eso?
El tintaspren hizo un gesto hacia su amiga.
—Fue mi socia durante muchos siglos. Se marchó hace diez años para unirse a otros que buscaban Radiantes. El año pasado la encontré así, sentada ella sola en una isla muy al este. Se empeñaba en venir en esta dirección, o al menos caminaba hacia aquí sin cesar. Así que abrí aquí mi tienda.
—¿Estás seguro de que esto le pasó hace poco? —preguntó Kaladin.
—Mi memoria no es defectuosa —dijo el tintaspren—. Es lo que vosotros hacéis, matar spren. Deberíais sentir vergüenza. —Miró a Maya—. ¿Esta es otra que tú mataste?
—Claro que no —respondió Adolin—. Es…
Dejó de hablar porque no quería revelar demasiado. Había ordenado a todos los demás que fuesen prudentes.
Pero… ¿una nueva ojomuerta? Parecía imposible. Quizá… quizá algún joven potenciador novato en los confines de Bavlandia se había quedado sin apoyo ni amigos y había roto sus juramentos. No era una suposición demasiado descabellada: cuanto más averiguaban, más comprendían que Kaladin, Jasnah y Shallan no habían tenido la exclusiva de formar los primeros vínculos Radiantes en los últimos años. Se había producido una revolución general a lo largo y ancho de Roshar, cuando los spren habían sentido el advenimiento de la tormenta eterna y algunos habían vuelto a vincularse con humanos.
No obtuvo nada más que gélidas acusaciones del tintaspren, así que volvió a la calle… y Maya se lo permitió. ¿Habría sabido de algún modo que aquella ojomuerta era extraña? ¿Por eso había querido que Adolin entrara a hablar con el tendero?
Fue en dirección a donde había dejado a sus hombres, pero se detuvo al ver que Godeke y su spren corrían calle arriba. El exfervoroso tuvo una forma elegante de llegar y convertir con fluidez la carrera en una inclinación.
—Brillante señor, creo que querrás ver esto.
—¿Qué pasa? No será otro spren ojomuerto, ¿verdad?
—No —dijo Godeke—. Son los humanos.